Discipulado de la Palabra Primera semana de Adviento

Discipulado de la Palabra Primera semana de Adviento M. Newman, “Rose bud” (Acuarela) 2014 “Oh Jesús, que vives en María, ven y vive en tus servidor...
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Discipulado de la Palabra Primera semana de Adviento

M. Newman, “Rose bud” (Acuarela) 2014

“Oh Jesús, que vives en María, ven y vive en tus servidores con tu espíritu de santidad, la plenitud de tu poder, la realidad de tus virtudes, la perfección de tus caminos, la comunión de tus misterios, y domina todo poder enemigo en la virtud de tu Espíritu y para gloria de tu Padre. Amén (J.J. Olier)

2 Para vivir el tiempo del Adviento como discipulado de la Palabra El ejercicio de la Lectio Divina durante los tiempos “fuertes” del Adviento y de la Navidad, se ve enriquecido por la exquisita selección de pasajes bíblicos que la Iglesia pone a nuestra consideración. Por eso ene esta ocasión, para no perder migaja, las orientaciones que damos para captar los elementos más sobresalientes de cada página son más extensos que lo habitual. Eso sí, se mantiene el estilo esquemático, ya que lo más importante es la lectura de la Biblia misma. Este itinerario es la herramienta, no el alimento. La herramienta intenta ayudarnos a gustar y sacar provecho en la lectura orante de la Biblia. Sólo el contacto atento y orante con cada texto nos abrirá las puertas de nuevos conocimientos, interpelará nuestro proyecto de vida, hará que mane un torrente vivo de oración y nos dará el nuevo impulso que necesitamos para escoger los caminos de vida del Señor. Este tiempo de Adviento es “tiempo especial” porque invita a una mayor reflexión para acoger en el corazón un misterio que es presencia divina y que es palabra de profundo contenido. Vale la perna, por eso, que nos regalemos un poco más de tiempo para este ejercicio ―personal y comunitario― de la lectura orante de la Biblia. Antes de comenzar a hacer el itinerario de la Palabra en esta ocasión, permítanme que les comparta algunas breves ideas orientadoras. Tres certezas Durante este tiempo, la Palabra de Dios nos llama a vivir de manera concreta lo característico de nuestra esperanza cristiana: la venida del Señor. Vivimos esta esperanza dentro de un entretejido de tres certezas que podemos expresar así: (1) El Hijo de Dios ya vino al mundo en la bendita encarnación de Jesús, este es el fundamento de toda esperanza. (2) Jesús regresará en su Gloria al final de los tiempos, y por eso lo esperamos diciendo “¡Maranatha; Ven Señor Jesús!”. (3) Jesús continúa haciéndose presente en el mundo y cada persona, en la Palabra, en los sacramentos y en la vida de la comunidad; en estos signos concretos de su presencia tratamos de reconocerlo y acogerlo. Jesús es ahora y siempre el “Dios-con-nosotros”. Las lecturas bíblicas estarán enfocadas hacia la dinámica espiritual, celebrativa y de compromiso que suscita la venida del Señor. Entrar en el “Misterio” La contemplación de la venida-presencia de Dios entre nosotros está centrada históricamente en la encarnación y nacimiento de Jesús, cuyo culmen es el misterio pascual, donde nuestra carne es redimida con su sangre redentora y en su resurrección nos da la posibilidad de vivir como nuevas creaturas.

3 En sintonía con esta realidad, el itinerario bíblico nos irá conduciendo pedagógicamente para entremos por la puerta del “misterio de la navidad”, ese espacio humano y divino en el cual el Hijo de Dios asume nuestra humanidad. ¡Qué maravilla! Dios se humanizó en la naturaleza de un hebreo pobre que se hizo humilde siervo (ver Filipenses 2,5-8), para que al manifestarse en la tremenda cercanía de nuestra carne (ver 1 Timoteo 3,16; 1 Juan 4,2), pudiera abrazarnos y amarnos con corazón humano. Al llamar a la navidad “misterio” queremos decir que no se trata de un simple acontecimiento histórico del cual celebramos el aniversario. El “misterio” indica una profundidad que sólo la fe está en capacidad de captar, porque allí Dios está obrando y realizando su plan de amor salvífico con la humanidad. El itinerario bíblico nos llevará a vivir el “misterio de la navidad”, con su preparación de cuatro semanas en el Adviento, de una manera diferente. Mientras otros están preocupados por la parte externa de la fiesta, nosotros ―los millares de lectores de la Biblia― buscamos su significado en la Palabra de Dios y tratamos de poner nuestro corazón en sintonía con las bendiciones que nuestro amado Dios nos quiere ofrecer. En otras palabras, la Navidad es un tiempo de alegría, pero nosotros buscamos, por los caminos de la Palabra, la fuente de esta alegría. Llenos de “temor” La mejor disposición para vivir el adviento es el santo temor. El “temor” no es el miedo ni una emoción pasajera, es una manera de comprender en profundidad. El temor nos vacuna de las búsquedas superficiales y de la impaciencia que quien sólo quiere recetas espirituales que le eviten la fatiga del camino de la fe. Dijo una vez el pensador hebreo Heschel que el temor de Dios nos permite “captar en el fluir de lo transitorio el silencio de la eternidad”. La santísima Virgen María recibió así el anuncio del nacimiento del Salvador (Lc 1,2930) e invitó a todos a recibirlo de esa misma manera, “su nombre es Santo y su misericordia es eterna para aquellos que le temen” (Lc 1,50). Entrar en el “misterio” implica abrirnos de todo corazón a esa poderosa carga de estupor y de gozo que toca las fibras más íntimas de nuestro ser. Los personajes del Adviento y de la Navidad, según el Evangelio, están ahí para ayudarnos ―con las actitudes y procesos que los escritores bíblicos les captaron― a encontrar un camino de acceso al misterio. Como lo notaremos poco a poco, las lecturas que vamos a abordar nos señalarán pequeñas internas del corazón para que captemos en medio de los acontecimientos las sutilezas de Dios y recuperemos nuestra capacidad de maravillarnos ante la inmanencia del Trascendente. Y lo haremos poniéndole a nuestra oración un ingrediente importante para quien se aproxima a las manifestaciones de Dios: el “temor” (veamos el temor de Zacarías, Lc 1,12; de María, 1,30; el temor del pueblo en el nacimiento de Juan, 1,65; el temor de los pastores en la noche de navidad, 2,9).

