Slave Gamble CLAIRE THOMPSON

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Slave Gamble CLAIRE THOMPSON

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Slave Gamble CLAIRE THOMPSON

CLAIRE THOMPSON Slave Gamble Slave Gamble (2009)

AARRG GU UM MEEN NTTO O:: "Me ganó en un juego de cartas" Sí, a Zoë Lennon le parecía una locura, pero cuando David Turner ganó una noche a la joven encantadora, era ella la que no olvidaría pronto. Con dominación suave, David llevó a Zoë en un viaje erótico de iniciación que la dejaría sin aliento y pidiendo más. Fue una apuesta que no debía tomarse a la ligera, pero la mano ganadora fue más de lo que jamás soñó. Una verdadera historia de amor y dominación.

SSO OBBRREE LLAA AAU UTTO ORRAA:: A Claire Thompson siempre le ha gustado escribir. Su trabajo comenzó como una exploración hacia el romance, y luego se desvió hacia el lado más oscuro de la fantasía, aunque no necesariamente requirieron que las experimentara. La mayoría de sus novelas tratan de la sumisión en el romance erótico. También le gusta el romance histórico erótico, el de vampiros y su última incursión es en el amor homo-erótico masculino. En definitiva su trabajo trata la condición humana y nuestra búsqueda constante de amor y de la intensidad en la experiencia.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0011 Me ganó en un juego de cartas. Ya sé, parece una locura. Parecía una locura para mí, también. Si yo no hubiera tenido más que mi parte de champán fino, podría haberlo incluso abofeteado en la cara cuando me lo dijo. Pero en vez de eso me quedé como una idiota, permitiendo que un extraño me dijera cosas que deberían haberme hecho sonrojar. Lo curioso fue, que aunque yo no lo conocía, lo conocí al instante. Mi estúpido novio, Jim, había estado apostando en el póker, como de costumbre. Había estado bebiendo grandes cantidades de cerveza, también, como de costumbre. Pero en lugar de la regular noche de póker con sus compañeros de trabajo, donde la apuesta involucrada raras veces supera los veinte dólares, esta noche él se había encontrado en un juego «real», y estaba más allá de su alcance. Amelia, mi única y verdaderamente rica amiga, estaba dando una de sus fiestas de gala, íntegra con un verdadero Quién es Quién en la lista de celebridades locales, la gente rica de negocios y los personajes influyentes de la comunidad. Como una reportera que cubría la escena local, me estaba familiarizado con muchos de ellos, si no personalmente, al menos por la cara y el nombre. Amelia prefería «temas» y al parecer esta noche el tema eran las rosas. Dentro de su preciosa espaciosa casa, todo estaba envuelto en rojos, rosas, amarillos y blancos. Había una enorme bola hecha de rosas que colgaban de la araña. El aroma de las flores exuberantes era abrumador, emergiendo desde los floreros a través del gran salón y el comedor. Toda la «gente linda» vestida atractivamente estaba entre los muebles, o nadando en la gran piscina o sumergida en la bañera de hidromasaje. Jim estaba en algún lugar de las entrañas de la casa, en su juego de cartas, y Amelia estaba ocupada siendo la anfitriona. Yo había salido a la piscina para alejarse de la multitud, preguntándome, como es mi costumbre terminar preguntándome cuando iba a estas fiestas, qué estaba haciendo allí. Estaba fumando un cigarrillo y pensando en lo que le diría a Amelia cuando diera mi temprano «agradecimiento» para salir. Estaba tratando de decidir si me sentía lo suficientemente sobria para conducir, y decidí que sí. Jim, que había venido conmigo, podría encontrar su propio camino a casa. Hacia su propio apartamento. Pronto me di cuenta, o más exactamente, admití, algo que ya estaba claramente escrito en la pared proverbial. Jim y yo éramos historia. Estábamos a punto de averiguarlo, si no lo hubiéramos hecho ya. Una profunda voz sexy me sacó de mi ensoñación. —Nauseabundo hábito, esto. Miré a mi alrededor y vi a un tipo de hombre GQ1, con el cabello y ojos oscuros. Él llevaba una camisa de seda, casualmente abierta en el cuello, jeans negros sobre botas negras. 1

GB: Revista mensual masculina que trata diferentes temas (salud, profesión, artes, modas, etc.)

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Su piel era de color canela, muy bien compensada con el color limón pálido de su camisa. Estaba en buena forma, pero no de un gimnasio. Era el tipo de ondulación magra que proviene de esquiar y jugar al tenis, de timonear su barco de vela o escalar en el Himalaya. Él miró disimulado y como si algo estaba enrollándose en su interior. Algo sexy y, posiblemente, peligroso. En una palabra, él era magnífico. Yo era probablemente quien lo miraba como una idiota. Deliberadamente, di una larga calada a mi cigarrillo, tratando de parecer fría y aburrida. Era tan pasado de moda que él criticara mi cigarrillo. —Perdón —dije lentamente, desafiándolo a que continúe.

en

mi

mejor

voz

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—Fumar. Me enferma. Tendrás que dejar de fumar ahora, ya sabes. —¿Y eso por qué? —Le pregunté, molesta de que aquel desconocido, no importa cuán guapo era, me estaba acosando acerca de fumar, mi mamá y Jim ya hacían lo suficiente. —Porque te acabo de ganar en un juego de póquer, y me gusta que mis chicas tengan sabor dulce. Me reí entonces, dándome cuenta de que él sólo me estaba levantando. Utilizando una muy creativa línea, supuse. Sin embargo, me encontré intrigada, y como ya he mencionado, un poco desprovista de sentido común, cortesía del alcohol. —Suena como si Jim realmente estuviera desesperado, ¿eh? —Seguramente lo está, cariño. Y yo estoy aquí para cobrar su deuda —Él se acercó y se inclinó hacia mí. Podía oler su perfume, algo entre la canela, el limón y el almizcle, cuando se inclinó y me besó en la mejilla —Eres mía, Zoë —susurró en mi oído. Esto era demasiado. Me aparté de él, ignorando el zumbido de la electricidad que había azotado a través de mí cuando sus labios tocaron mi cara. En ese momento vi a Jim aproximándose al exterior. Estaba buscando a su alrededor, probablemente a mí. Con alivio Corrí hacia él. —Jim, ¿qué le has estado diciendo a este tipo? ¡Afirma que él me ganó en una partida de póker! ¿Qué está pasando? —Jim se acercó y me abrazó. Olía a cerveza y sudor. Sudor nervioso. —Sé que esto es una locura, Zoë. ¡Yo no pensaba que él iba a ganar! Te lo juro, tuve la mano perfecta. Y yo iba a recuperar los $ 2.500 que había perdido y algo más… —¡$ 2.500! ¿Qué, perdiste tu mente de mierda? ¡Tú no tiene esa cantidad de dinero! ¿No sabes, Jim, que no se debe apostar más de lo que se puede cubrir? ¿Ahora me estás diciendo que perdiste $ 2.500? Porque si tú piensas que vas a pedirme prestado a mí, tienes otra cosa llegando… El señor Alto Moreno y Guapo se había acercado a nosotros. Intervino, su voz uniforme y suave. Quería darle un tortazo, decirle que se metiera en sus propios asuntos. Jim dio un paso hacia atrás ligeramente, cuando el hombre dijo:

