"Cuando El Dolor Es Cuerpo" (*) Escuela Freudiana De Buenos Aires. 2006

Mariana Davidovich

Los gritos de dolor de Magali , una joven de 26 años , llevan a su médico clínico- que no encuentra en los distintos estudios realizados causa aparente de semejante dolor- a internarla suministrándole morfina durante diez días . En la resonancia magnética, se ve una vértebra prácticamente comida, con el consiguiente riesgo de quiebre de su columna. Más adelante, la punción de médula realizada, confirma ese diagnóstico. El dolor aquí tiene una función equivalente al valor de la angustia como señal, en la medida en que posibilita la internación y el consiguiente tratamiento. El “estafilococo auerus”, una bacteria que todos tenemos en nuestro organismo se ha instalado en su columna vertebral. Los médicos, azorados, le plantean que nunca han tenido un caso así, hipotetizando que esto probablemente se debía al “stress”, concepto tan en boga hoy en día entre los médicos . Desde las primeras entrevistas refiere que hasta el momento en el que comienzan sus dolores, venía teniendo “una vida acelerada”, presionada por su jefa “a la cual ella había cubierto mientras estaba enferma en distintas ocasiones”. Por ejemplo, varios empleados de la multinacional en la que ella estaba trabajando le habían pedido la clave de la computadora de su jefa argumentando razones laborales, cuestión a la que ella se había resistido con el consecuente maltrato posterior a esta negativa por parte del personal . Una vez reincorporada su jefa al trabajo, no había mencionado la posibilidad de ofrecerle un reconocimiento a su posición, a la vez que Magali, no había podido formular ningún pedido que la beneficiara. En sus decires se escuchaba una posición que fuimos significando en el trabajo analítico como el lugar de “la columna vertebral de su madre y su hermana”. Mediando entre las peleas de ambas, y siendo testigo pasivo de las sentencias permanentes de esta señora, jueza también de profesión, a todos aquellos que no fueran como ellos. Es interesante lo que se desgaja de su enunciación: recién ahora, al poder hablar en el seno de la transferencia, y consecuentemente pensar, advertía la posición del Otro, esa voracidad inquietante ante la cual se pregunta: “¿dónde estaba yo?” Descubre, muy angustiada, que su hermano, un par de años menor que ella, había traído sólo una vez una novia a su casa, habiendo quedado inhibido para relacionarse con el otro sexo, a partir de las críticas despiadadas de su furibunda madre. El padre a su vez, quedaba opacado en la misma línea que Magalí en lo laboral,

