Conferencia Inaugural a cargo del Dr. Javier Peteiro. Doctor en Medicina. Jefe de Sección de Bioquímica y Laboratorio de Alergia del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña

CIENCIA Y CONTINGENCIA Me hallo en un lugar en el que se discutirá sobre salud mental y, más específicamente, sobre salud mental en la infancia y en la adolescencia. Eso hace que me pregunte qué puedo aportar, dada la circunstancia de que pertenezco a un espacio profesional muy distinto al de ustedes. En realidad, no lo sé. Les voy a hablar desde mi ignorante curiosidad. Ese es mi punto de partida. Este planteamiento no supone en absoluto falsa modestia, sino el mero reconocimiento de una carencia. Pero, a la vez, creo que precisamente es la ignorancia la que permite cuestionarse cosas que a veces aparecen como dadas, como algo evidente. Por eso me atrevo a hablar aquí, con el ánimo de suscitar una reflexión, una conversación. Mi interés esencial es tratar de mostrar sólo algunas pinceladas de un contexto, el científico, y de lo que puede suponer el avance científico y la frecuente exageración infundada de sus resultados para algo tan complejo como el psiquismo humano. Decía Wittgenstein que sobre lo que no se puede hablar es mejor callar. Él reconocía el valor de la Ciencia para hablar de lo que se puede. Pero en nuestros tiempos hay un interés tan exagerado como infundado en que la Ciencia hable también de lo que no puede. Es importante al respecto hacer notar una situación de partida y es que no existe un consenso unánime sobre lo que entendemos por Ciencia. Podemos concebirla como resultado, el conocimiento científico, y como método o investigación científica. Podemos diferenciar entre ciencias duras y blandas según su poder de predicción. En cualquier caso, el término “científico” para designar algo se asocia en general a algo ya tan respetable, que si un enunciado no recibe tal calificativo parece no tener ningún valor epistémico. Es un hecho que existe en amplios sectores una concepción biologicista de todo lo psíquico y que, llevada a sus extremos, es determinista. Desde tal concepción, la clínica serviría sólo para posicionar al enfermo cuyo tratamiento, basado en los conocimientos obtenidos en sistemas experimentales, sería sólo factible mediante terapias conductistas y psicofármacos. Por esa razón, incidiré especialmente en aspectos biológicos básicos que hacen discutible tal planteamiento. Desde el punto de vista científico estamos constituidos por materia. Por eso creo conveniente analizar brevemente lo que la propia

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concepción de la materia puede implicar para comprendernos. La Ciencia ha supuesto tal avance epistémico y con consecuencias tan importantes que es a priori legítimo mirar hacia su método como una posibilidad para resolver cualquier problema al que nos enfrentemos, sea una colisión de partículas o el autismo. Es legítimo y bueno hacerlo. Lo que no es procedente en absoluto es la extrapolación infundada, tratar de hacer, en vez de ciencia, ciencia ficción aplicada.

LA CIENCIA ORACULAR La Ciencia ha mostrado una extraordinaria capacidad para desvelar los secretos del mundo, mostrando a la vez su belleza. Una capacidad que se ha asociado a un poder de predicción que se hace especialmente claro en el caso de la Astronomía. Ocurre que, en ausencia de una explicación definitiva, la predicción es frecuentemente factible. Ya sucedió en su día con las órbitas planetarias aun en ausencia de la teoría newtoniana. Así pasa también hoy en el caso de enfermedades monogénicas de fisiopatología poco clara pero detectables incluso mucho tiempo antes de que aparezcan (como la enfermedad de Huntington) mediante análisis de ADN. Es ese poder de predicción generalizado lo que ha facilitado que el conocimiento científico se considere determinista y que se asigne a la Ciencia una función oracular.

