ESTUDIO DE CAMPOS DE CASTILLA DE ANTONIO MACHADO

ESTUDIO DE CAMPOS DE CASTILLA DE ANTONIO MACHADO EDICIONES Y ESTRUCTURA DE CAMPOS DE CASTILLA: La primera edición de la obra es de 1912, cuando su es...
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ESTUDIO DE CAMPOS DE CASTILLA DE ANTONIO MACHADO

EDICIONES Y ESTRUCTURA DE CAMPOS DE CASTILLA: La primera edición de la obra es de 1912, cuando su esposa todavía no había muerto. Pero en 1917, en la edición de sus Poesías completas, Machado incluye numerosos poemas nuevos de la etapa andaluza. El resultado es un libro en el que pueden señalarse los siguientes grupos de poemas: 





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El ciclo soriano. A él pertenecen los poemas en los que Machado expresa su emoción ante el paisaje castellano (Orillas del Duero y la serie Campos de Soria, por ejemplo) y en los que se refleja la decadencia castellana y la violencia de los campesinos (Un criminal y, sobre todo, el largo romance La tierra de Alvargonzález). El ciclo de Leonor. Incluye los poemas más emotivos y tristes escritos en recuerdo de su esposa muerta (Señor, ya me arrancaste lo que más quería; Allá en las tierras altas y, especialmente, A José María Palacio). El ciclo de Baeza. Machado centra su mirada en el paisaje andaluz (Los olivos), en las costumbres populares (La saeta), en el atraso del país (Del pasado efímero; El mañana efímero) y en los personajes decadentes (Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido). Proverbios y cantares. Bajo este epígrafe Machado incluye numerosas composiciones breves que combinan el juego lírico, la reflexión filosófica y existencial, la ironía y el humor. Elogios. En esta sección del libro se reúnen poemas compuestos en alabanza de amigos del poeta (Azorín, Unamuno, Valle-Inclán), elegías (A don Francisco Giner de los Ríos; A la muerte de Rubén Darío) y poemas en los que muestra su esperanza en una España nueva (Una España joven).

En definitiva, el título original de Campos de Castilla, queda desbordado por la estructura final de la obra, pues aunque el paisaje soriano sea el núcleo generador del libro, buena parte de los poemas de lo que hoy se denomina Campos de Castilla se refieren paradójicamente al campo andaluz y a sus hombres.

EL PAISAJE EN CAMPOS DE CASTILLA El carácter novedoso de Campos de Castilla, frente a los libros anteriores de Machado, está en el tratamiento del paisaje, pues los parajes inconcretos de la poesía presoriana se han convertido en un entorno preciso: el impresionismo pictórico ha pasado a minuciosidad detallista, y el vago sentimentalismo de Soledades se centra ahora en los aspectos históricos y sociales de Castilla. Sin embargo, no puede contraponerse radicalmente Campos de Castilla a las dos obras anteriores, entendiendo que estas se reducen a un paisajismo intimista mientras que en Campos de Castilla predomina la descripción objetiva de la que ha desaparecido cualquier resto de subjetivismo lírico. Al contrario, el poeta impregna el paisaje “descrito” de un aire noventayochista y a la vez de lirismo sentimental. 1