4 Las rutas del itinerario Recordemos que el propósito de estas páginas no es hacer moniciones litúrgicas de todas las lecturas que aparecen en el leccionario, ni mucho menos decir cómo se debe hacer la aplicación a la vida de cada una de ellas; cada persona y cada comunidad ―bajo la orientación de sus pastores― está llamada a discernir las mociones del Espíritu para su contexto existencial y social particular. Lo que aquí se busca es más bien ayudar en la apropiación de cada Palabra, que es como una semilla que hay que sembrar con cuidado y amor. Por eso en el itinerario le damos prioridad a la calidad sobre la cantidad. ¿Qué encontraremos durante el tiempo del Adviento? En las lecturas de los días de semana ―excepto la solemnidad de la Inmaculada Concepción y la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe― el itinerario pasará por tres etapas: (1) Del 1º al 10 de diciembre, haremos la lectura de una selección de profecías mesiánicas de Isaías. Estas profecías nos pondrán a soñar con los sueños de Dios para la humanidad, rescatarán nuestras esperanzas y nos enseñarán a vivir siempre vigilantes en la espera del Señor. Para estos días privilegiaremos la primera lectura y daremos una breve indicación sobre cómo ésta se conecta con el evangelio. (2) Del 11 al 16 de diciembre, seguiremos leyendo la primera lectura de cada día. Encontraremos textos diversos de Isaías, Eclesiástico, Números y Sofonías; todos ellos seleccionados para acompañar la serie pasajes evangélicos que tratan de Juan Bautista, el último de los profetas, personaje clave en la preparación de la venida del Señor (los litúrgos dicen que estos días hay como un pequeño “tiempo de Juan el Bautista”). (3) Del 17 al 24 de diciembre, la semana especial de preparación inmediata para la Navidad, nos centraremos en los textos evangélicos de cada día, los cuales nos conducen por la lectura rigurosa, continua y completa de los acontecimientos previos a la navidad como aparecen en el primer capítulo de Mateo y de Lucas respectivamente. Sugerencias prácticas Para sacar mejor provecho de estas sencillas pistas de lectura recomendamos vivamente: Interioridad. Es importante que cada uno saque un tiempo especial para la lectura y la oración de la Biblia durante todos estos días. En medio del ajetreo busquemos espacio para la soledad y el silencio que favorezca el cultivo de la interioridad. “Lectio” en Familia. También invitamos a todos los lectores a ejercitar la “lectio divina” en familia. Este tiempo lo favorece. No olvidemos que el lugar primario de la Palabra de Dios es la comunidad y que la primera comunidad es la familia. La Palabra compartida con aquellos que amamos traerá muchas bendiciones al hogar. Retiro espiritual. El mes de diciembre es tiempo de evaluaciones, balances y síntesis de un año intensamente vivido. Proponemos buscar un espacio especial para hacer un retiro espiritual, según el tiempo lo permita y en el lugar en que sea posible. Y, ¿qué mejor tema de base que el que nos propone la misma Palabra de Dios? Se sugiere la “lectio divina” de uno de los textos del mes (todos son muy ricos).

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Solidaridad. Y puesto que el itinerario bíblico debe llevarnos a itinerarios de compromiso que vamos descubriendo en la escucha de la Palabra, no olvidemos llevar a la práctica la Palabra en el ejercicio de la caridad. En Adviento y Navidad debemos hacer algún gesto de solidaridad con los hermanos más pobres. ¿De qué serviría que armáramos espléndidos pesebres y bellos alumbrados o que expongamos artísticamente al “Niño Dios”, si después dejamos a la intemperie a los “Niño Dios” en carne y hueso que están en nuestros pueblos y ciudades? Recordemos la Palabra de Jesús: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25,40). A todos los buscadores de Dios por los caminos de su Palabra, única Palabra que tiene la capacidad de hacerse carne en nuestra carne, ¡buen camino de adviento! P. Fidel Oñoro Consuegra, cjm

6 Primera semana de Adviento

LUNES Un pueblo congregado que inaugura un nuevo tiempo Isaías 2,1-5 “Casa de Jacob, andando, y vayamos, caminemos a la luz de Yahveh” Isaías pone en nuestra boca una canción. Comenzamos el tiempo del adviento con el propósito de dedicarle un poco más de espacio a la escucha de la Palabra de Dios, expresando nuestro deseo tal como lo canta el pueblo que sube alegre la montaña del templo: “Subamos... para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos” (Isaías 2,3). La voz del profeta Isaías, predicador de la esperanza en el siglo VIII aC, resuena para remover las conciencias y dar una nueva visión del proyecto de Dios en el mundo. Sus profecías nos educarán durante el adviento para vivir el itinerario que va de la oscuridad a la luz, esto es, de las tinieblas de los miedos, sufrimientos y angustias que causa el mal en la humanidad, a la revelación luminosa de la obra poderosa que Dios realiza con la llegada del Mesías. Un rápido diagnóstico de la realidad que vivimos, nos lleva a decir que uno de los grandes anhelos de la humanidad es la paz. El mundo en el que vivimos es conflictivo. Sobre esta oscuridad de la guerra, de la división, de la violencia, de la destrucción de personas y del medio ambiente, la palabra profética de hoy arroja toda su luz de esperanza: “¡Ven pueblo de Jacob, caminemos a la luz del Señor!” (v.5). Veamos algunos aspectos destacados de esta profecía isaíanica: 1. Una nueva convocación de la humanidad para pensar la historia desde otro punto de vista (2,2-3ª) La profecía isaiánica abre ante nosotros un hermoso paisaje: el de un monte firme que domina todo el panorama en el que de repente se notan ríos humanos que lo escalan procesionalmente por todos sus costados (v.2). Los peregrinos no son únicamente los israelitas (ver el v.5) sino la humanidad entera: “Confluirán a él todas la naciones y acudirán pueblos numerosos” (vv.2c y 3ª). El punto de convergencia de todo este movimiento es Sión coronado por el Templo del Señor. Desde esta altura geográfica y espiritual se ve el mundo con los ojos de Dios y no desde los intereses egoístas humanos. 2. El canto de los peregrinos: el deseo de aprender la Palabra de Dios (v.3) Comienza entonces la canción con la que los peregrinos se animan unos a otros en el caminar: “Vengan, subamos...” (v.3). La frase expresa el propósito del viaje, o mejor el sentido de la irresistible atracción que este monte ejerce sobre ellos. El camino ascensional está impulsado por el deseo de ser

7 educado por Dios y de iniciar una nueva vida según sus criterios, escuchando y viviendo su Palabra. Esto es lo que el profeta llama “seguir sus senderos”. 3. Las divergencias se vuelven convergencia en el proyecto común del crecimiento de todos en fraternidad (v.4) Llegamos al momento sublime en el que se ve el efecto de la subida para aprender la Palabra de Dios: los ríos humanos se convierten entonces en un solo pueblo que reconcilia sus divergencias. Hay un doble movimiento. La atracción hacia Dios, expresada en la subida a la montaña, se vuelve luego irradiación hacia el mundo. La gente que baja la montaña ha vivido un cambio que proyecta por doquiera que va: ahora se siente pueblo en comunión, que a diferencia de la antigua Babel (ver Gn 11,1-9), está unido • por la experiencia de Dios, vivida en la obediencia a su palabra, y no por la soberbia humana que excluye a Dios del proyecto de vida, • por la comprensión entre sí y no por la fragmentación de los que tercamente defienden sus propios proyectos, • por la paz y no por las alianzas para la guerra • por el crecimiento de todos por igual y no por la competencia que genera dominaciones. En el monte se vuelven comunidad. Para ellos la historia se convierte entonces en un camino hacia la plenitud de vida que supera las contradicciones históricas del exterminio entre los adversarios; es el camino de una comunidad que trabaja mancomunadamente para producir los recursos que necesita para su bienestar. Este pueblo unido por la experiencia de la Palabra camina, como en una gran marcha de la vida hacia una nueva ascensión que ya no es geográfica sino espiritual. Bajo el juicio de Dios, se hacen alianzas (v.4ª) ya que encuentran motivos para entenderse y generar proyectos comunitarios que promueven la vida y el desarrollo de todos (v.4bc). La justicia de Dios genera la paz. El profeta describe con fuerza la nueva realidad de la comunidad señalando dos grandes acciones (v.4bc): • “Espadas” se vuelven “azadones” y “lanzas” se vuelven “podaderas”. Esto es, se transforman los instrumentos de exterminio, de muerte, en instrumentos de trabajo comunitario de la tierra que generan el alimento que sostiene la vida. Los azadones son útiles para los trigales y las podaderas para las viñas, de donde resulta el pan y el vino, alimentos básicos para la vida y la comunión familiar. • “No se levantarán contra... No se ejercitarán en la guerra”. Es decir, acuerdan no destruirse nunca más entre ellos mismos, ni dar espacio para los campos de entrenamiento militar. Este es el nuevo pueblo que ya desde el Antiguo Testamento comenzó a cantar: “Caminemos a la luz del Señor” (v.5). Un pueblo que no camina a la luz de los intereses mezquinos que están a la base de todas las confrontaciones, sino a la luz del proyecto de Dios que es el del crecimiento comunitario basado en la hermandad.