REDUCCIÓN METODOLÓGICA Y ATOMISMOS El triunfo epistémico del método científico se ha debido a un aspecto esencial del mismo, su capacidad de análisis, de reducción de un problema al estudio de pocas variables observables y, a veces, manipulables. Esa reducción metodológica ha ido de la mano de una concepción atomística del mundo. Planteada ya por Demócrito y olvidada en la Edad Media, resurgió con Newton y los alquimistas, cobrando vigor con el desarrollo de la Química y con el tratamiento de varios problemas físicos. La relación numérica de pesos de los elementos que intervienen en una reacción química, el movimiento browniano y la teoría cinética de los gases, fueron esenciales para sentar las bases de una percepción atomística de lo real. Es ya incuestionable la naturaleza atómica de la materia. Podemos literalmente ver átomos e incluso manipularlos. Estamos, de hecho, ante una atomización que no acaba en los propios átomos sino que va más allá. Los átomos reales, las partículas no divisibles que hoy en día se han evidenciado experimentalmente son muchos menos que el número de elementos químicos: son las familias de quarks, leptones y mediadores de fuerzas. Y no es descartable que esta diversidad se aclare o incluso se reduzca mediante las teorías de cuerdas. La atomización no es sólo algo referido a partículas. Planck

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mostró que también la propia energía se transmite de forma discreta, que está cuantizada como se suele decir. Todo lo observable, lo experimentable, es ya atomístico. Ese avance, que permite ligar lo extraordinariamente pequeño con los grandes problemas cosmológicos, ha supuesto un reforzamiento de la perspectiva atómica de todo y del poder de la reducción metodológica para comprenderlo. Pero hay una perspectiva atomística que va más allá de lo científico; podríamos decir que al espíritu científico en general subyace una cosmovisión atomística de la Naturaleza y del hombre y así podemos hablar de atomismos en los ámbitos biológico, médico y psicológico. Así como la materia no se divide indefinidamente sino que acaba en átomos, la vida tendría también sus unidades reconocibles, las células. El descubrimiento de la etiología microbiana de las infecciones y el desarrollo de la histología reforzaron esa visión. Aunque muy compleja en sí misma, la célula es vista ya como unidad, arquitectónica, especializada, reproductora, pluripotente o diferenciada, pero unidad al fin y al cabo de los seres vivos, suscitando debates éticos en forma de discusiones sobre la experimentación con células madre, la clonación o el uso de animales experimentales portadores de células humanas. La epidemiología es también atomística, viendo a cada sujeto como un individuo muestral, permitiendo de ese modo estudiar la enfermedad desde una perspectiva frecuentista, mediante el contraste de hipótesis que decidirá sobre la bondad de nuevos medicamentos o la existencia de factores de riesgo. Hay algo que se conserva a través de generaciones. Nos parecemos en mayor o menor grado a nuestros padres. Mendel estudió esos parecidos en los guisantes descubriendo unas leyes de la herencia. Morgan relacionó variedades inducidas por mutágenos en moscas Drosophila con la morfología de sus cromosomas. Progresivamente los factores de herencia mendelianos se fueron también atomizando hasta cristalizar literalmente en el modelo molecular del ADN, sustrato de lo que se vino a llamar código genético, elucidado en brillantes experimentos realizados en bacterias y virus bacteriófagos y que acabó conduciendo a un nuevo atomismo biológico, el genético – informativo. Con todo ello, hemos ido pasando de una perspectiva antigua humoral, fluídica, de la naturaleza humana a otra definitivamente corpuscular. Es un hecho que estamos constituidos por moléculas y, en ese sentido, la propia Biología no tiene más remedio que ser ella misma atomística. Pero, siendo innegable el desarrollo de la Biología Molecular, se da una perspectiva atomista extrema y naïf que mantiene y refuerza viejos sueños como el de las balas mágicas de Ehrlich, tratando de neutralizar las malas moléculas o proporcionar las que faltan, actuando sobre dianas concretas. Las sulfamidas y después los antibióticos fueron el primer intento exitoso de ese enfoque. Después vinieron las promesas de los anticuerpos monoclonales, de la terapia génica y, más recientemente, de la nanotecnología, con las frustraciones

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consiguientes a pesar de proporcionar algunas terapias eficaces. Desde un exceso de simplificación atomístico, se asume muy frecuentemente que cualquier estado patológico, incluyendo los psíquicos, podrá ser tratable mediante moléculas que mimeticen o neutralicen neurotransmisores, factores de crecimiento o sus receptores de membrana.