Sánchez Barbudo considera que las causas del cambio son el espíritu del 98, con un modo de ver y sentir Castilla y España, y su amor por Leonor que le llena el vacío que le impedía abrirse a los otros: sus cinco años en Soria en contacto con el campo y el paisaje castellanos hacen que se identifique con su espíritu y los cante con una poesía más descriptiva y realista. Con la muerte de Leonor volverá a una subjetividad distinta a la de Soledades. La conciencia noventayochista, las circunstancias personales y la realidad andaluza de Baeza darán lugar a poemas mucho más agrios. Si nos atenemos a las fechas de composición de los poemas de Campos de Castilla, puede hablarse de una cierta evolución en el tratamiento del paisaje castellanista de Machado. Carlos Beceiro distingue cuatro etapas: 1ª etapa: Estampas sorianas, sin contenido ideológico ni voluntad simbolizadora. Predomina la mera descripción objetiva del paisaje. Ejs: la primera parte de “A orillas del Duero” (XCVIII), hasta “hacia la mar”. Con todo, Machado selecciona ya los elementos que dan al paisaje una configuración de dureza y aridez, en las adjetivaciones: “cárdenos alcores”, “parda tierra”, “desnudos peñascales”, “pedregal desierto”…, y esboza las imágenes que se refieren al pasado histórico de Castilla, y que se repetirán hasta convertirse en elementos esenciales que identifican y definen el paisaje: Soria es “una barbacana hacia Aragón”, el Duero forma una “curva de ballesta en torno a Soria”… Otros poemas de esta etapa son: “Fantasía iconográfica” (CVII), “Amanecer de otoño” (CIX), “En tren” (CX) y “Pascua de Resurrección” (CXII). 2ª etapa: Corresponde a los poemas más genuinamente noventayochistas. Los temas abarcan conjuntamente el paisaje y lo que Unamuno llamaba el “paisanaje” (sus habitantes). Ahora Machado nos presenta una visión de Castilla como tierra de contrastes: tierra antaño dominadora, pero hoy miserable; de campos, pero sin arados; de nativos que emigran; de capitanes trocados en ganapanes; región en el pasado guerrera, pero en el presente tan impasible que no podemos averiguar si espera algo del porvenir o si, por el contrario, dormita o sueña olvidada de todo. Ejemplos de esta etapa son: “A orillas del Duero” (la segunda mitad del poema), y “Por tierras de España” (XCIX). 3ª etapa: Hacia 1911 el paisajismo castellanizante de Machado sufre una inflexión que muestra la serie “Campos de Soria” (CXIII), detallado retablo paisajista publicado por primera vez en 1912. En estos poemas el sentimiento ante el paisaje se ha ido impregnando de honda melancolía. Es precisamente en la tristeza donde la crítica ve una de las claves del sentimiento descriptivo característico de este período, la melancolía es la forma de identificación machadiana con las tierras de Soria (“tristeza que es amor…”), así como el vehículo para indagar en el “alma” de Castilla y de España: “tierras pobres, tierras tristes / tan tristes que tienen alma”, dirá en La tierra de Alvargonzalez. Si analizamos “Campos de Soria”, vemos que tiene nueve partes o secciones: las tres primeras, de doce versos, y la cuarta de catorce, forman un poema que podría corresponderse con la primera etapa: pura descripción del paisaje soriano, paisaje con figuras. Nada de historia, cuadros de paisaje que se superponen en tonos suaves y delicados. Hay una pareja de labradores absorbida en el paisaje. A partir de la sección VI es ya otro poema: se menciona la ciudad de Soria con un carácter noventayochista, bastante estilizado: portales con escudos y perros en callejuelas desiertas; está marcada por los signos de exclamación que abarcan casi todos los versos: evocación de una ciudad histórica llena de indicios de un pasado glorioso desaparecido y de un 2

presente decaído, en la cual, no obstante, encuentra belleza (“Soria, ciudad castellana / ¡tan bella! bajo la luna”). No hay crítica, ni rabia, solo asombro y amor. En las tres últimas partes, los mismos elementos de la naturaleza: colinas plateadas, grises alcores, etc. ya tienen una realidad íntima además de la externa: “álamos de las márgenes del Duero / conmigo vais, mi corazón os lleva”. Y se añade una dimensión más: la experiencia nuevamente vivida, en contraste con el recuerdo: “he vuelto a ver los álamos dorados”. 4ª etapa: Desde Baeza, a donde se traslada después de la muerte de Leonor, Machado abrirá nuevas direcciones en el tratamiento del paisaje. La línea divisoria entre poemas castellanos y andaluces la marca el poema “Recuerdos”, fechado en el tren, en abril de 1913, camino de Baeza. Es un entrañable adiós a su tierra soriana. En Baeza no deja de componer poemas que constituyen nuevas “estampas sorianas”, aunque trasformadas por trágicas referencias autobiográficas: el recuerdo de Soria y sus campos, ligado al de Leonor, le inspira una serie de poemas conmovedores: “Una noche de verano”, “Allá en las tierras altas”, “Soñé que tú me llevabas”, en que el recuerdo de su esposa está presente. El encuentro con su tierra andaluza le inspira otros bellos poemas como: “Caminos” (CXVIII) y “Los olivos” (CXXXII), aunque, según Dámaso Alonso, ya no tienen la belleza y hondura con que ha cantado el campo de Castilla. Por contraste con la aridez o la humildad del paisaje castellano, se destacan los tonos luminosos, verdes, fértiles. Para comprobar la evolución y el tratamiento poético del paisaje en Campos de Castilla conviene leer los siguientes poemas: -

“A orillas del Duero” (XCVIII) como intento de objetivación descriptiva. En él se observa el pensamiento noventayochista: análisis y preocupación historicista.

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“Campos de Soria” (CXIII): identificación con el paisaje y sus habitantes. El sentimiento predominante es el de simpatía emotiva.

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“Recuerdos” (CXVI): evocación y recuerdo. Carácter vívido del recuerdo en contraste con el desarraigo que el poeta siente frente al paisaje andaluz. Evoca sus propios poemas paisajísticos sobre Soria.