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—No, Jim no me debe $ 2.500. Yo le perdoné la deuda, de forma condicional, por supuesto. Yo no necesito su dinero. Quiero algo más que él tiene. —Miró hacia mí, una lenta sonrisa curvó su cara, sus ojos brillaban por las antorchas dispuestas a lo largo de la piscina. Me volví hacia él, y dije, repentinamente participando en el juego: —¡Oh, que puede ser eso? Tendió su mano, sonriendo, y respondió: —Mi nombre es David. David Turner. Jim aquí hizo una apuesta muy inusual. Él la apostó, mi querida. Y yo estoy aquí para reclamar mi premio. No tomé su mano. En su lugar, tiré del brazo a Jim y lo saqué del alcance de su oído. Cualquier rastro de exceso de champán se había ido, y sentí un curioso nudo en el estómago. —Jim, ¿qué diablos está pasando? ¿Quién es este tipo, y cómo te atreves a apostarme en un juego de cartas? ¡Tú no puedes apostar algo que no te pertenece! Y, en caso de que no lo hayas notado, ¡no soy de tu propiedad! ¡Soy una persona! Jim estaba sudando, más que lo que la cálida noche de verano justificaba. Miró con ansiedad a este tipo David, que estaba mirando a la piscina, donde varias cositas dulces muy ligeras de ropa estaban retozando en el agua. Me volví a Jim, esperando por su explicación. —Dios, Zoë, yo había bebido mucho, y no estaba pensando con claridad. Siguió insistiendo contigo. Al igual, tan hermosa como eres, y tan caliente, y me maravillé que él había entrado como un bebé. ¡Yo estaba tan condenadamente seguro de que lo había hecho! ¡Estaba tan seguro de que tenía la mano ganadora!, lo juro por Dios. —Pero yo tenía $ 2.500 perdidos, e incluso si hubiera ganado la mano, todavía estaría debiendo algunos dólares pesados. Así que cuando dijo, «voy a ver tus cien, pero tengo una idea mejor. ¿Qué sobre una noche con tu hermosa novia?» Bueno, ¿cómo podía negarme? Estaba tan seguro de que ganaría, que era simplemente académico. ¡Era una broma! ¡No tenía idea de que hablaba en serio! Jim continuó, con una expresión suplicante. —Sé que es una locura, pero tal vez tú podrías llevarle la corriente un poco o algo así. Dejar que te invite un trago, ¿tal vez? No lo sé. No respondí. Yo sólo me quedé ahí furiosa con él. ¡El hombre había tratado de venderme en un juego de cartas! Él continuó, su voz ahora un gemido. —Por favor, Zoë. Sé que soy un imbécil total, pero te digo la verdad, ¡no sé qué hacer! Yo no tengo $ 2.500, y de alguna manera no parece el tipo de persona que diga que lo olvide. Oye, todo lo que tendrías que hacer es pasar un par de horas con él. ¿Qué dices? ¿Por favor? Nunca voy a pedirte nada, otra vez después de esto, ¡lo juro! —Entonces Jim hizo una cosa que me afectó. ¡Comenzó a llorar! El pobre patético muchacho empezó a hacerse pedazos, y se retorcía las

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manos. Me acordé que una vez yo había pensado que realmente me gustaba el chico, y él se veía tan miserable parado allí. Y no era como si este individuo David fuera repugnante. Él obviamente era rico, y totalmente hermoso, ¡y al parecer me encontraba atractiva! Era una especie de adulación, de una enferma manera. Le dije: —Muy bien, Jim. Dejaré que el hombre me compre una bebida. Pero sólo para que conste, esto es lo último que me pides, porque a partir de ahora, hemos terminado. Era como si él no oyó la última parte, o no le importaba. En cualquier caso, lo único en que se centró fue en que yo le dije que lo haría. —Oh, ¡gracias, gracias, gracias! —Gritó, alcanzándome en un fuerte abrazo. —Sólo una noche. Y tienes mi número de celular. Llámame si me necesitas. Sí, como si vendría corriendo para salvarme mientras yo estuviera siendo violada. Yo diría: «Perdón, por favor deje de violarme un minuto para que pueda llamar a mi inútil ex novio, Jim». Miré a mi aspirante a violador. Miraba hacia nosotros ahora, y sonrió de nuevo con esa sonrisa lenta. Él no se parecía a un violador. Parecía un chico formal. Jim se desvaneció, y yo caminé lentamente hacia el hombre que me había ganado en una apuesta. —Tú manejaste bien esto —comentó sonriendo. —Salir de la relación sin todas las lágrimas y las peleas habituales. Y ahora, en vez de permanecer en esta lujosa, pero entre nosotros, más bien aburrida fiesta, te vienes a pasar una noche conmigo. —Lo conseguí, ¿eh? Bueno, no te ofendas, pero estás muy seguro de ti mismo. Él ladeó la cabeza hacia mí y me dio una mirada que envió escalofríos derecho a mi centro. Yo esperaba que no se hubiera dado cuenta. ¿Quién era este tipo? En vez de responder directamente a mi burla, dijo: —¿Tienes un coche, o quieres venir conmigo? ¡Como si yo realmente me iba a meter en el coche de este extraño! —Tengo mi propio coche. ¿Qué tienes en mente? —Me puedes seguir. —¿A dónde? Yo realmente no quiero otro trago, a decir la verdad. —Tenía la cabeza empezando a dolerme un poco, mientras el champán trabajaba su veneno a través de mi sistema. —Mi casa. No es muy lejos de aquí, en realidad. —Lo siento. No voy a las casas de los hombres extraños. Él me dio esa mirada otra vez, la que parecía pasar por alto mi cerebro e ir derecho a mi alma. —Tú me conoces ya, Zoë. Y yo te conozco. Sé lo que quieres, y lo que necesitas. Pobre Jim, no tenía la menor idea. Y me imagino que ninguno de tus otros novios tampoco. Es por eso que una adorable mujer tan sexy aún está sin compromisos a la madura edad de veintiocho. ¿Estoy en lo cierto?

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—Estoy segura de que no tengo ni idea de lo que quieres decir —dije con arrogancia, a pesar de que algo dentro de mí estaba respondiendo a cualquiera sea el lenguaje secreto de lo que estaba hablando. Me miró otra vez, sin decir nada. En su lugar, comenzó a alejarse. Confusa le grité: —¡Hey! ¿Dónde vas? —A mi coche. Está enfrente. Puedes seguirme. Di adiós a nuestra encantadora anfitriona, y encuéntrate conmigo en la entrada. Tómate tu tiempo, yo esperaré. Consideré ponerme a protestar de nuevo; negarme, pero esto no era una lucha. El hombre, sin nada más, me tenía muy intrigada. Y a decir verdad, yo realmente no pensaba que era peligroso o nocivo en caso de que me fuera a su casa. Algo en sus ojos me decía que yo estaba a salvo. Además, tenía el número del teléfono celular de Jim.

La casa de Amelia era tan imponente como ella. Encontré a mi anfitriona, y después de ser forzada a unos minutos de charla con un dignatario extranjero, tuve la oportunidad de sacarla a un lado. —¡Escucha, Amelia! ¡La cosa más loca me ha sucedido! Mi estúpido novio. Es decir, mi ex novio a partir de esta noche, hizo una apuesta de 2.500 dólares que no podía cumplir, ¡y entonces le dijo a este tipo que le permitiría pasar la noche conmigo como pago! —¿Qué? —Amelia, una grande pero hermosa mujer, miró hacia mí con sorpresa —¿Y quién es éste, que quiere llevarte? ¿Quién iba a pagar 2.500 dólares por una noche con Zoë Lennon? Quiero decir, eres una chica linda, ¡pero esto parece un poco caro! —Ella sonreía, como si pensaba que yo estaba bromeando. —¡Hablo en serio, Amelia! El tipo en cuestión es un tal David Turner… Ella interrumpió, sus ojos redondos cada vez más grandes. —¡David Turner! ¿Tienes alguna idea de quién es? ¡Oh mi dios! ¿Él quiere pasar la noche contigo? ¡Eres muy afortunada! ¡Yo no lo podía creer cuando dijo que vendría a mi fiesta! Él siempre rechaza mis invitaciones. Oh, muy educadamente, por supuesto, y siempre con una excusa hermética, como que está cogiendo un avión a Italia, o que tiene un gran contrato para cerrar, y no puede escapar. Muy elegante, muy apropiado. Muy indisponible. Ella se detuvo un momento para tomar un gran sorbo de su vino. Y yo tuve la oportunidad de tomar la palabra. —Entonces, ¿quién es este tipo? ¿Cómo es que no he oído hablar de él? Conozco a todo el mundo en esta ciudad, ¡al menos por su nombre! —Se acaba de mudar aquí, de Seattle. Él comenzó su pequeña propia compañía de software, y al parecer lo que estaba vendiendo era de interés para Microsoft, ¡porque lo compró por una suma de millones y millones de dólares!