LEY, CONTINGENCIA, FINALIDAD El establecimiento de relaciones causales es el gran objetivo de la Ciencia. Explicar el mundo es entender sus causas y, a partir de ellas, lograr predecir su futuro y entender su pasado, e incluso la propia naturaleza del propio tiempo en el que todo acontece. La Ciencia avanza desde el establecimiento de clases, desde una ordenación fenoménica, descriptiva, hasta una explicación causal relacionada con ellas. El sistema periódico es uno de tantos ejemplos: las propiedades de los elementos químicos, observables macroscópicamente, acabaron siendo comprendidas en términos cuánticos, de ocupación de orbitales atómicos. En el ámbito biológico, una clasificación linneana ha ido dando paso a un esquema relacional filogenético. En Medicina, la clasificación de enfermedades se establece en distintos ámbitos descriptivos buscando desde ellos la etiología y la explicación fisiopatológica. El establecimiento de causas simplifica las clasificaciones en cualquier ámbito científico. Por el contrario, en su ausencia la clasificación tiende a crecer con nuevos elementos y divisiones. Ya ocurrió en la Física de partículas antes de la cromodinámica cuántica. En Psiquiatría, la obsesión taxonómica ha ido plasmándose en las sucesivas versiones del DSM. El atomismo físico se enmarca en la búsqueda de una explicación causal en las tres vertientes científicas habituales, la nomológico – deductiva, basada en el establecimiento de leyes, siendo un ejemplo las ecuaciones de Maxwell, la de relevancia estadística, mostrada en la teoría cinética de los gases, y la mecanicista, caracterizada por interpretar un proceso causal como aquél que transmite una cantidad no nula de una magnitud conservada en cada momento de su historia, como ocurre en cualquier reacción química. En Física, las tres vertientes pueden simplificarse en una perspectiva legal. Cuando estamos ante grandes colectividades de lo similar, la explicación mecanicista en conjunción con la relevancia estadística conduce a la ley de lo macroscópico. Ahí radica el éxito de la Mecánica Estadística para dar cuenta de la fenomenología termodinámica. Precisamente por ello, la Física es el reino de la ciencia en sentido fuerte. Tiene un gran poder de predicción. La Biología en cambio sería ciencia en sentido débil. Carece del poder de predicción de la Física y realmente sigue siendo, como se la llamaba hace años, Historia Natural. No es una mala definición porque, como la Historia de las

