ECUMENISMO: ACTITUD DE VIDA CRISTIANA

Carlos Pape, SVD Dir. Arquidiocesano de Ecumenismo, Stgo. ECUMENISMO: ACTITUD DE VIDA CRISTIANA on mucha frecuencia me he encontrado con personas q...
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Carlos Pape, SVD Dir. Arquidiocesano de Ecumenismo, Stgo.

ECUMENISMO:

ACTITUD DE VIDA CRISTIANA

on mucha frecuencia me he encontrado con personas que tropiezan con la palabra "Ecumenismo". Tartamudean sílabas que suenan a "comunismo", "economismo" o algo parecido. En tono de broma muchos hablaban del Concilio Económico. Este particular no significa nada más que el término "Ecumenismo" aún no ha entrado en el lenguaje diario del pueblo. Con todo, este insignificante tropiezo fonético va acompañado muchas veces de un problema de fondo, viniendo a ser entonces síntoma de ese problema. En efecto, para muchos, tal vez para los más, el Ecumenismo continúa siendo una nebulosa indefinible e indefinida de realismo religioso, de oportunismo circunstancial, de negociación más o menos cuidadosa con los dogmas de fe. Otros, que podrán quizá poseer conceptos muy claros sobre la unidad cristiana, continúan creyendo que la acción ecumenista está y debe estar reservada a unos pocos especialistas en la materia. La Iglesia en cambio proclama que el Ecumenismo concierne a todos los cristianos y que por lo tanto debe traducirse en una actitud permanente de vida cristiana. Toda la Iglesia debe ser ecuménica (1). Esta exigencia sentida y proclamada como un imperativo ante todos los grupos cristianos de hoy, constituye una verdadera novedad en el planteamiento católico del Ecumenismo y el Concilio Vaticano II la atribuye a una intervención especial del Espíritu de Dios (2). La unidad de los cristianos no es una mera ilusión, una pura posibilidad más o menos remota, sino que es una realidad viviente, un mandato ineludible y un

( 1) El Decreto conciliar sobre Ecumenismo dice: "El esfuerzo por restablecer la unión corresponde a toda la Iglesia, Jo mismo a los fieles que a los pastores, y afecta a cada uno según sus posibilidades tanto en la vida cristiana ordinaria, como en los estudios teológicos e históricos" (n. 5). (2) "Por impulso del Espíritu Santo ha surgido también entre nuestros hermanos separados un movimiento, cada día más extenso, para el restablecimiento de la unidad de todos los cristianos" (n. 1).

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cometido esencial de la misión de la Iglesia. El Ecumenismo no puede ni debe reducirse a una especialización de un grupo de expertos. Ha de alcanzar la vida de los cristianos todos, inspirando iniciativas, formando actitudes, moviendo grupos apostólicos, en una palabra, ha de ser una propiedad permanente del Pueblo de Dios. Ante estos repetidos imperativos surge espontánea la pregunta: ¿cómo lograr que el Ecumenismo llegue a ser actitud espiritual, normal y permanente del Pueblo de Dios? Esta pregunta trae a su siga otra, que una vez contestada podría abrirnos caminos de solución a la primera. Nos interesa saber cómo convertir el Ecumenismo en actitud espiritual en la vida cristiana. Preguntémosle a la historia del Ecumenismo, cómo es que tantos hombres y mujeres, tantas comunidades o iglesias cristianas han hecho de la unidad una verdadera actitud de vida. Tal vez por el camino que ellos llegaron a posesionarse de la espiritualidad ecuménica, lo podremos nosotros. Reflexionando sobre el camino seguido por el Ecumenismo, me parece que es preciso recorrer tres etapas para llegar a esa actitud inspiradora y vital de Ecumenismo: hay que recorrer la etapa del sufrimiento por el actual divisionismo cris. tiano, la etapa del descubrimiento de la auténtica fraternidad ecuménica y final· mente caminar por el camino regio de la oración por la unidad.