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—No le gusta la atención o la publicidad. Todo fue muy confidencial cuando compró la antigua mansión Quimby. ¡Yo sólo sé sobre esto porque vivo en el barrio! ¡No podía ni siquiera convencerlo para una taza de té hasta esta noche! —Bueno —dije, impresionada e intrigada aún más, a pesar de mí misma —Todo eso está muy bien, pero ¿este tipo piensa que sólo puede «comprarme» para la noche y…? —Oh, ¡despiértate, Zoë! ¡No tienes idea de lo afortunada que eres! Si este tipo quiere llevarte, y ésta es su forma de hacerlo, ¡adelante! 2.500 dólares es una ridiculez para este tipo. El probablemente gasta gran cantidad en su cuenta de la limpieza en seco. —Ok, ok —le dije, preguntándome ahora si todavía estaba esperando en la puerta —Así que no es como un asesino del hacha, y puedo ir a su casa y estar segura… Una vez más me cortó. —¡Su casa! ¡Vas a su casa! ¡Oh mi dios! Prométeme que me contarás cada pequeño detalle. El mobiliario, las obras de arte. ¿Tiene una piscina? ¿Cuántos dormitorios, cuartos de baño…? —¡Cállate, Amelia! El tipo no va a esperar toda la noche por mí. Ya sabes dónde estoy, así que si no vuelvo a aparecer por la mañana, ¡llama a la policía! Creo que voy a ir a ver al Señor Soltero Elegible, y voy a darte un informe completo mañana. —¿Lo prometes? —Lo prometo.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0022 Seguí su Porsche de color rojo brillante con mi práctica Toyota Corolla, sintiéndome poco elegante, y como resultado, un poco a la defensiva. A pocos kilómetros de Amelia, llegamos a una verja de hierro de gran tamaño. Después de un segundo, la enorme puerta comenzó a abrirse, permitiéndonos entrar por un largo camino zigzagueante a su casa. Cuando nos detuvimos en el camino circular delante de la casa, él estaba de inmediato en la puerta de mi coche, abriéndola como un caballero, tendiendo su mano para ayudarme. Yo no la tomé por supuesto, he sido capaz de salir de un coche por mi cuenta desde hace algunos años. Su camino era de piedra, y en mis lujosos zapatos de tacón alto de fiesta, tuve que pasar cuidadosamente. Me llevó hasta la imponente gran puerta de roble, y usando una llave electrónica de algún tipo, pulsó unos cuantos botones y se estábamos adentro. El vestíbulo era casi tan grande como mi apartamento, pero estaba cálidamente decorado con grandes finas reproducciones de Klimt y Franz Marc. ¡Al menos, supuse que eran reproducciones! El suelo era de mármol, pero con una incrustación irregular de una gran mariposa en tonos amarillos y dorados en el centro de la planta, que recogía el oro en los vestidos de las esbeltas mujeres de Klimt. —Bienvenida a mi humilde morada —dijo David, sonriendo —Es demasiado grande, es ridícula, pero mi contador me convenció de que a efectos fiscales tenía sentido. Vamos a la cocina. Voy a conseguir algo de beber. Luces sedienta. Era gracioso. Yo no tenía sed hasta que él lo dijo. Ahora me di cuenta que estaba deshidratada. Lo seguí, a través de las amplias habitaciones, todas decoradas con un similar estilo de fin del período francés. Enormes ventanas en cada pared prometían arroyos de luz solar durante el día. Yo quería parar y admirar las habitaciones, pero David estaba caminando rápidamente, y no quería perderlo. Una vez en la cocina, David abrió el enorme refrigerador de acero inoxidable y sacó dos botellas de agua mineral. Me sirvió agua en una copa de cristal y dijo: —Por nosotros —ligeramente levantando su copa en mi dirección. Dejó su copa y se movió delante de mí, de manera que mi espalda estaba presionando contra el borde de la encimera de granito azul oscuro. Sentí que mi corazón se me aceleraba en el pecho. Me sentí como si estuviera en la escuela secundaria y el chico bonito del equipo de fútbol fuera mi cita en la fiesta de graduación. Estaba tan nerviosa que mi mano realmente se sacudió un poco y se cayó un poco del agua con gas. —¡Oh! —Dije, desfalleciendo, tratando de apoyar el vaso con este hombre alto inclinado tan cerca de mí que yo podía ver el rastrojo de la ligera sombra de la barba recién afeitada. Sin mirar, cogió el vaso de mi mano y lo colocó sobre el mostrador. Reclinándose, llevó sus labios cerca de los míos y me besó. Comenzó dulce y casto. Sólo labios tocando labios. Suaves adorables labios. Y lo admito, fui yo quien en realidad abrió los labios en primer lugar, para tocarlo con mi lengua, invitándolo a un beso de un amante. Se inclinó aún más sobre mi, tomando mis manos entre las suyas y levantando mis brazos hasta que se apoyaron en el mostrador, apuntalándome efectivamente allí, y sosteniéndome en TRADUCIDO por JORGELINA – Editado por Mara Adilén

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ese abrazo, mientras seguía besando mi boca. Yo estaba cautiva por debajo de él, y de alguna manera eso adhería emoción a ese beso. Él podría aplastarme debajo de él si así lo deseaba, podía tomarme en ese preciso momento y yo no habría podido resistir. Yo no hubiera querido. Era un beso adorable, del tipo que te hace derretir, que te hace querer hundirte en cualquier lugar. Podría haberlo hecho, también, pero él me estaba sosteniendo. Por fin me soltó, y yo hice algún tipo de suspiro. Entonces me sonrojé, avergonzada de haber sido tan evidente con él. Por último, sin convicción, le dije: —Wow. ¿Dónde aprendiste a besar así? Él me sonrió y me sonrojé aún más. ¡Hablando acerca de un comentario estúpido! ¿Dónde estaba, en la escuela secundaria? —Zoë —dijo —yo intuyo algo sobre ti. Lo miré, no estando segura de lo que quería decir, pero sintiendo de alguna manera que este era uno de esos momentos claves donde mi vida estaba a punto de tomar una nueva dirección. No le respondí. —Necesitas algo que sin duda nunca has conseguido. Es algo que creo que puedo darte. Acertijos. Y sin embargo, estaba aquel lenguaje secreto otra vez, algo susurrando y arremolinándose justo debajo de mi conciencia. De alguna manera sabía lo que estaba diciendo, aunque yo no tenía aún el lenguaje de eso. Sin embargo, los nervios o jactancia, me hicieron chillar: —¡Oh, sí seguro! Ahora vas a contarme acerca de tu enorme polla y cómo puedes darme lo que necesito, sí bebé. —Traté de reír, traté de sonar mundana y cínica, pero él no se reía conmigo. En lugar de eso dijo: —Para esto, Zoë. Es falso, el comportamiento culo-inteligente no va contigo. Esa no eres tú. Es algo que llevas como una máscara para mantener a la gente a raya. No lo necesitas conmigo. Ya lo sabes. Tragué saliva. ¿Quién era este hombre? —Voy a ser más directo —añadió. Mientras hablaba, pasó el dedo suavemente por mi mejilla. Sus ojos estaban fijos en los míos y me sentí como si estuviera siendo hipnotizada —Yo soy lo que tú llamarías un dominante, o Dom, para abreviar. Es decir, yo asumo el control. El complemento de un Dom es un sumiso, que se somete a los deseos y exigencias de su Dom. No se trata de abusar, o forzar. Es un adorable y consensuado intercambio de poder, que termina creando algo más grande y más espiritualmente persuasivo que cualquier mera relación sexual jamás podría. —Lo que yo siento en ti, Zoë, es tu naturaleza sumisa. Algo en tu compostura, en tu actitud, me alertó en un primer momento. No sé cómo describirlo, es un sexto sentido mío. Sé enlazar en algún nivel visceral con mujeres sumisas y rara vez me he equivocado. Ese beso ahora mismo, me lo confirmó. Estás deseando someterte. Someterte sexual y espiritualmente a alguien que entienda y aprecie el don de tu sumisión. —Yo quiero ser ese alguien. Tanto como tú deseas eso, yo deseo lo que ofreces, a cambio. Yo quiero eso, dado libremente. Quiero reclamarte por mi cuenta. TRADUCIDO por JORGELINA – Editado por Mara Adilén