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habiendo decidido llevar a cabo una vida más tranquila, en su decir “disfrutando” a posteriori de un infarto. En el curso de las entrevistas, decide que no extenderá la licencia que había solicitado por su enfermedad, y renunciará al “maltrato laboral”. La enfermedad comienza a histerizarse: “cuando me pongo nerviosa me agarra un tirón en la espalda”, dirá. En una serie de sueños puestos a trabajar en análisis, se repite la posición de Magali: está intentando arrojar un bebé, o muere un bebé o un niño que había quedado a su cargo. La lectura de que “una niña debe morir, la de su mamá, la de esa hija que, anestesiada la escucha”, la llevará a preguntarse respecto a su indiferencia, a su existencia sin pensamientos, y a su posición de ignorancia-efecto de su profunda inhibición- de su deseo. En un sueño posterior a esta serie, trae una escena en la cual ella se quiere meter en su cama, pero ésta está ocupada por el abuelo materno, recientemente fallecido. La pregunta respecto a por qué el abuelo le impediría acostarse-en alusión al goce sexual- provocará un prolongado llanto que llegará inclusive a impedirle hablar durante unos minutos. Luego de lo cual, entre sollozos, dirá, que a sus ocho años, cree haber escuchado que su tía, quien fue adoptada por sus abuelos maternos a los cinco años a pedido del padre biológico de esta tía alegando que al haber quedado viudo no podía hacerse cargo de la niña, esta niña adoptada a quien ella llama su tía preferida, habría quedado embarazada a los quince años. Motivo por el cual, su abuelo, enfurecido, la habría echado de su casa, dando al bebé que nació de ella en adopción . La madre de Magali, por ese entonces recién casada, la recibiría en su casa. No sabe mucho más. Nuestra paciente se pregunta cómo pudo haber olvidado esto, y confundida menciona que no lo sabía, que su vida ha sido algo así como por fuera de la subjetividad. Las huellas de esos sucesos- la historia del niño dado en adopción por decisión del abuelo y la desesperación de la tía- recién pasan al inconciente cuando sueña en transferencia. Este sueño resignifica los anteriores respecto a los bebés muertos. ¿Es posible pensar un cuerpo que no se vea afectado por lo psíquico? La oposición psíquico -orgánico se ve desmentida por la introducción del concepto de inconciente. Sería absolutamente estéril a esta altura mantener el dualismo cuerpo mente. Cuando Sócrates es condenado a morir, su muerte es significada como la separación de un cuerpo envejecido, adquiriendo el alma dignidad respecto al despojo de lo perecedero del cuerpo. Y será Freud, quien al hacer hablar al dolor, restituye al sujeto la dignidad perdida, dividiendo al organismo del cuerpo y uniendo a éste con el alma. Desde los albores del siglo XX, Freud descubre- cuando decide abandonar la hipnosis- que los síntomas corporales no eran sino excitaciones psíquicas que se convertían, dando por efecto de esa conversión un síntoma corporal. En la psiconeurosis de defensa se trataría de una defensa contra una representación intolerable para el yo. Es decir, que si bien la histeria remite a otra escena, igualmente todo sucede en el cuerpo. Pero la parálisis no se arraiga en la anatomía real; es corporal, física, no orgánica. A la vez que el ingreso del lenguaje es determinante en la pérdida del goce total mítico que nunca hubo, el lenguaje mismo pasa a ser un aparato de goce. Así es que el síntoma, - Página 2 de 5 Copyright 2011 - EFBA - Todos los derechos reservados

descifrable, es satisfacción sexual sustitutiva, es decir, que es goce sexual. Sabemos que la lengua de la histérica es el cuerpo. Lacan en su interlocución con Freud, dirá en Encore: “hablo con mi cuerpo”. Su tesis radical es que el lugar del Otro, como tesoro de los significantes, es el cuerpo. O bien que la pulsión es el eco en el cuerpo de un decir. Con la denominación de neurosis actuales entramos en un terreno más resbaladizo, en la medida en que la excitación física, la cantidad, el afecto, a diferencia de lo que sucede en las psiconeurosis de defensa, no logra descargarse, ligarse a lo simbólico. No hay subjetivación psíquica del conflicto. Por lo tanto las excitaciones que no se pueden tramitarse psíquicamente, lo hacen por la vía somatica. Lo real que no logra tejer un tramado simbólico, no se puede simbolizar, quedando por lo tanto por fuera del goce de la palabra. Está claro que en estos casos, el síntoma no tiene el estatuto de un significante o de una frase reprimida a descifrar. A diferencia de la histeria, en donde la excitación psíquica se convierte a lo corporal, en las llamadas neurosis de angustia, la excitación física, continúa existiendo en lo somático. Freud descubre que no todo puede ser simbolizado. Pero que no sea interpretable en el sentido del desciframiento, no quiere decir que no se apueste en el marco de la transferencia, a ligar ese goce al decir, a lo simbólico, al Edipo, operando la transferencia del goce al inconciente. Recordemos que es al toparse con fenómenos que hacen de limite al análisis , tales como la enfermedad orgánica que irrumpe por azar, que Freud introduce el concepto de narcisismo dentro de la teoría psicoanalítica. En su texto “Introducción del narcisismo”, Freud sitúa la enfermedad orgánica en relación a la estasis libidinal, a diferencia de lo que seria la dimensión de la pulsión. La enfermedad orgánica sería del orden de lo refractario a la palabra, aunque recordemos que el cuerpo del parletre está inequívocamente atravesado por el lenguaje. A esta altura cabe formular la siguiente pregunta: ¿hay algún destino del deseo o del goce que no sea la conversión histérica , la neurosis actual o el fenómeno psicosomático? La introducción en la teoría psicoanalítica del concepto de pulsión de muerte-cuando ésta se encuentra clivada salvajemente de la sexualidad- tal vez nos arrimaría más al terreno de las enfermedades orgánicas. ¿Las fallas en la simbolización que planteáramos más arriba en relación a las neurosis actuales donde la subjetividad estaría ausente, podrían tener alguna incidencia en las llamadas enfermedades orgánicas? Sabemos que en las neurosis actuales por efecto de una perturbación sexual, el cuerpo enferma. En su escrito La neurastenia y las neurosis de angustia, Freud plantea equivalentes somáticos para la angustia tales como la bulimia, la diarrea, palpitaciones, disnea o sudoración. La sensación de angustia no aparece asociada a ninguna representación y el afecto pasa directamente al cuerpo, sin quedar ligado a lo simbólico. Por ello el paciente, afirma Freud, se queja de perturbaciones en el aparato respiratorio, o bien de padecer diarreas, por mencionar algunos síntomas. En los fenómenos psicosomáticos a su vez, está fuera de juego el inconsciente, produciéndose una lesión en el soma por efecto de la inducción significante no interrogada. Avancemos. No se trata de simplificar el asunto. Sería injusto y reduccionista plantear que un - Página 3 de 5 Copyright 2011 - EFBA - Todos los derechos reservados

