CUENTO DE NAVIDAD. 1 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras. (Basado en hechos reales)

CUENTO DE NAVIDAD. (Basado en hechos reales) Era el último día del otoño y el primero de las vacaciones escolares de invierno, hacía mucho frio y ten...
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CUENTO DE NAVIDAD. (Basado en hechos reales)

Era el último día del otoño y el primero de las vacaciones escolares de invierno, hacía mucho frio y tenía pinta de nevar. Eran poco más de las ocho y media de la mañana, Teresita se levantó de la cama y en camisón se dirigió al cuarto de baño para lavarse la cara y las manos en la palangana, con agua y jabón, después de dar los buenos días a su madre con un suave beso en la mejilla que fue correspondido con otro, aún más fuerte y sonoro. No necesitaba acicalarse pues sólo tenía doce años; se pasó el peine por su larga melena de color castaño y después se atusó los cabellos con los dedos. En la cocina la madre ya tenía preparado un cazo con leche caliente del que apartó la nata de la superficie, poniéndola sobre una rebanada de pan y echándole por encima un poco de azúcar. Teresita desayunó con apetito. Había pasado parte de la noche pensando sobre lo ocurrido el pasado domingo frente a la Confitería Izquierdo. La escena de su hermanito Luis, con la nariz pegada al cristal del escaparate, mirando con avidez las cajas que contenían las apetitosas anguilas hechas en mazapán, decoradas con bolitas de dulce y frutas escarchadas, permanecía fresca en su mente. Toda una tentación, para los sentidos de un niño de ocho años. Teresita, una vez vestida, fue a preguntar a su madre si tenía alguna tarea para mandarle. La madre, que ya estaba en la cocina poniendo un puchero en la lumbre para cocer medio repollo, le dijo que tendría que acercarse a la carnecería para comprar el apaño para el cocido; para lo cual le dio unas pocas pesetas que la niña guardó en un monederito y que a su vez metió en un bolsillo del vestido, con cuadros escoceses, que tanto le gustaba y favorecía. Los garbanzos estaban en remojo desde la noche anterior. Anduvo la calle Jacinto Benavente hacia adelante, atravesó la de Ramón y Cajal; caminó con presteza por el paseo arbolado junto al parque de los Escolapios y luego por la calle del Padre Felipe Estévez; pasada la Iglesia del colegio, la relojería de Salomón, la taberna de Lino, la tienda de Tomás Sacristán el de los periódicos y la peluquería de Ignacio Abril, se plantó en la calle Madrid frente a la tienda de la Elvira. Caminó unos pasos deteniéndose un minuto en el escaparate de Izquierdo, pensando en si ella podría comprar a su hermano una anguila de mazapán con los ahorros que tenía. La fugaz idea fue desestimada de inmediato, pues mentalmente advirtió que la calderilla guardada en su hucha apenas llegaría a las siete pesetas y se dirigió a la carnecería “La Bejarana”. Entró, pidió la vez y esperó su turno sentadita en uno de los bancos de madera que había en el interior, donde también hacía frio. Teresita miraba observando a las señoras que estaban comprando. Entre ellas le llamó la atención una que estaba conversando con el carnicero solicitándole el género. Era de porte elegante, bien peinada y maquillada; vestía un precioso abrigo largo, con los puños y el cuello de piel, en paño color beige a juego con unos guantes de cuero. La señora de porte elegante terminó su compra, pagó y se puso a charlar amistosamente con otra señora en el interior de la carnecería.

1 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.

CARNECERÍA “LA BEJARANA” (Las fotografías que aparecen en este artículo han sido cedidas gentilmente por: Paloma García Butragueño y Manuel Fernández Serrano)

2 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.