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Me quedé mirándolo. ¿Cómo podía estar diciendo esto? ¿Tenía un cartel de publicidad de mi orientación sexual? Yo nunca había compartido algo como esto con nadie. Y, sin embargo, allí estaba él, derramando fantasías y sueños enterrados en secreto como si me hubiera puesto un anuncio personal con todas sus letras. ¿Cuántos hombres habían intentado el «truco» de la lucha libre conmigo, sólo para poder manipularlos inmovilizándolos? ¿Cuántas novelas románticas mal escritas me había comprado y tratado de leer con dificultad, si había un hombre fuerte que rasgaba la blusa de la pobre mujer pechugona de la portada? Nadie había nunca conectado con esta parte mía. Yo la había mantenido oculta, creyendo en algún nivel que estaba «enferma» y «débil», incluso por entretener la fantasía de perder el control ante un hombre fuerte. David me sonrió y dijo: —¿Entiendes lo que estoy diciendo? —Yo… es decir, eh, no sé qué decir. No sé lo que quieres decir. Aparté la vista. Descubrí de pronto que no podía mirarlo a la cara. —Mentirosa. Me sonrojé. Estaba en lo cierto. Era una mentirosa. Sus palabras me habían inflamado. Me sentía casi mareada con sentimientos aún sin explorar. Sueños secretos olvidados vinieron corriendo hacia mí. No las imágenes en sí, sino una sensación de deseo, de necesidad. La necesidad de ser tomada, de ser controlada. Los sueños que había guardado, pensé siempre, porque no encajaban con mi imagen de lo que era ser una mujer independiente. —Veo que estás luchando contra tus demonios, mi ángel. Yo te ayudaré. Tú no tienes que decidir una cosa. Quédate conmigo. Sólo por esta noche. Vamos a explorar juntos. Déjame llevarte donde tengo la sensación que quieres ir; donde deseas ir. —Te deseo. Deseo usarte y deseo probarte. Deseo ver si tienes el temple, si tienes el valor de someterse. En este momento, sólo tienes una decisión que tomar. Decide si vas a quedarse por una noche. Si no te gusta lo que pase, eres libre de irte. De hecho, eres libre de irte en cualquier momento. Simplemente di «luz roja» y no importa lo que esté pasando, me detendré. Y saldrás de esta casa y volverás a tu seguro insulso pequeño mundo, con tus seguros y aburridos amantes. El desafío era evidente en sus comentarios, pero me olvidé de salir con una respuesta insolente. Me sentí como si alguien hubiera encendido una luz y brillado dentro de mi alma. Yo ya había tomado la decisión. Me quedaría. Vería lo que me ofrecía. —Sí —logré susurrar —Me voy a quedar. Inclinándose hacia abajo, él me besó de nuevo, esta vez sujetó mis brazos detrás mío. Me di cuenta de que apenas podía respirar. Por fin me soltó, y yo tuve que agarrar el mostrador detrás de mí para no caerme. Él dijo en voz baja: —Hay reglas, mi amor, para tu estadía. Debes estar dispuesta a obedecer estas reglas, y entenderlas desde el principio. Si te quedas esta noche, me obedeces por completo. No me cuestionas. No pones en duda mis demandas. Haz lo que te digo o sufres las consecuencias. ¿Entiendes, hermosa?

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Me sentí bella, también. Me hizo sentir hermosa y especial, y también algo más. Algo libertina y necesitada, algo profundamente sexual y sensual. Yo quería lo que él me ofrecía. Lentamente, asentí con la cabeza. —Si planeas permanecer, arrodíllate delante de mí ahora. —Su voz era grave y musical. Me sentí como si estuviera atrapada en su hechizo. Era un mago y yo era la princesa inocente. Casi en un sueño, caí sobre mis rodillas ante él. —Me quedaré —susurré de nuevo. —Buena chica —murmuró él, mientras pasaba sus dedos por mi pelo. Entonces, sin previo aviso, tiró de mi pelo y lo utilizó para levantar mi rostro para que lo mirara. —Zoë, no eres mía todavía. Pero si me complaces, me pertenecerás. Ahora levántate y sígueme. Te voy a llevar a la sala de juegos. Lo seguí, en un deslumbramiento. Estaba asombrada de cómo él de alguna manera había tomado el control tan fácilmente. ¿Cómo había conocido mis necesidades secretas? Subimos por las escaleras y un pasillo. Abrió una puerta que daba a otro conjunto de escaleras. Subimos estos también y llegamos a una habitación muy bien amueblada, con una gran cama, un sofá y una mesa larga y baja. Supongo que yo esperaba algo como una especie de calabozo, en realidad me sentí algo decepcionada. Leyendo mi mente dijo: —Ni látigos ni cadenas. Tú no estás lista para eso, todavía. Todavía. Consideré por un momento dar la vuelta en ese mismo momento y marcharme. ¿Me dejaría ir? ¿O era en realidad un loco asesino en serie, y yo era la última en su lista de asesinatos? Mientras pensaba esto, se inclinó hacia abajo, acariciando suavemente mi mejilla. Su mirada era tierna. —No tengas miedo, Zoë. No voy a darte más de lo que puedes manejar. Y recuerda tu palabra de seguridad. «Luz roja» y yo me detengo. Todo se detiene, y quedamos como amigos. —Pero espero que te quedes. Siento algo inexplorado en ti. Algo que, si lo mantienes encerrado dentro de ti, te impedirá transformarte completamente. Como he dicho, tengo un sentido en estas cosas, y rara vez me he estado equivocado. Confía en mí. Dame una oportunidad. Por lo menos, satisface tu curiosidad sobre la dominación y la sumisión. Bueno, yo tenía curiosidad. No, yo estaba más allá de curiosidad, yo estaba cautivada. Cada vez que él mencionaba que había algo dentro de mí que era necesario explorar, sentía ese raro nudo en el estómago. Un torrente de adrenalina y un hilo de voz en algún lugar dentro de mí gritando: «¡Sí!» Tenía que averiguar sobre lo que él estaba hablando. Quería ver si mi cuerpo, que ya estaba muy interesado, sabía más que mi sobre-analítico cerebro. Asentí lentamente con la cabeza, por último dejé que la red de este extraño sueño descendiera plenamente. Él sonrió y me besó en los labios, suavemente esta vez, sólo por un momento. Retrocediendo, él dijo: —Quítate el vestido y los zapatos.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0033 Esto fue dicho de manera tan natural que ni siquiera consideré desobedecer. Salí de mis zapatos de cuero Kate Spade y me quedé en mis pies descalzos, sintiéndome baja. Debido a que estábamos en medio de un verano caliente, no llevaba medias. Al llegar a mi espalda, me desabroché el pequeño conjunto de seda de diseño que ocultaba mis imperfecciones tan bien. Me quedé de pie con mi sujetador y bragas, agradeciendo a la buena fortuna que yo me había puesto la hermosa ropa interior nueva de encaje de seda a juego que acababa de comprar, en vez de mi habitual práctico conjunto de algodón blanco. Metí mi vientre y empujé mis pechos, con la esperanza de estar siendo atractiva, mientras al mismo tiempo me sentía muy vulnerable. David estaba sentado en un sofá de cuero bajo, evaluándome. Tenía los ojos oscuros como la combustión del carbón. Me sentí desnuda. Impulsivamente envolví mis brazos alrededor de mi torso, sintiéndome expuesta. —Deja caer tus brazos. Deja que te mire. Comencé a protestar, pero él me recordó su advertencia anterior. «Si te quedas esta noche, tienes que obedecerme por completo.» Poco a poco dejé caer mis brazos, tomando una respiración profunda. Sabía que a los hombres les gustaba mi cuerpo, yo no tenía necesidad de ser tímida en torno a este hombre. Era sólo un hombre, como cualquier otro. —Ponte sobre tus rodillas y gatea hacia mí. —¿Qué? —Necesitaba un cigarrillo. —Ya me has oído. Desciende. Me quedé parada allí. Este estaba loco. Yo no iba a gatear hasta este hombre. Una vez más habló. —O vas es serio y te dispones a someterte a mí por esta noche, o no lo haces. Si no lo haces, ponte la ropa y vete. Si lo vas a hacer, cae al suelo y gatea. Ahora. Me lo quedé mirando, sintiendo crecer mi ira. Esto no encajaba con mi fantasía de la bella princesa raptada y adorada por el misterioso encantador. Y, sin embargo, de alguna manera lo hice. Me sentía caliente, como si me estuviera quemando adentro, e irradiaba desde mi centro, desde mi sexo. Me di cuenta que estaba ridículamente mojada, y él ni siquiera me había tocado. Me dejé caer al piso. Me sentía ridícula allí de rodillas. Pero incluso mientras mi rostro ardía por la vergüenza, sabía en una parte de mí que era más honesta y menos protectora, que quería esto. Lentamente me arrastré hasta los pies vestidos en botas de David. Cuando llegué allí, levantó un pie y lo puso sobre mi cabeza. Presionando hacia abajo, obligó a que mi frente tocara el suelo. Cerré los ojos, tan sorprendida de lo que le estaba permitiendo como de lo que estaba sucediendo. —Tendrás que acostumbrarte a esta posición, querida niña. De rodillas ante mí, con tu frente apoyada en el suelo, y ese hermoso culo levantado para lo que se me antoje hacer con él. Tú eres encantadoramente hermosa, e inteligente. Y eres muy consciente de tu propio encanto. Estás acostumbrado a conseguir lo que quieres o, lo que piensas que quieres. Tienes demasiado orgullo. Necesitas ser humillada. Tienes que aprender a rendirte; a entregarte a ti misma. Te TRADUCIDO por JORGELINA – Editado por Mara Adilén

