Desarrollo urbano de Colonia del Sacramento Las murallas: historias del adentro y del afuera

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Desarrollo urbano de Colonia del Sacramento Las murallas: historias del adentro y del afuera Sebastián Rivero Scirgalea Espacio Cultural Al Pie de la Muralla [email protected] No se puede pensar la historia de los elementos defensivos, en este caso de las murallas, sin aludir a los entornos sociales, urbanos y espaciales en que funcionaron. En una mirada diacrónica se percibe como las plazas fuertes mudaron de roles y significados a lo largo del tiempo. Estas mutaciones se deben a enteros cambios políticos, económicos y mentales que quedan inscriptos en los entramados urbanos asociados a los aparatos defensivos. Los tejidos urbanos se articulan en base a los regímenes –económicos, sociales y mentales- que los generan. Pero no sólo los producen en sus aspectos materiales, sino en sus planteos simbólicos, imaginarios. Una entera “ciudad letrada” – como sostuvo el crítico Ángel Rama- emerge a través de los escritores, estando en buena parte de sus significados textuales divorciada de los referentes reales de la ciudad concreta. Las clases altas y las clases subalternas construyen y usan de diverso modo sus espacios urbanos (resta aclarar que los grupos hegemónicos tienden a demarcar los espacios físicos ocupados por los sectores dominados). La historia urbana, por tanto, desenvuelve en el tiempo y el espacio – en estratos yuxtapuestos y constantemente re-semantizados- las distintas aspiraciones, luchas, pautas de control y distribución económica, éxitos y fracasos, que presenta una sociedad. La mutación de valores y funcionalidades éticas, económicas y estéticas queda fijada así, en los entornos espaciales y edilicios. En Colonia del Sacramento, fundada a fines del siglo XVII, sus murallas fueron pautando las relaciones entre la plaza fuerte y su ámbito inmediato de control, su “hinterland”. Desde su construcción hasta su desaparición definitiva (en 1859), marcaron los vínculos entre el “adentro” y el “afuera”. Un “adentro” reglado por el poder de la corona durante la época colonial, por normas de vida “civilizada” (según la concepción decimonónica y sarmientina); un “afuera” signado por la apetencia de dominio, por el deseo de control de sus riquezas económicas, pero a su vez temido, debido a los enemigos de toda laya. En el siglo XIX, luego de derrumbadas las murallas, esta división se mantendrá como un espectro de épocas pretéritas cargado de nuevos significados. A mediados del mil ochocientos nacerá la “ciudad nueva” en oposición a la “ciudad vieja”, a la zona antes delimitada por los muros. Una ciudad como representación del progreso y de los ideales ilustrados y liberales. Otra ciudad como encarnación del atraso y del estigma del pasado colonial. Una ciudad con flamantes edificios a la italiana, amplias calles, un adecuado sistema de salubridad; mientras que en la otra, habitada por los grupos subalternos, se mantendrán los ranchos portugueses – muchos en ruinas-, siendo considerada un foco anti-higiénico y un lugar de impudicia. De plaza fuerte – avanzada del imperio portugués en tierras platenses – a barrio marginal, es el recorrido temporal que marcan las murallas, su “adentro” y su “afuera”. En la década de 1970, en un clima de exaltación nacionalista y patrimonial, las antiguas murallas serán reconstruidas desde cero, dando inicio a la revalorización histórico-turística del “barrio sur” (ahora “barrio histórico”) consagrada con la declaración de patrimonio cultural de la humanidad en 1995. Paisajes de la guerra: la ambición y el temor constantes En las instrucciones dadas a Manuel Lobo por el rey de Portugal en 1678 para su establecimiento en el Río de la Plata, se le ordenaba levantar fortificaciones en la isla San Gabriel además de una

