Cultural Survival Voices

JUNTA DIRECTIVA PRESIDENTE Y DIRECTOR GENERAL P. Ranganath Nayak TESORERA Sarah Fuller SECRETARIO Jean Jackson Esta casa de té en la aldea de Maitya,...
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JUNTA DIRECTIVA PRESIDENTE Y DIRECTOR GENERAL P. Ranganath Nayak TESORERA Sarah Fuller SECRETARIO Jean Jackson

Esta casa de té en la aldea de Maitya, distrito de Banke, Nepal, fue una de las cientos de viviendas y de negocios afectados por la inundación de 2007. La fotografía muestra con claridad la escasez de recursos que sufren los pueblos indígenas cuando una catástrofe los afecta. Fotografía de Mukti Suvedi.

Cultural Survival Voices

Verano de 2008 Volumen 6, Número 1

ARTÍCULOS

DESTACADOS

2 Custodios

POR VICTORIA TAULI-CORPUZ Y AQQALUK LYNGE

Los pueblos indígenas viven en la línea de avanzada del cambio climático y por ello sienten su impacto con más intensidad, pero también tienen mucho que ofrecer en su lucha contra el problema, si solamente los responsables de elaborar políticas los incluyeran en el proceso.

5 Inundación

POR AUSTIN BLAIR Y CASEY BECK

Muchos artículos periodísticos alertaron sobre la inminente inundación de las islas del Pacífico. Pero para los habitantes de Kiribati, los verdaderos problemas se presentan ahora.

13 Árboles problemáticos

POR VICTORIA TAULI-CORPUZ Y PARSHURAM TAMANG

Los pueblos indígenas no solamente sufren los efectos del cambio climático. En algunos casos, sufren también las consecuencias de las soluciones brindadas al problema.

17 Buenos vientos POR MEGAN GRAY

La típica comunidad de nativos estadounidenses es marginada e ignorada y, con demasiada frecuencia, su pueblo sufre la pobreza. Pero muchas reservas de nativos estadounidenses tienen un recurso natural abundante que de pronto goza de gran demanda: la energía eólica no contaminante.

Elizabeth Cabot Westy Egmont Richard Grounds (Euchee) James Howe Cecilia Lenk Pia Maybury-Lewis Les Malezer (Gabi Gabi) Sally Engle Merry Vincent Nmehielle (Ikwerre) Ramona Peters (Wampanoag) Dinah Shelton Stella Tamang (Tamang) Victoria Tauli-Corpuz (Kankana-ey Igorot) Martha Claire Tompkins Jeff Wallace Chris Walter Rosita Worl (Tlingit) FUNDADORES David y Pia Maybury-Lewis PERSONAL Ellen L. Lutz, directora ejecutiva Mark Camp, director de operaciones y gerente del Proyecto de Radio en Guatemala Mark Cherrington, director de publicaciones Sofia Flynn, directora financiera Jamie Brown, diseño gráfico Pia Maybury-Lewis, pasantías y beneficencia Agnes Portalewska, directora del programa David Michael Favreau, director de eventos e inscripciones Jennifer Weston, coordinadora de la campaña Lenguas en peligroCesar Gomez Moscut, coordinador del Proyecto de Radio en Guatemala Megan Gray, directora de comunicaciones INFORMACIÓN GENERAL Copyright 2008 de Cultural Survival, Inc. Cultural Survival Quarterly (ISSN 0740-3291) es publicada trimestralmente por Cultural Survival, Inc. en 215 Prospect St., Cambridge, MA 02139. Franqueo periódico pagado en Boston, MA 02205 y oficinas de correo adicionales. Administrador de correos: Enviar cambios de dirección a Cultural Survival, 215 Prospect St., Cambridge, MA 02139. Impresa en papel reciclado en los EE. UU. Las opiniones vertidas en esta revista pertenecen a los autores y no representan necesariamente las de Cultural Survival.

CUSTODIOS

Se reduce rápidamente la superficie de la isla Bhola, en Bangladesh, a medida que el agua circundante sube de nivel. Fotografía de Gary Braasch (ver la reseña literaria en la página 47)

Los pueblos indígenas han sido en gran medida excluidos de las discusiones sobre el cambio climático, pero en muchos sentidos, tienen la respuesta al problema. Por Victoria Tauli-Corpuz y Aqqaluk Lynge 2

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Los inuit de la isla Baffin se encuentran entre los más drásticamente afectados por el cambio climático, que azota las regiones polares primero y con más fuerza. Fotografía de Abby Fenton/Will Steger Foundation

or vivir de la tierra y por el conocimiento que adquieren en su relación con ella, desde hace décadas los pueblos indígenas observan en forma directa los efectos del calentamiento global y han desarrollado estrategias para enfrentarlos. Han notado los cambios en la temperatura, en la cantidad y calidad de las lluvias y la nieve, y en las estaciones y ciclos naturales. Entre los impactos que el calentamiento global tiene en sus tierras y sus vidas, se encuentran los siguientes: • Más enfermedades asociadas con el aumento de la temperatura y enfermedades transmitidas por vectores y por el agua, tales como el cólera, la malaria y la fiebre del dengue. • Peores condiciones de sequía y desertificación, lo cual aumenta la cantidad de incendios forestales que afectan el uso de la tierra y la agricultura, la caza y la recolección de subsistencia, y que además provocan una grave pérdida de biodiversidad. • Excesivas precipitaciones y sequías prolongadas, las cuales producen más tormentas de polvo que dañan los pastizales, las plantas de semilleros y las cosechas, afectando incluso al ganado de pastores y los pueblos indígenas nómadas. • Erosión de costas y riberas, y crecientes fluviales, debido a mayores temperaturas y al descongelamiento del permafrost, de la nieve de montañas, de glaciares y de hielos marinos. • Reducción de la población de especies animales a causa de temperaturas más elevadas; nuevas especies marinas debido a mares más calientes, y cambios en las rutas de migración y de viajes de animales. • Aumento en la cantidad de nuevos tipos de insectos y mayor longevidad de insectos endémicos (por ej., los escarabajos del abeto), que destruyen árboles y plantas. • Erosión de las costas exacerbada por un aumento del nivel del mar; huracanes y tifones más fuertes que provocan pérdida de tierra y desplazamiento de pueblos indígenas; pérdida de manglares.