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conozco, incluso a pesar de que acabamos de conocernos. En un cierto nivel, tú ya me perteneces; siempre me perteneciste. Naciste con mi nombre debajo de la lengua. Me quedé en silencio, oyendo lo que él acababa de decir, examinando mi cerebro. Sí, nos conocíamos en un cierto nivel básico visceral que no se podía explicar o mejorar por el tiempo y la familiaridad. Yo no comprendía muy bien todo lo que estaba diciendo, no estaba segura de si lo apoyaba. Pero yo lo quería. David continuó: —La mejor manera que conozco para darte una degustación física de lo que estoy diciendo es con una buena paliza a la antigua. Hay algo en una mano atravesando por la piel desnuda, es muy humilde, creo que tú lo entenderás. Así que levanta ese perfecto cuerpo tuyo y extiéndete sobre mis rodillas. Yo seguía de rodillas, mi culo en el aire, mi cabello ocultando mi rostro. Sentía la ira luchando con el deseo. La imagen de la pareja subida-de-tono en la cubierta de las novelas románticas ¡estaba muy lejos de ser hecha para preparar a alguien para una paliza con el culo al aire! ¡En lugar de ser hábilmente seducida, me iba a conseguir un azote, como una especie de niña mimada! Pero yo sabía, incluso, cuando discutí en mi cabeza que yo iba a hacerlo. Mi trasero, de hecho, hormigueaba en la anticipación. Lentamente, me senté y luego me levanté, me incliné sobre sus fuertes piernas vestidas con jeans azules. Yo todavía tenía mis bragas y sujetador, que era algo por lo menos. Yo sabía, sin embargo, que era sólo cuestión de tiempo antes de que él me desvista. Sentí sus dedos, frescos contra mis muslos, y luego alisando sobre la seda de mi bonita ropa interior de color crema. Poco a poco me acarició y masajeó a través de la seda. Me sentí realmente muy agradable, y comencé a relajarme. Puso una mano en la parte baja de la espalda y dijo: —Yo te voy a azotar ahora, dulzura. No porque te estoy castigando por algo. Sino porque esta será tu primera prueba de tu sumisión. Tomar una paliza de manos de tu amo. Para saborear el dolor, y sentir su poder. Para tomar lo que te doy, y ver de qué estás compuesta. —Amo. Él había salido y dicho eso. Y si había un amo, también había un esclavo. Un espasmo de miedo disparó a través mío, como hielo caliente llenado mis venas. Yo podría haberme puesto de pie en ese momento. Podría haber dicho esa frase tonta, «luz roja», y ponerme mi vestido nuevo, e irme. Estaba segura de que no me mantendría allí contra mi voluntad. Eso no era lo que él había dicho. Pero no me levanté. En su lugar, contuve la respiración, no me moví. Quería ver de qué estaba hecha también. ¿Me gustaría? ¿Lo odiaría? ¿Me sentiría ridícula y humillada? No tuve que esperar mucho, porque de repente oí un ruido golpeando fuerte. Una fracción de segundo más tarde sentí un leve pinchazo. Su mano era grande, y abarcaba toda la mejilla. La tela sedosa no era ninguna protección. De nuevo la mano cayó, en la otra mejilla. Me sacudí contra él. Él golpeó mi trasero varias veces más. Me estremecí y pude sentir el calor, pero no fue tan malo. ¡Podía tomar esto! Era muy emocionante, ser sujetada por la mano sobre mi espalda, y azotada. Mi coño se apretaba contra su muslo con cada golpe, me ponía aún más caliente y más húmeda, si eso era posible.

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Con un solo movimiento, arrastró las bragas hacia abajo, dejando al descubierto mi trasero. Me retorcí y traté de levantarme. Yo había sabido que era cuestión de tiempo antes de que me desnudara delante de este hombre, pero cuando sucedió, yo no estaba lista. Él me mantuvo en el lugar, presionando mi cabeza detrás de sus rodillas, y apretándome entre el sofá y su cuerpo de modo que no pudiera moverme. Yo forcejeé un momento, pero él era muy fuerte. —Detente —dijo, su voz suave pero inflexible —No te resistas a mí de esta manera. Recuerda quién eres. Esto es lo que quieres; lo que necesitas. Tómalo. Toma esto por mí. Estás preciosa. No seas tímida acerca de este cuerpo perfecto, Zoë. Tú has nacido para estar desnuda. Yo siempre te mantendré desnuda, una vez que me pertenezcas. Las palabras resonaron en mí. Una vez que me pertenezcas. Este hombre estaba estableciendo un reclamo sobre mí, y él sólo me conocía desde hacía unas pocas horas. Y, sin embargo, algo dentro de mí respondía, aunque no dije nada en voz alta. Me distraje de sus palabras por su mano. Él empezó a pegarme de nuevo, esta vez sin parar hasta que mi pobre trasero estaba ardiendo. Yo estaba luchando incluso a pesar de que quería estar todavía. No lo podía evitar. Como ya forcejeaba, él me giró, por lo que yo quedé equilibrada ahora con la parte baja de mi espalda contra las rodillas. Presionando una mano entre mis piernas, las obligó a abrirse. Riéndose de un modo bajo y sexy, dijo: —Oh, mi pequeña puta. Estás tan húmeda. Yo tenía razón. Esto era necesario. Y es sólo el comienzo. Sólo el principio. —Entonces sus dedos celestiales abrieron mi hendidura, y deslizó un dedo profundamente dentro de mí. Gemí y me elevé a mí misma para tomarlo más profundo dentro de mí. Retiró el dedo y lo deslizó sobre mi clítoris, tocándome con ligeros movimientos de mariposa. Yo gemía, bajo y gutural. Mi cerebro trataba lograr que me sienta avergonzada. Tratando de hacerme cerrar mis piernas y que me incorpore y exija que devuelva mis bragas. Pero mi cuerpo hizo caso omiso de mi cerebro, y extendió mis piernas aún más, deseando sentir su polla dentro de mí, su boca una vez más sobre la mía. David se puso de pie, moviéndose de manera que me acomodó en el sofá. Desabrochó el sujetador, y brevemente ahuecó mis pechos en sus manos. Arrodillándose a mi lado en el sofá, él se inclinó y lamió un pezón. Este se endureció y se hinchó. Pasó la lengua sobre el otro pezón, y luego lo mordió, suavemente. Otra vez gemí, y mi mano se deslizó a mi coño. Me agarró la mano y me dijo: —No. Eso ya no es tuyo. No lo toques a menos que yo te diga. —Se puso de pie y me levantó, desnuda. Yo apenas le llegaba al pecho con los pies descalzos. —¿Cómo estás, cariño? —Preguntó ahora —¿Es esto lo que quieres? ¿Estás lista para más? —Sí —dije en voz baja. Normalmente nunca ni siquiera me besaba en la primera cita, pero era como si esa fuera la «vieja» Zoë. La «falsa» Zoë, incluso. La que se comportaba de la manera en que yo pensaba que una buena chica «debe comportarse». ¿Ese era mi verdadero «yo»? ¿De pie desnuda, sin aliento, sonrojada, anhelando que este hombre que acababa de conocer me tomara, me jodiera, para que, como él había dicho, me reclamara? Esto se sentía real. Más real que cualquier cosa en mi vida hasta este momento. TRADUCIDO por JORGELINA – Editado por Mara Adilén

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David me condujo al centro de la habitación. Ahora me di cuenta de que había grandes ganchos curvados incrustados en el techo, como para colgar una planta de ellos. —Quédate ahí, no te muevas —ordenó. Fue a un armario, sacó varias cosas y volvió a mí. —Ofrece tu muñeca. —Lo hice, y él me puso esposas de cuero suave en cada muñeca, asegurando el cuero sobre un pequeño anillo de metal. A continuación adjuntó un clip para cada anillo. Levantando mis manos, tomó las pinzas y las unió juntas. Estaba esposada con eficacia, con las manos entrelazadas delante de mí, pero con esposas de cuero suave. Mi corazón estaba machacando un pequeño martilleo en contra de mi caja torácica. David vino detrás de mí y me acarició el pelo, besando mi cuello. Podía sentir su erección contra mi espalda. Torcí mi cabeza hacia atrás para recibir otro beso, y él me complació. Alejándose de mí, dijo: —Voy a asegurar tus muñecas a una cadena, y asegurar la cadena al techo. ¿Vas a dejarme hacer esto, no es cierto, ángel? Aún recuperándome de ese último beso profundo, de pie, desnuda y esposada, asentí con la cabeza. Tomó una cadena larga y delgada y sujetó mis puños a la misma. Luego, tomando una pequeña escalera, subió, colgando la cadena, y asegurándola en uno de los ganchos curvos. Él la tiró hasta tensarla, forzando a mis brazos a levantarse por encima de mi cabeza, completamente extendidos. Me sentí muy vulnerable e indefensa, pero también profundamente excitada. Volvió al armario y esta vez trajo un pesado azotador, cabritilla marrón oscuro, con un grueso manojo de trenzas colgando de un largo grueso mango. Me quedé sin aliento, nunca había visto tal cosa en la vida real. —Es un látigo. Un azotador. Es una adorable manera de iniciar a un sumiso, porque su beso puede ser dulce y cariñoso —mientras hablaba, arrastraba las trenzas sensualmente a través de mi espalda y mi culo —o —y ahora él me golpeó, no duro, pero con suficiente fuerza para picar —o puede morder. —Me sacudí hacia adelante, y envolvió un brazo alrededor de mi cintura desde atrás, tirando de mí en su contra. Besando mi cabello, acariciando mi cuello, dijo: —Yo voy a azotarte, Zoë. ¿Crees que puedes manejarlo? Estaba respirando con dificultad, tan excitada que me sentía mareada, casi con náuseas. Traté de contestar con sinceridad: —Dios, David, ¡no lo sé! Yo ni siquiera sabía que quería esto hasta que me lo dijiste. Bueno, eso no es cierto exactamente. Quiero decir, he tenido fantasías, ¡pero no tenía ni idea de que me afectarían de esta manera! ¡No estoy segura de que pueda manejar esto! Quiero decir, estar atada así, tan indefensa, tan fuera de control. —Ah, pero ese es precisamente el punto, mi amor. No tienes ningún control. Simplemente te estoy enseñando eso. Mostrándote de lo que eres capaz. Esto no es sino la primera experiencia de muchas aventuras maravillosas que preveo para nosotros. Si tú estás dispuesta. Pero tienes que estar dispuesta. Esto tiene que ser lo que quieres. TRADUCIDO por JORGELINA – Editado por Mara Adilén