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acciones humanas, es más narrativa que predictiva, teniendo que ver más con lo contingente que con lo legal. La Física también tiene su ámbito de contingencia, pues se enfrenta a perturbaciones, a azar, a ruido. Si la mecánica de dos cuerpos es clara y determinable, la existencia de un tercero ya induce fluctuaciones en el sistema que son difíciles de tratar. Y, en ocasiones, aunque exista el determinismo no es posible la predicción, como ocurre en el caos determinista. Por otra parte, incluso en el ámbito de lo más elemental, en el extraño mundo cuántico, estamos ante lo intrínsecamente probable. A pesar de todo esto, éxitos de predicción tan manifiestos como los que propició la teoría de la relatividad mantienen nostalgias de un determinismo laplaciano. Todos admitimos a estas alturas, excepto los creacionistas, que somos fruto de un largo proceso evolutivo acaecido en nuestro planeta desde la aparición de la vida en él. La teoría de la evolución es un gran marco explicativo sostenido por una variedad de evidencias empíricas y en el cual no nos vemos como un resultado final, fruto de una “ortogénesis”, como interpretaba Teilhard de Chardin, sino como un acontecimiento contingente. La evolución ha permitido nuestra aparición y afecta a la vida de cada uno de nosotros, mostrándose el carácter práctico de la microevolución en fenómenos tan importantes como la resistencia microbiana a antibióticos, la generación de cualquier respuesta inmune específica o la dinámica de una población neoplásica. Parece relativamente fácil de entender; sin embargo, Stuart Kauffman afirmaba en su libro “Investigaciones” que “lo curioso de la teoría de la evolución es que todo el mundo cree que la comprende”. La selección natural se usa demasiado en la práctica para explicarlo todo. Llevando las cosas a un extremo, se diría que todo lo que pasa en el ámbito de lo viviente, incluyendo lo cultural, sería explicado también por la evolución biológica. La religión, las ideas filosóficas o la creación artística, por ejemplo, llegan a considerarse por algunos científicos como meros epifenómenos de la selección natural. Desde un atomismo genético radical, Dawkins concibe la evolución como el resultado de una competitividad entre los propios genes, limitándose los organismos a ser meros portadores de ellos. Es muy difícil hablar de lo viviente y no pensar en una finalidad. De hecho, es habitual utilizar al explicar la vida el término “para”. En general, toda forma es concebida para una función y muchas funciones simples subyacen a una compleja. Los ejemplos son innumerables. La cuestión reside en la interpretación que le damos a eso que percibimos como finalidad, porque científicamente no podemos asociarla a causalidad. Jacques Monod, premio Nobel de Medicina, escribió en su libro “El azar y la necesidad” que una de las propiedades que caracterizan sin excepción a

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todos los seres vivos es la de ser objetos dotados de un proyecto, una propiedad a la que él se refirió como teleonomía. En su libro se lee: “Para ser más precisos, escogeremos arbitrariamente definir el proyecto teleonómico esencial como consistente en la transmisión, de una generación a otra, del contenido de invariancia característico de la especie”. Más adelante se refiere a “azar captado, conservado, reproducido por la maquinaria de la invariancia y así convertido en orden, regla, necesidad”. Monod salta así del azar a la necesidad mediante la invariancia genética individual. En la actualidad se suele traducir esto por la expresión “accidentes congelados”. Es indudable que la finalidad en Biología es algo aparente a lo que resulta difícil renunciar; tanto que incluso alguien como Monod plantea como inherente a la vida un proyecto. Siendo ateo, postula una teleología cuasi-teológica. El reputado biólogo Thedosius Dobzhansky, que era cristiano ortodoxo y admirador de Teilhard de Chardin, aunque alejado de su postura, había manifestado que “nada en la Biología tiene sentido excepto a la luz de la Evolución”. Parece una afirmación casi autoevidente, una vez que se cree comprender el fenómeno de la vida. Tanto la teleonomía de Monod como el gen egoísta de Dawkins parecen apoyarla. Pero ocurre más bien que esa afirmación semeja un koan zen, porque viene decir que el sentido está en el sinsentido. En efecto, ¿qué mueve a la evolución sino el azar? Los cambios se dan desde una variabilidad en dotaciones genéticas debida a errores replicativos y a mutaciones aleatorias inducidas por el medio ambiente. Y la permanencia de esos cambios en el tiempo, la invariancia de Monod, depende de que los fenotipos asociados se adecuen a un ambiente que en sí mismo depende del azar. No hay sentido científicamente observable en la evolución de lo viviente, porque la finalidad no causa procesos subyacentes previos. Las cosas simplemente ocurren. La preocupación por el sentido excede a la Ciencia. Es cierto que, en vez de ver mera contingencia, percibimos finalidad. Pero somos nosotros los que interpretamos, los que atribuimos un sentido que no está ahí desde el punto de vista científico. ¿Cómo interpretar la finalidad aparente? Podemos recurrir a una variante del principio antrópico en sentido débil, asumiendo que las leyes físicas de un universo posible son tales que permiten la aparición en él de un observador que lo perciba como algo con finalidad. Pero eso no es decir mucho. La Ciencia tiene su ámbito, habla de lo que puede, pero no es extraño que se la haga hablar también de lo que está fuera de su alcance y por esos los científicos no siempre separan claramente en su discurso lo que es ciencia de lo que es creencia El problema de entender el mundo de la vida, de interpretarlo, permanece y no es descartable que sea más factible resolver el problema desde la filosofía o la creación artística que desde la propia ciencia.

