Hay un campo de batalla entre inteligencias no humanas. Ese campo es, simultánea y ocasionalmente, nuestra Tierra y nuestras mentes. Esta es una de sus crónicas.

CHAMANES DE LAS ESTRELLAS Este no será un trabajo sencillo de leer. Requerirá, básicamente, la paciencia de continuar hasta el final y detenerse a releerlo cuantas veces crea necesario. Porque se entrecruzan dos hipótesis: que las inteligencias operantes detrás de lo que llamamos OVNI provengan de lo que desde siempre hemos llamado “plano astral”, y que algunas estén “invadiendo” nuestra cultura como se expande un virus que inficione el Inconsciente Colectivo para así tomar por asalto las mentes individuales, mientras otras entidades, vaya a saberse si por simple filan tropía cósmica o beneficios indirectos, mueven a nuestro favor los peones de un ajedrez cósmico. ¿Y los seres realmente “extraterrestres”?. Oh, sí, ellos también están... y quizás algunos son tan víctimas como nosotros.

Escribe Gustavo Fernández

- Introducción - Capítulo I: OVNIs “a la moda” - Capítulo II: Reflexiones sobre el origen extradimensional de los OVNIs - Capítulo III: OVNIs materializados mentalmente - Capítulo IV: Cuando las Inteligencias aparecen - Capítulo V: Hau una Luz al final del túnel

INTRODUCCIÓN En las horas litúrgicas de “maitines” entre las cuatro y las cinco de la mañana de ese 15 de febrero de 1600, un grupo de hombres embozados en sayos negros se afanaba enterrando hasta una tercera parte de su largo en tierra, un grueso madero burdamente cepillado a hachazos. No lejos de allí, donde Campo di Fiore diluía sus miserables casuchas de artesanos y pequeños comerciantes en las orillas del verde mar del bosque, con los oídos atentos al silencio sesgado aquí y allá por los aullidos de algún lobo, otro grupo reunía ramas y leños sobre un carro. Una hora después, los dos grupos se reunieron. Los leños fueron arracimados alrededor del madero enhiesto, y los pobladores comenzaron a llenar el lugar, incipientemente bañado por la decadente luna de ese tardío invierno italiano. Jueces, altos dignatarios de la Iglesia, los funcionarios del brazo secular, el verdugo, los curiosos clavaron su mirada en la cetrina puerta del cercano monasterio, la puerta desde donde se abría el camino final de los condenados a la hoguera, uniendo las mazmorras con el cadalso. Seis meses de torturas exquisitamente elegidas, donde el potro era apenas un descanso después de las tenazas al rojo mordiendo las tetillas y las pinzas de hierro arrancando las uñas, no sirvieron para que el monje Giordano Bruno se retractara de su principal herejía: afirmar que había muchos mundos habitados como el nuestro en el Universo, que las estrellas eran soles alrededor de las cuales giraban otras Tierras y que el hombre no era la obra máxima de Dios, sino apenas uno más de sus innumerables hijos racionales expandidos por el Cosmos. Cuando Bruno estuvo atado con cadenas al madero, se le ofreció, como gracia última, el arrepentimiento de sus blasfemias y el reconocimiento de sus errores, con lo que los inquisidores, en un gesto de bondad que campeaba por entonces, ordenarían estrangularlo antes de quemar su cuerpo, evitándole así mayores sufrimientos. Giordano se negó. Azorados, y contraviniendo algunas normas después de intercambiar rápidos comentarios dieron aquellos la orden al verdugo de repetir el ofrecimiento –oportunidad extraña para la moral de los inquisidores- advirtiendo que, en este caso y de aceptar Giordano la retractación, la madera seca sería reemplazada por leños verdes, para provocarle la asfixia antes que las llamas lamieran su carne.

Simplemente para no comprometer un agradecimiento moral en el último instante de su vida para con sus exterminadores, Giordano volvió a negarse y arrojó al aire dos maldiciones: una, dirigida específicamente a sus jueces, los cuales tres murieron antes de un año. La otra, a la orden del Santo Oficio. “Aún estarán ardiendo mis cenizas -dijo- cuando mi vida estará olvidada. Aún no habrán removido las brasas, cuando el pueblo os habrá olvidado a vosotros. Pero será cuando nuestros huesos y vuestros nombres estén sepultados por el polvo, el momento en que mis ideas seguirán tan luminosas como ahora”. A la plebe que se burlaba de su martirio, sólo le dirigió una mirada despectiva. Y comenzó a arder. El filósofo francés Pierre Piobb escribió a principios del siglo XX: “En el Medioevo, a los magos se les quemaba en las hogueras. En el siglo XX, se les cubre de ridículo, lo que es todavía peor, ya que el ridículo jamás ha creado mártires”. Piobb hablaba de los “magos” (de “magista”: sabios) como pioneros del conocimiento. Como aquellos que pudiendo encerrarse en el dogmatismo académico habitualmente aceptado, preferían arriesgar el crédito en terrenos desconocidos para el intelecto. “Las grandes ideas –escribió alguien- las sueñan los locos, las amasan los audaces, las popularizan los doctos y las disfrutan los mediocres”. Y cuando uno fatiga los claustros universitarios y se detiene a pensar en el papel que jugará en el burgués concierto social advierte –por más que trate de mirar hacia otro lado- que en un determinado momento se ve enfrentado a una elección terminal: o comulga con el sistema en que se encuentra inmerso, o se enfrenta a él. Y uno elige. El camino ya conocido, con su sensación de confortable estabilidad, de rutina mental, de somnolencia espiritual, de hipocresía a la que llaman diplomacia, del argentinismo (y argentinísimo) “no te metás”; o el otro, el de lo desconocido y lo enigmático, el plagado de obstáculos, el de los constantes sinsabores y desengaños, el de chocar contra los prejuicios... pero aquél donde a la distancia siempre está la esperanza de la luz. Y comenzó un camino, alejándome de las mullidas comodidades de una intelectualidad convencional. Opté por investigar, difundir, enseñar lo esotérico, lo ufológico, lo alternativo. Gasté muchos buenos años y energías que no creía que tuviera en presentar “mis” ciencias como algo merecedor del crédito respetable, y no sólo reservado para las amarillentas páginas de revistas sensacionalistas. Fui, creo, franco en exceso, cosechando adhesiones y oposiciones en cantidades divertidas. Y harto ya de estar harto –como cantara el catalán-, con un cuerpo que no es viejo pero fatigado por diez siglos de lucha contra el oscurantismo y treinta años contra la frivolidad, como restos del naufragio de la “revolución de las flores”, la no violencia, los Beatles y mayo del ’68, decidí detenerme. Reflexionar. Y escribir.

No mis memorias, no. Es demasiado pronto –espero- para eso y soy demasiado supersticioso para burlarme de la Parca convocándola con liturgias literarias propias del ocaso. Hay todavía demasiadas batallas que se perfilan en el horizonte, otros combates del y por el conocimiento. Otros escenarios, miles de páginas aún por escribir, otras investigaciones, conferencias, programas de radio y televisión, miles de kilómetros en el espacio real y virtual que recorrer. No, escribiré de otra cosa. Debo admitir que pese a tener muchos años de oficio como escritor, me ha resultado particularmente angustiante sentarme a escribir este libro. No porque su temática exceda, dentro de lo humanamente posible, el campo de mis deambulares –he sido un investigador del fenómeno OVNI por más años de los que me gustaría recordar- ni porque las informaciones y reflexiones que aquí me propongo volcar sean de una potencial peligrosidad para mi integridad. Soy apenas un estudioso “amateur” de estas disciplinas, y no estoy en condiciones de exhibir honrosos títulos universitarios que por sí mismos generan expectativas en el público lector (como si los créditos académicos garantizaran certeza en lo que, precisamente, se ha revelado como el fenómeno más “antiacadémico” pensable), ni dudosos antecedentes que me vinculen a servicios de espionaje o fuerzas armadas emparentadas, en mayor o menor grado, con el “secreto” tras los OVNIs. No he formado parte de ninguna sociedad conspiranoica y, hasta donde sé, nunca he sido abducido. De allí que, en lo que a mí concierne, puedo tener la tranquilidad de ser apenas un entusiasta más –eso sí, con muchos kilómetros a las espaldas- tratando de encontrarle un sentido a lo que quizás, por designios que se nos escapan, no lo tiene. Hilando fino, colijo que mi ansiedad es producto más de lo que no sé que de lo que sí sé. Sofoca la sensación que, si sólo a medias lo que esbozo en estas páginas es cierto, posible o probable, la historia de la humanidad puede sentirse sacudida hasta sus cimientos. Y que una vez que he adscrito a esta teoría, sólo me queda avanzar en busca de evidencias, semiplenas pruebas de que, tal vez y después de todo, esté en lo cierto. También sé que esa sensación incómoda es producto de cierto desconcierto respecto a cómo contar la historia; la incómoda idea que no seré entendido por el lector o, lo que quizás es todavía peor, seré mal entendido. Temo que algún lector (de esos que si se muerden la lengua mueren envenenados) piense que lo que trato de hacer es introducir compulsivamente toda la fenomenología dentro de una única teoría. Y bien, ese lector sería mal pensado – en lo que a mis motivaciones atañen- pero no errado en sus conclusiones. Porque creo firmemente que con excepción de algunos casos aislados (sobre los que volveré más tarde) existe una teoría unívoca para todo el fenómeno OVNI, ahora y desde la noche de los tiempos.

Creo en el origen extraterrestre y extradimensional de los OVNIs y sus ocupantes. Creo que no se tratan de “maquinas” en un sentido estricto –como opinarían mis colegas que de ahora en más denominaré como “la brigada de las tuercas y tornillos”- sino de vectores energéticos que responden a facetas de las leyes físicas del Universo que aún desconocemos. Creo que sus tripulantes, en ocasiones, son seres altamente evolucionados que precisamente por ese grado de desarrollo han trascendido las limitaciones de un cuerpo biológico siendo entes –ignoro si con conciencia individual o colectivaabsolutamente energéticos sin los condicionamientos temporales y espaciales de todo cuerpo material. Creo que su presencia en nuestros cielos (más aún, en nuestra Historia) tiene como fin imprimir un sesgo específico a la evolución de nuestra especie, con fines que sospecho pero aún no puedo fundamentar. Creo que son la realidad espiritual de este Tercer Milenio. Y que quizás estemos cerca, muy cerca, de despejar todas las dudas. Mientras tanto, este libro debe ser tomado como un ejercicio intelectual. Donde la Realidad (debería preguntar: ¿cuál Realidad?) demanda paradigmas ni lógicos ni ilógicos, quizás sólo analógicos. Y siguiendo ese camino esbozamos nuestras teorías. ´ de:

No es fácil detenerse en un punto de la vida donde el Dante recitaría aquello “en el medio de mi vida, me encontré en una selva oscura”

para descubrir que ha llegado el ineludible momento de rendir cuentas a quienes, cuando menos intelectualmente, le han sweguido a uno, o han stado esperando algún tipo de revelación, de descubrimiento, e demostración de múltiples hipótesis y teorías desmembradas por el camino. No es fácil, pero es imprescindible. Llega el mmento es que, si se desea que la vida de uno tenga sentido, hay que recapitular, hacer un resmen y presentar conclusiones. Supongo que otros me pedirán cuentas como sewr humano. Aquí, las rendiré como investigador OVNI. Tuve la fortuna de vivir en una época a caballito entre el entusiasmo ingenuo de fines de los ’60 –donde el gran “desembarco extraterrestre” parecía a la vuelta de la esquina- y el escepticismo psicosocial de los 80. Testigo privilegiado de una Ovnilogía sudamericana, pude husmear de cerca episodios significativos y departir, amigablemente o no, con figuras señeras u olvidables. Tener entre mis manos supuestos trozos de OVNI, peregrinar por laboratorios pidiendo resultados de análisis, fruncir el ceño con disgusto ante tanto vacuno mutilado. Ver OVNIs también, aunque esto último quizás sea lo menos importante a los efectos de este libro.

Tras treinta años de investigación –de mi investigación- uno tiene muchas más preguntas y algunas pocas certezas. Ellas son las verdaderas protagonistas de estas páginas. Durante los últimos siete años, fui enhebrando sospechas a lo largo denumerosos trabajos publicados, fundamentalmente en la revista digital que, junto con mi buen amigo Alberto Marzo, generamos en internet. Ella es “Al Filo de la Realidad”, y a quienes les interese, a ella les remito. A encontrarán en www.alfilodelarealidad.com.ar y no me repetiré aquí. Evitaré la odiosa compulsión de plagiarse uno mismo, y no llenaré estas páginas con argumentos, reflexiones y evidencias presentados en aquella. Creo que algunos de esos seres – por razones que explicaré más adelantetienen intenciones perjudiciales para con las especies inferiores en evolución (como nosotros, por si no se dieron cuenta). Creo que otros de esos seres, también por sus propias razones, alientan las intenciones contrarias. Creo que los primeros han manipulado a algunas culturas inferiores a ellos de origen extraterrestre –pero aún así mucho más avanzadas que la nuestra- para emplearlos en la consecución de sus fines. Creo que uno de esos fines fue crear una quinta-columna en nuestras sociedades históricas, en la forma de una sociedad secreta cuyo único objetivo fue –es- impedir un progreso demasiado rápido de la humanidad en ciertas áreas que pudiera catapultarla a un escalón evolutivo lo suficientemente elevado como para darle un aún acotado –aunque ingenuamente sobreentendido- libre albedrío. Creo que los segundos influyen directamente en nuestra propia cultura, en forma colectiva empujándonos a un cambio de paradigma sociocultural y espiritual, y en forma individual sobre un enorme número de miembros de nuestra comunidad para hacerlos participar –durante muchos años de forma inconsciente; y a partir de algún necesario y doloroso momento, de manera conciente- en ese gran teatro cósmico. Creo que mi propia vida muestra ejemplos de manipulación. Creo que necesitaré más de un libro, amigo lector, para exponerle toda mi teoría. Pero, cuando menos, comencemos con estas líneas: El asunto es que mientras una sociedad secreta, desde las brumas del tiempo, viene impidiendo que la Humanidad expanda demasiado sus fronteras físicas, mentales y espirituales (como frenando avances revolucionarios a destiempo, o el redescubrimiento de civilizaciones olvidadas) para poner a la especie humana en disposición de ser “alimento energético” de unas razas extradimensionales, o entidades biológicas extraterrestres (EBEs) que nos usan como “cotos de caza” o “tambos espirituales”, los Guerreros de la Luz, sabiendo, entre otras cosas, que el academicismo excesivo y la rigidización paradigmática

consecuente pone a sus acólitos como secuaces inconscientes de os Barones de las Tinieblas (donde los “hombres de negro” son sus agentes) han venido luchando espiritualmente para contactar a otras entidades de planos superiores y ganar la batalla de la evolución. Los “contactados” son el campo de batalla, los “abducidos”, quintacolumnistas. Los Barones de las Tinieblas han contado con el apoyo de gobiernos, militares, algunos científicos... y el miedo de la gente. Los Guerreros de la Luz, con la Era de Acuario. El Autor Paraná Entre Ríos, Argentina

CAPÍTULO I

OVNIS “A LA MODA” A lo largo de este libro he insinuado en repetidas ocasiones que el así llamado “fenómeno OVNI” va adoptando un “camuflaje” conforme al pensamiento dominante de la época, como si así se hiciera más digerible para los observadores por un lado, y para la masa pública hacia la cual el mensaje subliminal está destinado, por otro. En ese sentido, por caso, es interesante observar las correlaciones existentes entre algunas “leyendas urbanas”, mitologías populares de orígenes imprecisos y cierta casuística ovnilógica. Por ejemplo, tomemos la historia del “autostopista fantasma” (el o la joven que hacen “dedo” o “autostop” en una carretera y, permaneciendo silencioso, desaparecen del vehículo al llegar a un tramo de la ruta donde el espantado testigo comprueba después que se habría producido un accidente mortal). Ahora bien: ¿qué relaciones podemos encontrar entre esta leyenda urbana y el fenómeno OVNI?. Veamos Caso De Deugd: Una extraña experiencia vivió Eduardo Fernando de Deugd, mecánico residente en Bahía Blanca. Según dijo, el domingo 25, alrededor de las 3 de la mañana, salió desde la cercana localidad de Médanos en un automóvil modelo 1939, en dirección hacia Bahía Blanca, luego de haber participado de una reunión con amigos. “Iba por uno de los accesos de tierra cuando me detuve para colocar un alambre que me sirviera como antena de radio, para viajar más entretenido. Al llegar al cruce con la ruta 22, una persona me hizo señas para que lo llevara. Paré el auto y el hombre se sentó a mi lado”. Agregó que le preguntó si iba para Bahía Blanca, a lo que el desconocido le contestó algo que no llegó a entender, máxime estando

preocupado en colocar el alambre de la antena. “Luego le pregunté –continuó relatando- si era de Médanos y también me respondió, pero tampoco lo entendí. Hicimos unos kilómetros más, lo miré y vi que tenía puesto un saco con el cuello levantado sobre la cabeza, en la que usaba un sombreo redondo. Luego observé algo que sólo ahora me llama la atención; tenía la cara bastante larga en su parte inferior”. Indicó también que el viaje prosiguió hasta que notó algunas fallas en el motor del automóvil. Cuando éste quedó sin luces, a la altura del kilómetro 710, lo detuvo en plena ruta nacional número 3. “Vi entonces –dijo- una especie de colectivo volcado sobre la ruta, que tenía una luz azul grande en el medio y otras dos grandes, aunque no tanto como la otra, blancas, a los costados. Me detuve, bajé del auto y de pronto un destello blanco y potente me sacudió y me provocó un intenso calor”. “Por eso me di vuelta y me resguardé detrás de la puerta del auto y cuando me levanté nuevamente vi como el objeto, que despedía una luz verde en su parte inferior y mostraba luces blancas en sus “ventanillas”, se dirigió a la izquierda, hacia un campo. Aparentemente allí descendió y ser perdió de vista”. De Deugd afirma que todo sucedió en pocos segundos, “cuando entré al auto el hombre que me acompañaba ya no estaba más. La puerta se encontraba abierta y la manija de abrirla apareció arrancada, en el suelo. De inmediato, las luces del auto que había dejado sin apagar cuando se produjo el corte, se encendieron. Arranqué el auto. Hice unos dos kilómetros hacia atrás y después, todavía confuso, me volví hacia Bahía Blanca”. Hasta aquí el relato del mecánico que deja abierto un amplio campo para las conjeturas en torno a los OVNIs, que han vuelto a ser tema de actualidad en esta ciudad y zona. Un matrimonio y otros vecinos aportaron también datos coincidentes sobre la extraña aparición. Roberto Maisterrena, quien se desempeña como operario de una firma, que trabajaba en la zona donde se observó el fenómeno, dijo que vio sobre un monte próximo a la ruta número 3, al citado aparato que parecía detenido. Agregó que posteriormente desapareció, tras despedir intensos destellos. La hora en que apareció el fenómeno es coincidente con la expresada por De Deugd. Maisterrena formuló la denuncia en la comisaría de Médanos. El Espiritismo, en sus comienzos, produjo inundaciones de ectoplasmas, multitud de materializaciones y suficientes aportes como para llenar grandes depósitos Pero antes y después de un período que abarca desde finales del siglo XIX hasta los primeros años del siglo XX, estos fenómenos físicos mediumnímicos han brillado por su ausencia. La moda ha variado en materia de fenómenos extraños, y también en la investigación psíquica. Los investigadores actuales han cambiado las sesiones espiritistas por el laboratorio y las pruebas sobre doblado de metales, la PES y otras cosas por el estilo. Otro ejemplo de fenómeno pasado de moda es el de los pájaros que hibernaban en lugares secos y oscuros, generalmente subterráneos. Aunque los naturalistas del siglo XX no toman en serio esta idea, no fue descartada por dos

eminentes fundadores de las ciencias naturales, como Linneo y Cuvier. En los siglos XVIII y XIX se informó sobre varios de estos casos en memorias científicas, y el tema fue discutido en revistas profesionales. Pero gradualmente los informes cesaron, y el fenómeno fue olvidado. Esto fue observado por el divulgador científico Phillip Gosse, quien incluyó una reseña, no del todo escéptica sobre este tema en el segundo volumen de su obra “Romance de historia natural”, de 1861. Existen varias razones para ello. La literatura científica se ha vuelto más rigurosa y académica, y lo anecdótico y circunstancial de las pruebas de hibernación de los pájaros hace que ésta haya perdido credibilidad. En un clima de escepticismo como el actual, pocos hombres de ciencia arriesgarían su carrera oponiéndose a la doctrina universalmente aceptada de la migración de las aves. Tal vez el uso de explosivos y de maquinaria pesada para las demoliciones y movimientos de tierra haya destruido pruebas que aparecían en los tiempos de los picos y las palas. Finalmente, quizás se haya producido un cambio en la conducta de los pájaros, al cambiar el entorno. Por supuesto, hay que distinguir si la aparición o desaparición de algunos fenómenos es resultado del aumento de conocimientos o producto de procesos sociales. John Keel, el reputado escritor e investigador paranormal, por ejemplo, ha demostrado que sólo una fracción de los OVNIs vistos son registrados, y sólo parte de éstos recibe publicidad. En consecuencia, él y otros ufólogos han advertido acerca del shock que sufriría la sociedad si fueran reveladas las verdaderas proporciones del fenómeno. Del mismo modo, si se juzga por lo que publican los periódicos, parecería que la antaño ubicua serpiente marina estuviera virtualmente extinguida. Pero según el mayor experto mundial en estas criaturas, el doctor Bernard Heuvelmans, no es así. Después de compilar una cronología de observaciones realizadas entre los años 1639 y 1964, Heuvelmans está convencido de que todavía se ven dos cada año, aproximadamente. La aparente disminución – dice- es producto de la timidez de estas criaturas, de que la navegación moderna se atiene a rutas bien definidas, y del temor al ridículo. Como el propio Heuvelmans dice: “El ruido de las carcajadas ha espantado a las serpientes de mar tanto como el de las máquinas de los buques”. Pero nada ha espantado a los monstruos de los lagos, que salen a la luz esporádica pero regularmente desde hace siglos. Por cierto, desde que el monstruo del loch Ness salió a la superficie en 1933, en todos los lagos del mundo han proliferado las observaciones de grandes criaturas con aspecto de serpientes. Otro fenómeno persistente es el de los estigmas, aunque el primer caso no ocurrió hasta 1.200 años después de la crucifixión de Jesús. Pero desde que San Francisco de Asís fue estigmatizado en 1224, difícilmente pasa un año sin que se informe sobre casos de estigmas. Para la mayoría de nosotros, las cosas que percibimos a nuestro alrededor en la vida cotidiana son sólidas y reales. Son la prueba tangible de ese estado de existencia que, por consenso, llamamos realidad, de modo que nos parece absurdo que los detalles de dicha realidad puedan estar sujetos a los caprichos de algo tan

