CONGRESO DE FOTOPERIODISMO: el poder de la imagen y la imagen del poder

1 CONGRESO DE FOTOPERIODISMO: el poder de la imagen y la imagen del poder. Es un honor para mí hablar ante este I Congreso Internacional de Fotoperio...
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CONGRESO DE FOTOPERIODISMO: el poder de la imagen y la imagen del poder. Es un honor para mí hablar ante este I Congreso Internacional de Fotoperiodismo que tiene como tema central el de “ética y memoria”. En tanto no paso de tomar fotografías para el álbum familiar, se que quienes generosamente me invitaron a dirigirles la palabra lo hicieron más bien en mi calidad de antropólogo y exmiembro de la Comisión de la Verdad y Reconciliación que funcionó en el Perú entre agosto de 2001 y agosto de 2003. Hablaré de imágenes, del poder de la imagen y la imagen del poder en el Perú de las décadas de 1980 y 1990, años en los que el poder de las imágenes transmitidas a través de los medios se acrecienta, hasta el punto que algunos caracterizan al gobierno de Alberto Fujimori después del golpe de estado de abril de 1992 como una “dictadura mediática”, cuyo auge y caída se asocian estrechamente con imágenes que causaron gran impacto en la opinión pública. Sobre todo la caída. Hablo de los vladivideos. Para los peruanos son harto conocidos, pero estoy seguro que los participantes extranjeros están también familiarizados con ellos. Luego de unas elecciones escandalosamente fraudulentas en abril y junio de 2000; luego de las subsiguientes protestas populares que culminaron en la denominada Marcha de los 4 Suyos y su accidentada juramentación como presidente el 28 de julio de ese año, Fujimori parecía haber capeado lo peor del temporal y el Perú se preparaba para un tercer período, más autoritario y represivo. Las fuerzas democráticas apostaban, en el mejor de los casos, por un escenario dominicano1, que implicaba un recorte de mandato y una nueva elección presidencial antes del 2005. Sin embargo, cuando todo parecía consumado, el 14 de setiembre del 2000, la transmisión de un video en el cual el congresista electo Alberto Kouri recibía US$ 15,000 de manos de Vladimiro Montesinos en el local del SIN precipitó el colapso del régimen2. Por cierto que ésta no fue la causa única, tal vez ni siquiera la principal. Sin embargo, la dinámica que puso en marcha el video contribuyó a acelerar el derrumbe y, junto a los centenares que salieron a luz en los meses siguientes, incidió significativamente en el rumbo que el gobierno de transición tomó a partir de noviembre. Conforme los vladivideos se iban haciendo públicos, descubrimos de pronto la insoportable levedad de nuestro ser. Nosotros, que nos creíamos con los pies bien 1

En 1994, Joaquín Balaguer fue electo por 7ma vez presidente de la República Dominicana en elecciones fuertemente cuestionadas dentro y fuera del país. La OEA promovió un acuerdo entre el nuevo gobierno y la oposición, por el cual Balaguer aceptó la reducción de su mandato y la celebración de elecciones anticipadas monitoreadas por la OEA en 1996. 2 Véase Cronograma del colapso del régimen en el Anexo 4. Sobre los últimos días del fujimorismo véase también Cotler 2000 (capítulo 5).