8 Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 8,5-11) La comunidad, que sólo es verdadera cuando se construye sobre la base de la Palabra y los proyectos comunes de vida, es un don que Dios quiere hacernos hoy en Jesús, el Mesías. En torno a Jesús y a su Palabra es posible dicha comunidad. El Evangelio, que leemos en Mt 8,5-11, nos presenta en la búsqueda de Jesús por parte del centurión romano el primer paso en firme de uno que empieza a subir el monte de la justicia y la paz. Se trata de uno que viene de lejos en todos los sentidos, de uno que le ha hecho el juego a la guerra, al sometimiento imperial de los pueblos, aprovechándose de los otros. El centurión es un peregrino que viene en busca de palabra de Jesús que sana. Frente a Jesús, incluso, supera la divergencia entre patrón y criado. Con el paso de la fe ha peregrinado hacia el centro de convergencia que es el Reino de los Cielos, que ha irrumpido en la persona y el ministerio de Jesús. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: La primera realidad mesiánica es el de un pueblo que se hace mesiánico al volver a escuchar la Palabra, para dejarse congregar y guiar por el proyecto de Dios; un pueblo en el que caben todos los pueblos y se reconcilian todas las diversidades; un pueblo que aprende el leguaje común de la fraternidad y la solidaridad. 1. ¿Cómo es mi vida comunitaria en la familia, en mi sector, en mi barrio, en mi parroquia? ¿Puedo decir que el ambiente en el que vivo mis relaciones es el de una comunidad mesiánica? 2. El Adviento nos prepara para la acogida de la “Palabra” que se “hizo carne” en Jesús. Releyendo el texto de hoy, ¿Qué busco en Dios y particularmente en la persona de Jesús? ¿Qué sucederá si todos los buscamos? 3. En nuestra sociedad hay gente que muere de hambre, pero al mismo tiempo se invierten grandes cantidades dinero en las armas. ¿Qué enseña la profecía de hoy al respecto? 4. ¿Qué voy a aportar, desde lo que personalmente me corresponde, para que en este mundo globalizado y neoliberal le apuntemos a una comunión de las economías y a una transformación -para el servicio social- de las tecnologías, de manera que haya recursos para el crecimiento de todos y nadie muera de hambre? “Es capaz de creer en el Reino de Dios solamente quien está en camino, quien ama al mismo tiempo la tierra y a Dios” (Dietrich Bonhoeffer)

9 Primera semana de Adviento

MARTES Segunda realidad mesiánica: el Mesías que viene Isaías 11,1-10 “Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará” ¿Se imagina Usted el hermoso espectáculo de una vaca y una osa que se vuelven comadres o del lobo y el cordero que, después de larga enemistad, llegan a ser amigos? La visión profética de Isaías, que leemos hoy, tiene la osadía de ver el mundo así: a los viejos enemigos, de los cuales alguna vez pensamos que jamás llegarían a cambiar de actitud, de repente los vemos hacerse amigos, aprendiendo una sana y fructífera convivencia. Es el sueño de la reconciliación, de la paz definitiva, de la humanidad querida por Dios. Este sueño lo realiza el Mesías: “Saldrá una rama del tronco de Jesé” (11,1). En él retoña ―después de largo tiempo de aridez por el invierno o quizás por una tremenda sequía―, como un árbol, una nueva humanidad. En el Mesías, Dios retoma desde la raíz su proyecto sobre el mundo. ¡Su venida nos devuelve la esperanza del fin de las guerras e inaugura el nuevo proyecto de humanidad! ¿Cómo podremos contemplar la venida? Sigamos el hilo de la profecía isaiánica: El v.9 nos da una pista que conecta muy bien con la invitación que recibimos ayer para subir al Monte Sión: “Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi monte santo” (11,9). Desde el monte consagrado por la presencia de Dios, en comunión con Él, se ve cómo hace surgir el mundo nuevo que a veces no conseguimos vislumbrar. Subiendo junto con el profeta Isaías contemplamos asombrados este espectáculo: • sobre la tierra semiárida de Palestina el paisaje vegetal, cósmico y humano se transforma: primero un tronco retoña (11,1), • luego soplan los vientos desde los cuatro puntos cardinales; éstos ya no pasan derecho sobre el árbol sino que se posan sobre el retoño comunicándole su vitalidad (11,2), • con esta fuerza el retoño se levanta y le hace justicia a los pobres de la tierra (11,3-5), • entonces la justicia genera paz y reconciliación entre los irreconciliables de la tierra (11,6-9), • finalmente, el retoño (que es el Mesías) ―y no sólo el monte Sión― se vuelve estandarte que responde a las búsquedas de todos los hombres de la tierra (11,10). Detengámonos en cada uno de estos cuadros:

10 1. Del tronco de Jesé brota un retoño (11,1) La promesa de Dios vivifica la cepa de la historia de la salvación. Los orígenes del Mesías descendiente de David son humildes, pero hay que ver en él la obra de Dios. El viejo árbol no ha muerto, la savia ―la fuerza de la vida― es perenne, aun cuando no se note, ella siempre ha estado ahí y Dios la vuelve a manifestar. 2. Los cuatro vientos de la tierra se posan sobre el retoño de David (11,2) Los vientos simbolizan el Espíritu de Dios que unge al Mesías. Se trata del Espíritu que hizo posible la creación (ver Génesis 1,1-2) y que suscitó líderes para Israel (ver Números 11). Su don es cuádruple, número que hace referencia a una realidad completa: • es el mismo Espíritu del Señor; • es Espíritu de sabiduría e inteligencia: éste le da al Mesías la capacidad de percibir la realidad como Dios la ve, con mirada de justicia y de verdad; esto es lo primero que necesita un líder; • es Espíritu de prudencia y valentía: se trata del criterio para el buen gobierno y del valor para emprender grandes acciones que implica su alta responsabilidad, ya que no es suficiente ver lo que hay que hacer sino que es necesario, ante todo, ponerse en acción sacando adelante los proyectos; • es Espíritu de conocimiento y temor del Señor: el líder obra con una actitud de humildad profunda ante Dios, porque es el Señor quien verdaderamente lo sabe y lo puede todo. 3. Surge en medio del pueblo un líder íntegro y justo (11,3-5) Cuando entra en acción, el Mesías se pone del lado del desprotegido, de aquél a quien les son negados sus derechos. Su criterio de juicio no son las habladurías. Él, con la fuerza de su palabra pondrá en evidencia al culpable y hará justicia poniendo en su sitio a los que hacen imposible la paz, los que siempre están generando división y discriminación porque actúan según sus intereses. Una vez que lo logra, se reviste solemnemente con las insignias reales de la justicia (“Justicia será el ceñidor de su cintura”) y la verdad (“Verdad será el cinturón de sus flancos”). 4. La no-violencia se convierte en un estilo de vida dinámico en el que se tejen relaciones constructivas entre los antiguos (y ancestrales enemigos (11,6-9) Este nuevo estilo de vida, que ya no depende del impulso natural de venganza o de dominio sobre el otro sino de una fuerza interna que lleva respetar y amar promoviendo la vida, se simboliza en la reconciliación de los animales salvajes con los animales domésticos: • Los animales depredadores están dispuestos a cambiar de dieta con tal de no hacer daño. • En medio de ellos el hombre ―cuya vida está siempre amenazada por los animales salvajes― aparece como un niño débil e indefenso ante quien las

