DE LA COMUNIDAD AL DESARRAIGO: VIDA Y MUERTE DEL BARRIO CHAMBACÚ

DE LA COMUNIDAD AL DESARRAIGO: VIDA Y MUERTE DEL BARRIO CHAMBACÚ “Chambacú, Chambacú, mi lindo barrio querido Chambacú, Chambacú, mi tierra que no la...
Author: Ramona Soto Gil
3 downloads 0 Views 349KB Size
DE LA COMUNIDAD AL DESARRAIGO: VIDA Y MUERTE DEL BARRIO CHAMBACÚ

“Chambacú, Chambacú, mi lindo barrio querido Chambacú, Chambacú, mi tierra que no la olvido” Cumbia Chambacú

Sobre sus hombros llevaron consigo sus pocos enseres, un estigma indeleble que perduraría por décadas, y los recuerdos de una toda una época vivida entre los caños, los manglares y el barro. La comunidad no pudieron llevarla consigo. Ella murió con la barriada. Cuando Chambacú fue erradicado en 1971, sus habitantes fueron dispersados en la ciudad. Los viejos lazos sociales, labrados en la miseria, pero de una fortaleza incomparable, se hicieron trizas. No obstante, ni las distancias, ni los años transcurridos sirvieron para borrar de las mentes de los chambaculeros los recuerdos del hábitat compartido. Y es que Chambacú era un barrio sin igual en Cartagena. Nacido del esfuerzo colectivo, a las puertas del Centro Histórico, apenas separado por un endeble puente de madera, se convirtió en un hito de las capacidades humanas para sortear las ausencias y de la tenacidad para resistir a la indiferencia.

LA VIDA BAJO LA SOMBRA DE LA MISERIA Chambacú inició prematuramente su vida. En la tercera década del siglo XX, antes de que las marejadas de campesinos arribaran a la ciudad expulsados por la violencia o por la pobreza del campo, Chambacú ya había iniciado su historia. Sus primeros pobladores provenían de los barrios vecinos y de las poblaciones cercanas. Sin mejores perspectivas de vida, y sin mayores oportunidades de hacerse a una vivienda digna optaron por robarle terreno a las aguas. Con residuos de todo tipo, con cascaras de arroz provenientes de una bodega cercana o con cualquier desecho que la ciudad liberaba, fueron rellenando poco a poco los pantanos. Allí, sobre las débiles bases labradas por ellos mismos, alzaban las casas. Solían ser tan débiles como las bases que las sostenían. La inmensa mayoría de las viviendas no cumplían con los requerimientos 1

mínimos para que pudieran ser consideradas como “aceptables”, condición empeorada por el profundo hacinamiento. En 1956, el 72 % de las familias, 811 de las 1127 que habitaban la barriada, vivían bajo aquella circunstancia. Era lo más obvio, no habría otra manera sensata de acomodar a 8697 almas en 10 hectáreas de tierra.

Los servicios públicos eran precarios. El servicio de energía eléctrica tenía una cobertura ligeramente superior al 50 % de las familias, y no obstante, era dentro de todos, el de mayor cobertura. El agua potable y el alcantarillado alcanzaban una cobertura irrisoria, que por sí sola podría dar fe de la delicada situación sanitaria que amenazaba permanentemente a la comunidad. El único centro médico que había prestado sus diligentes servicios en la barriada fue clausurado a finales de los 60, bajo pretexto de que el Hospital Universitario, el principal hospital público de la ciudad, se hallaba relativamente cerca de Chambacú. Fuera cierto o falso, era imposible desconocer la cantidad de males que aquejaban a la población chambaculera. Tuberculosis, sífilis, neumonía, sarampión, gastroenteritis, cualquiera de ellas eran residentes permanentes de la barriada.