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en el suelo, nos habíamos ido diluyendo en sombras al tiempo que la realidad se volvía más densa en esa especie de uku pacha3 donde habitaba el antiguo capitán, declarado traidor a la patria en la década de 1970, que se adueñó del país. (Uku pacha, mundo de abajo, es un término quechua con el que se podría designar a la caverna de Platón). (Se descubrió estos días la especial fascinación de Montesinos por el mundo de abajo. Casas con hasta cuatro sótanos y túneles. Lujosísimos sótanos de mármol italiano, piscinas subterráneas, sofisticados sistemas de seguridad. Pero Montesinos no fue un topo consecuente, de esos que permanecen en la clandestinidad hasta el final de la película, fue un topo que añoraba / envidiaba la superficie y sus placeres.) ¨Salvo el poder, todo es ilusión¨, afirmaba Abimael Guzmán, jefe máximo del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, lema que Montesinos con seguridad haría suyo. Conforme el asesor llegaba a manejar más hilos del poder, más y más peruanos se iban convirtiendo en ilusión, disolviéndose en leves sombras sumisas, cómplices o ignorantes. Vimos en diferentes capítulos cómo aquellos que resistían se convertían en blancos de campañas de demolición. Luego de los vladivideos, sería más preciso llamarlas campañas de disolución. También es posible comprender mejor los alcances e implicancias de uno de los momentos estelares del fujimorismo, el mensaje del golpe del 5 de abril de 1992, cuando el entonces presidente lanzó su grito de guerra, que fue a la vez programa, el único que se empeñó en cumplir hasta el último día: “di-sol-ver, disol-ver”4...la legalidad, las instituciones, las memorias. Esta sensación de irrealidad reproduce, invertida como en un espejo, la que generaban los campos de concentración nazis. Cuenta Primo Levi5 que quienes eran llevados a un campo tenían la terrible sensación de entrar en otro mundo, que lo que les sucedía no era real, que no les estaba pasando a ellos; peor aún, que si tuvieran la posibilidad de contarlo, nadie les creería. Tampoco nosotros podíamos creer que lo que veíamos era real. Pero nuestro caso fue inverso. No era Montesinos concentrado en su sótano sino nosotros los que estábamos aislados, fuera del mundo del poder real, con historias difíciles de creer si no existieran los vladivideos. Curiosa paradoja, la realidad virtual de la televisión y la internet convalidaba y sostenía nuestra realidad ¨dura¨. En los vladivideos, la sensación de inversión del mundo y de la realidad abarca hasta el lenguaje y las expresiones corporales. De pronto escuchamos a curas y mujeres, peor aún, a obispos y ministras, utilizando lenguaje de barracas6. En otro momento vemos desfilar delante de la cámara oculta a generales, sumisos como reclutas o pongos de hacienda, corriendo a firmar cartas de sumisión. El mundo al revés. ¿Lo sabíamos? Al final de la II Guerra Mundial, una pregunta semejante se les hacía a los alemanes sobre los campos de concentración. Tal vez no todos. Tal 3

Uku Pacha es un término quechua que significa ¨mundo de abajo¨.. En ese momento Fujimori se refería a la disolución del Parlamento. Sobre su reaparición 9 meses más tarde, convertido en su sombra, véase el capítulo 2. 5 Vezzetti 6 Como el cardenal Juan Luis Cipriani (........) o la ex - ministra Luisa María Cuculiza (........) 4

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vez no del todo. Recordemos el monopolio de la TV de señal abierta, el control de los diarios llamados chicha, la ¨memoria salvadora¨ que el régimen había construido alrededor de la lucha contra el terrorismo. Todo eso desenfocaba las imágenes de la corrupción o les sobreponía otras que atenuaban su impacto. Muchos no quisieron saberlo, o no querían afrontar las consecuencias de su saber. En todo caso, todas nuestras fantasías fueron superadas por la realidad virtual de los videos, que acabó por silenciar incluso las voces que insistieron hasta el final en la inocencia de Montesinos y Fujimori. Era el poder de la imagen. Ya es lugar común decir que una de ellas vale más que mil palabras. Los vladivideos lo confirman, porque el audio era muchas veces inentendible y las transcripciones en la prensa escrita eran tediosas, entrecortadas, llenas de paréntesis. Pero también la imagen del poder se hacía añicos. En un sugerente artículo, Deborah Poole7 constata que el video Kouri – Montesinos no fue la primera evidencia del transfugismo. Más aún, hoy la posibilidad de falsificación de documentos audiovisuales es grande, tanto que fotos y videos comienzan a ser fuertemente cuestionados como pruebas judiciales. Además, a esas alturas el gobierno tenía en apariencia el pellejo lo suficientemente curtido como para soportar y desviar cualquier denuncia. ¿Por qué el video tuvo entonces un efecto tan devastador? Para responder a esta pregunta, Poole propone una lectura antropológica del concepto de Estado. La lectura predominante de la ciencia política lo considera fundamentalmente como un conjunto de instituciones y prácticas administrativas. Pero habría que ver también al Estado como un artefacto cultural cuya legitimidad y modo de dominación depende no sólo de la estabilidad institucional y la racionalidad burocrática, sino también de las creencias y representaciones colectivas que sobre él existen. Según diversos autores8, la formación del Estado es también un proceso cultural con consecuencias manifiestas en el mundo material; y el Estado es un artefacto cultural que se materializa a través de rutinas, rituales, discursos y prácticas. A partir de ellas se consolida una idea del Estado, que sería: “...el conjunto de entendimientos y percepciones que se hace la gente sobre la forma en que opera el Estado y sobre su lugar, tanto en la sociedad como con respecto a ellos mismos”. (Poole 2000:56). Para lo que nos interesa, el Estado así entendido administraría entonces una suerte de ¨economía visual¨, pautando aquello que se puede y aquello que no se puede ver. El estado ¨dicta los términos del conocimiento¨ y regula la visión (Abrams / Poole). a. Sobre el regulamiento de la visión. Desde este punto de vista, hacia el final del gobierno de Alan García en 1990, habríamos asistido no sólo a la crisis del Estado como sistema de instituciones, sino del Estado como idea y como administrador de conocimiento y de imágenes. 7 8

