DOCUMENTO DE TRABAJO N 2 LOS GRIEGOS Y SU TIERRA

DOCUMENTO DE TRABAJO N 2 LOS GRIEGOS Y SU TIERRA Los pueblos que habitan en lugares fríos, y especialmente los de Europa, están llenos de brío, pero f...
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DOCUMENTO DE TRABAJO N 2 LOS GRIEGOS Y SU TIERRA Los pueblos que habitan en lugares fríos, y especialmente los de Europa, están llenos de brío, pero faltos de inteligencia y de técnicas, y por eso viven en cierta libertad, pero sin organización política e incapacitados para gobernar. Los que habitan el Asia son inteligentes y de espíritu técnico, pero faltos de brío, y por tanto llevan una vida de sometimiento y servidumbre. La raza griega, así como ocupa localmente una posición intermedia, participa de las características de ambos grupos y es a la vez briosa e inteligente; por eso no sólo vive libre, sino que es la que mejor se gobierna y la más capacitada para gobernar a todos los demás si alcanzara la unidad política. (Aristóteles, Política, VII, 1327 b 22 s.) LOS DIOSES GRIEGOS. LAS MUSAS Comencemos por las Musas que a Zeus padre con himnos alegran su inmenso corazón dentro del Olimpo, narrando al unísono el presente, el pasado y el futuro. Ellas, lanzando al viento su voz inmortal, alaban con su canto primero, desde el origen, la augusta estirpe de los dioses a los que engendró Gea y el vasto Urano y los que de aquéllos nacieron, los dioses dadores de bienes. Luego, a Zeus padre de dioses y hombres, cómo sobresale con mucho entre los dioses y es el de más poder. Y cuando cantan la raza de los hombres y los violentos Gigantes, regocijan el corazón de Zeus dentro del Olimpo las Musas Olímpicas. Las alumbró en Pieria, Mnemósine, señora de las colinas de Eleuter (...) Nueve noches se unió con ella el prudente Zeus subiendo su lecho sagrado, lejos de los Inmortales. De las Musas y del flechador Apolo descienden los aedos y citaristas que hay sobre la tierra; y de Zeus, los reyes. (Hesíodo, Teogonía, 37 ss.) COSMOGONÍA En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo (...) Del Caos surgieron Erebo y la negra Noche. De la Noche a su vez nacieron el Eter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Erebo. Gea alumbró primero al estrellado Urano para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses. También dio a luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de diosas, las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago de agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato comercio. (Hesíodo, Teogonía, 117 ss.) LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS (Selección) En primer lugar los inmortales, los que tienen la morada en el Olimpo, crearon una raza de hombres perecederos. Era cuando Cronos reinaba en el cielo. Vivían como dioses, con el ánimo libre de cuidados, lejos de trabajos y aflicciones; no les sobrevenía la temible vejez: brazos y pies siempre iguales se regocijaban en banquetes, fuera de todo mal. 298-316. Ahora bien, acuérdate siempre de nuestro encargo y trabajo, Perses, estirpe de dioses, para que te aborrezca el hambre y la venerable Deméter de hermosas coronas te quiera y llene de alimento tu cabaña; pues el hambre siempre acompaña al holgazán. Los dioses y los hombres se indignan contra el que vive sin hacer nada (...) Pero tú preocúpate por disponer las faenas a su tiempo para que se te llenen los graneros con el sazonado sustento. El trabajo no es ninguna deshonra; la inactividad deshonra. 248-273. Jueces, vosotros pensad también en esta justicia; pues cerca, entre los hombres, mezclándose, los inmortales están dándose cuenta de cuántos con torcidas sentencias se rozan unos a otros, sin cuidarse de la mirada divina. Treinta veces mil inmortales, guardianes de los mortales, de parte de Zeus están sobre la fértil tierra; ellos vigilan las sentencias y crueles acciones disfrazadas de bruma, inspeccionándolo todo sobre la tierra. La Justicia, es doncella de la estirpe de Zeus y de gran veneración para los dioses que tienen el Olimpo, y cuando alguien la daña con torcidas injurias al punto sentándose al lado de su padre Zeus, el hijo de Cronos, le pone al corriente de las intenciones de los hombre injustos, a fin de que el pueblo pague las estupideces de sus jueces, que en funestos pensamientos falsean la justicia siguiendo por tortuoso camino. Cuidándoos de esto, jueces, devoradores de regalos, enderezad vuestras opiniones; olvidaos de una vez de sentencias torcidas (...) El ojo de Zeus todo lo ve y de todo se da cuenta, y ahora de esto si siquiera se apercibiría; y no