• Inseguridad alimentaria debido a la dificultad de mantener poblaciones pesqueras viables; decoloración de los corales a causa del aumento de la temperatura del mar. • Mayor cantidad de violaciones de los derechos humanos, desplazamiento y conflictos causados por la expropiación de tierras ancestrales y bosques para plantaciones de biocombustible. • Aumento del costo de los alimentos motivado por la competencia con los biocombustibles, lo cual exacerba la inseguridad alimentaria. • Periodos de frío extremo, con los consecuentes problemas de salud, tales como hipotermia, bronquitis y neumonía, especialmente entre ancianos y niños pequeños. • Pérdida de territorios tradicionales debido a las medidas de mitigación tales como sumideros de carbono y proyectos de energía renovable (represas hidroeléctricas, plantas geotérmicas), tomados sin el consentimiento libre, previo e informado de los pueblos indígenas. Estos problemas son más graves si se recuerda que los pueblos indígenas contribuyen significativamente a la reducción de emisiones de los gases del efecto invernadero. Sus luchas exitosas contra la deforestación, contra la extracción de minerales, petróleo y gas de sus territorios y contra una mayor expansión de las plantaciones de monocultivo, así como sus sistemas de producción sostenible y su eficaz administración de la diversidad del mundo, han conservado importantes cantidades de carbono debajo del suelo y en los árboles. Hay al menos 370 millones de indígenas en el mundo que llevan estilos de vida principalmente sostenibles y sin emisión de carbono, o incluso con reducción de este. Al contrario, los Estados Unidos, con 300 millones de habitantes, representa aproximadamente el 25 por ciento de las emisiones de los gases del efecto invernadero del mundo. Alrededor del 45 por ciento de la masa terrestre del planeta está dedicada a la agricultura y las prácticas agrícolas representan el 13,5 por ciento de todas las emisiones de los gases del efecto invernadero. La mayoría de estas emisiones provienen de prácticas agroindustriales deficientes. Las prácticas de los indígenas, tales como la agricultura de rotación, el pastoralismo, la recolección, la caza común o con trampas, y la generación de productos y servicios básicos, a menudo usan recursos ecológicos renovables o reciclables. Por ejemplo, los igorot de las Filipinas, los karen de Myanmar y Tailandia y los achiks de India siguen practicando la agricultura de rotación. Esta práctica aumenta la salud general de los ecosistemas del bosque y la jungla, los cuales son esenciales para la mitigación del calentamiento global. La deforestación y la degradación del bosque representan aproximadamente 17,4 por ciento de las emisiones de los gases del efecto invernadero y alrededor del 25 por ciento de las emisiones globales de CO2. Esto convierte a la deforestación en la tercera fuente más importante de emisiones de gases del efecto invernadero, después de las emisiones relacionadas con la energía y la industria. En 2005, la cobertura forestal del mundo era de unos 38 millones de kilómetros cuadrados (aproximadamente 4 veces la superficie de los Estados Unidos). Entre los años 2000 y 2005, se calcula que se perdió un 7,3 por ciento de dicha cobertura. La propuesta de reducir las emisiones causadas por la deforestación y la degradación, si se lleva a cabo correctamente, podría ser una oportunidad para detener la deforestación y premiar a los pueblos indígenas y otros Cultural Survival Quarterly

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habitantes de los bosques por conservar esos bosques. Las prácticas agroforestales indígenas generalmente son sostenibles, ecológicas y sin emisiones de carbono. Cuando el Banco Mundial lanzó su Fondo para Reducir las Emisiones de Carbono mediante la Protección de los Bosques (Forest Carbon Partnership Facility, FCPF), recibió muchas críticas de los pueblos indígenas, los cuales habían sido excluidos del proceso de conceptualización a pesar de que eran el principal grupo de interés en lo concerniente a bosques tropicales y subtropicales. Para remediar esta falla, el Banco Mundial planea realizar consultas a pueblos indígenas de Asia, Latinoamérica y África. Debido a que el cambio climático es un problema mundial, la negociación y la implementación de tratados internacionales son esenciales para abordarlo. Los pueblos indígenas se preguntan hasta qué punto los tratados internacionales se están implementando, si estos son eficientes o suficientes y por qué los pueblos indígenas no fueron invitados a ser partícipes clave en el desarrollo de tales tratados. Muchos pueblos indígenas vinculan la falla de las iniciativas de mitigación al hecho de que las Naciones Unidas, otros organismos internacionales y gobiernos ni siquiera prometen involucrar a los pueblos indígenas en procesos conducentes a sus acuerdos internacionales. Estos pueblos no fueron consultados respecto de la creación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático ni respecto de las negociaciones del Protocolo de Kioto. Estos pueblos creen que para que las iniciativas de mitigación del cambio climático mundial tengan éxito, ellos deben tener una participación central como socios importantes de tales iniciativas, ya sea en el área de acuerdos internacionales, investigaciones científicas o desarrollo tecnológico. Y señalan ejemplos de asociaciones que ya están arrojando buenos resultados. En el área tropical norte de Colombia, por ejemplo, los pueblos indígenas de San Andrés de Sotavento son socios de un proyecto con la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y del San Jorge, la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria y el Centro Internacional de la Agricultura Tropical. Este proyecto de desarrollo no contaminante procura regenerar 2.630 hectáreas de sabana tropical degradada, a través de la reforestación y del establecimiento de sistemas silvopastorales, que combinan la silvicultura con el pastoreo de animales en un modo que fortalece a ambos.Esto generará mayores ingresos para los dueños de tierras y un ecosistema más sano. En el norte de Australia, dueños de tierras aborígenes, organizaciones representantes de indígenas y la planta de gas natural licuado Darwin Liquefied Natural Gas se asociaron en el Western Arnhem Fire Management Agreement (Acuerdo para el control de incendios del oeste de la tierra de Arnhem). Esta asociación procura implementar prácticas estratégicas de control de incendios en 28.500 kilómetros cuadrados del oeste de la tierra de Arnhem, con el fin de reducir los gases del efecto invernadero generados por los incendios y compensar las emisiones procedentes de la planta de gas natural licuado de Wickham Point, en Darwin Harbor (es un problema muy importante, pues los incendios descontrolados en el norte de Australia liberan unos 240 millones de toneladas de CO2 cada año, lo cual representa el 38,5 por ciento del total de emisiones 4

de gases del efecto invernadero del Territorio del Norte). El proyecto utiliza la quema estratégica en la estación seca para dividir el paisaje con cortafuegos que dificulten la propagación de incendios descontrolados posteriormente en el año. Este proyecto no obtiene ingresos del comercio de carbono. En cambio, los controladores de incendios indígenas cobran por las gestiones que producen reducción de los gases del efecto invernadero. Las partes involucradas consideran, sin embargo, que en el futuro este proyecto permitirá el comercio de carbono si hay mercado. Los pueblos indígenas de todo el mundo están sumamente preocupados por el cambio climático, no solo porque sufren el cambio en sí y los intentos por mitigarlo, sino también, lo cual es más importante, por las contribuciones que ofrecen para las estrategias de mitigación y adaptación. Hay muchas estrategias que pueden utilizarse eficazmente para desacelerar el cambio climático y ayudar a la adaptación a él, tales como el uso sostenible de recursos y tierras, la administración sostenible del bosque, la agricultura sostenible, la protección y la mejora de sumideros y reservorios de gases del efecto invernadero y sistemas de pequeña escala de energía renovable administrados por la comunidad. Si estas estrategias se implementan teniendo en cuenta no solo los aspectos ecológicos del cambio climático, sino también los derechos humanos, la equidad y la justicia ambiental, entonces protegerán y conservarán además los territorios de los pueblos indígenas. Este artículo es una adaptación de un informe más extenso titulado “El impacto que las medidas de mitigación del cambio climático tienen en los pueblos indígenas y en sus tierras y territorios”, presentado en el séptimo Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de la ONU, en abril de 2008. Victoria Tauli-Corpuz es ex presidenta del Foro. Aqqaluk Lynge es el vicepresidente del Foro y el representante regional por el Ártico.

