Cultos populares, religiosidad, magia y muerte

Cultos populares, religiosidad, magia y muerte Gloria Inés Peláez Q. Hace 20 años, cuando emprendía mi trabajo de grado como antropóloga, acerca de lo...
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Cultos populares, religiosidad, magia y muerte Gloria Inés Peláez Q. Hace 20 años, cuando emprendía mi trabajo de grado como antropóloga, acerca de los santos populares del cementerio Central de Bogotá, me animaba el deseo de mostrar que así como los etnógrafos iban a las comunidades negras o a las indígenas para describir y analizar sus culturas, así podían investigarse nuestras prácticas religiosas populares urbanas. Me decía entonces, y lo escribía en la introducción del trabajo, que la indiferencia del investigador o el sensacionalismo del periodista ante las prácticas de religiosidad popular, escondían un razonamiento etnocéntrico, unos al pretender encontrar en ese otro cultural lo extraño, lo exótico, ignorando nuestra propia cultura, y en el caso del despliegue periodístico, al explicar estas prácticas como fetichistas, supersticiosas e irracionales. Lo que encontré en la investigación sobre estos santos populares del cementerio Central de Bogotá es que la particular manera de abordar y enfrentar lo sagrado es nutrida a partir del utillaje cultural que poseen los creyentes, dado que los cultos populares nos hablan de la historia, de las condiciones socioeconómicas de sus practicantes, de los perfiles emocionales, incluso expresan la política y nos dibujan relaciones de poder. De esta manera, la ciudad y la sociedad en su conjunto pueden verse inscritas en las representaciones y prácticas en el cementerio no sólo como contexto, sino que también lo están como texto, porque el universo religioso está presente; como lo están la política, el trabajo, las relaciones familiares y el mundo inmediato de sus visitantes. El seguimiento durante años de estos cultos en el cementerio me ha mostrado cómo se han resignificado los ritos y cómo permanecen las creencias. Cultos populares, religiosidad, magia y muerte Gloria Inés Peláez Q.

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El espacio simbólico Pocos lugares poseen tanto valor simbólico en la ciudad como el cementerio Central de Bogotá. Como espacio numinoso es asumido por los creyentes con la ambivalencia que caracteriza lo numinoso: de un lado es impuro y aterra, y de otro, es poderoso y fascina. Habitualmente considerado un espacio reservado a prácticas religiosas, es también un centro de creación mítica, dando lugar a un imaginario propio de los sectores sociales que lo visitan y lo apropian con sus ritos y celebraciones. Fundamentalmente lo que le permite al cementerio Central convertirse en un lugar por excelencia en “numinoso” es que es el recinto donde se encuentra la muerte. De la muerte sólo tenemos certeza por la existencia de seres muertos, difuntos que en la concepción religiosa perviven como ánimas. El cementerio es el lugar terreno donde habitan las ánimas; allí se concentra el poder y el misterio que afrontan los seres de ultratumba. Hacer uso de este poder y beneficiarse de él es la base que anima el pensamiento mágico que da lugar a algunos ritos en este lugar. El poder de los espíritus y el mundo sobrenatural es alcanzado y manipulado por este medio; el poder que emana de los muertos es usado en beneficio del celebrante. Los objetos que se llevan como ofrendas, tales como las flores, son intercambiadas por las que han llevado otros devotos pues éstas adquieren un poder que permite alejar los ladrones de las casas, si se colocan sobre las puertas, o llamar la suerte si se portan en los monederos. Pero también pueden ser peligrosos los objetos que están en contacto con los muertos o las tumbas, y por esto se usan para prácticas maléficas; de aquí que la tierra, los huesos o restos de ataúdes se usen para estos fines. El principio que anima tales prácticas fue descrito por un antropólogo como magia contaminante. Frazer señaló que todo lo que hace el practicante de la magia con un objeto material considerado poderoso, afectará a la persona elegida, contaminándola con el poder del objeto. Sin embargo, no todos los visitantes del cementerio van a realizar algún tipo de ritual. Muchos lo visitan para encontrar un momento de sosiego y reflexionar sobre los problemas de sus vidas. Se pasean entre las tumbas, leen los epitafios, hablan con los muertos, encuentran amigos ocasionales o lloran ante cualquier tumba desconocida. El cementerio se convierte así en un lugar de reposo y desahogo emocional para los vivos.