1 SUFRIMIENTO

ANTE LA DIVISION DE LOS CRISTIANOS

¿De dónde proviene que hoy en día en todas las iglesias se haya producido ese extraordinario "revival" pentecostal en el pleno sentido de la palabra (por venir del Espíritu de Dios), que impulsa los espíritus hacia la unidad? Seguramente hace 30 años o menos, nosotros, el católico corriente, el sacerdote corriente hubiésemos respondido diciendo que el Movimiento Ecuménico no era sino una medida de estrategia protestante para hacer frente, un frente aparentemente unido, al bloque católico. Oportunismo humano, ambiciosa competencia, nos habría parecido sus móviles más secretos. Tal vez, juzgando con menos dureza, habríamos descubierto en todo ello una peligrosa tendencia relativista de la verdad, un pancristianismo, que en último término no dejaba ni respetaba ningún valor inmutable en el cristianismo (3). Por su parte los protestantes embarcados en el Movimiento Ecuménico estaban convencidos de que con la porción más grande del Cristianismo, con la Iglesia (3) Tal es el enjuiciamiento del Ecumenismo, que encontramos en la célebre encíclica de Pio XI Mortalium animas de 1928. Tomando como punto de partida el ansia universal de la paz y fraternidad que se ha apoderado de los hombres, Pío XI quiere dar orientaciones precisas cuando se trata de buscar la :Inidad cristiana. Desaprueba "las falacias" de los "pancristianos" y después de haber señalado los errores que se ocultan debajo de "la apariencia de bien" subraya que "la Sede Apostólica no puede en manera alguna tener parte en dichos congresos, ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes intentos". Esta actitud católica fue revisada recién después de la segunda guerra mundial.

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de Roma, no se podía sino proceder dejándola en su orgulloso aislamiento. Aun en la Asamblea de fundación del Consejo mundial de las Iglesias en 1948, exclamaba Karl Barth: "No es preciso insistir en nuestras divisiones ni gemir por la ausencia de Roma y Moscú. Dios nos ha librado así de participantes con los que no podemos formar una comunidad, puesto que por diversas razones no pueden proseguir el verdadero camino que conduce a Jesucristo. Tal vez sea providencial que Roma y Moscú se encuentren unidos en que no quieren conocernos. Debemos dar gracias a Dios por su oposición" (4). Estas posturas endurecidas han sido definitivamente superadas; han sido quebradas por el sufrimiento sentido y dolorosamente vivido por muchos miembros de todas las iglesias, a la vista del divisionismo de los discípulos de Cristo. Revelador es que los primeros intentos de un Ecumenismo organizado se realizaron en los países de misión, a donde habían marchado hombres y mujeres en la flor de la edad, para dar testimonio, para entregar las mejores energías al • servicio del Reino de Dios. Esos fueron los hombres que vivieron por primera vez en forma colectiva el drama de la separación. Y no sólo porque ella esterilizaba sus esfuerzos, sino ante todo porque a los ojos del mundo pagano· el mismo Cristo aparecía como una contradicción. Estaban ofreciendo al mundo un Cristo desgarrado. El resultado no podía ser otro que el rechazo de un tal Cristo (5). ¡El rechazo de Cristo! Este era el punto sensible en el sufrimiento de estos hombres. El Ecumenismo en último término brotó del amor a Jesucristo y su Evangelio. La unidad se mostró como condición sine qua non de la evangelización. La desunión en cambio como una traición a la causa del Señor de la Iglesia, quien quiso reunir a todos en un solo redil, quien quiso morir y resucitar para congregar en la unidad a los hijos de Dios dispersos, según palabra del Evangelista Juan. Este sufrimiento en aras de la unidad tuvo sus mártires en todas las iglesias. Resulta en verdad conmovedor ver cómo y cuánto sufrieron los grandes pioneros del Ecumenismo protestante cuando una y otra vez debieron comprobar en sus reuniones ecumenistas la ausencia de Roma. Citando un solo caso entre muchos otros, cuando la Conferencia Fe y Constitución de Edimburgo en 1937 recibió un mensaje de saludo del arzobispo católico romano de la ciudad, la Conferencia respondió: ... "Hemos sentido profundamente no haber podido aprovechar en nuestra empresa y en nuestros trabajos de la comunión y asistencia de nuestros hermanos católicos-romanos. Nos sentimos conmovidos y alentados ante la idea de que sus oraciones se unen a las nuestras para pedir seamos guiados por el Espíritu Santo en nuestro esfuerzo para aprender de Dios su voluntad hacia nosotros y hacia toda su Iglesia" (6).

