CELSO FURTADO y LA TEORIA DEL SUBDESARROLLO

CELSO FURTADO y LA TEORIA DEL SUBDESARROLLO ARMANDO CÓRDOVA PRESENTACIÓN El objeto de mi intervención en este evento, convocado por nuestra Academi...
30 downloads 5 Views 909KB Size
CELSO FURTADO

y LA TEORIA DEL SUBDESARROLLO ARMANDO CÓRDOVA

PRESENTACIÓN

El objeto de mi intervención en este evento, convocado por nuestra Academia Nacional de Ciencias Económicas para honrar la memoria de Celso Furtado, es el de valorizar la creativa dinámica de sus aportes en el proceso de conformación y evolución de la primera formulación científica auténticamente latinoamericana sobre nuestra realidad socioeconómica: la teoría estructuralista del subdesarrollo. Primer gran intento colectivo de conocemos a nosotros mismos, que maduró como fundamento de las políticas económicas y sociales diseñadas por la Comisión Económica para América Latina de la ONU, (CEPAL), y que fueron aplicadas en la gran mayoría de los países de América Latina después de la Segunda Guerra Mundial. La hipótesis fundamental de mi exposición es que ese esfuerzo autóctono de fundamentación teórica de la particular conformación estructural de nuestras sociedades describe un ciclo, que se inicia a fines de los años cuarenta del siglo XX con los aportes pioneros de Raúl Prebisch y del mismo Furtado; tuvo un rápido auge durante los cincuenta y sesenta para, en los setenta, comenzar a declinar. Esta declinación se acentuaría a partir de la «década perdida» de los ochenta, cuando la coincidencia de una crisis económica latinoamericana, la contra ofensiva teórica neoliberal-rnonetarísta y la apertura en el orden sistémico de una nueva fase del desarrollo capitalista -la llamada globalización de la economía mundial- dejaron ver, junto a sus importantes aciertos, las limitaciones de sus planteamientos programáticos, requeridos de una reconsideración que incorpore las enseñanzas de lo ocurrido hasta hoy. Celso Furtado desarrolló lo esencial de su obra dentro de ese ciclo. Fue uno de sus más importantes actores, al mismo tiempo que testigo presencial y agudo y permanente crítico de su completa evolución. Mi exposición estará dedicada a resaltar ese importante aspecto de su vida. 73

ANTECEDENTES

Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, América Latina careció de las condiciones necesarias para el desarrollo de las ciencias sociales. Se era consciente de la situación dominante de retardo económico, social, político y cultural de nuestros países, pero se atribuía a un conjunto de causas históricas derivadas, esencialmente, del atraso sociopolítico y económico de sus conquistadores y colonizadores originales y a la «faltade capacidad y energía de nuestros pueblos por razones atávicas» para incorporarse al orden societario de los países mas avanzados. Los únicos elementos considerados como potencialmente modernizadores de nuestra historia eran la reciente penetración del capital extranjero y el surgimiento de pequeños grupos opositores nutridos en las ideologías derivadas del pensamiento socialista. En este marco sociopolítico, como anotó certeramente Abelardo Villegas: «Las contradicciones del pasado, que deberían quedar resueltas en el pasado mismo, se superponen a las contradicciones y problemas del presente, convirtiendo a la totalidad de nuestra historia en un problema actual» (1972:16). La Segunda Guerra Mundial creó el conjunto de condiciones propiciadoras de una nueva actitud latinoamericana ante la historia, sostenida ahora en una visión integral del presente como plataforma desde donde apuntar hacia la construcción de un futuro inspirado en la modernidad. El material de apoyo para esa emergente toma de conciencia venía de dos concepciones del mundo y de su prevista evolución. En primer plano, la que difundía el poderoso aparato mediático de los Estados Unidos como parte de su esfuerzo de guerra, en el que se destacaban dos valores fundamentales: la exaltación de la democracia como elemento básico de su modo de vida, en oposición al carácter represivo de sus adversarios nazi fascistas, y la presentación de los bienes y servicios más representativos de su diversificado patrón de consumo como imagen del desarrollo al que debían aspirar todos los pueblos del mundo. El efecto demostración generado por esos valores en América Latina, captado en particular por los sectores medios y altos de su población, terminaría por delinear los trazos esenciales de lo que se nos proponía como imagen objetiva hacía donde debía apuntar el proceso de transformación de nuestras sociedades. La otra fuente inspiradora de nuevas expectativas de desarrollo para los países latinoamericanos, fue la que difundían los defensores del ideal 74

socialista, posición que tuvo un cierto crecirmento durante la guerra, impulsada por las expectativas de desarrollo económico y social de la URSS; el impacto de sus éxitos militares durante el conflicto, y la creciente difusión de la teoría marxista entre la intelectualidad progresista y algunos sectores laborales de todo el mundo. Concluidas las hostilidades, ese conjunto de tendencias evolucionarían hacia la conformación de una nueva geopolítica mundial, caracterizada por la emergencia de dos grandes contradicciones fundamentales, cuya evolución amenazaría la estabilidad del orden internacional. En primer plano, la que se planteaba entre los dos grandes sistemas mundiales victoriosos: capitalismo liberal y socialismo, conscientes ambos de la imposibilidad de una coexistencia pacífica permanente, ya que la esencia de cada uno exigía, de hecho, la desaparición del otro; confrontación que planteaba la lucha a muerte como única salida en condiciones en que ese enfrentamiento decisivo hubiera conducido, inevitablemente, a una doble derrota, debido a la existencia de un virtual equilibrio de fuerzas determinado por la común posesión de armas de destrucción masiva que ponían en peligro no sólo la integridad física de los dos adversarios, sino la del planeta en su totalidad. Fue esa la razón de la común aceptación del tenso compás de espera de la llamada 'guerra fría'. La segunda contradicción fue la que, subyacente en el propio proceso histórico de conformación del sistema capitalista mundial, maduró aceleradamente desde la propia apertura posbélica hasta convertirse en un aspecto de creciente importancia en la evolución de la nueva geopolítica. Me refiero a la que se planteó en el interior de dicho sistema mundial entre el polo constituido por los países desarrollados y los que desde entonces comenzaron a calificarse como subdesarrollados, componentes de un 'tercer mundo', denominación acuñada para distinguirlo de aquéllos y de los del campo socialista.