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“Allá en las tierras altas” (CXXI): unión ya inseparable entre la íntima evocación amorosa y el paisaje soriano.

PRINCIPALES SÍMBOLOS MACHADIANOS EN CAMPOS DE CASTILLA Siguiendo la tradición simbolista que le llega a través del Modernismo, Machado empleará en sus poemas la técnica de aludir a las realidades que le interesan mediante símbolos. En Campos de Castilla estos símbolos podemos analizarlos en relación a sus dos grandes ejes temáticos, el problema existencial y el tema de España: 1) El problema existencial: el paso del tiempo, la muerte, Dios La gran mayoría de símbolos hacen referencia al paso del tiempo: 3

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El agua: es quizá el que con mayor insistencia y también con mayor hondura vivencial reitera a lo largo de su obra. El agua del río, de la fuente, de la lluvia…, su fluir casi imperceptible, constante, se hace símbolo del fluir temporal y, por ello, de la vida interior; puede representar la muerte, quieta en la taza de la fuente o en la inmensidad del mar, al que confluyen todas las aguas. Ej. “Poema de un día/Meditaciones rurales” (CXXVIII) : Fuera llueve un agua fina, que ora se trueca en neblina, ora se torna aguanieve. Fantástico labrador, pienso en los campos. ¡Señor, qué bien haces! Llueve, llueve tu agua constante y menuda sobre alcaceles y habares, tu agua muda en viñedos y olivares.

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La tarde suele expresar el sentimiento melancólico y a la vez espiritual. Machado la utiliza como símbolo de reflexión y recogimiento, aunque también como decaimiento, fin del día y de la vida. En ese momento es cuando el poeta se entrega a su propia soledad, añoranza y melancolía del pasado. Esta hora del día se suele acompañar frecuentemente de adjetivos que connotan un estado de ánimo de depresión espiritual (cenicienta, mustia, destartalada…) y que contribuyen a personificarla, identificándola con ese estado de ánimo.

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Los colores: gris, amarillo, blanco, verde, morado, pardo, oscuro, son las gamas cromáticas frecuentes en Campos de Castilla que remiten a las obsesiones constantes en la poética machadiana: soledad, tristeza, sentimiento de fugacidad de lo real. Cuando estos adjetivos acompañan a la tarde y a los elementos del paisaje de esa hora (rojos, cárdenos, violetas, rosados) se cargan de esas connotaciones de melancolía y tristeza . Ej. “Caminos” (CXVIII): Tienen las vides pámpanos dorados sobre las rojas cepas. […] Lejos, los montes duermen envueltos en la niebla, niebla de otoño, maternal; descansan las rudas moles de su ser de piedra en esta tibia tarde de noviembre, tarde piadosa, cárdena y violeta. El viento ha sacudido los mustios olmos de la carretera, levantando en rosados torbellinos el polvo de la tierra.

El color que más veces aparece es el blanco como símbolo positivo de paz, pureza, en oposición al negro, asociado a lo negativo. A veces el blanco aparece contrastado con el gris, como símbolo de decadencia y tristeza. 4

En Campos de Castilla aparecen colores primarios: rojo y azul, asociados a paisajes idílicos o soñados, y secundarios (violeta, anaranjado, verde), con el mismo simbolismo. Esta utilización de los colores muestra no sólo un afán descriptivo sino también un contenido simbólico condicionado, al menos, por tres líneas: el uso de los colores hecho por los simbolistas; el gusto por los pardos en los escritores del 98, que lleva a matizar los tonos y a convertir esos matices en un alegato ideológico; y las asociaciones universales entre color y vida que trascienden a cualquier autor, corriente y que, incluso, son comunes a distintas culturas. -

Los caminos. El camino alude al paso del tiempo y, con ello, a la preocupación temporal que sentía Machado. Los caminos están presentes en la poesía del sevillano desde sus primeras composiciones. El caminar errante, sin meta prefijada, es ante todo un sentimiento de pesar, sin consuelo, una nostalgia de la vida que se va dejando atrás y que también participa del horror de llegar. Los caminos son frecuentemente símbolos de la vida. El caminar es vivir, y este es hacer camino. Machado utiliza el caminar para hacer referencia a una existencia dura y amarga. A pesar de ello, lo que importa es caminar (vivir) y llegar al punto final, la muerte. La idea de que el camino no está hecho, sino que se hace “al andar” se ve reforzada por otras imágenes, como la estela fugaz que se deja sobre el mar y que, al tiempo que se hace, se borra de una manera inaprensible, como el devenir temporal del hombre. Ej. Proverbios y cantares (CXXXVI – XXIX): Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.