cáncer por nombrar una de las enfermedades más temidas, podría ser situada en el terreno de lo psíquico en relación a su causa. No se trata de caer en un punto de vista moralista o punitivo. Pero reservar lo determinante de la enfermedad orgánica únicamente para el terreno de lo real, del azar, considero que nos adormece en el avance de nuestra investigación . En la clínica psicoanalítica el dolor , posibilita el pasaje a otra escena , la del inconsciente, que apostamos permitirá ponerle un velo, una pantalla, a lo real. De lo contrario lo real quedaría como un puro agujero, es decir que el troumatisme se incrustaría al modo del horror , es decir, sin semblante alguno . Decíamos al comienzo que la histérica sufre de reminiscencias , pero aquí nos preguntamos ¿ qué sucede cuando no contamos con la memoria entendiendo por ella los significantes , imágenes , signos , palabras para simbolizar lo real de la enfermedad orgánica? Más aún, ¿ Qué ocurre cuando el sujeto se encuentra en posición de objeto del Otro, y no dispone de recursos subjetivos para pensar , para significar lo real de la irrupción brusca en determinado momento de la enfermedad orgánica ? Si bien se trata de soportar lo real, es nuestra apuesta como analistas apartarlo de la miseria neurótica. Sería injusto y por otra parte es indecidible, endilgarle al paciente- quien se encuentra además embriagado por el dolor insoportable de su enfermedad- que él tuvo que ver en dicha enfermedad a modo de causa . Creo que eso aumentaría la culpa, empujándolo al goce masoquista. Precisamente es en “El problema económico del masoquismo”, donde Freud plantea que el neurótico hace de su enfermedad un refugio donde paga sintiéndose mal . Entonces podríamos afirmar que si no construimos un velo ante lo real - y aclaremos que no nos estamos refiriendo al hecho de hacer religión entregando la causa del lo real a Dios-, sin ese sentido a construir decíamos, sin los significantes, el Otro se presenta en su dimensión absoluta de goce , es decir , como goce sobre el cuerpo, a diferencia del goce falico que es goce fuera del cuerpo, en la palabra .¿No es acaso el desamparo ante lo real lo que empuja al parletre, por efecto del desamparo estructural que lo constituye- a la creencia en Dios , en el médico como fuente del saber absoluto , en el Otro sin barrar? Esto es radicalmente opuesto a la búsqueda de saber, en lo inconsciente , lo cual conlleva a la vez que al armado de la cadena significante, al agujero, a la dimensión de aquello que no puede ser significado. Pero lo real, lo que no puede ser cubierto por entero ni por lo simbólico ni por lo imaginario, ahora se presenta anudado , sostenido en que no todo puede pensarse. De lo que se trata es de que el Otro existe e insistimos, no al modo religioso, sino como soporte simbólico de lo real, en tanto tesoro de los significantes y del vacío. Aún cuando la irrupción de una enfermedad no sería sino del orden de lo real en cuanto a la causa , la escritura de un borde simbólico permitiría soportar lo insoportable , es decir, que aquello que se presenta como goce del Otro, comience a anudarse por su enlace con la estructura discontinua que brinda el significante posibilitando el goce fálico. Cabe mencionar aquí que nuestra paciente, en la medida en que se va produciendo este borde, comienza a gozar sexualmente. Recordemos que recién en transferencia, la historia - Página 4 de 5 Copyright 2011 - EFBA - Todos los derechos reservados