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se le escapa lo que de justicia encierra una ciudad (...) Pero no tengo esperanzas de que el prudente Zeus ratifique este tipo de justicia. 30-39. Pues poco le dura el interés por los litigios y las reuniones públicas a aquél en cuya casa no se encuentra en abundancia el sazonado sustento, el grano de Deméter, que la tierra produce. Cuando te hayas provisto bien de él, entonces sí que puedes suscitar querellas y pleitos sobre haciendas ajenas. Pero ya no te será posible obrar así por segunda vez; al contrario, resolvamos nuestra querella ateniéndonos a sentencias justas, que por venir de Zeus son las mejores. Pues ya repartimos nuestra herencia y tu te llevaste robado mucho más de la cuenta, lisonjeando descaradamente a los reyes devoradores de regalos que se las componen a su gusto para administrar este tipo de justicia. LA REFORMA HOPLÍTICA Avancemos trabando muralla de cóncavos escudos, marchando en hileras Panfilios, Hileos y Dimanes, y blandiendo en las manos, homicidas, las lanzas. De tal modo, confiándonos a los eternos dioses, sin tardanza acatemos las órdenes de los capitanes, y todos al punto vayamos a la ruda refriega, alzándonos firmes enfrente de esos lanceros. Tremendo ha de ser el estrépito en ambos ejércitos al chocar entre sí los redondos escudos, y resonarán cuando topen los unos sobre otros (...) Pues es hermoso morir si uno cae en la vanguardia cual guerrero valiente que por su patria pelea (...) con coraje luchemos por la patria y los hijos, y muramos sin escatimarles ahora nuestras vidas (...) Los que se atreven, en fila cerrada, a luchar cuerpo a cuerpo y a avanzar en vanguardia, en menor número mueren y salvan a quienes les siguen. Los que tiemblan se quedan sin nada de honra (...) Id todos al cuerpo a cuerpo, con la lanza larga o la espada herid y acabad con el fiero enemigo. Poniendo pie junto a pie, apretando escudo contra escudo, penacho junto a penacho y casco contra casco, acercad pecho a pecho y luchad contra el contrario, manejando el puño de la espada o la larga lanza (...) ¡Adelante hijos de los ciudadanos de Esparta, la ciudad de los bravos guerreros! Con la izquierda embrazad vuestro escudo y la lanza con audacia blandid, sin preocuparos de salvar vuestra vida; que ésa no es costumbre de Esparta. (Tirteo, h. mitad siglo VII a.C.) Algún Sayo alardea con mi escudo, arma sin tacha, que tras un matorral abandoné, a pesar mío. Puse a salvo mi vida. ¿Qué me importa el tal escudo? ¡Váyase al diantre! Ahora adquiriré otro no peor. (Arquíloco, m. del s. VII a. C.) Los ejércitos hacen todos esto: suelen cabecear hacia su ala derecha en las acometidas y, en consecuencia, dominan ambos con su ala derecha el ala izquierda del contrario, y ello a causa de que cada soldado, por temor, protege lo más posible su lado desnudo (es decir, el derecho) con el escudo del compañero situado a su derecha, y por considerar que la formación compacta es lo que ofrece mayor seguridad. En realidad, el que inicia el desvío es el que va el primero por la derecha, en su afán de hurtar continuamente la parte desnuda de su cuerpo a los contrarios; después le siguen por el mismo temor también los demás. (Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, V 71). Entre los griegos, el primer tipo de constitución surgió después de la abolición de la monarquía, de los que hacían la guerra, en un principio de los caballeros (porque la guerra tenía su fuerza y su superioridad en la caballería, debido al hecho de que sin una formación coordinada la infantería armada resulta inútil y los antiguos no conocían ni las tácticas ni los tipos de formación de los hoplitas, de suerte que su fuerza estaba en los jinetes); pero, al crecer las ciudades y hacerse más fuertes los que tenían armas, fueron más también los que participaron en el gobierno. (Aristóteles, Política, 1297 b). LEGISLADORES Entre los que han tratado de las formas de gobierno (...) algunos han sido legisladores: unos desarrollaron su actividad política en sus propias ciudades, otros en el extranjero. De ellos, unos fueron sólo autores de leyes, otros también de una constitución, como es el caso de Licurgo y Solón, ya que estos establecieron a la vez leyes y constituciones. Legisladores fueron Zaleuco entre los locrios y Carondas de Catania, tanto entre sus conciudadanos como entre los de otras ciudades calcídicas de Italia y Sicilia (...) De Dracón hay leyes, pero esas leyes que promulgó las adaptó a una constitución preexistente; en ellas no hay nada de particular que merezca mención, como no sea su severidad por la magnitud del castigo. (Aristóteles, Política II 12).

