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La ruta de plata…mata M. en C. Jorge Eduardo Castañeda Bañuelos Maestría en Ciencias de la Salud Unidad Académica de Medicina Humana Universidad Autónoma de Zacatecas e-mail: [email protected]

RESUMEN Minería, fuente de poder y progreso, pero también de explotación y perjuicio. Zacatecas surgió y creció con la ambición de los metales; vivió intensamente, entre el segundo y tercer siglo de la época colonial, una dolorosa metamorfosis urbana gracias a esta actividad y pagó con epidemias y hambrunas las consecuencias de formar parte del modo de vida capitalistafeudal que se desarrolló en las ciudades de los ejes carreteros conocidos como «la ruta de la plata» y el «camino de tierra adentro». Dramáticos acontecimientos marcaron su historia, sufridos por los grupos desposeídos de la población, que afrontaron la sumisión y discriminación establecidas por las diferencias sociales de acuerdo a un sistema de castas. Este fue el caldo de cultivo en el que germinaron las ideas libertarias del movimiento independentista que cundió también por la senda argentífera. Palabras clave: minería, Zacatecas, enfermedades, explotación.

ABSTRACT Mining, source of power and progress, but also of exploitation and injury. Zacatecas was born and grew up with the ambition of metals; lived intensely between the second and third century of colonial period, a painful urban metamorphosis with this activity; it paid with epidemics and famine the consequences of being part of the capitalist-feudal lifestyle, developed in the cities of the roads axis known as the «silver route» and the «way inland». Dramatic events have marked its history, suffered by disadvantaged groups of the population, who faced discrimination and submission established by social differences, according to a caste system. This was the breeding ground in which libertarian ideas germinated toward the independence movement that spread in the silver path. Key words: mining, Zacatecas, diseases, exploitation.

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La gran Chichimeca Aludir al Zacatecas indómito es referirse a una «aspereza y serranía, espacio y ámbito de seis a ocho leguas, que considerada su altura en medio de llanos la podíamos comparar a un ombligo prominente en un vientre raso»,1 o bien al paisaje hosco, anguloso, de viriles rebeldías, bravío y huraño, atormentado y cruel2, en cuyo cerro de la Bufa estuvieron los indígenas zacatecos nómadas, quienes encontraron condiciones propicias para su forma de vida, con manantiales alrededor y cubierto de espesa vegetación donde abundaba la caza.3 Este altiplano formaba parte de la Gran Chichimeca, integrada por varias tribus del norte, entre las que destacaban cuatro, posteriormente llamadas «naciones» indias: pames, guamares, zacatecos y huachichiles. Los grupos zacatecos eran guerreros, los más valerosos y aguerridos de los chichimecas, temidos en especial por los caxcanes. La mayoría vivían en cavernas, agujeros o primitivas chozas, en una gran extensión de terreno donde no había abundantes alimentos naturales, por lo que dependían de las tunas, mezquites, bellotas de ciertas semillas y raíces, dátiles, gusanos de maguey, víboras, ratas, ranas, conejos, aves, peces y ciervos; en unos cuantos sitios los indios cultivaban maíz y calabazas.4 Hazaña notable fue el establecimiento inesperado de una población como Zacatecas, en el corazón de este altiplano árido y hostil. El descubrimiento más importante de vetas de plata en la Nueva España ocurrió en 1546, cuando un grupo dirigido por Juan de Tolosa llegó hasta el cerro de la Bufa, en territorio de los zacatecos. Cuatro años después, Vázquez de Mercado hizo la primera entrada militar hacia el noroeste de las minas de Zacatecas, donde comprobó la existencia de otros veneros del codiciado mineral en Ranchos, Chalchihuites, San Martín, Sombrerete y Avino. Más tarde seguirían otras exploraciones de Francisco de Ibarra y Juan de Tolosa.5 Con la llegada de los españoles y la explotación de las minas, inician diversas consecuencias: la migración en masa de españoles, indios y negros a los parajes ricos en plata, la guerra Chichimeca de 1550 a 1590, año en que se inicia la “paz chichimeca”, los asentamientos humanos en torno a los polos mineros de Zacatecas, Fresnillo y Sombrerete; y el avance hacia Nuevo México. Pero también la deforestación de «serranías» como la de la zona que ocuparía la ciudad de Zacatecas, cuya madera apuntalaba los túneles de las minas, o se usaba como leña, hasta dejar los cerros desolados y la contaminación de suelos y aguas con el mercurio (azogue) proveniente de España, empleado en el amalgamamiento para extraer la plata.6 Desalojar la población autóctona de los pueblos mineros, hizo crecer la ambición de poder y riqueza hacia una expansión territorial desmedida. Los españoles llamaban «la tierra 2