El cuadro de miseria se completaba con la ausencia real de escenarios educativos. Una pequeña escuela desprovista de cualquier comodidad, construida por una organización caritativa local, era el único recinto educativo digno de ser mencionado. Enseñaba tan solo a 200 chambaculeros, de una población total de 1238 pequeños en edad escolar. La escuela no era más que una humilde casa de una sola planta, donde era humanamente imposible agrupar a la población escolar en pleno. Por tal motivo, el analfabetismo se extendió hasta límites agigantados1. En 1966, el 73.5 % de las personas en edad de leer y escribir, desconocían tanto la una como la otra. Tal condición les obligaba a la gran mayoría de los chambaculeros a vivir de oficios informales e inestables que perpetuaban su estadía en el mundo de la pobreza2.

1

Instituto de Crédito Territorial. Chambacú: regeneración de una zona de tugurios. Bogotá: Inscredial. 1955. 2 Diario de la Costa. Cartagena, 6 de Agosto de 1966. Biblioteca Nacional de Colombia.

2

Las circunstancias eran difíciles indudablemente. La pobreza material, las viviendas inestables y hacinadas, la ausencia virtual de los servicios públicos básicos, de escuelas, de centros médicos, y el agua que con cada invierno parecía intentar recuperar lo que antes había sido suyo. Pero para la mayoría de los pobladores del barrio no existían mejores alternativas que continuar la marcha en las condiciones que fueran. La pobreza les impedía aspirar a un entorno distinto. No obstante, y muy a pesar de habitar en un escenario plagado de ausencias, los chambaculeros lograron conformar una comunidad solida, donde la solidaridad se convirtió en el eje articulador de su realidad interna.

UNA COMUNIDAD COMO POCAS “Nadie se moría de hambre en Chambacú”, recordaba Josefa Morelos, una mujer arrancada del campo por obra de la violencia política, y que llegó a Chambacú a las puertas de su adolescencia3. A pesar de la miseria que les agobiaba, para nadie era un secreto que las manos chambaculeras permanecían extendidas para echarle una ayuda a los suyos. Tal como si le corriera por las venas, desde pequeños demostraban la capacidad de sortear las adversidades, hermanados por los lazos de la solidaridad. “Yo tengo ahí un compadre y le puedo asegurar que esa gente es buena”, decía un taxista cartagenero en 1955, “Pa´ Dios que es buena. Desde chiquitos aprenden a ayudarse. Si van a pescar, pues juntan todo el pescao y se lo reparten entre todos por igual, sin dejar de darle su parte al que no tuvo fortuna.”4

La solidaridad de los chambaculeros se había convertido en un hito dentro de quienes se habían atrevido a conocer el barrio, escapando a los estereotipos que sobre el recorrían la ciudad. Para algunos era de admirar “el espíritu de hermandad” que reinaba en la barriada y en su gente “más preparada que ninguna para la vida 3 4

Entrevista a Josefa Morelos, antigua habitante del barrio Chambacú. Septiembre del 2005. Anales del Municipio. Cartagena, 7 de Diciembre de 1955. Archivo Histórico de Cartagena.

3

comunal”5. No habría razones para extrañarse. Paradójicamente, no existe mejor germen para la solidaridad que la escasez. Contrario a las leyes individualistas del mercado, en los escenarios donde reina la pobreza, el intercambio de bienes y servicios están determinados por la relación social de la reciprocidad. Cuando el trabajo es compartido, cuando se cubre la necesidad inmediata del prójimo desatendiendo a veces la propia, o cuando se distribuye por igual la ganancia del trabajo del día sin importar la suerte de cada quien, es cuando aplica la reciprocidad. No tiene que responder a claves en la cualidad moral de las personas estrictamente, es la necesidad económica y las formas de combatirla lo que la impulsa. En el intercambio permanente de favores, la ayuda prestada en el presente puede ser una salvaguarda para el futuro. “Hoy por ti, mañana por mí”, como reza el adagio popular. Es la solidaridad al servicio de la supervivencia. Cuando la capacidad misma de sobrevivir esta puesta en riesgo por la miseria, los recursos sociales se activan y llenan los vacios que la ausencia de recursos económicos no cubren6.

