Déjame que te transmita algunas de las experiencias más fascinantes

Cono Sur de África En este momento estoy sentando en algún lugar de Johannesburgo, en Sudáfrica. He llegado hoy desde Windhoek tras 22 horas de autobú...
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Cono Sur de África En este momento estoy sentando en algún lugar de Johannesburgo, en Sudáfrica. He llegado hoy desde Windhoek tras 22 horas de autobús y más de 2100 km. J'Burg es la ciudad más peligrosa de Africa y dicen que está entre las peores del mundo. Los niveles de delincuencia están fuera de control y es una locura pasear de día o de noche por el 80% de la ciudad. Todos los blancos vivimos en barrios cerrados y muy protegidos. Estoy terminando la primera etapa del viaje por Africa. Comencé en Kenia, atravesé de Este a Oeste el continente y bajé hasta el Sur. Pasado mañana 12 Enero del 98 vuelo hacia Lomé, capital de Togo, en Africa Occidental y muy cerca de Nigeria. Desde la última vez que te escribí en Dar es Salaam, Tanzania, he recorrido más de 9.000 km. desde la costa del Océano Indico cerca del Ecuador hasta el Atlántico Sur, y de vuelta hacia el Este acercándome al Indico. He viajado casi siempre en autobuses, practicando auto-stop, enganchándome con conductores de camionetas, caminando... incluso he volado doscientos km en avioneta y navegando diez km en un el tronco hueco de un árbol. Estoy convencido de que mucho de lo más espectacular de Africa está escondido en algunos rincones del cono Sur del continente. La riqueza de la fauna y la majestuosidad de la naturaleza hacen que te sientas muy, muy pequeño: la naturaleza desbordada en las Cataratas Victoria, la aventura de vivir en el Delta del Okavango, la insignificancia del ser humano en las dunas de Namibia… He sumado experiencias memorables y he gozado de la compañía de Juan y Eduardo, dos excelentes amigos que han venido desde España para unirse a mí durante parte de esta etapa. También he percibido con claridad la influencia de la cultura blanca en los países de Sur de Africa y he llegado a entender como nuestra forma de vida occidental, atractiva por las riquezas materiales y pobre en relaciones humanas y solidaridad, va extendiéndose como un virus desde Sudáfrica hacia otros países africanos. Ya están impregnados Zimbabwe, Bostwana y Namibia. He quedado desilusionado al notar que formas descafeinadas de apartheid son aún muy patentes fuera de Sudáfrica. Sobre todo en Namibia, donde las divisiones raciales son casi ofensivas. Los namibios acomodados te dejan entender que sólo el blanco es rico e inteligente y el destino del negro africano es el de permanecer pobre y analfabeto. La mayoría de los namibios blancos y negros tienen perfectamente asumido su papel y lo ejecutan con insolencia y prepotencia o con una triste y desesperanzada naturalidad. A estas alturas he abandonado mis esperanzas de que el Africa negra pueda salir adelante por sí misma. La dictadura intelectual, económica y social blanca prostituye las culturas y lenguas que enriquecen este increíble y todavía misterioso continente. El inglés es el idioma oficial de Namibia, Bostwana, Sudáfrica y Zimbabwe, eclipsando la importancia y popularidad de los dialectos africanos. Hoy, cualquier nativo debe ser políglota si quiere emigrar de su poblado. En los más espectaculares y bellos enclaves naturales, como las Cataratas Victoria, el Delta del Okavango, el Parque Nacional Hwange, Swakopmund, las dunas del desierto Namib Naukluft, sólo he encontrado turistas blancos. Los negros trabajan para que los de piel pálida disfruten de actividades que a ellos les resultan huecas y frívolas, pues no están relacionadas con la supervivencia inmediata. Rafting, puenting, sand-dune boarding, pesca, safaris etc... Los nativos de color no viven estas sensaciones porque con las 14.000 pts que pagas por 15 segundos de caída desde un puente, ellos alimentan a su familia durante más de un mes. Dejando a un lado estas aburridas disquisiciones filosóficas, debo reconocer que lo he pasado teta. Sobre todo viendo como Juan y Eduardo han disfrutado de unas de la mejores semanas de sus vidas. Hemos corrido “detrás” de leones, hemos saltado al vacío desde 111 metros de altura, hemos descendido sobre una tablita de surf uno de los rápidos mas salvajes del mundo, hemos navegado en canoa por una de las reservas ecológicas mas vírgenes, armando la tienda de campaña y asegurándonos que no obstruíamos una ruta de elefantes, nos hemos deslizado en una tabla a 80 km por hora por las dunas más altas del mundo, hemos conocido la noche y los bares de moda de las grandes ciudades, hemos pasado un fin de año cantando y gritando en un concurso de belleza, etc etc