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sin límites» a los espacios de colonización que invadían muchas veces con exterminio de las comunidades (guerra de castas), o bien por su arrendamiento y posterior compra amañada a los indígenas, para implantar un sistema de producción basado en la edificación y rápida expansión de haciendas de trigo y ganado,

en superficies además otorgadas como

concesiones o «mercedes» por la Corona. Se desarrollaron las haciendas, ranchos y estancias, en paralelo a la producción de mineral, al diversificarse el modo de producción y convertirse en terratenientes los propietarios de las minas, ante la incertidumbre de que pudieran escasear las vetas. Cuando se inició la explotación de las minas de Zacatecas bastaban las cosechas que llegaban de Michoacán y Querétaro para satisfacer las necesidades de consumo; pero conforme la minería se intensificó la frontera agrícola y ganadera se extendió hasta Nochistlán y Juchipila, en tierras fértiles de los caxcanes, donde se inició el cultivo de trigo y maíz, y poco después hasta la zona norte ubicada entre Zacatecas, San Martín y Avino. Al norte de las minas de Zacatecas, el territorio estaba despoblado de indios, mientras que al sur había asentamientos que apenas reunían, alrededor de las iglesias y conventos franciscanos, a los pocos sobrevivientes de los caxcanes, guachichiles y zacatecos. Para 1576 los pueblos del sur de Zacatecas habían perdido a sus señores tradicionales, a la nobleza indígena y en su lugar gobernaban los llamados tequitlatos. Se fundaron, a partir de Zacatecas, diversos sitios como Charcas, Venados, Saltillo, San Andrés y Chalchihuites, la mayoría con indios tlaxcaltecas, como estrategia de poblamiento que buscaba atraer indios de paz y repeler a aquellos que causaban daños en las poblaciones. Los pueblos de San Andrés del Teul, algunos de los Mezquitales y las minas de Nieves y Río Grande se habían poblado con indios de la zona, pero eran asentamientos inestables, pues a menudo se rebelaban contra los españoles.7

Se hace camino al andar Había que cruzar grandes distancias entre las minas y las poblaciones que las abastecían. Tan sólo de la ciudad de México y la provincia de Michoacán hacia las minas de Zacatecas, las expediciones cruzaban 40 o 50 leguas de despoblado. Los indígenas se convirtieron en tamemes, arrieros y comerciantes, mientras que paulatinamente se introdujo el transporte en mulas. Por territorios indios cruzaban hasta 170 carretas cargadas de bastimentos y mercaderías procedentes de México, y para 1560, además de esta carga, hacia Zacatecas fluía mucha gente de lugares como Culiacán, Colima, La Purificación, Guadalajara, Michoacán, México y Puebla a vender mercancías, con gran provecho del comercio. 3

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En su avance hacia el norte, durante el siglo XVI, los españoles tuvieron que enfrentar a los chichimecas, cazadores-colectores, nómadas temporales, que recorrían grandes extensiones en busca de los alimentos que aseguraban su subsistencia. No sólo resultaba difícil identificar sus campamentos y sus características culturales, sino fue imposible reducirlos rápidamente, como ocurrió con los indígenas en el Valle de México o en el sur. Eran hábiles y feroces guerreros que dominaban con gran maestría el arco y la flecha, con un conocimiento profundo de los territorios donde habitaban y, sobre todo, habían desarrollado una impresionante capacidad para sobrevivir en las condiciones más difíciles que ofrecía la naturaleza. Fueron continuos los ataques de los chichimecas a los viajeros que transitaban por los escasos y desprotegidos caminos, además de proteger con soldados a las caravanas –de comerciantes, mineros, pobladores españoles, indígenas o esclavos– cuyo destino eran los yacimientos mineros a descubrir o que ya estaban en plena actividad, se inició una guerra «a fuego y sangre» para combatirlos. Durante esa etapa, las autoridades coloniales fundaron presidios y misiones, tanto para enfrentar o apresar a los indígenas y proteger a los viajeros y los envíos de la plata a las cajas reales de la Ciudad de México, como para convertir al cristianismo a los chichimecas. Pero los resultados fueron poco exitosos: se trataba de una guerra de subsistencia que no admitía soluciones intermedias precisamente por la naturaleza y peculiaridades de estos grupos. Lo cruento de la política seguida en las zonas mineras recién pobladas, llevó a reclamarle al rey un cambio de actitud por parte de los franciscanos de Nueva Galicia, encabezados por fray Ángel de Valencia, y de los agustinos de Michoacán, a través del Tratado de la Guerra de los Chichimecas, escrito por fray Guillermo de Santa María. Ambos frailes afirmaron que la captura de esclavos y la ocupación española de los territorios de estos grupos habían desencadenado la guerra y no había causa justa para combatirlos. Sus razones fueron escuchadas casi a finales del siglo