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Lo miré, ahora de pie frente a mí, con expresión seria, sus ojos negros como una noche de verano, llenos de promesas. ¿Lo quería? ¿Quería ser azotada? Honestamente, no podía responder a esa pregunta. Estaba más allá de mi ámbito de experiencia, incluso en la fantasía. Y sin embargo, las nalgadas no eran algo que había fantaseado con cualquiera. Cuando me permitía a mí misma detenerme en sueños sumisos, ellos eran vagas ideas sin forma, con la participación de harenes de hermosas cautivas, bailando en sedas de gasa para sus amos y señores, y luego elegidas como juguetes sexuales, torturadas por magníficos jóvenes príncipes que también las mimaban y adoraban. Pero estas nalgadas, el contacto físico, la sensación de su mano con fuerza contra mi culo, a pesar de que dolía, quizás en parte porque dolía, me habían excitado a un ritmo frenético. David, hasta ahora, había dado justo en el blanco sobre quién era yo, y lo que necesitaba. ¿Podía confiar en él otra vez? ¿Debía hacerlo? ¿Era de eso de lo que se trataba, más que nada? ¿Confianza? Estos pensamientos se arremolinaban en mi cabeza mientras él arrastraba las suaves trenzas de cabritilla sobre mis pechos y mi vientre. Eso me hizo estremecer, ya sea con el deseo o el miedo, o alguna combinación, no pude decir. —¿Y si quiero parar? ¿Si quiero que te detengas? —Voy a parar cuando yo decida que es el momento de parar. Tú puedes rogar todo lo que quieras, pero tengo que decirte ahora, no voy a parar hasta que estés lista. Por supuesto, cómo tú respondas, lo que pienso que puedes tomar, será una parte de lo que lleve a mi decisión, naturalmente. Pero no voy a parar por tus órdenes. A menos, claro, que utilices tu palabra de seguridad. —¿Y entonces detendrás la paliza? —Sí, yo pararé de inmediato. Pararé todo. Y tú te vestirás, y yo te acompañaré a tu auto, y tal vez algún día nuestros caminos se crucen. Y espero que me recuerdes como un amigo. Y eso será todo. Por lo tanto, allí estaba. Si yo no me «sometía» a este azote, perdería por completo a David. Perdería los apasionados besos, y la manera increíble que me hacía sentir, a la vez bella, salvajemente poderosa, y también cautiva bajo su hechizo delicioso. Yo no quería perder todo eso. ¿Quién era él para poner todas las reglas? ¿Para establecer los parámetros de nuestra relación, si eso era lo que era, sin pedirme una palabra al respecto? Como si él estuviera escuchando dentro de mi cabeza, le oí decir que ese era precisamente el punto. Si fuéramos a tener una relación, ésos serían sus parámetros. David como amo, y Zoë como esclava. David tomando la última palabra, estableciendo las reglas, y reclamando a su amante. Mi corazón latía con fuerza al contemplar mi situación. Y, sin embargo, cuando se apoyó contra mí, murmurando mi nombre, su polla dura y claramente visible en sus pantalones, era obvio que yo también ejercía el poder. Como había dicho, esto era un intercambio amoroso de poder. Yo no me estaba rindiendo a él, me estaba entregando a su amoroso control, y él a su vez se entregaba a mí. ¿Quería la paliza? Sinceramente, no lo sabía. Pero yo quería lo que él parecía estar ofreciendo, por lo que dije finalmente, —Lo quiero. TRADUCIDO por JORGELINA – Editado por Mara Adilén

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—¿Tú quieres qué, Zoë? Dilo. —Quiero que me azotes. —Encantadora —murmuró. De pie frente a mí, lentamente se desabrochó la camisa de seda amarillo pálido. Él era alto y delgado, pero con buena musculatura, sobre todo en el pecho y los hombros. Era moreno y tenía el estómago atlético. Mis ojos fueron hacia sus jeans, que no se quitó, a pesar que yo estaba en silencio deseándolo. Miré el todavía erecto pene presionando contra la tela y la boca, verdaderamente, se me hizo agua. Yo quería probar esa polla, pero aparentemente eso no estaba en las cartas. Al menos no todavía. En su lugar, David dijo: —Zoë, quiero que realmente te entregues al lujo de las sensaciones que estos azotes van a crear para ti. Así que voy a vendarte los ojos. Eso aumentará las sensaciones. ¿Está bien? Asentí con la cabeza, pensando que tal vez sería más fácil en algunos aspectos. Él deslizó una pequeña máscara de dormir sobre mis ojos. Ahora no podía ver, y mi oído parecía afilarse. Podía oír el silbido del cuero cuando él tocó ligeramente mi espalda y mi pecho. Podía oír su respiración, lenta y agradable, y mi propia respiración, ahora rápida y superficial. ¡Esto realmente estaba sucediendo! Yo estaba atada, desnuda e indefensa en la casa de este misterioso hombre. Amelia era la única persona que sabía dónde estaba, pero aun así, ¿qué podía hacer ahora? Ella estaba ocupada siendo la anfitriona de su fiesta, esperando mi llamada mañana para que le cuente acerca de sus cuartos de baño y metros cuadrados. Él podría matarme ahora, y nadie sería capaz de hacer nada al respecto. ¡Esta era una tontería! Yo sabía que podía confiar en David. Lo había conocido en realidad desde la primera vez que me habló, desde la primera vez que había sentido el trasfondo de nuestra conexión especial. Algo acerca de tener los ojos vendados, sin embargo, me hizo sentir muy vulnerable. Oí el silbido un segundo antes de sentir el látigo. Las caricias se habían detenido y comenzó la picazón. Como yo no podía ver, nunca sabía dónde iba a aterrizar. Golpeó mi culo primero, la parte más blanda. Varias veces lo hizo, y la picadura fue ascendiendo sobre un trasero ya tierno por la paliza anterior. Empecé a respirar más rápido ahora, y a moverme en mis ataduras, como si pudiera escapar. El látigo cayó sobre mis muslos, y luego sobre mi espalda. Grité. Me dolió mucho más en mi espalda, que no estaba rellena como mi trasero. Él cubría en forma pareja, hasta que mi espalda entera estaba picando, y yo estaba retorciéndome y gimiendo, tirando con fuerza contra los puños de las muñecas. Yo estaba lloriqueando y respirando con tanta fuerza que pensé que iba a desmayarme. —¡David! —grité, aunque al parecer no podía terminar la frase, o incluso tener un pensamiento coherente. Estaba cayendo en una especie de reino etéreo. Me sentí mareada y de alguna manera desconectada de la realidad. Y sin embargo, en algún lugar debajo de todo eso me sentía tranquila, profundamente pacífica. Pero aún con esa ardiente, dolora cubierta de deseo no correspondido.