(4) Gustave Thils, Historia

Doctrinal del Movimiento Ecuménico, p. 96. (Ed. Rialp, Madrid 1965). (5) Véase acerca de este tema Teología IJ Vida, VII, 2. (6) Thils, ob. cit., p. 45. Un lamento parecido ya se había escuchado en la Conferencia de Edimburgo 1910 de boca del Obispo Charles Brent, iniciador luego del organismo ecumenista de Fe y Constitución (d. World Missionary Conference VIII, p. 198 s.). Los organizadores de la Conferencia Vida y Acción de Estocolmo 1925, enviaron una invitación a la Iglesia Romana con el fin de lograr su aporte a la solución de problemas humanos. Recibieron una carta de agradecimiento dirigida a los "perilIustres viri" de la Conferencia. La expresión desa~rad6 muchísimo a los obispos luteranos.

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Pero el mismo testimonio del sufrimiento lo encontramos entre los pioneros católicos del Ecumenismo. Allí está por ej. el Pbro. Fernando Portal, el primer ecumenista católico que echó a andar las célebres conversaciones de Malinas. Fue objeto de sospechas, de persecución; le suprimieron su revista ecuménica, la Revue Catholique des Eglises; sufrió un rudo golpe al ver declaradas inválidas las órdenes anglicanas; vio fracasar la gran ilusión de su vida: las conversaciones de Malinas, por la mala comprensión del problema por parte de los católicos ingleses. Ante todas estas adversidades supo guardar silencio, esperando la hora de Dios (7). Otro "mártir" de la unidad cristiana fue Dom Lambert Beauduin, el fundador de Amais sous Meuse (Chevetogne). Desterrado de su convento, volvió a él en la ancianidad; probó toda suerte de contrariedades para convertirse así en el campeón del Ecumenismo dentro de la Iglesia Católica (8). y no podemos pasar por alto la mística figura del conocido Abbé Couturier, de cuyos escritos quisiera citar tan solo este párrafo: "Mientras las divisiones no pesen sobre nuestros corazones, en tanto que ellas no produzcan en nosotros un sufrimiento que condivida el de Cristo de frente al pecado, no estamos haciendo de la unidad de los cristianos más que un problema más, tal vez más interesante que los otros; no habremos dado el primer paso en el misterio de la oración por la uni· dad. No podemos trabajar y orar por la unidad de los cristianos, si no cuando la división se nos convierte en dolorosa experiencia" (9). Hombres que sufren por la causa de Dios encuentran fácilmente el cruce, en el cual juntan sus caminos. Esto fue lo que ocurrió con los arquitectos de la unidad de los cristianos en nuestros días. En ellos se cumplieron las palabras contenidas en el mensaje de la Conferencia Vida y Acción de Estocolmo, 1925: "Mientras más cerca estemos de Cristo crucificado, más nos acercaremos los unos a los otros" (10). La división se convertirá en dolorosa experiencia para todo aquel que entre a reflexionar sobre ella siblándose en un plano sobrenatural, es decir en un plano cuyo centro es el Señor de la Iglesia, su voluntad y su gloria. La desunión está demostrando que ese centro ha sido ocupado por voluntades humanas por vanaglorias de hombres. Por acrecentar su propia denominación, por levantar murallas alrededor de la propia fortificacióp, los cristianos se han olvidado de buscar el Reino, y de llevarlo hasta los extremos de la tierra. A medida que redoblen sus esfuerzos para ser fieles a Cristo, se sensibilizará más su conciencia ante el estado actual de división y aumentará el deseo por restablecer la unidad. El drama vivido por los