Estas mujeres transportan su ración de alimentos, después de huir de sus hogares en la aldea de Abyei, Darfur. Aunque estas mujeres fueron desplazadas por la violencia, escenas como esta llegarán a ser comunes a medida que las comunidades indígenas se vean desplazadas por sequías, inundaciones y otras alteraciones climáticas. Aún no existen acuerdos internacionales que se ocupen de este problema. Fotografía de la ONU/Tim McKulka

Muchos artículos periodísticos alertaron sobre la inminente inundación de las islas del Pacífico. Pero para los habitantes de Kiribati, los verdaderos problemas se presentan ahora. Por Austin Blair, con la asistencia de Casey Beck

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riam, cómodamente reclinado en su bwia, observaba a su yerno, quien sonreía mientras se dirigía al hogar familiar arrastrando los pies y transportando con esfuerzo un motor fuera de borda Yamaha de 15 caballos de fuerza. Era temprano a la siesta en el complejo familiar y la gente se reunía a su alrededor mientras colocaba el motor en su soporte. Dos mujeres colocaron esteras de hojas de coco en el suelo y apareció un hombre, cargando una gran bolsa. Riéndose entre dientes, descargó más de 70 pescados en las esteras. Uriam, de 78 años de edad, desde la cercana bwia —la estructura amplia y abierta usada como estar y comedor en las viviendas de Kiribati—, se incorporó y se acomodó sus gruesos anteojos. Con una sonrisa amplia y desdentada, el anciano jefe

Fotografías de Casey Beck y Austin Blair

de la isla Maiana comentó: “Eso sí que es una pesca”, y me miró con picardía. No pude evitar sentirme algo cohibido, al recordar las expresiones sombrías de la familia el día anterior, cuando yo había regresado con mi penosa pesca de apenas seis piezas. Tuve que admitir que los i-matangs (occidentales) no tienen la misma habilidad que los kiribatianos para la pesca. El pescado es el alimento básico de la nación de Kiribati, formada por una cadena de islas, y la descarga de los pescados es una escena diaria en el hogar de Uriam, pero la naturaleza de la pesca ha cambiado. “Antes, se podía estar al sol sin problemas”, me explicó Uriam mientras su hija comenzaba a preparar el almuerzo. “Ahora, si uno se queda afuera pescando o trabajando, el calor se siente. Hace mucho calor”. Aunque tal vez todavía haya mucho para pescar, las Cultural Survival Quarterly

La isla de Bikeman, alguna vez conocida como la Tierra de la Realeza, solía ser una isla verde de considerables proporciones en medio de la laguna de Karawa. Ahora es una franja de arena estéril, solo visible con marea baja. Fotografía de Casey Beck

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Tarai y Tamaoaieta pasan las horas más calurosas de la siesta en la sombra del kia-kia con sus nietos. La mayoría de los kiribatianos trabajan en las horas más tolerables de la mañana temprano y al final de la tarde. Fotografía de Casey Beck

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temperaturas más altas en este atolón ecuatorial son solo el inicio de los cambios climáticos y ambientales observables. La semana anterior, vi la devastación de otra fuente de alimentación tradicional, el tubérculo llamado babai, que se cultiva en pozos. Torote, el hijo mayor de Uriam, se paró sobre un pozo estéril de 1,80 m de profundidad en la tierra de la familia y explicó que muchos isleños ahora tenían problemas con el agua de mar que lava la superficie y entra a los pozos. No solamente destruye el cultivo, señaló, sino que el agua de mar también está contaminando el suministro de agua del pueblo.

Y sin una gota para beber En la propiedad principal de Uriam, un agujero de 91 cm de ancho esperaba la construcción del nuevo pozo de la familia. En los días siguientes, un grupo de vecinos traería bolsas de coral, arena y concreto importado para ayudar a Torote a construirle a su padre un pozo más cerca del centro de la isla, donde el agua es más abundante. El pozo viejo, del otro lado de la única calle de la isla, se había tornado cada vez más salobre en los últimos años. La disponibilidad de agua potable dulce es esencial en un atolón de coral ecuatorial. Las delgadas franjas de tierra de Kiribati (nunca más de 800 m de ancho y rara vez de más de cientos de yardas) almacenan agua de lluvia en un lentejón de agua dulce, una capa subterránea de agua dulce que flota sobre una capa de agua oceánica más densa. A medida que las mareas altas cada vez más elevadas penetran en los cimientos de coral poroso de estos atolones, contaminan la única fuente confiable de agua dulce. Cuando llegué a la isla de Kuria, conocí a Donna y Katherine, dos voluntarias de los Cuerpos de Paz que dan clases en escuelas primarias e secundaria inicial de la isla. Les pedí agua, con desesperación por hidratarme después de un viaje de 26 horas en una embarcación sobre el Pacífico, y se miraron con cierta incomodidad. “Me parece que no tenemos”, admitió Donna. Quedé atónito. “¿Qué bebe la gente?”, pregunté. Me explicaron que muchos de los pozos eran salobres, pero ambas dijeron que probablemente habría agua en el que estaba en el centro de la isla, cerca de la escuela secundaria inicial. Le prestaron una bicicleta y un recipiente de 19 litros a un muchacho del lugar para que fuera al pozo y sacara agua, si había. Me explicaron que hacía cinco meses que no llovía. La mayoría de los isleños preferían el agua pura de lluvia al agua salobre del pozo, pero para un individuo es económicamente imposible adquirir un tanque de miles

Los hijos de unos pescadores locales juegan en una embarcación pesquera en las últimas horas del día. Fotografía de Austin Blair

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Teramira hace grandes rollos de hojas secas de pandano. Las mujeres kiribatianos usan estas hojas para tejer diferentes productos domésticos, como esteras, cortinas y prendas tradicionales. Página opuesta: Manglares en la isla Maiana. Fotografías de Casey Beck

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de galones para almacenar agua de lluvia. En Kuria, voluntarios de los Cuerpos de Paz junto a maestros locales solicitaron un subsidio a Nueva Zelanda para dos tanques para su escuela. Recibieron el subsidio y les dijeron que les enviarían los tanques desde Tarawa en una embarcación. Pero en el corto viaje desde Tarawa, uno de los tanques se cayó de la embarcación. Y no se lo reemplazó: debía volver a realizarse el proceso de presentación de la solicitud desde cero. Hoy hay un tanque de agua en el centro del complejo de la escuela, conectado a cañerías de los techos de los edificios de la escuela, que recogen el agua de lluvia. Si no llueve, sin embargo, el tanque permanece vacío. Con una mínima capacidad de almacenamiento de agua, en el futuro inmediato el pueblo de Kuria seguirá dependiendo de los pozos. “El agua es un problema grave”, me señaló Anote Tong, el presidente de Kiribati. “La probabilidad de que el agua salada invada el lentejón de agua dulce podría convertirse en un grave problema. Todo cambio sustancial en los patrones climáticos también podría llegar a ser un inmenso inconveniente para nosotros. El agua siempre ha sido conflictiva, suba o no el nivel del mar. En cierto sentido, somos una raza fuerte”. Me manifestó que los kiribatianos sobreviven en maneras que pueden ser difíciles de entender para el mundo desarrollado, especialmente en las islas más alejadas del país. La vida en ellas es mucho más ardua que en la capital,