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Junto a lo legal y a lo contingente físico existe lo contingente biológico. En Física hay leyes que surgen de lo aleatorio. Cuando estamos ante grandes números, las fluctuaciones estadísticas tienen poco valor en la visión de conjunto (en un vaso de agua, por ejemplo, hay billones de moléculas, todas iguales). El segundo principio de la Termodinámica es un ejemplo claro. En ese sentido, podríamos decir que la Física es el reino de la necesidad, aunque en ella sean contemplables multitud de procesos contingentes. Eso no sucede en Biología. Y aquí surge el problema derivado de confundir los diferentes atomismos posibles. A diferencia de la Física, en Biología no hay leyes de causalidad claras, no hay enunciados que vayan más allá de una síntesis descriptiva. No hay, en general, predicción ni explicación de lo que emerja desde lo atómico. Llegar al entendimiento de los mecanismos moleculares básicos no permite pronosticar lo fenomenológico. Eso es así porque no hay explicación nomológico-deductiva posible, porque tampoco hay una relevancia estadística que sea ni de lejos comparable a la de sistemas físicos, ni hay un mecanicismo suficientemente clarificado en todos los órdenes de complejidad contemplables. El atomismo en sus distintas formas siempre se ha asociado a la expresión de enunciados legales. El atomismo genético cristalizó en su día en el dogma, hoy desterrado, “un gen – una enzima”. Cuando se enunció, se creía saber lo que era un gen y lo que era una enzima. Se planteó a partir de brillantes experimentos que mostraron la relación lineal entre una secuencia de bases en un segmento de ADN y la correspondiente secuencia de aminoácidos en la proteína codificada por él. Desde entonces el concepto de enzima ha cambiado relativamente poco pero no así el de gen, hasta el punto de que, transcurridos ya diez años desde el término del Proyecto Genoma, la conclusión más sólida sobre los genes es que no sabemos definirlos ni siquiera si tiene sentido la pregunta sobre su naturaleza, más allá de aproximaciones operacionales. El gran problema del atomismo aplicado al mundo de la vida es su olvido de lo complejo, que trata de ser reducido a un conjunto de moléculas, todo lo grande que se quiera, y sus interacciones. Pero ocurre que, en general, tales interacciones son no lineales y que, por ello, no cabe hablar de un sumatorio de componentes, sino de emergencia de distintos niveles de complejidad. El ámbito de lo que se ha venido en llamar “Evo – Devo” muestra la extraordinaria dinámica de relaciones entre genes directores de la embriogénesis y los regulados por ellos así como la importancia de factores no genéticos, ligados a la regulación epigenética.