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Sentí sus brazos envolverse a mi alrededor, y su largo duro cuerpo presionar contra el mío. Su pecho se sentía hermoso en contra de mi pecho. Lo incité, deseando que me descolgara, que me llevara a la cama. —David —le rogué de nuevo, aún no articulando mi desesperada necesidad. —Shh —susurró, alisando el pelo sobre mi cara, sosteniéndome en sus brazos. —Zoë, Zoë, regula tu respiración. Cálmate, cariño. Soy yo, David. Sé que no me conoces todavía, cariño. No en términos de años. Pero tú y yo nos conocemos. En todos los sentidos en lo que cuenta. Confía en mí, ángel. No te llevaré más lejos de lo que puedas ir. Y si lo hago, ya sabes las palabras mágicas. Correcto. Las «palabras mágicas»: luz roja. Me di cuenta de que no tenía ganas de decirlas. Yo estaba asustada todavía, pero también profundamente, casi hipnóticamente excitada. Sentí que haría cualquier cosa por él en ese momento; dar cualquier cosa por él. Él continuó abrazándome, y yo sentí que mi respiración se enlentecía, mi cuerpo se relajaba. Me recosté en él. Poco a poco me soltó y me dejó atada y encadenada. Todavía estaba asustada, pero no quise decir esas palabras. Todavía no. Tal vez sólo sabiendo que podía era suficiente. Había una salida, si la necesitaba. El me azotó por unos minutos. ¿O fueron un par de horas? El tiempo perdió significado, y me encontré en una especie de estado alterado de conciencia, balanceándome en las ataduras. Sentí la liberación de la cadena, y luego la eliminación de los puños. Mis brazos cayeron sin vida, pero él estaba allí, sosteniéndome, envolviéndome en un estrecho abrazo. Me quitó la venda, y yo tenía que entrecerrar los ojos para ver, aunque la habitación estaba en penumbras iluminada por el brillo plateado de los apliques colocados discretamente a lo largo de las paredes. David me besó, y dijo: —Estuviste espectacular. Has nacido para esto. Eres increíble. Sonreí, y me di cuenta que mi cuerpo estaba bañado en sudor. De pronto sentí frío, cuando el sudor empezó a secarse. David me cogió en sus brazos y me llevó de la habitación.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0044 Al final del pasillo llegamos a su habitación. Pateó la puerta abierta, me llevó a una habitación enorme. La inmensa cama estaba ubicada en un marco de hierro negro, con pequeñas estrellas y lunas artísticamente labradas en el cabecero y el estribo. Suavemente David me acostó sobre el cobertor de suave satén. Observé en silencio mientras se quitaba los pantalones, y se deshacía de su ropa interior. Su cuerpo era hermoso, el cuerpo de un atleta, con las pequeñas agradables muescas por debajo de las caderas. Su pene estaba erecto, y otra vez mi boca se hizo agua mientras yo lo miraba, ahora desnudo y listo, a la espera, por mis besos. Él se me acercó y subió a la cama. Nos besamos durante unos instantes, y luego se sentó a horcajadas en mi pecho, apuntando su polla a mis labios. Yo los separé, con ganas de llevarla a mi boca. Para sentir su hinchada dureza contra mi lengua. Le lamí la cabeza, burlándome de él, lentamente lamiendo por el hueco, y de vuelta otra vez, hasta que perdió la paciencia y se apretó contra mí, gimiendo de placer. Usé todas mis habilidades para besar esa hermosa polla. Y ahora, claramente, era la «esclava» la que tenía el control sobre el «amo», mientras arrancaba gemidos de placer de sus labios, y hacía a su cuerpo retorcerse y arquearse de placer. Él se apartó, con los ojos brillantes, su voz ronca de deseo. —Dios, Zoë. Tengo que follarte. Tengo que tenerte. —Se inclinó sobre mí, balanceándose él mismo sobre los codos, mientras se movía de modo que su pene quede justo en mi entrada. Yo me arqueé, instándolo con mi cuerpo para que tome lo que era suyo, lo que siempre había sido suyo. Se estiró por encima de mí, cubriéndome, y tiró mis brazos hacia arriba, manteniendo las muñecas por encima de mi cabeza, atrapándome otra vez, haciéndome sentir impotente y salvajemente desenfrenada, al mismo tiempo. Cuando por fin entró en mí, me corrí casi de inmediato, retorciéndome y empujando contra él, tratando de tenerlo más profundo dentro mío, queriendo poseerlo en la más primitiva de formas. El se vio obligado, empujando con fuerza en mí, sacándome un gruñido impropio de una dama. Luego, en un encantador ritmo constante, él se movía entrando y saliendo de mí, y de nuevo el caliente turbulento placer hervía en mi coño, mientras su polla me llenaba, y sus movimientos creaban la fricción perfecta contra mi clítoris hinchado. Aún él sostenía mis muñecas contra la almohada, y de alguna manera esto sólo añadía un placer feroz. Las sensaciones comenzaron a ser abrumadoras, y oí un delgado sonido penetrante, que me tomó un momento para darme cuenta que era yo. David corcoveó, dejando caer mis muñecas ahora mientras me envolvía en un fuerte abrazo. Suavemente, gritó mi nombre. —Zoë, Zoë, Zoë —ocultando su rostro en mi cuello cuando se corrió, empujando y bombeando en mí como si su vida dependiera de ello. Luego se desplomó, y yo podía sentir su corazón zumbando y estrellándose contra el mío. Debemos habernos dormido, porque me desperté en algún momento de la madrugada. TRADUCIDO por JORGELINA – Editado por Mara Adilén

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David estaba durmiendo a mi lado, y ambos estábamos bajo las sábanas, que eran del más suave algodón imaginable. Sentí una desesperada necesidad de un cigarrillo, pero no tenía ganas de moverse. Miré a este hombre extraordinario que había entrado en mi vida con valentía en una apuesta, ¡ganándome en un juego de cartas! Se veía más joven dormido. Vulnerable e inocente. Sentí un brote de una gran ternura hacia él. Sí, él seguía siendo hermoso y sin duda, en el momento en que despertara, una vez más, muy al mando. Pero ahora me incliné y besé su frente. Se movió un poco, pero no se despertó. Por último mi vejiga reclamaba lo mejor de mí, y me deslicé de la cama, buscando algo que ponerme. Encontré una bata de toalla grande. Era millas demasiado grande, lo cual me hacía sentir pequeña y femenina.

El baño principal estaba justo al lado de la habitación, con una enorme bañera hundida, una ducha, dos lavabos, dos aseos y un bidé. Por ahora sólo utilicé el inodoro y luego chapoteé agua en mi cara, y fui en busca de mi bolso. La nicotina me estaba llamando. Lo encontré donde lo había dejado caer, en el encantador vestíbulo con la curiosa mariposa. Dentro había un paquete de Newport Lights. Al continuar la búsqueda encontré un encendedor. Casi abrí la puerta principal, pero vi la pequeña luz indicadora en la caja de la alarma cerca de ella y me di cuenta que podría estallar. ¡Maldita sea! Tendría que despertarlo. Volví y sacudí suavemente el hombro de David. —¡David! David, despierta. Lamento molestarte, pero yo realmente necesito fumar. No quería hacer que dispare la alarma. David abrió un ojo y entrecerró los ojos soñolientos en mí. —¿Zoë? —Luego sonrió, como si tal vez había pensado en un principio que era un sueño, y se alegró de verme de verdad. —Zoë, ¡ni siquiera hay luz afuera todavía! Vuelve a la cama. Puedes tener tu maldito cigarrillo cuando nos despertamos. Pero ahora yo estaba decidida. Mi hábito era más fuerte que mi mayor consideración. —Vamos, David, sólo dime el código. Voy a salir por mí misma. David se incorporó, mirando ahora completamente despierto. —Hey, esa es mi bata. Quítatela. —¿Qué? —Ya me has oído. Te quiero desnuda, a menos que te diga que te pongas algo. Hazlo — Lentamente me deslicé la bata de mis hombros, sintiendo los inicios de la extraña hipnosis que caía sobre mí otra vez. ¿Qué hechizo tenía él, para controlarme de esta manera? —Eso está mejor —sonrió, mirando mis pechos, y más abajo, hasta que me sonrojé y me alejé —Puedes tener tu cigarrillo, aunque debo advertirte que deberás dejar de fumar, ahora que estás conmigo.