Mientras tanto Teresita, llegado su turno, pidió el encargo que su madre le había hecho. Como un lorito repitió: cuarto y mitad de carne de falda, un trozo de tocino fresco, otro trozo de tocino rancio, un hueso de caña y otro de rodilla. Mientras el carnicero estaba preparando el género la niña, curiosa, le preguntó: -Oiga señor, ¿dónde están los corderitos que ayer por la tarde paseaban tranquilitos aquí por dentro de la tienda? Bernardino, bondadoso y atento como el era, le respondió: -Pues mira niña, los tengo adentro en el patio, porque aquí ahora mismo se asustarían y también molestarían a las clientas. Luego cuando cierre los volveré a traer.

Teresita pidió la cuenta, pagó con las pesetas que llevaba, de las que sobró algo de calderilla, metió los paquetitos en el capacho de trozos de cuero trapezoidales y salió presurosa de la tienda con la idea de volver a la tarde, pera ver otra vez los corderos. Apenas unos pasos por delante de la niña había salido la elegante señora con su compra, quien andaba lentamente para conseguir ponerse los guantes, que acababa de sacar del bolso que llevaba en su brazo. De repente algo cayó al suelo. La señora seguía adelante caminando, ya con soltura. Teresita vio en la acera lo que había caído del bolso. Se agachó y lo cogió. Se trataba de una cartera-monedero en cuero marrón claro, de tacto muy suave y algo abultada. La señora continuaba con su paso firme por la acera de la calle Madrid, a la altura de la pastelería Izquierdo. Un destello de claridad pasó por la cabeza de la niña. Teresita no se lo pensó dos veces y echó a correr. En unas pocas zancadas se plantó delante de la señora elegante, que se sobresaltó al ver, de repente, a la niña ante ella. -¿Qué te pasa niña? -Señora, señora. Se la ha caído esto.

3 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.

La buena mujer no salía de su asombro, al ver que frente a ella la niña alzaba su mano derecha, agitando con insistencia una cartera de cuero. -Pero niña ¿De dónde has sacado tu esa cartera? Yo creo que es la mía. -Es que se le acaba de caer señora. Se le ha caído del bolso. -¡Ay por favor! No me digas que tú lo has visto ¿Y cómo ha sido? -Pues sí señora. Mire yo he salido después de usted de la carnecería y he visto como se paraba en la acera para ponerse los guantes, y entonces no se ha dado cuenta de que se le caía la cartera al suelo. -Pero ¿tú sabes lo que es esto? -Pues sí que lo sé señora. Es una cartera donde se guardan las fotos y el dinero. -¿Y sabiendo eso no te ha dado por mirar lo que hay en ella? -Pues no señora. Yo sólo sé que es suya y por eso se la devuelvo. -¡Ay hija! Muchas gracias. No sabes cómo te lo agradezco ¿Cómo te llamas? -María Teresa, como mi abuela. -Qué nombre tan bonito ¿Y dónde vives Teresita? -En la calle Jacinto Benavente ¿Y usted dónde vive? -Yo vivo en el cuartel de artillería. -Pero señora, si en el cuartel sólo viven los soldados. -Es que mi marido es soldado. Lo que pasa es que él es el comandante del cuartel. -Ah, ahora lo entiendo: él es el que manda en todos los soldados. -Algo así querida niña. Pero ven, vamos a la pastelería que te voy a comprar algo. -No señora no es necesario. -Pero es que yo estoy en deuda contigo y en prueba de mi agradecimiento, por haber sido generosa, quiero regalarte algo que te guste, para estos días de Navidad. Cogiendo a la niña de la mano, dieron unos pasos hacia atrás y entraron las dos en la pastelería. Amalio el confitero saludó atentamente a la señora, pues la conocía. -¿Qué desea la señora? Preguntó el pastelero. -Pues mire Don Amalio quiero algo para esta simpática niña, ella se llama Teresita y me acaba de dar una gran alegría, demostrándome que en este mundo hay buena gente. -¿Y qué es lo que le gusta a la señorita Teresa? Dijo el pastelero. -A mí me gusta todo; pero mi hermanito Luis el otro día se quedó embobado mirando las anguilas de mazapán que hay en las cajitas del escaparate. -No se hable más Don Amalio. Ponga una de esas cajitas con anguila a la pequeña. -Muchísimas gracias señora, pero es que deben ser muy caras. -Lo que son, es que están muy ricas y tú te mereces eso y mucho más. El afamado confitero Amalio Martínez envolvió con delicadeza la cajita con un papel decorado con motivos navideños, le puso un lacito dorado y atentamente se la entregó a su clienta, que a su vez se la cedió a la niña, poniéndosela en la mano. -Toma cariño, esto es para ti y para tu hermanito Luis. -Muchas gracias señora. ¡Que Dios se lo pague! -Dios ya me lo ha pagado, por haberme permitido conocerte a ti. Juntas salieron de la confitería y se despidieron cariñosamente con unos besos.