Tarawa, y por ello los isleños eligen cada vez más la vida urbana (“urbana” en este contexto es un término relativo). Un estilo de vida de subsistencia, como el de las islas más alejadas, necesariamente depende del clima. Quienes viven directamente de la tierra son los más afectados por el cambio climático. Estas personas son agricultores de pequeña escala, pastores y pescadores del mundo, cuyo sustento está supeditado a las constantes climáticas anuales. La frustrante realidad es que quienes más necesitan protección contra los efectos inmediatos del cambio climático tienden a vivir en países como Kiribati que son los menos equipados para proporcionarla. Mientras los países industrializados más grandes y responsables de más del 80 por ciento de todas las emisiones de los gases del efecto invernadero pueden desarrollar nuevas tecnologías o desplazar a las personas a altitudes superiores si las tierras costeras se inundan, los pueblos de las pequeñas naciones isleñas no tienen tales opciones. Aunque muchos kiribatianos están implementando sencillos cambios, como sacar el babai de su dieta porque cada vez es más difícil de cultivar, algunos isleños ya comienzan a sentir los cambios climáticos y ambientales más graves. “Debido al calor”, indica una mujer llamada Tarai de la isla de Kuria, “los cocos se secan en el árbol y es más difícil que caigan”. Muchos isleños como Tarai y su



familia dependen de los ingresos de la venta de la capa carnosa del coco, o copra, el principal producto de exportación de la nación. El proceso de cuatro días de producción de la copra genera aproximadamente $25 por cada cosecha. Los cocoteros no solo generan ingresos, sino también alimento para la gente y para el ganado, toddy (una bebida dulce muy usada en la cocina de los kiribatianos que se torna alcohólica cuando fermenta) y materiales para esteras, paja de techo, sogas y leña. Sin los cocos, el estilo de vida tradicional de los kiribatianos es imposible. En la parte sur de Maiana, la marea alta derribó los espigones de protección, destruyó una gran plantación de cocoteros y creó una extensión de tierra estéril que los lugareños llaman “el lago”. Los lugareños se quejan de la necesidad cada vez más frecuente de reparar los espigones de protección de coral hechos a mano que, en algunos casos, son su único escudo contra la marea alta. Uriam me manifestó que en las últimas décadas, han reconstruido el espigón principal tres veces. En febrero de 2007, una marea muy alta arrasó 46 metros del interior en Kuria. Esta marea, con la cual el agua llegó a la altura de la cintura de un ser humano, forzó a los isleños como la hija de Tarai a reubicarse con sus familias más en el interior. La hija de Tarai abandonó cinco edificaciones que eran propiedad de su familia. Aunque la familia de Tarai tenía la suerte de ser dueña de una gran franja de tierra en Kuria, para la mayoría de las familias de las islas más alejadas, mudarse al interior es más difícil. En la isla de la capital, más poblada, la reubicación es imposible. Actualmente, el sur de Tarawa sufre el impacto del peso de más de 50.000 residentes. Debido a que la mitad de la población se aglomera en la isla de la capital, sus recursos se ven sobreexigidos. Sin un sistema de cloacas que funcione, los isleños siguen usando el reparo de las aguas de la laguna como inodoro. Tantas personas usan este método que la laguna ahora tiene niveles peligrosamente altos de bacterias y la propagación de enfermedades es tan grave que los dos hospitales de la isla no dan abasto. Los trabajadores en pro de los derechos humanos han calculado que más del 95 por ciento de los niños tienen parásitos intestinales.

¿Conservaríamos la soberanía de Kiribati cuando ya no exista el país?

Según lo que pude atestiguar, me parece que la única opción sería la migración masiva. Con cautela toqué el tema de los kiribatianos como refugiados ambientales ante el presidente Tong. Admitió la naturaleza delicada del problema, pero agregó: “Dudo en llamar a nuestro pueblo refugiado: los capacitaríamos y se convertirían en personas que contribuirían al país al que eligieron para llevar vidas significativas”. En Maiana, Uriam también reflexionó sobre el destino de Kiribati: “Creo que llegará un momento en el que nuestro pueblo evacuará la isla, Kiribati”. Sonrió y agregó: “Probablemente se irán a los Estados Unidos o a Australia o Nueva Zelanda”. Inmediatamente su sonrisa se desvaneció y giró para mirar la laguna. El presidente Tong, un líder inteligente, teme que la situación alcance una dimensión crítica antes de que la comunidad internacional lo advierta. “¿Podremos seguir siendo ciudadanos de Kiribati cuando en realidad vivamos en Australia?”, se pregunta. “¿Cuál sería nuestra ciudadanía? ¿Conservaríamos la soberanía de Kiribati cuando ya no exista el país? Estos son los temas que creo que en este momento nadie está dispuesto a abordar aún”. Mientras las preocupaciones del presidente Tong tal vez no obtengan eco durante décadas, las realidades de la inmigración procedente de las naciones isleñas bajas salen a la luz en las políticas internacionales. Actualmente, Nueva Zelanda es el único país que acepta Continúa en la página 27



Un pueblo sin lugar El presidente Tong entiende a la perfección la naturaleza inminente del aumento del nivel del mar y sus efectos previstos en su país. Me manifestó que la comunidad internacional ha cerrado los ojos a los problemas actuales y futuros de Kiribati en relación con el aumento del nivel del mar y la amenaza contra las reservas de agua. “No hay nada que podamos hacer para revertir el proceso (del calentamiento global)”, me comentó. “Lo hemos gritado y pregonado ante los foros internacionales, pero con muy escasos resultados. Aunque en términos del modo en el que responderemos al efecto del cambio climático, de hecho tenemos algunas opciones. Debemos tenerlas”. Cultural Survival Quarterly

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inmigrantes kiribatianos. En una conversación con el alto comisionado adjunto de Nueva Zelanda ante Kiribati, supe que cada año dicho país acepta 75 kiribatianos junto con cientos de otros isleños del Pacífico, como los tonganos y los tuvaluanos. Los inmigrantes deben demostrar un medio de sustento, aunque el gobierno neozelandés los ayuda a asimilarse. El funcionario destacó que esta es una “política de buenos vecinos” y que, por ahora, Nueva Zelanda no tiene una política oficial respecto de los refugiados ambientales. Los derechos de pesca de Kiribati son un tema de importancia, dadas las perspectivas de una migración masiva. Los países más desarrollados no aceptarán una gran cantidad de refugiados provenientes de cualquier nación sin algo a cambio. Sin embargo, Kiribati tiene un recurso natural considerable: un océano de 1,31 millón de millas cuadradas, con áreas de pesca comercial muy lucrativa. Los ingresos por la venta de derechos de pesca es una parte esencial del producto nacional bruto de Kiribati. Muchos países importantes de la cuenca del Pacífico, como Australia y Taiwán, actualmente codician estos derechos de pesca, una situación que agrega otro peso a las preguntas del presidente Tong sobre la soberanía frente a un desastre ambiental. ¿Quién controlaría los derechos de pesca de esta masiva extensión del océano, si la zona en cuestión no incluyera ninguna tierra habitable? La noche en la que regresé al sur de Tarawa desde Kuria, noté una misteriosa hilera de luces en el 10