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EL RUIDO BENÉFICO El éxito de la Bioquímica en el estudio de la vida, en conjunción con estudios morfológicos a distintas escalas, dando lugar a la Biología Molecular, ha sido posible una metodología bioquímica y morfológica poderosa unida a una modelización teórica de lo microscópico. Los datos de laboratorio se obtienen del estudio grandes números de células, tanto si han crecido en cultivo como si proceden de un animal experimental o de una biopsia. Se trabaja con amplificaciones tipo PCR y con eficaces sistemas de detección de señal. Al hacerlo así se pueden obtener datos abundantes y claros. Se puede saber que una determinada proteína se relaciona con una función concreta y se puede ver qué gen la codifica, qué genes regulan el gen que la codifica, que otras proteínas interactúan con ella, etc. De esa forma, el ruido que puede perturbar la información obtenida procede únicamente, en la práctica, del error de medida, del inherente al propio trabajo experimental. Al trabajar con grandes números de moléculas, los resultados obtenidos tienen que ver con promedios, no con células aisladas. Eso facilita muchas generalizaciones en la construcción de modelos celulares, pero es de resaltar que estamos así en una perspectiva que, en general, es de promedios, química y estática, de cortes temporales de lo contemplado. Pero hay tiempo y ruido; un ruido esencial. Se habla desde hace pocos años del “cell decision making”, un fenómeno que ha surgido del estudio de células vivas de forma individualizada, facilitado muy recientemente mediante el uso de técnicas de marcado intracelular como las que usan proteínas fluorescentes asociadas por ingeniería genética a la proteína de interés. Es entonces cuando aparece claramente el ruido intrínseco de la vida celular. Un ejemplo de ese fenómeno es el siguiente: dos células genéticamente idénticas y creciendo en un medio también idéntico pueden hacer cosas radicalmente distintas. Y eso ocurre porque la expresión génica a escala unicelular es ruidosa, ajustándose a una distribución gamma. La expresión metafórica usada, decisión celular, se refiere a algo que en realidad sólo es decidido por el azar. Y es algo que se da desde los virus hasta nuestros cuerpos en mayor o menor grado. Lo importante a resaltar es que, por un lado, ese ruido hace impredecible la dinámica de la expresión de un gen para una célula determinada; por otro, tiene una importancia vital al permitir niveles de adaptación que no serían factibles desde la mera selección de material genético. Parece así que los atomismos realistas, tanto el físico como el biológico, confluyen en su nivel más básico en algo que es esencialmente impredecible. No tiene sentido pensar en la posición de un electrón antes de medirla. Tampoco parece tener sentido tratar de predecir si, en una célula dada, con todos los componentes precisos para hacerlo, un gen se expresará o no en un momento determinado. La importancia del ruido se debe a la existencia de un número muy bajo de copias de ADN y ARN, principalmente, y a factores de difusión.

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El ruido es importante para la vida. Determinadas señales sólo son posibles si alcanzan una intensidad determinada y sucede que en muchas circunstancias tal situación sólo se da si la amplitud de la señal inicial se amplifica por ruido, en lo que se conoce como resonancia estocástica. La comunicación entre seres vivos supone en muchos casos un delicado balance de intensidades de señal y ruido, pero ambos acaban siendo esenciales. Podríamos decirlo de otro modo: el ruido no sólo perturba señales; a veces es imprescindible para que se produzcan. A medida que la complejidad se incrementa, los seres vivos muestran complicados sistemas de redundancias y retroalimentaciones que tratan de compensar los malos efectos del ruido, a la vez que utilizan a éste en su propio beneficio fisiológico.