Para una cierta visión 'progresista', esta segunda contradicción se había expresado originalmente como una «revolución de las expectativas crecientes en el seno del tercer mundo», cuyos componentes nacionales, por haber participado, directa o indirectamente en el esfuerzo de guerra del lado occidental, esperaban, ilusionados por el efecto demostración del 75

aparato de propaganda aliada, y ponderando las virtudes económicas, sociales, institucionales y políticas del llamado «mundo libre», poder acceder a las tecnologías y a las formas de organización productiva que garantizaban aquellos resultados. El problema que de allí surgió fue el de la necesidad de un diagnóstico capaz de explicar las causas generadoras de esa situación de minusvalía que significaba el subdesarrollo, como precondición para abordar su superación. Dentro del nuevo cuadro geopolítico mundial, esas expectativas del tercer mundo se constituyeron en aspecto de interés crucial, tanto para los dos contendientes de la guerra fría como para la propia intelectualidad de los países subdesarrollados. De allí el creciente interés por el estudio de esa temática como una cuestión de prioritaria importancia estratégica dentro de la evolución del enfrentamiento Este-Oeste. En efecto, descartada la posibilidad de acudir a la lucha frontal, ambos bandos se orientaron a tratar de vender sus propias fórmulas para vencer al subdesarrollo, como parte de las respectivas estrategias para mejorar sus posiciones en la balanza del poder mundial. Fue lo que el Premio Nobel en Economía Jan Tinbergen describió como el enfrentamiento entre dos doctores por brindar al paciente sus respectivos tratamientos. La receta del capitalista presentaba, como argumento fundamental para superar al subdesarrollo, la aplicación de programas de transformación que partieran del análisis de su propia experiencia histórica, vista como gloriosa sucesión de avances tecnológicos, económicos sociales y políticos cumplidos a partir de la primera revolución industrial. Todo ello acompañado, en el ámbito sociopolítico, por una ampliación permanente de los valores de la democracia como marco ideal del proceso de desarrollo. El 'doctor socialista', por su parte, subrayaba tres elementos para demostrar la mayor eficacia de su receta. En primer lugar, el breve plazo en que la Unión Soviética había alcanzado los logros tecnológicos, económicos, sociales y políticos que le permitieron cumplir, con tan elevado grado de eficacia, su decisiva participación en la derrota del agresor militar nazi fascista. En segundo lugar, como básico sustento ideológico de su modelo revolucionario de crecimiento, la construcción de un sistema de democracia económica y social orientado hacia el logro de una igualitaria distribución social del ingreso que contrastaba con el carácter ínstitucio76

nalmente desigual que era característico de la capitalista. El otro argumento de la propuesta socialista se basaba en la teoría leninista del imperialismo, en la que el sistema capitalista mundial contenía dos tipos de países. Por un lado los desarrollados, imperialistas, los cuales succionaban el excedente económico de los demás -calificados por Lenin de países coloniales, semicoloniales y dependientes- como elemento importante de su proceso de acumulación. Se establecía así una directa relación de correspondencia entre el desarrollo de los países capitalistas desarrollados y el subdesarrollo de nuestros países durante el período imperialista. Ambos enfoques, y las respectivas recetas que de ellos se derivaban, presentaban una importante limitación común, y era la de eludir el diagnóstico estructural de nuestras sociedades. Para el enfoque capitalista, basado en la teoría económica convencional, no era necesario precisar ese diagnóstico por considerar que el modelo lógico-deductivo de su concepción de la ciencia económica era aplicable a nuestros casos, como a cualquier otro tipo de situación histórica concreta, enfoque que siguen todavía sosteniendo la inmensa mayoría de los economistas convencionales contemporáneos. Tanto aquí como en el resto del mundo, aberración negadora del carácter histórico de la ciencia económica y que sigue constituyendo en el presente una de las causas de la crisis que hoy atraviesa la economía como ciencia, correspondiente a la que padece también la economía como actividad histórico concreta. Por su parte, la visión de nuestros países que reflejaba el pensamiento marxista de la época, se concentró esencialmente en los roles que ellos debían cumplir en las luchas contra el capital y por la construcción de la revolución socialista mundial. Por razones esencialmente históricas que hicieron de ella una acrítica caja de resonancia de la evolución cultural occidental, la América Latina estuvo más abierta a acoger los análisis y propuestas del mundo capitalista, fundamentalmente basadas en el pensamiento lógico-deductivo de la economía neoclásica establecida, para la cual la capitalista era «la única economía natural» y socialmente armónica, en tanto que sus eventuales conflictos eran considerados como de carácter esencialmente contingente y, en todo caso, transitorio. 77

De allí se derivaba la idea dominante de que el camino que debían emprender nuestros países para alcanzar el desarrollo era el de superar, consciente y progresivamente, los obstáculos que se oponían o dificultaban la evolución de sus economías hacia la acumulación sostenida de capital y la absorción de la moderna tecnología. El subdesarrollo se explicaba así como una etapa del desarrollo capitalista. Un notable ejemplo de esa visión paradigmática fue la obra de W W. Rostow Las etapas del desarrollo económico, publicada a fines de los años cincuenta del siglo XX, en la cual se enumeraba una esquemática y ahistórica secuencia que se iniciaba con el estado de «sociedad tradicional»; continuaba con la segunda etapa de «creación de las condiciones del desarrollo»; una tercera: la del «despegue hacia el desarrollo»; una cuarta: «el camino a la madurez» y, finalmente, la del «consumo de masas». Tampoco el pensamiento marxista de la época, el que Stann llamó marxismo-leninismo, estaba en condiciones de abordar el análisis y la comprensión de la compleja realidad latinoamericana. Por una parte, porque el énfasis de sus fundadores estuvo fundamentalmente orientado al estudio de los modelos puros de las organizaciones socio económicas históricas; no sólo del capitalismo, sino de todas las que lo habían precedido (comunidad primitiva, esclavitud, feudalismo, y hasta un «modo de producción asiático») así como a su articulación diacrónica. Nunca había sido tratada, en cambio, la presencia simultánea de varias de ellas participando en formaciones históricas heterogéneas. La única posible referencia de la realidad histórico-concreta del sistema capitalista mundial, la teoría del imperialismo de Lenin, se limitó, por comprensibles razones de pragmatismo revolucionario, al estudio de las características e implicaciones del fenómeno en el interior de los países capitalistas desarrollados (imperialistas), y no a los efectos de sus relaciones de explotación sobre el mundo no capitalista «imperialízado». LAS TEORÍAS LATINOAMERICANAS DEL SUBDESARROLLO