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—Bueno —le dijo riendo —¡tal vez tú tengas más suerte que la que yo he tenido! He intentado dejar de fumar como cinco veces hasta ahora, y no ha funcionado. —Eso es porque no me tenías a mí, querida —sonrió, arrogante como siempre. Se puso de pie, poniéndose la túnica que yo había desechado, y me llevó a una habitación que daba a una terraza privada, después de perforar unos pocos números en la caja de la alarma de la puerta. —Ven —dijo —nadie puede verte. Te quiero aquí desnuda. Aunque, ya sabes, al final estarás desnuda en otros lugares. Lugares que no son privados. Y me obedecerás entonces, también. ¿Sabes por qué, ángel? —¿Por qué? —susurré, uniéndome a él en la terraza mientras el sol se derramaba a lo largo del borde de las montañas. El aire era fresco y agradable, pero ya se vislumbraba el caluroso día de verano por venir. —Porque eso es lo que quiero. Y tú quieres lo que yo quiero, ¿verdad, Zoë? —Sí —suspiré, aceptándolo. Para mi sorpresa, ¡el doloroso deseo por un cigarrillo había dado paso a un doloroso deseo por él! En lugar de encender un cigarrillo, como lo había planeado, caí de rodillas delante de David y abrí la parte delantera de su túnica. Levanté la vista hacia él, silenciosamente pidiendo permiso para rendir homenaje a su hermoso miembro. Él asintió con la cabeza lentamente, una sonrisa hurtando a través de su rostro. Tomé su polla, sólo medio-erecta, en mi boca y la masajeé con mi lengua y mis labios, sintiendo el calor de la misma a medida que se expandía y se alargaba contra mí. David suspiró, y me dejó disfrutarla por un tiempo. Luego se apartó, levantándome. —Vamos a entrar, Zoë. ¿Todavía quieres ese cigarrillo? —Sacudí la cabeza, maravillándome de que era verdad. Entramos en el dormitorio, y al cuarto de baño, donde David meó, completamente a gusto delante mío, como si hubiéramos sido amantes durante años en vez de una noche. Se cepilló los dientes y luego dijo: —Bueno, sólo son las cinco, pero ahora estoy despierto. ¿Y tú? ¿Desayuno en la cama? ¿O prefieres comer en la cocina? Mi cocinera no estará aquí hasta las 7:30. Es entonces cuando suelo comer, ya ves. —¡Tu cocinera! —Me impresionó, aunque no me sorprendió, dado su estilo de vida lujoso, obviamente. —Sí —dijo, como si se tratara de una cosa común —Ella nos puede hacer otro desayuno más tarde. Tengo la sensación de que estaremos hambrientos —sonrió con complicidad —Pero por ahora, ¿qué tal un poco de torta de café y una taza de café fuerte? Sonaba bien para mí, y lo seguí a la cocina, todavía desnuda, y deseando tener una envoltura. Mientras él preparaba el café, colocando los frescos granos en una pequeña máquina en el mostrador, se me despertó el descaro para decir: —David, yo tengo un poco frío. ¿Crees que podría usar una bata? Me miró, primero mi rostro, y luego lentamente, de arriba a abajo a mi cuerpo.

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—No, cariño. Lo siento, pero me gustas desnuda. Al menos por ahora. Me encanta el aspecto de tu piel, tan madura y suave, como un durazno perfecto. Adoro la forma en que caen tus senos, altos y redondos en contra de tu estrecha caja torácica. Y amo que la cintura se estreche y a ese pequeño y lindo ombligo. Yo estaba sonrojada ahora, avergonzada, pero satisfecha por su elogios y, obviamente, sinceramente agradecida. Pero entonces me tiró de un bucle. —Esto, sin embargo —dijo él, inclinándose hacia abajo y ahuecando mis rizos del pubis —Creo que esto se tiene que ir. Quiero afeitarte. Afeitar tu coño. Te quiero desnuda para mí. Y creo que tú encontrarás realzar todas las sensaciones. Lo miré, mis ojos con sorpresa e incredulidad. Debe de haber visto la duda en mi rostro, porque David dijo: —No digas que no, querida. Recuerda que no es tu prerrogativa por más tiempo. Tú me perteneces a mí. Los dos lo sabemos. Pero yo quiero escucharte decirlo. Admitir y aceptar qué y quién eres. Así que te pregunto ahora, ¿a quién perteneces, Zoë? Ahí estaba de nuevo, su voz hipnótica, baja y agradable, de alguna manera entrando dentro de mi propia esencia para mi reclamación. Encontré la respuesta: —A ti, David. Yo te pertenezco a ti. —Es cierto, ángel. Y quiero afeitar tu coño, y tú me lo permitirás, ¿no? Una vez más asentí con la cabeza. David sonrió y dijo: —¡Pero el café primero! Tú no querrías que mis dedos se deslizaran por la falta de lucidez mental, ¿no? De hecho ¡no lo quería! Bebimos el café, delicioso con crema fresca y un toque de canela. David tenía un poco de torta también, pero me di cuenta de que estaba demasiado nerviosa para comer, ahora anticipándome a una maquinilla de afeitar fría, que tenía otra persona, raspando a lo largo de mis partes más íntimas y sensibles. No podía creer en un nivel que yo lo estuviera contemplando incluso, pero cuando nos sentamos juntos en la larga barra, sorbiendo el café caliente, me parecía casi natural. Por supuesto que me afeitaría para mi amo, si eso era lo que quería. ¡Mi amo! Las palabras se deslizaron de mi mente de forma espontánea, pero lo dije una vez más, no podía retractarme. Cuando hubo terminado, caminamos juntos de nuevo al cuarto de baño. David abrió el agua en la bañera grande. Se llenó rápidamente, y añadió algunos aceites olorosos a ella mientras el vapor se levantaba invitadoramente. Mientras esperaba que el nivel aumente, David dijo: —Primero vamos a cortar el exceso de pelo. Eso hará que el afeitado sea mucho más fácil. — Se arrodilló frente a mí con un par de tijeras de peluquero largas. Me sentí un poco nerviosa con un par de tijeras tan cerca de mi coño, pero yo confiaba en David. Agarrando mi vello púbico, él lo tijereteó y cortó hasta que fuera lo más corto posible sin afeitar. Me sentí muy extraña, pero también excitada, lo que parecía ser mi constante estado alrededor de este hombre.

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Slave Gamble CLAIRE THOMPSON

Una vez que la bañera estaba llena, David se puso en primer lugar, y tendió la mano hacia mí. Entré y me situé de nuevo contra él, sintiendo su duro cuerpo cálido, instalándose como una verdadera silla humana. Él me abrazó por un rato, y luego dijo: —Creo que ya estás lista. Siéntate ahí, en el borde. Abre las piernas para mí, y quédate muy quieta. Yo no quiero cortarte. —David —comencé, de repente no estando segura de nuevo, pero él me calmó con un toque de sus dedos en los labios. —Zoë. Esto es lo que quiero. No me desafíes al respecto. Esto es lo que quiero. ¿No es eso suficiente para ti? —Sí. Tan loco como suena a alguien que no entiende la relación dominación/sumisión, eso era suficiente. Más que suficiente. Abrí mis piernas y me senté muy quieta mientras me untaba aceite de bebé adicional a través de mi monte de Venus y labios mayores. Luego, tomando una hoja de afeitar nueva, poco a poco delineaba primero a través de la parte superior y luego abajo, sobre los pliegues labiales delicados. Lo hizo una y otra vez hasta que me quedó tan suave como un bebé. —Ponte de pie —ordenó —y mírate a ti misma. Hice lo que me ordenó, y me sorprendí al ver, no las características de una niña como yo había esperado, sino una mujer adulta, con los labios menores mirando seductoramente desde el centro. Era muy erótico de alguna manera, y me sentí henchida de deseo. —Eres hermosa así, Zoë. Yo voy a mantenerte así. Tienes un coño perfecto. Ahora siéntate. Déjame probarte. —Me senté en el pequeño borde otra vez, David se arrodilló en el agua, y puso su cara en mi coño ahora desnudo. Sentí su lengua suavemente sobre mi sexo, y extendí mis piernas, esperando más. Dejé que mi cabeza caiga hacia atrás y mis ojos se cerraron en el placer mientras yo sentía la boca caliente de terciopelo mamar y burlarse de mí. Él lamió y me besó, manteniéndome las piernas abiertas con sus fuertes manos en mis muslos, hasta que sentí la liberación inminente de un delicioso orgasmo muy fuerte tejiendo su camino a través de cada nervio de mi cuerpo. Me agarró repentinamente, mientras él me sostenía, su boca caliente y perfecta en mi contra. Me sacudí, pero él me tenía apretada, y continuaba sus besos hasta que me estremecí y arqueé en su contra, completamente fuera de control. Cuando por fin mi orgasmo desapareó, él me tiró de nuevo en el agua caliente y me sostuvo contra él. —Ahora, ¿quién le pertenece a quién? —Susurró, y comprendí que en este caso cuando de amor se trata, no hay una línea real entre amo y esclavo, entre el propietario y la propiedad. Él me pertenecía a mí tanto como yo le pertenecía a él.

FFIIN N

TRADUCIDO por JORGELINA – Editado por Mara Adilén

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