11 fieras, e incluso la más indomesticable de todas, la serpiente, se vuelven mansas y comparten con confianza sus espacios como en un juego infantil. Sin cambiar su ubicación en la montaña, finalmente la profecía amplía progresivamente la visión, como cuando se contempla la amplitud de un océano, para anunciar la reconciliación del mundo: entre los animales salvajes, entre los a veces no menos salvajes que son los hombres, y finalmente entre los hombres y Dios: “Nadie hará daño, nadie hará mal... porque la tierra estará llena del conocimiento de Yahveh” (11,9). 5. En el centro de toda esta obra está el Mesías, la “bandera” que buscan los pueblos (11,10) La profecía no pierde de vista la persona del Mesías, la “raíz de Jesé”. Él aparece visible como una “bandera”. En una bella trasposición de símbolos, la “raíz” aparece también como “bandera” militar, expresión de su vigor y anuncio de su victoria sobre el mal. Junto al Mesías los pueblos no combaten entre sí sino que se unen a la única batalla que vale la pena librar unidos: la promoción de la vida y la fraternidad. También al final, la profecía nos hace ver cómo los paganos que buscaban a Dios en lo alto del monte Sión (ver la lectura de ayer), ahora lo buscan de manera concreta en la “raíz de Jesé”, el sucesor de David. La “morada gloriosa” del Mesías, es el punto de encuentro de todas las naciones buscadoras de Dios y su justicia. En esta “morada” hay paz y descanso, porque sólo en Él encuentran reposo, esto es, tienen su realización y plenitud todos los proyectos humanos. Y la profecía se realiza en Jesús (Lc 10,21-24) JESÚS es el MESÍAS que realiza lo anunciado por el profeta. Lo reconocemos por un detalle: como nos enseña hoy el Evangelio de Lucas, sobre él se posa el Espíritu Santo con el don del gozo (10,21) y del conocimiento de Dios (10,22). Los pequeños en su sencillez se abren ante la Palabra que trasmite el “conocimiento” de “quién es el Padre” y “quién es el Hijo”, la cual les llega por boca de los predicadores. En la Buena Nueva de Jesús se realiza lo que el profeta Isaías anunció pero no vio y lo que los gobernantes de la tierra quisieron lograr pero no consiguieron. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: La segunda realidad mesiánica es la de la persona del Mesías. En él todo renace desde la raíz y todas las realidades humanas se ordenan en función del proyecto de vida ―en un ámbito de hermandad― propuesto por Dios. El camino de la reconciliación que le devuelve al mundo su vitalidad para crecer juntos comienza con el “conocimiento del Señor” que trae el Mesías. 1. ¿Qué me dicen los cinco pasos de la profecía de Isaías? ¿Cómo se relacionan con el despertar, en lo más profundo de mí, de las esperanzas marchitas?

12 2. ¿Qué retrato hace la profecía de la realidad que estamos viviendo a nivel nacional e internacional? 3. ¿Qué relaciones están rotas en mi vida? ¿Tengo interés por restablecer las relaciones difíciles en este tiempo de Adviento y Navidad? ¿Cuál es el punto de partida que propone la profecía? 4. ¿En este árbol del mundo qué ramas se han marchitado? ¿Cuál es la buena noticia que anuncia la promesa profética y de qué manera Jesús la lleva a cabo?

“La fidelidad cristiana, nuestra fidelidad, consiste sencillamente en custodiar nuestra pequeñez, para que pueda dialogar con el Señor. Custodiar nuestra pequeñez. Para esto, la humildad, la mansedumbre, son importantes en la vida del cristiano, porque es una custodia de la pequeñez, a la cual le place mirar el Señor. Y será siempre el diálogo entre nuestra pequeñez y la grandeza del Señor” (Papa Francisco, homilía 21.01.14)

13 Primera semana de Adviento

MIÉRCOLES Los signos del Mesías Isaías 25,6-10 “Este es Yahveh en quien esperábamos; nos regocijamos y nos alegramos por su salvación” El monte Sión, el lugar de las visiones y de los amplios horizontes, donde se capta lo que Dios hace y quiere hacer por su pueblo, en el cual convergen las naciones en busca del proyecto “comunidad” (profecía de anteayer) y en el que el Mesías hace brotar una nueva vida en la justicia y la fraternidad (profecía de ayer), se convierte hoy en el escenario de un gran banquete festivo en el que • Dios, presentado como rey, reparte sus mejores dones (25,6-8) • la comunidad salvada entona un cántico de victoria al Señor (25,9-10ª). La obra salvífica de Dios y la liturgia de la comunidad se aúnan en una nueva y maravillosa escena bíblica. El tema: los signos de los nuevos tiempos que trae el Mesías. Veámoslos en la lectura profética de hoy. 1. La invitación a la fiesta (v.6) Dios se presenta con la grandeza de un rey, quien en su magnificencia, durante la fiesta de su entronización, hace gala de su generosidad: • la lista de los invitados no tiene límites: “todos los pueblos”, • el menú es variado, abundante y de la más alta calidad: los manjares son “frescos” y “suculentos”, los vinos son “añejos” y “seleccionados”. La cita, como ya dijimos, es en el monte del Señor, allí donde el pueblo se hizo comunidad y donde, en el conocimiento del Señor, se comenzó a tejer la paz. Ahora se está dando un paso hacia delante: Dios invita a todos los hombres a hacer de la vida una fiesta y para ello ofrece sus dones en calidad y abundancia. Dios responde a las necesidades humanas y no de cualquier forma. Cómo lo muestran los detalles de esta escena de banquete, todos quedarán satisfechos. 2. Los regalos de la fiesta (vv.7-8) Ocurre como en la antigüedad: una vez que comienza la fiesta, el anfitrión pasa frente a los invitados repartiendo sus regalos. Así también es Dios. Las imágenes de la comida que no se raciona, sumado al hecho de que alcance para todos, contrasta con el espectáculo habitual de una humanidad en la que se pasa hambre y los bienes se reparten de manera desigual. Dios viene al encuentro de las esperanzas humanas y va mucho más lejos de lo que en un primer momento se podría aguardar. Él no sólo ofrece bienes, sino que sus dones están relacionados consigo mismo y éstos eliminan las necesidades más profundas del hombre.