La teorización latinoamericana sobre el subdesarrollo fue una reacción contra esas dos interpretaciones de la realidad económica, social y política de nuestros países. En ella participaron analistas formados dentro de las dos tendencias ideológicas enfrentadas en la guerra fría. Hubo, sin embargo, un elemento unificador de sus más representativos enfoques: la 78

constatación, cada cual a su modo, de que la realidad económica y social de los países de la región no podía ser diagnosticada, ni comprendida su dinámica, a partir de la aplicación de modelos teóricos derivados de la reflexión acerca del proceso histórico de evolución de las sociedades capitalistas maduras, que había servido de base, tanto a las diversas concepciones teóricas de la economía académica, como a la crítica marxista que constituyó el fundamento de los planteamientos del 'socialismo científico' en Europa. Aquella historia, desde las iniciales comunidades primitivas hasta la maduración del modo de producción capitalista había sido, en esencia, un largo tránsito a través de un conjunto de estadios evolutivos en los que cada tipo de formación social había surgido como producto de la evolución, esencialmente endógena, de la precedente. Para generar, a su vez, las bases para el surgimiento de la que le seguiría. Fue un proceso en el que lo establecido, lo viejo, era tendencialmente superado por lo nuevo, lo que permitió la formulación analítica de los referidos modelos teóricos puros de organización económica y social. Muy diferente era la historia de América Latina y su cristalización a mediados del siglo xx. Como resultado de un complejo proceso de evolución cultural, en el cual, a diferencia del europeo, las variables fundamentales de cambio habían sido, y seguían siendo, esencialmente exógenas, producto de la incorporación subordinada de nuestros países a las necesidades de la evolución de otras sociedades. De allí la presencia, en cada momento, de estructuras económico-sociales complejas, híbridas, heterogéneas, cuya convergencia hacia el modelo capitalista homogéneo, como sugiere la teoría de Rostow y de los que como él pensaban, tenía que ser algo muy diferente al simplismo de aquella formulación. Problemas de otra naturaleza, aunque también de gran complejidad, planteaban, a su vez, la sugerencia de resolver el tránsito desde las estructuras y mecanismos perversos de nuestras sociedades subdesarrolladas mediante las propuestas, de muy poco nivel de concreción, que invitaban a seguir los caminos que conducían -según la literatura soviética o china- a la construcción del socialismo. Todo lo anterior reforzaba la necesidad de profundizar en el análisis de nuestras realidades nacionales, como precondición de una formulación realista de su especificidad, base a su vez, de la formulación de polí79

ticas que pudieran sustentar el proceso de transición, desde la general condición de atraso económico, social y político dominante, hacia la construcción de organizaciones sociales modernas, capaces de satisfacer las expectativas de desarrollo que se habían insinuado como posibles al final de la Segunda Guerra Mundial. Celso Furtado fue uno de los pioneros de la más difundida de las formulaciones teóricas del subdesarrollo latinoamericano, la teoría estructuralista, base de sustentación de las propuestas de políticas públicas de la CEPAL, agencia de desarrollo que liderizó los intentos de transformación socioeconómica de la región desde su creación en 1949 hasta la llamada 'década perdida' de los ochenta del siglo xx. En las intervenciones que me han precedido, se han abordado diversos aspectos de la personalidad y de la obra de Furtado, tan vasta y variada. Mi propósito aquí es el de subrayar su presencia vital en la historia económica de América Latina y sus relaciones con el sistema mundial, durante toda la segunda mitad del siglo XX y los cuatro años que le tocó vivir del siglo XXI.

Los

PRIMEROS APORTES DE CELSO FURTADO

Según el criterio de Luis Carlos Bresser Pereira, Celso Furtado fue uno de muchos latinoamericanos que vio el desarrollo económico al alcance de nuestros países al concluir la Segunda Guerra Mundial. Señala dicho autor «Surgían teorías nuevas sobre el desarrollo económico, y ante los ojos del joven de Paraiba, recién doctorado en economía en Francia (1948), comenzaba a tomar forma una gran esperanza. Brasil,ya en vías de una industrialización acelerada, superaría los desequilibrios estructurales de su economía y con la ayuda teórico-económica y de la planificación económica, lograría convertirse en un país desarrollado» (2004:30). El aspecto que considero más resaltante, original y ejemplar de la obra de Furtado, fue su concepción metodológica, responsable de la coherencia esencial de la misma durante toda su vida. De la lectura de algunos de sus testimonios personales, puede deducirse que articuló los lineamientos fundamentales de su método a partir de tres elementos fundamentales. El primero, su dedicación al conocimiento de la evolución histórica, primero de su país y luego de la totalidad de América Latina. El segundo, so

el análisis rnacroeconómico, que sería uno de sus lados fuertes como miembro del equipo dirigente de la CEPAL, durante los primeros diez años de esta institución. El tercero, la constatación, producto del estudio de esos dos primeros elementos básicos de su visión metodológica, de que la comprensión de la realidad económica latinoamericana, esencialmente heterogénea, no podía abordarse con el instrumental lógico-deductivo de la economía neoclásica, concebida como teoría económica de una sociedad capitalista en toda su pureza. Como él mismo explicó mucho más tarde (2003), la convicción de la necesidad de estudiar la realidad latinoamericana con la mayor independencia posible respecto a los sistemas de pensamiento existentes, se inspiró en el ejemplo de quien sería importante factor de su formación: el brillante economista argentino Raúl Prebisch. En efecto, refiriéndose al primer trabajo escrito por éste para la CEPAL (1949) escribió:' «Al leer este texto percibí que necesitábamos un trabajo de teorización autónoma que partiera de nuestra realidad latinoamericana. Sin autonomía para teorizar en el campo de las Ciencias Sociales, nos vemos reducidos a un simple mimetismo estéril». Considero esta decisiva toma de posición de Furtado, acerca de la necesidad de inducir de la praxis histórica latinoamericana las formulaciones teóricas capaces de explicarla, en contraposición al método de la ciencia económica capitalista ortodoxa, como la más viva enseñanza para los científicos sociales de nuestra región y del tercer mundo en general. Esa toma de partido, sin embargo, no lo llevó a un rechazo apriorístico de la teoría económica y social establecida. Por el contrario, consideró necesario, y así lo hizo en su obra, incorporar a su acervo aquellas formulaciones teóricas conocidas que consideraba pertinentes para el mejor conocimiento en cada aspecto específico, y en cada realidad nacional. Fue el caso, por ejemplo, de sus certeras incursiones en el estudio de las relaciones entre la oferta y la demanda, tanto en el mercado de bienes y servicios, y en el del trabajo como factor determinante de la institucionalización de la distribución regresiva del ingreso promovida en América Latina por el proceso de industrialización sustitutiva de importaciones. En lo que atañe al pensamiento marxista, Furtado ponderó «su notable percepción acerca de la génesis de la historia moderna». Conoció y 81