Cuando el camino real se difumina, se borra hacia la lejanía, hacia el futuro del que nada podemos decir; y al mismo tiempo, se convierte en motivo de melancolía, de ensueño que trae recuerdos del pasado. Son los caminos del sueño, también llamados galerías. Machado insiste en imaginar esas secretas galerías del alma para soñar el futuro y el pasado, es decir, soñar la vida. Mirar atrás es mirar lo ya vivido, y soñarlo es revivirlo. Los caminos soñados son también un mecanismo con el que encontrarse a sí mismo y a Dios. Soñé que tú me llevabas por una blanca vereda, en medio del campo verde, hacia el azul de las sierras, hacia los montes azules, una mañana serena. Sentí tu mano en la mía, tu mano de compañera, tu voz de niña en mi oído como una campana nueva,

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como una campana virgen de un alba de primavera. ¡Eran tu voz y tu mano, en sueños tan verdaderas!... Vive, esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la tierra! (CXXII).

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Los ríos: En Campos de Castilla, entre los elementos configuradores del paisaje a los que el poeta dota de significación simbólica en relación con el paso del tiempo, están los ríos, en especial el Duero (“A orillas del Duero”: como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar).

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Los árboles. Otro elemento del paisaje que adquiere dimensión simbólica en esta obra es el árbol, en especial el olmo, árbol de la infancia en algunas composiciones, y de la madurez en otras (cfr. “A un olmo seco”: ¿tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas?). El poeta parece haber escogido el árbol para sintetizar no solo su predisposición anímica ante el paisaje, sino también el correlato con el tiempo. La diversidad arbórea del poemario sirve de vehículo para expresar tanto la emoción que siente contemplando los campos de Castilla como la fugacidad de la vida. Entre ellos podemos destacar: 

El olmo: identificación con el alma: árbol de los juegos en la infancia y de la meditación en la madurez. Connota la enfermedad de Leonor y también la esperanza en el milagro de la curación con la aparición de hojas verdes.



La encina: negra, polvorienta, humilde, vieja, es símbolo de pobreza, humildad, fortaleza interior, dignidad del paisaje.



El roble: robusto, guerrero, fuerte. Simboliza el pasado noble y guerrero de Castilla, en contraste con la mezquindad del presente. También se interpreta, en ocasiones, como la virtud y la fuerza.



El álamo: juventud, amor.



El haya: misterio, miedo, lo sobrenatural.



El limonero y el naranjo: infancia en Andalucía, luminosidad, felicidad.



La palmera: infancia, la lejanía.



El pino: la totalidad del planeta, la mar, las montañas y el cielo.



El olivo: el trabajo. Junto con los trigales y viñedos, la riqueza del campo andaluz.

El poema CIII, “Las encinas” nos explica claramente las correspondencias entre cada árbol y su significación. -

El mar simboliza con frecuencia la ciega inmensidad de la muerte, lugar al que confluyen todos los ríos, siguiendo la alegoría de Jorge Manrique. Cada ser, como una 6

infinita gota, se pierde y desaparece en la inmensidad del mar-muerte (“Morir caer como gota / de mar en el mar inmenso”, Proverbios y cantares).

2) El tema de España El “descubrimiento” de Castilla, la apreciación de la belleza del paisaje castellano, mezclada con ciertas consideraciones y sentimientos sobre el pasado, presente y porvenir de España, sobre la decadencia, virtudes y defectos de la raza, es algo propio de la llamada “generación del 98”. Todos los miembros de la generación se percataron de que el paisaje de Castilla simbolizaba el pasado glorioso, la realidad del presente y la esperanza del futuro de España. Castilla es el corazón del espíritu nacional. Machado coincide con Unamuno y Azorín en considerar el paisaje como el vehículo más importante de la introspección de la realidad inmanente, del “alma de España”, de lo que Unamuno llamó la “intrahistoria”. Así, el paisaje del ciclo soriano de Campos de Castilla no reduce su valor significativo a las tierras de Soria, sino que amplía sus referencias simbolizando Castilla, España entera o, incluso, la vida humana en general. En la obra siempre es posible esta continuidad simbólica: Soria  Castilla  España  Vivir humano Por ejemplo, “el loco” del poema CVI, que huye de la ciudad provinciana puede referirse dentro de la escala de gradación significativa, al que huye, cruzando el yermo soriano, de la propia Soria, de la pobreza castellana, de la estulticia en general o, dentro de la interpretación más radical, de la estupidez, de la “normalidad” humana (“la terrible cordura del idiota”); incluso algún crítico ha visto en el “loco” un símbolo del intelectual regeneracionista de fin de siglo, reducido a un predicador en el desierto de un país mentecato. De la misma forma el parricidio de “La tierra de Alvargonzález” puede ir desde la interpretación de una simple glosa de un crimen truculento de la Castilla rural, hasta el más profundo sentido del cainismo hispánico o de la maldad humana. Uno de los temas fundamentales de Campos de Castilla es la constatación de que los campos que antaño eran escenario de gestas históricas se han convertido, por un proceso de degeneración gradual, en esos terrenos malditos que provocan la melancolía del poeta. Al contemplarlos, Machado ve en ellos el símbolo del pasado glorioso (fortalezas sierras, yelmos cimas, cimera Urbión), creando unas metáforas que tienen como función intensificar el valor de rememoración histórica en las descripciones. Para ello reitera varios motivos: unas veces se refiere al pasado guerrero, a la épica del cantar de gesta o al mundo legendario del romancero viejo; otras, utiliza imágenes simbólicas como la del centauro arquero. No sólo la tierra o el campo se impregnan de ese carácter de pasado “épico”, sino todos los elementos del paisaje: el Duero, curva de ballesta; Soria, barbacana. Los animales también connotan nobleza histórica: agudos lebreles o majestuosas águilas caudales. Por último, también aplica a los elementos inanimados del paisaje calificativos de ese pasado épico perdido en el transcurrir de los tiempos: “tierra triste y pobre”, “adusta tierra”, “agrios serrijones”. Muchos de los poemas tienen un carácter itinerante que el poeta consigue relatándonos un paseo o excursión, como sucede en el poema “A orillas del Duero”. Al principio el poeta asciende 7