XVI,

cuando Felipe

II

ordenó el uso de

métodos distintos y pacíficos para congregar y convertir a los chichimecas. Esta larga, sangrienta y costosa guerra chichimeca llegó casi a su fin después de 40 años. Se redujeron las expediciones militares y se prohibió el pago por las cabelleras de los indígenas –como prueba de que murieron–, o su captura como esclavos. Por la ruta hacia el norte salieron 400 familias tlaxcaltecas a poblar siete puntos para servir de ejemplo y enlace con los chichimecas. San Luis Potosí, Saltillo, Chalchihuites y Colotlán fueron los principales asentamientos surgidos de esas medidas, y quedaron bajo la custodia de una

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nueva figura militar que recorrió esos caminos: el protector de frontera, encargado de cuidar la paz en esas poblaciones y las rutas que las comunicaban.8 Para transportar la plata a la ciudad de México y llevar los bastimentos y trabajadores a la ciudad de Zacatecas se desarrolló una extensa red caminera, incluido el camino real, que durante el virreinato de la Nueva España tuvo la función de comunicar ambas ciudades y las poblaciones que se establecieron al paso de carros y recuas, al cual se le llamó La Ruta de la Plata. Representaba entonces la única alternativa para viajar de manera tan penosa como el medio de traslado lo permitiera. De 2,560 kilómetros de longitud, el Camino Real de Tierra Adentro, fue una ruta comercial que unía las ciudades de México (México) y Santa Fe, Nuevo México (Estados Unidos) entre 1598 y 1882. La sección del camino que pasa por territorio estadounidense, de 646 kilómetros, fue declarada National Historic Trail en octubre de 2000. Comprende esta senda los estados de México, Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Aguascalientes, Zacatecas, Durango, Chihuahua (México), y Texas y Nuevo México en

EE. UU.

Pasa por

ciudades importantes como Ciudad Juárez y El Paso en Texas (ambas llamadas Paso del Norte) y Las Cruces y Albuquerque en Nuevo México, antes de llegar a Santa Fe. Fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad este año 2010. Otro elemento que aportó el Camino de la Plata fue la fusión cultural que produjo el contacto entre diversos grupos humanos. Además de las pocas presencias indígenas que sobrevivieron a la guerra chichimeca, la plata atrajo indígenas mexicanos, tlaxcaltecas, otomíes, tonaltecas y mayas. La presencia dominante y mayoritaria fue la española –procedente de los reinos de la península ibérica–, pero también vinieron portugueses, flamencos, franceses, italianos, ingleses y alemanes. Hubo algunos asiáticos, sobre todo japoneses, que se establecieron un tiempo en algún punto del camino. Los negros africanos formaron casi la tercera parte en los asentamientos mineros a finales del siglo

XVIII.

Así se

propició un mestizaje acelerado, tanto cultural como biológico.9

Muerte viajera Además de hombres, mercancías y bestias, por el Camino de la Plata se transportaban patologías de un lugar a otro según la dirección de su flujo, así como sus posibles remedios. Este intercambio microbiológico hizo posible que poblaciones alejadas de los grandes centros urbanos se vieran afectadas con enfermedades importadas, pero, además, con tratamientos nuevos y de otras regiones para aliviar sus dolencias. Se transmitieron la sífilis, sarampión, viruela, peste, tifo, tisis, y una enfermedad social llamada violencia. 5