aprendió de ese análisis (materialismo histórico), en el que Marx, dicho en sus propias palabras: «pudo construir el primer modelo explicativo del cambio social... en una fase (del proceso histórico) en el que las ciencias sociales estaban todavía en formación». Es el análisis que, en el ámbito teórico-económico, se concretizaría en la brillante percepción totalizadora del modo de producción capitalista, como síntesis teórica en toda su pureza de las relaciones esenciales del orden económico dominante en el tiempo, (siglo XIX), Ylugar, (Europa), en el que le correspondió vivir. El objeto del análisis histórico de Furtado, diferente al de Marx, fue el de estudiar el proceso de formación de la economía de un país (Brasil) y sucesivamente de todo un continente, objetos de estudio íntimamente articulados al proceso histórico de conformación y maduración de ese modo de producción, totalidad abstracta, concebida como eje dinámico del sistema capitalista mundial visto a su vez como totalidad concreta. De esta visión del antedicho sistema como totalidad histórico-concreta y no del modo de producción capitalista como síntesis teórica, surgirá la objetiva conclusión de que en su proceso de conformación había que distinguir dos aspectos opuestos y complementarios. De un lado, la evolución tendencialmente orientada a la construcción de sociedades homogéneas, cuyo estudio dio lugar a los modelos económicos puros de las sociedades capitalistas desarrolladas, y del otro, las sociedades históricamente subordinadas al desarrollo de aquéllas, donde coexistían las más diversas estructuras arcaicas con las basadas en relaciones capitalistas de producción. Esta idea, fundamental de toda la teorización sobre el subdesarrollo de América Latina, fue el eje central de la reflexión y discusión de los científicos sociales de la región, algunos de los cuales habían llegado, simultáneamente, a la misma conclusión durante las décadas 50 y 60 del siglo XX. El gran mérito particular de Furtado fue el de haber sido pionero en su fundamentación histórica a muy alto nivel científico social. Furtado ingresa, pues, a la CEPAL en 1949, con el capital inicial propio de una base histórico-económica en proceso de consolidación, nutrida en el estudio de los economistas clásicos, en particular Smith y Marx. Allí coincide unos meses después, como ya se dijo, con la llegada de Raúl Prebisch para asumir la secretaría ejecutiva, acontecimiento al que dio 82

una destacada importancia durante toda su vida. En una entrevista personal para Nossa Historia (Noviembre del2üü4) declaró, en efecto, refiriéndose al gran economista argentino: «Él le dio un impulso formidable a la Comisión. Era el único economista latinoamericano con prestigio internacional. Yo fui a trabajar directamente con él. ¡Una suerte! Pasamos a luchar por objetivos claros». De la inusual combinación de esas talentosas capacidades, dentro de un ambiente donde todos los integrantes del recién formado equipo tenían conciencia de la enorme responsabilidad que estaban adquiriendo con América Latina, surge la primera escuela latinoamericana de pensamiento económico y social. El núcleo central de la primera formulación teórica fue la idea de Prebisch de considerar al sistema capitalista mundial como una totalidad compleja, compuesta por un centro generador de la dinámica del sistema y una periferia cuyo comportamiento histórico estaba subordinado a los efectos de aquella dinámica. En su formulación inicial, la teoría estructuralista caracteriza a las economías periféricas a partir del análisis comparativo de sus estructuras en relación con las de las economías centrales. Se destacan allí tres características de las primeras: su especialización primario exportadora; su heterogeneidad tecnológica institucionalizada en condiciones de oferta ilimitada de mano de obra con ingresos tendientes a la subsistencia, y la presencia de una estructura institucional frenadora del proceso de acumulación. El segundo aspecto que analizó la nueva teoría fueron las relaciones económicas internacionales entre el centro y la periferia, para concluir afirmando la necesidad de poner en marcha, mediante el impulso centrado inicialmente en la acción estatal, una política de desarrollo industrial concebida como elemento central y dirigente de la transformación desarrollista integral de todo el marco estructural periférico. Ese proceso, en las condiciones que privaban en la periferia, no podía ser similar al transitado por los países centrales, lo que excluía de plano la aplicación acrítica de las formulaciones teóricas extraídas de aquel proceso. De allí la necesidad de un esfuerzo voluntarista de teorización que permitiera el diseño de estrategias de desarrollo fundadas en el más objetivo diagnóstico de cada situación nacional. De ese modo, la teoría se afirmaba a sí misma 83

como fundamento para la elaboración de propuestas dirigidas a facilitar la toma de decisiones voluntaristas por parte de los Estados nacionales. LAS PRIMERAS PROPUESTAS ESTRUCTURALISTAS DE POLÍTICA ECONÓMICA

La labor de Furtado, durante esa primera década de la CEPAL, combinó armónicamente su activa participación en las primeras formulaciones teóricas estructuralístas, su concretización en propuestas de política económica concebidas para la superación del subdesarrollo, con sus vivaces aportes a la discusión ideológica que se cumplía en Brasil en torno a la dilucidación de los concretos caminos que debía tomar el desarrollo económico de ese país. Como resultado de esa doble participación sedimentó un conjunto de ideas que servirían de base a las siguientes proposiciones de política económica. 1. La puesta en marcha de un programa voluntarista de industrialización

sustitutiva de importaciones (ISO, idea central del estructuralismo desarrollista, como punta de lanza de un proceso de reducción progresiva de la brecha entre países desarrollados y subdesarrollados. 2. Esa industrialización no podía fundarse en el juego espontáneo del mercado. Por el contrario, debía ser objeto de una planificación estatal en la que el sector público creara las mejores condiciones posibles para su exitosa operación. En este aspecto, Furtado tuvo una muy importante participación como autor de la parte conceptual y como creador de los primeros sistemas de la planificación cepalina. 3. Se proponía, además, dentro del más literal espíritu de la teoría esrructuralísta, la promoción y realización de un conjunto de reformas estructurales que contribuyeran a favorecer el camino de la industrialización. 4. Sugerencia de promover mecanismos destinados a favorecer el control de los centros de decisión del ahorro y la inversión por parte de agentes nacionales, públicos o privados, así como la búsqueda de crecientes niveles de autonomía financiera, a partir de la transformación productiva de cada país. 84

5. Finalmente, se proponía la búsqueda de armonía entre la política de desarrollo y la política monetaria como un necesario requisito para la estabilidad del crecimiento. En forma simultánea, con la instrumentación de estas propuestas de política económica en diferentes países de América Latina, se difundían en toda la región las novedades que había creado la CEPAL en esa primera década de operación. En el ámbito teórico, su original interpretación de la realidad económica y social de América Latina y la creación de conceptos como los de «centro y periferia»; «deterioro de los términos de intercambio»; «concepción estructuralista de la inflación», etc. En el ámbito más pragmático para la operatividad de sus propuestas y políticas, la creación de organismos de apoyo, como la ALALC y la UCNTAD. LAS REACCIONES FRENTE A LOS INICIALES PLANTEAMIENTOS DE LA CEPAL