efímero como la moda. Pero existen tantas definiciones de la realidad como personas que la contemplan. La investigación de las coincidencias ha establecido fuertes vínculos entre la mente inconsciente –individual y colectiva- y los fenómenos de la realidad. Por ejemplo, la familiar historia de cómo un objeto perdido o robado vuelve a su dueño gracias a un sueño revelador, reaparece con frecuencia. El psicólogo alemán Wilhem von Scholz pensaba que las coincidencias resultan en estos casos tan absurdas, desde el punto de vista de la causalidad física convencional, que eso le hacía creer que debían ser “dirigidas... como si fueran los sueños de una conciencia mayor y más amplia”. La teoría que trataba de formular Von Scholz en 1924 seguramente es muy próxima a la opinión actual de muchas personas: que en lo que llamamos realidad pueden manifestarse poderosas proyecciones –originadas en el inconsciente- de formas o conductas arquetípicas, o que pueden alterar la realidad al influir en determinados acontecimientos. Este punto de vista semi – místico está relacionado con tres corrientes de pensamiento convergentes. Una explora el mundo de las coincidencias significativas, al que Carl Jung denominó “sincronicidad”. Otra es la hipótesis de la “causación formativa” propuesta por el doctor Ruppert Sheldrake, que describe un mecanismo para la comunicación más allá de las restricciones normales del tiempo y el espacio, de la forma y la conducta de la naturaleza. La tercera tiene que ver con los “tulpas” o materializaciones mentales. Las locuras u obsesiones que pueden apoderarse de una comunidad o de un individuo son ejemplo de ello. En un estudio olvidado de Gustave Le Bon, “La multitud” (1897), el autor demostraba cómo una comunidad puede ser estimulada de forma tal que un grupo de ideas o imágenes –sublimes o triviales- dominen todas sus percepciones, acciones y racionalizaciones. La varita mágica que transforma a un grupo de individuos en una multitud o en una turba es, simplemente, un estado de sugestión compartida. Le Bon pensaba que esto sucede cuando cualquier grupo de personas físicamente próximas es alineado psicológicamente de forma repentina por cualquier estímulo desacostumbrado. Este tipo de fenómeno queda descrito en el título del estudio histórico de Charles Mackay “Memorias de alucinaciones populares y la locura de las multitudes”, publicado en 1852. En este libro analiza la locura medieval por las reliquias, la estafa de la “burbuja del South Sea”, las frenéticas cacerías de brujas, las salvajes y ruinosas cruzadas, por nombrar unos pocos temas. La locura por la danza en el Medioevo es otro ejemplo de conducta colectiva inconsciente. La danza podía desencadenarse instantáneamente por la visión de un zapato puntiagudo, un fragmento musical, el color rojo, las vociferaciones de un predicador, la visión de un danzarín o la imaginaria picadura de una tarántula. Sobre la base de la teoría de las “proyecciones” y desarrollando la idea de Le Bon, podríamos decir que una “multitud” no necesita estar reunida físicamente. Sus componentes pueden hallarse muy separados –a lo ancho de todo un país- y alinearse gracias a un contacto individual con el inconsciente colectivo, de modo que una idea que surja en dicho inconsciente se les ocurra a todos. Un excelente

ejemplo de esta curiosa forma de histeria colectiva ocurrió en Francia en 1789, y los historiadores lo denominan “El Gran Miedo”. Comenzó inmediatamente después de la toma de la Bastilla, en París. Pueblos enteros fueron abandonados a medida que llegaban rumores sobre un gran ejército de bandidos que se dirigían hacia allí matando y saqueando. Gentes aterrorizadas afirmaban haber visto las llamas de las casas que ardían, o haber sido capturadas y haber visto a sus amigos asesinados por bandidos brutales, y así sucesivamente. Pero no era más que una alucinación. El pánico ni siquiera se había extendido fuera de París en la forma normal, es decir, a través de los relatos de viajeros. En cambio, pareció originarse de forma independiente en varios lugares e Francia y extenderse como un incendio forestal desde cada foco. Los historiadores no han conseguido explicar cómo una ola de pánico puede extenderse a una velocidad mayor de la que solía viajar la gente en aquella época; la teoría de que las personas de toda Francia formaron una multitud sería un principio de explicación. El populacho estaba receptivo debido a la ansiedad general causada por la crisis política; los primeros brotes de pánico no necesitaron más que un estímulo muy simple, por ejemplo la caída de un rayo –se registraron algunos fenómenos naturales poco corrientes en la época del Gran Miedo- y los rumores y el pánico habrían hecho el resto. Algunos fenómenos no han variado mucho a lo largo de la historia, como las enfermedades patológicas y mentales, los objetos insólitos que llueven del cielo y las “bolas de fuego”. Pero las explicaciones han ido cambiando según las modas y, en consecuencia, los fenómenos fueron sucesivamente atribuidos a dioses, diablos, fuerzas elementales, fantasmas, hadas, brujas, poderes psíquicos o seres extraterrestres. Y ni siquiera los testimonios más extraños podemos descartar como producto de una imaginería fantástica si aceptamos que puede tratarse de descripciones exactas de alucinaciones espontáneas y formas mentales. Considérense, por ejemplo, las grandes máquinas voladoras con potentes faros y “tripulaciones de aspecto extranjero” vistas en los cielos norteamericanos en 1896 y 1897, en una época en que no existían naves más ligeras –ni más pesadasque el aire. Esas observaciones no pueden haber sido sólo errores de identificación de fenómenos naturales. El final del siglo XIX fue el momento más glorioso de los héroes – inventores, como Thomas Edison y Nikola Tesla; mientras ahora los misterios del cielo son atribuidos a los OVNIs, aquella era los achacaba a inventores desconocidos. Solo cuando Andrew Rothovius comparó algunos de los incidentes de 1897 con el Gran Miedo quedó claro que las observaciones de aeronaves se habían originado igual que las presuntas turbas saqueadoras, espontáneamente, a partir de incidentes aislados en diversos lugares del país, y después por rumores. Jung creía que el OVNI era un síntoma de los cambios en la constelación de arquetipos del inconsciente humano, y que ese disco de luz antigravitatorio era un signo de la necesidad e unidad psíquica, en un momento en que la división entre los aspectos racionales y científicos de las personas y sus aspectos instintivos y místicos era mayor que nunca. Jung no llegó a conocer los últimos aspectos de las

manifestaciones OVNI: los aterradores secuestros y la sinistra conducta de seres fantásticos. Quizás habría estado de acuerdo con John Rimmer, director de la revista de ufología Magonia, en que el OVNI se ha transformado en “el símbolo anticientífico por excelencia”. Las proyecciones del inconsciente tienen el poder de los arquetipos: son símbolos de fuerzas inconscientes y se dirigen a nuestras principales angustias, tanto personales como colectivas. Pueden poseernos y dirigir nuestras acciones, difundiéndose por una comunidad como un rumor; por cierto, Jung describió los OVNIs como “rumores visuales”. Lo mismo podría decirse de los monstruos actuales, que aparecen bajo formas sorprendentemente arcaicas, como si quisieran recordarnos que estamos erosionando nuestro paisaje psíquico, del mismo modo que estamos estropeando los últimos lugares intactos del mundo.. ¿Serán entonces nuestros fenómenos extraños nuestros sueños colectivos?..

CAPÍTULO II

REFLEXIONES SOBRE EL ORIGEN EXTRADIMENSIONAL DE LOS OVNIs Debo comenzar este trabajo sentando dos posiciones, más por coherencia con el resto del texto que por ser necesariamente válidas. La primera, uniformar algunos criterios respecto de los que giran alrededor del término “extradimensional”, lo que es lo mismo que definir qué entenderé, de aquí en más, por “otras dimensiones”. Expresión usada hasta el hartazgo en relatos de ciencia ficción, incluso definida –no demostrada- en geniales intuiciones matemáticas, campo fértil para todo tipo de desvaríos. Incluso el mío. Una vez más, en necesario recordar –y explicar, para los recién llegados a estas discusiones- el ejemplo de “Flatland”, el planeta plano. Imaginemos un cosmonauta cruzando el Universo en su nave espacial y encontrando, repentinamente, un mundo plano, o, mejor aún, un mundo de dos dimensiones. Lo que me obliga a escaparme otra vez por una de las ramas de este árbol metafísico para definir el concepto de “dimensión”. Una dimensión, más allá –o más acá- de lo lúdico de la fantaciencia, es simplemente una forma de medida de las cosas. Nosotros nos desenvolvemos en un espacio de tres dimensiones: alto, ancho y largo (o profundidad). Cualquier

objeto en el espacio en que vivimos puede ser ubicado y definido en término de esos tres parámetros. Ciertamente, y en respeto a Einstein y su genialidad, hablaríamos también de una cuarta dimensión: el tiempo. Lo inextricable de la relación “espacio – tiempo”, lo indistinguible de uno en función del otro, es también una función de “medida”. Así que en ninguna forma es imposible –por lo menos, a los alcances didácticos- imaginar que un universo de cuatro dimensiones puede contener cualquiera de rango inferior, entre ellos, un mundo de dos dimensiones. Éste es Flatland, adonde arriba nuestro astronauta que, enterado de las particularidades del lugar y sus habitantes –ya que en un mundo plano podrían existir seres también planos, toda una civilización y una cultura quizás desarrollada pero bidimensional- y seguramente aburrido por un largo viaje en solitario, decide jugarles algunas bromas pesadas. Por ejemplo, y valiéndose un hipotético y gigantesco trépano, orada la superficie de ese planeta. Como sus aborígenes piensan y perciben en dos dimensiones, no podrían advertir que un trozo de la superficie de su mundo es perforada desde arriba por un objeto: simplemente, percibirían una zona de su mundo cambiando reiteradamente de forma y color. Y si por ese agujero cae uno de los chatos sujetos, los demás, involuntarios testigos, no verían a un congénere precipitándose al vacío sino desapareciendo en la nada. Aún más; si debajo y paralelamente a ese Flatland hubiera un Flatland II, sobre el cual cayera el desgraciado individuo, los habitantes de éste último no verían “caer” a alguien (el concepto de “caída” va necesariamente asociado al de “arriba-abajo” es decir, de “alto”, la tercera dimensión de que carecerían en esos mundos) sino observarían, asombrados y asustados, como alguien como ellos sorpresivamente aparecería de la nada. ¿Cuántos testimonios, cuántas leyendas de todas las edades, cuántos relatos fiables nos han venido transmitiendo el recuerdo de sucesos similares ocurridos en nuestro propio mundo, gente que desaparece en la nada o que de la nada surge repentinamente, como si en nuestro planeta, este marco referencial de cuatro dimensiones, se precipitara algo o alguien desde un universo de “n” dimensiones más allá de las nuestras?. Porque si un espacio de cuatro dimensiones puede en teoría contener un cuerpo de dos, un universo de, digamos, veinte dimensiones, ¿cómo no comprendería con facilidad un ámbito de sólo cuatro?. Estamos en relación a ese universo como las buenas gentes de Flatland con respecto a nuestro universo. Claro que seguramente el lector exigirá entonces que uno –yo- le “explique” como es ese universo de, por ejemplo, veinte dimensiones. Y esto me es imposible. Porque una lógica –la nuestra- un precondicionamiento cultural –el nuestro- una estructura cerebral –la nuestra también- esquematizada, modelada, estructurada en cuatro dimensiones, no podría comprender analíticamente, racionalmente, el concepto de “n” planos. Y no por falta de inteligencia, ni de información, ni de profundidad de razonamiento. En todos los casos, sería una inteligencia de cuatro dimensiones, información de cuatro planos, razonamiento de cuatro niveles. Sólo

una impredecible evolución (impredecible no en el sentido de si sucederá, ya que estoy persuadido que indefectiblemente llegará, sino en el sentido de cómo y cuándo) puede producir el “salto cuántico” que nos lleve a integrarnos conceptualmente al ese Universo superior al que pertenecemos sin saberlo. O, tal vez, “otras” formas de conocimiento -¿la mística, quizás?- nos dará el conocimiento que la razón desconoce. Y una breve digresión aclarará el porqué de esta suposición. Entiendo que en el organismo humano nada es innecesario, superfluo, descartable. Que todo cumple (ha cumplido-cumplirá) alguna función. Hasta al desacreditado apéndice, impunemente extirpable, se le sospecha funciones de filtro que hasta un tiempo atrás se le ignoraban. Y qué decir de las amígdalas: décadas de filosos bisturíes extrayéndolas privaron a generaciones de recursos inmunológicos redescubiertos recientemente. Es decir que, cumpliendo conocidas leyes –aplicables tanto a la física celeste como a la economía de mercado- la naturaleza busca el máximo resultado con el mínimo esfuerzo. La eficiencia. Y en función de la supervivencia –de la especie o del individuo, lo mismo da- todo en la estructura del ser humano tiende que tender hacia el mismo fin. Bien. Aceptado esto, ¿qué necesaria función natural cumple el pensamiento mágico, irracional, intuitivo, místico, religioso?. Alguna vez escribí que si la psiquis del hombre necesita de lo mágico, es porque en algún lugar hay algo que satisfará esa necesidad. Así como el pensamiento racional, analítico es una indudable arma de supervivencia y progreso, así el pensamiento mágico también tendrá su lugar de acción, su puesto a cubrir. Y tal vez ese puesto sea el de catapultarnos a una forma trascendente de percibir una Realidad, también trascendente. Multidimensional. Por otra parte, atisbo el concepto de “n” dimensiones como algo más definible como una Realidad que contenga nuestra realidad. Como si la realidad fuera una ventana, y mirando desde dentro del cuarto pensemos que lo que alcanzamos a ver por el rectángulo es todo cuanto existe. Y así como nuestros órganos sensorios nos permiten percibir lo físico dentro de una determinada “ventana” –no escuchamos infrasonidos ni ultrasonidos, pese a saber que existen, no vemos vibraciones del espectro infrarrojas o ultravioletas, pese también a saber que existen- la comprensión lógica está constreñida dentro de ese marco. Y la mística, tal vez, sea como asomarse por el alféizar y mirar hacia ambos lados de la pared, arriba y abajo. La segunda postura necesaria de aclaración tiene que ver con el origen pretendidamente extraterrestre de los OVNIs. En absoluto descreo de ello: simplemente estructuro aquí una hipótesis para cierto número de manifestaciones del fenómeno. Más aún; como explicaré en otra oportunidad, creo que entre la Inteligencia extradimensional y ciertas Inteligencias extraterrestres hay un conato de acuerdo. Pero eso será tema de otro capítulo.

Por extravagante que sean los planteos que voy a esbozar aquí, trataré de acreditarlos con pensamientos científicos. Atención: dije científicos, no académicos. O, como es dominante en el campo de los doctorados, “pensamiento estadístico”; pensamiento reductible a una enunciación axiomática que no necesariamente refleja toda la realidad, lo que es, a mi criterio, una de las grandes falacias del así llamado “racionalismo” de nuestros tiempos: enuncia leyes que parecen aplicarse en todas las circunstancias y por ello ser generales, pero pocas veces reflejan los pequeños matices de la realidad de todos los días. Pongamos un ejemplo. Supongamos que tengo un cajón lleno de pequeñas piedras roladas y después de sesudos estudios y complicados cálculos enuncio la siguiente proposición general: “El 95 % de las piedras de este cajón tienen un diámetro promedio de 3 cm”. Este es un típico ejemplo de enunciación académica. Sin embargo, si tomo un escalímetro y anoto el diámetro de piedra por piedra previamente numerada, será muy difícil encontrar simplemente una sola que tenga exactamente tres centímetros de diámetro. Este es un elemental caso de “pensamiento estadístico” que desea camuflarse de “pensamiento científico”. Y aún cuando lo logre, como se ve, no necesariamente refleja la realidad.

El OVNI como ente “psicoide” El eminente psicólogo suizo Carl Gustav Jung definía a los “entes psicoides” como elementos a caballo entre una realidad psíquica y una física, como objetos de conocimiento que comparten presencia en esos dos mundos. Para él, el OVNI era uno de tales. Indiscutiblemente (y lo ratificó puntillosamente en su libro “Sobre cosas que se ven en el cielo”, Editorial Sur, Buenos Aires, 1961) tenía realidad física: dejaba marcas en sus aterrizajes, quemaba los campos, era detectado por el radar... pero también tenía una componente psicológica poderosísima; Jung pensaba que expresaba la idea de “mandala”, palabra sánscrita que significa “círculo”, que en Oriente remite a pinturas hechas para prácticas de meditación (generalmente afectando esa forma, aunque en ocasiones pueden ser cuadrados) con representaciones de acciones de dioses y semidioses, combates mitológicos y hechos históricos o legendarios) pero que también, siguiendo sus enseñanzas, se encontraría como un símbolo latente en el Inconsciente Colectivo de la Humanidad, para expresar la necesidad de búsqueda de sí mismo, o, más exactamente, lo que él llamó la necesidad de realizar (hacer realidad) el Proceso de Individuación. El completarse uno en sí mismo.

La ilustración ejemplifica claramente la hipótesis del Inconsciente Colectivo, como estrato basal de la psicología humana Leemos en “Actas de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas” de Londres, Tomo 35, parte 94, F.E. Leaning, “Estudio introductorio de los fenómenos hipnagógicos”, 1925”: “Fui consciente de que algo se movía y giraba delante y encima de mi frente. Tomó la forma de un disco de unos cuatro pies (N. Del T.: aproximadamente un metro treinta centímetros) de diámetro. Dentro del disco estaba sentada una joven. Era una bella criatura, de rostro muy amistoso y encantador. Muy simpáticamente, me hizo señas con su cabeza. Le dije: “¿Quién eres?”. Me respondió: “Soy tu Auto – control”. En el libro del doctor Bramwell yo había leído que el objetivo principal de todo tratamiento hipnótico debe ser desarrollar el autocontrol del paciente, pero jamás se me había ocurrido la idea de que eso significaba desarrollar una joven”. “Advierte cuán real soy”, me dijo, y extendió hacia mí su brazo y su mano. Palmoteé sus dedos. Oí el ruido que esto provocó y sentí el contacto. Luego, en esa ocasión, advertí algo extraordinario: sentí su mano como si fuera la mía. O sea, sentí lo mismo como si yo estuviera tocando mi mano derecha con mi mano izquierda. Sin embargo, mis manos no se estaban tocando, sino que descansaban sobre el cobertor de lana”. “De inmediato, ella se dispuso a salir del disco. Sacó su pie. Todavía recuerdo la media de seda con bellos adornos. Yo podía ver cada punto de la seda. Por eso, directamente decidí que lo mejor era que ella se quedara allí, pues empecé a sentirme inquieto no fuera que algo se hubiera descompuesto (sic) en mi cerebro. Ella percibió de inmediato mi temor: lo pude ver en su cara. De modo que regresé a mi conciencia común y ella desapareció”. Que duda cabe que si este episodio, detalle más, detalle menos, en vez de ocurrir a principios de siglo dentro de una espaciosa habitación hubiera ocurrido decenios más tarde a campo abierto, tendríamos un típico cuasi aterrizaje de un OVNI. Incluso, lo exiguo del “aparato” para transportar a su tripulante no deja de despertar ecos en mi memoria. ¿Nunca les llamó la atención las en ocasiones exiguas y estrechas proporciones de las “naves espaciales” en relación al tamaño de los tripulantes que luego aparecen emerger de ellas, tal como las presenta en centenares de casos la literatura sobre OVNIs?.