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fortaleza en tierra firme. Los planes de colonización lusitanos abarcaban casi todo el actual territorio uruguayo, desde Maldonado hasta el Río Uruguay. Pese a la tenaz resistencia española, los portugueses nunca renunciaron del todo a esta visión geopolítica. Los sistemas defensivos que intentarán articular a lo largo del siglo XVIII, tomando como eje a la Colonia del Sacramento, obedecen a estos propósitos iniciales. Fundada Colonia del Sacramento a fines de enero de 1680 – a la vez presidio y factoría – tuvo unas primeras fortificaciones sumamente rudimentarias. Se abrieron zanjas para la ciudadela y se levantaron dos baluartes con la tierra sacada de las zanjas. Cuando en agosto de ese año atacaron los españoles, la fortaleza aún no estaba terminada. Inconclusa por el lado del oeste, presentaba dos baluartes al oriente unidos por una cortina hecha de tierra apisonada y armazón de ramas. Tenía también una estacada de madera de Brasil, con puntas salientes para repeler al invasor. Todo rodeado por un foso escavado la altura de un hombre, quedando franca la entrada por un puente levadizo. La Colonia reconstruida en 1683 contaría con mejores defensas. Las mismas serían trasunto de una visión política, económica y urbanística de más vasto alcance, lo que aseguraría un fuerte enclave civilizatorio de la corona lusitana en medio de campos despoblados, capaz de competir con su rival Buenos Aires. En 1689 el rey designó a Francisco Naper de Lencastre como gobernador. El mismo había estado prisionero después de la derrota de Lobo; conocía por tanto, la precariedad de la plaza portuguesa, y pensó en remediarla. Su proyecto se basaba en convertir al presidio en una población agrícola y comercial que posibilitara el dominio paulatino de toda la Banda Oriental. Para 1691 ya había cambiado el carácter edilicio de la plaza. Reforzó las murallas y construyó muchas casas de material. Dentro de la ciudadela se encontraba la plaza de armas, el almacén, la casa del gobernador, la de los religiosos, la Iglesia, el cuerpo de guardia y polvorín y los cuarteles de la infantería. Fuera del recinto se levantaban unos cien ranchos de paja y barro donde habitaban los colonos. En 1692 la población ascendía a mil habitantes. Los portugueses, tratando de asegurar su avance por el territorio y de obtener un continuo aprovisionamiento de cueros, mantenían corrales y rancheríos de corambre en Rosario y Santa Lucía, aunque de forma temporaria. La propia casa quinta de Naper Lencastre en las afueras de Colonia del Sacramento, es un símbolo de su gobierno, al afirmar el carácter agrario, comercial y manufacturero de la pequeña urbe portuguesa. Su intento de consolidar la población, como forma de expandirse por la Banda Oriental, queda evidenciado en una carta al rey, al sugerirle ocupar Montevideo y Maldonado. Conquistada la ciudad y destruida en 1705, es devuelta a los portugueses merced al Tratado de Utrecht. La nueva reconstrucción de Colonia del Sacramento se basó en reforzar su carácter de núcleo poblacional. A su llegada en 1716, Manuel Gomes Barbosa traía 60 familias de colonos agrícolas de Tras os Montes. Se trataba de crear una población estable de agricultores-soldados, que hicieran que la plaza fuerte se sostuviera por sí misma. Se instrumentó, asimismo, una administración más compleja: almojarife, escribano, cirujano y autoridades religiosas. Se levantaron de nuevo las murallas y se edificaron cuatro baluartes: del Cármen, Santa Rita, San Pedro de Alcántara y San Miguel. Refiriéndose a la gestión de Gomes Barbosa, Pereira de Sá, en su “Historia topographica e bellica da Nova Colonia” (escrita en la etapa de Vasconcellos) afirma “que al mismo tiempo que de las fortificaciones preocupóse del bien público, civilizando a los moradores; dio impulso al trabajo de las chacras, dividiéndolas en dos partes, las chacras del barrio norte y las del barrio sur, por medio de bellas avenidas”. Durante la gobernación de Antonio Pedro de Vasconcellos (1722 – 1749) se ampliarán y consolidarán las mejoras edilicias, el comercio, el desarrollo agrícola y la expansión demográfica. En el censo que realiza Vasconcellos en 1722, se computa una población de 1.388 habitantes, la cual comprende un 76% de hombres blancos libres, 20% de esclavos y un 4% de indios. En 1732 el sargento mayor Antonio Rodrigues Carneiro calcula la existencia de 3.000 pobladores. Según el