trabajosamente por un pedregal, en un día caluroso de julio, describiéndonos, con un objetivismo solo aparente, los elementos del paisaje (versos 1 a 4); a simple vista no se encuentran en ellos referencias de evocación histórica, aunque sí podemos descubrir detalles relacionados con el campo semántico de la “nobleza épica”: las “rapaces aves de altura”, “el sol de fuego”, el “majestuoso vuelo”. Pronto ese valor evocativo se va intensificando de forma más directa: Redonda loma – recamado escudo Cárdenos alcores – harapos de un viejo arnés Río Duero – curva de ballesta de un arquero medieval Soria – barbacana Castilla – torre

Después, a partir de dos versos que sirven de transición (“El Duero cruza el corazón de roble / de Iberia y de Castilla) el poeta lamenta la degeneración actual de los valores del pasado histórico (versos 36 a 42). El plano evocativo se cierra con un simbólico atardecer. -

Símbolo también de la decadencia histórica es el propio hombre castellano. La culminación de esta la resumen los salvajes parricidios del seminarista en “Un criminal” (CVIII), o el de los Alvargonzález (el parricidio como símbolo de la degradación histórica de Castilla y con ella la decadencia de España; y el cainismo, que connota el misterio de la maldad instintiva del hombre: “La maldad de los hombres es como la Laguna Negra que no tiene fondo”). En el romance podemos encontrar versos que nos remiten a esa reflexión sobre el vivir humano en general: Él pensó que ser podría feliz el hombre en la tierra […] Agua que corre en el campo dice en su monotonía: Yo sé el crimen, ¿no es un crimen cerca del agua, la vida?

En la etapa jienense ya no existe esa compenetración cordial, ni la actitud de introspección historicista que utilizó para describir las tierras y habitantes de Castilla. El ciclo andaluz se caracteriza por un distanciamiento desmitificador, lejos de los tintes épicos y ennoblecedores que empleaba en Soria. Ahora al hablarnos de don Guido como típico señorito andaluz, el tono que predomina es el de la ironía grotesca. El “señoritismo” y sus atributos será uno de los blancos de la crítica machadiana más feroz. El “señorito andaluz”, símbolo del “señorito español” representa lo caduco y vetusto, no por su envejecimiento natural sino por su falta de autenticidad. Se trata de un hombre que no existe en el tiempo auténtico (“ni de ayer, ni de mañana, sino de nunca”).