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Como vector, la pulga fue uno de los viajeros incómodos que acompañaron al hombre en su peregrinar a lo largo del Camino de la Plata y con ella viajó la peste bubónica como su consecuencia grave en la relación rata-pulga-hombre. Sierra de Pinos, una de las escalas en el itinerario del camino de México a Zacatecas, fue un poblado minero con mano de obra temporal, que sufrió los embates de la peste durante el año de 1737. El mal no respetó estatus económico, edad ni sexo.10 Desde tiempos lejanos se admite que el Proceso SaludEnfermedad tiene dos determinantes históricas fundamentales: el dominio que la sociedad haya alcanzado sobre la naturaleza y el tipo de relaciones sociales que se establezcan entre sus miembros. Ambas determinantes explican las condiciones materiales de vida de los diferentes grupos sociales las que, a su vez, son factores fundamentales de la incidencia de enfermedad y muerte.11 Debido a sus condiciones marginales, los estratos sociales pobres con deficiente alimentación, escaso abrigo, situación higiénica deplorable y el hacinamiento, fueron más vulnerables a los impactos de las enfermedades transmisibles y sus epidemias,12 por ese motivo los indígenas fueron los más afectados por la peste, pues falleció más de la mitad. Esto corrobora su nula inmunidad ante enfermedades nuevas desde la época prehispánica, y que poco después de dos centurias continuó sin defensas al morir la mayoría. Mestizos y mulatos presentaron casi la mitad de defunciones; su mezcla de sangre europea, americana y negra les dio muy poca memoria inmunológica.13 Esta última visión, meramente epidemiológica, deja de lado las determinantes históricosociales y no reconoce científicamente los procesos colectivos de salud-enfermedad. Algunos personajes de la época tuvieron una perspectiva diferente, como Fray Motolinía, que alude al carácter social de las «epidemias» que asolaron a los indígenas: «Dios castigó a la Nueva España con diez plagas „trabajosas‟ que son la viruela, el sarampión, el hambre, la guerra, la opresión y los tributos en varias formas, la esclavitud y el trabajo en las minas».14 Mal común fueron las epidemias y hambrunas, pues se mantuvieron y reaparecieron durante los tres siglos de vasallaje colonial, vinculadas tanto con las crisis mineras como agrícolas, para producir millones de muertes entre los grupos sociales más pobres, un real genocidio cuya magnitud se ha subestimado debido a la dificultad de establecer de manera confiable la evolución demográfica. Baste decir que de 1519 a 1603, en la región central de México, fallecieron millón y medio de habitantes.15 Epidemias de peste bubónica causaron excesiva mortandad en la población novohispana –sobre todo a los indígenas–, y fueron las de 1690–1692, 1749–1750, 1761–1762 y 1785–1787, favorecidas por las diversas comunicaciones que existían entre la población

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minera de Zacatecas con México, capital del virreinato, por las vías de la Plata y del Camino de Tierra Dentro con el norte por la ruta que enlazaba Parral y Nuevo México. Con Guadalajara se unía a través de Juchipila, Tlaltenango y de Los Altos, haciendo de esta ciudad un foco de recepción y distribución de caminos y caminantes que trajeron y llevaron las enfermedades conforme al flujo de gente que transitaba.16 Desde 1520 en que introdujeron la viruela los españoles, sus epidemias fueron ininterrumpidas. En la lámina 142 del códice de Kingsborougl se hace referencia a la de 1537; al año siguiente hubo otra, continuación de aquélla; en el período l544-46 murieron

unos 800,000 naturales; en 1555 más y en 1576 sucumbieron en cuatro ciudades –México, Michoacán, Puebla y Oaxaca– unos dos millones de almas. Durante el siglo

XVII

ocurren

con intervalo de dieciséis años; en la de 1733 hizo referencia a los daños el viajero von Humboldt, que fue eclipsada por la de 1769 (también mencionada por él), y causó, sólo en la ciudad de México, más de 9,000 defunciones. En 1779, perecieron 44,086 personas. Las de los siglos