La teoría estructuralista suscitó muy diversas reacciones entre los agentes económicos, sociales y políticos de América Latina; como también en la metrópoli norteamericana y en el resto del mundo. Fue acogida con entusiasmo por las que, en algunos trabajos de la CEPAL, se definían como «posiciones políticas moderadas», coincidentes en líneas generales con la de los partidos, movimientos y gobiernos de vocación socialdemócrata, como fue el caso del partido Acción Democrática en Venezuela y del gobierno por él instalado después del derrocamiento de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez en 1958. Otro pertinente ejemplo de ese apoyo, por parte de sectores políticos que vieron en la teoría de la CEPAL una oportuna y original fundamentación teórica para sus posiciones nacionalistas, fue el movimiento desarrollista brasileño de los años 50, en el que Furtado tuvo un importante rol como propulsor de su ala ideológica progresista-reformista. Coincidiendo con ese apoyo, muy importante en América Latina, dicha escuela suscitó, además, diversos grados de rechazo en los extremos del espectro político e ideológico de entonces. La derecha internacional, defensora a ultranza del orden sistémico capitalista imperante y, en plano prioritario, de los intereses de los Estados Unidos como su gran potencia dirigente, vio siempre con reluctancia a la CEPAL. Incluso desde antes de su fundación, objetada inicialmente por 85

ese país. Algunas declaraciones de Prebisch aluden, en efecto, a una permanente actitud de contralora vigilancia sobre las actividades y planteamientos de la comisión, mediante el uso de los instrumentos directos de poder político del gobierno norteamericano, o de los medios indirectos que podía derivar de su gran influencia dentro de la estructura operativa de la ONU. El analista David Pollack, ex-funcionario de la CEPAL y de la UNCTAD califica, en efecto, como particularmente conflictivas las relaciones entre la CEPAL y Estados Unidos durante la década inicial del organismo (1948-1958). Un claro ejemplo de ese ambiente conflictivo es el que refleja la reacción de la sede de la ONU en Nueva York, ante el primer estudio económico de América Latina redactado por Prebisch en 1948; me refiero a un cable dirigido a la oficina de la CEPAL en Santiago que decía: «El informe es un documento de gran contenido pero habla del desarrollo, la industrialización, la relación de precios de intercambio y muchos otros asuntos que no competen a la CEPAL. La CEPAL no tiene un mandato para abordar esos problemas» (Prebisch, 2001). El referido estado de conflictiva tensión puede comprenderse, precisamente, por el hecho de que fueron precisamente esos problemas los que abordó la comisión desde la propia apertura de sus actividades y junto a otros temas, como el de la crítica a los efectos de las vigentes relaciones de comercio internacional sobre la desigual distribución del ingreso y de la riqueza en contra de los países del tercer mundo, y -lo que fue señalado por Prebisch en dicha entrevista como tema altamente controversial- la introducción de la planificación estatal como instrumento clave de las recomendaciones de la CEPAL a los gobiernos de la región. No es de extrañar, pues, que los sectores académicos de la ortodoxia liberal se colocaran en contra de la fundamentación teórica de la CEPAL. En tal respecto, ocuparon un primer plano de interés en la controversia conceptual las críticas de Haberler a la tesis de Prebisch acerca del deterioro secular de los términos de intercambio en contra de los países exportadores de productos primarios de la periferia capitalista y a favor de los centros exportadores de bienes industriales. Participaron también en esa controversia otros economistas académicos, entre ellos: Nurkse, Rosenstein-Rodan, Myrdal, Viner, Singer y Hirschman, quienes, aunque partiendo de una visión crítica de las origina86

les ideas de Prebisch y su equipo, terminaron por evolucionar hacia un progresivo acercamiento en el tema central de la discusión: la búsqueda de las causas del atraso económico de los países del tercer mundo. En cuanto a las reacciones al otro extremo del espectro político, hay que comenzar por referirse a un conjunto de autores representativos de lo que fue calificado entonces como 'neomarxismo norteamericano', en el que se destacaron Paul Baran, Paul Sweezy y Leo Hubermann, quienes, a partir de la introducción del concepto de excedente económico, criticaron simultáneamente tanto la interpretación cepalina de las causas del subdesarrollo como las reacciones que frente a ella tuvieron los sectores académicos liberales. En este punto, la discusión se convirtió en una suerte de polifacético torneo de ideologías contrapuestas, al que se agregarían las posiciones más pragmáticas de los partidarios del socialismo como única salida; sin olvidar las controversias en el interior de cada uno de esos sectores de opinión, y la presencia dominante del pensamiento keynesiano entonces en boga en la región y el mundo. Fue en ese complejo ambiente, donde se produjo la rápida incorporación de la intelectualidad de la región a la discusión sobre el moderno pensamiento científico social, durante los veinte años que siguieron a la fundación de la CEPAL. Fue un debate que abarcó al entero subcontinente iberoamericano y que, por supuesto, tuvo características particulares en cada uno de sus países. EL CASO PARTICULAR DE VENEZUELA

Me detendré en una breve referencia al caso de Venezuela, porque me permite aludir a algunas experiencias y conclusiones personales de donde podrían derivarse elementos útiles, tanto en relación al tema que nos ocupa, como al debate político que al presente se cumple en nuestro país, y que se halla íntimamente articulado con él, porque constituye la forma particular que toma en nuestro caso nacional la evolución de las irresueltas contradicciones de la condición de subdesarrollo. Comenzaré por referirme a la apertura en 1961 de la cátedra de Teoría del desarrollo económico en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCv, bajo la directa influencia de ese espíritu de transformación que recorría entonces a América Latina, y en la búsqueda permanente de nuevos caminos para el desarrollo económico, social, político y cultural de la región. 87

Participamos, en la fundación de esa cátedra, Héctor Silva Michelena y yo, identificados con lo que hoy cabría referir como el socialismo del siglo XX, dentro de una visión de abierta crítica a algunas de sus expresiones y limitaciones reales, y con dudas patentes acerca de las formas que debía asumir su aplicación en las variadas condiciones del universo latinoamericano. Esa cátedra produjo un conjunto de materiales para la docencia que tuvieron un cierto impacto en los medios universitarios del país y que fueron recogidos para su publicación en 1967.en la obra Aspectos teóricos del subdesarrollo. En uno de esos trabajos intentamos una caracterización del subdesarrollo, partiendo en lo esencial de la forma que dicho fenómeno adoptaba en el caso de nuestro país y de las similitudes y diferencias con los del resto de América Latina. Ese análisis nos llevó a plantear los conceptos de dependencia, complejidad o heterogeneidad estructural y deformación como los rasgos definidores de la condición de subdesarrollo. De esas características, la dependencia partía de la teoría leninista del imperialismo, aunque de algún modo estaba implícita también en los conceptos de centro y periferia, cruciales dentro de la teoría estructuralista de la CEPAL en los años 50. Como bien explica Bielchowsky (1998), sin embargo, el concepto de dependencia no fue asumido en forma explícita sino después de la crítica del destacado científico social André Gunder Frank al modelo de industrialización por sustitución de importaciones. En todo caso, como bien señaló el mismo Bielchowsky, la condición dependiente no significaba para la CEPAL de entonces «una fuente de explotación insuperable, que implicase la necesidad de romper con el capitalismo». Nuestra visión, en cambio, al igual que la totalidad de los analistas de tendencia marxista, consideraba a la dependencia como el motor esencial de la generación, operación y permanente reproducción del subdesarrollo, en tanto que elemento base del dominio por parte de la clase capitalista imperial sobre toda la dinámica económica del sistema mundial. De allí que considerásemos al capital monopolista extranjero como la auténtica clase dominante de nuestros países a partir del período imperialista. Por lo que atañe al concepto de heterogeneidad o complejidad estructural, nuestra visión era más amplia, tanto respecto de la de Furtado, limi88