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Un encuentro con las ánimas Cada 1 de noviembre, día de las ánimas, la celebración se toma las naves del cementerio y una fiesta se vive en su interior. Se magnifica una práctica que es usual cada lunes pero que para el día de los muertos, adquiere un carácter más general y llamativo. Es el encuentro de dos mundos, el de los vivos y el de los muertos, donde se da un intercambio de servicios. Los vivos llevan ofrendas, oraciones y consuelo a los muertos, y ellos responderán desde el otro mundo prestando sus buenos oficios para solucionar los problemas que los vivos les cuenten. Es también momento de reafirmar lealtades e identidades. Los sindicatos organizan la visita a los mausoleos de sus afiliados, las familias van donde sus parientes. Tales prácticas se apoyan en la creencia de las ánimas, la existencia como ánima después de la muerte. Es común ver en el cementerio Central la búsqueda de tumbas que se vean olvidadas para detenerse y rezar por el descanso del alma que mora en ella. Se cree que estando tan abandonada nadie reza por ella, y por tal razón pena más tiempo en el purgatorio; prestarle el servicio de la oración, la hace más milagrosa pues está doblemente agradecida por las oraciones que la redimen del purgatorio. Así pues, el ánima sola o más desamparada es más milagrosa. La magia en el cementerio Las prácticas mágicas se observan también en el cementerio del Sur de Bogotá; allí existe una pared completa donde los creyentes queman las espermas, que para estos rituales deben ser de cebo. Queman en las espermas monedas amarradas a alambres para procurarse suerte y dinero. Esta práctica es permitida por la administración del cementerio, y tiene un espacio para colocar placas de agradecimiento por los favores recibidos. Pero a diferencia del cementerio Central, el cementerio del Sur no ha dado lugar a personajes milagrosos debido quizás a que le falta el prestigio de una zona histórica, como sí la posee el cementerio Central. En la zona histórica del cementerio Central se encuentran los mausoleos de reconocidos personajes de la vida nacional: ex presidentes, caudillos, poetas, que permiten una relación de continuidad entre el pasado y el presente, entre los vivos y los muertos, un lugar donde los creyentes con sus prácticas resignifican la vida diaria y luchan contra la rutinización y banalización de la muerte. Los cultos a los santos populares en el cementerio Central surgen en un área considerada “museo nacional”, lo cual los relaciona con la memoria colecCultos populares, religiosidad, magia y muerte Gloria Inés Peláez Q.