“Videos, corrupción y ocaso del fujimorismo”, en: Ideele n.134, diciembre 2000:55-59. Corrigan y Sayer, Joseph y Nugent, Alonso.

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Esas imágenes, que fueron utilizadas contra el APRA una década más tarde, en la segunda ronda electoral del 2001 – caos, explosiones, muertes, carestía – muestran que hacia 1990 el Estado no sólo no administraba la visión. No administraba (casi) nada. Por consiguiente, a principios de la década pasada, tanto o más que el Estado como sistema de instituciones y prácticas se recompuso también la idea del Estado alrededor de una figura carismática y guerrera: Fujimori. Y se recompuso, asímismo, la capacidad de administrar lo que podía y no podía verse: Guzmán enjaulado y con traje a rayas en setiembre de 1992, luego de su captura; Guzmán en TV rodeado por sus íntimos compañeros de armas pidiendo un acuerdo de paz en 1993, son imágenes que formaron parte de esa recuperación en la que el SIN llegó a jugar un papel clave. Es por eso que el fujimorismo terminó mimetizándose en ciertos aspectos con Sendero Luminoso. Así, a través del chuponeo y las cámaras ocultas, el SIN le puso tecnología audiovisual a los ¨mil ojos y mil oídos¨ a través de los cuales SL “cimentó la idea, si no la realidad, de constituir una fuerza omnipresente y omnisciente” (Poole ibid.). Según Bobbio, ver sin ser visto es uno de los rasgos más perversos del terrorismo...o más terroríficos del Estado, añadiríamos. La propuesta de Poole puede ser enriquecida incorporando otros factores. Sí, el estado dicta los términos del conocimiento y regulariza la visión. Sin embargo, esos dictados: 1) están sujetos a contestación; 2) se configuran en ¨complicidad¨ con la sociedad o, más precisamente, con ciertos sectores sociales; y 3) nunca tienen un éxito total; el Estado, que no es sólo la realidad que se encuentra detrás de la máscara sino la máscara misma (Abrams) no puede evitar que en ciertas circunstancias se llegue a ver su ¨lado obsceno¨ (Zizek). Pienso en las recientes fotos sobre torturas a prisioneros en Abu Ghraib, la siniestra prisión de Bagdad, y el impacto que han tenido, por fin, en la opinión pública norteamericana y, por supuesto, mundial. Por otro lado, que el Estado logre controlar los daños cuando algún aspecto oscuro se filtra y sale a luz, depende de qué es lo que se llega a ver, cuándo se ve y desde qué ubicación. Así, el Estado pudo asimilar el impacto de las imágenes de los cadáveres desenterrados de la masacre de La Cantuta en 1993 porque en esos años el modelo privatizador seducía a los empresarios, la esperanza en que el modelo ¨chorree¨ adormilaba a las clases medias y el asistencialismo inducía a taparse ojos nariz y boca a los más pobres. No fue lo mismo ver las imágenes de los asesinados de La Cantuta, en pleno auge de la popularidad del régimen, que ver el cuerpo torturado de Leonor la Rosa o los restos descuartizados de Mariella Barreto, agentes del SIN, en 1997, cuando la popularidad del régimen comenzaba a declinar y cuando el conflicto armado prácticamente había terminado. Por eso, conforme se fue desgastando la popularidad del régimen y saliendo a luz su corrupción, el control del flujo de información se fue volviendo cada vez más necesario para la supervivencia del régimen. Eso ayuda a entender también la estrategia de compra de los canales de