Pero lo más importante es la identificación que de sí misma hace la aparición. Me recuerda otro caso, ocurrido en Zimbabwe, África, el 31 de mayo de 1974, cuando una joven pareja conduciendo de noche su automóvil por una carretera rural y despejada, fueron interceptados por una poderosísima luz proveniente de lo alto: Peter, el conductor, pierde el control del vehículo que parece ser controlado a distancia, mientras la temperatura dentro del mismo desciende muchísimo (estaríamos aquí ante otro vínculo entre Parapsicología y OVNIs: los fenómenos de “termogénesis” o cambios bruscos de la temperatura ambiental por causas aparentemente no físicas) y protagonizan un episodio de “tiempo perdido”. En hipnosis, él y su esposa, Frances, dicen lo siguiente: dentro del auto, nos programaron... mi esposa se quedó dormida, o la radio, que tenía la voz de “ellos”, la hizo dormir, de modo que no puede recordar mucho de lo ocurrido dentro del auto. Una forma se filtró hacia el asiento trasero, estuvo allí sentada durante todo el viaje y me dijo que yo vería lo que quisiera ver. Si lo quería ver como un pato, entonces sería un pato; si lo quisiera ver como un monstruo entonces lo vería como un monstruo”. En otras palabras: la entidad, la inteligencia se presenta a sí misma como proteiforme, como oportunamente enunciáramos. Es evidente en Jung su deseo de no profundizar en los aspectos materiales del OVNI, simplemente porque como psicólogo le resultaría irreconciliable admitir una inteligencia extraterrestre –en el sentido de “fuera de lo humano”- cuando acababa de perfilar con tanta justeza una teoría inconsciente sobre estas observaciones. Pero individuo honesto a rajatabla, no puede negar esa materialidad, aunque se limita a subrayarla en la introducción del trabajo ya citado. Aún más: en esos tardíos años ’50, la sola suposición de objetos extradimensionales, fuera del “pulp” de la ciencia ficción, era cosa de alucinados. Y no sería Jung quien en el ocaso de su vida arriesgaría todo el prestigio que tan duramente se ganó proponiendo esta explicación. Pero es obvio que cuando habla de los OVNIs como entes psicoides, esto es, objetos que tanto comparten una realidad física en el “allá afuera” del individuo como psicológica en el “aquí dentro” de su mente, seguramente estaba pensando en ello. Y, quien sabe, en las tremendas implicaciones. Porque si la realidad OVNI es psicoide, la evolución en las manifestaciones del fenómeno no habla sólo de un cambio en la exteriorización del mismo: habla también de una evolución en el psiquismo colectivo de la humanidad, ya sea porque el ovni produce el cambio psíquico o el psiquismo induce la evolución fenomenológica del ovni. Y esto es mucho más que un “salto cuántico” del Inconsciente Colectivo: es evolución, en un sentido biológico e histórico, lisa y llanamente. Simplemente, porque la unidad en la acción significa unidad en la finalidad. Ciertamente, el genial psicólogo creía en los OVNIs como “símbolos”, pero entendiendo tal palabra no en un sentido peyorativo, de cosa ficticia, fetichista o imaginaria, sino como algo que representa lo vago, desconocido u oculto. No podía aceptar que el OVNI fuera lo que aparentaba ser, básicamente porque el sabía

mejor que nadie que hay aspectos inconscientes en nuestra percepción de la realidad, como el hecho que, aun cuando los sentidos reaccionen ante fenómenos reales, visuales y sonoros, son trasladados en cierto modo desde el reino de la realidad exterior al de la mente. Dentro de ella, se convierten en sucesos psíquicos cuya naturaleza última no puede conocerse, porque la psiquis no puede conocer su propia sustancia psíquica. Por tanto, cada experiencia OVNI contiene un número ilimitado de factores desconocidos. Los OVNIs son absurdos como los sueños. Pero, como ellos, existen. Dejan huellas físicas pero violan permanentemente “sus” leyes, tal vez para recordarnos que en buena medida tampoco son físicos. Aunque sospecho, que en realidad, son hiperfísicos. El hecho es que muchos supuestos EBEs y ovnis presentan características (antenas en “V” los primeros, escalerita o faroles los segundos) anodinas, que parecen más tomadas de la mente de los testigos que respondiendo al uso real que pudieran darle los ET. Además, es más un ejemplo de conceptualización equivocada del futuro, que elementos de una civilización tecnológica. A veces tengo la sensación que dentro de la interrelación del fenómeno OVNI con la historia humana estamos a un paso de vivenciar una “profecía autocumplida”. Creo que la presencia de los OVNI nos está anunciando algo, pero temo que nos ocurra como cuando el oráculo de Delfos le dijo al rey Creso que si cruzaba el río Halis, destruiría un gran reino; sólo después de haber sido derrotado completamente en una batalla, luego de cruzar el río, fue cuando ese rey se dio cuenta de que el reino aludido por el oráculo era el suyo propio. Si los OVNIs tienen un componente “psicoide” que interactúa con el Inconsciente Colectivo de nuestra especie, pueden estar comportándose como los sueños del Inconsciente Personal o Individual que, a veces, anuncian ciertos sucesos mucho antes de que ocurran en la realidad. Muchas crisis de nuestra vida –sin que se trate aquí de premoniciones- tienen una larga historia inconsciente. Vamos hacia ellas paso a paso sin darnos cuenta de los peligros que se van acumulando. Pero lo que no conseguimos ver conscientemente, con frecuencia lo ve nuestro inconsciente que nos trasmite la información por medio de los sueños. Si los OVNIs son sueños del Inconsciente Colectivo a caballo con la Realidad, están influyendo, interactuando, impulsándonos y advirtiéndonos. ¿De qué?. Eso, trataremos de desvelarlo en este libro. No quiero abusar del término “símbolo” sin abundar un poco sobre su significado. Puntualicemos en principio la diferencia entre signo y símbolo, ya mientras el signo es siempre menor que el concepto que representa, el símbolo siempre significa algo más que su significado evidente e inmediato. Los símbolos

no sólo se producen en los sueños. Aparecen en toda clase de manifestación psíquica. Hay pensamientos y sentimientos simbólicos, situaciones y actos simbólicos. Frecuentemente, hasta los objetos inanimados cooperan con el inconsciente en la aportación de simbolismos. En consecuencia, si el OVNI es símbolo, además de su existencia física lo es en tanto y en cuanto significa o remite a otra cosa. El enfoque jungiano puede aportar una clave inédita para entender al fenómeno OVNI. No solamente por su aproximación revolucionaria –más aún, en la época en que fue formulado y mucho más, pues numerosos cultores del mismo ni siquiera lo han comprendido, o, parafraseando al maestro, están enfermos de “misoneísmo” –rechazo a lo novedoso—de realidades psicoides, a horcajadas entre el mundo de la materia y el mundo de la mente, sino porque libera una vía alternativa, que no es la del pensamiento lineal sino la del pensamiento alternativo, para conocer su origen. En “el hombre y sus símbolos” escribe así: “...Estos cuatro tipos funcionales corresponden a los medios evidentes por los cuales obtiene la conciencia su orientación hacia la experiencia. La percepción (es decir, la percepción sensorial) nos dice que algo existe; el pensamiento nos dice lo que es; el sentimiento nos dice si es agradable o no lo es y la intuición nos dice de dónde viene y adonde va....”. Quizás premonitoriamente, Carl Jung sembró nuestra inquietud de aunar una aproximación parapsicológica y esotérica al fenómeno OVNI. Mencioné líneas arriba como muchos seguidores de la escuela jungiana parecen tener pánico de extrapolar y profundizar sus consideraciones. Esto es más que evidente en torno al fenómeno OVNI, donde se abusa hasta el hartazgo con la intención de reducirlo a la categoría de arquetipo. Pero en este y otros casos, el término “arquetipo” es comprendido mal, como si significara ciertos motivos o imágenes mitológicas determinadas. Éstos no son más que representaciones conscientes; sería absurdo suponer que tales representaciones variable fuesen hereditarias. Y, si son representaciones, y si el OVNI –o, mejor dicho, “la observación de ovnis”- es arquetípica, entonces es representación de algo. De qué, lo veremos en el capítulo siguiente.

Cuando un testigo ve un OVNI que no es visto por sus acompañantes; cuando la entidad que se manifiesta junto a él (o que dice proceder de él) parece tener connotaciones más hagiográficas que extraterrestres, cuando –tal vez lo más importante- la experiencia OVNI tiene un impacto conmocionador en la cosmovisión del testigo impulsándolo en nuevos caminos (que si desembocan en la plena realización humana o en la locura parece tener que ver más con la matriz psicológica que recibe la experiencia que con la experiencia en sí), cuando todo eso es parte de una realidad inaprensible hasta ahora en modelos matemáticos, en rastreos astronómicos y militares, es hora que nos preguntemos si una buena parte

de nuestros “visitantes” no vendrán de “aquí al lado” en términos espaciales, pero de muy lejos en términos de naturalezas. Tal vez sea hora de anexar a la Ovnilogía conocimientos emanados del campo de la Neurobiología, a la búsqueda de la sintonía, la transducción, en fin, la famosa puerta a otros planos que tanto hemos buscado en los confines del espacio exterior y aguardaría, eclipsada por la fascinación tecnológica muy propia de nuestra Era, en el fondo de nosotros mismos.

CAPÍTULO III

OVNIS MATERIALIZADOS MENTALMENTE

Enfoque difícil el que me he propuesto en este trabajo. Supongo que venía siendo insinuado por otros anteriores de mi autoría, pero sin duda proponer, quizás demasiado frontalmente y desde el título mismo del artículo un “paradigma espiritual” en la Ovnilogía suena paradójicamente casi a herejía, en tiempos donde, si no de hecho, por lo menos de forma resulta en dividendos intelectuales más socializados enarbolar las banderas de la metodología científica, y confundiendo la misma no tanto con rigurosidad expositiva sino con la profusión de materialismo a la que son tan afectos mis colegas del pelotón de tuercas y tornillos extraterrestres. Sin duda resulta, en el ámbito mediático de investigadores y difusores de esta disciplina, más redituable, otorgando más cartel de “serio y responsable” proponer un estudio cribado por el laboratorio –y la palmada en la espalda, si es posible, de alguien con título académico como aval de nuestra “cientificidad”- que especular sobre las causas e implicancias de considerar a los OVNIs materia de enfoque espiritualista. Se agrega a ello el peligro, siempre latente, de caer en la confusión de malinterpretar “espiritualismo” como “mesianismo”, o proponer una lectura contactista del fenómeno. Así que no es redundante volver a hacer hincapié que cuando escribo sobre “paradigma espiritual” me remito precisamente a eso: especular sobre una etiología, una génesis del fenómeno quizás no tanto “extraterrestre” como procedente de un orden de Realidad no física, empleando “espiritualidad” entonces, como antítesis de “materialidad”.

Razonando la espiritualidad Vivimos –qué duda cabe- en un mundo dominado por una concepción maniquea, la de que la “verdad científica” se opone a la “verdad del espíritu”. Un mundo que, por un lado, aglutina a los fundamentalistas que temen que las luces de la ciencia invada lo que es territorio de sus dogmas y por otro, los que cierran filas en la convicción de que sólo es cuestión de tiempo que los instrumentos del laboratorio desguacen los resabios de lo que llaman “supersticiones”. Aferrarse a una concepción dividida del mundo tiene consecuencias peligrosas, pues en todos nosotros dormita la sospecha de que sólo una de tales dos “verdades” puede ser realidad. Esto hace que los cientificistas y todas las personas cuya concepción de lo “real” esté conformada, en sus rasgos esenciales, por las modernas “ciencias duras” se vuelquen cada vez más al ateísmo, es decir, al intento de arreglárselas sólo con la propia razón. El ejemplo más clásico de ello es la dicotomía evolución versus creación. Se tiene de la evolución la idea (que anticipamos equivocada) de que se trata de una Naturaleza capaz, por medios aleatorios, de “elegir” la mutación más óptima para las siguientes generaciones, algo que no es explicable, en su raíz finalista, por el cálculo de probabilidades (ya lo sabemos: ¿le sería posible a un mono –a una población de monos- jugando con tarjetones con letras inscriptas, lograr, por simple azar, rescribir toda la obra de Shakespeare?), lo que a su vez les deja un “nicho” a loos creacionistas para discernir allí la mano de Dios. Pero la evolución no ha funcionado (no funciona ni funcionará) de esa forma: la evolución consiste en una Naturaleza que permanentemente experimenta nuevas opciones, nuevas mutaciones, la enorme mayoría de las cuales caen en un pozo sin fondo hasta que se dan las condiciones que le hacen imponer su supremacía: como ejemplo, imaginémonos experimentos azarosos de esa Naturaleza creando esporádicamente lobos albinos en un bosque templado. Esto es una dificultad para la supervivencia –ese animal queda así expuesto a la vista de sus naturales enemigos con mayor facilidad, digamos, que uno pardo o gris- hasta que en un futuro probable deviene una época glaciar. Lo que hasta ese momento era un hándicap en contra (por ello los lobos albinos no se imponían numéricamente) se transforma, por una circunstancia climática, en una ventaja a favor: los lobos albinos cuentan entonces con mayores recursos para mimetizarse con el entorno, aumenta su expectativa de vida y se multiplican hasta ser dominantes. Comprender un hecho tan simple implica iniciar el camino de un nuevo paradigma, de una nueva concepción en el modelo del Todo. Es comprender que no avanzaremos en la comprensión del fenómeno OVNI hasta que no variemos nuestras actitudes intelectuales para abordarlo. La primera de ellas, la útil pero a la vez limitante especialización conceptual: comprender que los límites que creemos percibir en todas partes, entre el “yo aquí” y “todo lo demás allá” no pertenecen a

la realidad misma. No son más que proyecciones de nuestras estructuras imaginativas que, ante el mundo, son totalmente insuficientes, algo así como una red de coordenadas geográficas con que nuestro cerebro cubre el mundo exterior y gracias al cual intentamos que en medio de la multitud de fenómenos nos resulte más fácil orientarnos. Consecuencia de ello es nuestra especialización científica, la cual no es consecuencia de una especialización de la naturaleza. Es consecuencia de nuestra incapacidad de abarcar y examinar la totalidad al mismo tiempo. Por consiguiente, si comprendemos al mundo como una continuidad, podemos formular que lo que llamamos fenómeno OVNI es parte de esa continuidad y algo que tiene realidad en un sentido informático. En el sentido de la teoría de la información, ésta es precisamente la diferencia de la distribución de señales del promedio estadístico que se observa independientemente de cualquier contenido. La “sustancia” de la información así definida no tiene nada que ver con el “contenido” de lo que estamos acostumbrados a llamar “una” información en nuestro lenguaje cotidiano. Más bien queda definida por una medida verificable cuantitativamente en que se diferencia del promedio. Una opción para el “Más Allá” Si hablamos de una dimensión espiritual del fenómeno OVNI, nos vemos obligados a considerar el concepto de lo “trascendente”. Lo trascendente al tiempo y espacio tal como lo conocemos, regido por las esclavistas leyes físicas. De manera que debemos entonces tratar de conceptuar el concepto del “Más Allá”. Y ello nos retrotrae al Momento Primero del Universo. La teoría del Big Bang sostiene que el Todo (toda la materia, todo el espacio) estaba reducida a un punto minúsculo que, hace unos veinte mil millones de años, explotó. Hoy en día los científicos teorizan sobre los procesos ocurridos hasta un milisegundo después de la Gran Explosión, con procesos energéticos imposibles de concebir prácticamente sucediéndose a velocidades escalofriantes en esa génesis cósmica. Al común de los mortales le resulta medianamente comprensible la idea de que toda la materia (en realidad, entonces, energía y plasma) se hallaba reducida a unas dimensiones despreciables. Lo que habitualmente se le escapa, empero, es que si el concepto del tiempo –por física relativista- es inseparable del de espacio, entonces también el tiempo no sólo comenzó entonces, sino que estaba limitado a esa esfera original. Un naturalista no vería motivo alguno para presentar objeciones a esta posibilidad puesto que para él el “tiempo”, enlazado inseparablemente al espacio de este Universo, junto con la energía, la materia y las leyes naturales, se originó en aquél acontecimiento. Por ello, para nuestro naturalista el “tiempo” es, junto con la energía, el espacio lleno de materia y determinadas constantes naturales (las masas de las partículas subatómicas, la constante de la gravitación, la velocidad de la luz, la constante de Planck, etc.) una

propiedad de este mundo. Así, en la moderna concepción científica del mundo, que sobrepasa de manera tan extraña nuestras cándidas ideas, está unida a la existencia de este mundo y no existe sin él. No es una categoría que abarque el mundo en su totalidad, que lo determine o lo contenga “desde el exterior”. Y si existe semejante “exterior” existiría en la intemporalidad y la “aespacialidad”. A pesar de cargar con el peso intelectual de abarcar con miles de millones de años de evolución, podemos afirmar que ese instante primero no ha terminado: porque la expansión continúa, y la dilatación de la percepción del tiempo asociado también: la evolución es idéntica al momento de la creación. Por tanto, lo que llamamos “evolución cósmica y biológica” son las proyecciones del acontecimiento de la creación en nuestro propio cerebro. Que la historia de la evolución de la materia inanimada y animada es la forma en la que presenciamos desde adentro la creación, que desde afuera, desde la perspectiva trascendente, es el acto de un momento. Ese “afuera” es el Más Allá. Llegados a este punto, debemos dejar constancia que se trata en todo caso de afirmaciones que no contradicen en nada la moderna concepción científica del mundo. Así, pues, nos encontramos con el ejemplo de un caso donde el conocimiento científico abre al entendimiento religioso un camino completamente nuevo. Por consiguiente, el espacio y el tiempo no son en absoluto algo así como experiencias que realizamos sobre el mundo, como suponía la filosofía antes de Kant. Son más bien estructuras de nuestro pensamiento, de nuestra intuición. Se encuentran a priori en nuestro pensamiento. Antes de cualquier experiencia que adquiramos. Son innatas en nosotros. Puesto que el “espacio” y el “tiempo” son innatos en nosotros (como parte que somos del “instante evolutivo”) como formas del conocimiento, no tenemos la menor posibilidad de llegar a saber o experimentar nada que no sea espacial o temporal. Por ello, como dijo Kant, el espacio y el tiempo no son el resultado, sino la condición previa de toda experiencia. Son juicios que emitimos a priori sobre el mundo, prejuicios innatos de los que no podemos liberarnos. Pero por ser esto así no tenemos derecho a suponer que el espacio y el tiempo pertenecen al mundo mismo tal como es “en sí”, objetivamente, sin el reflejo en nuestra conciencia, que es nuestra única manera de poder vivirlo. El orden que presenta el concepto del mundo que nosotros experimentamos no es la copia del orden del mundo mismo. Es, según Kant, sólo la copia de las estructuras ordenadas de mi propio aparato pensante. Por lo tanto, si veo a Dios “allí” es porque primero está “aquí”. Aquí podríamos hacer una digresión sobre una de las cuestiones más interesantes planteadas por la filosofía oriental: la necesidad de contemplar desde el No Yo. Ahora, sin no podemos pensar el No Yo (como el No Tiempo y el No Espacio) es porque es parte de la conciencia, no lo que ella descubra. Por eso, hay un “fuera de la conciencia”, con No Yo, No Tiempo, No Espacio. El Más Allá. La fusión en (y con) el Cosmos. El Nirvana. La pregunta que aquí podríamos hacernos