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tiva y con los imaginarios sobre el pasado, el presente y el futuro. Ubicados en un lugar de memoria, permiten que el cementerio, lejos de ser un no lugar, como lo define Marc Augé, sea primordialmente un lugar identitario y de pertenencia, a pesar de que sus fieles no posean allí la tumba de un ser querido o un mausoleo, sino que lo visiten ocasionalmente sin otro compromiso como el que establecen con las ánimas. La comunicación con las ánimas está moldeada por el ritual, pero existe cierto margen en el que los creyentes crean sus propias celebraciones y animan a otros para que los imiten, dándose momentáneos espacios de improvisación que, con el tiempo, pueden perdurar o no dentro de los rituales en el cementerio. Por lo regular son las mujeres quienes propician la devoción a determinadas tumbas e indican en voz alta a quienes se les acercan, cómo cumplir las reglas del ritual. Son mujeres las que inducen al culto a las ánimas y aconsejan a otras visitarlas para solucionar sus problemas. Sin embargo, la transmisión del conocimiento de algunos ritos se da de manera soterrada, y pocas son las personas que hablan abiertamente con desconocidos sobre ellos; por lo regular debe mediar una amistad o parentesco para que se den indicaciones de cómo hacer uso del poder de los muertos. Otros conocimientos se transmiten libremente, siempre y cuando no sirvan para hacerle daño a nadie. Los santos populares En este contexto de religiosidad y magia surgen los santos populares, y es preciso para entenderlo que debamos remontarnos a la historia. El descubrimiento de personajes milagrosos en el cementerio Central tuvo lugar en la década de los cincuenta, en el período conocido como La Violencia en Colombia. En un sector del cementerio, que era fosa común y lugar donde inhumaban los muertos anónimos, donde llevaron en volquetas a los muertos que recogieron de las calles el 9 de abril de 1948, un hombre atraído por una cruz sencilla se acercó a rezar. Adquirió la costumbre de acercarse a esa tumba a rezar. Según contó a quienes le preguntaron por qué le llevaba flores caras, el hombre respondió que había encontrado un ánima milagrosa y le estaba pagando el favor. Una descripción de este primer devoto lo muestra como un hombre sencillo, apenas distinguible por su ruana, lo cual hace presumir que era de extracción campesina. Aquella fosa, preferida entre las demás, fue aglutinando personas, y la creencia de que en efecto hacía milagros, conformó una incipiente feligresía que también aseguró haber recibido favores. Cuatro años después apareció una 414

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mujer que dijo ser la hija de la milagrosa, a quien le dio el nombre de Salomé, viuda de Parra. Poco tiempo después otra mujer, alguien que fue descrita como la dueña de un prostíbulo, aseguró ser también familiar de la milagrosa y tuvo una pelea con quien se decía ser hija de la muerta. Al fin llegaron a un acuerdo y se retiró para dejar a la familia Parra en posesión del culto. Dicen que los que aseguraron ser familiares de la milagrosa comenzaron a vender la foto de la santa, impresa en borrosos papelitos, así como su oración, y se pusieron al frente de los devotos recogiendo sus limosnas. Cuando tuvo una feligresía considerable, el hombre que descubrió a la milagrosa pagó con su dinero un lote en la nave central del cementerio, en el sector de los ex presidentes y allí fueron trasladados los restos. En un mausoleo parecido a una capillita romana, con un metro cuadrado de base por dos y medio de altura tenía una alcancía que recogía las dádivas de los devotos cuando su nieta no se encontraba presente, pues vendía espermas a la entrada del cementerio, y estaba cubierto totalmente por placas de mármol de agradecimiento. La presencia de Salomé en la nave central y su corte de devotos acrecentó la idea de descubrir otros milagrosos y “cundió la fiebre” por rezarles a otras ánimas solas y desamparadas con el afán de pedir más favores. Así aparecieron otras milagrosas que tuvieron corta vida de milagros y fueron olvidadas, otras no, y conformaron con el tiempo un grupo de milagrosos, ubicados todos cerca de Salomé. Así surgieron Mercedes e Inés, dos hermanas contiguas a la tumba de Salomé, como lo estuvieron e hicieron parte de este grupo Leo S. Kopp, José Raquel Mercado y Rojas Pinilla. Durante mucho tiempo los fieles de Salomé tuvieron la oportunidad de saber por boca de su hija quién fue Salomé y averiguar las razones de su santidad; sin embargo, las versiones que se tienen sobre la vida y la muerte de la milagrosa son diferentes entre sí y no concuerdan con la versión de los que se dijeron eran sus familiares, porque la identidad de la santa fue construida por sus devotos. Todas las situaciones que los creyentes atribuyen a Salomé tienen que ver con el trabajo, la familia y sus penosas condiciones de vida, encontrándose crueles referencias a la violencia que padeció en estos órdenes. Sus fieles elaboraron su vida dejando a un lado la versión simple y elemental de sus familiares, que contaban de ella que era una mujer muy buena que murió de una enfermedad de los riñones. Para sus devotos en cambio, el sufrimiento, la violencia y la miseria hacen de Salomé una víctima, encontrándose estas características en todas las versiones que tienen sobre ella. Cada relato que se dice de Salomé es parte de la vida de sus devotos, quienes han proyectado su realidad social y los conflictos que les