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señal abierta y la apropiación o creación de la prensa denominada chicha. Porque no era igual atisbar el ¨lado obsceno¨ del régimen desde la esperanza en el despegue económico que desde la desesperanza de la crisis. Tampoco fue lo mismo ver el video Kouri-Montesinos. Para entonces, si bien en agosto del 2000 casi la mitad de encuestados aprobaba la gestión de Fujimori, por primera vez en toda la década los sectores más informados y politizados del país se definían activamente en contra del gobierno. Por otro lado, los protagonistas eran captados por la cámara ¨en flagrante delito¨. Entre los yagua de la amazonía, el saber (ndatará) en relación con el poder (sandahendatará) es aprehendido primero por la visión. Para conocer las cosas primero hay que ´verlas´ en sueños o durante un trance durante a través del cual el chamán yagua logra ingresar al mundo de los espíritus para consultarles sobre el caso que atiende (Calderón 2000)9. El título de un libro de Chaumeil, ¨Ver, saber y poder¨, define concisamente el significado del poder entre los yagua y tal vez contribuya también para comprender el poder de la imagen en una sociedad como la nuestra, que ha pasado en poco tiempo de preletrada a postletrada. La diferencia: no es ya a través de los sueños o del trance que se accede al saber y se conserva o se contesta el poder, sino a través de las ¨fábricas de sueños¨ que son los medios audiovisuales10. Cabe anotar que cuando Foucault asocia saber y poder, se refiere al saber científico desarrollado en el contexto de una sociedad letrada y apela fundamentalmente a la razón. La asociación entre un saber que surge del ver descentra la aproximación logocéntrica y apela a sentimientos, intuiciones, sensaciones, no necesariamente irracionales ni anticientíficas. En esta clave podrían leerse dos acontecimientos centrales de la política peruana del 2000, de signo radicalmente distinto. Uno, el incendio del Banco de la Nación, provocado desde el poder para inocular miedo en la ciudadanía al ser visto, en vivo y en directo el 28 de julio, en plena Marcha de los 4 suyos. El siniestro montaje, apuntalado en los días siguientes por el bombardeo de los medios escritos y audiovisuales contra la Marcha, tuvo relativo éxito. En un país todavía traumado por la violencia, el miedo llevó al repliegue de sectores significativos de la oposición. Pero si esa vez el ver/saber fue utilizado para aferrarse al poder, con el video del 14 de setiembre la relación se invirtió. La ciudadanía vio, y supo, ya sin lugar a dudas, lo que para entonces era un secreto a voces: la corrupción generalizada del régimen, que perdió bruscamente poder. Fue ese tipo de transición, producto del colapso del régimen autoritario y no una transición pactada, la que permitió la existencia de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. En enero del 2000, pronosticar que prondo habría en el Perú una 9

A partir de esta concepción, los yagua perciben la vida cotidiana como una apariencia, detrás de la cual se puede descubrir el verdadero sentido de las cosas (Calderón 2000:250). Esto es en algo semejante a la sensación de irrealidad que producen los vladivideos, comentada al principio de este artículo. 10 Cuando.