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censo antedicho en 1722 habían entrado 11 barcos a Colonia, los cuales salieron cargados de cueros y plata. Ese año también se registran 41 nacimientos y 23 muertes, lo que habla de un claro crecimiento demográfico. En 1723 Joao Freire instaló una “custosa botica”, muy necesaria a esas alturas, tanto para militares como civiles. En los arrabales los agricultores hacen proliferar el cultivo del trigo: en 1729 alcanza a 20 mil fanegas. En 1723 empieza a completarse el camino que saliendo de Colonia y pasando por Río Grande llevaba grandes arreos de ganado en pie a Sao Paulo, siendo Cristóbal Pereira su principal empresario. Los portugueses pactaban con los indios minuanes y con los gauchos para efectuar corambres y arreos de ganado. Colonia era un centro de sociabilidad, comercio –incluso prostitución-, lugar de obtención de bebida y tabaco, que atraía a la población flotante de la campaña. El “afuera” irrumpía así en la plaza fuerte, y el “adentro”, sede de los poderes de la corona, trataba de dominarlo, tanto apelando a recursos militares como a técnicas de seducción. La colonia portuguesa se transformaba en una sociedad de mayor complejidad, con una estructura fuertemente jerarquizada. El gobernador, los altos cargos militares, los religiosos y grandes comerciantes, dominaban al entorno de soldados y agricultores. Entre estos grupos se establecían alianzas. La familia de comerciantes Botelho de Lacerda, vinculada por matrimonio al comerciante inglés John Burrish, monopolizaba el tráfico mercantil merced a los favores del gobernador Vasconcellos. Al no haber un Senado da Camara (símil del cabildo hispano), los vecinos de las clases altas no podían contrarrestar el poder militar del gobernador y debían pactar con él para poder influir y dominar. En 1729 al realizarse el casamiento de la Infanta de Castilla y el Príncipe de Brasil – acercando a las monarquías de Portugal y España- se montaron en la Colonia diversas piezas teatrales barrocas, lo que afirma la predominancia de esta estilística en aquellos años. Un largo poema anónimo escrito en castellano y publicado en 1732, inventa una “ciudad letrada” dentro de la concepción barroca. Resaltando la riqueza y esplendor de la colonia portuguesa, se canta que: “el Pactolo es un rasguño,/ el Potosí un bosquejo.” Pero el barroco, tanto como un estilo artístico y una forma de vida, que privilegia lo espectacular, lo solemne y las jerarquías, se evidencia en todos los ámbitos de la sociedad de la época, desde la distribución urbanística – ocupando el palacio del gobernador un rol central en la ciudad-, la actuación y presencia pública de autoridades militares y religiosas, las relaciones sociales y las fiestas. Era, si se quiere, una forma de afirmar y reproducir el poder del monarca y la corona, en tierras americanas. De 1735 a 1737, al romper relaciones España y Portugal, se produce un tercer sitio a Colonia. Este sitio puso en jaque el desarrollo agrícola y poblacional de la ciudad. A partir de entonces, Colonia tendrá un valor exclusivamente comercial, que emparejará a la plaza a las factorías portuguesas de África y Asia. Para los soldados, comerciantes y agricultores la vida cotidiana en la Colonia –sostiene el historiador Paulo C. Possamai–, pese al desarrollo económico, transcurrió marcada por un intenso sentimiento de tensión, inseguridad y precariedad. Las constantes guerras y las variaciones diplomáticas, podían hacer que su mundo cotidiano, en cualquier momento, se desbaratase. Un enorme heroísmo y fidelidad al monarca estuvo acompañado, así, de un gran azar. En 1762 cuando los españoles al frente de Pedro de Cevallos ocupen la plaza fuerte, se le encargará al arquitecto militar francés Barthelemy Howell (o Havelle) que se encontraba al servicio de Portugal, que mejore las defensas. Aplicando el sistema de Vauban, refuerza los bastiones de San Pedro y Santa Rita y liga a ambos con una cortina de muralla de piedra y cal. A su vez eleva la altura de toda la muralla. Cevallos al mejorar las defensas, pensaba transformar a Colonia en uno de los principales puntos defensivos en el Plata y el Atlántico Sur. La visión colonizadora y comercial de los portugueses, se veía trocada así, por una idea puramente militar. En 1777 los españoles conquistan definitivamente a la Colonia. Cevallos con una poderosa fuerza la ocupa, destruyendo las fortificaciones y desmantelando algunas de sus casas.