14 Es tan honda la acción de Dios que la profecía presenta el efecto de sus dones con la repetición del verbo “aniquilará”. Se aniquilará (1) “el velo que cubre a todos los pueblos” y la (2) “muerte definitivamente”. Los regalos de Dios tienen un valor incalculable y son: • El don de su misma presencia y manifestación (v.7). Con la imagen de un “velo” que se quita, se quiere decir que se destapa el “rostro” de Dios de manera que pueda ser conocido. El gesto representa una invitación a la amistad basada en el conocimiento y al gozo de la contemplación. Nada puede ser mayor que la relación, en permanente cercanía, con Dios, fuente de todo bien. • El don de la vida eterna (v.8). Del “velo” de Dios se pasa al “velo” del hombre. Este segundo “velo” representa el vestido de luto que cubre a los que están haciendo duelo. Pues bien, Dios lo arranca porque al concederle la vida plena por medio de la comunión con Él, el hombre ya no tiene motivos para llorar: “Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros”. Y no se trata de consuelos pasajeros, porque la muerte, la primitiva maldición (ver Génesis 3), la mayor contradicción en la historia del hombre, se aniquilará para siempre. 3. Los cánticos de la fiesta (25,9-10ª) Una vez realizada la comida y recibidos los dones, la comunidad festiva irrumpe alborozadamente con canciones alegres. Unos a otros se invitan a cantar. Se celebra la victoria de Dios sobre sus enemigos ―en un difícil combate― representados simbólicamente en el pueblo de Moab (v.10b). En este enemigo, real en la historia de Israel, se simboliza todo lo que causa tristeza, dolor y luto en la gente. Es sobre estas realidades que se proclama la victoria de Dios y de su pueblo. La letra de la primera canción tiene como tema “la salvación” y dice, en pocas palabras, que quien era la esperanza ha sido por fin la salvación de su pueblo (25,9). La comunidad tiene clara conciencia de lo que es la salvación. Una nueva imagen repunta al final de la letra de la canción y le da un nuevo colorido: “la mano de Yahvé” (25,10ª). Se trata de la “mano” poderosa del Dios de los ejércitos (“Yahvé Sebaot”) que combate contra mil manos en la batalla. Los factores generadores del hambre, del dolor, de la muerte y de la tristeza de la gente son muchos, pero no son más poderosos que Dios. Curiosamente la ambivalencia del símbolo muestra al mismo tiempo que la mano que castiga al enemigo es también la mano tierna, paterna y protectora de Dios que cuida con amor a su pueblo. Y esta profecía se realiza en Jesús, el Mesías (Mateo 15,29-37) En el relato de la multiplicación de los panes y de los peces, ocurrido también en un monte (v.29), Jesús preside la fiesta de la vida que cambia el destino de una humanidad que sufre (“cojos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros”, v.30), entre los cuales están los que pasan hambre (vv.32-37). La cantidad y la calidad de los dones de Jesús son evidentes. Frente a esta realidad humana, Jesús da pasos concretos: (1) cura y alivia el dolor de la gente, (2) alimenta “una multitud muy grande” en el desierto, (3) hace recoger las

15 sobras de la cena para que haya siempre comida para todos, incluso para los que no han estado en la cena. Tanto en la profecía como en su realización en Cristo, prima lo que Dios “hace” por nosotros. Jesús transforma la vida humana a fondo, sanando las penas de cada uno y formando comunidad, como un pastor que cuida y congrega a su rebaño. Cuando ponemos la vida bajo el cuidado de Jesús hacemos posible el don más grande de toda Biblia, profetizado por Isaías: “Consumirá a la Muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra” (Is 25,8). De este modo la venida del Señor tiene sabor a Pascua. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: Anteayer vimos la comunidad mesiánica, ayer se hizo una presentación del Mesías y hoy nos colocamos frente a los signos del Mesías. En anuncio profético revive nuestra esperanza, rescata nuestros ideales más altos, nuestros deseos más profundos: una vida sin dolor y sin lágrimas, un mundo en el que nadie pasa hambre ni le falta lo esencial, una humanidad que se permite celebrar la fiesta de la vida. Esta esperanza comienza a hacerse concreta en el compromiso: ¡Seamos como Él, hagamos amigos y compartamos de manera que no falte el pan en ninguna mesa! 1. ¿Mi vida es una continua fiesta? ¿Tengo motivos para celebrar? ¿Hay lutos en mi vida? ¿Cuál es mi canto de fiesta? 2. ¿Qué me que invita a vivir el Señor gracias a su venida? 3. ¿Me parezco al Señor en el compartir con los demás? ¿Qué pasa con las sobras de las mesas abundantes? “Nuestra felicidad hoy pareciera ser la del presentimiento de que hay que cambiar a Dios. Es necesario darle a Dios, no el rostro del faraón, de un patrón que jala los hilos de la historia, sino que es necesario reencontrar, o mejor aún, redescubrir, a Dios como un Amor que está escondido dentro de nosotros, como un Amor frágil, un amor desarmado” (Maurice Zundel)

16 Primera semana de Adviento

JUEVES Actitudes ante la venida del Señor (I): Construir nuestro proyecto con base en el de Dios Isaías 26,1-6 “Confiad en Yahveh por siempre jamás, porque en Yahveh tenéis una Roca eterna” Los tres primeros días de esta semana nos condujeron por medio de este itinerario: el pueblo mesiánico, la persona del Mesías y los signos del Mesías en medio de su pueblo. En estos tres días que vienen las lecturas nos conducen por un nuevo itinerario que enfatiza las actitudes que nos corresponde tomar ante la venida del Señor. La profecía de hoy nos introduce en una nueva serie de tres lecciones de “Adviento” y nos inculca las actitudes que nos corresponde adoptar frente a la venida del Señor a nuestras vidas. Todas ellas están relacionadas con la fe y nos exigen compromisos concretos. Sólo así podremos hacer del “Adviento” el ejercicio de la espera activa de un Dios salvador que viene a nuestro encuentro. La enseñanza de hoy es presentada por el profeta Isaías mediante la didáctica de un canto que hay que aprenderse. Lo interesante es la dinámica interna que nos presenta. 1. Aprender la segunda canción: “Aquel día se cantará este cantar en tierra de Judá” (v.1ª) Partamos de esta realidad humana: el problema no es tanto el alcanzar una meta sino conseguir que los logros no se deshagan. Con este propósito el profeta Isaías, después de la canción de la victoria que celebraba las primeras emociones, le enseña ahora una segunda canción al pueblo. Los asuntos de Dios, la espiritualidad, no son cuestión de emociones pasajeras sino de solidez de vida. La primera canción celebraba la obra salvífica de Dios y expresaba la felicidad porque las cosas salieron bien, por su parte, la segunda, trata de inculcar en el pueblo el compromiso que le corresponde. Hay que aprenderla de memoria y practicarla en el ejercicio cotidiano de la fe. 2. De las manos poderosas y misericordiosas de Dios a los pies del peregrino: “Él derroca a los habitantes de los altos... la pisan pies, pies de pobres, pisadas de débiles” (v.5-6) La descripción de la ciudad (v.2) y la invitación a abrir sus puertas (v.3), indica que se trata de una canción de caminantes que llegan a su ciudad. El profeta se inspira en la escena de los peregrinos, quizás antiguos exiliados, desplazados de sus tierras y casas, despojados de sus bienes básicos, que regresan contentos a su espacio vital. El regreso no ha sido fácil, para lograrlo han tenido que enfrentar y superar los factores adversos.