Chambacú no era un barrio estrictamente homogéneo. Unos eran más pobres que otros. Unos, un poco más afortunados, vivían en casas elevadas con materiales permanentes, mientras muchos otros se valían de basura para alzar los muros y de madera consumida por la humedad para sostenerlos. Pero nada de esto fue impedimento para que Chambacú se convirtiera en una comunidad solida 7. Los bailes, las festividades, los certámenes deportivos eran ocasiones de encuentro para la comunidad, claro está, siempre y cuando la marea no se alzara e inundara el improvisado campo de beisbol que estaba al costado derecho del puente que conectaba la isla con el centro histórico de la ciudad.

5

Anales del Municipio. Cartagena, 7 de Diciembre de 1955. Archivo Histórico de Cartagena Larissa Lomnitz. Como sobreviven los marginados. México: Siglo XXI Editores. 1983. p 203 -206. 7 Para conocer episodios sobre la vida cotidiana, los personajes y espacios comunes dentro del barrio, ver: Juan Gutiérrez Magallanes. Chambacú ¡a la tiña, puño y patá! 2da edición. Medellín: Editorial Lealon. 2009. 6

4

Manuel Zapata Olivella siempre se preguntó cómo sus parientes amarrados a la tierra chambaculera podían sobreponerse al dolor y a la desesperación de habitar la empobrecida barriada. Luego comprendió que “la alegría de vivir les vacunaba contra todos los abatimientos”. Los sábados al caer la tarde, la alegría se materializaba en el sonar de los tambores:

“Los sábados, mucho antes de oscurecer, se escuchaba el retumbar de los tambores. Habían perdido el oculto lenguaje para invocar a los dioses africanos, pero Changó continuaba siéndoles fiel, presente con sus mágicos influjos, Los primeros tragos de ron encendían el ánimo a los peleadores. Alzaban su voz de trueno, desafiaban con sus puños al enemigo invisible. […] Las mujeres danzaban, arrugando el rostro como si el baile fuera un ritual doloroso. Erguido el brazo derecho con las velas encendidas, en la rueda de bailadores de cumbia, alumbraban la frente sudorosa de sus parejos, dioses a los que debían coronar con sus luces. Yo sentía entonces que la fiebre de sus axilas era un sol quemante donde se derretían todos los sufrimientos. […] Con el tiempo, los viejos tambores y los jóvenes chambaculeros vinieron a congregarse en torno a los gigantescos megáfonos para bailar descalzos o con zapatos de goma. El ultimo ritmo les venía en discos que les hablaban en el desconocido idioma de los cantantes negros norteamericanos, pero que entendían porque la queja y la alegría es una sola entre todos los descendientes de la madre africana Yemayá.”

8

Pero lo para algunos era inocultable alegría y sentido de comunidad, para otros era depravación y barbarie. Por fuera de las fronteras chambaculeras fueron creciendo rumores sobre la perdición moral de sus pobladores, sobre su propensión al crimen y sobre su empobrecimiento intelectual. Para mediados del siglo XX, mientras Cartagena se perfilaba como la capital turística de Colombia, mucho vieron en Chambacú una tala para el progreso de la ciudad. Por tal motivo, no dudaron en dibujar una imagen deteriorada de la comunidad. Los estereotipos formados alimentaron el odio contra Chambacú y sus habitantes, y finalmente, sirvieron como sustento para la muerte de la barriada.

8

Manuel Zapata Olivella. Levántate mulato. Por mi raza hablará el espíritu. Bogotá: Rei Andes. 1990. p 151 – 152.