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También he pasado casi 30 horas a más de 35 grados en un autobús donde no podía moverme, he sido humillado y he tenido que pagar sobornos para entrar en un país, me he enfrentado con un director de aduanas, hemos dormido en la choza de barro de un desconocido al no encontrar donde caer muertos, he acudido a la policía buscando ayuda cuando fracasé haciendo autostop, han estado a punto de atacarme para robarme, he visto como a una compañera de viaje se le negaba la entrada a un país, me he escondido detrás de unos arbustos mientras mi guía provocaba un fuego para auyentar a un par de elefantes que se preparaban para atacar… Déjame que te transmita algunas de las experiencias más fascinantes Tenía cinco días para encontrarme en Harare (capital de Zimbabwe) con Juan y Eduardo. A través de un mensaje de correo electrónico me comunicaron que aprovecharían las vacaciones de navidades en España para unirse conmigo durante un par de semanas y viajar por Zimbabwe y Bostwana. Pero aún tenía varios miles de kilómetros por delante antes de llegar a Harare. Tenía que atravesar Tanzania, Malawi, parte de Mozambique y Zimbabwe. El autobús desde Dar es Salaam hasta Lilongwe fue una terrible odisea. 28 horas sin descanso con un calor asfixiante en un vehículo repleto de gente y los pasillos obstruidos por toneladas de equipaje, un conductor trastornado, carreteras en estado innombrable y una interminable espera con humillación y soborno en la frontera con Malawi. En el autobús entablé amistad con los dos únicos pasajeros blancos, John y Teresa, australiano y portuguesa, ambos con poco más de veinte años. Se habían conocido en Nairobi trabajando para las Naciones Unidas y pretendían tomar juntos unas vacaciones en Zimbabwe. En la frontera de Malawi con Tanzania, el oficial de aduanas nos retuvo a los tres para exigirnos una “contribución especial” y nos sugirió que esperásemos algunos minutos. Mientras todos los africanos obtuvieron sobre la marcha su visado de entrada, Teresa, John y yo pasamos horas esperando a que los funcionarios se dignasen a atendernos. Con gesto autoritario y una sonrisa de desprecio sugirieron que esperásemos sentados hasta que estuvieran menos ocupados. Mientras tanto bromeaban y holgazaneaban detrás del mostrador. Varias horas después ya era de noche, la barrera de la frontera se había cerrado, el puesto de control estaba semivacío y el resto de los pasajeros de nuestro autobús nos esperaban impacientes. Nosotros seguíamos sentados en una innecesaria espera. Con una señal despectiva nos pidieron acercarnos. El oficial ojeó con parsimonia nuestros pasaportes y con un gesto de perdonarnos la vida, manifestó que tendríamos problemas para obtener el visado de entrada a Malawi. Sin embargo, en un acto de suprema benevolencia, podría interceder ante su jefe para, dada la situación especial y el hecho de que le habíamos caído bien, obtener una autorización especial para acceder a su país. Se marchó con nuestros pasaportes y regresó minutos después con una amplia sonrisa y el visado estampado en las páginas. Pero esta intercesión tenía un precio de diez dólares por cabeza. Una vez más, nos comimos nuestro orgullo y pagamos de mala gana. El autobús retomó su trayecto camino a Lilongwe con varias horas de retraso. A la llegada la rabia aún me retorcía el estómago. Nada más dejar la mochila en el ruidoso albergue de la estación de autobús, con los baños comunes atascados y rebosando humanidad, me dirigí al Ministerio del Interior de Malawi. Un calor tórrido inundaba los largos pasillos flanqueados por despachos vacíos en los que sonaba el tacatacataca de ventiladores oxidados. Me atendió un desinteresado funcionario del departamento de aduanas. Expliqué detalladamente el acontecimiento en el puesto fronterizo, pero mis protestas fueron en vano. Pedí dirigirme a su superior. Estaba de vacaciones. Armé un poco de jaleo y, al rato, media docena de funcionarios ya conocían mis desventuras. Para evitar más problemas, me llevaron hasta el superior que supuestamente estaba de vacaciones. Me hicieron pasar a su amplio despacho. Un enorme africano vestido de militar con graduación me indicó que tomara asiento al otro lado de su lujosa mesa. Mi presentador se retiró con una reverencia, caminando hacia atras y sin dar la espalda en ningún momento, cerrando la puerta con cuidado. El militar llevaba en su muñeca un Rolex de oro. En la mesa se le veía en una foto saludando muy amistosamente al primer ministro. Noté que estaba ante un pez gordo. Hablaba perfecto inglés. Le conté con detalle la situación de la noche anterior. Tras escucharme con atención su estado de ánimo empeoró sensiblemente y me pidió una detallada descripción de los funcionarios que me retuvieron. Se la di verbalmente y por escrito. Levantó el teléfono y gritando en algún dialecto local gritó numerosos improperios a algún infeliz al otro lado de la línea. Hizo varias llamadas en el mismo tono. Cuando terminó las llamadas, me aseguró con una sonrisa que el problema estaba resuelto, a su manera.

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El resto de los días que pasé en Malawi temí por mi bienestar. Lilongwe estaba inundada por las intensas lluvias de principios de verano, que en el hemisferio Sur se producen durante el invierno boreal. El objetivo principal de nuestra parada en la capital de Malawi era obtener un visado para pasar por Mozambique y entrar en Zimbabwe. El visado para acceder a Zimbabwe debíamos obtenerlo automáticamente en la frontera entre Mozambique y Zimbabwe. Al menos, eso pensábamos. Para nuestra sorpresa, la embajada de Mozambique en Lilongwe tardó 48 horas en estamparnos el aparatoso sello. Nos quedamos atascados en esta fea ciudad más de lo deseado. Mientras tanto, no paraba de llover. Por el equivalente a 2.000 pesetas cada uno, John, Teresa y yo compramos un billete de autobús desde Lilongwe hasta Harare, pasando por Mozambique. La mañana de la partida conseguí un asiento tras muchos gritos y empujones. Pasamos 18 horas en un vehículo con cinco asientos por fila. Pero esta vez dormí como un lirón. Los trámites en la frontera con Mozambique fueron rápidos. Durante todo el día atravesamos la zona norte del país a través del “Corredor de Tete”. Por lo que observé desde la ventana del autobús, Mozambique es unos de los países más pobres del planeta. Acaba de salir de una cruenta guerra civil. Esta nación colonizada hasta hace poco por los portugueses ha dependido siempre de la agricultura y la pesca para su supervivencia. Hoy, tras treinta años de guerra, los campos están repletos de minas y no hay para comer. Los problemas fronterizos surgieron otra vez en la entrada a Zimbabue. A Teresa le exigieron visado y no lo tenía. Los portugueses y mozambiqueños tienen algunos problemas diplomáticos con Zimbabue. No la dejaron entrar. Sus llantos no sirvieron para convencer al tozudo funcionario zimbabués. John continuó el viaje hasta Harare con la esperanza de obtener un visado para su novia. No lo consiguió. Su corta luna de miel había terminado. Zimbabue es un país de 390,000 km2, con una población de once millones de habitantes y cuyo idioma oficial es el inglés. Aunque está situado en los trópicos, Zimbabue no es un país demasiado caluroso porque la mayoría de las tierras están situadas en una meseta a casi 1.000 metros de altura. En 1850 Livingstone lo atravesó en su histórica y fracasada búsqueda de las fuentes del Nilo. Pero en 1885 descubrió para el mundo occidental las cataratas de Victoria, hoy principal atracción turística. En 1889, Cecil J. Rhodes, que decía representar los intereses de la reina de Inglaterra al norte del rio Limpopo, se introdujo desde Sudáfrica en la tierra de los Shonas y Ndebele con 500 hombres que formaban su “Columna de Pioneros”. Descubrió las minas de oro de Kimberley. Clavó la bandera de la Union Jack en Salisbury (actual Harare) y hasta casi un siglo después, que Zimbabwe se independizó (1980) el país se llamaba Rhodesia. A principios de 1990, la Reina Isabel II visitó Zimbabwe durante una de las peores sequías de su historia. Cuando comenzó su discurso diciendo “rezo porque la sequía termine pronto” se descargó un chaparrón que duró varios días. En 1995, Isabel II provocó una situación parecida en Sudáfrica. Pasaron a llamarla “Motlalepula”, o “la que trae la lluvia”. Harare, libre adaptación de “En-Harawa” y nombre del antiguo jefe tribal de la zona, es hoy una moderna ciudad de 1.600.000 habitantes. Alberga rascacielos de cristal y metal, anchas y limpias avenidas, lujosas calles comerciales, mansiones y coches importados. El porcentaje de población blanca nacionalizada es alto. Viven separados de los negros en las ricas barriadas cerradas del Norte y Este de la ciudad. El centro de la ciudad y distrito de negocios es una zona compacta, flanqueada por las calles Samora Michel, Robert Mugabe, Fourth Street y Jules Nyerere Way. Por la noche, la ciudad vive al ritmo de la música africana en el Civic Centre y la calle Julius Nyerere. Después de teñirme el pelo rubio platino en una peluquería en el centro de la ciudad, fui al aeropuerto a dar la bienvenida a Juan y Eduardo, que llegaron vestidos con uniformes del más puro estilo Coronel Tapiocca. Tras un ruidoso recibimiento nos quedamos un par de noches en el Hotel Terreskane. Debajo de nuestra habitación la música africana retumbaba hasta las 4:00 am. Al día siguiente organizamos el viaje al Parque