17 El primer coro alegre -el entonado ayer- no deja de resonar y le da pautas a la nueva composición. • Virtualmente se traza una especie de eje vertical que comienza en las manos poderosas de Dios (25,10) y culmina en la tierra, en los pies descalzos de los humildes peregrinos -pobres y mendigos- que participan de la victoria obrada por Dios (26,6). • Al desplazamiento horizontal del caminante se le yuxtapone el desplazamiento vertical que expresa la acción de Dios (26,5). La acción de Dios (“derroca”, “hace caer”, “abaja”, “hace tocar”) se conjuga con la acción del hombre (“la pisan pies de pobres”). En la medida en que caminan, con sus pasos firmes los humildes van afirmando la victoria. Pero, ¿contra qué o quién es la confrontación? 3. Dos proyectos en conflicto: la ciudad del hombre y la ciudad de Dios El canto está siendo entonado por un solista y es él quien hace la descripción. El juglar expone ante todo lo que capta en el trasfondo espiritual del escenario. Para ello se vale de la comparación entre dos ciudades: • la ciudad santa (26,1-4) y • la ciudad rebelde (26,5-6). El cantor invierte el orden: primero exalta la victoria de la ciudad de Dios y luego cuenta el fracaso de la ciudad pérfida. La segunda ciudad se viene al piso, mientras que la primera tiene garantizada su firmeza. En ambas ciudades se destaca la “muralla”. En la antigüedad una muralla le daba identidad a la ciudad, no sólo externa sino también internamente, es decir, por cuanto garantizaba la unidad y la defensa de la misma, la muralla es el símbolo del proyecto de sociedad que allí se quiere construir. Por eso, con la repetida referencia a las murallas, todo el canto apunta a la exaltación de la solidez del proyecto de Dios acogido por los humildes, mientras que en un segundo plano se nota la inconsistencia del proyecto de los orgullosos que creen poder hacer todo exclusivamente con sus propios esfuerzos. 4. Características de la ciudad de Dios: “Tenemos una ciudad fuerte” (v.1b-4) La ciudad santa no es cualquier conglomerado de casas, ella aparece más bien como una construcción unificada, ideada por un único arquitecto que ha pensado en sus aspectos más importantes: “para protección se le han puesto murallas y antemuro” (26,1b). Lo más bello es que de repente se nota una trasposición metafórica que hace del corral de piedra y de los baluartes de defensa militar, una imagen del mismo Dios como salvador de su pueblo. En un momento dado, la construcción-refugio es lo de menos y lo que sobresale es la comunidad reunida por Dios, que se identifica con Él y con su proyecto.

18 El canto sigue: el río humano de los peregrinos llega entonces a las puertas del Templo, que es el corazón de la ciudad, y la procesión realiza su rito de entrada. En él, el pueblo declara sus compromisos. Se trata, ante todo, de tres actitudes que hay que vivir en la cotidianidad (26,2b-3a): • “Gente que guarda la fidelidad”: se trata la constancia en el camino del Señor; • “Gente de ánimo firme”: se trata de la “fuerza de voluntad”, para sostener la fidelidad; • “Gente que conserva la paz”: se trata de los esfuerzos por mantener el siempre difícil equilibrio en las relaciones. Se pone de relieve el esfuerzo que realiza el hombre. Pero no se trata de algo que proviene solamente de las propias fuerzas sino que está basado en la confianza en Dios. 5. La clave de todo es la confianza en Dios: “Confiad en Yahveh por siempre jamás” (v.4) La confianza en Dios, que es una manera de expresar la experiencia de la fe, es lo más importante y es la garantía de las tres características de un pueblo justo. Por ello se habla en estos términos: “Porque en ti confió” (v.3b). No perdamos de vista que este pueblo, humilde pero recto, que redescubre su proyecto en la historia a la luz de su fe, es el que luego exalta María en su Magníficat (ver Lc 1,50-53). La comunidad de los humildes no está sola, su fundamento es el mismo Dios, quien es “Roca” fuerte e inamovible, no cambia de idea de un día para otro, porque es siempre fiel. La firmeza del proyecto de justicia y fraternidad proviene de la solidez de Dios. No hay mejor ni más seguro apoyo. La actitud de base está clara: a esta ciudad-comunidad, donde se realiza el sueño de Dios para su pueblo, sólo se entra mediante la práctica fiel de sus enseñanzas y la confianza total en Él. Sólo los que están dispuestos a ser justos pueden atravesar el umbral de sus puertas. Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 7,21.24-27) La parábola que contrapone la casa construida sobre la roca con la casa construida sobre la arena (Mt 7,24-27), traslada a la persona de Jesús, el MESÍAS, la profecía isaíanica. Como enseña el mismo Jesús en Mt 7,21, no basta la oración vocal, es necesario el compromiso de vivir según el querer de Dios (la “fidelidad”). Es en el seguimiento del Maestro, esto es, mediante la escucha y la puesta en práctica de sus enseñanzas, que se forma la nueva y definitiva comunidad, el pueblo justo que inaugura el mundo nuevo. Esta es la verdadera Roca que siempre se sostendrá. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: La venida del Señor nos pide la actitud de la fe: acoger su Palabra y hacerla parte de nuestros proyectos, porque sólo en Él nuestra vida tiene consistencia. La motivación más profunda de nuestros esfuerzos debe ser la de permanecer fieles a los proyectos de Dios, fundados en la fe-confianza en Él. Esta confianza se concreta en compromisos. 1. ¿Cuál es mi proyecto de vida? ¿Está identificado con el proyecto que Dios tiene para mí y para el mundo? 2. ¿Qué tan sólido es mi camino con el Señor?

19 3. ¿Sobre qué se apoyan mis esfuerzos en la vida? ¿Qué busco con ellos? 4. En estos días en que el paisaje urbano se transforma con arreglos de Navidad, ¿cómo relaciono esta realidad con la profecía sobre la ciudad de los pobres de Dios? 5. ¿Qué compromisos me pide el Señor de manera que pueda contribuir en la construcción de su proyecto de ciudad? “Como cuando se debe edificar una casa, nada se coloca antes de la piedra que hace de fndamento, así la Iglesia tiene su piedra, esto es, Cristo, escondida en lo profundo del corazón y nada se antepone a la fe y al amor por él” (S. Beda)

20 Primera semana de Adviento

VIERNES Actitudes ante la venida del Señor (II): Aprender a “ver” con los ojos de la fe Isaías 29,17-24 “Aquel día los sordos oirán palabras de un libro, y desde la tiniebla y desde la oscuridad los ojos de los ciegos las verán” En estos días el panorama urbano se transforma con los arreglos navideños de las calles y las casas; un ambiente sabroso se comienza a sentir. La navidad que se aproxima nos regala un hermoso espectáculo para la vista y nos alegra el corazón. El profeta Isaías nos da hoy una pista para que busquemos, comprendamos y participemos en una transformación más profunda obrada por Dios. Para ello nos enseña a ver el mundo con los ojos de Dios. 1. El signo de la trasformación externa de la naturaleza (v.17) El profeta observa la lenta pero irresistible transformación de la naturaleza: “Dentro de muy poco tiempo la selva del Líbano se convertirá en huertos, y los huertos serán como bosques” (29,17). La anotación “dentro de muy poco tiempo” apunta a una triple enseñanza: • primero, que Dios tiene una pedagogía para salvar al hombre y su historia. • segundo, que la dilación de los tiempos de la espera de la realización de las promesas no debe matar los sueños sino acrecentar el deseo: ¡Ya viene! • tercero, que hay que observar las etapas de la acción de Dios y acompañarlas. Notemos en el texto de hoy un crecimiento progresivo que el profeta observa paciente y cuidadosamente: (1) la estepa, (2) el huerto, (3) la selva; esto es, una inmensa tierra improductiva se transforma poco a poco en una gran explanada fértil, expresión de vida en abundancia. Con frecuencia tendemos a desesperarnos porque no vemos aún realizados nuestros sueños. Pues bien, el profeta le inculca a su pueblo la certeza de Dios y lo enseña a alimentar su esperanza con la observación de los signos que hay en la historia, a los cuales a veces no les ponemos atención. 2. Brota una nueva sociedad que incluye a todos y que promueve la vida (vv.28-21) Pasando de la observación de la naturaleza al mundo de las personas, el profeta Isaías traspone el milagro de la creación al resurgimiento de una nueva sociedad. Se nota cómo la vida se restaura en sus diversas dimensiones: •