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CVR hubiera sonado excéntrico. Por cierto, a ninguna empresa de opinión se le ocurría incluir esa pregunta en sus encuestas. Sin embargo, año y medio después, había una en funciones y con un mandato muy amplio. Si hasta poco antes, a nadie se le hubiera ocurrido la posibilidad de su existencia, era porque en la década de 1990 se había impuesto una cierta narrativa sobre los años de violencia política, lo que Steve Stern hablando del Chile de Pinochet denomina “memoria salvadora”. En el caso peruano, los protagonistas centrales de la gesta pacificadora eran Fujimori y Montesinos. Las FFAA y PP aparecían como actores secundarios y las instituciones civiles y ciudadanos de a pie como meros espectadores pasivos de ese drama en blanco y negro en el cual la encarnación del mal no eran sólo Sendero Luminoso y el MRTA sino todos aquellos que discrepaban con la versión oficial sobre lo ocurrido en esos años, especialmente los organismos de defensa de los DD.HH. Esa memoria salvadora se gestó en el contexto de grave crisis nacional de principios de la década, cuando la mayoría de la opinión pública, deseosa de orden, trocó libertades a cambio de seguridad, apoyando mayoritariamente el golpe de Estado de 1992. En los años siguientes, los principales voceros del régimen propalaron insitentemente un mensaje que, apoyado por importantes líderes de opinión y amplificado por la mayoría de medios de comunicación, se volvió sentido común: las violaciones a los DD.HH. eran el costo necesario que el país había tenido que pagar para acabar con la violencia subversiva. Era mejor voltear la página, mirar hacia delante, no reabrir las heridas. Hacia mediados de la década parecía haberse impuesto el olvido. La ley de Amnistía de 1995 parecía haber sido su consagración. Siempre existieron, sin embargo, narrativas que cuestionaban esa historia oficial. Las más visibles eran las que surgían desde esos organismos defensores de DDHH o el periodismo de oposición. Pero también estaban las memorias silenciadas, arrinconadas en el ámbito local o familiar, por temor y/o por la falta de canales para expresarse en la esfera pública. No es este el momento para reconstruir el complejo tránsito del triunfo del olvido al surgimiento de la CVR, baste decir que el objetivo central de su trabajo fue reconstruir esas historias silenciadas, dejar que las voces arrinconadas en el ámbito familiar irrumpieran en el espacio público, contestar la “historia oficial” construida durante la década previa. Para ello, la CVR desplegó un equipo de profesionales y de voluntarios por todo el país, que recogieron casi 17 mil testimonios; realizó casi 2 mil entrevistas abiertas, de ellas, casí 1000 en cárceles, se entrevistó con líderes políticos y jefes militares. Pero lo que interesa destacar aquí son los componentes de nuestro trabajo que tuvieron que ver con la imagen. Entre ellos destacan más de una docena de Audiencias Públicas, la mayoría de ellas para dar voz a las víctimas de la violencia y transmitidas por el canal del Estado y Canal N de cable. Desgraciadamente, los principales canales de señal abierta estaban todavía en manos de aquellos que fueron comprados por Vladimiro Montesinos y no le dieron mayor cobertura a las audiencias. Sin