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Nacional de Hwange y Victoria Falls, en el norte del país. Tomamos un cómodo autobús hasta Bulawayo. Desde allí hicimos auto-estop en una camioneta pick up hasta el Hwange National Park. Este parque natural es uno de los más accesibles y ricos en animales salvajes de Africa. Está situado en los límites del mítico Desierto de Kalahari. Hwange era la antigua reserva de caza de los reyes Ndebele. Se convirtió en Parque Nacional en 1929. Tras la independencia de Zimbabwe en 1980 los cazadores furtivos mataban entre 15 y 20 rinocerontes por semana. En Oriente se pagan cientos de dólares por un pequeño bote con polvo de cuerno de rinoceronte. Dicen que tiene propiedades afrodisíacas cuando se aplica a los órganos genitales masculinos. Desde entonces, la población de rinocerontes ha ido menguando hasta quedar casi extinguida. En Hwange nos alojamos en una cómoda cabaña en el Main Camp. Allí contratamos un jeep con guía y disfrutamos viendo familias de elefantes que jugueteaban en las lagunas. También divisamos numerosas y solitarias hienas, chacales, cocodrilos, perros salvajes, leones y jirafas. Zimbabwe tiene un problema de sobrepoblación de paquidermos, con más de 70,000 ejemplares. Hoy matan familias enteras ya que es demasiado caro trasladarlos. En la sequía de principios de la década, algunos elefantes huyeron de su hábitat natural e invadieron las ciudades y destruyeron los parques y jardines urbanos. No son pocos los casos en los que se introdujeron en las propiedades privadas para beber de las piscinas. A menos de 100 km del parque Natural de Hwange se encuentra la principal atracción turística de esta parte de Africa: las Cataratas Victoria (Vic Falls). En esta latitud el caudaloso río Zambeze se abre hasta adquirir una anchura de 1,7 km, y cae en picado desde una altura entre 90 y 107 metros. En agosto medio millón metros cúbicos de agua caen por minuto. De marzo a mayo este volumen se multiplica por diez. Dicen que Vic Falls es la contribución de Zimbabue a las maravillas del mundo. Te aseguro que es un espectáculo que pone la piel de gallina. Victoria Falls es un pueblo artificial construido por la industria turística al lado de las cataratas. Es un lugar carnavalesco, plagado de agencias de viajes, tiendas de camisetas, bazares llenos de artesanía típica africana, autobuses turísticos, hoteles de lujo, turistas gordos con camisas de flores, hamburgueserías y mafiosos que “te ayudan” a cambiar tus dólares americanos. PUENTING …O como saltar al vacío atado a una goma. Dicen que Vic Falls es el centro africano del deporte aventura. No sólo disfruta de unas impresionantes cataratas sino también de una excelente infraestructura para los amantes de las actividades extremas. Si pagas puedes volar en ala delta, ultraligero y globo, dejarte llevar en balsa por las aguas turbulentas del río Zambeze, kayaking y riverboarding, safaris a caballo y en canoa, trekking, bicicleta de montaña etc. Pero uno de los mayores derroches de adrenalina es tirarse al vacío desde en la caída más alta del mundo. Hablaré en 2ª persona: Por 14.000 pts vas al puente que une Zambia con Zimbawe, sobre un cañón espectacular. 111 metros más abajo y algo mas adelante, las aguas se transforman en un río de aguas espumosas y enfurecidas. Una vez en el puente caminas hacia una pequeña plataforma que sobresale, cerca de la cual se arremolinan varios instructores y muchos curiosos. Llevas dos números pintados en el brazo. Uno es tu turno y el otro tu peso. Ves con pánico como los locos que te preceden van saltando al vacío. “¡43!”grita John. Mientras el 43 aterrorizado se acerca a la plataforma, gritan: “¡44!” “Soy yo...” “acércate...” “¿como te llamas?” “Manuel.” “¿Estas seguro de lo que vas a hacer? ¿Algún problema cardiaco o de salud? Bueno, déjame explicarte que estas a punto de experimentar la caída al vacío mas alta del mundo”. “Alcanzarás los 180 km por hora. La seguridad es lo más importante. Cuando estés cayendo no se te ocurra escupir. ¿Has firmado el testamento? La semana pasada se machacaron el cráneo ocho personas ”