horizonte. Eran luces de vapor de sodio de trabajo pertenecientes a grandes embarcaciones pesqueras taiwanesas detenidas en la laguna para pescar atún para el mes siguiente. Como lo sugieren las visibles embarcaciones en la laguna, los taiwaneses han conservado una destacada presencia en Kiribati desde que el presidente Tong estableció lazos diplomáticos en 2003. Como muchas otras naciones isleñas del Pacífico, Kiribati ha aprovechado la tensión entre Taiwán y China, intercambiando el reconocimiento de Taiwán a cambio de ayuda. Desde entonces, Taiwán ha construido numerosas huertas pequeñas y pesquerías en el sur de Tarawa como parte de un programa de asistencia agrícola. También ha donado dos camiones y dos camionetas grandes a cada una de las islas más alejadas, junto con una pequeña flota de camiones para el sur de Tarawa. Estos camiones, con puertas pintadas con la leyenda “Desde Taiwán”, cubren todas las necesidades de transporte de los habitantes de esas islas. Aunque las iniciativas de ayuda taiwanesa tal vez sean las más visibles, otros donantes extranjeros también realizaron grandes aportes de dinero. Australia, el mayor donante, contribuye con $15 millones por año, y Nueva Zelanda, con $4 millones. El presupuesto nacional de Kiribati, incluida la asistencia, es aproximadamente de $65 millones.

Buia de una familia en la isla Kuria. Es todo lo que queda del hogar de la hija de Taria y Tamoaieta después de que una marea muy alta arruinara su propiedad en febrero de 2007. Fotografía de Casey Beck

¿Quién controlaría los derechos de pesca si no quedara tierra habitable?

Las mujeres de la isla Maiana practican una danza para la celebración del 28.° aniversario de la independencia de Kiribati en 2007. Fotografía de Austin Blair

La ayuda de Japón adoptó otra forma. Por haber ocupado el sur de Tarawa en la Segunda Guerra Mundial, los japoneses han construido desde entonces una berma de concreto de tres kilómetros de largo que conecta el islote más poblado, Betio, con el resto del sur de Tarawa. Un atolón de coral, el borde de un volcán extinto, a menudo es un cordón de islotes en lugar de una franja continua de tierra. El agua del océano sin obstrucciones se filtra hacia adentro y afuera de una laguna del atolón, lo cual proporciona un proceso de limpieza natural. En el caso del sur de Tarawa, la berma de hecho acordonó la laguna. Aunque la conexión dio un impulso importante al comercio y al transporte, la berma alteró considerablemente las corrientes, lo cual imposibilita que la laguna se purgue completamente y la convierte en un fétido pozo negro.

Otra consecuencia ambiental de la berma es la desaparición de la isla Bikeman en el medio de la laguna de Tarawa. En los últimos 10 años, la alteración de las corrientes marinas hizo que Bikeman dejara de ser el popular destino verde para visitar en el día y se convirtiera en un desolado parche de arena que solo emerge cuando la marea es baja. Los extranjeros y los activistas ambientales quieren usar la desintegración de Bikeman como evidencia del aumento del nivel del mar, pero los lugareños tienden a culpar al paso elevado. Debido a todas las iniciativas de desarrollo, la vida en Kiribati se desarrolla en un equilibrio entre un deseo de modernidad y la atracción y la comodidad de la tradición. La llegada de televisores y reproductores de DVD, la comida chatarra moderna y las películas occidentales alimentan el éxodo de las islas más alejadas. Pero Kiribati no sufre la fuga de cerebros que a menudo acompaña gran parte del impulso hacia la modernidad. Ciertamente, para la inmensa mayoría de los kiribatianos de la isla más alejada, quienes viven en un nivel de subsistencia, irse del país sin ayuda es económicamente imposible. Aunque irse no es necesariamente tentador, de todos modos. La atracción del estilo de vida de los kiribatianos sigue siendo innegable. El ritmo lento de la vida de las islas más alejadas, donde se necesita poco dinero, posesiones

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o trabajo, más allá de recolectar alimentos y cultivar la tierra, parece ser suficiente para conservar las generaciones anteriores alejadas del sur de Tarawa. La educación más allá de la escuela secundaria inicial, no obstante, solo está al alcance de pocas de las islas más alejadas. Lo mismo ocurre con las oportunidades laborales. Para los habitantes de las islas más alejadas que desean más educación o trabajo a cambio de un salario, irse al sur de Tarawa es la única opción.

Kiribati asume el control En mi primera noche con el consejo de bienvenida del pueblo de Maiana, un grupo de mujeres de mediana edad dieron una fiesta, botaki, para mí. Cada invitado en un botaki debe pronunciar un discurso. Cuando llegó mi turno, les expresé a las mujeres (vestidas en trajes artesanales combinados con guirnaldas de flores frescas) que yo estaba allí para aprender sobre la cultura Kiribati en relación con el cambio climático. Les expliqué qué era el cambio climático y su reacción inmediata me impactó. Si la quema de gas contribuye al cambio climático, dijo una mujer con mucho sentido práctico, deberíamos usar menos los generadores. Las demás asintieron con la cabeza. 12

Kiribati usa la cuarta cantidad más pequeña de petróleo de todos los países del mundo y produce y utiliza la sexta cantidad más pequeña de electricidad. Sin embargo, cuando estas mujeres supieron que sus acciones, aunque insignificantes, podrían acrecentar el cambio climático y afectar a otras personas del mundo, su primera reacción fue reducir su propio consumo. Ante los devastadores cambios climáticos, el pueblo kiribatiano conserva el optimismo. La mayoría no está dispuesta a analizar la posibilidad de dejar sus hogares o la realidad de cómo definir su cultura una vez que se encuentre fuera de sus fronteras. Hasta ese momento, los kiribatianos, como las familias de Uriam y de Tarai, seguirán adaptándose lo mejor que puedan. Casey Beck y Austin Blair se graduaron recientemente en la Universidad Tufts. Consulte detalles de su trabajo en www.therisingtidekiribati.org.

El unimwane de la isla Maiana se reúne para analizar los asuntos de la isla. En la sociedad tradicional de Kiribati, el unimwane es la forma respetada de gobierno. Fotografía de Casey Beck

Los pueblos indígenas no solamente sufren los efectos del cambio climático. En algunos casos, sufren también las consecuencias de las soluciones brindadas al problema. Por Victoria Tauli-Corpuz y Parshuram Tamang

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Fotografías de Eric Wakker

l enfoque más lógico para detener las emisiones de dióxido de carbono es que los países, especialmente los industrializados, reduzcan su consumo de combustibles fósiles y recorten drásticamente sus emisiones. Pero la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (el tratado de 1994 que dio origen al Protocolo de Kioto) adoptó un abordaje más orientado al mercado, según se ve en las propuestas del

mencionado protocolo. Los países del Anexo 1 (38 países industrializados) se comprometieron a que, para el año 2012, reducirán sus emisiones en un promedio del 5,2 por ciento por debajo de los niveles de 1990. Lo lograrán comprando “créditos de carbono” a países o corporaciones que estén por debajo de sus niveles permitidos de emisiones e invirtiendo en proyectos que almacenen carbono. Ninguno de los tres “mecanismos flexibles” basados en el mercado aborda Cultural Survival Quarterly