5

CHAMBACÚ EN LA MIRA Chambacú rápidamente se convirtió para muchos en un sinónimo de caos, perdición y retroceso. De la comunidad nada se decía, de la solidaridad nada se comentaba, los titulares que se apoderaron de la prensa lo redujeron a un “problema”, a un obstáculo para el progreso económico de la ciudad. Inconcebible les parecía, que Cartagena pudiera convertirse en el centro nacional del turismo, idea que en aquellos años cobraba adeptos, con la presencia de un tugurio a las puertas del Centro Histórico. Un “lunar negro” que descubría una realidad que convenía mantener oculta. Cuando la avenida Pedro de Heredia fue trazada sobre el corazón del barrio, uno de sus artífices propuso elevar al pie de la avenida, en todo el tramo compartido con Chambacú, muros que impidieran que locales y turistas pudieran ver de frente la miseria de la ciudad, noble labor que comparó con: “barrer un salón de recibo y ocultar la basura bajo las alfombras”9.

Todo esto tiene lugar en una coyuntura que situaba a Cartagena como un polo para el desarrollo y la salvaguarda de la economía nacional. La capacidad de la ciudad de darle vida a una industria turística rentable y sostenible seria la clave para reposicionar nuevamente a Cartagena dentro del escenario nacional. Pero el turismo urbano tiene una pequeña dificultad, que la distingue de cualquier otro sector de la economía, y es que se sustenta en la construcción de una imagen de ciudad que rara vez se corresponde con la realidad10 ¿Cómo podía Cartagena figurar como una ciudad moderna y de avanzada, con una muestra de todo lo contrario apenas a unos metros del Centro Histórico? ¿Cómo podía Cartagena diseñar la farsa de una ciudad de cara al

9

Diario de la Costa. Cartagena, 1 de Julio de 1967. Biblioteca Nacional de Colombia. Para ver ejemplos en el Caribe y España de la manera en cómo se construyen imágenes falseadas de la realidad en ciudades turísticas, ver: Gail Saunders. Nassau, heritage and the impact of the tourism. Ponencia del 37 º Encuentro de la Asociación de Historiadores del Caribe. 2005. Saida Palou Rubio. La ciudad fingida: representaciones y memoria turística de Barcelona. En: Revista Pasos. Vol. 4 Nº 1. La Laguna: Universidad de la Laguna. 2006. p 13 – 28. 10

6

progreso, cuando a sus puertas se hallaba un tugurio habitado por miles de almas flageladas por la miseria? Por tal motivo, las elites locales se agruparon en torno al proyecto de eliminar para siempre cualquier rastro de Chambacú. En 1955, y gracias a un contrato firmado entre el Instituto de Crédito Territorial, la entidad gubernamental encargada de coordinar la política pública de vivienda, y el Municipio de Cartagena, la erradicación del barrio comenzó a tomar forma. Se contemplaba remover por completo el tugurio y relocalizar a los habitantes, en una urbanización recién construida para ellos, ubicada en una zona distante del centro de la ciudad. Para tal fin, redactaron un acabado informe sobre cada uno de los pormenores del barrio y sus habitantes11. Es de destacar precisamente eso último, la imagen que el Instituto de Crédito Territorial, la entidad a cargo de la planificación y ejecución del proyecto, dibujó de los chambaculeros. Para ellos la comunidad podría resumirse en estas palabras: “gentes desnutridas y descalzas y ociosos niños y adolescentes desnudos, con adultos desempleados y adictos a la marihuana, con hombres y mujeres minados por la sífilis y la tuberculosis viviendo hacinados en las inmoral de las promiscuidades…” Consuman su descripción diciendo que los chambaculeros habían caído en la más baja degradación moral, circunstancia que entre otras cosas, atribuían al roce constante con personas de similar “status”. Los pobladores de Chambacú, según el Inscredial, danzaban peligrosamente en los límites de la condición humana12.