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Ja ja, que poca gracia. Escuchas todo esto mientras te enrollan una toalla en las espinillas y te atan una cuerda alrededor de los tobillos. El número 43 desaparece súbitamente de la plataforma bajo la mirada atenta de todos los curiosos que encaramados a la barandilla exclaman OOOH!!! al unísono. El instructor te sigue diciendo tonterías. Te empujan suavemente hacia la plataforma. Estas preparado para el salto y te sientes como un cordero que va al matadero. Tu instinto de supervivencia te quiere traicionar y hace que tus piernas tiemblen. Ya estas sobre la rejilla metálica de un metro por un metro. Todos han quedado atrás. ”¡No mires abajo!”. Demasiado tarde. Miras abajo y te percatas que estas encaramado al borde de un abismo equivalente a un edificio de 40 pisos. Ves el agua espumosa que me espera amenazante. Te recorren escalofríos. Estas a punto de darte la vuelta. Notas miradas de compasión. Eres el centro de la atención y recuperas una precaria compostura. Los tres instructores gritan al unísono “Five, four, three, two, one ¡¡¡¡BUNGIIIIIII!!!!.” Gritas “¡¡¡AAAAAAAAAAH !!!” y saltas hacia adelante con los brazos en cruz, mirando al horizonte. Sigues gritando lo más fuerte que puedes para ocultar tu histeria. Sientes algo desconocido. Tu mente se bloquea. No tienes ningún punto de apoyo. Vas adquiriendo velocidad en milisegundos que parecen siglos. La cabeza y el tórax adquieren una posición vertical boca abajo. Tienes los ojos abiertos pero no ves porque las sensaciones son demasiado intensas. El pánico te paraliza mientras adquieres máxima velocidad y los oídos te silban escandalosamente. Sientes que te han proyectado sobre la cara un secador de pelo a máxima potencia. Las mejillas se estiran y los ojos se secan. Ahora ves el río acercándose como quien gira rápido un potente zoom. Sientes la impotencia de un recién nacido. Dejas de ver horizonte, montañas y rocas y ahora sólo ves agua. Desciendes tanto que parece que te vas a sumergir en el río. De repente una presión en los tobillos que se intensifica y llega a hacerte daño hace que pierdas velocidad hasta que se neutraliza la caída. Como un imán sales despedido hacia arriba, con tanta fuerza que estas a punto de hacerte una tortilla contra el puente que había abandonado segundos antes. Te acercas tanto que puedes ver las caras de Eduardo y Juan que te gritan algo desde arriba. No escuchas lo que dicen. Vuelves a caer como una piedra y comienzas a balancearte como un yo-yo que pierde fuerza. Ahora la sensación es más suave y empiezas a recobrar la conciencia y a disfrutar. Te balanceas hacia adelante y hacia atrás, arriba y abajo. Después de 7 u 8 rebotes quedas colgando boca abajo a 30 metros del río y más de 70 del puente, esperando a que te suban. Mientras tanto piensas: “si se rompe la goma ahora tengo más oportunidades de sobrevivir... Esto es lo que deben sentir los suicidas. Ahora entiendo porque mueren de un ataque cardíaco antes de estamparse.” La sensación de paz y seguridad después de poner los pies en tierra firme debe ser parecida a la de un muerto que resucita. Sientes la inmensa satisfacción de haber traspasado tu límite. Palmaditas en la espalda y alguien que te dice: “¡que cojones, chaval!”

RAFTING Y RIVER BOARDING EN EL ZAMBEZE Al día siguiente Juan, Eduardo y yo salimos a buscar otra aventura. Nos inscribimos en una excursión que nos haría bajar 20 km por el río Zambeze, considerado el mejor del mundo para practicar White Water Rafting o descenso en balsa por aguas rápidas. Se atraviesan 18 rápidos cada cual más salvaje. El descenso dura todo un día. La excelente organización y medios hacen que docenas de deportistas disfruten diariamente de los rápidos en balsas de ocho y guiados por profesionales. Es necesario casco, remo y chaleco salvavidas. El River boarding es una variable de descenso más extrema, surgida hace poco tiempo. Los rápidos se bajan a pelo con el torso apoyado sobre una pequeña tabla de boggie board. En la bajada te acompañan varios guías. Optamos en nuestra excursión por medio día de riverboarding y otro medio de rafting. Costo total: U$130 o 19,000 pesetas. Sobre la tablita de surf las sensaciones son más intensas que en una balsa de goma. Desde el momento que te tiras a río pasas la mitad del tiempo con la cabeza bajo el agua magreado por las tumultuosas, espumosas y revueltas aguas del río Zambeze. Las olas estáticas no paran de revolcarte y tragas

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mucha agua. Las sensaciones son fuertes y la adrenalina corre. Es una experiencia muy especial la de rendirse a millones de toneladas de agua y espuma que te zarandean y te acompañan desplazándose frenéticamente a la misma velocidad que tú. Es parecido a un alud, estruendoso y amenazante, con la diferencia de que aquí vas cabalgándolo salvajemente y bajas con él. Cuando consigues sacar la cabeza fuera del agua ves que, sin ningún control, pasas como un obús muy cerca de las orillas rocosas, que se mueven hacia atrás a una velocidad espeluznante. Eres tu el que te desplazas, porque las rocas están quietas. Es como pegar la cara a la ventana de un coche cuando asciendes la montaña en una prueba de rally. Algunos de los rápidos son Grado 6 (extremadamente peligrosos) y hay que flanquearlos caminando por las rocas. Por la tarde continuamos bajando el Zambeze en una balsa inflable. Lo pasamos muy bien intentando no volcar, remando como locos para pasar por el centro de cada rápido y no estrellarnos con las traidoras rocas que emergían en las peores bajadas. Son estos momentos que uno jamás olvida. Te recomiendo que vengas a Vic Falls si te gustan las sensaciones fuertes. Forma de llegar: vuelo a Harare desde Londres, París o Suiza y 650 km o un día de autobús hasta Vic Falls.

BOTSWANA Tras divertirnos de lo lindo en Victoria Falls, Eduardo, Juan y yo nos echamos las mochilas a la espalda y emprendimos camino hacia Botswana. La frontera quedaba sólo a media hora en coche. Tomamos un taxi por un precio razonable y nos encaminamos al puesto fronterizo de un país al que no sabíamos si podíamos acceder, ya que es obligatorio obtener un visado para entrar y en la frontera no lo conceden. Edu y Juan viajaban sin visado. Afortunadamente la jugada nos salió bien porque los funcionarios fronterizos se apiadaron al vernos colgados y sin transporte, además, supieron apreciar nuestra “generosidad” pecuniaria. Tras un corto trámite aduanero, nos recogió una furgoneta que nos acercó amablemente a Kasane, el pueblo más cercano. Allí no encontramos camas disponibles y nos alojamos en la remota choza del conductor de una camioneta pick-up que también se apiadó de nosotros. Antes de meternos en la choza fuimos presentados al jefe del clan, que nos dió la bienvenida. Al amanecer del día siguiente nos apretujamos en el interior de una furgoneta que nos llevaría hasta Nata. De allí, un autobús hasta Maún, en las puertas del mítico Delta del Okavango. Botswana es un país algo más extenso que España, con sólo 1.400.000 habitantes y sin salida al mar. Está aprisionado entre Namibia al Oeste y Norte, Zimbabwe al Este y Sudáfrica al Sur. En el momento de hacer este viaje la comunicación por avión con Europa no es buena; es necesario volar a Zimbabwe o Sudáfrica y enganchar conexión a Gaborone, capital de este país. La mayor parte de la superficie está cubierta por sabanas y el Kalahari, un desierto semiárido cubierto de arbustos azotado por fuertes vientos y temperaturas bajo cero por la noche. La estación lluviosa transcurre durante el verano austral, entre noviembre y marzo. El idioma oficial es el inglés. Botswana tiene la segunda renta per cápita más alta de Africa, gracias a las minas de diamantes y a un buen gobierno. La tasa de natalidad es la segunda más elevada del mundo: cada mujer tiene una media de ¡cinco hijos! Los primeros habitantes de Botswana fueron los bosquimanos (¿recuerdas la película “Los Dioses deben estar locos?”) y otras tribus, que formaban las naciones tswanas. A principios de 1800 los primeros misioneros europeos quedaron impresionados por la excelente organización social de estos pueblos. David Livingstone se casó con la hija de un misionero, pero los Boers lo acusaron de vender armas a los Tswanas y quemaron su casa. Uno de los más importantes eventos en la historia de esta joven nación fue el “Gran Trek” o viaje de los Boers sudafricanos al norte del río Vaal. Los Boers reclamaban su derecho divino a ocupar cualquier tierra en el sur de Africa. 20,000 colonos blancos entraron en territorio Tsawana y Zulu y reclamaron las tierras como suyas. La superioridad de las armas de fuego sobre las lanzas y arcos hicieron el resto de la tarea.