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PRINCIPALES RASGOS FORMALES EN LA OBRA CAMPOS DE CASTILLA Antonio Machado somete, desde sus inicios poéticos, su estilo a un proceso de depuración en busca de la esencialidad, hecho que explica que partiendo del Modernismo esteticista llegue a una poesía sencilla, breve y concisa. El propio autor declara en numerosas ocasiones su gusto por la sencillez, la naturalidad, la expresión directa, en contra de todo retoricismo. Busca la sencillez expresiva, de ahí su hostilidad hacia el barroco y su rechazo de la metáfora que, según Manuel Alvar, está en contra de la poesía directa. En Campos de Castilla es característico el estilo nominal, basado en la presencia mínima de verbos. Él mismo, en boca de Mairena dirigiéndose a sus alumnos, declara: “Lo clásico es el empleo del sustantivo, acompañado de un adjetivo definidor […]. Lo barroco no añade nada a lo clásico, pero perturba su equilibrio, exaltando la importancia del adjetivo definidor hasta hacerle asumir la propia función del sustantivo”. En cuanto al léxico, Machado tiene un vocabulario predilecto que puede agruparse en torno a algunos temas, algunos sentimientos, algunas percepciones. Además de los símbolos analizados en el apartado anterior (el agua, el mar, el camino, los árboles…), toda la obra poética de Machado está marcada por el empleo de un vocabulario que evoca el tiempo que pasa, el ritmo de los meses y de las estaciones, la caducidad de las cosas (cfr. “A un olmo seco”). En este sentido, hay que señalar un léxico referido a lo que él mismo denomina “signos del tiempo” (tarde, noche, primavera, otoño…). Siendo el tiempo el tema vertebrador de su obra, las palabras que pueden funcionar como deícticos temporales (adverbios: hoy, mañana, ayer, todavía, nunca, ya…, demostrativos: estos, aquellos…) aparecen continuamente en sus poemas. Estos deícticos no suelen aparecer solos, sino que se combinan con antítesis temporales para expresar vivencialmente la relación pasado – presente – futuro (ver “El dios ibero”, CI). También los adverbios de lugar (aquí, allí…) tienen este valor deíctico, y sus antítesis espacio-temporales señalan también antítesis correspondientes a sus estados de ánimo (ver “Allá, en las tierras altas”, CXXI). En oposición a estos signos del tiempo, el poeta utiliza un vocabulario abstracto para referirse a lo que define como “revelaciones del ser en la conciencia humana” relacionado con los universales del sentimiento: sueño, alma, ilusión, encanto, armonía… Machado es también aficionado, como los escritores del 98, al uso de arcaísmos que descubren en el poeta un amor a las cosas o formas de expresión de tiempos pasados y quizá revelan aspectos del alma eterna de la patria: tahúr, albur, sayal, etc. En Campos de Castilla es frecuente el uso de sustantivos y adjetivos que evocan la rudeza o la pobreza de las tierras, seguidos de complementos nominales formados con la preposición sin, que refuerzan esa impresión negativa (ver “A orillas del Duero”). El vocabulario es sencillo, natural, inteligible, en conjunto, para un público amplio; el mundo concreto (animales, paisajes, plantas) impone un léxico preciso y variado. Algunos procedimientos estilísticos, a los que el poeta recurre con frecuencia, atestiguan el deseo de encontrar a su lector, o bien de sorprenderlo, intrigarlo o fascinarlo. Machado emplea generalmente con mesura procedimientos retóricos que liberan a sus poemas de toda impresión de monotonía: 9

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La repetición de palabras o expresiones que produce un efecto de insistencia, de obsesión o de encantamiento: “campo, campo, campo”; “esta tierra de olivares y olivares”… O sirve para imitar un movimiento: “Se vio a la lechuza /volar y volar”. O trata de reflejar una emoción tan fuerte que resulta indecible: “¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!”

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El uso de símbolos, que se convertirán en el universo imaginario de Machado. Toda su poesía está recorrida por estas intuiciones vivas y frágiles de que la realidad debe ser una conquista del lenguaje, por la imagen, la metáfora o la comparación.

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Dos aspectos manifiestan su deseo de comunión íntima con lo que le rodea; primero se observa en la frecuente humanización de las cosas, de los objetos, de los paisajes, es decir, en el uso de las prosopopeyas o personificaciones: “el agua clara que reía”, “cárdenos nublados congojosos”, etc. En segundo lugar, en el empleo de la exclamación, uno de los rasgos más peculiares de este poeta que no abandonará jamás, puesto que le permite traducir su emoción ante los objetos, los seres humanos o los acontecimientos: “¡Hermosa tierra de España!”, “¡Oh, flor de fuego!”, etc. Con este gusto persistente por la exclamación se puede relacionar también el uso frecuente del apóstrofe y de la interrogación, que da a sus versos un tono personal (ver “A José María Palacio” CXXVI).

La métrica merece también una especial atención en la caracterización del lenguaje poético de Machado: variedad de metros y estrofas y, al mismo tiempo naturalidad y espontaneidad; armonía de los poemas, acentuada a veces por rimas internas; armonías vocálicas; mezcla de tradición y modernidad, de ecos clásicos y populares. En cuanto a los metros, los versos preferidos en Campos de Castilla son los clásicos de la tradición española: el octosílabo, de tradición popular, y el endecasílabo, de tradición culta. En numerosas ocasiones el endecasílabo aparece combinado con el heptasílabo. En menor medida utiliza el alejandrino, que había sido el preferido en la obra anterior, Soledades, galerías y otros poemas. En lo que respecta a las estrofas también encontramos variedad: -

Estrofas con versos de arte menor: romances: el más significativo es la larga composición “La tierra de Alvargonzález”; cuartetas (abab): los poemas de la serie “Proverbios y cantares” (CXXXVI: XIX, XXI, XXVII); coplas (-a-a): II,IV,VI,VIII de la serie anterior; combinaciones de aleluyas (aa) y cuartetas, como en el poema “Las encinas” (CIII); combinaciones de versos de ocho y de cuatro sílabas: “Otro viaje” (CXXVII), etc.