(siguiendo a Gurdjieff) es si se trata del Yo de los “yoes” menores y multifacéticos de nuestros “momentos de conciencia” cotidianos. Ya que si los “yoes menores” hacen el Yo Psicológico (hago los roles en tiempo y espacio), es porque hay un Yo mayor. Es el espíritu. Abducciones y experiencias cercanas a la muerte Escribe Hoimar von Ditfurth (en “No somos sólo de este mundo”, Planeta, 1983, pág. 129: “Hace unos treinta años, el etólogo Erich von Holst descubrió que un gallo lleva en su cabeza de manera congénita la imagen del enemigo mortal de su especie. Esta prueba la proporcionó un experimento cuyo resultado tiene que dar mucho que pensar. No porque fuera cruel; en cierto modo incluso porque se dio el caso contrario: durante el experimento el gallo no se dio cuenta en absoluto de cómo se burlaban de él, por lo visto, ni siquiera de que estaba siendo objeto de una manipulación. Precisamente esta circunstancia es la que tiene que dejar confuso a un observador. Y esto sucederá si se le ocurre preguntarse si lo que es válido para el gallo puede aplicarse a sí mismo”. “Erich von Holst narcotizó a sus gallos y les metió finísimos cables en el cerebro. Estos cables estaban aislados con una laca finísima excepto en el extremo que quedó sin cubrir. Los cables se adaptaron sin la menor complicación. Los animales no se dieron cuenta de nada (el cerebro es un órgano insensible al dolor). Con este procedimiento pretendía provocar estímulos eléctricos en los lugares del cerebro de los animales en que estaban encajados los extremos lisos de los cables. Para ello se utilizaron impulsos eléctricos cuya intensidad y forma de sus curvas correspondieran en todas sus particularidades a las de los impulsos nerviosos naturales”. “En tales circunstancias los animales no se dieron cuenta de que se les estaba haciendo algo, que estaban siendo víctimas de una influencia “desde fuera”, artificial. Los habían domesticado y adiestrado para que durante el experimento se movieran con entera libertad en una mesita. Y esto es lo que hicieron, completamente relajados, cacareando suavemente, picoteando de vez en cuando en busca de pequeñas manchas, como suelen hacer los pollos.” “Hasta el momento en que Holst o uno de sus colaboradores tocó el botón que enviaba la corriente, que no podía distinguirse e un impulso nervioso natural, a través del cable, cuyo liso extremo terminaba en lo más profundo del cerebro del pollo. Entonces, en la mesa de experimentos la escena cambió de repente. Los pollos siguieron comportándose –y esto es precisamente lo espectacular del experimento- como suelen hacerlo, pero parecían sentirse de improviso transportados a situaciones que ya no tenían nada que ver con el ambiente objetivo de la mesa vacía. La reacción comienza algunos segundos después con una típica “toma de viento” por parte del animal. De repente, en medio de un movimiento, el gallo se pone rígido, se endereza y con los movimientos de cabeza pendulares típicos de su especie husmea el ambiente con evidente tensión. Pocos momentos más tarde parece haber descubierto algo y fija la vista en un punto determinado de la mesa (que sigue vacía).” “Este “algo” invisible parece acercársele. Cada vez más excitado, el gallo empieza a marchar de un lado a otro de la mesa. Aleteando realiza unos movimientos que parecen

querer evitar “algo” que por lo visto se le está acercando cada vez más, y da picotazos fuertes hacia la dirección en la que, como hechizado, tiene la vista fija. No hay duda, el animal se siente amenazado. Se comporta como si en la mesa se le acercara un peligro contra el que tiene que defenderse”. “El desenlace de la escena depende de las circunstancias. El jefe del experimento puede soltar en cualquier momento el botón que provoca el estímulo. Si lo hace, el gallo se endereza en seguida y mira a su alrededor como si buscara algo. Es imposible sustraerse a la impresión de que está desconcertado de que el peligro haya desaparecido tan repentinamente. Cuando el gallo se ha convencido del todo de que es así, ahueca aliviado el plumaje y lanza un triunfante “quiriquiquí”. Dudar de que entre su reacción combativa y la desaparición de la amenaza existe una relación de causalidad es algo que no se le ocurre.” “En cambio, si el estímulo sigue conectado puede suceder que el animal busque un sucedáneo para su tensión interna, que por lo visto se hace cada vez más inaguantable. En general, este sucedáneo es uno de los científicos que se encuentran alrededor de la mesa. Las películas muestran que, en este caso, los ataques de los gallos se dirigen preferentemente a las manos de los que son tan imprudentes de apoyarlas sobre la mesa durante el experimento. Por lo visto, el tamaño y la posición de una mano humana apoyada en la mesa es lo que más se parece al amenazador fantasma que la corriente hace surgir en el cerebro del gallo”. “Pero como un enemigo fingido de manera tan disimulada no puede expulsarse por fuertes que sean los picotazos, si el impulso sigue conectado la escena termina por lo general de esta manera: el gallo deja estar por fin todos los modales que ha adquirido gracias a una paciente labor de adiestramiento y con fuertes gritos abandona la mesa revoloteando. Con ello el animal provoca la desaparición del supuesto enemigo si bien de una manera que él no puede comprender: rompiendo el finísimo cable que producía el fantasma en su cerebro”. “Este experimento puede repetirse cuantas veces se desee. Siempre que el estímulo se produce en el lugar del cerebro “encargado” de ello, el gallo desarrolla el mismo programa de forma estereotipada. Hay que tener presente una cosa: lo único artificial y procedente del exterior es el impulso eléctrico parecido al impulso nervioso natural. Es, simplemente, el desencadenante de los acontecimientos. Todo lo que sucede después lo produce el mismo animal, toda la escena compuesta por una serie innumerable de elementos diversos de comportamiento y que se repite en la mesa vacía, siempre que se apriete el consabido botón: la lucha con el fantasma de un “enemigo terrestre” que se acerca”. Es imposible leer estas líneas y no asociarlas irremediablemente con el fenómeno OVNI y, especialmente, la situación de las abducciones. Tenemos lícito derecho a preguntarnos si algo similar no ocurrirá en estos casos y si, al igual al gallo cuyo “programa de defensa” es congénito, genético, lo que hace en nosotros el “estímulo exterior” es detonar la escenificación, la representación sensorial de un secuestro. Pero, ¿por qué precisamente esa situación y no otra?. Si la psicología del ser humano –individual y colectiva- obedece a un principio de economía de energía y eficiencia, es porque más que re – crear una situación imaginaria –con la consabida dificultad de su identidad en los miles de casos de abducciones- es porque se trata simplemente de recurrir a una escenificación con una finalidad en orden a la evolución. Voy a decirlo directamente: ¿escenificamos abducciones porque

así ocurren o porque son la forma más económica y eficiente –en términos de energía psíquica- de hacer catarsis o bien representar el contacto con una realidad paralela, desde la cual, Algo o Alguien nos estimula como von Holst al gallo?. Voy más allá: ¿es improbable concebir que nuestra “respuesta condicionada” (quizás para satisfacción de Zacharías Sitchin) fue “incorporada”, pautada, en algún momento de nuestra evolución primigenia por una inteligencia exterior con vistas a condicionar estas respuestas en algún momento futuro?. Y, obviamente, reflexiones de similar tenor podríamos hacer respecto a las OOBE (“out of body experiences” o “experiencias fuera del cuerpo”) y las “peritanatológicas” (o experiencias cercanas a la muerte). Pero existe otro razonamiento para abonar la hipótesis de que nuestras “intuiciones espirituales” no son gratuitas. Y es aquél que dice que toda adaptación reproduce una parte del mundo real (o se acomoda a una parte de él). Esto no sólo puede decirse de los cascos de los caballos, las alas de las aves y las aletas de los peces. Puede decirse también de las estructuras del conocimiento. Por lo tanto, esas “formas de intuición” se adaptan, porque reflejan, algo del mundo real. El OVNI como estímulo – señal No ha dejado nunca de ser grotesco para los experimentadores que si a una gallina se le ubica, cerca pero inmóvil, una comadreja disecada, después de cierta reacción de sorpresa el plumífero queda totalmente indiferente ante su natural depredador. Pero si se toma una bolsa cubierta de piel y se le fijan dos botones brillantes donde en un animal deberían ir los ojos (una verdadera caricatura de comadreja pero mediante un cable se le imprime un sentido de movimiento la gallina se desespera por huir. El estímulo – señal, codificado genéticamente, tiene valores primitivos y esenciales, donde no importa tanto el aspecto sino otras variables, como, precisamente, el sentido de movimiento, a pesar de que no se parece casi en nada al agresor. Con los correspondientes estímulos – señal, se ha demostrado en innumerables casos que esto es válido también para otros animales. Cuando se ha llegado a descubrir cuáles son los estímulos específicos que les sirven de señal, aves de toda clase, peces, insectos, etc., todos se dejan manipular de manera previsible con los estímulos “fabricados” gracias a ellos. La reacción se efectúa no sólo de manera previsible, sino además infalible. Los animales son del todo incapaces de escapar al efecto desencadenante de tales estímulos. Esto acentúa la impresión de ver al OVNI, sin desmerecer su realidad física, como un ente “psicoide”, un “mandala”, algo a caballo de dos realidades. Sería interesante realizar el experimento de estudiar las reacciones de las personas ante un OVNI proteiforme fabricado artificialmente, aunque cabe preguntarnos, ¿proteiforme de qué es un OVNI?. Es dable suponer que las personas reaccionarán a similitud de los animales, reduciéndose el OVNI – estímulo – señal a sus

variables más elementales siempre y cuando, como dijéramos al resumir la teoría de la información, pudiéramos resumir en él la diferencia de la distribución de señales del promedio estadístico que se observa independientemente de cualquier contenido. La composición del estímulo clave desencadenante a base del menor número de características válidas para todos los enemigos del gallo que entran en consideración, es la única solución imaginable del aparentemente casi utópico problema que consiste en almacenar genéticamente una imagen que refleja todos los enemigos que pueda llegar a encontrar algún día puesto que existen concretamente en el medio real. Lo que ha realizado aquí la evolución es nada menos que una “generalización y abstracción”, una generalización que prescinde sistemáticamente de la diferencia de detalles individuales. Así, pues, al gallo, como organismo biológico, el conocimiento congénito sobre el mundo le proporciona una información óptima, exacta, útil. Y como su existencia se limita a la esfera biológica, para él el caso queda solucionado así de manera satisfactoria. Algo distinto se presenta el asunto para nosotros. Con respecto a la facultad cognoscitiva del gallo, nosotros nos encontramos en una esfera superior, en cierto modo una “metaesfera”. Examinada desde este plano “metafísico” para el gallo, la situación descrita en su totalidad gracias al sistema cerrado del programa de comportamiento congénito con patrón desencadenante incorporado, por una parte, y constelación de señales objetiva como estímulo desencadenante, adquiere una cualidad muy distinta. Extrapolando, nada nos impide entonces suponer que la constelación de percepciones espirituales de la humanidad (revelaciones preternaturales, mensajes cósmicos, manifestaciones fantasmales, voces angelicales, y cuanto etcétera puedan ustedes imaginar) pueden ser reducibles a estímulos – señal básicos, y de ellos el OVNI puede ser el estímulo clave desencadenante. Esto explicaría varias cosas: por un lado, el amplio espectro de intereses que paulatinamente van adquiriendo los aficionados a estas disciplinas, desde la curiosidad monotemática hasta la inquietud universalista. Por otr, las “modas” cíclicas que “lo sobrenatural” presenta en distintos momentos de la historia humana. Y finalmente, los sustratos comunes tanto a los fenómenos ovnilógicos como los paranormales. Pero pueden inferirse dos conclusiones más importantes: una, que entonces el hecho de que en laboratorios se pueda recrear (de manera bastante pobre, debemos admitir) “sensaciones de presencias espirituales” mediante el expeditivo método de someter al sujeto de la experiencia a estímulos físicos (con lo que se busca una reducción al absurdo de toda fenomenología paranormal a la categoría de alteraciones sinestésicas) sólo nos estaría diciendo que es posible recrear estímulos clave, y no que éstos no existan (como el hecho que pueda generarse un “agresor fantasma” en el cerebro del gallo no quita que las comadrejas hagan de las suyas en el mundo real). Además, sólo indicarían las áreas corticales que entran en el proceso, pero no el origen del proceso en sí. Y en segundo lugar, que así como el gallo tiene una percepción del enemigo superior a la de una garrapata (para poder poner sus huevos en mamíferos, ésta necesita identificarlos de los

reptiles, y para ello sólo necesita un estímulo: ser sensible al ácido butírico, infaltable en todo sudor), siendo de todas formas que a sus fines –y a su grado evolutivo- la percepción del mundo que tiene la garrapata es correcta (pero inferior a la del gallo) ontológicamente advertimos que la concepción del mundo del gallo también es correcta, pero limitada. Por consiguiente, y habiéndose visto que la evolución ni con mucho ha cesado (recuerden que todavía estaríamos en el “instante de la creación”) nuestra percepción del mundo, siendo correcta, también compartiría con aquellas su “limitidad”. Y los propios experimentos etológicos van más allá: como la gallina reconoce a sus polluelos por el piar y no por el aspecto, se ha colocado la famosa comadreja disecada dentro del nido de una gallina, eso sí, con un minúsculo altavoz que reproducía un piar de pollitos, observándose como aquélla trataba de protegerla y cubrirla, mientras que si se le cubrían los oídos, atacaba a picotazos a sus propios polluelos circunstancialmente alejados del nido. Extrapolando, de aquí a manipular la especie humana –aún en contra de las escalas de valores que consideramos lógicos o éticos- contra un eventual cambio de ideas, hay sólo un paso. Llegados aquí, deberíamos preguntarnos después de todo si desde los propios argumentos de la ciencia pueden elaborarse estas especulaciones, el porqué de la generalizada resistencia de los científicos a lo espiritual. Las ciencias de la naturaleza son las ciencias de la estructura y cambio de los sistemas materiales así como del reparto espacial de diversas formas de energía (H. Von Ditfurth). En su trabajo el científico se limita metodológicamente a la posición del monismo materialista. Esta limitación forma parte de la definición de la disciplina a la que se ha consagrado. La investigación científica de sistemas vivos no es otra cosa que el intento de ver adónde se llega cuando uno se esfuerza por explicar la estructura y el comportamiento de estos sistemas sólo gracias a sus particularidades materiales. Esto es legítimo y, por lo que respecta a las posibilidades de investigación práctica, el único método fructífero. Sólo que no debe perderse de vista que se trata una vez más no de una afirmación sobre la realidad, sino sobre una autolimitación metodológica; y muchos científicos lo han olvidado hace tiempo. El resultado es una enfermedad ideológica profesional que, como demuestra la experiencia, puede conducir a la grotesca convicción de que, en realidad, no existen fenómenos espirituales. El propio Konrad Lorenz escribió: “El proceso filogénico que conduce al origen de estructuras apropiadas para la conservación de la especie se parece tanto al aprendizaje del individuo que no tiene por qué extrañarnos demasiado que a menudo el resultado final de ambos sea casi igual. El genoma, el sistema de los cromosomas, contiene un tesoro de información de una riqueza francamente incomprensible. Este tesoro se ha ido formando mediante un proceso que a lo que más se parece es al aprendizaje gracias al ensayo y error”. Si consideramos la cronología genética de la relación que existe entre ellos y las actividades que tienen lugar de manera conciente en nuestra cabeza y que caracterizamos

con las mismas palabras, se nos cae la venda de los ojos. Entonces vemos que con nuestra acostumbrada manera de considerar la situación nos volvemos a encontrar aferrados al prejuicio antropocéntrico que en toda ocasión quiere convencernos de que nosotros mismos somos el punto de partida de toda la cadena causal. Pero como también en otros campos tenemos la tendencia a basar nuestros juicios en nuestras propias experiencias como si fueran un patrón, la naturaleza nos parece condenada a la falta de ingenio, ya que no somos capaces de descubrir en ella ningún cerebro pensante. En una conclusión precipitada identificamos la indiscutible carencia de cerebro de la naturaleza con la no existencia de inteligencia, fantasía, capacidad y todas las demás potencias creativas que en nosotros van unidas a la existencia de un sistema central intacto. Como durante demasiado tiempo hemos hecho del propio caso el fundamento de nuestro juicio, estamos convencidos de que es nuestro cerebro quien con todas estas capacidades y posibilidades y que, por tanto, sin nuestro cerebro no existirían.. Una parte no poco esencial de nuestro asombro ante la naturaleza se basa en un malentendido que tiene sus raíces aquí. Que una parte no poco importante de nuestra admiración por la naturaleza se debe a un misterio demasiado palpable: al asombro por todo lo que ha podido llevar a cabo esta naturaleza que tiene que arreglárselas sin cerebro y que con ello a nuestros ojos carece de todas las facultades creativas que para nosotros comporta el hecho de poseer un cerebro. Como si la creatividad y la facultad de aprender no hubieran aparecido en este mundo hasta nuestra llegada, cosa que naturalmente plantea la cuestión de cómo ha podido conseguir llegar hasta este punto la naturaleza en todos los eones anteriores. Es que la Vida tiene conciencia. Aprendizaje e inteligencia, la búsqueda de la solución a los problemas y las decisiones tomadas ante el fondo de una escala de valores que representa el resultado de procesos de aprendizajes anteriores, todo esto existe también fuera de la esfera del cerebro. Todo esto son realizaciones que, sin estar localizadas en un lugar concreto (un cerebro o una computadora) pueden existir de verdad y actuar de verdad a nivel supraindividual. Esta afirmación no tiene nada de metafísico. Solamente contradice nuestra habitual manera de pensar. Sin embargo, no describe más que hechos que existen de verdad en el mundo. Las funciones que acostumbramos a denominar “psíquicas” son anteriores a todos los cerebros. No son productos cerebrales; al contrario, como todo lo demás, también los cerebros pudieron ser producidos al final por la evolución sólo porque desde el principio ésta fue dirigida por las funciones de las que he escrito. Nuestro cerebro no es la fuente de estos logros, lo único que hace es integrarlos en el individuo. Tenemos que aprender a ver en el cerebro al órgano gracias al cual la evolución ha conseguido poner a disposición del organismo individual, como estrategias de comportamiento, las facultades y potencias inherentes a ella desde el principio, pero de ninguna manera en toda su amplitud. Hasta el momento, a pesar del tiempo transcurrido, este don está aún en un estado de desarrollo muy imperfecto. Ninguna persona estaría en condiciones de dirigir un hígado o construir una célula desde su cerebro. Resulta una trivialidad –pero que generalmente se nos escapadecir que la mayor parte de lo que la evolución ha sido capaz de producir –sin cerebro- nosotros, a pesar de todos nuestros esfuerzos, sólo podemos entenderlo en una mínima parte y mucho menos aún imitarlo.

Tenemos que contar con la posibilidad de que también la fase biológica de la evolución pudiera ser sólo un estado pasajero de la historia (como lo ha sido, por ejemplo, la evolución química). Es posible exponer argumentos a favor de la hipótesis de que la evolución biológica pudiera terminar en cuanto a sus productos (nosotros) hayan proporcionado a las estructuras cibernéticas la complejidad suficiente para que las capacite para seguir desarrollándose independientemente, sin ayuda de técnicos orgánicos, “vivos”. Y cuando esas supercomputadoras cuenten con sistemas de transmisión de información no electrónicos sino por ejemplo, solamente ópticos, se estará a un paso de obtener soportes meramente energéticos para la información. Y cuando la información pueda transmitirse y almacenarse en “receptáculos energéticos”, los contenedores materiales serán superfluos. Entonces, una “masa de energía” podrá a la vez ser vehículo y procesos de aprendizaje, inteligencia, ensayo, error, almacenamiento, en síntesis, entes pensantes. De aquí a la concepción de “entidades espirituales” hay un solo paso que quizás sólo nuestras anteojeras materialistas, la manipulación paradigmática del pelotón de tuercas y tornillos nos impide ver en la fenomenología OVNI.

CAPÍTULO IV

CUANDO LAS INTELIGENCIAS APARECEN El miedo viste de negro Martes, 12 de septiembre de 1978 En una época en que, cuando menos en mi país, Argentina, aún no se habían popularizado PC hogareñas, banco de datos comerciales ni otras lindezas, ciertos trabajos, como el de reunir información sobre la solvencia financiera de aquellos interesados en préstamos o créditos bancarios, eran sufragados por empresas privadas conocidas como “de informes comerciales”. Pesquisas por derecho propio de la confianza monetaria del prójimo, representaban, a mis ya lejanos veinte años, la única posibilidad cierta de un trabajo estable. Acababa de abandonar la carrera de Ingeniería Aeronáutica en una época oscura para la universidad nacional después de algunas amargas experiencias en los ámbitos académicos de la ciudad de La Plata con las autoridades uniformadas de entonces, y en parte por mi carácter, en parte por mi pasado adolescente de militante fervoroso, era mejor por un tiempo alejarme de las aulas y buscar un trabajo para solventarme. De todas

formas, la Ovnilogía en particular y las paraciencias en general seguirían siendo mi válvula de escape intelectual. Así que, con unas modestas habilidades con la máquina de escribir como todo currículum, conseguí un eclipsado puesto en una de esas empresas, situada sobre calle Alsina en Buenos Aires. Y durante un año tipeé páginas y más páginas respecto de pasivos, deudas impagas y ganancias y pérdidas. Fue el único año de mi vida que trabajé bajo relación de dependencia. El año 1978 había comenzado pleno de actividad ovnilógica para mí: en febrero entregué a la desaparecida Editorial “Cielosur”, de Buenos Aires, los originales del que fuera mi segundo libro, “Triángulo Mortal en Argentina” –tema que se reiterará a lo largo de este artículo- participé en numerosas conferencias y viajes de investigación. Pero para junio, las obligaciones de mi incipiente trabajo me habían alejado completamente de la gesta ufológica, excepto por la salida, los primeros días de agosto, al público de “Triángulo...”. Y aún así, todo se limitaba a responder las esperables llamadas telefónicas de los amigos, algún que otro comentario en la Editorial y poco más. Por eso, cuando al atardecer de ese día regresé a mi casa –aún vivía con mis padres- me sorprendió encontrar una nota de puño y letra de mi madre sobre la mesa del comedor. Decía algo así como “por nada del mundo le abras la puerta a nadie. Hubo gente rara buscándote. Cuando regresemos te contamos”. El principio de la historia lo conocí en realidad no por mis padres, sino por la encargada del edificio, quien al sospechar que había regresado no pudo frenar su profesional curiosidad de contar y enterarse. Contar que, a media tarde, dos policías uniformados acompañados de un tercero que llevaba sujeto de la correa un perro pastor (¿) y que permaneció dentro del automóvil ( un Ford Falcon negro) habíanse introducido en el edificio, secuestrado parte de la correspondencia diaria que por ese entonces solía llegarme y tocado timbre en los departamentos contiguos de mi piso, inquiriendo a los sorprendidos ocupantes respecto de mis hábitos de vida, ocupaciones, visitas, etc. La encargada me dijo que a ella le preguntaron sobre los países de procedencia de las cartas que recibía, además de presionarla respecto a cierto “segundo juego de llaves” que “seguramente” ella debía tener, a lo que la susodicha se negó rotundamente. Hecho esto, y con un velado comentario –a todos- de un prometido regreso, se fueron. Eso me contó la encargada. Y claro, esperaba algo a cambio, como por ejemplo saber porqué me buscaban. Algo que yo también habría querido saber. Un tanto alejado como estaba de la ovnilogía, me pregunté si se debería a mis antecedentes estudiantiles, o quizás algo vinculado a mi trabajo. Con veinte años, la situación, no me molesta admitirlo, me provocaba mucho miedo. Si lo hubiera vinculado a la ovnilogía, tal vez el miedo hubiera sido mayor. Esa misma noche mi padre se comunicaba con la seccional de policía a la que correspondía mi domicilio, donde no sólo le manifestaron que no había ninguna solicitud de información respecto de mi persona sino asimismo se mostraron muy extrañados por un procedimiento, aunque fuera perteneciente a alguna otra área de nuestra benemérita Policía Federal, que no les hubiera sido

anticipado. Al día siguiente llegué a mi trabajo muy temprano; había recordado que un gerente de la firma tenía fluidos contactos con estamentos superiores de la Policía, y tal vez él pudiera averiguar algo. Negativo. Después de un par de semanas –y me consta que el hombre hizo el mejor esfuerzo, llegando hasta la Superintendencia de la Policía Federal, la ex Coordinación Federal de triste memoria- nadie sabía quiénes eran los policías con auto negro y perro. Eran épocas oscuras de dictadura militar sin derechos civiles ni “hábeas corpus”. Viví –vivimos- con temor un par de semanas. Cierto día, un viernes, cuando la encargada salía a hacer ciertos quehaceres cerca del mediodía, encontró frente al tablero de los “porteros eléctricos” a uno de los policías de la visita anterior. Ahora, quizás menos nerviosa que la vez pasada, me lo pudo describir en detalle: no muy alto (le calculó alrededor de 1,65 m.), muy delgado (sus palabras fueron “el uniforme le quedaba como tres talles por demás grande, y de la gorra, ¡ni hablar!”), la piel oscura, extrañamente cetrina, ojos negros y nariz demasiado ganchuda. Le llamó la atención no distinguir otros uniformados, ni el auto ni, por supuesto, el enigmático can. Dijo que el hombre sólo la miró y en voz baja, casi sibilando, espetó: - ¡No contestan en el “5ºA”! –(tal el piso y departamento que ocupábamos entonces). - Lógico. No hay nadie. Están trabajando –argumentó previsiblemente la empleada. - Entonces dígale a ese pendejo que se aleje de los OVNIs.- fue cuando el auto negro, con un solo policía manejando (y sin perro) apareció por una esquina, sobre él subió el extraño hombre de la ley, y desaparecieron. Jamás regresaron. Tal vez ustedes no me crean si les cuento que fue una nimiedad, una sola palabra en esta respuesta, lo que me hizo sentirme incómodo. Pregunté y repregunté a la pobre mujer el sentido exacto de las palabras empleadas y todas las veces, muy segura, me repitió exactamente las mismas. ¿Policías molestos con un investigador de OVNIs?. Absurdo. ¿Con una mascota?. Anacrónico. ¿Un auto negro?. Fantástico. Pero había un elemento más para estar seguro que no eran policías. Y si bien el vocablo “pendejo” les sería muy propio, en los giros idiomáticos usuales en nuestros regionalismos se diría “que la acabe con los OVNIs”, “que la corte con los OVNIs”, “que la termine con los OVNIs” pero nunca “que se aleje de los OVNIs”. Demasiado estudiado. Y si ustedes alguna vez leyeron “Triángulo Mortal en la Argentina” (si no lo hicieron; bueno, es una lástima), la aparición inopinada de caballeros vestidos de policías que no son policías en un auto negro y siempre –casi una constante- con algún detalle bizarro y absurdo (aquí el perro) les haría cerrar la ecuación con una sola expresión: MIBs. “Men in Black”. U Hombres de Negro, si lo prefieren.