(7) (8) (9) (10)

Igualmente dolorosa fue la intervención de Roma poco antes de la celebración de la Asamblea de Amsterdam en 1948. En vista de la próxima celebración de la asamblea que habría de crear el Consejo Ecuménico de las iglesias, la Santa Sede expidió una admonición, "Satis Compertum", fechada el 15 de junio, por la cual prohibía toda participación a los católicos en reuniones interconfesionales, a no ser que tuvieran autorización expresa de la Santa Sede. Tal vez esta prohibición provocó la dura reacción de KarI Barth que mencionamos arriba. Maurice ViIlain, Introducción al Ecumenismo, p. 296. (Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 1962). lb. pp. 297-301. Citado en La Semaine de l'Unité, p. 18. Número especial de Unitas, XIII (1967),77. lb. p. 25.

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pioneros del Ecumenismo debe ser vivido, en mayor o menor escala también por cada auténtico cristiano. Sin embargo, por encima del sufrimiento se extiende la esperanza cristiana. Tal esperanza se funda en una sólida base: la fraternidad ecuménica.

II DESCUBRIMIENTO

DE LA FRATERNIDAD

ECUMENICA

Hasta el Vaticano II nos habíamos habituado a contemplar la gran familia católica indivisa en su doctrina, unida en su vida sacramental y firme en su autoridad. Más allá de sus fronteras veíamos extenderse el terreno del cisma y de la incredulidad. La exigencia impuesta a todos los de allende las fronteras era o la conversión radical o al menos la del retorno incondicional a su seno (11). Dios ha ilustrado la fe de su Iglesia para conocer y reconocer los lazos que nos unen a los católicos con los otros cristianos no católicos, lazos que hasta ahora apenas los habíamos tomado en cuenta. A este respecto el Decreto de Ecumenismo declara: "Es necesario que los católicos reconozcan y aprecien con alegría los bienes auténticamente cristianos ... que se encuentran entre los hermanos separados. Es justo y provechoso reconocer las riquezas de Cristo y las acciones virtuosas en la vida de los demás, que dan testimonio de Cristo a veces hasta derramar su propia sangre" (n. 4). Ha pasado la época en que hacíamos de nuestra fe "motivo de polémica". Lo decía Pablo VI en su impresionante discurso al iniciarse la segunda sesión del Concilio: "Nosotros debemos a nuestra fe ... la más pura y firme adhesión pero estamos convencidos que ella no es obstáculo a la deseada unión... precisamente porque es la verdad del Señor y por eso, principio de unión y no de diferencia y separación" (12). De la mentalidad de controversia hemos de pasar a una mentalidad de "comunión". Si el siglo XX ha sido llamado "el siglo de la Iglesia" es precisamente porque se ha vuelto a redescubrir esa dimensión de "comunión" entre los fieles de Cristo. El sentido de pertenencia y comunicación de vida entre los miembros de su Cuerpo, hoy en día tiende a prevalecer sobre una visión demasiado jurídica de la Iglesia. Se han vuelto a acentuar los vínculos sacramentales que existen entre las iglesias cristianas y unen orgánicamente los individuos de tales comunidades eclesiales. En esta perspectiva de fe hemos de revisar, así como lo ha hecho la teología contemporánea, ante todo los efectos que siguen al bautismo cristiano, el cual nos une de modo inefable con todos los que lo recibieron: católicos, ortodoxos, protestantes de todas las denominaciones. (11) Bien podemos afirmar que hasta el Vaticano II la exigencia del "retorno" fue la ac-

titud normal del Ecumenismo "católico". La apertura vino con el Decreto conciliar, el cual distingue la acción ecumenista del "apostolado de conversión" de individuos a la Iglesia Católica. (12) Concilio Vaticano n, BAC, p. 957 ss.