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Una de las estrofas preferidas es la silva, combinación libre de un número indeterminado de versos endecasílabos y heptasílabos, cuya rima también se distribuye libremente; en especial abunda la silva arromanzada o en asonante: la serie “Campos de Soria” (CXIII), o “A José María Palacio” (CXXVI).

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Estrofas en alejandrinos: pareados, en series más o menos extensas: “A orillas del Duero” (XCVIII), y serventesios (ABAB): “Retrato” (XCVII), e incluso combinaciones de 10

pareados y serventesios: el poema dedicado a Flor de santidad de Valle-Inclán, en la serie “Elogios” (CXLVI).

IMPORTANCIA DE LA OBRA CAMPOS DE CASTILLA EN LA POESÍA ESPAÑOLA ANTERIOR A LA GUERRA CIVIL Antonio Machado ha sido considerado por los defensores de la llamada “generación del 98” como su poeta representativo, aunque haya quien diga que es simplemente el epígono del grupo pues su preocupación por España no se hace patente en el sevillano hasta la primera edición de Campos de Castilla de 1912. Campos de Castilla representa, dentro de la evolución de la poesía machadiana, un mayor grado de objetividad respecto a su primera obra, Soledades. Galerías. Otros poemas. Se atenúan el subjetivismo y la introspección y pasa a un primer plano la realidad exterior. En buena medida, Campos de Castilla supone la vuelta a la poesía realista como vía de salida del modernismo simbolista. Será la poesía realista uno de los dos caminos (el otro es el de la poesía pura) por los que transitará la poesía española durante décadas. Campos de Castilla se abre con el poema “Retrato”, poema que no se relaciona con ninguno de los que le siguen, ni por el tono ni por el tema, pero que simboliza una nueva época en el itinerario vital y poético de su autor (algunas de sus estrofas suponen una invectiva contra los poetas modernistas más superficiales y no un rechazo total del Modernismo; el propio poeta se autodefinirá en 1920 como “un pobre modernista del año tres”). Campos de Castilla contiene los poemas más populares de Machado. Su éxito supondrá la salvación del poeta, desesperado ante la súbita muerte de Leonor. El tema castellanista, la impresión del paisaje espiritualizado, así como la crítica de la “España de charanga y pandereta” y la esperanza en la juventud sirvieron para señalar el aspecto noventayochista del poeta, que coincide en esto con otros escritores del momento (Baroja, Azorín, Unamuno). El problema de España se manifiesta en Machado en una evolución típicamente noventayochista: siendo sevillano descubre Castilla, a la que, por una serie de vicisitudes personales, llegará a amar como si fuese su patria de origen, lo mismo que les sucede a Azorín y Unamuno que no siendo castellanos sienten Castilla como la esencia de España. El tema de España cobra en Machado una nueva dimensión al arraigar en él una fe en el porvenir, superadora de la actitud pesimista inicial. Este deseo de superación entra en conflicto con la “España de charanga y pandereta”, y así da lugar a la aparición del tema de las “dos Españas” que alcanzaría en Machado importancia fundamental y que tendría extensa proyección en la historia contemporánea. Otro de los intentos de iniciar nuevos caminos en su poesía se encuentra en los “Proverbios y cantares”. Son 54 poemas que constituyen una nueva línea en la literatura de Machado que se desarrolla, sobre todo, a partir de su etapa jienense, en dos vertientes fundamentales: la meditación aforístico-filosófica y el neopopularismo folklorista. Este nuevo tipo de poesía cabe vincularlo con la necesidad de buscar una salida a la retórica decimonónica más convencional y 11