Las cosas no se darían tal como las habían planeado. Un choque entre el Instituto y el Municipio, retardó por varios años el traslado. La ausencia de recursos presupuestales sumaria otros años a la espera, y luego, la resistencia de un sector de las masas chambaculeras lo retardó varios años más. Finalmente, en 1971, ya todo estaba dispuesto para adelantar la empresa. Habían sido 15 largos años de espera, en los cuales el proyecto sufrió algunos cambio, pero pocos tan determinantes como el 11

Instituto de Crédito Territorial. Chambacú: regeneración de una zona de tugurios. Bogotá: Inscredial. 1955. 12 Orlando Deavila. Imaginarios del miedo, segregación urbana y exclusión social en Cartagena, 1956 – 1971. En: Cuadernos de Literatura del Caribe e Hispanoamérica N° 7. Barranquilla: Universidad del Atlántico – Funsarep – Universidad de Cartagena. 2008. p.35 – 50.

7

nuevo hábitat para los chambaculeros. Ya contemplaba trasladar la comunidad integralmente. Ahora, la comunidad chambaculera, seria repartida en cinco escenarios distintos13. ¿Por qué tal determinación? ¿Porque dividir radicalmente una comunidad que durante décadas se había mantenido integrada? Quizás la respuesta a cualquiera de los dos interrogantes esté relacionada con una propuesta sugerida desde la prensa local en 1958. Un columnista del periódico conservador, el Diario de la Costa, instaba al Instituto de Crédito Territorial a considerar la posibilidad de “clasificar” a los habitantes de Chambacú “conforme a su condición moral, social y económica; separando los elementos sanos de los insanos…”, considerando, que era “peligroso, injusto, y anticientífico, por no decir, antisocial, trasladar en masa, a los habitantes de Chambacú…”14

Tal como si hubiese seguido al pie de la letra las recomendaciones sugeridas, el Instituto de Crédito Territorial, tomó la determinación de desmembrar la comunidad y de repartirla acorde con sus consideraciones sobre las cualidades morales, económicas y sociales de los chambaculeros. El 17 de Agosto de 1971, iniciaría la marcha hacia los nuevos destinos; lejos del Centro Histórico, lejos de Chambacú y lejos de la comunidad que ahora se perdía en el tiempo.

LA VIDA DESPUES DE LA DIASPORA: A MANERA DE CONCLUSIÓN Cuando Gustavo Díaz, un viejo habitante de Chambacú, regresó a su barriada tiempo después de haber partido para otros horizontes, encontró que su comunidad ya era cosa del pasado: “Cuando regresé de Bogotá a mi barrio, no encontré a mis amigos, ni a mi casa, ni mi entorno… Me encontré con una realidad: el espíritu de comunidad había sido barrido al diseminar a los residentes en algunos barrios construidos por el Inscredial”15

13

Los cinco barrios hacia donde serian trasladados serian Las Lomas, Paraguay, República de Venezuela, Chiquinquira y Nuevo Porvenir. 14 Diario de la Costa. Cartagena, 10 de Octubre de 1958. Biblioteca Nacional de Colombia. 15 Juan Gutiérrez Magallanes. Óp. cit. p 207.

8

Destruyeron la comunidad y dispersaron a sus habitantes en medios hostiles donde no lograron insertarse. El miedo, y los prejuicios alimentados durante décadas en contra de los chambaculeros, se convirtieron en barreras que truncaron la posibilidad de que ellos pudieran integrarse a su nuevo entorno. Reubicarlos bajo los esquemas segregacionistas del Instituto de Crédito Territorial no impidió que se convirtieran en víctimas de la exclusión y que la comunidad les fuera negada. Aún en el barrio Paraguay, donde fueron reubicados quienes gozaban de una situación menos precaria, la bienvenida por de la comunidad receptora, no les fue la más grata: “Le tiraban a uno. Se aguantaron porque pa´ las 90 casas escogieron el personal. Hubo unos que les hablaban por delante, pero hablaban por detrás. “Esos chambaculeros”. No dejaban que sus pelaos se juntaran con los de acá”16. Tal como si se tratara de una plaga que se diseminada por la ciudad, algunos prefirieron partir lejos antes que compartir morada con los nuevos vecinos: “Allá después de la calle había una señora que se había criado en Chambacú […] Apenas supo que veníamos para acá se mudó”17 En Chiquinquira, al otro extremo de la ciudad, la situación no fue menos desfavorable: “A los habitantes de Chambacú relocalizados en Nuestra Señora de Chiquinquira se les ocasionó un mal, al ubicar familias de otros sectores de la ciudad de niveles socio-económicos elevados, ya que dichas diferencias ocasionaron tensiones y roces que van en detrimento de la adaptación y rehabilitación de las familias erradicadas”18