Un sainete cósmico Ya lo comenté en otro artículo sobre este mismo tema: dos cosas absolutamente ilógicas parecen signar todas las apariciones de MIBs. La primera, que nunca son los investigadores de primera línea los visitados por ellos. En este sentido, mi anécdota, vista fríamente, más que ensalzar mi ego tendería a deprimirlo: si recibí su visita fue precisamente porque no era tan importante, después de todo. Por supuesto, la tendencia instintiva es a descreer los relatos de desconocidos o semi desconocidos en cuanto a las apariciones de estos seres. Alguna vez, yo mismo creí (hasta que me ocurrió, lógicamente) que se trataban de seguidillas de hechos más o menos casuales vinculantes de personalidades un tanto paranoicas con cuanto loco anda suelto por ahí. Hoy en día, y debo admitir que en buena medida a instancias de las reflexiones que me surgieron a raíz del episodio que viví tan de cerca, sospecho otra cosa: si bien no estoy en condiciones de afirmar que los MIBs sean necesariamente extraterrestres camuflados, todo me señala que forma parte inextricable del fenómeno OVNI, no sólo porque se arrogue tal relación sino por compartir simbólica y formalmente su misma estructura ontológica. El OVNI es un absurdo, qué duda cabe: su comportamiento en los cielos parece destinado a sacudir los fundamentos de las creencias mismas de la humanidad, y muchos autores han teorizado que la Inteligencia que se mueve detrás de ellos se comporta precisamente de forma tan absurda porque, a semejanza de un cósmico koan zen (un acertijo sin respuesta racional que destruye las creencias preestablecidas del estudiante), busca afectar al Inconsciente Colectivo de la humanidad para provocar un salto cuántico en la evolución de su mentalidad. Por ello, los OVNIs no aterrizan de una buena vez en las afueras de la Casa Blanca: porque su efecto demoledor de paradigmas sólo funciona actuando detrás de bambalinas, orillando la credulidad, moviéndose al filo de la realidad cotidiana, sospechosamente intuido pero nunca confirmado. La duda, la ansiedad intelectual, la emocionalidad subyacente que el fenómeno viene generando a través de las décadas es lo que genera el efecto buscado: una variable emotiva distinta en la línea del pensamiento histórico de nuestra especie. Lo que quiero decir es que, si la Inteligencia que se mueve detrás de los OVNIs más que netamente extraterrestre es extradimensional, lo que equivale a hablar de entes de una Realidad paralela, y si a nuestra percepción esos entes no son distintos a lo que históricamente conocemos como “entes espirituales”, a esa Inteligencia le será más fructífero a sus fines un cambio gradual pero evidente en la psicología de las masas que en el hecho físico, anecdótico y mediático de aparecerse a las puertas de la ONU. El “para qué” será motivo de otro trabajo. Y es evidente que el fenómeno MIB comparte esta “ilogicidad” con todo el fenómeno OVNI: al igual que él, no se aparece a los personajes principales del teatro universal, sino a los actores secundarios de los sainetes pueblerinos. No se hace visible ante un presidente que a golpe de decreto puede cambiar la forma de pensar de las masas; se aparece a decenas, a miles de Juanes o Marías cotidianos

que en sus relatos, sus sueños subsiguientes y sus creencias aglutinarán en una o dos generaciones un nuevo molde de ideas, a caballo quizás entre lo religioso y lo lógico, entre el demonio y los marcianos. Esa “absurdidad” de los MIBs campea en sus mensajes, en los aspectos ridículos de los episodios (recuerden al “hombre del cable verde”, quienes ya me han leído en otra ocasión), en el vago toque “retro” y hasta “kitsch” de sus personajes, como escapados de una mala película norteamericana de los ’50 con estereotipados gángsters, para colmo en ocasiones de rasgos orientales (que siempre hicieron el papel de “malos” en esas películas) mezclados, en quién sabe que confusa recepción satelital de nuestras remotas transmisiones de TV, con reportajes en vivo desde el “Coven 13” de MTV. El informe típico sobre MIBs es más o menos como sigue: poco después de haber observado un OVNI, el sujeto recibe una visita (recuerden los “cuatro hombres de negro” que el 29 de abril de 1996, casi cuatro meses después de ocurridos los sucesos iniciales, visitaron a la familia de las principales testigos del “caso Varginha”, en Brasil). Con frecuencia, esto ocurre tan pronto que todavía no se ha concluido ninguna investigación oficial y, en muchas ocasiones, sin estar siquiera precedida por la denuncia del caso. Dicho en otras palabras: los visitantes no pueden haber obtenido de forma normal la información que poseen, sobre todo cuando en esas entrevistas suelen remitirse a experiencias o circunstancias de la vida privada del testigo, en ocasiones remotas en el tiempo y que no son siquiera de conocimiento de sus más cercanos familiares. La víctima está, casi siempre, sola en el momento de la visita, generalmente en su propia casa. Sus visitantes, que suelen ser tres, llegan en un coche negro. En Estados Unidos, un Cadillac; aquí en Argentina –y es sabido que los MIBs en muchas ocasiones cambian sus atuendos por uniformes militares- en un Ford Falcon, automóvil de triste recuerdo para la memoria colectiva, claro que no color verde como los que acostumbraban cometer tropelías en tiempos de las dictaduras militares, sino negro. Al mismo tiempo, aunque se trata de un automóvil antiguo, lo más frecuente es que esté en perfectas condiciones, que esté escrupulosamente limpio por dentro y reluciente por fuera, y que presente incluso el inconfundible olor a “coche nuevo”. Si el sujeto anota el número de matrícula y lo investiga, descubre siempre que se trata de un número inexistente. Los visitantes son casi siempre hombres; muy raramente aparece una mujer, pero nunca más de una. Su aspecto se ajusta a la imagen estereotipada de un agente de la CIA o de los servicios secretos: llevan trajes oscuros, sombreros oscuros -¡aún en esta época!- zapatos y calcetines negros, camisas blancas. Los testigos comentan a menudo su aspecto impecable: toda la ropa que llevan parece recién comprada. Los rostros de los visitantes son descriptos generalmente como vagamente extranjeros, casi siempre, como dijimos, “orientales”; muchas descripciones hablan de ojos almendrados. Cuando su piel no es oscura, suelen estar alternativamente muy tostados o exageradamente blancuzcos. A veces aparecen toques extraños, en

varios casos, ¡labios pintados!. Vagamente amenazantes, sus insinuaciones parecen ser de aquellas que tantos gustan a los guionistas mediocres de Hollywood: “¡Caramba, señor X, me temo que no me está diciendo la verdad!”, o “Si quiere que su esposa siga siendo bonita, le conviene darme esas fotografías”. Todo esto provoca la “sensación imitativa extraterrestre”. Unos alienígenas bastante chuscos, decididos a impedir que nuestros heroicos ciudadanos pasen sobre las formalidades burocráticas del gobierno y desvelen el misterio de los OVNIs, deciden infiltrarse entre la población para llevar adelante sus cometidos. Pero, extraterrestres al fin, interpretan de manera confusa una de sus pocas fuentes de información remota sobre nuestra civilización: la películas de TV que, como se saben, viajan a caballo de ondas electromagnéticas hasta los mismos confines de nuestra Galaxia. Allí aprenden cómo deben vestirse los malos, pero, claro, la película le llega con unos cuarenta años de retraso e ignorantes de la frívola modificación de la moda temporada tras temporada, nada les hace sospechar que las costumbres de vestuario han cambiado. Así que se fabrican esas pilchas y de paso unos automóviles a la misma usanza, y quizás por medios extrasensoriales obtienen la información que desean sobre el testigo y su entorno. Se materializan entonces casi a las puertas de su domicilio y progresan con su cometido. Pero en el camino cometen ciertos errores: algún lejano episodio de “Viaje a las Estrellas” les sugiere la conveniencia de algunos detalles como cables que entren y salgan del cuerpo: cautivados por los labios sensuales de tanta actriz de teleteatro, se preguntan porqué, en aras de verosimilitud, no añadir este toque de rouge también. Y en cuanto al lenguaje, si su fuente de información –siempre hipotéticamente- son nuestros medios masivos de comunicación, no sólo es comprensible que sea tan forzadamente estereotipado: sólo espero que no empiecen, en los próximos encuentros, a proferir las barbaridades que escuchamos todos los días. Más evidencias de estilos pasados de moda: cuando en 1972 el investigador Frank Marne, domiciliado en Pittsburg, Estados Unidos, recibió la visita de tres supuestos militares interesados por sus investigaciones, una de las cosas que más llamó la atención de Marne fue la extrema pulcritud de sus uniformes de gala del Ejército norteamericano... pero con el estilo de la guerra de Corea, unos veinte años antes. En setiembre de 1976, el doctor Herbert Hopkins, médico e hipnólogo de 58 años de edad, trabajaba como consultor en un caso de teleportación en Maine (Estados Unidos). Una noche en que su esposa e hijos habían salido dejándole solo, sonó el teléfono y un hombre que se identificó a sí mismo como vicepresidente de la Organización de Investigaciones OVNI de New Jersey solicitó entrevistarse con él para discutir el caso. El doctor Hopkins aceptó, pues en aquél momento le pareció lo más natural. Se dirigió a la puerta trasera para encender la luz para que el visitante pudiera encontrar el camino desde el estacionamiento, y vio al hombre que ya estaba subiendo los escalones de la entrada. “No vi ningún coche, pero aunque lo hubiera tenido es imposible que llegara a mi casa con tanta rapidez

desde ningún teléfono”, comentó más tarde asombrado (es obvio que no eran tiempos de teléfonos celulares). Pero en aquél momento el doctor Hopkins no experimentó sorpresa alguna, y acogió al visitante. El hombre vestía traje negro, sombrero, zapatos y corbata negros y camisa blanca. Pensó que su aspecto era el de un empleado de una funeraria. Sus ropas eran impecables: el traje, sin arrugas, y la raya de los pantalones, perfecta. Al quitarse el sombreo vio que era completamente calvo, y que carecía de cejas y pestañas. Su palidez era cadavérica, y sus labios eran de un rojo brillante. En el transcurso de la conversación se frotó los labios con un guante, de ante gris, y el doctor se sorprendió al comprobar que los llevaba pintados. Sin embargo, fue más tarde cuando el doctor Hopkins reflexionó sobre lo extraño del aspecto y de la conducta de su visitante. En aquél momento siguió la conversación con toda naturalidad, considerando que el episodio formaba parte de su actividad profesional. Cuando concluyó la charla sobre el caso que motivaba la reunión, el visitante afirmó que el doctor tenía dos monedas en el bolsillo relacionadas con el episodio. Le pidió al doctor que pusiera una de las monedas en su mano y él así lo hizo. El extraño dijo al doctor que mirara la moneda, no a él; mientras lo hacía la moneda pareció desenfocarse y luego se desvaneció gradualmente. “Ni usted ni nadie más en este planeta volverá a ver esta moneda otra vez”, dijo el visitante. Después de hablar un rato más de los tópicos acerca de los OVNIs, el doctor Hopkins advirtió que el visitante hablaba más despacio. El hombre se levantó tambaleándose y dijo muy despacio: “Mi energía se está agotando, debo irme ahora. Adiós”. Se encaminó vacilante hacia la puerta y bajó los peldaños con inseguridad, de uno en uno. Hopkins vio una luz brillante en la carretera, una luz blanco – azulada y de brillo distinto a la de los faros de un auto. En aquél momento, sin embargo, supuso que se trataba del coche del extraño, aun cuando ni lo vio ni oyó. Más tarde, cuando regresó la familia del doctor, examinaron la carretera, encontrando señales que no podían pertenecer a un coche, pues estaban en el centro de la calzada. Al día siguiente, y aunque el camino no se había utilizado, las marcas ya no estaban. El doctor Hopkins quedó sumamente alarmado por la visita, sobre todo desde que empezó a plantearse lo extraordinario de la conducta de su visitante. De ahí que siguiera al pie de la letra las instrucciones de aquel hombre; borró las cintas de las sesiones hipnóticas que estaba realizando en relación al caso que le ocupaba, y aceptó abandonar el mismo. Tanto en casa del doctor Hopkins como en la de su hijo mayor, siguieron ocurriendo incidentes curiosos. Hopkins supuso que tenían alguna relación con la extraña visita, pero nunca supo nada más de su visitante. En cuanto a la Organización de Investigaciones OVNI de New Jersey, tal institución no existía.

El 24 de setiembre, pocos días después de la abracadabrante visita, su nuera Maureen recibió la llamada de un hombre que pretendía conocer a John, su esposo, y preguntó si les podía visitar con un acompañante. John citó al hombre en un restaurante de la localidad y lo llevó a su casa con el acompañante del mismo, una mujer. Ambos parecían tener entre treinta y cuarenta años, y vestían prendas pasadas de moda. La mujer resultaba particularmente chocante: tenía los pechos muy bajos, y cuando se levantaba daba la impresión de que las articulaciones de sus caderas eran raras. Los dos extraños caminaban con pasos muy cortos, y avanzaban como si tuvieran miedo de caerse. Aceptaron unas gaseosas, pero casi ni las probaron. Se sentaron torpemente el uno junto al otro en el mismo sofá, y el hombre disparó varias preguntas muy personales a John y Maureen: ¿veían mucha televisión?. ¿Qué clase de libros leían?. ¿De qué hablaban?. Continuamente el hombre manoseaba y acariciaba a su compañera, preguntando a John si todo eso estaba bien y si lo hacía correctamente. John abandonó la sala por un momento y el hombre trató de persuadir a Maureen para que se sentara junto a él. También le preguntó “cómo estaba hecha”, y si tenía alguna foto de ella desnuda. Poco después la mujer se levantó y dijo que deseaba marcharse. El hombre también se levantó, pero no hizo ningún movimiento para irse. Estaba entre la puerta y la mujer, y parecía que para ella el único camino para llegar a la puerta era andando en línea recta, directamente a través de él. Al final la mujer se volvió hacia John y le dijo: “Por favor, muévalo, yo no puedo”. De repente, el hombre se movió, seguido de la mujer; ambos caminaban en línea recta. No dijeron nada más; ni siquiera se despidieron. ¿Rostros orientales dijimos?. Octubre de 1932. Poblado esquimal de Anjiku (mil millas al norte de la ciudad de Churchill, Canadá) Luego de casi tres semanas de no haber recibido los pueblos mineros y pesqueros cercanos ninguna visita de esquimal alguno de esta aldea de menos de cincuenta habitantes (casi todos parientes, con abundancia de matrimonios intrafamiliares), una patrulla de la Policía Montada de Canadá se desplazó hasta la misma en la presunción que hubieran sido víctimas de alguna catástrofe, como una epidemia. Al llegar al lugar, encontraron la más absoluta desolación: la aldea estaba desierta, pero una gran huella de pisadas –que permitió calcular la desaparición en apenas unos días antes de la fecha- se dirigía rectamente hasta un páramo a algunos centenares de metros de la choza más alejada, como si todos los lugareños hubieran caminado en grupo, hasta detenerse y desplazarse, al parecer durante largo tiempo, en forma errática pero sin salir jamás de un círculo de unos cien metros de diámetro. No se halló cadáver alguno. Las armas estaban en sus lugares (ningún esquimal se alejaría de su vivienda sin su arpón, cuchillo y fusil).

Los rescoldos del fuego y los calderos con restos descompuestos de comida señalaban que las mujeres habían abandonado en pleno sus quehaceres domésticos, impresión que se veía ratificada por los dos sacones de piel con agujas de hueso de foca aún atravesadas, en una costura abandonada imprevistamente a medio hacer. Los perros, desfallecientes y temerosos, seguían atados a sus cadenas, las canoas en sus apostaderos. Como en el Mary Celeste todo era como una postal congelada en el tiempo de la vida cotidiana, pero donde se hubiera suprimido a sus protagonistas. Hombres de negro de tez aceitunada, narices ganchudas, orientales... La conexión psíquica Si nos detenemos en este punto tendremos dos opciones: o tirar por la borda la totalidad de los testimonios (aún aquellos bien documentados y acreditados) por considerarlos un atado de sandeces sin sentido alguno; o preguntarnos si detrás de esa apariencia ridícula se esconde algo más. Obviamente, voy por esta segunda opción. Porque si bien es dable esperar que todo fraude, toda historia propia del día de los inocentes muestre la hilacha de ciertas características absurdas, la verdadera avalancha de tales matices en estos testimonios es precisamente y a mi juicio, lo que los hace más sugestivos: si sólo se tratara de una sarta de invenciones, se disimularían más fácilmente si sus aspectos fueran, digamos, más cotidianos. Esas concatenaciones de detalles ersatz es lo que me sugiere que hay una extraña realidad común detrás de todos ellos. Y aquí regreso a lo enunciado párrafos atrás: su absurdidad es tan evidente que es parte de su naturaleza, una “pauta de comportamiento”, vamos. Una absurdidad que tiene más que ver con la naturaleza de las reacciones que provoca en los destinatarios que con la estructura del fenómeno en sí (¿recuerdan el ejemplo del “koan” zen?). Una absurdidad pletórica de componentes místicos: apariciones y desapariciones fantasmales, poltergeist sistemáticos (que acompañan los días de las víctimas inmediatamente posteriores a las visitas), objetos que aparecen y desaparecen (los estudiosos del budismo tibetano conocen de sobra las técnicas de “tulpas”, literalmente “formas de pensamiento”, mediante el cual los iniciados logran concentrarse tan intensamente en determinadas imágenes que terminan éstas haciéndose visibles y hasta tangibles incluso para observadores escépticos, objetivos y experimentados; verdaderos “fantasmas de la mente” que sobreviven en ocasiones durante días cuando sus creadores se han desentendido de ellas)... Ya en 1976, el investigador argentino profesor 0scar Adolfo Uriondo, en un meduloso artículo inserto en la ya desaparecida revista “Ovnis: un desafío a la ciencia” señalaba la molesta –cuando menos para los integrantes del pelotón de tuercas y tornillos- pero irrebatible irrupción de la fenomenología parapsicológica