XVIII Y XIX,

acumularon varios millones de muertes, con mayor incidencia en

Tlaxcala, Guanajuato, Michoacán, Zacatecas, Jalisco y Distrito Federal.17 De las múltiples hambrunas de la época colonial, la ocurrida entre los años 1784 a 1787 se asoció con una epidemia de peste que ocasionó 300 mil defunciones. Como el «año del hambre» se señaló a 1785 por la carestía de víveres que se dio en el país, encima de las pocas posibilidades de adquirirlos para la población empobrecida, que se desnutrió, enfermó y murió.18 Bastaba un año de malas cosechas para privar a la población de mercancías cuyo precio escapaba a su alcance al quintuplicarse en el caso del maíz y duplicarse en el del trigo, por el ocultamiento y especulación, derivados de la organización social en una etapa progresiva de consolidación y acumulación del capital, que impuso la necesidad.19 Al verse desposeídos de los medios de producción, los pueblos que pagaban tributo y se dedicaban al cultivo del maíz, se abalanzaron a los centros urbanos, donde las clases acomodadas se alarmaron por la magnitud del flujo de desocupados que deambulaban en tropel por las calles como mendigos, ladrones, prostitutas, asesinos y violadores. Las bandas de menesterosos representaban un grave peligro para el orden establecido que entraba en crisis y las ansias de justicia se ahondaban en las mentes de los nativos de las colonias.20

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Siglo de estigmas De particular importancia en la ciudad de Zacatecas fue el culto al Santísimo Cristo de la Parroquia. Esta imagen fue consumida por un incendio en el año de 1736, y siendo venerada por excelencia, a su destrucción se le achacó el sinnúmero de desgracias que asolaron a Zacatecas en el siglo XVIII, principalmente las epidemias y la baja producción de la minería.21 Fustigó a la región la desgracia desde años atrás, pues en 1711, 1713, 1715, 1717 y 1721 hubo pérdida de cosechas y ganado por sequías; mientras que en 1722 se inundó por exceso de lluvias la ciudad, cuyo arroyo desbordado arrastró varias carretas con cantera y causó la muerte de siete personas y bueyes.22 Estas situaciones y otras similares de 1746 a 1750, fueron detonantes de escasez de alimentos, abusos y epidemias, así como de la

paralización de actividades en el comercio y la minería. Otros sucesos marcaron a Zacatecas. El año de 1755 se incendió la casa, en la calle de Tacuba, del rico comerciante Domingo Tagle Bracho, e hizo explosión ahí un depósito de pólvora; murieron su esposa, hija y dos sirvientes. En 1764 esta ciudad y otros lugares cercanos sufrieron fuertes temblores. En 1772 cayó un aerolito o monolito de 1900 libras de peso en un lugar inmediato a esta ciudad que estuvo como cerramiento de una de las puertas de la casa que pertenecía al español Fermín de Apecechea, dueño entonces de la Mina de Quebradilla; el meteorito estuvo por años en la calle de Santo Domingo y luego se le trasladó al Museo de Minería de la ciudad de México. Otro acontecimiento notable fue una hermosa aurora boreal que se dejó ver el 14 de noviembre de 1789, en muchas partes del país, aunque en Zacatecas causó pánico y asombro.23 Demográficamente sufrió una disminución durante el siglo XVIII, hasta registrar una recuperación a fines de la década de 1770, provocada por una fuerte inmigración, resultado a su vez de un nuevo auge minero. La población de la ciudad aumentó de 15,000 habitantes en 1777 a 27,000 en 1796 y 33,000 en 1803. Las oscilaciones entre el aumento y el descenso de su población fueron fenómenos muy sensibles al impacto de las epidemias, hambrunas, depresiones y prosperidad de la producción minera, ésta como eje de la actividad económica, origen del comercio y los gremios artesanales. Con la inmigración a la ciudad, a pesar de las crisis en la minería, hubo quienes se insertaron en empleos mal remunerados y formaron un lumpen proletariado (plebe); el esquema centralizador y concentrador de la dinámica de acumulación de aquel entonces viene a agudizar las contradicciones sociales.24 Los grandes mineros terratenientes, españoles y criollos, ejercían su poder con un estilo de vida señorial desde el centro de la ciudad sobre los mestizos, indios, mulatos y castas, que poblaban los arrabales y barrios, en 8