Se curarán las deficiencias físicas y espirituales, simbolizadas en la ceguera y la sordera (v.18). Si volvemos atrás algunas páginas del libro de Isaías, veremos que en Isaías 6,9-10 ―texto citado después por todos los evangelios― el Señor había castigado al pueblo por su mala voluntad para seguir sus caminos, con la incapacidad de captar la revelación divina. En esta profecía que estamos leyendo, el

21 castigo se revoca diciendo: “Aquel día los que estén sordos oirán cuando se lea la Escritura, y verán los ciegos, ya sin sombras ni tinieblas en los ojos” . La frase quiere decir que en estos nuevos tiempos todo el pueblo, comenzando por la gente más sencilla, comenzará a entender y a poner en práctica los proyectos de Dios y los criterios de vida que propone Dios. En otros términos: toda la gente será capaz de leer, de comprender y de vivir las enseñanzas de la Biblia. •

Se superará la pobreza (v.19). Una vez que el pueblo asuma su proyecto comunitario ―en el proyecto de Dios― comenzará a superar penalidades causadas por la falta de recursos económicos, la desigualdad social y la exclusión. La felicidad será inmensa: “Los que sufren volverán a alegrarse con el Señor, los pobres gozarán con el Dios Santo de Israel”.



Se restablecerá la justicia (vv.20-21). En este nuevo tiempo de la historia humana ya no habrá espacio para la tiranía ni el abuso de poder, porque los causantes de las desgracias de la gente y del desequilibrio social ―torciendo el derecho para el lado de sus intereses― serán juzgados: “han sido eliminados los que se desvelaban por hacer el mal, los que hacían falsas denuncias y en el tribunal impedían la defensa y hundían sin motivo al inocente”.

3. La dignidad, la oración y la evangelización de un pueblo que se ha hecho comunidad (vv.22-24) Ante el cuadro espectacular de la nueva humanidad, presentada en los versículos anteriores, aparece un pueblo que recobra el ánimo y fortalece su fe. •

Levanta su autoestima. El pueblo siente que puede levantar la cara ante los demás pueblos porque el oprobio, que era la contradicción interna a nivel espiritual ―no comprender a su propio Dios― y social ―la pobreza y la tiranía―, han sido definitivamente superados: “No se avergonzará en adelante Jacob, ni en adelante su rostro palidecerá” (v.22).



Proclama el poder del Dios de la vida. Ahora, por el contrario, la gente se siente fortalecida para confesar que Dios es poderoso: “santificarán el nombre” (v.23). Y el profeta Isaías tiene una prueba personal de que esto es así. Así como el Señor en una ocasión ya le había dado como señal de su amor y de su gloria un hijo (ver Isaías 8,3), de la misma manera todos los israelitas al ver a sus hijos ―“porque viendo a sus hijos” (v.23ª)― comprenden la obra del Dios de la vida y de la historia. De hecho, la historia de la salvación ―desde los tiempos de los patriarcas (29,22ª) hasta ahora― es obra de las manos de Dios. Quien aprende a mirar la vida con los ojos de esta profecía sabrá reconocer, precisamente en esta historia a veces tan oscura, la santidad de Dios, su trascendencia, el rumor discreto de sus pasos en todos los aspectos de nuestra cotidianidad.



Evangeliza a los que dudan del proyecto de Dios. Finalmente, el profeta va más lejos: incluso la gente incrédula ―recordemos al pueblo que criticaba a Dios

22 durante el caminar por el desierto en el éxodo― al ver todo esto sabrá sacar buenas conclusiones: “Y por fin comprenderán los desorientados, y los que protestan aprenderán la lección” (29,24). Jesús es el MESÍAS que realiza esta profecía (Mateo 9,27-31) Jesús realiza las palabras de Isaías cuando le abre los ojos a los ciegos. Él lleva al hombre a ver la obra de Dios en la historia con los ojos de la fe. Para ello, lo primero que cura es la fe, por eso pregunta: “¿Creéis que puedo hacer eso?” (v.28); y enseguida agrega: “Hágase en vosotros según vuestra fe” (v.29). Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: En estos días cantamos “¡Ven, Señor, no tardes!”. ¿Pero a qué viene el Señor? La ceguera que describen las lecturas de hoy tiene que ver con la incomprensión del proyecto de Dios que está en la Biblia. La “lectio divina” debe llevarnos a aprender a caminar poco a poco en sintonía con Dios para que su obra en el mundo, cuyo objetivo es la vida, se realice plenamente con nuestra colaboración. Hacer esto es aprender a ver con los ojos de la fe, para poder poner los pasos en la dirección que verdaderamente construye historia y sociedad. 1.¿Qué signos de vida hay en mi historia personal, en mi comunidad, en mi nación? 2. Mirando todo lo que falta por hacer para que esta sociedad sea la que Dios y nosotros soñamos, ¿tengo la paciencia del que sabe esperar y la fe del que sabe ver a fondo? ¿Qué me pide el Señor que haga para que se realice su proyecto? 3. A partir de la profecía de Isaías, ¿de qué necesitamos ser sanados en este Adviento para que la Navidad sea realmente celebración de la vida?

“Dios nos ama en la medida en que tenemos necesidad de él. Nos ama a causa de nuestros sufrimientos, de nuestra pobreza, de nuestra hambre y sed de él, de nuestra ansia por ser mejores” (P. Monier)