atroz de la tía cuya sexualidad culminó en un embarazo que desencadenó en la supresión radical del niño, no había sido jamás pensada antes del análisis, ejerciendo efectos directamente sobre el yo de la paciente. El anudamiento de lo real, de las huellas no borradas, al significante, trabaría la posibilidad de que el agujero, el trauma, siga generando efectos devastadores tales como el masoquismo, es decir, la entrega sacrificial al Otro. No es infrecuente escuchar en algunos sujetos, la entrega sacrificial al Otro, al modo de la maldición asumida, por ejemplo la decisión de no tratarse ante un diagnóstico adverso. Sucede que lo real no simbolizado no tiene la inscripción significante propia del inconciente, y empuja a un goce mortífero. La inscripción se lograría también enlazando la cuerda de lo imaginario de modo tal que se provea un sentido (“exploté, yo estaba ciega ofrecida a mi madre y a mi jefa, era su columna, la que le permitía seguir sin frenarla”). De lo contrario ese real no simbolizado, la enfermedad orgánica, se incrusta alimentando el goce y el dolor del sujeto. Estamos en condiciones ahora de afirmar que ese ese real que irrumpe de la enfermedad orgánica, actúa en un principio como lo real del trauma, por lo cual darle la marca del inconciente, permitiría hacer del goce del Otro, agujero, en el sentido de ese “ que es necesario que no haya”. La práctica analítica supone la implicación subjetiva en relación a lo real, pero no se trata de simplificar la cuestión en la tan sabida inversión dialéctica al modo de “qué tuvo que ver usted con esto”_ lo cual inevitablemente decíamos, abroquelaría al sujeto en el goce de la culpa más que en la dimensión vivificante de lo simbólico. Propongo conectar, ligar, lo fuera de sentido del cuerpo, a la marca del significante, marca que a su vez instalará la dimensión del sin sentido, aquella que permite infinitizar los sentidos, posibilitando que el retorno de lo mismo comience a ser significado- al operar el registro de lo imaginario- en la línea de proveer algún sentido a ese real. Escribir los tramos escotomizados de la historia del sujeto, subjetivar sus marcas, ligar el goce al decir, funcionaría como una barrera protectora, que, de no haberla, condena al sujeto a la miseria neurótica. Nuestra analizante dirá: “no quiero ser la columna vertebral de nadie, quiero pensar qué quiero yo”. El síntoma analítico construído sobre ese real padecido, el agujero en su columna, aparta a lo real de lo inequívoco y aplastante, de aquello que se presenta en su valor de signo. Sus controles médicos son rigurosamente respetados, pero ya no prima el goce masoquista en su decir.

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