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En octubre de ese año quedó zanjada la disputa entre las monarquías ibéricas, por el Tratado de San Ildefonso, en el cual se reconocía el dominio hispano de la Colonia y se fijaban los límites americanos de ambos reinos. La Colonia, ahora subsidiaria de Buenos Aires, lentamente comenzó a repoblarse. Primero con soldados veteranos y luego con familias gallegas y maragatas provenientes de la frustrada expedición a la Patagonia. Estos pobladores adquirieron las casas de los portugueses, y chacras y estancias en los campos aledaños. Los vecinos de la clase alta –Barrero y Bustillo, Alagón, De la Rosa Concha, Visillac, De la Canal, Andujar, etc.- en su mayoría comerciantes, estancieros y saladeristas, logran el dominio económico y administrativo de la población. Los agricultores se hallan sometidos a su influencia. También los gauchos de los alrededores trabajan en sus estancias. Aunque Colonia había perdido la importancia que tuviera bajo los portugueses – con su destacado desarrollo portuario – las propiedades se reacondicionaban y se establecía el control de la élite hispana sobre su entorno rural. Con todo, su desenvolvimiento urbano fue bastante escaso. Acosada por conflictos bélicos – como las guerras de independencia – gran parte de su estructura edilicia se encontrará en ruinas. El presbítero Dámaso A. Larrañaga al pasar por la villa en 1815 refiere: “Entramos por sobre ruinas, que indicaban que en algún tiempo fue un pueblo rico y opulento [...] Hay muy poca población y creo no pasa de 50 familias: ello es que las calles y plazas están llenas de yerbas, abundando principalmente la espinaca… que se cría espontáneamente y que no la he visto en otra parte. No hay sino un sacerdote que es el Párroco; un cabildo capitular de pocos capitulares; un comandante militar con sesenta hombres de guarnición. Acaba de habilitarse este puerto por el Jefe de los Orientales con un Administrador de Aduana, que es al mismo tiempo Ministro de Hacienda y Comandante del Resguardo; hay en el día gran negocio de cueros, y ya tienen los ingleses en su inmediación un matadero; había en el puerto dos buques pequeños solamente con el pabellón británico”. Por su parte Charles Darwin, en su visita a la región en 1833, describe de esta manera el paisaje y las edificaciones: “La ciudad está edificada como Montevideo, encima de un promontorio pedregoso; es plaza fuerte, pero la ciudad y las fortificaciones han sufrido mucho durante la guerra con el Brasil. Esta ciudad es muy antigua; y la irregularidad de las calles, así como los bosquecillos de naranjos y de albérchigos que la rodean le dan un aspecto muy bonito. La iglesia es una ruina muy curiosa; transformada en polvorín, cayó sobre ella un rayo durante una de las tempestades tan frecuentes en el Río de la Plata. La explosión destruyó dos tercios del edificio; la otra parte que sigue en pie es un curioso ejemplo de lo que puede la fuerza reunida de la pólvora y la electricidad. Por la noche me paseo por las medio ruinosas murallas de esta ciudad, que representó un papel tan grande en la guerra con Brasil”. Este panorama no cambiará mucho durante la Guerra Grande. El pésimo estado de las murallas posibilitará que con relativa facilidad la ciudad sea tomada por las tropas de Garibaldi y la intervención anglo-francesa en 1845 y recuperada por las fuerzas blancas en 1848. En 1841 el agrimensor José Dellepiane realiza la mensura de la ciudad previendo su crecimiento hacia el este. Los otorgamientos de las tierras aledañas según sus cálculos no llegaron a concretarse, hecho que seguiría pesando aún en 1875, año en que varios vecinos del Real de San Carlos reclamarían a la Junta por estas irregularidades. “ciudad nueva”, “ciudad vieja”: las dos caras del proyecto modernizador Concluida la Guerra Grande, la sociedad colonienses, y especialmente sus sectores dirigentes, deseaban dejar atrás el recuerdo de esos episodios bélicos. Personajes como Luis Gil y Luis Nin proponían demoler las murallas como forma de abolir simbólica y materialmente ese pasado, a la par que propiciar la expansión de la ciudad.