La vieja comunidad, labrada en el corazón del tugurio, les fue sustituida por el desarraigo contenido en las nuevas urbanizaciones de concreto. Sin desconocer la evidente mejoría en el escenario físico, 1971, representó para los chambaculeros, en muchos aspectos, mas desventajas que oportunidades. La reubicación implicó para ellos la renuncia a su territorio, a su espacio de vida y sustento, a la tierra que ellos

16

Entrevista a Aida Teherán, antigua habitante del barrio Chambacú. 29 de Julio del 2007. Entrevista a Carmen Alicia de Arcos, antigua habitante del barrio Chambacú. 29 de Julio del 2007. 18 Arnulfo del Rio Pájaro – Omaira Osorio López – Luz Marina Palma Villareal. Cambios operados de un grupo de familias erradicadas de Chambacú y relocalizadas en el barrio de Nuestra Señora de Chiquinquira. Tesis de grado para optar por el título de “Licenciado en Trabajo Social”. Cartagena: Universidad de Cartagena. 1976. p 190. 17

9

habían labrado con sus propias manos, pero ante todo, a la comunidad que les albergo durante décadas. Tal es el costo de la renovación urbana. Chambacú, como comunidad, fue separada de su lugar natural y consigo, sus redes sociales se desintegraron. Las conquistas logradas en años de convivencia mutua, desaparecieron cuando la comunidad fue removida de su territorio y dispersada en escenarios hostiles. La solidaridad, la hermandad y el compadrazgo se diluyeron con las distancias: “Allá éramos mas unidos que los que somos ahora. Uno no tiene la confianza que tenia allá, porque las propias – propias, se fueron para Chiquinquira”19.

Todo se desintegra cuando la comunidad misma es desintegrada; inclusive, los códigos de comportamiento. Cada clase social diseña sus propias estrategias de seguridad para enfrentarse al crimen en cualquiera de sus modalidades. En los barrios populares, sin el beneficio de la asistencia de la fuerza pública y sin ninguna posibilidad de contratar seguridad privada, la inseguridad se neutraliza “firmando” acuerdos de no – agresión20. Los acuerdos se rompen con la fragmentación de la comunidad: “En Chambacú no se metían con uno. Ahora, los mismos de aquí lo atracan a uno, o mandan a alguien pa´ que lo atraquen.21”

Después de casi 40 años de la muerte de la comunidad chambaculera, sus antiguos integrantes y sus descendientes continúan habitando las barriadas populares y las periferias donde fueron confinados. Viven en condiciones más o menos similares a las que dejaron en Chambacú. La pobreza, el desamparo y la exclusión no lograron dejarla un lado. La comunidad ya es cosa del pasado. No obstante, aun la memoria colectiva permanece instalado el recuerdo de Chambacú, que se resiste a perecer en las arenas del olvido. Su destino trágico la convirtió en leyenda, y le hizo perdurar en el tiempo.

19

Entrevista a Carmen Alicia de Arcos, antigua habitante del barrio Chambacú. 29 de Julio del 2007. Fernando Carrión – Milagros Aguirre – Eduardo Kingman. Quito imaginado. Bogotá: Convenio Andrés Bello – Taurus. 2005. p 30. 21 Entrevista a Gladis Pérez, antigua habitante del barrio Chambacú. 6 de Marzo del 2008. 20

10

11