CATARSIS —Déjame en paz. Ya eres famoso y casi rico, ¿qué más quieres? Ocho de tus treinta cuentos han tenido tal éxito popular, que ahora puedes comer como nunca lo habían hecho tú y tu madre, que estrenas carro nuevo dándote el lujo de escoger, que recibas proposiciones tan favorables que sólo con firmar te aproximan cada vez más a la riqueza, y ello sin contar las novelas mediocres que recién te publicaron gracias a los cuentos. Incluso te han premiado jugosamente seis de ellos. Yo, en cambio: ¿qué soy?, no creo que haya personaje más criminal y despreciable en la cuentística mexicana contemporánea, ¡y menos en la pretérita sea reciente o lejana! Ya déjame en paz. Estupefacto, vio por el espejo retrovisor para constatar lo que bien sabía: no había nadie que estuviera dirigiéndole la palabra desde el asiento trasero. Un súbito calosfrío le hizo retirar el pie del pedal acelerador, y replicó: «calla, tú no existes, eres un personaje de ficción; mi fixión, según quiera yo pensarla o redactarla». Ésto, dialogar solo, le sorprendió aún más, de hecho le produjo pánico, sin embargo de inmediato lo redujo a un autocomplaciente: carajo, qué bueno soy, ¿cuántos autores han sido capaces de crear personajes que cobren vida por voluntad propia? Menos de dos minutos antes había abordado el coche de reciente estreno, había arrojado el portafolios en el asiento del copiloto, y había reanudado, en su mente fecunda y ágil, el subterfugio que comenzó a preparar desde la semana anterior, cuando decidió qué día haría el viaje a la feria de San Marcos. Y es que se sentía tan acosado por Janny, que le regalaría dos fabulosos señuelos: una botella de Dom Perignon y un anillo de platino rematado con limpio y luminoso brillante de un gramo, ¡cinco quilates! De darse todo según lo planeó, y de ser capaz de recitar bien su memorizada propuesta, ella, cada día más y más demandante de matrimonio, se conformaría con descontinuar su relación, sin llegar al escándalo de un rompimiento público. Y es que jamás dejaría a Evangelina. Ni pensarlo; su madre era irrenunciable. —Comoquiera, estás pendejo, soy igual que tú, y se escribe así: comoquiera y no «como quiera»; tengo existencia propia desde el momento en que, después de parirme, hiciste que tus lectores y tus jueces me percibieran, pensaran en mí, y hasta organizaran foros y escribieran ensayos para analizar mi naturaleza, no la tuya. En ese sentido, aunque no tenga vida física demostrable, que de hecho la tengo al ser papel, soy igual que cualquier espíritu, sustancia, dios o concepto: soy un ser. —Cállate y no me hables así–. Replicó, y se sintió un poco más dueño de la cuentera situación–. Tú sabes que si quiero te mato y no vuelves a aparecer en una sola de mis obras, tal cual hizo Quino con Mafalda1. 1