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Cada granjero Boer tenía derecho a 2,400 hectáreas. Las tribus desplazadas por la invasión pidieron ayuda a los británicos, y en 1885 los territorios Tswanas se convirtieron en el protectorado británico de Bechuanaland. Algunos años después el empresario-militar-colonizador Cecil Rhodes intentó apropiarse de extensos territorios para ampliar su imperio de minas de oro y diamantes y dar realidad a su proyecto de unir El Cairo con Ciudad del Cabo por ferrocarril, sobre territorio colonizado por Gran Bretaña. La situación de dependencia de Gran Bretaña se alargó hasta finales de 1940 por miedo a una invasión Sudafricana. En 1966 el país se independizó de los ingleses sin derramar una gota de sangre y pasó a llamarse Botswana. Se acordó mantener el título de propiedad de los rancheros o descendientes de colonos blancos. “Casualmente”, un año después se descubrieron algunos de los yacimientos de diamantes más importantes del mundo. Existe un acuerdo de explotación con la minera sudafricana De Beers, que deja un 75% de los beneficios en el país. En los 80, Botswana mantuvo el segundo ritmo de crecimiento económico más alto del mundo. Junto a Namibia, Sudáfrica, Senegal y Zambia, Botswana es uno de los pocos países democráticos de Africa.

DELTA DEL OKAVANGO Se dice acertadamente que los parques naturales de Botswana están entre los más vírgenes y salvajes de Africa. Están muy lejos de la sobreexplotación de los parques de Kenia, Sudáfrica o Tanzania. Eriza la piel pararse a observar las interminables explanadas coronadas por montañas grises de agua condensada a punto de descargar. La infraestructura turística aún no esta muy desarrollada. Sin embargo, para mi disgusto, la escasez de turismo en este país es debido, en parte, a sus altos precios. Como en Namibia, el gobierno promueve un turismo de alto poder adquisitivo. La entrada en los parques naturales cuesta 3,000 pts por día y 1,200 más para acampar. La mayoría de los turistas y visitantes son expatriados, voluntarios de ONGs y clientes de tours organizados. El río Okavango, de 1.300 km de longitud, nace en el centro de Angola, baja hasta Namibia y muere en Botswana. Lo llaman “el río que nunca encontró el mar”. Hace dos millones de años el Okavango llegaba al océano, pero una intensa actividad tectónica lo desvió y lo asfixió en el corazón del desierto del Kalahari. Alguien asemeja este fenómeno con dejar una manguera abierta sobre la arena. El delta del río Okavango es el más grande del mundo entre los que no desembocan en una masa de agua. Forma un extenso laberinto de canales, lagunas e islas con un tamaño similar a Suiza. Dentro del enorme oasis provocado por la abundancia de agua conviven todo tipo de animales. El Delta es un paraíso aislado del mundo. También ha sido declarado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Las aguas suben y bajan según la estación de año, y los ríos, canales e islas aparecen y desaparecen. Al igual que los desiertos del parque Namib Naukluft en Namibia, la fisonomía de este fantástico enclave cambia cada año. Llueve en Angola hasta final de abril, y las aguas crecidas llegan al lecho seco del Delta en junio. Los meses de Julio, Agosto y Septiembre son la mejor época para navegar los canales sentado en la paja esparcida en el interior de un “mokoro” o canoa para una o dos personas, plana y tallada de madera de ébano, muy estable e ideal para aguas poco profundas. La zona más profunda y virgen del Delta es el Moremi Wildlife Reserve. Nuestro guía nos dijo “sólo con que veais un diez por ciento de lo que os vigila a escondidas, tendréis una experiencia inolvidable”. Esperábamos encontrar la vida animal y vegetal en todo su esplendor. Para llegar cerca de la zona protegida de Moremi tomamos una pequeña avioneta desde Maun que nos dejó cerca de Gunn´s Camp, base para comenzar las excursiones y situada en el centro de una zona húmeda y forestada poco accesible. La avioneta de seis plazas dio media vuelta y despegó a nuestras espaldas, rugiendo sobre la franja de tierra polvorienta que servía como pista de aterrizaje. Alguien que nos esperaba nos condujo por un camino en la maleza hasta el Gunn´s Camp. Allí nos esperaban dos guías con dos mokoros, listos para comenzar una odisea de tres días. El primer día lo pasamos sentados en el lecho de paja de los mokoros y surcando los estrechos y poco profundos canales que bordean y se adentran en la reserva de Moremi. A diferencia de otros parques naturales de Africa, el Delta se visita caminando o navegando en el “mokoro” dirigido por Matthew, uno de los dos guías africanos, que propulsa la canoa desde atrás empujando con un larguísimo palo de madera, como los gondoleros venecianos. La velocidad de desplazamiento en el mokoro es lenta pero la fauna que se