tada originalmente al aspecto tecnológico, como de la que desarrolló posteriormente Aníbal Pinto Santa Cruz. En efecto, partíamos de la constatación de la simultánea presencia sincrónica de las reminiscencias de los diversos 'sistemas económicos' que impusieron los centros dominantes en los distintos períodos históricos de nuestra subordinada participación dentro de la economía mundial. Cada uno de esos sistemas expresaba, I pues, un determinado grado de desarrollo de las fuerzas productivas (tecnología) y formas históricamente específicas de las relaciones de producción que implicaban conjuntos diferenciados de clases sociales y de sistemas culturales. La heterogeneidad era, pues, no sólo tecnológica, sino integralmente social y cultural, lo que expresaba el alto grado de complejidad de nuestras estructuras económicas, sociales y políticas y las particularidades de cada situación nacional. Finalmente, la categoría 'deformación', íntimamente relacionada con las otras dos, señalaba las incoherencias observadas en el análisis comparativo de nuestras estructuras económicas, sociales y políticas con las que describían las ciencias sociales convencionales como características de las sociedades capitalistas maduras. Esas ideas básicas, así como las aportadas por los distintos investigadores venezolanos, entre los que citaré a Ramón Losada Aldana, D.F Maza Zavala, Héctor Malavé Mata, Max Flores Díaz,José Moreno Colmenares, Manuel Felipe Garaicoechea y otros, fueron el nutriente básico de la intensa discusión que suscitó la problemática del desarrollo y el subdesarrollo en Venezuela durante la movida década de los años 1960. Esta problemática conformaba una suerte de aspecto particular del debate que impulsó en América Latina la confrontación entre los planteamientos cepalinos, que afirmaban la posibilidad de superar la condición de subdesarrollo mediante la combinación de políticas económicas desarrollistas y reformas estructurales dentro del marco capitalista, y los de quienes, desde el campo revolucionario, negaban esa posibilidad basados en la crítica «marxista-leninista» del capitalismo en su fase imperialista. Es decir, del capitalismo como sistema que a su esencial explotación clasista agregaba su capacidad de subordinar la naturaleza de la evolución económica, social y política de naciones de menor desarrollo, a las necesidades de la acumulación de capital en los países capitalistas dominantes. De allí 89

la derivada afirmación de la alternativa socialista como única salida posible. Era, pues, la reaparición del enfrentamiento entre el reformismo socialdemócrata y el marxismo revolucionario en los países desarrollados, referido ahora a la lucha contra el capitalismo periférico, en el ámbito internacional de la guerra fría entre los dos sistemas mundiales. LAS PRIMERAS AUTOCRÍTICAS ESTRUCTURALlSTAS

Durante la década de los sesenta, los términos de ese enfrentamiento serían radicalmente alterados por dos hechos derivados de la evolución del propio proceso histórico latinoamericano. El primero de ellos fue el estallido y desarrollo de la revolución cubana, acontecimiento que planteó la posibilidad real de someter a prueba el experimento socialista en un país de la región. El segundo, la constatación, por parte de los propios intelectuales de la CEPAL de que su estrategia de industrialización, como fundamental instrumento para la superación del subdesarrollo, lejos de reducir sus características esenciales, es decir, la relación de dependencia y la heterogeneidad estructural, sólo había servido, como el clásico razonamiento «gatopardiano», para modificar sus formas de operación, mas no su esencia. En efecto, la dependencia se había hecho aún más intensa y enajenante bajo su nuevo ropaje, ya que los nacientes e inicialmente esperanzadores sectores modernos habían surgido bajo la dirección combinada de capitales extranjeros y sus asociados internos, mientras que la amplitud y profundidad de sus efectos se había establecido como una penetración que iba más allá de lo económico, puesto que la adopción de los patrones de consumo, tecnológicos y organizativos característicos de los centros era un hecho que afectaba a todo el ámbito cultural. De igual manera, la heterogeneidad estructural se había incrementado y profundizado aún más con la incorporación de los nuevos procesos tecnológicos en clara yuxtaposición sobre las estructuras reminiscentes del pasado. La constelación de esos «inesperados resultados» dio lugar a una amplia autocrítica del colectivo cepalino. Furtado, a punto de abandonar la organización para dedicarse a trabajar por el desarrollo de su país, ocupó un lugar de vanguardia, dentro de esa autocrítica, poniendo en claro las relaciones entre ese tipo de crecimiento industrial y la obligada concentración del ingreso que lo acompañaba, la cual terminaba por institucionalizarse a medida que la sostenida diversificación del patrón de 90

consumo, impulsada por la dinámica del producto nuevo en los países desarrollados, se reproducía en nuestros países por vía imitativa. De esa manera, agregaba, se acrecentaba, y también con nuevo ropaje, la tendencia estructural señalada originalmente por Prebisch, a excluir de los beneficios de la acumulación y del progreso técnico a las grandes masas de población. En esas condiciones, concluía: «la permanencia del sistema descansaba en gran medida, en la capacidad de los grupos gobernantes para suprimir todas las formas de oposición que su carácter antisocial tiende a suscitar». Por añadidura -continúa el razonamiento- la correspondiente diversificación de la demanda de los componentes del patrón de consumo importado, se traduciría en la incapacidad de ese modelo de industrialización, tanto para producir los bienes asociados al patrón de consumo tradicional, como para incorporar nuevos trabajadores y nuevos sectores de demanda. Se conforma así un estilo de crecimiento perverso, que llevaba implícita la exclusión creciente de amplios sectores de la población. De ese modo avanza decisivamente Furtado a la visión integral del subdesarrollo como fenómeno que, más allá de lo económico, incide sobre todos los demás aspectos sociales, políticos, institucionales y culturales de las formaciones periféricas, íntimamente asociados todos ellos, a la dinámica del sistema capitalista mundial. De allí la decisiva conclusión de que la esencia misma de esa dinámica llevaba implícita la reproducción a perpetuidad de las características definidoras de la condición de subdesarrollo. HACIA LA PROFUNDIZACIÓN DE LA AUTOCRÍTICA