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En julio de 1859 el presidente Gabriel Antonio Pereira accediendo a estas iniciativas promulgó un decreto para proceder a su destrucción. En el mismo se especificaba: “Considerando completamente inútiles para la defensa del Estado las fortificaciones de la ciudad de La Colonia, del lado Este, en dirección Norte a Sur, perjudicándose más bien como un obstáculo al desarrollo de esa población.” Se encargó al ingeniero Eugenio Penot (o Penaud) la ejecución de estas obras. La piedra resultante de la demolición se empleó para cercar propiedades y para diversas construcciones de utilidad pública. Al mismo tiempo se comisionó al agrimensor Víctor Delort para mensurar los propios y ejidos de la ciudad, trazando una plaza pública sobre la iglesia y caminos para Rosario y Carmelo. El viajero estadounidense George Augustus Peabody describe así a la Colonia de la época: “Colonia es una pequeña parte de un viejo pueblo en ruinas; no puede tener mucho más de 300 habitantes. Las calles son muy pedregosas e irregulares y la plaza es un lugar abierto, pelado, con césped agreste y unas pocas casas pobres, de una sola planta alrededor.” A fines de la década de 1860 se construye un muelle de pasajeros (actual muelle viejo) y una empresa de EE.UU levanta un dique de carena. Este despegue económico-portuario incidiría en el desarrollo demográfico y urbanístico de la ciudad. En 1867 se realizó el catastro de los ingenieros Piraldi y Muraclioli, comenzándose a delinear la “ciudad nueva”. Al año siguiente se registran en las actas de la Junta Económico Administrativa pedidos de indemnización elevados por varios vecinos por terrenos de su propiedad tomados para el servicio de calles públicas. Asimismo, los miembros de la junta resuelven llamar a licitación para empedrar las calles Washington, San José y Buenos Aires, ubicadas en la “ciudad vieja”. Acerca del movimiento edilicio comentaba el viajero inglés William Hadfield en 1868: “Algunas casas de buen aspecto han sido erigidas recientemente, asiento de un nuevo pueblo, pero serán necesarios varios años antes de que esto asuma alguna importancia.” Las décadas de 1870 y 1880 son de gran actividad. Muchas calles son empedradas. Aparecen variados comercios, hoteles, restaurantes, cafés y sociedades de socorros mutuos y recreativas. En el barrio del “Champán” (desde el Bastión del Carmen hasta el actual Campus) se encuentran muelles y barracas. Las calles Gral. Flores, 18 de Julio y Rivadavia comienzan a llenarse de edificaciones, muchas en estilo italiano. A propósito de esto, el periódico “El Uruguayo” en 1890, da cuenta de los trabajos arquitectónicos del constructor Granaroli en la calle Gral. Flores. En 1883 la firma inglesa “The River Plate Estancia Company Limited” a través de sus representantes los hermanos Drabble, donan a la junta el predio para edificar la Plaza 25 de Agosto. Desde entonces la población contará con tres plazas: la Plaza Mayor 25 de Mayo, ubicada en la “ciudad vieja”, la plazita 18 de Julio (frente a la iglesia), y la Plaza 25 de Agosto, espacio ubicado en la “ciudad nueva” casi en las afueras de la ciudad. La zona comprendida entre las actuales calles Gral. Lavalleja y Avda. Artigas, se encontraba escasamente edificada. En donde hoy se emplaza la intendencia, existía una plaza de toros hecha de madera. En la intersección de las calles Gral. Flores y Rivera se construyó en 1883 el molino de los hermanos Cutinella. El diplomático belga Ernest Van Bruysel de paso por la ciudad a fines de la década de 1880 afirma que esta cuenta con 3.000 habitantes y que su movimiento portuario anual (año 1887) alcanza los 3.475 navíos. Con lentitud se configuraba un nuevo proyecto urbano, de tipo moderno, pero el problema de la falta de higiene, de la salubridad pública, no podía ser del todo superado. Son repetidas las quejas acerca de la basura que se descompone en las calles, sin que el comisionista de la limpieza se digne a juntarla. En 1867 informa “El Eco de la Campaña” que existía un pozo abierto sobre las ruinas de la muralla que era usado como depósito de basura,