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divisa desde esta privilegiada tribuna está tan al alcance de la mano que a veces asusta. Es una satisfacción profunda la que se siente cuando de un golpe de vista miras hacia delante y, rasgando con la proa del mokoro la cortina verde formada por el follaje de espigadas hojas verdes “papirus” que sobresalen un metro por encima del agua, vas descubriendo enormes llanuras sembradas de gruesos baobabs y otros árboles que nunca habías visto, coronados por un cielo de una majestuosidad y belleza difícil de describir. Disfrutas escrutando nutridas formaciones de aves que sobrevuelan tu cabeza en la más absoluta libertad o descansan en el borde del canal y remontan el vuelo cuando te acercas, tapando el cielo. Te asombras al descubrir a la derecha gacelas pastando mansamente y sin temor, te miran y vuelven inmediatamente a su quehacer. A la izquierda un elefante bebe mientras su vástago juguetea en el barro. En ocasiones tuvimos que esperar a que los elefantes terminaran de beber, o que los hipopótamos se distrajesen, para pasar sigilosamente junto a ellos. La riqueza avícola en el Delta es la más numerosa y variada de Africa. Vimos jacanas africanas, ibis, loros, búhos, águilas, buitres, “snakebirds”, “hornbills” descansando, pescando e incluso buceando. Por la noche acampábamos en medio de Moremi, sin ninguna protección y escuchando el ruido de lo animales. Alrededor, pequeños peces multicolores saltan para atrapar no se qué o simplemente para curiosear. Más atrás, Eduardo y Juan disfrutaban en la otra canoa. Tras desembarcar a última hora de la tarde cerca de una gran explanada, Juan, Eduardo, los dos guías y yo armamos las tiendas de campaña mientras veíamos con temor como paseaban a menos de 200 metros elefantes que nos ignoraban de una manera insultante. Por la noche dábamos vueltas en el saco de dormir aterrorizados por los rugidos de los leones que habían salido a cazar a pocos cientos de metros. Es increíble como funciona la imaginación cuando se tiene miedo. Juan dice que no pegó ojo y pasó la peor noche de su vida. Esa noche se nos cayó el cielo encima entre un festival de relámpagos. El interior de mi tienda se inundó. Durante dos días nos dedicamos a navegar en mokoro por el Delta y a caminar en busca de animales. El “walking safari” es una interesante variante de safari a pié. Se aprovecha la experiencia del guía y cualquier rastro para buscar la fauna salvaje. Siguiendo ramas rotas, huellas y hasta sonidos y olores encontramos antílopes de varias especies, impalas, hipopótamos, chacales, hienas, mandriles, perros salvajes africanos y muchos elefantes. Dicen que también hay cocodrilos del Nilo y los siempre escurridizos leopardos, pero no llegamos a verlos. El segundo día, nos estábamos tomando una foto debajo de un baobab en las faldas de una zona boscosa. De repente, y sin mediar palabra, Matthew salió disparado como un resorte. Corría a toda velocidad, mientras nos hacia señas con el brazo para que le siguiéramos. Lo hicimos sin entender que estaba ocurriendo. Poco después nos dimos cuenta que corríamos a menos de 30 metros detrás de un león y leona que huían de nosotros, enseñando sus traseros y mirando precavidamente hacia atrás. Nuestra única protección era un palo de madera que blandía amenazadoramente Matthew (sic). Desde chico siempre imaginé que sería yo el que correría delante de los leones. La justificación de este temor de los felinos hacia los humanos, según contaba Matthew, es que hace sólo tres años vivían en esta zona más de mil leones. Hoy quedan sólo treinta parejas. La caza furtiva amenaza con extinguir la especie en esta zona, como ya ha ocurrido con los rinocerontes. Un enorme privilegio que no olvidaremos del Delta del Okavango es haber gozado de la naturaleza en un estado muy primario y en la más absoluta soledad, lejos del turismo que hoy abarrota muchos parques y reservas de Africa.

NAMIBIA Estoy convencido de que los paisajes de Namibia están entre los más fotogénicos del mundo. La mayoría de sus tierras son fabulosos paisajes desérticos y desolados. La costa, en el oeste, es un desierto larguísimo que se enfrenta cara a cara al Atlántico Sur. En el interior están los “inselbergs” o montañas planas con bordes y caídas verticales. Al Oeste, el Desierto del Kalahari, que hace frontera con Botswana y Sudáfrica. En el Norte, tierras más húmedas regadas por los ríos Okavango y Zambeze. Al Sur, en el desierto, fantásticos ríos secos que han formado los espectaculares cañones de Fish River y Kuiseb. Namibia es un extraño implante de cultura alemana en el Sur del continente negro. El idioma oficial es el

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Afrikaans, como en Sudáfrica. Proviene de una mezcla del holandés con dialectos locales. Pero además, el namibio suele hablar inglés y un dialecto correspondiente a su etnia. Descubrimos con jolgorio que también hablan "chiquitistán": En uno de nuestros trayectos en auto-stop, Juan y yo bromeábamos en español intercalando algunas expresiones de Chiquito de la Calzada. Los otros pasajeros del vehículo querían introducirse en la conversación al escuchar palabras que les resultaban familiares. Sacamos en claro las siguientes equivalencias: Grijander: ¿como estás? (dialecto herero) Ekarenauer: hasta luego (herero) Junemore: hola (afrikaans) Commorr: número (herero) En sus más de 800.000 km2 (España y media) viven algo más de millón y medio de habitantes. La población blanca no rebasa el 5%. Sin embargo, la minoría caucásica ha realizado importantes alteraciones en la infraestructura y modo de vida del país. La raza africana pura, tras una larga etapa de sangrientos conflictos tribales para determinar sus territorios, ha quedado dividida en varias tribus: Hereros, San, Damaras, Kavangos, Himbas, Ovambos etc. Hasta hace un par de siglos, la traicionera costa de Namibia fue ignorada por los exploradores marítimos europeos. Los primeros en arriesgarse fueron algunos misioneros alemanes. Alrededor de 1880, Luderitz convenció al canciller alemán Bismarck para que concediese a estos nuevos territorios el estatus de protectorado alemán. A comienzos del siglo XX se produjo una masiva inmigración de ciudadanos alemanes. Poco después se descubrieron en el sur del país las mayores minas de diamantes del mundo. Aún hoy, gran parte del sur namibio es zona de acceso prohibido. En 1915 los sudafricanos expulsaron a los alemanes. Vinieron atraídos por tantas riquezas y animados por la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial. El primer ministro sudafricano Botha y el General Jan Smuts se ocuparon de la nueva invasión. El país pasó a llamarse Africa del Suroeste. En 1956 las Naciones Unidas declararon ilegal la ocupación sudafricana. Pero las riquezas de las minas de diamantes, trabajadas por esclavos negros, eran una ración demasiado apetitosa y los sudafricanos se negaron a marcharse. Fuera de la zona minera otros 6,000 colonos blancos dominaban este extenso país, quedándose con las mejores tierras del centro, y expulsando a las tribus negras a zonas más inhóspitas. Allí fueron diezmadas por el hambre y la falta de recursos. Para recuperar las tierras y el poder perdido los habitantes indígenas iniciaron en 1966 una guerra de guerrillas contra los opresores blancos creando la SWAPO. En 1972 la ONU volvió a declarar ilegal la ocupación Sudafricana, pero una guerra civil en Angola, país fronterizo con el Norte de Namibia, justificó la prolongación de la ocupación. Los sudafricanos exigían su derecho a defenderse contra posibles ataques de los 19.000 soldados cubanos desembarcados en Angola para apoyar a una de las facciones en liza. Finalmente, en 1990, la zona de administración especial “Africa del Suroeste” obtuvo su declaración de independencia, y el líder de la SWAPO se convirtió en el primer presidente de Namibia. Muchos colonos afrikaans se quedaron y viven en fincas de miles de hectáreas en zonas desoladas. Namibia sigue siendo un país controlado “de facto” por la minoría blanca. Las tribus que un día fueron dueñas de estas tierras han sido hoy empujadas hacia las zonas forestales del Norte, en la frontera con Angola. Cuando uno pasea por Windhoek, Swakopmund, Walvis Bay o Luderitz parece que está de visita en Baviera. La gran diferencia es que alrededor hay desierto. Con una bajísima densidad de población, Namibia cuenta con uno de las rentas per capita más altas de Africa, gracias a las minas de diamante y uranio del sur, la riqueza pesquera de sus costas y las inversiones alemanas y sudafricanas. De Beers, la mayor compañía de diamantes del mundo (sudafricana) deja el 75% de sus ganancias en las arcas del gobierno namibio, al igual que ocurre en Botswana. Las inmensas dunas y extensísimas zonas áridas dan un aspecto fantasmagórico a dos tercios del país. La infraestructura para recibir al turismo es probablemente la mejor de Africa, y la oferta de actividades y excursiones es tan amplia que uno queda confundido. La costa de los Esqueletos, el Desierto Namib