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embargo, ellas permitieron que la CVR y su trabajo fueran conocidos por sectores importantes de la ciudadanía. Por otro lado, como parte de sus productos finales, que incluyen nueve tomos y un compendio, la CVR organizó la exposición fotográfica Yuyanapaq (Para recordar) y publicó un libro del mismo nombre, con las fotos de la exposición, que fue declarada unánimemente como la más importante exhibición del año 2003. Organizamos la exhibición, que estuvo a cargo de excelentes profesionales jóvenes y que puede todavía visitarse, porque consideramos que para acceder a la verdad es necesario hacerlo también a través de documentos visuales. Como dije, en cumplimiento de su mandato la CVR recogió miles de testimonios, realizó un sinnúmero de entrevistas y consultó diversas bibliotecas y archivos documentales. Pero la verdad no sólo aflora en discursos orales o escritos. Desde las pinturas rupestres o las catedrales medievales hasta la televisión y la internet, las imágenes “hablan”. En un nivel, ilustran. El soporte visual resulta en este caso complemento del discurso escrito. Pero las imágenes son también vehículos de transmisión de sentido. En el caso de la fotografía, el punto de mira se convierte en punto de vista. Por eso Eduardo Jiménez, varias de cuyas fotos aparecen en la exhibición, podía afirmar: “tomé aquellas fotos para hacer justicia”. Seleccionadas y presentadas como un conjunto, las fotos reconstruyen la historia de esos años violentos gracias a los hombres y mujeres que, premunidos de una cámara, decidieron registrar las diversas aristas de la compleja realidad del manchaytimpu o tiempo del miedo. Muchas de esas imágenes habían sido invisibilizadas, o trivializadas. La mayoría de acontecimientos de los que dan cuenta esos documentos gráficos, y sus protagonistas, habían pasado desapercibidos o habían quedado en el olvido. Consideramos que rescatarlos, traerlos otra vez a nuestra memoria o inscribirlos por primera vez en ella, era parte de esas “batallas por la memoria” como las llama Elizabeth Jelin. La memoria necesita anclajes: lugares y fechas, monumentos, conmemoraciones, rituales. Estímulos sensoriales -un olor, un sonido, una imagen- pueden desencadenar recuerdos y emociones. La memoria necesita vehículos para ser transmitida a las nuevas generaciones, que no fueron testigos directos de los acontecimientos, en este caso infaustos, que se considera necesario recordar. Imágenes como las que se reunieron en la exposición, que sorprenden y son a la vez emblemáticas porque sintetizan el dolor, la soledad, el desarraigo, pero también la capacidad de respuesta frente a la violencia: el coraje, la resistencia, la solidaridad. Vemos, allí, el dolor insoportable de las viudas, pero también una mano que enjuga sus lágrimas, unos brazos o un pecho fraterno que contienen su pena. Una foto muestra la puerta de una “sala de detenidos”, alguien escribe. ¿Será una carta para el pariente preso? Menos dramáticas pero tal vez más terribles son las imágenes de soledad. Una mujer frente a un cadáver envuelto en una sábana en la morgue de Ayacucho, el departamento más golpeado por la violencia. La soledad final del ataúd entrando al sepulcro. Y más allá, el “grado cero”: los que no tuvieron sepulcro ni ataúd. Una pila de cadáveres de la masacre de Pucayacu (Ayacucho) apilados en el fondo de una quebrada o sobre la tolva de

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un camión. La deshumanización radical que produjo la violencia, sintetizada en una sola imagen. Las imágenes no cambian, pero sí los ojos que las miran. Con el paso de los años, con la transformación de las sensibilidades y de los escenarios, las mismas imágenes adquieren matices y revelan sentidos que quizá no eran fáciles de descubrir en un primer momento. Las amenazantes pintas en un aula universitaria pueden terminar transmitiendo hoy principalmente fealdad. Las presas senderistas marchando y coreando arengas frente a un gran mural de Abimael Guzmán en una cárcel de Lima, pueden provocar una tristeza profunda por tantas vidas desperdiciadas. Las terroríficas capuchas de los emerretistas pueden resultar hoy más bien patéticas. Aunque la incongruencia y perversidad de una “foto de familia” en la que una criatura de meses aparece en brazos de sus padres encapuchados, flanqueada por metralletas, sigue provocando la misma repulsión del primer día. Porque hay sentimientos, y valores, que resisten el paso del tiempo y las resignificaciones. El respeto a la vida, la indignación moral ante la violencia, la solidaridad con las víctimas. Una de las razones del éxito de la muestra es su sobriedad, la habilidad de las curadoras y los productores para sacar provecho del espacio, un rancho chorrillano a medio reconstruir, para combinar cercanías y distanciamientos, revelaciones y veladuras, imagen y sonido, horror y resistencia, muerte y vida. Construida a partir de fotos publicadas en diarios y revistas nacionales de la época, la muestra es también un homenaje a los periodistas gráficos que en algunos casos perdieron la vida en su afán de dejar constancia del horror, como Willy Retto. Una lectura inicial, incompleta, al libro en el que los visitantes anotan sus impresiones, puede darnos una idea del impacto de la muestra. Quisiera terminar compartiendo con ustedes algunas reflexiones a partir de esa lectura. Es necesario mencionar previamente un impacto inicial muy definido. Inaugurada en agosto de 2003, la muestra había sido visitada por casi 100 mil personas hasta marzo del presente año. Un récord, más aún si se tiene en cuenta que los visitantes no provenían solo de los estratos sociales que tradicionalmente acuden a muestras fotográficas. Entre las impresiones dejadas por escrito, algunas ratifican la apreciación de Susan Sontag, según la cual la saturación de imágenes de la sociedad actual nos ha vuelto insensibles y podemos ver igual un partido de fútbol que una guerra transmitida “en vivo y en directo”. Algunos ejemplos: “La muestra está muy bacán”. “Chévere, me gustó”. La banalización, no sólo del mal sino del dolor. Pero son la minoría. A partir de muchos otros registros, se puede afirmar que la muestra ha contribuido a resquebrajar en algo la indiferencia, que fue el pecado capital de la sociedad peruana, o en este caso, de la limeña, durante los años de violencia. Hay muchas que apelan a Dios y a sentimientos religiosos despertados por la visión de la muestra. Anota una, breve y contundente: “una oración por cada