4 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.

-Prométeme que vendrás a verme a mi casa. Ven una tarde con tu mamá y os invitaré a merendar. Id a la entrada del cuartel, al puesto de guardia, y preguntad por la casa del comandante. Ellos os indicarán. Lo pasaremos bien. Te enseñaré el Nacimiento. -Muchas gracias otra vez, señora. Le prometo que iremos a visitarla. Se fueron por caminos diferentes: la señora por la calle Madrid adelante y la niña por el mismo camino por el que había venido. Teresita apresuraba el paso, no podía correr pues en una mano llevaba el capacho con la compra y en la otra el paquetito que contenía la cajita con la anguila de mazapán. Iba contenta, feliz y nerviosa, deseando llegar cuanto antes a su casa para contarle a su mamá todo lo sucedido ¡Qué emoción! -Mamá, mamá ¡Mira lo que traigo!

Su madre salió a recibirla hasta la puerta, secándose las manos con el delantal. Agitada y balbuceando Teresita explicó a su madre con detalle, todo lo ocurrido en el transcurso de aquella fría mañana; desde que llegó a la carnecería hasta las últimas palabras que la mujer del comandante de artillería le había dicho en su despedida. Vicenta, que así se llamaba su madre, la escuchaba atónita sin apenas dar crédito a lo que su hija le estaba contando. Mas como sabía que la niña no acostumbraba a mentir, terminó por creer a pies juntillas toda la historia que acababa de oír de labios de su niña. Madre e hija estuvieron charlando durante buen rato. La niña volvió a contar a su madre toda la historia de principio a fin. Las dos rieron con los detalles de la odisea, se abrazaron y se besaron con cariño. A Vicenta se le saltaron las lágrimas y no tuvo por menos que recordar que dos semanas atrás su hija le había regalado una lámina dibujada por ella, con la Inmaculada Concepción en colores y unos versos de José María Pemán, con motivo del día de la Madre. El pequeño Luisito que casualmente había estado escuchando parte de la conversación se mostraba totalmente feliz, con una sonrisa que le ocupaba todo el rostro, pues estaba viendo cumplido uno de sus más dulces sueños.

5 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.