23 Primer semana de Adviento

SÁBADO Actitudes ante la venida del Señor (III): Buscar el perdón Isaías 30,19-21.23-26 “Será la luz de la luna como la luz del sol meridiano... el día que vende Yahveh la herida de su pueblo” Todas las profecías anteriores nos han hablado de la trasformación que Dios está obrando y seguirá obrando hasta su plenitud en la historia humana. Hoy aparece en la profecía de Isaías lo que podemos considerar como la raíz de toda la fuerza trasformadora del mundo: el perdón. El núcleo del anuncio profético de hoy está en las palabras finales: “Será la luz de la luna como la luz del sol meridiano, y la luz del sol meridiano será siete veces mayor ―con luz de siete días― el día que vende Yahveh la herida de su pueblo y cure la contusión de su golpe” (v.26). El profeta Isaías compara al pecador perdonado con una luna que irradia con la intensidad del sol y con un sol cuya luminosidad es siete veces mayor a la normal. Así es como emerge desde dentro ―con nuevas energías― el hombre sanado hasta el fondo de su oscuridad por medio la experiencia del perdón de Dios. ¡Qué maravilla cuando se descubre y se experimenta el perdón de Dios! Veamos el itinerario de la profecía de hoy: 1. El fin del tiempo de las lágrimas (vv.19-21) Cuando uno está en pecado se le cierran los horizontes; con sus decisiones equivocadas, cada uno se atrae sus propios males. El perdón es la base de una nueva fuerza de crecimiento, como bien había profetizado Isaías: “Por la conversión y calma seréis liberados, en el sosiego y seguridad estará vuestra fuerza” (v.15). Pero el pueblo no tomó en serio estas palabras, por eso el profeta recrimina: “Pero no aceptasteis” (30,15b). Con su actitud, la gente se echa encima las consecuencias de su errada decisión, que la profecía describe en términos de castigo y cuyo daño no es distinto del que el hombre se ha provocado a sí mismo (vv.16b-17). Pero Dios no soporta ver al hombre en esa situación: “Sin embargo aguardará Yahveh para haceros gracia, y así se levantará para compadeceros” (v.18). A Dios le duele el sufrimiento de su pueblo (ver Ex 3,7). Por eso Dios se inclina misericordiosamente ante el hombre para darle la mano. Así el profeta vuelve a levantar su voz para anunciar que el tiempo del castigo va a terminar, que viene el tiempo del perdón, en el que el pueblo resurge renovado. En perdón se dan cita dos actitudes, la de Dios y la del hombre:

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Por parte de Dios se enfatiza su prontitud. Es suficiente el clamor de su pueblo que gime bajo el peso de su pecado: “Ya no van a llorar más, el Señor se apiadará de ti al oír tu clamor; apenas te oiga, te responderá” (v.19). Por parte del hombre se enfatiza la apertura y la docilidad para darle un giro a la vida dejándose orientar por la llamada de Dios, quien es “Maestro” de vida: “Con tus propios ojos verás a tu Maestro y oirán tus oídos una llamada a la espalda, que te dirá cual es el camino que debes seguir” (vv.20b-21).

Una imagen sugerente aparece: Dios va delante y se coloca en las encrucijadas indicándole al caminante la ruta que debe seguir (v.21b). Llama la atención el hecho de que se saque provecho de la experiencia negativa, porque en medio del sufrimiento se aprende a descubrir un sentido, esto es, se “escucha” y se “capta” cómo el Señor está presente en nuestro caminar guiando nuestro proyecto de vida, revelándose a sí mismo desde el fondo oscuro de nuestra fe. Con todo, el profeta no pierde el realismo, porque a pesar de que se ha descubierto el rostro y los caminos de Dios, todavía hay sufrimientos que acompañan al hombre. Por eso dice: “Aunque el Señor os dé el agua tasada y el pan medido, ya no se esconderá tu Maestro” (v.20ª; para esta frase seguimos la traducción de Luis Alonso Schökel). 2. El comienzo de un nuevo tiempo de bendición (vv.23-26ª) El hombre se encuentra ahora en una nueva situación, su base es la comunión con Dios. Pero para el profeta no es suficiente decir que se ha entrado en una vida nueva en la que se vive según Dios, también es importante anunciar en qué es lo que ella le trae de nuevo y de bueno al hombre. En síntesis, en la vivencia del perdón-sanación se renuevan las bendiciones de Dios. El profeta lo describe con imágenes fuertes que evocan la potencia de la vida. Los versículos 23 a 26 observan cuidadosamente la potencia de la vida desde su expresión más pequeña en una semilla que brota en su sementera, hasta el hombre ―culmen de la pirámide de la creación― que pone a desarrollar todas su potencialidades. La dinámica de la lectura, en esta parte, consiste en visualizar el proceso: •

Primero aparecen los campos. Sobre ellos Dios hace llover y cada grano que se encuentra en la sementara revienta para dar lo mejor de sí mismo (30,23a). El grano se vuelve trigo y el trigo se vuelve pan de buena calidad (“pan pingüe y sustancioso”).



Luego, sobre ellos, vemos aparecer a los animales: (1) las ovejas (ganado menor) están pastando la hierba que acaba de germinar; (2) los bueyes y los asnos (ganado mayor) ya está recogido en el establo comiendo su forraje (30,23b-24). También aquí se destaca la cantidad y la buena calidad del alimento (“pastizal dilatado” y “forraje salado”).



Finalmente aparece lo que genera vida: el agua y la luz. Sobre los campos poblados de animales escrutamos un poco más el paisaje y vemos las cimas de los montes

25 convirtiéndose en estanques de agua (“aguas perennes”, v.25ª), garantizándose así el agua por mucho tiempo. Y todavía más arriba, en el cosmos, vemos la luna y el sol dilatando su capacidad iluminativa para que surja la vida y se sostenga por mucho tiempo (“la luz del sol siete veces mayor”, v.26ª). Pero no se trata de una simple descripción de la naturaleza, sino de toda la potencia de vida que trae el tiempo de perdón: la trasformación del hombre es la trasformación del mundo entero. 3. La raíz de todo es el perdón (v.26b) Encontramos una imagen fuerte al final: al tiempo que caen las torres enemigas (v.25b), es curada la herida de su pueblo (v.26). El camino de crecimiento, en los caminos del Señor, es al mismo tiempo un camino en el que se suman todas sus bendiciones. El perdón es como una curación que da una nueva fuerza de vida. Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 9,35-10,1.6-8) El evangelio nos anuncia a Jesús como MESÍAS MISERICORDIOSO que realiza esta obra de curación de su pueblo “vejado y abatido como ovejas que no tienen pastor” (v.36). Con la venida de Jesús termina el tiempo de las lágrimas y comienza el tiempo de la bendición en la que el pueblo es socorrido por muchos y buenos líderes que reúnen “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v.6). Ellos, en nombre de Jesús y despojados de cualquier interés propio, proclaman la proximidad del Reino de Dios y sanan los sufrimientos del pueblo (vv.7-8). En Jesús y sus mensajeros la misericordia de Dios que responde al clamor de su pueblo es patente. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón: Hoy estamos ante una de las expresiones más concretas de la fe, de la cual hablábamos ayer. En estos días, pensemos no sólo en los regalos y tarjetas que esperamos que nos den los amigos y familiares en la Navidad, pensemos más bien en lo que el Señor nos quiere dar ―el regalo que mejor responde a lo que está necesitando nuestro corazón―, el cual nos llevará a dar regalos nacidos del fondo de corazón a las personas que nos rodean: “Gratis recibisteis, dadlo gratis” (Mateo 9,8). El mayor de todos los regalos es el perdón y para ello “viene” el Señor. Desde lo más profundo de nuestro ser serán liberadas nuevas fuerzas de vida que atraerán muchas bendiciones sobre los que nos rodean cuando el Señor “sane nuestras heridas”. 1. ¿De qué necesito ser sanado? ¿Cuál es la causa de mi pecado? ¿Cuáles son las consecuencias de mi pecado? 2. ¿Cómo me estoy preparando para hacer en estos días del Adviento una buena confesión de mis pecados en la celebración de la misericordia que me ofrece la Iglesia por medio de sus mensajeros? 3. Y puesto que no se trata solamente de recibir, ¿qué puedo hacer en estos días por los que más sufren física y espiritualmente, de manera que mi vida sea una imagen viva de la cercanía misericordiosa de un Dios a quien le duele el sufrimiento de todas las personas?

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G. Billington, “New Beginnings” (Fotografía), 2014