dentro del campo de la casuística OVNI. Si bien no es muy procedente tratar de explicar un misterio mediante otro misterio, tampoco sería ético negar las implicancias paranormales que suelen ser el marco de las apariciones de estos objetos; negación que respondería más a un compulsivo deseo de evitar discusiones ríspidas con la ciencia mecanicista que alejara al ovnílogo aún más de ser aceptado en sus templos, que como una honra a la exactitud de la información. Porque cuando aún no se hablaba de channeling ni de maestros ascendidos, cuando Vallée apenas esbozaba tímidamente su teoría del monitoreo desde una Realidad Alternativa, ya entonces, decíamos era evidente un ámbito de superposición referente a ciertas pautas de comportamiento de las entidades asociadas a OVNIs, pautas asociadas a lo que se espera de “apariciones” o, vulgarmente, “fantasmas”. Mi razonamiento, a partir de allí, es el siguiente: si se admite la realidad casuística de fenomenología paranormal dentro del contexto de la temática OVNI, en testimonios de indiscutible verosimilitud, ¿quién estaría en condiciones de definir el límite exacto de ambos campos?. ¿Quién puede lícitamente arrogarse el derecho de decidir hasta qué punto se aceptan manifestaciones parapsicológicas dentro de lo ovnilógico y a partir de qué punto no, excepto cuando ese territorio desdibujado opaca, por su invasión, los juicios apriorísticos de quien, atado desde el vamos a ciertas hipótesis preestablecidas sobre su origen, ve así amenazada su creencia?. Los investigadores de OVNIs y las personas que los han visto no son de ningún modo los únicos que reciben visitas de hombres vestido de negro. Quienes investigaron la resurrección religiosa de 1905 en el norte de Gales, describen las fantasmagóricas apariciones de tres hombres vestidos íntegramente de negro –en contadas ocasiones uno solo- en los (adivinen dónde) dormitorios de líderes religiosos de esas comunidades. Los mismos que relatan, avalados por numerosos testigos, que durante sus manifestaciones multitudinarias extrañas “luces” multicolores revoloteaban sobre la multitud. Una de las predicadoras más reconocidas, Mary Jones, relata en sus memorias como cierta noche, en que una de estas inquietantes visitas se apersonó en el vano de la puerta de su alcoba y le increpaba, una “luz” esférica, blanco azulada, se materializó sorpresivamente dentro de la habitación y descargó un “rayo” sobre el ser, vaporizándolo. Todo esto parece una fantasía delirante, si no fuera por el hecho de que existen evidencias probadas de algunos de los fenómenos relatados, muchos de los cuales fueron presenciados por varios testigos independientes, algunos de ellos abiertamente escépticos. A lo que apunto es que lo que sabemos acerca de las manifestaciones actuales de Hombres de Negro puede ayudarnos a comprender sus apariciones en el pasado, y viceversa. De una forma u otra, aparecen en el folklore de todos los países, y periódicamente pasan de la leyenda a la vida cotidiana. El 2 de junio de 1603 un joven campesino se confesó culpable, frente a un tribunal del sudoeste de Francia, de varios actos provocados por su transformación en lobo; había acabado secuestrando y comiendo a un niño. El “hombre lobo” afirmó que estaba actuando bajo las órdenes del Dios del Bosque, del cual era

esclavo, un hombre alto y moreno, vestido todo de negro y montado en un caballo negro. ¿Y qué decir del silencioso y no menos misterioso visitante que golpeó a las puertas de la residencia de Mozart para encargarle un Réquiem, con una espléndida paga en efectivo y la consigna de no preguntar sobre su destinatario, réquiem que quedó inconcluso por la muerte del compositor, sospechoso en los últimos momentos que como una broma macabra el réquiem había sido encargado, precisamente, para él?. Y es obvio que si en la vida de Mozart debemos buscar razones para su acoso, las mismas seguramente no estarán en sus creaciones sino, quizás, en su filiación masónica. Todos los evidentes elementos simbólicos en sus apariciones han llevado a algunos autores a postular que los Hombres de Negro no son criaturas de carne y hueso, sino construcciones mentales proyectadas desde la imaginación de quien la percibe, y que adoptan una forma que combina la leyenda tradicional con las imágenes contemporáneas. Sin embargo, no es tan simple como parece: la mayoría de los relatos aseguran que se trata de criaturas reales que se mueven en el mundo real y físico. En diciembre de 1979, en la ciudad de la entonces Alemania occidental de Tirschenreuth, en el alto Palatinado, por varias semanas la gente no se atrevió a salir de noche de sus casas. Los padres prohibían a sus hijos que fueran por las calles una vez caído el sol; las mujeres, por motivos de seguridad, hacían que sus amigos o parientes fueran a buscarlas al lugar de trabajo. Y todo porque numerosos habitantes se vieron enfrentados a un fenómeno verdaderamente siniestro. Una y otra vez, aterrorizados testigos acudían a la policía para denunciar el mismo hecho: de la oscuridad surgía repentinamente un coche con las cortinas en las ventanillas laterales, del cual descendían tres hombres vestidos de negro que, ante la mirada de los espeluznados transeúntes, abrían la portezuela trasera y extraían un féretro, abriéndolo en ocasiones. En este punto, los involuntarios testigos recuperaban el control de sus piernas y salían disparados, aunque algunos alcanzaban a atisbar en el interior del ataúd, totalmente vacío, lo que hacía aún más incomprensible y tétrica la actitud de los silenciosos individuos. Varias mujeres tuvieron que ser hospitalizadas en estado de shock, y un par de muchachos con presencia de ánimo para detenerse a algunas decenas de metros y mirar hacia atrás, manifestaron que el enigmático vehículo parecía “desaparecer fundiéndose con las sombras”. Así que con estas anécdotas y estos parámetros, y puesto a hipotetizar sobre su origen, creo que puede circunscribirse su naturaleza a: a)Agentes extraterrestres infiltrados en busca de silenciar testigos que entorpezcan sus ominosos planes para con nuestra Humanidad. b)Secuaces diabólicos de un inmarcesible Belcebú que usan al satánico fenómeno OVNI para vehiculizar sus innobles propósitos.

c)Agentes federales, de organismos gubernamentales o militares, deseosos de monopolizar en aras de su belicismo innato los secretos que puedan llegar a arrancarse al OVNI. d)Una sociedad secreta. La primera posibilidad es posible pero no probable. Ciertamente, lo que ha silenciado a la gente no han sido los Hombres de Negro sino el propio miedo de los destinatarios. Y en el caso de los que hicieron caso omiso (entre ellos, un servidor), bueno, aquí estamos y seguimos. La segunda opción, de neto corte fundamentalista, ha sido en realidad propuesta por grupos evangélicos – generalmente de filiación pentecostal- y está, a mi criterio, más emparentado con el usufructo del miedo a lo desconocido inherente a los bajos estratos sociales en función de un proselitismo ideológico, que a una cabal identificación de estos oscuros personajes. Para refutar esta posibilidad (que, como exótico renacimiento medieval, aún he escuchado en fechas cercanas) permítaseme señalar dos detalles: si de entidades espirituales demoníacas se tratara, toda esa parafernalia a lo Bugsy Malone carecería de sentido: simplemente, una vaporosa y sulfurosa aparición en la intimidad del destinatario de la amenaza y a otra cosa, mariposa. En segundo lugar –y le cabe el sayo de la hipótesis anterior- un demonio, por subalterno que fuere, que no materializara sus maléficos propósitos no sólo perdería autoridad; se expondría al ridículo, situación a la que, como es de público conocimiento, el Príncipe de las Tinieblas no es muy afecto. ¿La tercera opción?. ¿Federales o militares pintándose los labios, clavándose los extremos de un hilo de cobre en las pantorrillas, manoseando a sus parejas en público como para ser detenidos por ofensa al pudor o metiéndose en los detalles íntimos de quienes visitan –a quienes, generalmente, sólo amenazan al final de la entrevista- arriesgándose a un fenomenal puñetazo de un marido celoso.. o expuesto in fraganti delito?. Los que hemos vivido y padecido épocas de autoritarismo militar sabemos que los mismos, cuando así quieren proceder, no se andan con chiquitas, y si muchos testigos de las apariciones de MIBs no fueran de por sí individuos altamente confiables, personas honestas y respetadas en la comunidad, interlocutores válidos en cualquier instancia judicial, testigos creíbles para cualquier jurado, todo esto habría que echarlo por la borda de lo probable. Me quedo, entonces, con la tercera posibilidad: una sociedad secreta, que a través de centenares de años ha influido para evitar el avance del conocimiento de la humanidad sobre determinados temas: ayer, logros científicos. Hoy, el contacto abierto con fraternidades extragalácticas, contacto que necesariamente debe ir precedido de la aceptación pública del mismo. Una sociedad que, por su naturaleza y desarrollo fuertemente emparentado con lo que conocemos como Ciencias Herméticas y Ocultas, le ha puesto en poder de determinadas facultades extrasensoriales o el acceso a fuentes de energías no físicas. Una sociedad secreta puesta al servicio de ciertas entidades –quizás más extradimensionales que extraterrestres- deseosas de impedir un salto cuántico en

la evolución de esta Humanidad, y seguramente de otras también. Quizás por una simple cuestión de supervivencia... Existe un movimiento, a través de la Historia y los gobiernos, que opera desde las sombras para impedirle a la Humanidad progresar demasiado velozmente o en determinadas direcciones, un poder particularmente deseoso de cercenarnos espectaculares progresos científicos y tecnológicos que en distintas confluencias de los tiempos pasados, remotos o cercanos, estuvieron casi al alcance de la mano y que hubieran provocado, de ser reconocidos y alentados, un “salto cuántico” en la historia de nuestra especie. Este Poder detrás del Poder, a quienes llamo los “Barones de las Tinieblas” –y que volveremos a encontrar inquietantemente afines a las motivaciones o aparentes objetivos de cierta clase de visitantes cósmicos- están en permanente conflicto con otra sociedad secreta –llamémosla los “Guardianes de la Luz”- afines a seres extraterrestres o extradimensionales benéficos para con la especie humana. Sin embargo, sé que puede resultar una tarea ímproba y casi imposible demostrar, más allá de toda duda plausible, la existencia de esa “sociedad secreta”. Simplemente por el hecho que cuanto más fuerte y más clandestina es, menos evidencias habrá dejado de su paso, y ni que pensar en registros escritos u otras de similar tenor. O dicho de otra manera; cuánto más éxito haya tenido en permanecer secreta, aunque parezca una verdad de Perogrullo, más ímprobo resultará demostrar su existencia. Así que la pauta para probar su realidad dependerá de aplicar el razonamiento que si a través del tiempo podemos encontrar personas aunadas por idénticos procederes y objetivos, reivindicando intereses comunes, o eventos o personas, físicas o jurídicas, manipuladas por igualmente extrañas circunstancias que en todos los casos conlleven a consecuencias concomitantes con los objetivos de los sujetos mencionados en primer término, podrá entonces colegirse con bastante fundamentos que los segundos serán víctimas de las maniobras de los primeros, a su vez, hermanados en una mística común; la que sólo puede responder a la fraternización dentro de una organización unívoca. Porque el accionar de los Barones de las Tinieblas ha apuntado, cíclica, persistentemente –y debo admitir que con éxito- a frenar la evolución de la especie humana. ¿Con qué fines?. Tal vez vayamos desvelándolos a lo largo de otras páginas, pero convengan conmigo que de suyo se impone el más obvio: una humanidad ignorante de sus potencialidades, alejada de descubrimientos que podrían provocar un “salto cuántico” en su evolución, es fácilmente manipulable. Distraídos de lo Trascendente, encolumnados detrás de espúreas metas ilusorias, recuerdan aquel comentario de Charles Fort: “¿Acaso las ovejas saben cuándo y cómo van al matadero?”. Y precisamente porque su accionar ha sido exitoso, es que nos resulta muy difícil tomar conciencia de cuánto nos hemos alejado de un camino de crecimiento interior y exterior, cuán lejos podríamos estar en el camino a las estrellas si en

ciertos quiebres de la historia, en ciertas curvas de la ruta, no se nos hubiese empujado a tomar desvíos que, en lugar de incómodos, traumáticos pero efectivos atajos, eran en realidad sofisticadas, atractivas y cómodas autopistas hacia la Nada. De los ejemplos que he mencionado, está llena nuestra crónica. Sobre la que, si les interesa, sabremos regresar. Además, es importante introducir una nueva variable en esta ecuación: ¿se trataría de una sociedad física de orden esotérico con capacidades de inmiscuirse en elos planos espirituales o, por el contrario, de una entidad –como colectivo de voluntades- no física con la prebenda de inmiscuirse en nuestros planos de Realidad?. Porque tanto la literatura shamánica como la psicoanalítica nos remiten permanentemente a las apariciones, en sueños o visiones alucinatorias (tomando lo de “alucinatorio” en el contexto que me he esforzado en explicar hasta aquí) de seres vestidos de negro, a la usanza antigua (generalmente muy antigua, esto es, de capa o túnica de ese color) o moderna, interpretándoselos, en el segundo contexto, como corporizaciones del concepto psicológico de “La Sombra”. Se le llama así a esta faceta de la mente en tanto se entiende que la sombra lanzada por la mente consciente del individuo contiene los aspectos escondidos, reprimidos y desfavorables o execrables de la personalidad. Pero esa oscuridad no es exactamente lo contrario del ego consciente. Así como el ego contiene actitudes desfavorables y destructivas, la sombra tiene buenas cualidades: instintos normales e instintos creadores. Ego y sombra, aunque separados, están estrechamente ligados en forma muy parecida a como se relacionan entre sí pensamiento y sensación. Es La Sombra entonces otro de los múltiples “yoes” a los que ya hemos hecho referencia y que definen la naturaleza humana. Pero si, siguiendo la hipótesis que hemos venido delineando en estos capítulos, entendemos al mundo de los sueños como otro orden de Realidad, o una correspondencia (en el sentido de lo microcósmico correspondiéndose a lo macrocósmico) entre el plano de lo psíquico y el plano de lo físico, ¿serán los Hombres de Negro la expresión en el mundo material de esas mismas fuerzas psíquicas que en el plano mental e individual se expresa como La Sombra?. ¿Quieren una tercer fórmula?. Pues bien, aquí la tienen: ¿serán los Hombres de Negro la expresión egregórica y materializada de La Sombra del Inconsciente Colectivo de la humanidad? No obstante, permítanme un último comentario. La hipótesis de una sociedad secreta de origen milenario, dotadas de facultades supranaturales y con fines más psíquicos y espirituales que materiales, casa perfectamente con el modus operandi de los Hombres de Negro. Son necesariamente atemorizantes para el testigo y simultáneamente poco creíbles, de forma que el destinatario sienta hasta vergüenza de dar detalles de su odisea. Porque si fuesen mafiosos típicos o paramilitares puntillosos, la verosimilitud de la historia no sólo desencadenaría investigaciones policíacas y gubernamentales profundas sino que por carácter transitivo daría credibilidad al “episodio OVNI” de ese testigo. Pero si éste, ya

sospechado de delirante por haber visto “platillos volantes”, encima declara haber sido visitado por seres vestidos de negro que aparecieron de la nada, con baterías que se descargan, una libido incontrolada, voyeuristas cósmicos de fotos desnudas de la esposa de usted o ese toque femenino de carmín, el delirio es total, el absurdo campea por sus dominios y el testigo es despedido entre risotadas y burlas crueles. Al igual que todo el fenómeno OVNI, es otra “koan”: están pero no se ven, influyen sin interferir, marcan la Consciencia Colectiva pero nadie ve a los manipuladores. Se mueven (no podría ser de otra forma) al filo de la realidad. Los “aliados” Coherente con el enfoque “psicoide” que trato de darle al fenómeno OVNI, creo también que el de los MIBs es un fenómeno periférico al que nos ocupa, pero que comparte con éste su naturaleza “psicoide”. Existe “ahí afuera” pero también ocurre “aquí adentro”. O, dicho de otro modo, se manifiesta, se “aparece” (“manifestación” y “aparición” no son sustantivos ajenos al significante que quiero darle a este asunto) cuando “algo” en el individuo los llama. Es decir, no es por ser buen testigo, investigador o “contacto” que los MIBs aparecen, sino porque cierta situación crítica ocurre dentro del sujeto que hace que la manifestación venga a él (quien esté pensando en la frase “cuando el discípulo está listo, el maestro aparece”, que lo haga por su propia cuenta y riesgo). Y entiendo que los MIBs son el correlato en el mundo físico de La Sombra del inconsciente, ese otro “yo” –más adelante compondremos una nueva idea de la personalidad humana por la sumatoria de esos “yoes” de los que venimos hablando, entendiéndolos más bien como “planos de información”- , si cabe, por Ley de Correspondencia: entre lo macrocósmico y lo microcósmico, entre lo material y lo mental. Es exactamente una crisis en la vida de un individuo; busca algo que es imposible encontrar o acerca de lo cual nada se sabe. En tales momentos, todo consejo, por bien intencionado y sensible que sea, es completamente inútil: consejo que incita a que se intente ser responsable, que se tome un descanso, que no trabaje tanto (o que trabaje más), que tenga mayor (o menor) contacto humano o que cultive alguna afición. Nada de eso sirve de ayuda o, al menos, muy raramente. Sólo hay una cosa que parece servir y es dirigirse directamente, sin prejuicio y con toda ingenuidad, hacia la oscuridad y tratar de encontrar cuál es la finalidad secreta y qué nos exige. El propósito oculto de la inminente oscuridad generalmente es algo tan inusitado, tan único e inesperado que, por regla general, sólo se puede encontrar lo que es por medio de “fantasías”. Y si dirigimos la atención al inconsciente, sin suposiciones temerarias o repulsas emotivas, con frecuencia se abre camino mediante un torrente de imágenes simbólicas que resultan útiles.- La Sombra es evocada. Y algo aprovecha la circunstancia psíquica para venir a nosotros. Apareciendo en el mundo de coordenadas físicas pero con una naturaleza básicamente mental. O espiritual.

Aparece otro elemento que me incita a pensar que tras los MIBs actúan elementos psíquicos corporizados. Más concretamente, el “ánima” y el “ánimus”. Como sabemos, tanto una como otra expresan la partícula de “lo opuesto” según el género del individuo. Así, el “ánima” es una mínima parte de feminidad en el hombre, mientras que el “ánimus” es esa partícula de masculinidad. Sin ellas, una mujer cien por ciento mujer sería una hembra pasiva, y un hombre cien por ciento masculino sólo un irreductible machista. La posibilidad de la ternura en el hombre o de la agresividad defensiva en la mujer está otorgada por esa pizca de su opuesto, expresado admirablemente, por otra parte, en el símbolo taoísta de la perfección universal, el símbolo del “yin” y el “yang”, ese círculo dividido por una sinusoide dy coloreado de blanco y negro (en ciertas versiones, azul y rojo) donde de cada lado hay un pequeño círculo interior de color opuesto, llamado, alternativamente, “joven yin” y “joven yang”. Lo perfecto sólo es tal con el agregado mínimo de su opuesto. Pues bien, “ánima” y “ánimus” en su forma más baja de desarrollo tienden siempre a arrastrar la conversación humana a un nivel más bajo y a producir una atmósfera irascible y desagradable. Recuerden la charla de los extraños personajes con el doctor Hopkins y entenderán a qué me refiero. ¿Es necesario, entonces, que aclare que sospecho que en muchas ocasiones lo que llamamos “MIBs” no son más que tulpas construidos con elementos del inconsciente del testigo o investigador y manipulados, “montados” por una inasible y deletérea inteligencia exterior para producir algún efecto?.

CAPÍTULO V HAY UNA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL Ya en mi trabajo “La experiencia de abducción como iniciación esotérica”1, planteaba la aproximación, si se quiere antropológica, para descubrir las enormes similitudes entre las “abducciones” por parte de pretendidos extraterrestres y ciertas experiencias de neto corte chamánico, espiritual, donde los eventos que signan los “ritos de paso” encuentran un correlato (aggiornado a las épocas) en los Encuentros Cercanos del Tercer Tipo. Aquí, profundizaré mi especulación, porque si en aquél ensayo desplegaba las similitudes es cierto que me privé de aventurar hipótesis alguna respecto al porqué de esta semejanza. Ese “porqué” trataré de responderlo aquí.

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“Al Filo de la Realidad” número 52

Sin embargo, debemos comenzar por hacer, escritor y lectores, un acto de contrición. Reconocer que seguramente cada uno/a de ustedes tendrá su propia opinión formada sobre el propósito, naturaleza y destino de los OVNIs y quizás le resulte difícil digerir esta propuesta. Para ello, entonces, debemos observar si nuestras previas convicciones no son “selectivas”, es decir, construidas tomando de la abundante casuística los episodios que se ajustan a nuestra opinión e ignorando por reflejo los que podrían cuestionarla. Así, si tratamos de tener un visión global de la problemática, encontraremos que las pocas constantes del fenómeno se ajustan a las situaciones planteadas en esa investigación ya citada. Esas constantes, repasémoslas, son: -

“Suspensión de la incredulidad” por parte del o los testigos. Presencia un hecho que en su absurdo debería conmoverlo, pero tiene conciencia de ello sólo después de vivirlo. Durante la experiencia, le parece completamente “normal”, sin generarle reacciones emocionales particulares.

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La “absurdidad” de su naturaleza intrínseca (profundizar con la lectura de mis trabajos citados al final de este artículo).

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La excesiva masividad de sus apariciones (ídem).