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El Ecumenismo surgió como de su raíz, de esta conciencia avivada por esa fe fundamental, por la que en el bautismo nos hemos convertido en miembros de Cristo. Vaya citar una alocución de Pablo VI de junio del año pasado, en la cual el Papa se explaya con toda claridad sobre este punto: "Pondremos esta pregunta -dice Pablo VI-, ¿entonces todos los que están bautizados aun cuando están separados de la unidad católica, están en la Iglesia, en la verdadera Iglesia, en la única Iglesia?". A esta pregunta, responde sin vacilar: "Sí". Y se explica: "es ésta una de las graneles verdades de la tradición católica, confirmada en muchas ocasiones por el Concilio". Pablo VI se refiere sin duda a aquel pasaje del Decreto de Ecumenismo, donde la Iglesia Católica representada en su episcopado mundial afirma: "Quienes creen en Cristo y fueron debidamente bautizados se encuentran en una cierta comunión, aunque no sea total, con la Iglesia Católica, justificados en el bautismo por la fe, están incorporados a Cristo ... ". "Esta verdad -continúa el discurso del Papase desprende del artículo del Credo, que cantamos en la Misa: 'Creo en un solo bautismo para la remisión de los pecados'. Se desprende también de las grandes controversias teológicas de los primeros siglos, a las que puso fin especialmente la autoridad de San Agustín, quien afirmó en una discusión con los donatistas, que la Iglesia conserva la feliz costumbre de corregir lo que es falso entre los cismáticos y entre los herejes, pero no de repetir io que una vez ya fue dicho por ellos (esto es el bautismo), tiene la costumbre de sanar lo que está herido y no de componer lo sano". "Esto es, dice finalmente Pablo VI, lo que enseña un documento reciente del magisterio de la Iglesia, la encíclica Mystici Corporis: 'Por el agua del bautismo, los hombres nacidos a esta vida mortal, renacen de la muerte del pecado original y se convierten en miembros de la Iglesia'''. Esta doctrina, recalca Pablo VI, está en la base de nuestro ecumenismo, el cual nos hace considerar como hermanos también los cristianos separados de nosotros, y con tanta mayor razón, si además del bautismo, la fe en Cristo y en el misterio de la Stma. Trinidad, ellos conservan otros tesoros del patrimonio cristiano común" (13). Sobre estos tesoros nos habla la Constitución dogmática de la Iglesia en 5:.J capítulo Il, n. 15. El bautismo y todos estos otros bienes espirituales son los vínculos que afirman nuestra fraternidad ecuménica con todos los bautizados; son las vertientes de vida y unidad que alimentan la pertenencia fundamental de todos los cristianos a la Iglesia de Cristo. Entre todos ellos, tomados como individuos y entre todas las comunidades eclesiales existe una relación de comunión. Detrás de esta palabra "comunión" hay toda una veta redescubierta y explotada por la teología del Vaticano JI y por la teología protestante contemporánea. Según ella, la Iglesia de Cristo es la gran comunión de los creyentes, es decir de todos aquellos que habiendo confesado a Jesús Dios y Señor, han recibido el baño de la regeneración en el bautismo. Este concepto renovado de Iglesia ha sido uno de los frutos más ricos y más cargado de esperanzas del trabajo conciliar. No olvidemos que uno de los fines asignados por Pablo VI al Concilio consistía precisamente en el conocimiento más cabal de la Iglesia. "No hay por qué extrañarse, declaraba en su (13) Citado en Unitas XIII (1967),