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ESPARTA. LA GRAN RETRA. INSTITUCIONES. Cuando todo el mundo estaba reunido, no se permitía a ninguno presentar propuestas, sino que el pueblo era soberano para decidir sobre las propuestas presentadas por los ancianos y los reyes. Pero más tarde, cuando ya el pueblo por medio de supresiones y añadidos lograba adulterar y tergiversar las propuestas, los reyes Polidoro y Teopompo añadieron la retra siguiente: 'Pero si el pueblo habla de modo errado, los ancianos y los reyes deben oponerse'. Esto es, deberían dejar de ratificar la decisión, rechazándola enteramente y disolver la asamblea sobre la base de que estaban adulterando y transformando la propuesta en algo contrario al interés común. (Plutarco, Licurgo, 6). De su asiento todos se levantan cuando aparece el rey, pero no los éforos de los asientos eforales. Se intercambian juramentos todos los meses, los éforos en nombre de la ciudad y el rey en el suyo propio; el juramento implica para el rey reinar según las leyes establecidas en la ciudad y, para la ciudad, mantener la monarquía inquebrantable, si aquel mantiene lo jurado. (Jenofonte, Constitución de los Lacedemonios, 15, 6 s.) Si alguien me pregunta si yo creo que las leyes de Licurgo permanecen inmutables aún hoy, ¡por Zeus!, ya no podría afirmarlo con seguridad. Realmente, sé que los lacedemonios antes preferían vivir ellos solos en su patria disfrutando de sus moderados bienes, a ser harmostas de la ciudad y, al ser adulado, caer víctimas de la corrupción. También sé que, antes, ellos temían que se les viera con oro; en cambio, ahora, hay algunos que se enorgullecen de poseerlo. También conozco que, antes, había expulsiones de extranjeros, y que no se permitía salir del país a los ciudadanos para que no se contaminaran con la molicie de los extranjeros. Ahora, en cambio, sé que los que se consideran los mejores, se esfuerzan en ser harmostas en el extranjero y que nunca llegue su cese. Hubo un tiempo en que se preocupaban por ser dignos de mandar; en cambio, ahora se ocupan mucho más de conseguir el mando, que de ser merecedores de él. En consecuencia, los griegos iban antes a Lacedemonia y les pedían que tomaran el mando contra los que pretendían ofenderles; ahora en cambio, son muchos los que se auxilian mutuamente para impedirles que vuelvan a tomar el mando. (Jenofonte, Constitución de los Lacedemonios, 14). El principio de la corrupción y decadencia de la República de los lacedemonios casi ha de situarse desde que, destruyendo el imperio de los atenienses, comenzaron a abundar en oro y en plata. Con todo, habiendo establecido Licurgo que no se introdujese confusión en la sucesión de las casas, y dejando en consecuencia el padre al hijo su lote (kleros), puede decirse que esta disposición y la igualdad que ella mantuvo preservaron a la República de otros males. Pero siendo éforo un hombre poderoso y de carácter obstinado y duro, llamado Epitadeo, por disensiones que había tenido con su hijo, escribió una ley por la cual era permitido a todo ciudadano dar su lote en vida a quien quisiese, o dejársela por testamento (...) Los poderosos adquirieron ya sin medida, arrojando de sus lote a sus legítimos herederos y bien presto, reducidas las haciendas a pocos poseedores, no se vio en la ciudad más que pobreza, la cual desterró las ocupaciones honestas, introduciendo las que no lo son, juntamente con la envidia y el odio a los que eran ricos. Así es que no habrían quedado más que unos setecientos espartanos, y de éstos acaso sólo un centenar poseían tierras, y todos los demás no eran más que una muchedumbre oscura y miserable, que en las guerras exteriores defendía a la República tibia y flojamente, y en casa estaba siempre al acecho de la ocasión oportuna para la mudanza y trastorno del gobierno. (Plutarco, Agis, 5). ATENAS LA EUNOMÍA Nuestra ciudad nunca perecerá por decisión de Zeus ni por voluntad de los bienaventurados dioses inmortales: hasta tal punto en verdad nuestra magnánima guardiana de padre poderoso, Palas Atenea, tiene sus manos sobre nosotros. Son ellos mismos los que quieren destruir la gran ciudad con sus insensateces, los ciudadanos, seducidos por las riquezas, y la mente injusta de los que dirigen al pueblo, a quienes espera sufrir muchos pesares por su gran desmesura. (Solón, frag., 3). PISÍSTRATO Así es como empezó su tiranía Pisístrato y tales fueron sus vicisitudes. Como hemos dicho, gobernó con moderación, más constitucional que tiránicamente (...) adelantaba dinero a los necesitados para sus trabajos, de forma que pudieran ganarse la vida con la agricultura (...) Estableció también jueces locales y él mismo salía a menudo al campo para inspeccionar y zanjar las disputas, para que no