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estando sus aguas “corrompidas y verdes” y siendo “un foco de infección”. En 1881 otro medio de prensa alerta sobre un cadáver equino putrefacto en el camino al cementerio. A fines de la década de 1880 los animales muertos en las corridas de toros eran arrojados en las cercanías de la ciudad. Pero la suciedad, sobre todo, se asoció desde temprano a la “ciudad vieja”. Durante la epidemia de cólera en 1867 “El Eco de la Campaña” señaló que se habían extraído del barrio sur cien carradas de basura, en una línea de cinco cuadras. Al comenzar el siglo XX, dentro del clima de la “Belle Époque”, las clases altas y medias se vuelcan a los paseos públicos: las plazas, la estación de trenes, el muelle. En relación a estos rituales de la buena sociedad, surgen elementos que construyen una nueva “ciudad letrada” plagada de sensualidad, elegancia y refinamiento. La revista cultural “Prosa y Poesía” – con un plantel de redacción femenino- compara a las jóvenes que viven en torno a la plaza 18 de Julio con flores. Las plazas, en el imaginario (y también accionar) de las clases medias y altas, se ofrecen como los ámbitos de encuentros y galanteos, lugares intensamente vividos, deseados y soñados. La contracara de estos gozosos ideales progresistas y modernizantes la representaba el “barrio sur” o la “ciudad vieja”. Las autoridades y los sectores dirigentes en una suerte de ortopedia moral, social y urbanística, intentaron corregir el aspecto del barrio. En 1907 el periodista Pedro H. Oroná desde las páginas de “La Colonia”, sostenía que la zona representaba un “montón de escombros” y un “foco permanente de infección”. A su vez el intendente Felipe Suárez en 1912, rectifica y abre calles en el barrio sur, considerándolo un “caserío ruinoso, anti-estético y anti-higiénico”. El barrio sur, como espacio popular y zona roja, era considerado una mancha para la ciudad. Lugar donde se había marginado a los sectores subalternos, estos debían adaptarse a las pautas racionales y modernas impuestas por los grupos dirigentes. Hasta la recuperación patrimonial del barrio sur (ahora barrio histórico) en la década de 1970, las murallas y su recuerdo delimitaron dos zonas, dos “ciudades”, un “adentro” y un “afuera”, alternativamente deseados, temidos y odiados, dominantes y dominados. Bibliografía sumaria BARRIOS PINTOS, A.,“Colonia 275 aniversario de la ciudad, 1956, álbum oficial del comité ejecutivo del 275 aniversario de Colonia”, director Aníbal Barrios Pintos, Editado por el Consejo Departamental y Editorial Minas, Montevideo, 1956. FUCE, P. “Cerca de la Horca”, Ediciones Torre del Vigía, Montevideo, 2003. POSSAMAI, P. “O cotidiano da guerra: a vida na colônia de sacramento (1715-1735)”, (Tese de Doutorado), São Paulo: USP, 2001. PRADO, F., “Colônia do Sacramento. O extremo sul da America Portuguesa”, Prefeitura de Porto Alegre, Porto Alegre, 2002. RAMA, A., “La ciudad letrada”, Arca, Montevideo, 1998. RIVEROS TULA, A., “Historia de la Colonia del Sacramento (1680 – 1830)”, Instituto Histórico y Geográfico, 1959. ROLDAN, D. P., “Historia cultural de las ciudades e historia de los imaginarios urbanos”, “Más allá del territorio. La historia regional y local como problema”, Sandra R. Fernández (compiladora), Prehistoria, Rosario (Argentina), 2007. ROMERO, J. L., “Latinoamérica, las ciudades y las ideas”, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005. Fuentes Archivos de la Junta E. A. (Archivo General de la Nación, Archivo Regional Colonia).

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“El Eco de la Campaña”, Colonia, 1866-1868. “El Orden”, Colonia, 1881. “El Uruguayo”, Colonia, 1889,1890.

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