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directamente la raíz física del calentamiento mundial: la transferencia de combustibles fósiles desde el subsuelo, donde están eficazmente aislados, hacia la atmósfera. Uno de los más predominantes de estos planes basados en el mercado es el uso de biocombustibles como alternativa en lugar del petróleo. La Directiva de la Unión Europea sobre Biocombustibles fija como objetivos que antes del año 2010, el 5,75 por ciento del combustible de transporte de Europa proceda de biocombustibles y, para el año 2020, el 20 por ciento. En su discurso de 2006 sobre el Estado de la Unión, el presidente estadounidense Bush dijo que para el año 2020, el 30 por ciento de los automóviles de su país usarán bioetanol. Aunque los campos de los EE. UU. y de la Unión Europea ahora están muy acostumbrados a realizar cultivos para biocombustibles, sigue existiendo una inmensa brecha de suministro. Para ocuparse de la demanda de biocombustibles, Malasia, Indonesia, Colombia, Ecuador, Nigeria, Costa de Marfil y Papúa Nueva Guinea, entre otros, están rápidamente ampliando sus plantaciones de palma aceitera. Malasia e Indonesia se preparan para abastecer el 20 por ciento del mercado europeo y acaban de anunciar que separarán 40 por ciento de su producción de aceite de palma para biocombustibles. La palma aceitera (Elaeis guineensis) es una planta nativa del oeste de África que tradicionalmente se ha usado para obtener alimentos, medicamentos, material para tejer y vino. Se puede cultivar y cosechar ecológicamente, como lo han hecho hacendados de pequeña escala en el oeste de África, quienes han emprendido una agrosilvicultura diversificada. Pero los países, las instituciones multilaterales de financiamiento, la ONU y el sector privado (incluidos los bancos privados y donantes bilaterales) respaldan un modelo

agroindustrial de gran escala. Las plantaciones de palmas aceiteras se han convertido en uno de los proyectos agrícolas de más rápido crecimiento, no solo en África, sino también en la región del Pacífico Asiático, Latinoamérica y el Caribe. El principal producto de estas plantaciones es el aceite de palma (estearina y oleína) obtenido a partir de los frutos y las semillas de los árboles. En 1997, se calculaba que las plantaciones de palmas aceiteras ocupaban 6 millones y medio de hectáreas y producían 17,5 millones de toneladas de aceite del fruto de la palma y 2,1 millones de toneladas de aceite de palmiste. Para 2005, la producción de aceite de palma alcanzó los 30 millones de toneladas y el área cubierta era de 12 millones de hectáreas. De este total, 4 millones de hectáreas están en Malasia y 5,25 millones de hectáreas, en Indonesia. Indonesia tiene el más alto índice de bosques convertidos en plantaciones de palmas aceiteras. Entre 1967 y 1997, las plantaciones de palmas aceiteras aumentaron allí 20 veces y la producción de aceite de palma crudo se incrementó a razón de un promedio anual del 12 por ciento. De 105.623 hectáreas en 1960, la superficie ocupada por palmas de aceite llegó a casi 6 millones de hectáreas, aunque los informes del gobierno dicen que alrededor de 18 millones de hectáreas de bosques presumiblemente se talaron para palmas de aceite en 2006 (aparentemente los leñadores usaban el título de “plantaciones de palmas aceiteras” como justificativo para talar bosques para producir madera). En 2006, el gobierno anunció nuevos planes, conforme al megaproyecto de palmas aceiteras en la frontera de Kalimantan, para convertir otros 2,8 millones de hectáreas en Borneo, de los cuales 2 millones estarán en la frontera Página opuesta: Ladera talada para una plantación de palmas aceiteras en Malasia.Izquierda: Los frutos de la palma aceitera.

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En 2002,el aceite de palma generó beneficios por más de $3.800 millones a Malasia. entre Kalimantan y Malasia (un área en la que miles de habitantes del bosque dependen de él para subsistir). Los promotores de la palma aceitera sostienen que las plantaciones reducirán el desempleo, aliviarán la pobreza y traerán beneficios ambientales, argumentos sumamente refutados. Obviamente, la principal razón de la tremenda expansión de estas plantaciones es que proporcionan grandes ganancias a sus inversores y propietarios locales e internacionales. Estas megaganancias se ven aseguradas a través de la mano de obra barata, los bajos costos de producción y de la venta o el alquiler de la tierra, los ineficaces controles ambientales, la gran demanda, el alto rendimiento por hectárea, el respaldo de donantes bilaterales y multilaterales y el corto ciclo de crecimiento. La producción de aceite de palma también goza del gran apoyo de los gobiernos porque el cultivo principalmente apunta al mercado de exportación, el cual genera divisas. En 2002, el aceite de palma produjo más de $2.100 millones en ingresos por exportaciones para Indonesia y $3.800 millones para Malasia. Aunque la palma aceitera ha aportado beneficios económicos para los partícipes clave, tiene graves costos sociales y ambientales para los pueblos indígenas, para los habitantes de los bosques y para los bosques húmedos tropicales. Y la cantidad de los afectados es sustancial. De los 216 millones de personas en Indonesia, por ejemplo, 40 millones son indígenas que dependen principalmente de

los bosques y los recursos naturales. Para ellos, el bosque es la base de su subsistencia. La subsistencia ha formado parte de su profunda relación simbiótica con el bosque durante milenios, dando forma a sus sociedades, cosmovisiones, culturas, conocimiento, espiritualidad y valores. Han elaborado estrictas leyes espirituales y consuetudinarias, y sofisticados conceptos de tenencia de la tierra, principalmente conforme a los principios de la propiedad comunitaria. También desarrollaron sistemas de gestión de recursos para asegurarse de que se satisfagan sus necesidades y se protejan los bosques contra la destrucción. La integridad de los bosques es esencial para los pueblos indígenas, pues representa aspectos del pasado, del presente y del futuro de cómo vivir en reciprocidad con la naturaleza. El creciente desarrollo de las economías de plantaciones en gran escala es parte de la historia de la erosión y la apropiación de los territorios de los pueblos indígenas y la modificación de sus sistemas de tenencia de tierra autóctona. El ciclo de desarrollo de plantaciones comienza cuando el gobierno otorga áreas de bosque como zonas de concesión. La siguiente etapa es la tala o la destrucción de los bosques. Luego sigue el establecimiento de las plantaciones en sí. Debido a que estas plantaciones deben producir cultivos para el mercado, se las tala al poco tiempo y el proceso comienza de cero otra vez. En estos procesos, a los pueblos indígenas se Esta fábrica produce aceite de palma crudo. La plantación circundante muestra con claridad el impacto que esta industria tiene en el bosque natural.

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Uno de los millones de árboles con años de crecimiento cortados para dar lugar a plantaciones de palma aceitera en Malasia.