EL PROBLEMA DE LA CONSCIENCIA Innumerables contingencias nos soportan. ¿Cómo explicarnos? El problema mente – cerebro es antiguo y ha ido pasando de ser estrictamente filosófico a ser un objetivo científico que se intenta atacar desde distintos frentes: experimentos idealizados, estudios neurobiológicos, genéticos, neuroquirúrgicos, de imagen, de inteligencia artificial, etc. Al hablar de la consciencia nos enfrentamos a tratar de averiguar cuáles son las condiciones necesarias y suficientes para que se dé. Pero parece lejano el día en que la Ciencia permita entender lo que entiende y cómo siente una persona determinada. Porque no nos hallamos ante el problema de memorias concretas, de sensaciones concretas, de procesos neurobiológicos determinados, es decir, sólo ante condiciones necesarias, problema en sí ya harto complejo, sino ante el enigma de saber qué es lo suficiente para que emerja una consciencia, sea en un ente biológico o artificial. Los determinismos de lo psíquico tienen que ver con limitaciones de su sustrato biológico. Sabemos que numerosas aberraciones cromosómicas van ligadas a trastornos psíquicos. Sabemos también que determinados fármacos inducen alteraciones en la consciencia y podemos localizar las zonas cerebrales afectadas por ellos e intuir su mecanismo de acción. Hay tristes experimentos naturales, los traumatismos cerebrales, que indican relaciones entre cambios comportamentales y alteraciones orgánicas. Se pueden activar determinadas regiones cerebrales en un campo operatorio. Es decir, podemos analizar qué ocurre cuando falta algo o cuando es severamente alterado. Por otra parte, tenemos correlatos obtenidos mediante técnicas de imagen funcional que pueden mostrarnos ricas asociaciones mente – cerebro. Complementariamente se efectúan trabajos con modelos animales experimentales. Se evalúa a primates a los que se sitúa en distintos entornos sociales o a los que se implantan electrodos, se hacen experimentos de inteligencia con anfibios, con peces, con pulpos, se estudia la comunicación de las abejas… Y hay magníficos avances en inteligencia artificial tratando de emular funciones neurofisiológicas. 9

Pero con todo ello estamos sólo en el campo de condiciones necesarias para la consciencia y de estudio de correlatos mente – cerebro mediante técnicas de imagen. No hay modelos experimentales animales que permitan explicar, desde la Etología, el salto que evolutivamente ha supuesto la aparición de la consciencia. Estamos muy lejos de saber qué condiciones son, además de necesarias, suficientes para que se dé la consciencia o, con más propiedad, las diferentes formas en que ésta es concebida. Y por ello es improbable que la Psicología desaparezca absorbida por la Neurobiología. Cada uno de nosotros se percibe como único y en relación con otros. No es descartable que esa subjetividad, que es el problema de la consciencia en sentido fuerte, sea irreducible o, dicho de otro modo, que exceda al ámbito de lo científico.

LA DISTORSIÓN CIENTIFICISTA El determinismo sólo es aplicable a condiciones ideales. Nada interesante está absolutamente determinado. El poder del método científico es extraordinario, como lo es el conocimiento que ha aportado, pero con frecuencia se pierde el norte y, despreciando el rigor científico, se toma como enunciado una extrapolación injustificada, se convierte la reducción metodológica en reduccionismo ontológico y, en la práctica, se transforma la Ciencia en cientificismo. La divulgación simplista del conocimiento científico alimenta esa visión desconocedora de los límites que la Ciencia tiene. Lo peor de los atomismos biológicos confluye en una perspectiva del ser humano como algo medible y transformable bioquímicamente en función de una norma. Esto último ocurre desde el atomismo epidemiológico. La Ciencia supone la medida, como ya dijo en su día Lord Kelvin. Y si el mundo de lo psi aspira a ser científico ha de medir… aunque no se pueda. Lo cualitativo se transforma en ordinal mediante tests psicométricos e incluso, mediante el análisis factorial, los resultados obtenidos revierten a lo cualitativo transformado en forma de factores g o cualesquiera otros. La abundancia de tests psicométricos es sintomática. Tests de inteligencia, depresión, ansiedad, estabilidad de pareja, psicopatía, autoestima, felicidad… Todo se hace falsamente medible con el objetivo de entender lo que de hecho sólo es comprensible en el ámbito relacional, clínico. ¿Por qué ocurre esto? Tal vez porque sólo con medidas, aunque sean ordinales, se pueden hacer los contrastes de hipótesis que mostrarán la supuesta eficacia de un nuevo antidepresivo o de un antipsicótico de última generación. Y sólo con medidas, aunque sean falsas, se podrá posicionar a un sujeto en su percentil correspondiente, para explicarlo e incluso segregarlo. Desde el atomismo molecular, de balas mágicas, nuestros estados de ánimo y nuestras relaciones con los demás serían determinados por balances de neurotransmisores. Tal simplismo resulta atractivo no sólo para psiquiatras 10