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torno a las parroquias y conventos, deshilachado tejido social urbano cuya vida se agotaba en oficios mineros, artesanales, comerciales y religiosos. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII se intensifican los procesos judiciales, hecho no casual, pues los suburbios antihigiénicos tuvieron habitantes de bajos recursos económicos y poca educación, con amplias necesidades materiales. Hasta la cárcel pública y la sala de dar tormento estaban en muy malas condiciones. Delitos y problemas sociales extendieron la violencia, el homicidio, el adulterio, llamado entonces «mala amistad» o «enemistad», la violación, la prostitución, que en las postrimerías del siglo se presenta más abierta y reglamentada, injurias, difamación, falsedad, blasfemia y otros crímenes también considerados como pecados, para justificar la participación de tribunales eclesiásticos o la Inquisición, ante faltas cometidas contra la fe, la moralidad y las costumbres.25 Estas fechorías las cometían individuos de todos los estratos sociales: poderosos mineros, hijos de nobles familias, burócratas, vicarios y eclesiásticos, indios y mulatos, a los dos últimos grupos en numerosas ocasiones se les acusó además de superstición, hechicería e idolatría, por parte de una sociedad y Santo Oficio más tolerantes que en otros lugares. El sello que le imprimió el temperamento de sus primeros pobladores –aventureros y de espíritu audaz– hizo de la ciudad un refugio para quienes defendían ideas avanzadas en una época marcada por el rigor de las normas.

Surge la urbe Con base en la explotación humana propiciada por la minería, las haciendas y la iglesia, surgieron las construcciones de cantera que dieron forma a la ciudad. Primero no hubo ningún orden para construir, por la irregular y angosta cañada se hicieron viviendas siguiendo el serpenteante curso del arroyo, que a pesar de su escaso caudal fue un factor importante en el lavado de los minerales y en la provisión de agua para las necesidades domésticas. En la parte más ancha de esta vertiente fue que los principales mineros hicieron sus mansiones, alternadas con templos, conventos y plazas, en dominio de los caprichos geológicos y la naturaleza agreste. Peculiar y señera, la arquitectura zacatecana va desde la casa pobre de barrio, con puerta firme y ventana aherrojada, hasta el palacio señorial de muros imponentes, puertas de jambas, dinteles adornados y espléndida balconería; partió de la humildad arquitectónica de la histórica capilla de Bracho, primera de la ciudad, a la magnificencia insuperable de la barroca catedral del siglo

XVIII,

cuando también erigió sobrias y vigorosas casas palaciegas

de mineros celosos de su plata acumulada en los arcones. Y todo con esa piedra maravillosa 9

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color sepia, rosa, cobre y carne,26 cortada, tallada y colocada por manos callosas, menesterosas y esclavizadas. De esa época datan el Templo de la Compañía de Jesús, cuya dedicación se hizo el 24 de mayo de 1750 y que después de la expulsión de los jesuitas lo ocuparon los dominicos en 1785, por lo que es conocido como Santo Domingo; el Templo de San Agustín, iniciado

por los agustinos en 1617 y que fue dedicado para 1782 en que concluyó su restauración; el Templo del Sagrado Corazón de Jesús construido a partir de 1747 por la organización conocida como la Santa Escuela de Cristo; y la Capilla del Patrocinio, en el cerro de la Bufa, que después de muchas vicisitudes se reconstruyó y dedicó el 13 de septiembre de 1795, en el mismo sitio donde según la tradición se apareció la Virgen a los zacatecanos en el siglo XVI

para invitarlos a no pelear con los españoles.

Otros edificios preservados son el Convento Hospital de San Juan de Dios, dedicado en 1718, en la Plazuela del Maíz (Avenida Juárez), luego sede de la Escuela Normal Mixta y la

Primaria Valentín Gómez Farías; la Casa de la Moneda y la Aduana Vieja (1765), ésta construida por el Maestre de Campo Vicente de Saldívar Mendoza, luego utilizada como Palacio de Gobierno, junto con otro similar erigido al lado por el Conde Santiago de la Laguna a principios de ese siglo; la Capilla de la Aurora, consagrada en 1768; el colegio de niñas fundado en 1722 por el Ilustre Dr. Juan Ignacio María de Castorena y Ursúa en el costado sur de la Plaza Villarreal (hoy de Independencia); y el Palacio de la Leyenda de la Mala Noche del próspero minero Manuel de Rétegui, frente a la hoy Plaza de Armas. En 1786 se funda el Real Colegio de San Luis Gonzaga en la casona comprada a las herederas de los Condes de San Mateo de Valparaíso; funcionó en años previos como Seminario a cargo de la Compañía de Jesús y cuando los jesuitas fueron expulsados el Ayuntamiento lo rescata y establece que su Rector sea un sacerdote secular, cargo que recae en Mariano Esteban de Bezanilla; ya en el siglo