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discurso de apertura de la segunda seSlOn,si después de 20 siglos de cristianismo y del gran desarrollo histórico y geográfico de la Iglesia Católica y de las confesiones religiosas que llevan el nombre de Cristo y se honran con el de iglesias, el concepto verdadero, profundo y completo de la Iglesia... tiene todavía necesidad de ser enunciado con más exactitud" (14). La Iglesia Católica se definió a sí misma. Se proclamó en su doble dimensión de Misterio e Institución; de Comunión y Sociedad visible. En esta autorreflexión empero, la comunión guarda carácter de prioridad sobre la sociedad jerárquica; el Misterio-Iglesia viene antes que la Iglesia-Institución. Ahora, si en lo institucional, en la sociedad visible aún perdura la separación de los cristianos, su unión es real en el plano del misterio y comunión. Y el Ecumenismo busca exactamente cómo superar los obstáculos que se oponen a la comunión perfecta, a la unidad plma de los miembros de Cristo. Grave superficialidad sería pues creer que con haber avanzado de una actitud de polémica hasta una coexistencia pacífica, ya hemos cubierto el camino de la unidad. Una actitud tal equivaldría a una nueva forma de indiferencia frente a la exigencia del Señor: la de un solo rebaño. Ningún auténtico obrero de la unidad cristiana se contentará con una pacífica yuxtaposición de iglesias. Para nosotros los católicos resulta gratamente sorprendente entresacar del Informe sobre la Unidad Cristiana, presentado en la Asamblea Mundial de Nueva Delhi en 1961, el siguiente párrafo acerca del ideal de unidad perseguido también por el Consejo Mundial de Iglesias: "Creemos que la unidad, que es al mismo tiempo voluntad de Dios y don de Dios a su Iglesia, se hace visible, cuando en un mismo lugar todos los que han sido bautizados en Jesucristo y lo confiesan como Señor y Salvador, son conducidos por el Espíritu Santo a formar una comunidad plenamente comprometida, profesando una misma fe apostólica, predicando el mismo Evangelio, partiendo el mismo pan, uniéndose en una oración común y viviendo una vida de comunidad que se oriente al testimonio y servicio de todos. Ellos se hallan unidos con toda la comunidad cristiana de todos los tiempos y de todos los lugares, de suerte que el ministerio y la cualidad de miembros de todos, San reconocidos también por todos, y todos pueden, según lo exijan las circunstancias, actuar y hablar de común acuerdo frente a las tareas, a las que Dios llama a su Pueblo. Creemos, que debemos orar y trabajar por alcanzar esta unidad (15). Magnífica descripción de la unidad, que así visualizada y lograda vendría a constituir un adelanto inmenso sobre el actual estado de desunión de las iglesias. No es por cierto la meta perfecta, tal cual la Iglesia Católica la añora. Sin embargo alcanzar al menos esa unidad significaría un paso de extraordinario avance. Conocemos entonces la base común para la fraternidad ecuménica. Pero sentimos también el sufrimiento de la separación aún reinante entre los discípulos de Cristo. Ahora, ¿cómo seguir adelantando de modo que esta aspiración de la unidad se convierta en actitud de vida? Paso pues al tercer centro de interés de esta exposición. (14) Concilio Vaticano Il, BAC, p. 957 ss. (15) Neu-Dehli, Dokumentarbericht über die dritte Vollversammlung des Oekumenischen Rates der Kirchen, p. 130. (Evang. Missionsverlag, Stuttgart 1962).