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son inherentes. Pero no es sólo percibida como víctima, es también rebelde al presentarse como prostituta; siendo ésta una de las versiones más generalizadas, no es extraño que una parte de sus devotas practican este oficio y consideran a la milagrosa como su protectora. Pero así como Salomé es víctima de un orden de cosas, así también lo fueron los otros personajes: Rojas Pinilla, Mercado, Leo Kopp, que se elevaron a la categoría de milagrosos. Todos los personajes han padecido el ejercicio de una institución, fueron víctimas de una violencia exterior que los convirtió en mártires. La violencia que los agredió provino de un orden existente, el cual ellos trataron de impugnar, los personajes de vida pública por medios institucionales y Salomé como prostituta, atentando contra la moral tradicional. Se puede afirmar de manera general que los milagrosos estuvieron fuera de la norma y en esta medida fueron impugnadores de un orden de cosas. Considerando que en otros cementerios se presentan casos de milagrosos que en vida fueron antisociales o guerrilleros, podemos analizar que la existencia del arquetipo del héroe trágico descrito por Mircea Eliade está implícito en la configuración de estos santos. Así también se convierten en héroes sus devotos, quienes elevan a tal categoría a estos personajes, identificándose con su actividad impugnadora; de hecho, los fieles hacen caso omiso de las formas religiosas institucionales desconociendo toda representación institucional (sacerdotes) y creando sus propios cultos. Pocos creyentes se preguntan las razones por las cuales el personaje milagroso posee tal cualidad. Basta para ellos con que la experiencia de los otros lo confirme o que alguien diga que el ánima del personaje hace milagros, para que sin otro cuestionamiento lo acepten como verdad. El porqué un personaje hace milagros, planteado de esta manera, es más un problema del investigador que del creyente. La pregunta lleva a que el devoto aduzca la necesaria ayuda de la fe, sin la cual no existen los milagros; presenta como prueba la fe colectiva y el testimonio de los demás. /DUHVLJQLÀFDFLyQGHORVDJUDGR Con el transcurrir del tiempo los cultos se han resignificado. Otros personajes ocupan un lugar dentro del santoral de milagrosos, y los devotos improvisan nuevos rituales y ofrendas. Hoy han ingresado en el panteón, producto de los inmediatos acontecimientos de nuestra historia, Pizarro León-Gómez (comandante reinsertado del Movimiento M-19), Jaime 416