XIX

y al final de varios incidentes y litigios

por la propiedad, se convierte en el Instituto Literario de García, antecesor del Instituto de Ciencias Autónomo de Zacatecas y de la Universidad Autónoma de Zacatecas.27 Se canalizaron a la construcción de templos y conventos una parte de los recursos captados por la iglesia por efectos de la explotación (diezmo, préstamos hipotecarios con tasa anual del 6 por ciento, herencias no reclamadas, propiedades); este efecto multiplicador del gasto, aparte del enorme patrimonio cultural que generó, fue un incentivo importante para la economía colonial, pues avió muchas de las transacciones de mineros y comerciantes en las temporadas de crisis. La religión estuvo muy ligada a la economía. De las cinco órdenes que llegaron a Zacatecas: agustinos, dominicos, juaninos, jesuitas y

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franciscanos, esta última contaba con varias casas y centros de apostolado. Por su vínculo con la minería, nació el aforismo de los franciscanos: «donde no hay plata no entra el evangelio».28 Para todo mal…rezar En momentos de crisis fue necesario organizar rogativas en procesiones, misas y novenarios, pues eran un consuelo espiritual para la sociedad cuando no existía remedio alguno ante las epidemias, hambrunas, desastres climatológicos, temblores o desgracias, sobre todo porque estos males, al ser relacionados con un castigo celestial, acrecentaban la creencia.29 La conquista se acompañó de la pretendida conversión de los naturales de esta tierra y de las que se anexaran en las expediciones militares en pos de la riqueza. Como centros evangelizadores de la comarca, los conventos franciscanos de Zacatecas y Guadalupe (Colegio Apostólico de Propaganda Fide, que fue el más grande del mundo) originaron las excursiones misioneras del siglo

XVIII

que llegaron hasta Texas y Nuevo

México con el andariego Fray Antonio Margil de Jesús. Imbuídos de la devoción religiosa, apegaron a ella su vida los habitantes del real de minas de Zacatecas, la explotación minera debía tener siempre la bendición y protección divina para obtener bonanza en las vetas; el arduo y azaroso trabajo minero se acompañó siempre por actos de fe y festividades religiosas que infundían confianza y ánimo. Desde que fundaron la ciudad, los españoles establecieron como su protectora a la Santísima Virgen y su festiva veneración cada 8 de septiembre a partir de 1559. Las órdenes religiosas trajeron consigo a sus santos, bautizaron pueblos, barrios y callejones; impusieron un calendario de festividades religiosas que marcó el tiempo de los fieles. Cuando por la Ruta de la Plata se transportaron la peste bubónica, el tifo, la viruela y la hepatitis, en estas y otras ocasiones de apremio, fue implorado el auxilio divino en la imagen de la Virgen de Guadalupe en su advocación de La Preladita, a fin de pedirle cesaran las enfermedades, causantes de dolor y muerte en la ciudad y lugares cercanos a ella. A partir de 1738 en que lo hicieron por primera vez, cada año los fieles celebran procesión solemne en siete kilómetros de Guadalupe a Zacatecas, con ruegos y plegarias para determinados favores, ha quedado arraigada como único consuelo del pueblo la veneración itinerante a esta imagen, la cual visita todos los templos y colonias de la ciudad acompañada de los fieles. Hasta en la atención de las enfermedades era dominante la intervención de religiosos, como es el caso de la orden de San Juan de Dios, que durante el siglo

XVIII

mantuvo su 11

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monopolio en materia de salud con el único hospital que funcionaba en la ciudad y donde murieron la mayoría de los contagiados durante las epidemias. El fenómeno religioso abarcó diversos conceptos, mentalidades, periodos, imágenes, instituciones, edificios, corrientes y órdenes. Imperaba en todas las esferas, incluidas la política (a través del cabildo) y la económica (con la acumulación y usufructo de recursos).30 El capital de la iglesia fue muy importante y su fin no fue altruista, sino de beneficio propio, para mantenerse en otras latitudes y cubrir sus gastos suntuarios.