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tuvieran necesidad de bajar a la ciudad en detrimento de la agricultura (...) Por ello, permaneció mucho tiempo en el poder (...) pues la mayoría de los nobles y de los demócratas estaban de su parte. (Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 16). CLÍSTENES El pueblo tenía confianza en Clístenes, el cual se hallaba entonces a la cabeza de las masas, tres años después del derrocamiento de los tiranos, durante el arcontado de Iságoras. Lo primero que hizo fue repartir a todos los ciudadanos en diez tribus en vez de las cuatro antiguas (...) con el fin de que participaran más personas en la vida política (...) Hizo después la boulé de quinientos miembros en vez de cuatrocientos, cincuenta de cada tribu (...) Dividió además el territorio en treinta partes atendiendo a los demoi: en diez partes la ciudad y alrededores, en otras diez la ribera y en diez también el interior. Llamó a estas treinta partes trities y adjudicó por sorteo tres a cada tribu de forma que cada una de ellas participara de todas las comarcas (...) Los atenienses se llamaban a sí mismos por los demoi. Creó también demarcos (...) Con estos cambios, la constitución se hizo mucho más democrática que la de Solón. (Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 21 s.) LA DEMOCRACIA Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situación de igualdad de derechos en las disensiones privadas, mientras que según el renombre de cada uno, a juicio de la estimación pública, tiene en algún respecto, es honrado en la cosa pública, y no tanto por la clase social a la que pertenece como por su mérito (...) y en lo referente a la educación, hay quienes desde niños buscan el valor con un fatigoso entrenamiento, mientras que nosotros, aunque vivimos plácidamente, no por eso nos lanzamos menos a aquellos peligros que estén en relación con nuestra fuerza (...) Nos preocupamos a la vez de los asuntos privados y de los públicos, y gentes de diferentes oficios conocen suficientemente la cosa públicas pues somos los únicos que consideramos no hombre pacífico, sino inútil, al que nada participa en ella, y además, o nos formamos un juicio propio o al menos estudiamos con exactitud los negocios públicos (...) En resumen, afirmo que la ciudad entera es la escuela de Grecia, y creo que cualquier ateniense puede lograr una personalidad completa en los más distintos aspectos y dotada de la mayor flexibilidad (...) Y que esto no es una exageración retórica, sino la realidad, lo demuestra el poderío mismo de la ciudad, que hemos adquirido con este carácter; pues es Atenas la única de las ciudades de hoy que va a la prueba con un poderío superior a la fama que tiene, y la única que ni despierta en el enemigo que la ataca una indignación producida por la manera de ser de la ciudad que le causa daños, ni provoca en los súbditos el reproche de que no son gobernados por hombres dignos de ello (...) Fue por una ciudad así por la que murieron éstos, considerando justo, con toda nobleza, que no les fuera arrebatada, y por la que todos los que quedamos es natural que queramos sufrir penalidades. (Tucídides, Hª de la Guerra del Peloponeso, II, 37 ss.) LA LIGA DELIO-ÁTICA Tomando, pues, el mando los atenienses de esta forma por voluntad de los aliados por el odio que tenían a Pausanias, señalaron las ciudades que debían aportar dinero para la guerra y las que debían aportar naves; el motivo oficial era vengarse de los sufrido arrasando la tierra del Rey. Fue entonces cuando los atenienses establecieron la magistratura de los helenotamías, que recibían el tributo (phoros); pues así fue llamada la contribución de dinero. El primer tributo que se estableció fue de cuatrocientas sesenta talentos, y el tesoro se guardaba en Delos, en cuyo templo se celebraban las asambleas. (Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, I, 96). LOS SOCIOS DE LA LIGA [Hablan los mitilenios] La alianza entre nosotros y los atenienses se originó cuando vosotros [lacedemonios] abandonásteis la guerra contra los persas, mientras que ellos perseveraron para acabar lo que quedaba por hacer. Sin embargo, no nos hicimos aliados de los atenienses para esclavizar a Grecia en su beneficio, sino aliados de los griegos para libertar a Grecia de los persas en el suyo propio. Y mientras los atenienses tuvieron la hegemonía en calidad de iguales, marchamos con ardor a su lado; mas cuando vimos que disminuían su enemistad con los persas y se afanaban en esclavizar a los aliados, no permanecimos ya tranquilos. Y como los aliados no podían unirse y defenderse con la superioridad numérica de sus votos, fueron esclavizados, a excepción de los de Quíos, y nosotros luchamos a su lado no siendo autónomos y libres más que de nombre. Sin embargo, ya no teníamos en los atenienses unos hegemones de confianza, a juzgar por los ejemplos