A partir de esa visión integral de la problemática de los países periféricos, el pensamiento de nuestro autor comenzó a alejarse de la original concepción, economicista y ecléctica de la CEPAL que, obligada a defender su propia supervivencia, permanentemente cuestionada por los poderosos intereses conservadores del estatus, había ido resbalando hacia el cauteloso y esterilizante equilibrio que terminó por adoptar desde mediados de la década de los setenta. En sentido opuesto, el pensamiento de Furtado se fue haciendo cada vez más cuestionador del orden establecido. Entendió que la superación del subdesarrollo exigía cambios que debían ser impulsados «desde fuera 91

de la economía», es decir, mediante la movilización social y la lucha política a favor de una nueva dinámica de la demanda interna, favorable a la ampliación del consumo de las grandes mayorías nacionales. Comprendió también que, para alcanzar ese objetivo fundamental para el desarrollo económico y social de nuestros países, debía producirse una profunda reforma del Estado, orientada hacia la ampliación de la democracia y el logro de un creciente control nacional sobre los centros dedecisión económica, precondición básica para la conformación de un «estilo de desarrollo» capaz de incorporar a todos los sectores de la población al reparto de sus frutos. Fue consciente, además, de que la dinámica económica del sistema mundial marchaba en sentido opuesto a los intereses de ese tipo de desarrollo en nuestros países. Señaló, en efecto, que la creciente intemacionalización de los circuitos monetarios y financieros, asociada a las tendencias proteccionistas de los países centrales y a la ofensiva teórica justificadora de sus designios, liderizada por el neoliberalismo monetarista, tendía a generar y a fortalecer un nuevo tipo de dependencia. De allí su invitación a colocar en primer plano la lucha contra los correspondientes mecanismos de subordinación económica y cultural que traerían consigo esas nuevas relaciones de dependencia, incluyendo las formas de alienación subyacentes asociadas a la imposición de contextos teóricos justificadores de esas nuevas relaciones. LA OFENSIVA NEOLIBERAL

Se llega así a la llamada «década perdida» de los ochenta, cuando terminó por agotarse el ciclo cumplido por los esfuerzos deautofundamentación de una teoría explicativa de la propia condición de subdesarrollo latinoamericano, considerada como el punto de partida para el diseño e instrumentación de políticas económicas y sociales dirigidas hacia la superación de dicha situación. El naufragio de ese primer gran intento regional de explicación científica de nuestra realidad societaria, fue el resultado de la articulada coincidencia de un conjunto de factores endógenos y exógenos. Entre los primeros, hay que destacar el inocultable fracaso de las políticas reformistas-desarrollistas impulsadas por la CEPAL. Desde la inicial promoción de la industrialización sustitutiva de írnportacíones en los años cincuenta, hasta el ulterior intento de ampliar dicha propuesta agre92

gando el objetivo exportador, intento que no iría mas allá de la 'verbalista' y 'ritual' discusión de los años setenta sobre «estilos de desarrollo», que resultó a la postre tan poco convincente. Esa secuencia de experiencias frustradas comenzó a poner en entredicho su fundamentación teórica, lo que favoreció el contraataque conceptual del nuevo liberalismo monetarista. Pero, además, la segunda de ellas, la promoción de la industrialización exportadora, fue uno de los principales elementos para justificar que la gran mayoría de los países de la región accedieran al endeudamiento externo con el pretexto de mantener las ilusiones de crecimiento económico desarrollista. El fracaso de esas expectativas crearía las condiciones para el estallido, durante los ochenta, de la crisis de la deuda, entrabamiento de pagos que daría lugar, por parte de los centros, a una articulada política de presiones dirigidas a cumplir dos finalidades. La primera, por supuesto, el rescate de sus acreéncias en América Latina. La segunda, como forma de rearticular e institucionalizar los nuevos lazos de dependencia, reconducir a nuestros países a la tradicional subordinación de sus políticas económicas a los intereses de los centros, situación que las teorías del subdesarrollo se habían atrevido a cuestionar. Esa estrategia, de importancia sistémica tuvo dos instrumentos fundamentales. Desde el punto de vista ideológico, la difusión e imposición del contexto teórico neoliberal-monetarista, que establecía la necesidad de que los países deudores colocaran como objetivo prioritario de sus políticas económicas el alcance de un conjunto de ajustes macroeconómicos destinados a garantizar su capacidad de pago externo, aun a costa de las posibilidades de crecimiento económico o de cumplimiento de objetivos de carácter social. Desde el punto de vista operativo, la reactivación potenciada del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, instituciones multilaterales supraestructurales del sistema capitalista mundial, como actores fundamentales para la instrumentación de dicha estrategia.

LA

RESPUESTA FINAL DE

Caso

FURTADO

Celso Furtado adversó frontalmente la imposición neoliberal. Desde el punto de vista teórico, afirmó la incapacidad de esas políticas para cum93

plir los declarados objetivos de equilibrio económico, pues sólo serían capaces de promover lo que calificó como una «recesión inocua», a la cual consideraba, por lo demás, «socialmente injusta» en razón de que sus costos recaerían, en términos fundamentales, sobre las espaldas de las grandes mayorías. Sostenía, en contrapartida, que los «ajustes» requeridos para lograr el doble cometido de favorecer las posibilidades de cancelación de la deuda externa y promover simultáneamente el bienestar económico y social interno, sólo podrían alcanzarse si eran promovidos mediante el uso de programas de inversión propulsores de desarrollo económico y social. Tuvo muy claro, sin embargo, que la correlación de fuerzas y la dinámica misma del actual sistema mundial no favorecería las posibilidades reales de ese tipo de desarrollo. Consideró, en efecto, al llamado proceso de «globalización» de la economía planetaria, como una nueva forma de explotación de los países de menor desarrollo; y a la emergente teorización económica asociada a la nueva revolución tecnológica, como un intento de transformación de la ciencia económica en un estéril cálculo algebraico, dejando ilegítimamente de lado su condición de ciencia social. Se abre así, el estado de ansioso desasosiego en que transcurrieron los últimos años de su vida, durante los cuales, su articulada y dinámica concepción de los asuntos mundiales combinó dos conclusiones pragmáticamente irreconciliables. De un lado, la convicción de haber contribuido con sus aportes a elevar el nivel de comprensión científica de la compleja realidad económica, social y política de América Latina. Del otro lado, la absoluta certeza de que la transformación progresista de esa realidad, en el sentido de hacia dónde apuntaban su concepción humanista del desarrollo y su profunda vocación nacionalista, era un objetivo inalcanzable dentro del alienante sistema mundial que nos envuelve y condiciona nuestras decisiones. No renunció Furtado, sin embargo, a las esperanzas de que ese objetivo, así como la eliminación de muchas otras fuentes de tensión del mundo actual, pudiera alcanzarse; aunque para ello debió trasladarse desde el más seguro campo de la formulación de hipótesis económicas 'realistas', hacia el horizonte utópico de un «nuevo modelo de civilización basado en la solidaridad y no en la competencia», cuya emergencia sería 94

el resultado de profundas transformaciones por ocurrir en la esfera socio-política, considerada por él como el campo donde tendría que resolver las diversas contradicciones que amenazan la continuidad del vigente sistema mundial. Argumentando a favor de la factibilidad de ese camino, aunque reconociendo las grandes dificultades para prever con claridad su desarrollo, asentó en una de sus últimas entrevistas: «¿Quién preveía el fin de la guerra fría? Parecía el hecho más importante del mundo y se acabó repentinamente. La historia es más rica que nuestra imaginación. La sociedad se hizo tan compleja que se dificulta la previsión de sus acontecimientos. Eso era posible cuando la historia era más lenta, la sociedad más sencilla y los actores más limitados». MENSAJE FINAL: EL DEBATE DEBE CONTINUAR