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los desaloja de estas áreas de bosques o se les limita su acceso y algunos son absorbidos como trabajadores estacionales. Lamentablemente, hay gran voluntad política y apoyo técnico y económico para las reformas macroeconómicas que intensifican la presión sobre las tierras y los recursos indígenas y que reducen la capacidad de los gobiernos de regular el comportamiento corporativo. Se crearon nuevos mecanismos financieros, como el Fondo Prototipo de Carbono del Banco Mundial, para apuntalar el mercado del carbono y se otorgaron inmensos préstamos al sector privado a fin de expandir la producción de biocombustible. Mientras tanto, es de una deficiencia lamentable el nivel de asistencia técnica y financiación para ayudar a los países a implementar legislación que proteja los derechos de los pueblos indígenas a las tierras y los recursos, y a cumplir sus obligaciones ante tratados y convenciones internacionales sobre derechos humanos. La demarcación de las tierras, los títulos de propiedad para comunidades indígenas y los proyectos de etnodesarrollo tienen un financiamiento insuficiente. Para colmo, en medio de todo el entusiasmo por los beneficios ambientales de los biocombustibles, nuevos estudios científicos demuestran que la producción de biocombustibles en gran escala es un proceso contaminante y emisor de CO2 que consume mucha energía. El equilibrio energético de los biocombustibles (la cantidad de energía necesaria para producir una unidad de energía de biocombustible) es muy discutido y varios especialistas aseguran que la producción de los biocombustibles consume más energía de la que estos generan. Indudablemente, la quema de los bosques de Indonesia para preparar plantaciones de palmas aceiteras aumentó las emisiones de CO2. En el pasado inmediato, se sacó provecho de los yacimientos de petróleo, gas y carbón de los territorios de pueblos indígenas en nombre del desarrollo. Ahora, a título de salvar el mundo del calentamiento global, sus tierras

vuelven a considerarse un medio de dar soluciones. La expansión de las plantaciones para biocombustibles, el desarrollo de sumideros de carbono y el comercio de emisiones de carbono están exacerbando los problemas de tierra existentes de los pueblos indígenas. La conversión de complejos ecosistemas en sumideros de carbono de monocultivo y el trato de las emisiones de CO2 como una mercancía negociable generan adversos impactos ambientales y sociales, y directamente contradicen las cosmovisiones y los valores básicos de los pueblos indígenas que han usado sus recursos y tierras de manera sostenible. La justificación del comercio de las emisiones consiste en planes intelectuales, económicos, legales y técnicos distorsionados que perpetúan las desigualdades de este mundo. Debido a que el calentamiento mundial se ha convertido en un emprendimiento comercial que ofrece oportunidades de acumular capital, es otra forma de la misma historia de sociedades dominantes que ocupan las tierras de los pueblos indígenas. Este artículo es una adaptación del trabajo más amplio llamado Plantaciones de palmas aceiteras y otros árboles comerciales, monocultivo: impactos sobre la subsistencia, los sistemas de gestión de recursos y la tenencia de tierras de pueblos indígenas presentado en la sexta sesión del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas, en mayo de 2007. Victoria Tauli-Corpuz fue presidenta del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas; es la presidenta de la Fundación Tebtebba, una organización filipina que promueve los derechos indígenas; y es miembro de la junta directiva de Cultural Survival. Parshuram Tamang es el vicepresidente del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas, miembro del Comité de Coordinación Internacional de la Alianza Internacional de los Pueblos Indígenas y Tribales de los Bosques Tropicales y presidente de la Campaña de las Nacionalidades Indígenas para los Derechos Humanos (Indigenous Nationalities’ Campaign for Human Rights).

B U E N O S

V I E N T O S

La típica comunidad de nativos estadounidenses es marginada e ignorada y, con demasiada frecuencia, su pueblo sufre la pobreza. Pero muchas reservas de nativos estadounidenses tienen un recurso natural abundante que de pronto goza de gran demanda: la energía eólica no contaminante. Por Megan Gray

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Fotografías cortesía de Bob Gough

lrededor del mundo, los pueblos indígenas sufren terribles penurias causadas por el cambio climático, pero en él, algunas tribus de nativos del oeste de los Estados Unidos ven una oportunidad de lograr autosuficiencia económica. Por ejemplo, una tribu sioux de la reserva de Rosebud, en la zona meridional y central de Dakota del Sur, en 2003 construyó en tierras de la reserva la primera turbina eólica que es propiedad de nativos estadounidenses y por ellos operada. Es una turbina eólica de 750 kW, con escala de producción de energía comercial. Produce 2,4 millones de

kilovatio hora por año de electricidad renovable y no contaminante (suficiente para dar energía a 240 hogares estadounidenses típicos). La turbina de Rosebud también está conectada a la red de generación eléctrica nacional y ofrece a la tribu la oportunidad de vender energía ecológica al gobierno federal en la Base EllsWorth de la Fuerza Aérea, y todo excedente, a empresas de energía. Aunque Rosebud fue la primera reserva que instaló una turbina eólica comercial, lejos está de ser la única que procura aprovechar el viento. Hay turbinas eólicas en la reserva de la nación de los mandan, hidatsa y arikara, en Cultural Survival Quarterly

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Dakota del Norte, y en la tierra propiedad de la cooperativa eléctrica sin fines de lucro Alaska Village, en Kasigluk, Alaska. El Consejo Intertribal sobre Políticas de Energía Eléctrica (COUP), un consorcio de las tribus de las llanuras del norte, está promoviendo el aprovechamiento del viento en las tribus en unas veinte reservas de las Grandes Llanuras que están conectadas a la red hidroeléctrica federal. El COUP Intertribal fue fundado para ayudar a transitar los complejos problemas que surgen en los mercados nativos emergentes de energía renovable. Considerando las constantes sequías en la zona centro-oeste de los Estados Unidos en la última década, el viento puede generar electricidad confiable sin consumir la preciada agua. La tribu sioux de Rosebud, uno de los miembros fundadores del COUP Intertribal, ahora planea instalar este año una nueva planta eólica de 30 megavatios en su reserva, la cual tiene abundantes vientos de clase 5 y 6 (la energía eólica se clasifica de 1 a 6, siendo 6 la más ventosa). Las tribus sioux vecinas de las reservas de Pine Ridge, Yankton y Flandreau Santee también están considerando la posibilidad de usar energía eólica para proporcionar electricidad no contaminante y empleo local.

Página anterior: La turbina eólica de la reserva de Rosebud terminada. Derecha y página siguiente: La turbina de Rosebud en proceso de construcción.

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La meta principal de los proyectos de energía renovable en las reservas es “dar a las tribus la oportunidad de construir economías sostenibles en sus tierras, sobre la base de la generación de energía renovable a partir de la venta de energía no contaminante en mercados privados y federales”, explica Bob Gough, secretario del COUP Intertribal. “Los costos de la extracción de combustibles fósiles son en gran medida subsidiados por los contribuyentes”, señala Gough, mientras explica la importancia de la energía eólica.“El precio de la contaminación, los límites legislados para la responsabilidad en los seguros, las propuestas del almacenamiento a largo plazo de desechos nucleares sin haber sido sometidos a pruebas y los impactos en la calidad ambiental y en la salud pública pasan a integrar el precio colectivo que paga la sociedad”. Además, las represas hidroeléctricas con financiamiento federal construidas a mediados del siglo XX dependen de ríos que actualmente están secos. El operador hidroeléctrico del oeste de los EE. UU., Western Area Power Administration, comercializa y envía electricidad desde las plantas hidroeléctricas a todos los Estados Unidos. Para enfrentar la reducción causada por la sequía del 50 por ciento en la energía hidroeléctrica, ha aumentado la producción de electricidad obtenida con quema de carbón. “Por nuestra propia supervivencia”, afirma Gough, “debemos comenzar a pensar no solo en cuencas hidrográficas, sino en cuencas eólicas. Existen abundantes recursos sin explotar en las reservas de indios estadounidenses en las Grandes Llanuras que pueden