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precedentes; pues no era lógico que sometieran a aquellos con los que se aliaron al tiempo que con nosotros, y no hicieran lo mismo con los demás, si alguna vez podían. (Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, III, 10). LA GUERRA DEL PELOPONESO. Tucídides el ateniense relató la guerra entre los peloponesios y los atenienses describiendo cómo lucharon unos contra otros, y se puso a ello apenas fue declarada por considerar que iba a ser grande y más famosa que todas las anteriores; se fundaba en que ambos bandos estaban en muy buena situación para ella gracias a sus preparativos de todas clases, y en que veía que el resto de los griegos se aliaba a uno u otro partido, unos inmediatamente y otros retrasando el momento. Pues fue éste, efectivamente, el mayor desastre que haya sobrevenido a los griegos y a una parte de los bárbaros, y, por así decirlo, a la mayoría de los hombres. (Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, I, 1). ...Más que mirando a un jefe de batallón enemigo de los dioses, con sus tres penachos y su capa de un rojo violento, que dice él que tiene un tinte de Sardes; pero si hay que combatir llevando la capa, se queda entonces bañado de un tinte de Cízico y luego huye el primero como un caballo-gallo rubio sacudiéndose los penachos...Y cuando están en Atenas, hacen lo insoportable, a unos alistan, a otros arriba y abajo les borran dos o tres veces. "Mañana es la partida". Uno no ha comprado provisiones, porque no sabía que iba a salir él...Esto nos lo hacen a los campesinos, pero a los de la ciudad mucho menos, esos que para los dioses y los hombres son... pierde escudos...en casa son leones, zorras en guerra. (Aristófanes, La paz, 1159-1190). Compruebo que todo ha experimentado tal progreso que nada de lo presente es semejante a lo pasado, no obstante, considero que realmente nada ha cambiado ni progresado más que el arte de la guerra. Pues, en primer lugar, oigo decir que los lacedemonios y todos los demás, durante cuatro o cinco meses, en la estación veraniega propiamente dicha, invadían y devastaban el territorio enemigo con sus hoplitas y ejércitos de ciudadanos y luego retrocedían a su patria de nuevo... En cambio, ahora, (...) oís decir que Filipo se encamina adonde quiere, no por llevar tras de sí una falange de hoplitas, sino porque le están vinculados soldados armados a la ligera, jinetes, arqueros, mercenarios, en fin, tropas de esa especie. Y una vez que cae sobre una ciudad afectada de discordia interna, y que nadie sale en defensa de su país por desconfianza, instala sus máquinas de guerra y la asedia. Y paso por alto el hecho de que no establece ninguna diferencia entre verano o invierno ni tiene una estación reservada que deje pasar como intervalo. (Demóstenes, Filípicas, III, 48 ss.) Buscamos mandar sobre todos, pero no queremos ir a una expedición militar, y nos falta poco para emprender la guerra contra todos los hombres, pero no nos ejercitamos a nosotros mismos para ella, sino a hombres desterrados, desertores o que proceden de otras maldades, gente que si uno les paga un sueldo mayor, irá con él contra nosotros (...) Hemos llegado a tal grado de locura que, faltándonos el sustento cotidiano, hemos intentado mantener tropas mercenarias y maltratamos e imponemos un tributo especial a nuestros aliados para proporcionar un sueldo a enemigos comunes a todos los hombres. Somos tan inferiores a nuestros antepasados...que aquéllos, si habían votado hacer la guerra a alguien, se creían en la obligación de poner en peligro sus propias personas para defender su opinión, aunque la acrópolis estuviera llena de oro y plata. Nosotros, en cambio, a pesar de haber llegado a tanta miseria y de ser tantos, utilizamos, como el gran rey, tropas mercenarias. (Isócrates, Discurso sobre la paz, 46 ss.)

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