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ECUMENISMO: ACTITUD DE VIDA CRISTIANA III VIVIR EL ECUMENISMO

Decía más arriba que el problema de la unidad, o el de su contrapartida, el problema de la división de la Iglesia, nos traslada al plano de las realidades sobrenaturales. El Decreto de Ecumenismo habla del "misterio sagrado de la unidad". Misterio participado, faceta del otro misterio más grande, que es Cristo prolongado a través de los tiempos en su Iglesia. Desconocer este entronque sobrenatural equivale a viciar todo esfuerzo por restablecer la unidad y en último término, llevarla al fracaso. Por eso la primera dimensión del Ecumenismo traducido en vida apunta al centro de toda vida cristiana: la conversión interior, el encuentro con Dios, la santidad de vida. El Decreto conciliar atribuye a estos 3 factores una importancia fundamental. Los llama "alma de todo el movimiento ecuménico" (n. 8). Cuando el Ecumenismo en cambio se manifiesta hacia afuera -cosa que quisiera detallar con más detención- se balancea entre dos extremos: el proselitismo y el relativismo religioso. El primero es un intento indebido de violar la conciencia de otro con el fin de que cambie de pertenencia religiosa; es un acercamiento poco honrado a la conciencia ajena atacando más bien que proclamando, como debiera hacerlo todo auténtico testimonio. En resumidas cuentas, el proselitismo es un afán de auto justificación, que a la larga no lleva al encuentro con la verdad de Dios, sino al callejón sin salida de concepciones humanas demasiado estrechas. Esclerosis eclesiástica incompatible con el dinamismo del mensaje cristiano. El otro extremo lo constituye "el falso irenismo", del cual habla el n. 11 del Decreto conciliar, o el relativismo confesional, que pretende ignorar el drama de Ja división y busca una unión violentando al igual que el proselitismo, las conciencia~ de las iglesias. La unidad no se conseguirá disimulando ni disminuyendo las diferencias reales de las denominaciones. Hay cosas de las cuales sólo se puede decir: "Si Ud. está en la verdad, yo estoy en el error; y si yo estoy en la verdad, Ud. está en el error" (16). La verdad que ha de inspirar nuestras vidas, después de todo, no es nuestra, para que podamos rebajarla o negociar con ella. No es por cierto el proselitismo atropellador el que podrá acercar la hora de la unidad. Pero tampoco lo podrá el indiferentismo. "Nosotros -decía hace poco Pablo VI- debemos a nuestra doctrina, que creemos divinamente revelada, la más absoluta fidelidad". Entre ambas actitudes se sitúa el auténtico Ecumenismo; pero no como ~i fuera un término medio, una componenda entre el proselitismo e indiferentismo, sino como una tercera actitud dinámica de vida, que participa del fervor y de la amplitud, que pudieran encontrarse en aquéllos. El Ecumenismo ignora el estancamiento. Es movimiento hacia la unidad vislumbrada en sentido convergente en el futuro. No busca "conversiones", ni nego. (16) Citado de Los Protestantes y el Segundo Concilio Vaticano (Casa Unida de Publicaciones S. A., México 1964).

(varios autores),

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cia con otros cristianos la unidad. Trabaja con miras al futuro. construye la unidad fijos los ojos en Cristo, que va entregando su unidad, cuando El la quiere y por los medios que El quiere. Se coloca a disposición del Señor de la Iglesia, quien mediante su Espíritu va guiando a los suyos hacia toda verdad. Ecumenismo es fülelidad a Cristo; fidelidad que nada tiene que ver con fanatismo hostilizador, ni can sentimentalismo, que todo lo admite. De esta actitud de vida fluyen espontáneamente normas de conducta, que podrán renovar toda la actuación práctica de los cristianos. El Decreto conciliar tuvo buen cuidado de señalarnos algunas de ellas. a) En el campo de la teología se ha de distinguir cuidadosamente la formulación doctrinal del mismo depósito de la fe. "De modo que -cito el n. 6 del Decreto- si por las circunstancias de los tiempos o de las cosas algo se hubiera venido observando de forma menos indicada... renuévese a su debido tiempo en forma justa y conveniente". No existe pues una teología inmovilista, una esclerosis doctrinal. La verdad de Dios tiene profundidades que nuestros conceptos humanos sólo logran penetrar paso a paso. Una teología pues, inspirada en "el sagrado misterio de la unidad" llevará el sello de la humildad y apertura al soplo del Espíritu, quien actúa donde El quiere. Será una teología convergente, pues en ella se irán recogiendo los haces de luz que brillan también en otros firmamentos diferentes al propio. b) En el terreno de la oración cristiana, vale recordar que la auténtica oración ecuménica no es aquella que "reza por", sino la que "ora con" los hermanos cristianos de otras iglesias. "Esta oración conjunta -observa el Decretoes un medio muy eficaz para conseguir la gracia de la unidad" (n. 8). El principio de convergencia tiene también aquí su aplicación: la unidad es un don de Dios, que El va derramando en su plenitud a medida que los cristianos se acerquen más al misterio de Dios (17). c) Y en todo cuanto se refiere a trato con cristianos de diversa afiliación eclesiástica, sobre todo en conversaciones sobre puntos doctrinales, se ha de proceder "de igual a igual", subraya el Concilio (Decreto de Ecumenismo n. 9). La convicción de hallarnos en la verdadera Iglesia no tiene por qué levantarnos sobre los demás para juzgar sus actuaciones o condenar sus formulaciones doctrinales. "De igual a igual" implica una conversión radical de toda autosuficiencia, intolerancia, o integrismo hasta posesionarse de una mentalidad abierta, caracterizada por aquel término inglés difícil de traducir, "comprehensivness'. Esta exigencia, anotada por el Conci-