beneficiar no solamente al pueblo indígena estadounidense, sino también a toda persona que viva en la dirección del viento a lo largo de los Grandes Lagos hasta Nueva Inglaterra. Considerando solo las Grandes Llanuras del norte, hay una contribución potencial para el equivalente aproximado a la mitad del total de la capacidad eléctrica instalada para todos los Estados Unidos. La energía renovable basada en las reservas es una inexcusable estrategia para la autosuficiencia energética tribal y para abordar el problema del calentamiento global”. Además de los beneficios económicos y ambientales, la energía eólica tiene un componente cultural. “Para muchos pueblos tribales, los vientos son sagrados y traen renovación, calidez y fuerza”, escribe el presidente de COUP Intertribal, Pat Spears, sioux de la reserva Lower Brule. “Para las tribus, los vientos renovadores dan sustento al pueblo y a sus tierras a través de trabajos locales, electricidad no contaminante, ingresos que forjan lazos comunitarios, y aire y agua saludables”. La instalación de turbinas eólicas de escala de producción de energía comercial también introducirá cambios en el paisaje tradicional de las tribus del oeste de los Estados Unidos. Las turbinas eólicas pueden alcanzar una altura de un edificio de oficinas de 25 pisos, y en la plana llanura pueden verse desde una distancia 16 a 32 kilómetros “en

partes del paisaje en las que rara vez se ve algo más alto que un álamo carolino o un pino ponderosa”, según señala Gough. El proyecto inicial de Rosebud representó una curva pronunciada de aprendizaje para los planificadores de energía tribal. “Fuimos muy conscientes”, agrega Gough, “de usar el proyecto de una sola turbina para aprender todo lo posible sobre la industria energética y el sistema de la red de servicios públicos eléctricos, a fin de preparar el camino para los siguientes proyectos de mayor envergadura”. La financiación fue un factor importantísimo en el programa de desarrollo. El costo total del proyecto fue cubierto por tres fuentes principales: un subsidio del Departamento de Energía, un préstamo del Servicio Público de Energía Rural y fondos de NativeEnergy, una empresa sin fines de lucro de propiedad mayoritaria de COUP Intertribal, también sin fines de lucro, que actúa en nombre de sus tribus miembro. NativeEnergy negocia créditos de energía renovable, también conocidos como “etiquetas verdes” (green tags, en inglés), para empresas que desean reducir sus emisiones de carbono. La idea de las etiquetas verdes es tomar los beneficios ambientales de la energía no contaminante y convertirlos en un producto comercializable. Los individuos y las empresas que dependen de combustibles

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Debemos comenzar a pensar no solo en cuencas hidrográficas, sino en cuencas eólicas. fósiles pueden comprar la energía no contaminante generada por el viento, el sol, las mareas y los proyectos geotérmicos para compensar su propia producción de carbono. Entre los clientes de NativeEnergy que compran etiquetas verdes están Ben & Jerry’s, Green Mountain Coffee, Aveda, Stoneyfield Farm y Dave Matthews Band. Los proyectos como el parque eólico Rosebud al principio insumen un gran capital, pero ya han probado que la inversión realmente vale la pena: la cartera de NativeEnergy de programas de energía renovable para disminuir las emisiones de carbono está superando sus proyecciones en un 115 por ciento. Aunque la mayoría de los agentes de etiquetas verdes venden créditos a partir de proyectos de energía renovable existentes, NativeEnergy vende créditos a partir de la construcción de nuevos proyectos, como el de la reserva de Rosebud. El modelo comercial de NativeEnergy iguala los dólares de los inversores con lanzamientos de emprendimientos de pequeña escala de energía renovable que rara vez despegan sin tener suficiente respaldo financiero inicial de fuentes externas. NativeEnergy reúne el dinero de sus inversores en un pago único para comprar las compensaciones de carbono creadas por un proyecto de energía renovable. “La promesa de ingresos adicionales para los créditos de energía renovable, que deben pagarse por adelantado al proyecto una vez que este logró la operación comercial, fue un componente valioso del financiamiento del proyecto general y ayudó a la tribu sioux de Rosebud a tomar la decisión final para seguir adelante”, afirma Gough. “A medida que el proyecto se acercaba a su finalización, quedó claro que el pago procedente de NativeEnergy fue esencial para cubrir los costos asociados con esta primera turbina y el trabajo que la tribu comenzó para la expansión del desarrollo eólico en la reserva de Rosebud”. NativeEnergy está asociada con nativos estadounidenses, establecimientos rurales familiares y otras comunidades estadounidenses rurales para generar crecimiento económico local. La idea es que una nueva economía sostenible emerja de la instalación de proyectos de energía renovable. Porciones de la energía producida pueden desviarse a hogares y empresas, y los trabajadores locales son necesarios para construir y mantener infraestructura nueva. El éxito del proyecto de Rosebud atrajo la atención de

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una empresa de energía local, la cual hizo una oferta para el excedente de la energía producida. La empresa de energía también está comprando las etiquetas verdes que serán producidas por un nuevo proyecto, el parque eólico Owl Feather War Bonnet. Esta es la concreción del sueño que tenía el COUP Intertribal al inicio del proyecto de Rosebud: crear una nueva opción energética y económica para los pueblos nativos, compartir el modelo y con ello crear un nuevo mercado para la energía no contaminante. El COUP Intertribal prevé un gran crecimiento para las comunidades de la reserva a partir de las ganancias de la comercialización de carbono. Demasiadas personas en las reservas de las llanuras viven en viviendas insalubres y deficientes en lo que respecta a la energía, incluidos los tráilers de FEMA (Agencia Federal para el Manejo de Emergencias de los Estados Unidos) entregados luego del paso de un tornado hace una década. Gough desearía ver la construcción de sólidas estructuras ecológicas, como invernaderos para cultivar productos agrícolas a nivel local, alimentados por energía eólica no contaminante y para crear fuentes de trabajo locales. Pat Spears tiene el mismo enfoque: “Las tribus también pueden hacer uso de auditorías de energía, proyectos de acondicionamiento contra las inclemencias del tiempo y materiales naturales del lugar, como fardos de paja y adobe, para generar trabajo en el ámbito local, ahorrar energía y dinero y mejorar la calidad de vida”. Prevé proyectos como “instalaciones de sistemas solares o eólicos en escuelas tribales que enfrentan mayores costos de energía y en residencias tribales ubicadas demasiado lejos de las redes locales de energía como para poder afrontar los altos costos de interconexión además de las facturas mensuales de energía eléctrica”. En las condiciones actuales, los hogares de las reservas tienen 10 veces menos probabilidades de contar con electricidad que otros hogares estadounidenses. Una planta de energía que sea propiedad de una reserva y que se alimente con energía eólica no contaminante significaría un rotundo cambio en este dato estadístico. En el proceso, podría dar un impulso económico a las comunidades aisladas y ayudar al medioambiente mundial, y todo ello a partir de una iniciativa de nativos estadounidenses. Megan Gray es directora de comunicaciones de Cultural Survival.