Pasó la mañana. A mediodía el cocido estaba en su punto. Sentados a la mesa Vicenta, Teresita y Luisito tomaron la sustanciosa sopa con fideos y después los garbanzos con un poco de patata y algo de carne. De postre unas mandarinas. Alrededor de las cinco y media de la tarde llegó a casa el padre de familia. Alberto, que así se llamaba, era mecánico montador y trabajaba en Construcciones Aeronáuticas. Su turno era desde las ocho de la mañana hasta las cinco y poco de la tarde, con tres cuartos de hora para comer. La comida la llevaba en una tartera de aluminio que ponía a calentar en unas grandes estufas, que para tal efecto había en la fábrica, junto a los comedores. Bajaba y subía de trabajar en una cochambrosa bicicleta del año catapún-chin-chin, casi sin frenos, con un pedal desajustado, pero con timbre. En presencia de Teresita, Vicenta contó a su marido el episodio matinal tan singular, que le había ocurrido a su hija. La niña a veces intervenía para puntualizar algún detalle a la madre, mientras el padre escuchaba con gran curiosidad. Acabado el relato estrechó entre sus brazos a la niña y la besó diciéndole: “Muy bien hija mía, has hecho lo que debías y estoy muy orgulloso de ti” “El mazapán lo tomaremos de postre después de cenar, en la noche de Nochebuena. ¿Qué os parece?”. Todos asintieron. Incluso el pequeño Luis, que estaba en el cuarto de estar leyendo un TBO, estuvo de acuerdo. “¡Ah! y pasados estos días os acercáis las dos a casa de la señora para darle las gracias” Apuntó Alberto para concluir el diálogo. Esa noche, todos durmieron satisfechos. El matrimonio, en la intimidad, se congratuló de las virtudes de sus hijos y no era para menos, ya que aquello representaba para ambos un auténtico premio. Un domingo por la tarde, ya pasada la Nochebuena, madre e hija se personaron ante la garita del cuerpo de guardia del cuartel de artillería y preguntaron por la casa del comandante. El suboficial de guardia les acompañó hasta la puerta. La vivienda pertenecía al mismo edificio del cuartel, situada en el ala derecha del mismo y con unos jardines en la parte de delante, que se extendían por toda la fachada de la gran edificación militar. La señora les recibió con gran sorpresa y alegría, hasta se emocionó al ver a Teresita. Subieron al primer piso, que era donde realmente estaba la vivienda y en unos instantes se encontraron acomodadas en el salón. El comandante estaba en el cuartel. La señora preparó café con leche y lo sirvió en la mesa acompañado por una bandeja de pastas. La conversación discurrió por los amables cauces del tiempo en que estaban. Hablaron del frío, de los colegios de los niños, de la Navidad y de lo bonita que estaría la Plaza Mayor de Madrid. Luego de tomar la merienda, la señora pasó a mostrarles un precioso Nacimiento que había montado en la salita de estar, donde se encontraban sus dos hijos jugando con unos cochecitos de miniatura. Los niños tenían ocho y diez años e iban al colegio de las Madres Ursulinas, al igual que Teresita y su hermano Luis, que coincidía en el aula con el menor de ellos. El tema de los belenes brotó al momento, coincidiendo ambas madres en lo bonito que era el que habían montado las monjas en el colegio, superado solamente por el que Eulogio Sanz montaba todos los años en la calle Chica, justo a la trasera de la tienda de El Cerro de los Ángeles, regentada por su madre la señora Esperanza.

6 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.

Y así de esta manera, transcurrió la tarde de domingo para aquellas dos personas que casualmente se conocieron una fría mañana de otoño, en vísperas de la Navidad. Acabada la velada, tras las correspondientes frases de agradecimiento recíproco y el comentario de lo rica que estuvo la anguila, se abrazaron, se besaron y cordialmente se despidieron con los mejores deseos para el nuevo año que se aproximaba. -¡FELIZ AÑO NUEVO TERESITA! -¡FELIZ AÑO NUEVO SEÑORA!

FIN NOTA. Para la mejor redacción del cuento, he cambiado premeditadamente situaciones, tiempos y personajes, modificados y puestos en la obra con diálogos fantaseados. En Getafe, diciembre del 2015. Lamberto Sanz Esteras.

Dedicatoria: A mi padre (in memoriam) que fue quien encontró el anillo, sabiendo de su extravío por un pregón de “la Chevela”, y que puesto al habla con la misma supo de sus dueños, a quienes fue a entregárselo personalmente en su domicilio. (Y yo estuve allí).

Muchos años más tarde vimos a Ángel Martínez, nieto de Amalio Martínez Izquierdo, con sus empleadas a la puerta de la confitería, mostrando feliz una tarta de doce pisos. En el reformado escaparate pudimos ver una de las preciosas esculturas de azúcar, emblemáticas de la casa, que en este caso representaba el carro triunfal sobre el que, en fiestas, se expone a los habitantes de Getafe la imagen de Ntra. Sra. de los Ángeles.

7 Digamos que hablo de Getafe, por Lamberto Sanz Esteras.