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Pardo Leal (dirigente de la extinguida UP) y Álvaro Gómez Hurtado (dirigente del Partido Conservador). A pesar de provenir de diferentes vertientes de la política, todos ellos en vida impugnaron un orden de cosas y fueron víctimas del mismo orden al que se opusieron. Considerados héroes y mártires, son intermediarios ante Dios para la resolución de favores; a cambio reciben oraciones y flores. Sin embargo, no todos los que se acercan a rezar ante sus tumbas tienen presentes los acontecimientos reales de sus vidas. Otras razones dan cuenta de su carácter milagroso, entre otras, la atribución de una extrema “maldad”, ya que se cree que estas ánimas necesitan más que otras de las oraciones y la atención de los vivos para salir del purgatorio. Sobre sus lápidas, los epígrafes resumen los ideales que sin duda los llevaron a la muerte; los visitantes los leen y depositan su ofrenda, y no dejan de golpear la losa antes de marcharse. Algunos creyentes no entienden su significado y desconocen la actividad pública de algunos. No importa, no atienden las razones de la política. Si otros les llevan flores y les rezan es que hacen milagros; lo confirman las placas de agradecimiento que adornan las tumbas. La lápida sencilla de Álvaro Gómez sin epígrafe ni leyenda que rescate su memoria, es marcada con los débiles trazos de un lápiz de un creyente que necesita la figuración de su líder y contar a otros lo que éste ha hecho, renovando de esta forma su adhesión. Alguien, incluso, para ser reconocido por el difunto, escribió su propio número de cédula, recordando tal vez la práctica electorera de entregar las cédulas en las elecciones. Después del luctuoso año de 1990, cuando murieron gran parte de los personajes hoy también milagrosos en el cementerio Central, las paredes de los pabellones se han llenado de consignas. Escritas en los muros cercanos a las tumbas introducen en el cementerio un discurso que, en términos políticos, destaca el valor de la lucha de estos impugnadores del statu quo y reconoce su carácter de héroes. Un discurso que manifiesta a través de la consigna política lo mismo que expresa el devoto cuando le rinde culto: ambos elevan a la condición de milagroso e inmortal a un impugnador de la norma que muere víctima de su obra impugnadora. Tanto el devoto como el activista político le aseguran su lealtad y su reconocimiento. Lo femenino en la simbólica La presencia de lo femenino en la simbólica del cementerio Central comienza desde la entrada misma del cementerio. Usualmente son mujeres las que se encuentran en sus puertas vendiendo objetos propios del culto;

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ellas son quienes informan a los devotos que llegan por primera vez qué es lo usual que deben llevar como ofrendas, oraciones y rituales. Luego, una estatua recibe a los visitantes, es el “Señor de la Salud”, que representa a Jesús muerto en brazos de María. Es la madre, la muerte que recibe en su seno a aquellos que ingresan para siempre en su última morada. La madre, la muerte siempre está al comienzo y final de la vida, como promesa de resurrección o del comienzo de una nueva vida. Cuando se dio el inicio de la creación de santos, los devotos que querían pagar a un ánima por algún favor recibido, encargaban a los marmoleros colocar las lápidas, y éstos asignaban inmediatamente nombres de mujer a los muertos anónimos. Por otra parte, Salomé representa en todas las versiones que se tienen de ella, las condiciones de la mujer relacionada con la familia: es madre, esposa, hija y prostituta. Son mujeres quienes de manera espontánea se encargan de lustrar algunas estatuas y de llevar arroz para alimentar las palomas, así como regar las flores. Son además quienes propagan el culto y dan indicaciones. La presencia de la mujer y las condiciones de lo femenino se encuentran implícitas en los cultos, las creencias y la simbólica del cementerio. Bibliografía Augé, Marc. 1994. Los no lugares, Barcelona: Gedisa. Calvo, Óscar Iván. 1998. El cementerio central: Bogotá, la vida urbana y la muerte, Bogotá: Tercer Mundo Editores, Observatorio de cultura urbana. Caseneuve, Jean. 1971. Sociología del rito, Buenos Aires: Amorrortu. Devereux, Georges. 1973. Ensayos de etnosiquiatría general, Barcelona: Barral. Eliade, Mircea. 1961. El mito del eterno retorno, Buenos Aires: Alianza Emece. Frazer, James G. 1993. La rama dorada; magia y religión, México: Fondo de Cultura Económica. Lombarda, Satriani. 1975. Antropología cultural; análisis de la cultura subalterna. Buenos Aires: Galerna. Peláez, Gloria Inés. 1982. Religiosidad popular; estudio sobre los santos del Cementerio Central, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Monografía de grado. . “Magia, religión y mito en el Cementerio Central de Santafé de Bogotá”. En: Pobladores urbanos, Bogotá: Tercer Mundo Editores, ICAN. Rank, Otto. 1981. El mito del nacimiento del héroe, Buenos Aires: Paidós.

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