biologicistas. Hay investigadores en el campo de una disciplina pintoresca, la neuroeconomía, cuyos estudios pretenden revelar que la oxitocina explicaría la generosidad y afectaría a los intercambios económicos. Las consecuencias de tal ingenuidad son obvias: cualquier forma de comportamiento moral podría curarse, mejorarse o incluso invertirse mediante fármacos. Desde el atomismo celular acudimos al exceso frenológico, por el que la interpretación de las imágenes cerebrales obtenidas por fMRI o PET confunde un correlato impreciso con una relación causal consistente. Tal exageración ya se ha aplicado a la prevención de reincidencias criminales, en una simplista actualización del relato “Minority Report”, tratando de identificar preventivamente al potencial criminal reincidente. Y desde el atomismo genético se aspira a poder leer ya en estadio embrionario lo que nos hará ser de una forma u otra, incluso teniendo en cuenta potenciales interacciones ambientales. El éxito de la moderna Genética Humana surgió del uso de polimorfismos de ADN que mostraron la asociación de algunos marcadores con enfermedades como la distrofia de Duchenne o la adrenoleucodistrofia. Los recientes enfoques tipo “genome wide” son muy interesantes para mostrar determinismos hereditarios poligénicos. Descartada ya la posibilidad de herencia monogénica de la esquizofrenia o del autismo, se intenta ahora establecer un cuadro de herencia poligénica de los trastornos mentales sobre el que poder actuar; pero, al menos de momento, cuando se muestra un determinismo genético, resulta ser, además de poligénico, muy débil, careciendo de capacidad diagnóstica o pronóstica. El reduccionismo ontológico se asocia a un mecanicismo determinista. Abundan las publicaciones en ese sentido. Su motivación es clara: vernos más como objetos determinados y manipulables que como sujetos condicionados pero libres. Y por eso quizá uno de los mejores ejemplos de cientificismo aplicado a lo psíquico es lo que alguien llama nada menos que Filosofía experimental, algo que dista mucho de la Filosofía Natural, nombre que tuvo la Ciencia durante una fracción significativa de su historia. Los defensores de esa Filosofía experimental no pueden mostrar una ingenuidad mayor al referirse a lo intencional, cuestión que reducen a un pobre cognitivismo de campo del que infieren que el juicio de una persona sobre la libertad dependería del balance entre una capacidad de abstracción y la respuesta emocional. El ambiente cientificista es propicio a recoger todo tipo de tonterías publicándolas en revistas serias y divulgándolas después en libros que se convierten en Best Sellers. Y es que nada como la ciencia para justificar lo que por nuestros genes estaríamos condenados a hacer. Pero no somos máquinas informadas por genes. Millones de años de evolución han servido para algo más que para construir robots idiotas.

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No basta con la Ciencia para comprender. Un científico de la talla de Einstein lo asumió cuando le dirigió a Freud la pregunta sobre el origen de la guerra. Es más, un trasnochado positivismo facilita el alejamiento de lo esencial.

CONCLUSIÓN Nuestro destino no está escrito en nuestros genes por mucho que nos estropeen o faciliten la vida. Nuestro destino no depende sólo de nuestra alimentación, de los estímulos que nos proporcionen, del amor que nos den o de nuestra inteligencia, con todo lo importante que eso es. Con todos los condicionantes que nuestra biografía, desarrollada en una cultura concreta, nos suponga, con todo el peso de lo que nos es inconsciente y nos hace repetir lo peor hasta la saciedad, tenemos la gran posibilidad de ser al menos mínimamente libres, de hablar, de ser, con nuestras miserias y tragedias, propiamente humanos.

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