El clarín con su bélico acento Fue obligatorio hacer un alto en Zacatecas, dentro de la ruta de la plata, para analizar las circunstancias que vivieron sus habitantes primitivos y allegados, previas a la insurrección independiente, e intentar discernir cuál fue su nivel de participación en este devenir histórico. Se identifican las desventajas e injusticias sociales que se tomaron como pretexto, pero también el sufrimiento, muerte y miseria, infligidos por la explotación de los poderosos de siempre (militares, clérigos, acaudalados, mercaderes, todos movidos por la codicia). Los empresarios de fines del siglo

XVIII

eran dueños de unas verdaderas "unidades

económicas y sociales": poseían minas, haciendas de beneficio y haciendas de campo o de ganado destinadas al abastecimiento de las primeras. Más todavía: en el último tercio del siglo se constituyen las compañías mineras capitalistas, en un proceso paralelo a las reformas promovidas por los monarcas ilustrados (borbónicos), al coincidir sus intereses. Por Real Cédula del 18 de marzo de 1783, el gremio minero adquiere varios privilegios, entre ellos el de nobleza, que conlleva ventajas sustanciales y simbólicas: no ser encarcelado por deudas y ser juzgado por un tribunal específico, además de tener acceso barato al azogue para obtener la plata. La pobreza exacerbada por las Reformas Borbónicas, y la pérdida de hegemonía política y económica de los criollos y el clero ante estas nuevas regulaciones, enconaron los problemas a dimensiones de intolerancia y abierta beligerancia, que engendran aspiraciones independentistas, especialmente entre los criollos y clérigos regulares (estos en su mayoría también criollos). La insurrección busca la Independencia de España, pero en el fondo la revuelta es la respuesta a la opresión de las masas de humildes, que ignorantes apoyan el movimiento en espera –ingenuamente– que de esta lucha se desprenda un nuevo orden económico más justo, equitativo e igualitario. La verdad es que los criollos sólo ven los intereses de su clase. 12

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Se concentraron los medios de producción en un grupo reducido de mineros, principalmente de origen peninsular, y debilitaron a los pequeños propietarios, los cuales en su mayoría eran criollos descontentos, predispuestos a participar en favor de la independencia. Por su parte los humildes, en su mayoría ignorantes, siguen a los líderes insurgentes, más motivados por el hurto que de la guerra puedan obtener, que por su convicción ideológica. Bajo estas circunstancias la revolución de Independencia crece de forma desmedida, nutrida especialmente por contingentes de grupos urbanos lumpem proletariado, y proletariado, así como de otros tantos peones campesinos y rancheros. Sin embargo, la riqueza y la cohesión de la élite zacatecana le permitieron encabezar los cambios y movimientos políticos. Su liderazgo y habilidad para sortear las crisis fue un factor, ciertamente no el único ni el más importante, en la desactivación del movimiento insurgente a nivel regional. En el plano ideológico, su hegemonía sólo fue cuestionada por ciertos sectores del clero que simpatizaron con la rebelión. No hubo cambios ostensibles en el modo de vida impuesto a las masas populares y, como en la historia de siempre, los únicos beneficiados fueron los poderosos al alcanzar nuevas formas de sociabilidad que les permitieron mantener su predominio y explotación. Por esta razón y la capacidad intelectual, persuasiva y militar de José María Calleja, la participación zacatecana fue limitada durante la gesta libertaria; hubo esporádicas batallas y pocos cuadillos, como Víctor Rosales, quien participó en conjuras previas infructuosas en México, acompañó a Ignacio López Rayón en 1811 en la segunda vez que se recuperó el mando del ayuntamiento de Zacatecas y el 25 de septiembre de 1813 con 50 hombres, pagados por los hermanos Rosales, intentó sorprender a los defensores de la ciudad; se apoderó de dos pequeños cañones del cuartel realista de San Agustín (hoy Portal de Rosales), que abandonó en la Plaza Villarreal; en represalia soldados de José María Navarrete tomaron prisionero y dieron muerte a su hijo adolescente José Timoteo Rosales. Murió derrotado en Ario (de Rosales), Michoacán, en mayo de 1817. Muchos acontecimientos posteriores y turbulentos vivió esta ciudad. En esas confrontaciones y en la Revolución de 1910 habrían de retomarse las demandas insatisfechas de los desvalidos, con una participación más decidida y con mayores próceres, aunque también con holocausto y castigo, no sólo por efecto de la guerra, sino además por enfermedades que exterminaron a la mayoría de sus habitantes, porque si se desconocían sus mecanismos de transmisión y de control, también se ignoraba la forma de curarlas. Pero esa es otra historia, escrita también con sangre y muerte.

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