Con esa concluyente afirmación de la «caótica» situación actual del sistema mundial del capitalismo y de su ineludible sustitución por un nuevo «modelo civilizatorio», cierra Furtado su aguda reflexión sobre el proceso histórico que le cupo vivir y analizar como testigo de excepción. Su periplo intelectual había partido de la búsqueda de soluciones al desarrollo de nuestros países; hasta toparse con la definitiva constatación de la imposibilidad de que esos objetivos pudieran ser alcanzados, mientras se mantuviese inalterada la conflictiva dinámica centro-periferia. No fue, sin embargo, la única razón de su juicio conclusivo. Observó también otro conjunto de contradicciones sin posibilidades de solución dentro del orden sistémico vigente. Entre ellas, destacó la creciente divergencia entre la racionalidad de los mercados y el interés social, que tiene expresiones tan ensombrecedoras del futuro como la institucionalización de una tasa creciente de desempleo y la sostenida agudización de la concentración del ingreso: no sólo en los países subdesarrollados, sino también en las economías que dirigen el proceso de globalización. Destacó, asimismo, la conflictiva relación entre la dinámica económica del sistema y la estabilidad del medio ambiente planetario; las contradicciones entre eUuncionamiento de la esfera productiva y el indisciplinado ámbito monetario financiero. Y muchas otras. Diversos autores han señalado la virtual coincidencia entre ese conjunto de conclusiones, que encuentran su síntesis en la afirmación de una crisis integral que no tiene salidas dentro del orden societario 95

vigente, con el criterio dominante entre los sectores más críticos del espectro político contemporáneo. Esa idea trae a la memoria los términos de la controversia suscitada durante las primeros dos decenios de la CEPAL, entre los defensores del pensamiento estructuralista y quienes, basados en el pensamiento marxista, sólo veían posibilidades para la superación del subdesarrollo en el camino de la revolución socialista. Ubicados en aquel contexto, no cabe duda de que la evolución del pensamiento crítico de Furtado lo fue acercando a la visión anticapitalista de estos últimos, a medida que avanzó su proceso de diferenciación respecto al cauteloso reflujo de las posiciones ideológicas de la CEPAL. Hay que distinguir, sin embargo, dos importantes diferencias entre las conclusiones de Furtado y las derivadas del pensamiento revolucionario más convencional. En primer lugar, la que deriva de los diferentes enfoques metodológicos de ambas posiciones. Como ya se indicó, Marx partió del análisis crítico del modo de producción capitalista, totalidad abstracta dentro de la cual el nudo causal de la revolución anticapitalista se situaba en la contradicción capital-trabajo, cuya ruptura se consideraba como el punto de partida para la construcción de una sociedad socialista por parte de una coalición de fuerzas sociales bajo la dirección de la clase obrera. Aunque, a decir verdad, no han estado nunca totalmente claras las implicaciones directas de esa revolución socialista en los países capitalistas desarrollados sobre los de su periferia. En este contexto general hay que decir que uno de los aspectos más novedosos de la discusión teórica latinoamericana en torno al concepto de subdesarrollo, fue concentrar la crítica del capitalismo en el análisis de los efectos que tuvo sobre la periferia la expansión planetaria de los centros. El objeto de análisis ya no es el modelo abstracto de modo de producción, sino la totalidad históricoconcreta del sistema capitalista mundial. Considerada ahora, sin embargo, no desde el punto de vista de la evolución del proceso de acumulación en los países desarrollados, como había planteado la cuestión en su momento la teoría del imperialismo, interesada fundamentalmente en la comprensión de los cambios estructurales ocurridos en dichas economías centrales; sino desde el punto de vista de la compresión de las transformaciones que promovieron esos cambios en los países de América Latina yen el resto del mundo subdesarrollado. Vista en este diferente contexto, 96

es decir, colocando en primer plano de interés el de nuestros pueblos y sus formaciones sociales nacionales, donde la clase obrera constituyó y está destinada a constituir -por razones bien aclaradas en la teoría del subdesarrollo-, una minoría de los trabajadores, la contradicción fundamental pasa a situarse entre el desarrollo económico incondicionado de los centros y las necesidades del desarrollo integral de la periferia. En segundo lugar, mientras el enfoque marxista afirma al socialismo como meta de todos los esfuerzos de liberación de la clase obrera, desde la teoría del subdesarrollo no se llega a precisar un modelo concreto de organización económica y social alternativa. Raúl Prebisch llegó a proponer en 1981 «una síntesis entre socialismo y liberalismo económico», capaz de integrar en una teoría global (abarcante) todos los elementos del sistema mundial del capitalismo, al centro y a la periferia en toda su complejidad económica, social, política y cultural. Veinte años más tarde -lo hemos visto-, Furtado se atreve a augurar la necesaria sustitución del actual sistema capitalista mundial por un «nuevo modelo civilizatorio», aunque no a definir su específica naturaleza. Alude, más bien, al «carácter indefinido de sus posibles contornos», y al lugar que en él ocuparía cada país como un resultado de su especificidad geográfica, demográfica, económica y social, así como de la capacidad de la correlación de fuerzas políticas que prive en cada uno. Por ello consideró fundamental, en uno de sus últimos trabajos, abrir el debate sobre tan importante cuestión y precavernos de la necesidad de saber defenderse de los «falsos consensos» que nos imponen las metrópolis imperiales. Para la cabal realización de esa búsqueda colectiva del nuevo rumbo, será necesario partir de un sereno diagnóstico de las estructuras actuales de cada país y de los problemas que deberían ser resueltos, para sentar las bases del nuevo orden nacional y mundial. En tal sentido, Furtado se empeñó en sus últimos años en definir las posiciones que él consideraba necesario defender dentro del debate del caso concreto de su país. Es mi criterio, además, que dentro de su extensa obra sobre la problemática del desarrollo de América Latina, hay importantes elementos para esa discusión, tanto para la región en su conjunto, como para muchos de sus países. En ese contexto, la consideración simultanea de los logros y fracasos de la discusión latinoamericana sobre el 97

subdesarrollo, constituyen un valioso activo que las nuevas generaciones deben continuar enriqueciendo como parte de la construcción de esa nueva civilización humanista en la que tanto se ha soñado y por la que tanto se ha luchado.

98