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Naukluft, el Parque Natural de Etosha, Kaokoland, Fish River Canyon, Sossusvlei, Caprivi, Windhoek, Swakopmund etc. La filosofía del Ministerio de Turismo es “pocos turistas con mucho dinero”. Es difícil viajar barato. Los precios de los tours organizados son prohibitivos para los mochileros. Para conocer el país a fondo es imprescindible conducir un todo terreno. La población blanca de Namibia es la más racista de los países que he visitado. Sirva de ejemplo esta anécdota que ocurrió mientras visitaba Swakopmund, situado en la costa atlántica y punto de partida para las excursiones al desierto y la costa: Una soleada mañana dominical disfrutaba en la calle principal del pueblo viendo un desfile de amazonas cabalgando en filas de a dos sobre corceles muy bien cuidados. Estas adolescentes eran participantes en el campeonato nacional de hípica, que se celebraría en una localidad cercana. Las jóvenes se pavoneaban por el centro de Swakopmund vistiendo uniformes impolutos y cabalgando estos espectaculares caballos de raza. Les acompaña un coche que escupe una atronadora marcha militar, que vagamente me recuerda épocas nazis. Todas las amazonas son muchachitas de piel blanca y pelo rubio. Los negros miraban boquiabiertos desde la acera. Mientras el desfile pasa le comento lo ridículo de la escena a mi amigo Enzo, de Pescara. Pero una “swakopmundesa” blanca, cerca de nosotros, escucha mi comentario en italiano-español. Me toca el hombro y con voz grave nos arenga sobre el error de nuestra apreciación: "Aquí no hay racismo. No hay amazonas negras porque los negros no tienen caballos...(sic) ” Se dió la vuelta y se alejó tan campante... Después de despedirnos en Botswana de un apenado Eduardo, Juan y yo atravesamos parte del Desierto del Kalahari en un destartalado autobús semivacío con asientos de madera. Por la noche acampamos en el jardín de un hotel en Ganzhi, Bostwana. Amanecimos a las 3:30 am y recorrimos muchos kms. Sobre las pistas pedregosas del Kalahari, en la parte trasera de una camioneta pick-up. Los anfitriones eran un amable, joven y mastodóntico namibio blanco acompañado por su rubia esposa. Nuestros benefactores estaban recién casados y volvían a su país después de viajar durante un mes por todo el cono sur de Africa. Iban con prisa para recuperar el control y administración de la finca en medio de algún lugar en la nada de más de 50.000 hectáreas. Los chicos eran responsables ante su terrateniente de 20.000 cabezas de ganado. Llegamos a las 6:50 am al desolado puesto fronterizo de Buitepos, entre Bostwana y Namibia. Esperamos porque aún no había llegado nadie y estaba cerrado. Diez minutos más tarde aparecieron de la nada varios funcionarios negros bien uniformados con expresiones somnolientas. Tres horas después de entrar en Namibia, ya en pleno día, llegamos a un animado pueblo. Allí nos despedimos de la amable pareja que se desviaba en dirección Norte. Juan y yo continuamos hacia el Oeste hasta Windhoek. De este momento saqué mi foto insignia del viaje. Con suerte conseguimos una furgoneta llena de divertidos mulatos nativos, que al mediodía nos depositó en la capital del país. Windhoek se parece a un pueblo alemán en el corazón de Baviera. Pero al salir varios centenares de metros vemos que esta agradable ciudad está rodeada por algunas de las extensiones de tierra más inhóspitas del planeta. En esta organizada ciudad se agrupan numerosas razas y fantásticas mezclas étnicas. Algunas mujeres son bellísimas. Nunca olvidaré a esa joven de más de uno ochenta, con piel muy tostada, cabello largo y cobrizo, ojos verdes resplandecientes, vestida por algún diseñador europeo. Paseando por las lujosas tiendas de la Avenida de la Independencia nos deleitamos viendo pelirrojos, albinos, exóticos resultados de uniones entre negro y oriental, blanco e indio. Moda Versace, Chanel y Armani, joyas, BMWs, Mercedes y Porsche, yuppies, enormes y gordas mujeres negras con uniformes tradicionales, algún bosquimano semidesnudo, puestos de delicioso helado italiano, restaurantes alemanes que sirven tropecientos tipos de salsicha, agencias de viaje con docenas de ofertas para viajar a Alemania. Si deseas contrastes, en Windhoek tienes todo lo que quieras. Tras organizarnos rápidamente, Juan y yo tomamos una especie de furgoneta-minibus público hacia Swakopmund, el mayor centro turístico de la costa. Desde allí pensábamos entrar en el Desierto. En Swakopmund descubrimos que no teníamos alojamiento barato: las dos únicas pensiones para mochileros habían sido cerradas por el ayuntamiento para limitar la llegada de turistas de escasos recursos económicos. Un golpe de suerte nos acomodó en un pequeño paraíso: Sam Giardino´s Guesthouse.