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uno de los que se fueron”. Muchas aluden a la necesidad de justicia, que las atrocidades vistas no queden impunes. El lema “nunca más” se repite una y otra vez. Quisiera concentrarme en algunos temas que se repiten en los registros y que sospecho tienen que ver con el tema central del Congreso. En varios se discute si la muestra “refleja la realidad” o no la refleja. Son las miradas más ideologizadas: “Una muestra prosenderista. Los miembros de la Comisión de la Verdad con su ideología marxista-leninista encubierta no pueden reconciliar ni integrar a los peruanos. Que rindan cuenta del dinero que han gastado y del silencio cómplice en los 80s y 90s.” “Comisión de la Verdad = comisión del terror y vergüenza nacional”. Y desde el otro lado del espectro: “Hablando con quienes han vivido esta violencia y el pueblo mismo, más ha sido el daño causado por los militares que por sendero, pero uds. No pueden decir eso (no soy senderista)”. Son frecuentes los registros que ratifican la forma en que actúa la visión, apelando centralmente a los afectos. “No tengo palabras” anotan varios. “Me hizo llorar” escribe un varón en letra muy grande, y sigue: “en este país de hipócritas necesitamos harta verdad”. Pero lo que predomina en los registros es la tristeza: “me siento muy triste”. Así de simple, y de importante, para una sociedad que no pudo o no sintió la necesidad de procesar el duelo colectivo por 70 mil peruanos y peruanas que murieron. Impactante, doloroso, conmovedor, son adjetivos frecuentes. (Madre / hijo), que quiebran la indiferencia. La muestra actúa como gatillador de memorias: “me he sentido transportada a mi infancia, años de caos y terror...”. “es algo que llevaremos en nuestro corazón por siempre”. Como despertador que nos hace pasar del sueño a la vigilia, que nos hace ver una realidad que en su momento no vimos o no quisimos ver: ¿dónde estuvimos? ¿cómo dejamos que esto pasara? ¿qué hice yo en esos años? Y en los jóvenes, muchos de ellos escolares que visitan en grupos la exhibición, ésta actúa como mecanismo transmisor de memorias: “Yo no sabía nada de esto hasta hoy”. Y transmisor de miedos: “me pareció una exposición interesante, pero a la vez escalofriante”. Identificación con el otro, por lo general pobre, campesino, indígena, mujer, tan difícil en un país centralista y racista. “¿Dónde estuvimos para ayudar a nuestros hermanos?”. “En verdad, lo siento mucho, las heridas son de todos”. “Como madre, siento por todas las madres de ambos bandos. Nada es más grande que el dolor de perder a un hijo.” “Bueno, yo vivo con mi hermano, y mi hermano no estaba enterado de todo esto porque él no había nacido y yo sí. Pero el me dice: cómo me hubiese gustado estar en ese tiempo para tranquilizar a toda la gente”. Para cerrar el círculo, esa identificación con el otro es la trama sobre la cual se puede ir construyendo otro tipo de poder, que como lo propone Agnes Heller, no surja de la fuerza sino del diálogo, del reconocimiento y la identificación con el otro, que permita tejer alianzas a partir de intereses comunes como ciudadanos y como seres humanos, muchas gracias.