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Los “saltos vivenciales”. El protagonista, por ejemplo, dice estar siendo llevado al interior de una nave de sofisticada tecnología y “de pronto” aparece en una caverna rodeado de seres extrañamente primitivos. Al igual que en los sueños cotidianos, donde estamos viviendo (en plena ensoñación) una determinada situación que sin aviso alguno se “transforma” en otra totalmente distinta. Ahora sabemos que, en el plano onírico, ello corresponde a dos sueños distintos separados por un lapso de tiempo que la memoria “reconstruye” al despertar como consecutivos uno detrás de otro. Este paralelismo es importante a la hora de comprender la naturaleza de la experiencia OVNI La mutabilidad del fenómeno, siempre adaptado al entorno sociocultural y psicosocial del testigo. La anciana analfabeta y devota ve algo muy parecido a una aparición “mariana”. El joven profesional cosmopolita, presente en el mismo suceso, un “avanzadísimo artefacto espacial”. Como hemos desarrollado en otras ocasiones, seguramente “eso” no será ni una ni otra cosa, sino un “algo” que se adapta al marco paradigmático de cada testigo. Así también evoluciona con el tiempo, cambiando la “moda” de las apariencias y vestimentas supuestamente extraterrestre de década en década: trajes como de neoprene con capa corta, botas y guantes así como cinturón de brillante hebilla en los cincuenta, “monos” ajustados brillantes plateados en los 60, túnicas en los 70, “monos” negros ajustados en los 80....

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La evidente e innegable relación entre abducción y ECM (Experiencia Cercana a la Muerte): no puede negarse que la poderosa luz que se aproxima, el “túnel” (que en buena parte de la literatura ovnilógica es asimilable al “haz coherente de luz” que salpica la casuística, actuando como inmaterial elevador), la o las entidades, la comunicación “telepática”, el “tiempo perdido” en Ovnilogía y el “tiempo alterado” en Peritanatología, el despertar espiritual del protagonista con toda su secuela, son demasiadas coincidencias para negar lo que desde hace años venimos sosteniendo: que dejando de lado un porcentaje genuinamente extraterrestre, la mayor parte de las entidades asociadas a OVNIs son de naturaleza extradimensional, de modo que sus “mecanismos de traslación” son indistinguibles en muchas ocasiones de algunas formas de fenómenos erróneamente interpretados como “parapsicológicos”.

De manera que anticiparé aquí aquél “porqué” ya mencionado: propongo que lo que llamamos “otras dimensiones” no es distinto a un “continuo espacio temporal” afín al mundo onírico. Sin dejar de aceptar que muchas ensoñaciones son evidentes subproductos de circunstancias meramente psicológicas y hasta fisiológicas, existe un “ámbito” donde se desarrollan muchas de esas ensoñaciones que es ajena, no sólo a la mente que creemos las produce, sino al tiempo y espacio donde esa mente cree estar constreñida a actuar. Sólo una percepción mecanicista y limitada del cerebro conduciría a no verlo así, como explicaré más adelante: “Memoria: el archivo del Universo” ), la mente es más que el cerebro, y lo que, por poner sólo un ejemplo, es capaz de acumular es mucho más que la capacidad física de hacerlo. Entonces siendo así, entiendo que este “Mundo de los Sueños” –tan caro, por ejemplo, al pensamiento aborigen americano y australiano, para quienes sus antepasados provinieron, precisamente de ese “lugar”, considerado entonces por todos ellos como un espacio ajeno al cerrar los ojos todas las noches- es el ámbito donde ocurren tanto las experiencias de abducción como las ECM, en ambos casos, siendo la “tierra de nadie” fronteriza entre nuestro Universo cuatridimensional y ese Más Allá. Y en esta búsqueda, descubriremos un interesante correlato entre las experiencias religiosas y las ovnilógicas. Lo que propongo: que en el origen de los tiempos, las primitivas religiones institucionalizadas diseñaron rituales para condicionar no sólo las creencias de las multitudes sino especialmente sus acciones en el plano astral y espiritual. En tanto y en cuanto lo que esas multitudes hicieran en el plano material competía (y eventualmente beneficiaba) sólo a los dirigentes a nivel también físico, las repercusiones de esas acciones en otros planos eran usufructo e Inteligencias que esperaban en esos planos. Desde el momento que todo ritual es la repetición de un movimiento o serie de movimientos (o acciones) en la convicción que repiten a nivel macrocósmico

actos divinos, sucesos arquetípicos de los “dioses”, será interesante preguntarse el porqué de algunas de esas acciones, quizás con más de mnemotécnicas que de simbólicas. Cuando el rey sumerio Gudea decide levantar un templo en Lagash, lo hace porque en un sueño ve a la diosa Nibada mostrarle un dibujo de las estrellas benéficas y un plano del templo. Senaquerib manda edificar Nínive según el “proyecto establecido desde tiempos remotos en la configuración del cielo”. Lo que demuestra dos cosas: que cinco mil años atrás el Principio de Morrespondencia entre lo Macrocósmico y lo Microcósmico ya existía, no sólo como simple especulación metafísica sino como herramienta de ordenamiento de la vida, y que el mismo se conocía aún desde tiempos mucho más arcanos2. No hay diferencia con Betty Hill cuando, durante la abducción sufrida con su esposo Barney, es testigo de cómo el “líder de los extraterrestres” le muestra su propio plano de estrellas (posiblemente identificatorias de sus puntos galácticos de origen, como explicamos en AFR nº 7). Ya escribí en otro lugar que las antiguas religiones dotaban de “identificaciones celestes” a cada comarca de su territorio, cada montaña, cada lago, debía tener un correlato celestial. El templo era “la casa de Dios”, no solamente porque en él se manifestaba sino porque reproducía microcósmicamente su ámbito celestial sagrado. En otro lugar3 he señalado la correspondencia entre constelaciones, Pirámides y Catedrales. Y si el lector no conoce –o descree- del “Principio de Correspondencia” (ver AFR nº 2, 4, 5, 7, 8, 10, 12, 13, 15, 16, 1719, 22, 23, 26 y, muy especialmente, 151) entonces debería hacer aquí un alto en la lectura: quizás su tiempo de comprensión no ha llegado. Ciertamente, se hace difícil explicar a una mentalidad ortodoxa, producto de la educación sistemática y transversal de los sistemas públicos de enseñanza de nuestro mundo occidental, al homo mediaticus que campea a nuestro alrededor lo que requiere, no un “salto cuántico” siempre profetizado por el mesianismo, no una “apertura espiritual” inasible y poco modesta por parte de quien diga tenerla. Solamente, el esfuerzo intelectual de contemplar y reflexionar sobre su propia noción de tal Principio. Si tratara de hacer gala de un misticismo pedante que no me compete, escribiría seguramente algo así: “En verdad os digo, que aquél que comprenda el Principio de Correspondencia tendrá la llave del Reino de los Cielos”. Pero sería verdad. Creo que aceptar e incorporar a nuestra cosmovisión cotidiana el concepto del Principio de Correspondencia da respuestas, permite predecir eventos y resulta en la optimización de nuestras acciones, individuales y colectivas. Y no es poca cosa. Quisiera evitar una posible dispersión ya que la misma, como se sabe e intelectualmente, es el mismo demonio. Me resulta difícil no desviar mi atención a 2

Lo que empalma con nuestra serie “Guardianes de la Luz, Barones e las Tinieblas”, en la cual estamos desarrollando la teoría de una civilización en contacto cotidiano con estos entes no humanos circa el 18.000 AC. 3 “Ocultismo: un atajo a las estrellas”, en AFR nº 101.

hurgar una vez más en ese Principio que, como los otros seis que estudiamos en su oportunidad, ordenan el Cosmos a nuestro alrededor. Y dado que este trabajo se circunscribe a una aproximación a la comprensión de la inteligencia que se mueve tras los OVNI, hago entonces punto y aparte. Pero no, no puedo. Digo, no puedo simplemente hacer punto y aparte. Porque me detengo a reflexionar y me pregunto si la privación del conocimiento de estos Principios Fundamentales a la masa (o, lo que es peor, su ridiculización negándosele un debate intelectual sincero y abierto y etiquetándolos como “delirios místicos”, porque del ridículo jamás se vuelve) es no un producto espúreo y colateral al dominante pensamiento academicista sino parte de una “programación memética” (ver AFR nº 155) para enlentecer el crecimiento conceptual que esta Humanidad tendría en todos los órdenes si todos y cada uno de nuestros congéneres conociera –y proyectara en sus acciones cotidianas- la convicción, no necesariamente con fuerza de fe, sino con la seguridad del Conocimiento, en el efecto de los Siete Principios Fundamentales del Universo. Pero debo regresar a los OVNIs. Sólo dejo constancia que se hace muy difícil no extenderme sobre lo que quizás es realmente importante, y tratar de mantener una redacción “científica” (ya saben: sin opinar, citando fría y aburridamente los hechos, disfrazando la ignorancia con terminología tan ambigua y retorcida que el lector tampoco entenderá nada pero quedará con la sensación que he escrito algo profundo). Debemos reenfocar nuestra mirada. Si creemos que lo que llamamos “mente” es la consecuencia, el producto de la actividad de nuestro cerebro o poco más, sin duda esta teoría, como tantas otras, sonará como delirante. Los sueños seguirán siendo sueños y las abducciones, quizás, alucinaciones de una mente enferma. Pero deténganse y pregúntense (pregúntenle a los escépticos), si se demostrara que la mente no es el cerebro y pertenece en realidad a un orden distinto, superior y ajeno a éste sólo para “tocarlo” esporádicamente, ¿qué pensarían?. ¿Cómo verían sus sueños, o las abducciones?. Lo digo con un poco de crueldad: ¿qué experimentarían cada noche, al prepararse para dormir, sino un temor al vacío cósmico semejante al que sentía Lovecraft cuando paseaba con la imaginación por los bosques de Arkham, tan semejantes a los de Nueva Inglaterra?. Memoria: el archivo del universo En el mundo de la ciencia, la unidad de información es llamada “bit”. Podemos representarlo con dos dígitos: el cero y el uno. Un alfabeto de cuatro letras podríamos representarlo con cuatro bits. Veamos: A= 00; B= 01; C= 10; D=

11. Nuestras 27 letras del alfabeto pueden representarse con 5 bits. Así, por ejemplo, la letra T correspondería al 10101. De este modo podemos analizar cualquier configuración que exista en el universo, dividiéndola en unidades bit. La estructura de una estrella, una bella pintura de Goya o una deliciosa melodía de Mozart tocada al piano. Nos sería fácil, por ejemplo, dictar por teléfono a un amigo que reside en Montevideo la imagen de nuestro retrato. No tendríamos más que hacer sino ampliarlo a gran tamaño, cuadricularlo con una red de líneas rectas y del mismo modo que jugábamos a la “batalla naval” en nuestros años escolares, definir cuadrito por cuadrito mediante dos bits (blanco, negro, gris claro, gris oscuro) cuatro letras para cada punto fotográfico que nos llevaría varias horas... y una abultada cuenta en la factura telefónica en base a dictar cientos de miles de ceros y de unos. Eso es exactamente lo que hace la TV cuando nos envía treinta imágenes por segundo. Usted puede estar plácidamente sentado ante su televisor en una tarde de domingo viendo el fútbol. Mientras apura una cerveza, y en una hora, recibirá a través de la retina de sus ojos 10 a la 11 bits (cien mil millones de bits, pues 10 a la 11 es igual a 1 seguido de 11 ceros) que podrán ser almacenados en su cerebro. Habría que sumarle los 300.000 bits que representan las palabras pronunciadas. Toda esa información equivale a una gran biblioteca de 15.000 volúmenes. Durante nuestro período vigil y, aunque en menor escala, en el curso de nuestro sueño, penetra a través de nuestros sentidos una ingente masa de datos. El aroma de la ropa recién planchada y el ácido sabor de una mandarina se mezclan con las docenas de sensaciones térmicas, táctiles, de presión que experimentan nuestras áreas epidérmicas. Y todas ellas pueden medirse en unidades bits. Se ha calculado que a cada segundo el conjunto de nuestros sentidos recibe 10 a la 10 (diez mil millones) bits. Eso implicaría que durante toda la vida de un hombre, un promedio de setenta y cinco años, el total de información recibida, si sumamos los millones de escenas vistas, olor4es y sabores percibidos, ruidos y palabras escuchadas, alcanzaría un volumen de unos 10 a la 19 bits (diez trillones). Esto crea un grave problema. Sabemos que nuestro cerebro es una tupida red de fibras nerviosas, cada una de las cuales conecta entre sí con varios miles de esas células llamadas “neuronas”. Se ha calculado que el total de conexiones (cada una representando un bit) es de 10 a la 15 (mil billones). Aún en el impreciso caso de que todas ellas se utilizaran para archivar (memorizar), cosa que dista de ser cierta, no cierran los números. De modo que uno estaría tentado a decir que la teoría “pantomnésica”, según la cual retenemos en nuestro inconsciente todas las percepciones de nuestra vida, carecería de fundamento ya que no habría suficientes “receptáculos cerebrales”. Sin embargo, esa teoría es una realidad: el psicoanálisis, la hipnosis, la guestalt y el análisis transaccional, así como muchos otros abordajes clínicos han demostrado que realmente sí conservamos todo en la mente. Entonces, ¿dónde lo alojamos?. Por otra parte, los neurofisiólogos han estudiado punto por punto la intrincada textura del cerebro, buscando los núcleos nerviosos o las áreas corticales

donde puede radicar ese maravilloso mecanismo que es la memoria. Si un tumor o una grave lesión afecta al lóbulo temporal, podemos quedar “ciegos” para siempre. Una destrucción del “área de Brocca” en el lóbulo frontal nos impide hablar. Esos accidentes traumáticos o patológicos nos permiten trazar una especie de mapa cerebral, constatando la función específica de cada zona encefálica. Pero, ¿dónde ubicar la memoria?. Pueden lesionarse miles de puntos corticales o nucleares sin que se afecte la facultad de recordar. Esto, sumado a lo señalado líneas arriba con respecto a la “capacidad de almacenaje” del cerebro, sólo puede decir una cosa: la memoria está en otro lado. La mente cósmica Rattray Gordon Taylor, en su apasionante libro “El Cerebro y la mente”, refiere el hecho, obvio pero poco tenido en cuenta, de que la memoria no es la capacidad de recordar algo (en el sentido de “retenerlo” en la mente) sino, por el contrario, de olvidarlo momentáneamente hasta el momento en que lo precisemos. Ilustraremos esto mejor con un ejemplo. Cuando en una conversación cualquiera estoy a punto de mencionar a alguien y sufro una “laguna” (solemos ponerlo de manifiesto con la típica frase “lo tengo en la punta de la lengua”) suele ocurrir que por más esfuerzo que hagamos no podemos traer el dato a la conciencia. Pero más tarde, a veces días después, surge el recuerdo “perdido”. Si la “mala memoria” fuese olvidar algo, en el sentido de “irse de la mente”, no podría “regresar” espontáneamente. Si aparece, es porque nunca se fue. Y, en consecuencia, la mala memoria no pasa por “olvidar” sino por la incapacidad de “recuperar” lo que ya se sabe. Esto, además de abrir interesantísimas posibilidades para explorar el gran poder dormido en todos nosotros, nos dice que guardamos absolutamente todo lo que alguna vez conocimos. Si yo, por ejemplo, digo que nací un 29 de abril, sé que esta información no ocupa permanentemente lugar en mi mente consciente; no ando por la vida repitiendo constantemente “yo nací un 29 de abril”. Eso se encuentra momentáneamente “olvidado” –es decir, desplazado de la conciencia- hasta que algún detonante (como la pregunta “¿cuándo es tu cumpleaños?”) me la hace recuperar. Por lo tanto, llamo “memoria” a la función de retirar de la mente consciente algo hasta el momento en que lo necesite. La pregunta, entonces, es: ¿adónde va?. Evidentemente, no a ningún lugar particular del cerebro. Los antiguos orientales sostenían que en el Universo existían lo que ellos llamaban “registros akhásicos”, algo así como un gran banco de datos de todo lo que ocurrió desde que el Cosmos existe, y al que “conecta” la mente inconsciente del hombre por procesos a los que hemos dado diversos nombres: intuición, corazonada, expansión de la conciencia. De alguna manera, esto siempre se ha sospechado: Sócrates, por caso, decía que sus reflexiones no eran en realidad

producto de su intelecto, sino que le eran dictados por una “entidad” acompañante, una especie de guía a la que él llamaba su “daimon”. O las inspiraciones geniales de tantos artistas o científicos. El alcance de esta suposición es realmente alucinante, pues significa que hasta el más común de los mortales, explorando estas posibilidades y abriendo sus canales para conectarse con esa especie de dimensión paralela (registros akhásicos, mente cósmica o “memoria”, lo mismo da) puede acceder a las más maravillosas obras que pueda concebir el espíritu humano sin resignarse a una cuestión de pautas culturales, educación o disposición congénita genética. Precisamente en “La experiencia de abducción....” señalaba las correspondencias entre abducciones y “ritos de paso”. Deberíamos hablar ahora de “ritos de posesión”, aquellos en los que los pueblos tomaban posesión de tierras desconocidas o peligrosas. Simbólicamente, esos rituales tenían por fin “incorporar” esa región al “Cosmos ordenado” donde ese pueblo vivía. Si esa cultura percibía que el mundo creado por su trabajo diario era el reflejo microcósmico de un mundo divino, donde sus ciudades terrestres respondían arquetípicamente a “ciudades celestes” (todas las hindúes, aún las modernas, obedecen a ese patrón; la “Jerusalén celeste versus la Jerusalén terrestre” (con toda la implicancia simbólica que ello significa en términos de las eternas guerras y baños de sangre que orlaron y siguen haciéndolo a la segunda), el palacio fortaleza de Sihagiri, en Ceilán, edificado según el modelo de la ciudad celeste de Alakamanda, y un largo etcétera), el ritual de posesión tenía por objeto anexar el territorio desconocido, sinónimo de Caos, al conocido, sinónimo de Orden Cósmico. O, en otras palabras, tender un puente (anthakarana) entre dos ámbitos vibratoriamente, espiritualmente, distintos. Crear un espacio y un momento en que la línea fronteriza entre dos mundos se difumina. Landmarks, menhires, dólmenes y cromlechs eran, entre muchos otros, los soportes, los objetos con que los humanos accedían al espacio de los no humanos. Éstos por su parte, no necesitaban manipular elementos tan bastos. Contaban con otros, los que entrevemos nebulosamente en el recuerdo de antiguos rituales brujeriles porque, ¿qué es el “ánima mundi”, el círculo donde el oficiante realiza sus consagraciones, sino la correspondiente intelectual humana de lo que pobremente llamamos “agrogramas”?. ¿Acaso no se advierte que el uno –donde, por otro lado, las otras “herramientas”, la geometría y matemática de las figuras inscriptas en su interior, el sonido de las vocalizaciones, la fragancia de los inciensos, el calor de las velas, el “foco mental” en la lectura del libro sagrado, la punta de plata, el cristal de la copa de agua concita una conjunción de vibraciones que podría “esoterikós”4 permitir el paso de entidades de otra dimensión- es microcósmicamente correspondiente con

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“Abrir una puerta”, en griego.

los segundos, tal vez éstos últimos el residuo “del día después” del ingreso o egreso de otras entidades. Abajo: un “ánima mundi” elaborado por uno de nuestros alumnos, residente en México. Observe su afinidad con los agrogramas.

Abajo: el símbolo del “puente místico” (Anthakarana) es, también, un juego de ilusorias perspectivas para transmitir por encima de las generaciones el concepto que la “comunicación” con otros planos radica en la distorsión de la geometría de éste espacio. Por ello la importancia nunca puesta suficientemente de relevancia en estudiar la Geometría Sagrada5

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Ver “En busca de otras dimensiones: explorando las grietas de la Geometría Sagrada” en AFR nº 144

Abajo: un estudio relacionando la geometría de Gizeh con la escala macrocósmica

Abajo: algunos agrogramas pueden dar una sugerencia sobre la naturaleza de los visitantes vinculados a ellos. Obsérvese el parecido entre éste hallado en la campiña inglesa, y el siguiente dibujo, extraído de un informe sobre masivas mutilaciones de ganado, en este caso en Canadá, donde cadáveres de renos y ¡una ballena! Aparecieron dispuestos en forma muy similar dentro de un círculo.

Abajo: todas las culturas, en todos los tiempos, supieron que los “círculos sagrados” (“ánima mundi”) eran el portal de acceso a otras dimensiones. Tal, es el caso de los pueblos africanos como el yoruba, donde los “pontos riscados”, dibujos trazados de acuerdo a muy concretas especificaciones, como señalamos aquí, permitían la aparición de determinados “exús”, entidades inteligentes del “bajo astral”.