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Sam es uno de los tipos más peculiares que he conocido en el viaje. Llegó de la Suiza alemana a Swakpmund hace menos de dos años y compró una casa. Aprovechando su experiencia como gerente de hotel en Basilea, este gordito de 40 años con pinta de empollón decidió armar una “casa de invitados”, como a Sam le gusta llamarla. Se trata de un chalet de lujo, con un bonito jardín, estanque artificial con un puentecito, y una vivienda de 5 habitaciones y dos pisos armada con el más puro estilo centroeuropeo, para satisfacer los deseos de turistas exigentes. Sam es un amante de los vinos y buenos puros y era sumamente sofisticado y formal. En la época de nuestra visita se enfrentaba a un problema: inauguró la casa de invitados una semana antes de nuestra llegada. Necesitaba clientes y darse a conocer, por lo que aceptó a un par de pordioseros harapientos como Juan y yo por 1.200 pts al día. Un auténtico lujo por calderilla. Teníamos una cocina a nuestra disposición con los más exquisitos manjares, y la mejor música clásica, video, televisión vía satélite, ordenador portátil, biblioteca y videoteca etc. Durante los primeros días no salimos de Sam´s ni para comprar el pan. Se nos unió Enzo, un maestro de escuela italiano cuarentón con un carácter muy cambiante que se había tomado dos meses para viajar solo por Sudáfrica y Namibia. Juan tenía que volver a Madrid, desandando por tierra todo lo que había recorrido desde Harare, a varios miles de km hacia el Este. Le esperaban tres días bajando de una furgoneta solo para dormir y orinar. Pero antes de su partida, aprovechamos para sacarle jugo a las enormes dunas que rodean Swakopmund. El primer día fuimos con un grupo de ingleses a practicar “Sand Dune Boarding”, una disciplina de deporte aventura que consiste en esto: desde la cresta de unas dunas perfectas, equipado con gafas de sol, guantes, casco y una fina y sencilla tabla rectangular, te dejas caer deslizandote por largas y muy inclinadas pendientes. Es una experiencia alta en adrenalina. Llegas a alcanzar los 80 km hora. Controlas la dirección tocando levemente la arena con la punta de la bota. Un fallo o tropiezo a esta velocidad y rebotas contra la dura y compacta arena durante varias docenas de metros. Al día siguiente alquilamos quads o motos todo terreno de cuatro ruedas y nos perdimos durante un par de horas por el desierto. Juan se marchó. Me entró la nostalgia pero me uní a Enzo, una vez más como el mejor gorrón. Enzo había alquilado un VW Golf para viajar durante cuatro días por parte de la costa Namibia y por el Desierto Namib Naukluft. Tras visitar a 200 km al Norte la reserva de Cape Cross, donde más de 50,000 focas retozan formando una apestosa colonia, cambiamos de rumbo hacia el Sur en busca de unas lechugas gigantes llamadas Welwitschias. Son extrañas plantas que crecen en medio del desierto, no florecen hasta los 20 años y viven más de mil años, algunas hasta 3.000 años. Beben del agua producida por la condensación de la niebla. Continuamos hacia el sur durante todo un día conduciendo por pistas de arena y piedras y paisajes con aspecto lunar. Teníamos miedo de sufrir alguna avería mecánica. Equipados con una tienda de campaña, muchos litros de agua, gasolina extra, neumáticos y comida de sobra recorrimos 600 km de paisajes surrealistas por el desierto más antiguo del mundo. Dicen las guías turísticas que el Namib Naukluft unos de los paisajes más mágicos. Es el resultado del choque de la corriente antártica de Benguela con los vientos tropicales. Durante el día te derrites a más de 40 grados y por la noche te congelas a temperaturas bajo cero. Esta fricción térmica da lugar a terribles tormentas de arena que bloquean el sol y penetran todo. También ocasiona brumas matinales. Estas batallas de la naturaleza han creado un mar de arena con impresionantes dunas. Las arenas de cuarzo con vivo color rojizo, anaranjado, violeta y crema se mueven continuamente esculpiendo formas caprichosas. Un viento incesante acaricia y transforma las crestas. Una foto tomada desde un satélite muestra la geometría perfecta de esta alfombra anaranjada que cambia cada día. Cuando el viento sopla de varias direcciones, las dunas adquieren forma de estrella. El punto central o culminación de este escalofriante paisaje es Sossusvlei, un efímero oasis rodeado por solitarios esqueletos de árboles y por las dunas más altas del mundo, con más de 300 metros de elevación. Observar estos gigantes de arena rojizos reflejados en el agua de un estanque absurdo e inmóvil produce un efecto que hace valer la pena cualquier paliza por las interminables pistas de gravilla. Es impresionante subir a una duna y observar el desierto que se pierde por los cuatro horizontes. Bien hay que decir que cuesta la vida ascender 300 metros de duna, cuando en cada paso tus pies se sumergen muchos centímetros en esas

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arenas casi movedizas. Enzo y yo armamos la tienda de campaña durante dos dias en Sesriem, a 60 km y el punto permitido de acampada más cercano a Sossusvlei. Al regreso del desierto me quedé un par de dias en Windhoek, donde preparé la próxima etapa del viaje. Necesito volver a Namibia. Me he quedado con las ganas de ver la legendaria Costa de los Esqueletos, que discurre hacia el Norte durante muchos cientos de km, desde Swakopmund hasta la frontera con Angola. Son dos millones de hectareas costeras con interminables playas de arena y dunas. Esta calificado como el lugar más inhóspito del mundo. Durante la época de los descubrimientos fue ignorada por los exploradores marítimos por lo traicionero de las corrientes costeras y bancos de arena. Encallar en estas brumosas y desoladas playas suponía una muerte segura, ya que hacia el interior solo había desierto, leones hambrientos, elefantes y rinocerontes. Se dice que hasta hace algunos años una especie casi extinguida de “leones del desierto” se acercaba hasta las playas plagadas de esqueletos de barcos para alimentarse de cetáceos encallados, o de algún lobo de mar desprevenido. Durante las próximas semanas viajaré por Africa Occidental. Quiero conocer Togo, Benin, Ghana, Costa de Marfil, Burkina Faso y Mali. Creo que allí encontraré lo más profundo del Africa negra, con sus habitantes libres de influencias colonizadoras. Ojalá.

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