( 17) Desde León XIII se han generalizado en la Iglesia Católica las novenas por la unidad de los cristianos. El introdujo en 1895 la Novena de Pentecostés con el fin de acelerar "la obra de la reconciliación de los hermanos separados". En 1908, dos ministros anglicanos Spencer Jones y Paul Wattson iniciaron la Church Unity Octave, que luego de la conversión de Wattson al catolicismo fue adoptada por la Iglesia Católica para los días 18 al 25 de enero. Estaba reservado al P. Paul Couturier el haber divulgado otro tipo de oración por la unidad. Su fórmula ya no era la de pedir el retorno, sino de pedir la unidad "tal cual Cristo la quiere y por los medios que El quiera", una fórmula que podría ser aceptada por cualquier comunidad cristiana convirtiéndose realmente en "oración universal" de los cristianos tocados por la preocupación de la tmidad. Esta nueva fórmula ha llegado a imponerse prácticamente en

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lio al parecer casi por descuido, es una de las más difíciles y al mismo tiempo más promisorias exigencias en el avance convergente del Ecumenismo. d) Por fin hay que mencionar también la aplicación que de esta actitud podemos hacer en materia de cooperación social. Ante el hombre y el mundo necesitado deben caer las barreras confesionales. Se trata antes que nada de levantar al hombre a su dignidad de hombre. Luego se podrá ver modo de conducirlo más alto hasta convertirlo en miembro de una Iglesia. Actuar de esta manera no es asunto de pura buena voluntad; es responder a un imperativo urgente e impostergable. La postura católica de Ecumenismo así lo reconoce cuando el Decreto conciliar escribe: "Como en nuestros días se está estableciendo una colaboración amplísima en el campo social, todos los hombres están llamados a la tarea común; con más razón empero quienes creen en Dios y antes que nadie todos los cristianos, como que han sido señalados con el nombre de Cristo ... Esta colaboración debe ampliarse más todavía, sobre todo en las regiones que se encuentran en evolución social o técnica, sea en el debido aprecio de la dignidad de la persona humana, sea en la defensa del bien de la paz y en la aplicación social del Evangelio, ... en la búsqueda de soluciones de todo tipo contra las aflicciones de nuestro tiempo, como son el hambre y las calamidades, el analfabetismo y la miseria, la escasez de viviendas y la injusta distribución de los bienes" (n. 12). En esta colaboración el Ecumenismo tomará una vez más su "vía media" entre el egoísmo proselitista, que se aprovecha de la miseria y necesidad ajenas para ejercer presión sobre las conciencias y de una filantropía naturalista. Movido desde adentro por la convicción de que este mundo debe servir al hombre y éste a Dios, el Ecumenismo verá en esta colaboración tan solo una respuesta a esta vocación general. A través de ese servicio desinteresado se avanzará con mayor seguridad por el camino de la unidad, que si ésta se busca sólo por vía de conversaciones.

¡Vivir el Ecumenismol ... ¿Otra complicación más de la vida cristiana? ¿Cómo podremos -preguntarán algunos- responder a tantas exigencias simultáneas que se nos ponen hoy en día? Pues -dicen- se nos pide vivir un Cristianismo que sea misionero, que sea mariano, que sea sacramental, que sea bíblico, ecuménico, etc. Realmente no se trata de una complicación más, sino de una riqueza más, de una demostración más de que vivimos una realidad inagotable, una realidad viviente, enérgica, que no quiere ser vivida fraccionadamente, sino en el más alto grado posible de plenitud.

la mayoría de los países donde hoy día se ha implantado la Semana Universal de Oración por la Unidad. En el texto conciliar recién citado se ha consagrado esta modalidad de la oración ecuménica.