Como señalara incluso en “Guardianes de la Luz....”, es lo que históricamente se ha llamado “plano astral” (lo que identifico con el arquetípico “mundo de los sueños”) donde operan esas otras entidades. Certezas se han acumulado a lo largo de los siglos, y es oportuno revisarlas aquí. Viejos mitos a la luz de la teoría astral Las reflexiones hechas en artículos anteriores nos brindan la posibilidad de reconsiderar ciertas "leyendas" y "supersticiones" tenidas por siglos como tales pero que, sin embargo, se sostuvieron extrañamente en el inconsciente colectivo,

como es el caso de los "mitos" sobre vampiros y "hombres lobo". En este último caso, y a pesar de ciertas explicaciones psicologistas (que nos remiten a la persistencia en la imaginación colectiva de la proximidad y peligro que para el Hombre del Medioevo significaban bosques poblados por lobos, convivencia con el peligro que, por su arrastre emocional, habría sobrevivido en forma de leyendas) cabe preguntarse si detrás de todo ello no podría subyacer alguna probabilidad de fenómenos ocultistas malinterpretados. Puestos a reconsiderar estas disciplinas, no podemos menos que señalar que los conceptos expresados hasta aquí nos permiten encontrarle un sentido lógico a viejas historias de hombres lobo ("werewolf" o "lobizón", en este último caso, como acostumbra llamársele en América del Sur), vampiros y la sempiterna Luna llena como telón apropiado de fondo para estas sagas. Ambos (vampiros y lobizones) se manifiestan –si hemos de seguir la creencia popular– especialmente las noches de Luna llena. Ahora bien, esta fase de nuestro satélite natural tiene ciertas peculiaridades interesantes desde el punto de vista con que abordamos estas temáticas. Para comenzar, la luz emitida por Selene es lo que podríamos llamar una luz "polarizada", con especiales características vibratorias. Sin dejar de tener en cuenta el sabido incremento de hechos de violencia física y accidentes que ocurren durante su fase (como saben muy bien los profesionales que trabajen en hospitales o precintos policiales), podemos también remitirnos a algunas experiencias caseras: si ustedes gustan de la pesca deportiva, sabrán que el pez extraído del agua y dejado a la luz de la misma se descompone de manera harto más rápida que en cualquier otra circunstancia. Incluso yo mismo he hecho la experiencia de dejar algunos peces aún vivos en el agua pero en tan poca profundidad que parte de su cuerpo queda expuesto, para comprobar que la consistencia de su carne se desmenuza bajo los dedos aun antes de darles muerte. Pero también sabemos que, astrológicamente, cada astro se "corresponde" (en el sentido que le da la Ley de Correspondencia) con determinados otros elementos de la naturaleza, entre ellos, los metales. Así, la correspondencia de la Luna es la plata. Y bien, tal como nos lo recuerdan la malas películas de terror clase "Z" americanas, ¿de qué material debe estar hecha, por ejemplo, la bala que de muerte a un "lobizón"?. Pues, precisamente, de plata. Y una bala es una punta; en este caso, una punta de plata. ¿Y se hace necesario recordar otra vez a Eliphas Levi, cuando en su texto "Dogma y Ritual de Alta Magia" nos dice, textualmente, que "las puntas de plata impiden la condensación de la luz astral"?. Aún más. El "mito" del vampiro encierra la regla que éste no sólo no se refleja en los espejos sino que éstos le son particularmente repugnantes. Y antiguamente, el espejo se "platinaba", es decir, se cubría una cara de un vidrio con una solución de un derivado de plata lo que le daba particularmente su característica reflexiva. Es más, en el lenguaje castellano antiguo, precisamente se llamaba "luna" a los espejos, por esa asociación. Y ese rechazo no es algo propio de los vampiros:

personalmente he asistido a numerosas sesiones de cultos afroamericanos, candomblé, umbanda y quimbanda (de cuyos peligros hablaremos en otra oportunidad) donde algunos participantes "montados" por entidades del bajo astral retroceden horrorizados si inadvertidamente pasan frente a un espejo (de ahí la costumbre, si dichas sesiones se celebran en un lugar donde no es posible retirarlos, de cubrirlos con paños negros). Así que podemos concluir que es posible aceptar la idea de que los históricamente así llamados "vampiros" y "hombres lobo", sean entidades astrales, perniciosas y agresivas, que, o bien se "densifican" en nuestro plano hasta adquirir características vagamente humanoides que los hagan perceptibles, o bien parasiten (prefiero decirlo así antes que "posesionen") de humanos o, mejor dicho, de la componente astral de tales humanos. En este último sentido, es interesante señalar que todas las corrientes ocultistas identifican al cuerpo astral con el "cuerpo de las emociones" (nuestra emocionalidad sería consecuencia, entonces, del equilibrio y estado general de nuestro cuerpo astral) de forma que los violentos cambios de conducta de estos pobres infelices podrían ser explicados en función de tal apropiación. También es interesante señalar que es ya una tradición –cuando menos en muchos países- que el séptimo hijo varón de una familia sea apadrinado en su bautismo por el Presidente de la Nación (antiguamente lo hacía el rey, el dictador, el cacique). Si tenemos en cuenta que históricamente se sostenía que la realeza hereditaria disponía de ciertas “prebendas espirituales” (inspirada esta creencia seguramente en la presunción de su influencia divina), entre ellas el poder de sanación (hasta bien entrado el siglo XVIII era común en Francia y Holanda, por ejemplo, que cierto día del año el Rey se paseara entre la plebe tocando a los enfermos, ya que el atributo de “la mano de Dios”, como se llamaba, sostenía que quienes eran así eran agraciados curaban sus males) es lógico comprender que en tiempos de democracias, perdido el sentido esotérico original de la práctica, algunas de estas costumbres rituales se perpetuaran, entre ellas, la capacidad “exorcista” del Rey (ahora Presidente) quien con su influencia podría liberar a la pobre criatura de su estigma astral. Aproximarnos a las “supersticiones” –palabra, que, siempre insisto, encierra más valor del que le asignamos, ya que proviene del vocablo latino “supérstite”: “lo que sobrevive”, en este caso, lo que sobrevive de un saber perdido- desde esta óptica ocultista puede tener el valor agregado, entonces, de una integración armónica y holística del conocimiento dormido en el inconsciente colectivo de esta humanidad. Donde dos mundos se cruzan Estas entidades no sólo existen en otro “plano”, ese “plano” es “ideal” (por oposición a “real”) para nosotros, pero muy tangible cuando ingresamos en él – como lo sabemos, sin ir más lejos, por nuestras aventuras y desventuras en sueños

y pesadillas-. Esas entidades, por consiguiente ocupan desde nuestra perspectiva el ámbito de lo numinoso y lo “sagrado” –aunque aquí la “sacralidad” a veces pueda tener poca correspondencia con el relativo y humano concepto de “bondad”- Unos y otros, humanos y no humanos, interactúan por sus propios fines a lo largo de los tiempos, ocupando territorios mutuos, territorios que en nuestro caso son las parcelas de nuestra mente cuando esas entidades logran manifestarse en nuestro espacio tetradimensional. Unos y otros, cada uno desde su ángulo de aproximación tratan de avanzar en esa zona fronteriza, inculta, que es primeramente “cosmizada”, luego habitada. Por el momento, lo que queremos subrayar es que el mundo que nos rodea, civilizado por la mano del hombre, no adquiere más validez que la que debe al prototipo extraterrestre que le sirvió de modelo. El hombre construye según un arquetipo. No sólo su ciudad o su templo tienen modelos celestes, sino que así ocurre con toda la región en que mora, con los ríos que la riegan, los campos que le procuran su alimento, etcétera. Ahora, retengamos sólo un hecho: todo territorio que se ocupa con el fin de habilitarlo o de utilizarlo como “espacio vital” es previamente transformado de “caos” en “cosmos”; es decir, que, por efecto del ritual, se le confiere una “forma” que lo convierte en real. Evidentemente, la realidad se manifiesta como fuerza, eficacia y duración. Por ese hecho, lo real por excelencia es lo sagrado; pues sólo lo sagrado es de un modo absoluto, obra eficazmente, crea y hace durar las cosas. Así, “ritualizar” acciones conquista espacios en las mentes, y si esas mentes, a despecho de las mediocres perspectivas de sus circunstanciales “resonadores” humanos vaga o se funde con lo astral, vivirá eventualmente la “sacralidad” de la comunión con otras entidades. Una sacralidad que también puede ser inducida voluntariamente creando “anthakaranas”, puntos de fuga y fontanas blancas microcósmicas que permitan el paso “al otro lado”. Un nuevo concepto: el Punto de Fuga Uno de los aportes más significativos al desarrollo de conceptos de avanzada dentro de la mecánica de los fenómenos paranormales está dada, a nuestro criterio, por la rotura del corsé intelectual que buscaba explicar a través de procesos estrictamente psicologistas la génesis y etiología de esta fenomenología. Como diversos autores han señalado en numerosas oportunidades, la propia palabra “parapsicología” ya resulta caduca para referirnos a una multiplicidad de eventos que escapan a los límites de lo mental, por más “extrasensóreo” que el mismo resulte. De hecho, sólo aquél que encare esta disciplina pensando en una “parafísica” así como en una “parabiología” puede resultar, aunque parezca perogrullesco, un sensato parapsicólogo. En consecuencia, debemos entender que una aproximación meramente psicologista a la Parapsicología (hija dilecta del Ocultismo) puede brindarnos una explicación etiológica, esto es, de las causas desencadenantes del fenómeno en

estudio; pero sólo un conocimiento interdisciplinario que no desprecie la física, la geometría no euclidiana y las matemáticas nos ilustrará sobre la mecánica de producción de tales eventos. En este sentido, hemos observado que una especialidad tan resistida por personas con formación humanística como psicólogos y parapsicólogos, como es la astronomía, puede ofrecernos aproximaciones confiables para explicar algunos de los muchos puntos oscuros que encierran estas temáticas. Se trata de uno de los fenómenos cósmicos más interesantes, el de los llamados “agujeros negros” que parece tener un correlato psíquico (“lo macrocósmico en lo microcósmico”) en lo que hemos llamado “puntos de fuga”, especie de “puertas” a una dimensión propia del ámbito de quienes ya no pertenecen a este mundo. Y que exista esta correspondencia ya de por sí no debe asombrarnos pues, recordando la versatilidad del Principio de Correspondencia ocultista, admira extender sus implicancias hasta este caso. Como todos sabemos, un “agujero negro” es un punto del espacio llamado así porque el potencial gravitatorio de ese punto es tan infinitamente elevado que nada escapa a su atracción, ni siquiera la luz. El proceso de gestación del mismo arranca en las variaciones que se producen durante el “envejecimiento” de algunas estrellas. Este puede tener dos caminos: o aquellas comienzan a incrementar su volumen, pasando por la fase de gigante roja, hasta estallar, como en el caso de las “novas” y “supernovas”, o bien, alcanzan un determinado punto crítico, comenzando a colapsar sobre sí misma, en lo que podríamos denominar un proceso de “implosión”. Ahora bien. Como quedara oportunamente demostrado por la física relativista, todo cuerpo estelar “curva” el espacio a su alrededor. Cuando mayor es la masa del cuerpo, mayor la gravitación y mayor la curvatura, y debe quedar comprendido que el “volumen” (tamaño) de un cuerpo no es necesariamente sinónimo de su “masa” (resistencia a la inercia). Así, si Júpiter, más voluminoso que la Tierra, tiene también mayor gravedad que ésta –y, en consecuencia, también mayor curvatura espacial a su alrededor- una estrella que alcanzara la etapa de “gigante roja” involucione reduciendo su tamaño –o sea, su volumen- no necesariamente disminuye su masa, ya que ésta es una variable dependiendo de las distancias e interacciones corpusculares de sus átomos constitutivos. En consecuencia, una estrella colapsada sobre sí misma disminuye su volumen, pero aumenta de manera inversamente proporcional su masa, y con ella su gravedad.. Pasa entonces a la etapa de “enana blanca” - del tamaño de un simple planeta como el nuestro, pero con una gravedad miles de veces mayor- y continúa implosionando, hasta reducirse a un tamaño tan exiguo –unos pocos metros de diámetro- que, a escala cósmica, es inexistente. Llegada este punto, su masa aumentó en un límite tendiente a infinito, con lo cual también lo hizo su gravedad. Tenemos entonces un “agujero negro” punto del espacio que, como la vorágine del Maëlstrom del cuento de Edgar Allan Poe,

atrae hacia sí, desde distancias inconmensurables, materia y energía que terminan siendo devoradas por el mismo. Pero si algo da su especial característica insólita a este fenómeno es que, si idealmente pudiéramos situarnos a “un lado” del agujero negro para observar el proceso de absorción de materia y energía, veríamos que todos estos componentes parecen “caer” a un pozo, pero no “salen” por ningún lado. Así, un rayo lumínico se dirigiría hacia el agujero, ingresa a éste... y se corta abruptamente, como desapareciendo en la nada. Ahora bien, si un incremento en la gravedad tendiendo a infinito provocaría una curvatura también tendiendo a infinito, la “bolsa” gravitatoria así creada se “desfondaría”, dando paso a... ¿dónde?. Pues, a un universo paralelo. De hecho, los astrofísicos han encontrado otro enigmático fenómeno astronómico que parece ser la polaridad opuesta del “agujero negro”. Se trata de los “quasars”, palabra formada por la contracción de las palabras inglesas que definen a “objetos cuasi estelares”, es decir, puntos del espacio que se comportan como estrellas pero no son estrellas, emitiendo altísimas cotas de radiación de todo tipo (rayos X, gamma, etc.). El interrogante es que tales emisiones no provienen específicamente de un cuerpo estelar dado, sino apenas de un “punto” en el espacio que se comporta como una estrella, de allí la definición de “cuasi estelar”. Y suponemos con bastante fundamento, que el “quasar” es, a este Universo, el “agujero negro” de un universo simultáneo o paralelo, como el “agujero negro” de aquí pasa a ser el “quasar” de allá. De hecho, matemáticamente nada se opone a la posibilidad de la existencia de “universos reflejos” del nuestro, como que la propia teoría de los “números negativos” corre en su apoyo. Y ahora regresemos temporariamente al campo de la Parapsicología, sólo el tiempo necesario para establecer un nexo entre ambas teorías. Tenemos la presunción de que aquello que denominamos –siguiendo aquí al biólogo francés Jean Jacques Delpasse- “paquetes de memoria” –en alusión a los “fantasmas” o elementos psíquicos supervivientes a la muerte de la materia biológica- coexisten no necesariamente en el mismo “plano” vibratorio que el nuestro, sino quizás desplazándose a otros niveles de desenvolvimiento y, al hablar de niveles, no hacemos lugar aquí a cuestiones espirituales sino, sencillamente, a planos de naturaleza energética que la propia Ley de Entropía – también conocida como Segundo Principio de la Termodinámica- obligaría a ocupar. Una de las numerosas razones por las cuales este supuesto parece adquirir sólidos fundamentos, pasa por las descripciones que las numerosas personas sensitivas hacen de sus percepciones de “paquetes de memoria”, más específicamente, del momento en que éstos desaparecen del campo visual. Recordemos que en la generalidad de casos, la percepción de un “paquete de memoria” adopta la forma de una nebulosa o una figura vagamente humanoide, de color blancuzco, excepto en los contados casos en que la percepción

implica la visualización en detalle de las características adoptadas por el sujeto durante su vida biológica. Esos mismos sensitivos informan que en muchas ocasiones el proceso de desaparición de la visión implica que el ente o “paquete de memoria” parece aproximarse hacia el testigo, deformándose, extendiéndose instantáneamente hacia ambos lados y desapareciendo como un fogonazo de luz curvándose alrededor del campo visual del testigo. Y ahora sí, volvamos a la astronomía. Ya que los científicos han elaborado una interesante hipótesis sobre como varía la sucesión de los acontecimientos cuando un hipotético astronauta ubicado en el interior del “agujero negro” contempla la materia y energía a punto de ser absorbido por éste. Según esa teoría, alrededor del “agujero negro” se formaría un campo o anillo que ha recibido el nombre de “horizonte de singularidad”. A medida que la luz, por caso, se acerca al “agujero negro”, su tiempo se lentifica, más aún para un hipotético observador situado dentro de éste, el cual observará que la luz (o la imagen del objeto que se aproxima, lo que a fin de cuentas, también es luz) parece extenderse por ese anillo que es el “horizonte de singularidad” y, si bien otro observador situado fuera del agujero lo vería ingresar a éste, para el astronauta “de adentro”, al llegar al “horizonte” aquél se detendría con lo cual la luz quedaría “suspendida” en el anillo de singularidad. Aunque esto parece complicar innecesariamente las cosas podríamos agregar que, si no se ve a la luz o al objeto hecho luz “caer” hacia él, se debe a que el astronauta mismo es el “horizonte de singularidad”. Y precisamente observemos que se corresponde como dos gotas de agua con las descripciones de la “partida” de los paquetes de memoria. Incidentalmente, nada impide suponer que, en este plano psíquico, el “agujero negro” por el cual un “paquete de memoria” pasa a su propio universo sea precisamente el sensitivo o, mejor dicho, su potencialidad parapsicológica. Y así como existen individuos que a la manera de “agujeros negros” permiten el pasaje de “paquetes de memoria” hacia este otro universo, otros seres humanos podrían actuar como “quasares” que faciliten el ingreso o manifestación de nuestra Realidad en aquellos. A éstos correspondientes microcósmicos los llamamos “fontanas blancas”. Por otra parte, observemos que tanto las crónicas parapsicológicas como protoparapsicológicas, especialmente las de la metapsíquica francesa y el espiritismo norteamericano, enseñan que en las sesiones de convocatoria de “espíritus”, sean reuniones mediumnímicas o sesiones de tablero “ouija”, debe marcarse siempre un “punto de fuga”, sea en forma de un punto hecho a bolígrafo o lápiz, sea, sencillamente, la palabra “adiós” inscripta en una tarjeta. Según esta teoría, es por ese punto –y sólo por ese punto- por el cual se retira el ente convocado. Algún lector puede oponer el argumento de que tal punto es arbitrariamente elegido por el o los operadores y, en consecuencia, difícilmente coincida con alguna alteración espacio-temporal que asuma esas características de

“agujero negro mental”, pero observemos que el mero hecho que todos los asistentes acepten esa convención como “punto de fuga” hace que el mismo, ya con definición espacial, asuma algo así como la densificación psíquica resultante de las tensiones concentradas sobre el mismo por los participantes. Dicho de otra forma: psíquicamente hablando, pensar en un punto del espacio con la necesaria tensión, en detrimento de cualquier otro, “curvaría” mentalmente esos planos psíquicos a su alrededor. A fin de cuentas, el Principio del Mentalismo –que ya hemos estudiado- acepta que las tensiones mentales dirigidas vectorialmente sobre un punto pueden modificar el entorno de la misma. Algo similar ocurre cuando en ciertos rituales ocultistas, dicho punto es marcado con un cuchillo de plata: las enseñanzas esotéricas –Eliphas Levi dixit- señalan que toda punta metálica impide la condensación de “luz astral” y, en tal plano sutil de materialización, la función inversa del mismo también se comportaría como un punto de fuga. Finalmente, y recordando que en numerosas ocasiones hemos insistido en considerar tales rituales a la luz de aproximaciones racionales, científicas, sí, pero lo suficientemente audaces para reveerlas al cristal de las modernas teorías físicas, vale advertir que el empleo de velas negras expresa, simbólicamente,, lo que la misma significa para el operador; el punto de condensación de lo thanático (negativo) inmanente al ambiente, el punto por el cual “escapan” las vibraciones perjudiciales presentes en el lugar. De hecho es, por definición, otro “punto de fuga”. Así como el color negro es en realidad la suma de todos los colores o, para decirlo más correctamente, la superposición de las frecuencias que conforman, en el espectro luminoso, todos los colores, energéticamente un objeto negro tenderá a atraer hacia sí todo tipo de componente negativa energética y, de hecho, un “paquete de memoria thanático” lo es. Si a ello sumamos que la vela expresa simbólicamente la idea de punto focal, la densificación psíquica proyectada por el o los operadores incrementa el significante del mismo. Para terminar, permítaseme señalar que estudiando los aspectos más preocupantes de los errores cometidos en prácticas esotéricas o parapsicológicas, figura como causal significativo la no estipulación de “puntos de fuga”; esto condice con nuestra impresión generalizada de que peor que hacer mal una experiencia (cuyas consecuencias sólo pueden implicar la pérdida de tiempo o la desilusión por los esfuerzos malgastados) es hacerlos bien, pero incompletos: muchas veces se “abren” puertas dejando pasar ciertas “cosas”, y luego no se sabe cómo cerrarlas. De allí que recomendemos muy especialmente establecerlos, preferentemente de común y previo acuerdo, para que actúen como algo así como cloacas espirituales que eliminen el riesgo de remanencias nefastas. Y teniendo, en todo momento la tranquilidad de saber que estamos procediendo, por anacrónico que resulte, con criterio científico; la exposición metodológica y crítica del Principio de Correspondencia y de la Ley del Mentalismo abonan lógicamente la presunción de que tal técnica (la de valernos de “puntos de fuga” marcados gráficamente, con velas, preferentemente con puntas metálicas o meramente mentales), aunque parezca rondar los límites de la imaginación desbocada, en

realidad es apenas un esbozo de un nuevo orden en un criterio secuencial de razonamientos que no es fácilmente desarticulable y sí, por el contrario, caracterizará axiomáticamente en el futuro a nuestra disciplina. ¿Qué podemos resumir hasta aquí?. Por un lado, que ciertos rituales obedecen a un orden de repetición microcósmica de fenómenos, ora artificiales, ora naturales, que preexisten a nivel macrocósmico en el Universo. En segundo lugar, que el imperio de la Ley de Correspondencia abona esa posibilidad. Tercero, que las entidades que en ocasiones se manifiestan asociadas al fenómeno OVNI, más que extraterrestres, serían extradimensionales en el sentido de proceder de una franja crepuscular de la Realidad, lindante con lo astral, lo que identificaríamos con el plano de las ensoñaciones. Cuarto, que todas esas operaciones responden a repetir un Orden Trascendente que es geométrico a través del conocimiento del cual puede manipularse, alterarse nuestra Realidad –o, cuando menos, la percepción de la misma-. Quinto, que el ser humano ya tiene el conocimiento (sólo hay que sistematizarlo) para intentar una nueva vía de contacto con entidades no humanas6.

Abajo: una de tres huellas dispuestas en 120º luego del asentamiento de un OVNI, Victoria, Entre Ríos, Argentina, julio de 1991. ¿Es casualidad que responda a un “pentáculo”?.

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¿Pero podrá manejar las consecuencias?