comienza un laborioso proceso de depuración estilística de su lenguaje poético. Campos de Castilla supone un jalón decisivo de este intento y “La tierra de Alvargonzález” uno de sus más esforzados ensayos de renovación expresiva que, sin embargo, no llegó a cuajar. Pero el poeta no cesa en su empeño de lograr una escritura antirromántica y antisubjetiva, y fruto de ello es esa poesía de base popularista y filosófica que comienza en “Proverbios y cantares”. Al final de Campos de Castilla están los 14 poemas agrupados con el título común de “Elogios”. Es un conjunto de homenajes a personas concretas: Francisco Giner de los Ríos, Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Valle-Inclán, Unamuno, Gonzalo de Berceo, etc. Es un inventario de las afinidades “electivas” de Machado, de los literatos y pensadores de los que se consideraba discípulo y deudor intelectual; y, por otra parte, de aquellos poetas con cuyas líneas se siente identificado. Estos poemas están unificados por dos ejes temáticos: la amistad-admiración y la deuda filosófica o literaria. Dentro de la obra conviene señalar también la importancia de “La tierra de Alvargonzález” porque supone la revalorización del romance, pero no del romance artístico, según hacía Juan R. Jiménez, sino del romance más popular, narrativo y directo. Habrá que interpretar “La tierra de Alvargonzález” como uno de los intentos machadianos de iniciar nuevos caminos en su poesía. Diversas fueron las críticas sobre “La tierra de Alvargonzález”. Así, el poeta Luis Cernuda vio esta serie como un rotundo fracaso: “el poema me parece un fracaso... Es nebuloso y vago, y el lector se pierde por sus versos como el viajero por el campo envuelto en niebla”. En resumen, Campos de Castilla, con su heterogeneidad, es la síntesis más representativa del pensamiento crítico-historicista del 98, un libro representativo de aquella sincera preocupación por España y el ser del hombre; pero se puede decir que Machado no solo asume el criticismo generacional a secas, sino que además proyecta su lirismo sobre la esencia de los problemas, recreándolos.

SIGNIFICACIÓN DE LA OBRA DE MACHADO EN LA POESÍA ESPAÑOLA Aunque la obra machadiana gozó de gran respeto entre los poetas de la “Generación del 27”, a pesar de que la devoción del momento se orientaba hacia la poesía de J.R. Jiménez, fueron los poetas de posguerra los que realmente supieron valorarla. Después de la Guerra Civil, algunos poetas, como Blas de Otero, vuelven hacia Machado y lo convierten en el más alto ejemplo de poesía y de humanidad. Precisamente Dámaso Alonso, crítico del 27, dirá por entonces: “Era, ante todo, una lección de estética […] y era una lección de hombría, de austeridad, de honestidad sin disfraces ni relumbrones”. Si la denominada “generación del 36” se había vuelto ya hacia Machado antes de la guerra, cuando después emerja de nuevo a la vida literaria, sabrá entonces con más conciencia cuáles han de ser sus guías. Y así se propondrá el reconocimiento y la exaltación de A. Machado, el poeta del tiempo y de la existencia; el poeta en cuya doctrina estuvo siempre desterrada cualquier forma de virtuosismo verbal que impidiera la plasmación de la vida. La presencia de Machado se percibe, sobre todo, en la poesía de Leopoldo Panero, seguidor entrañable del sevillano en el tratamiento lírico del paisaje; y en la de Luis Rosales, especialmente en su poema-libro La casa encendida y en los proverbios y cantares, continuación de los de Machado. Cabe destacar también su influencia en José Hierro, Gabriel Celaya y Blas de Otero, cuya amistad ininterrumpida con Machado hacen que 12

sean muchos los poemas que tiene sobre, con y hacia él, como el titulado “In memoriam” donde Otero rememora al cantor de Castilla en su persona y su contexto histórico. Los poetas de la llamada “segunda generación de posguerra” rescataron de Machado aquellos aspectos olvidados de su obra que, solo en su absoluta interrelación de totalidad con el poeta cívico y el hombre comprometido que también hubo en él, nos han podido dar una imagen del Machado integral. Algunos de los autores que mostraron afinidad o influencias evidentes de la poesía de Machado son: Ángel González, José M. Caballero Bonald, José Ángel Valente, quien trató de denunciar al “Machado convertido en propaganda” por muchos. También en Gil de Biedma se observan coincidencias de actitud con Machado, del mismo modo que no es infrecuente la mirada hacia él de Francisco Brines, Claudio Rodríguez y José Agustín Goytisolo. En el extremo opuesto está la actitud de los “Novísimos”, con una postura antimachadiana. Para ellos Machado era un obstáculo, fundamentalmente por la prioridad que este dio a las preocupaciones morales y, en general, humanas, por su defensa del habla natural en el verso, y por sus modos poéticos externos, decimonónicos y modernistas, que hacían de él un anacronismo estético extremado. Durante las décadas de los 80 y los 90 los poetas volverán la mirada hacia la obra multiforme e integral de Machado. Es el caso, por ejemplo, de Andrés Trapiello; y ya más actualmente, José Mateos y, especialmente, Luis García Montero, quien se acerca a Machado por su aguda conciencia de la temporalidad, de vivir en el tiempo y gracias al tiempo.

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