Mito denegado por Quino. 1

—Y qué, ¿crees que porque la desapareció ya no existe? Ni Mafalda ni yo podemos ya no ser. Además, eso estoy pidiendo, estúpido, que me dejes en paz, como sea; a menos que prefieras que yo lo haga contigo. El espeluznante evento ocurrió en el enorme solar, a campo abierto, de un negocio especializado en el servicio a tráileres y sus conductores: un volkswagen último modelo quedó sin capota, cual si fuera auto convertible, al incrustarse a más de ciento cuarenta kilómetros por hora bajo el costado del tráiler de treinta toneladas, justo allí donde estuvo el tanque de gas. Lo incomprensible era que un vehículo se pudiera impactar a esa velocidad contra algo tan lejano al asfalto; diera la impresión que salió de la autopista con premeditación, en busca de algo grande y pesado contra qué despedazarse. Casi de inmediato se incendió, y el fuego hubiera cundido también al remolque de no ser porque estaba, igual al el resto de esos enormes transporta–cargas, a la vista de los traileros quienes lo extinguieron en poco tiempo. Lo primero que hallaron sobre la grama, a ras de suelo, fue la cabeza; tenía los ojos casi desorbitados, sin párpados superiores, y el cráneo había perdido los cueros cabelludo y frontal. Era evidente que la testa escapó al incendio gracias a que fue arrastrada por el toldo y el parabrisas en su breve y cruento lapso de comprimirse, desprenderse del auto, arrojar la tétrica carga sobre el pasto y quedar colgando atrás, cual chatarra retorcida, sin llegar a cubrir del todo la defensa trasera del VW. El cuerpo estaba en parte achicharrado, convulso por efecto del fuego, no obstante entero, sin desmembramientos. —No Jefe, tuvo que ser descuido o atentado, no suicidio, mire: tenía treinta y seis años; había recibido premios literarios que le significaron buen dinero; vendía más que ningún escritor mexicano o extranjero actualmente publicados en el país y eso le significaba mucha lana; por cierto, su literatura, según los intelectuales, va que vuela pal extranjero; acababa de firmar un contrato ventajoso con Manantial, editora dispuesta a publicar toda su antología; la VW le dio un vocho a cuenta de publicidad escrita por él y le iban a pagar con un carro cada vez mejor, en función del efecto de esa propaganda en las ventas; se dirigía a la Feria de Aguascalientes a recibir un nuevo premio; allá lo esperaba la cantante palenquera Janny Dalesso, la amante en turno; en los últimos cuatro años había cambiado de vieja igual que de traje; no tenía vicios sabidos ni por sus enemigos –el presidente de la sociedad de padres de familia y algunos escritores celosos lo acusaban de adicto sin especificar a qué–; lo acababa de contactar la Universidad de Falfurrias, Texas, para que impartiera un curso de literatura mexicana el próximo verano; sonaba como fuerte candidato para encabezar el Departamento de Cultura del DF, cosa por demás muy probable, dadas sus tendencias izquierdosas; y, el colmo de la felicidad o éxito completos: se mantenía soltero. Pero en cuarenta y ocho horas tenemos los resultados de la autopsia y el peritaje del supuesto accidente, que podría aportar algo raro o inesperado. En cuanto a mis pesquisas, modestia aparte, Jefe, creo que no faltó nada por esclarecer. ¡Ah!, no era epiléptico ni sufría del corazón. —A poco la autopsia puede revelar si se quedó dormido, si se le ponchó una llanta, si le fallaron los frenos o le explotó una bomba; ¿me entiendes verdad? —¡Claro, Jefe! Abundando: según afirma su propia madre y única cohabitante de la casa, la noche anterior no se desveló. De Tezcoco salió a las siete treinta AM y dejó la caseta de cobro a Querétaro, kilómetro cuarenta, a la nueve, hay testigos; si le tomó hora y media para llegar ahí, eso quiere decir que no llevaba prisa, cosa lógica, pues la ceremonia de premiación era el siguiente día. A las diez entró a desayunar en el paradero El Chúcaro, y el mesero que lo reconoció y atendió nos dijo que se veía muy bien, contento y descansado, 2

asegurándonos que abandonó el estacionamiento a la diez y media. Eso significa que hizo una hora de la caseta al restorán y que, por lo tanto, recorrió ese tramo de ochenta kilómetros en sesenta minutos, es decir, a un promedio de ochenta kilómetros por hora, lo cual deja claro que viajaba despacio. El supuesto accidente, atentado o fallo ocurrió cinco minutos después, a las diez treinta y cinco, en el kilómetro ciento treinta y dos. —¿Cómo explicar que salió del Chúcaro con prisa tal que se estrelló cinco minutos más tarde, a más de doce kilómetros de distancia de ahí?; ¿qué le hizo acelerar a ciento cuarenta, o más, kilómetros por hora? Hasta que publicó Después del niño ahogado comenzó a ser reconocido y encumbrado; para entonces ya había publicado una novela y nueve cuentos, todo ello poco menos que desconocido o ignorado. —Es ridículo, me estás amenazando. Más bien yo soy el ridículo, hablando contigo. —Pues 'ora te chingas; porque antes nada más me habías hecho hablar en tus obras, ¡qué hablar!, ojalá y nada más hubiera sido eso, me habías inducido, obligado, a cometer atrocidades y crímenes que... —Pérate, pérate; un momento... en todos esos cuentos he dejado una sombra de duda sobre las posibles motivaciones de tu conducta; nunca te he, ni te has declarado culpable de nada. En cada ocasión tejí circunstancias que coartaron tu libertad y albedrío, o urdí actitudes de otros personajes que te inducían a cometer las... —Pues eso es lo más sucio de tu mente, por si no lo sabías. Fíjate cómo, en tu no monótona aunque sí monotónica vida cotidiana, nunca has pensado, dicho, ni hecho una sola chingadera, ni de niño o joven; mas cómo, en cambio, llenas mi mente con los más sucios pensamientos, mi boca con las peores obscenidades, y mis acciones personales con las peores porquerías patibularias y llenas de sexo indecente. —No. Fabrico situaciones humanas universales y ficticias, en donde eres figura más o menos central. Eres literatura, buena literatura, ahí están los premios que lo... —¿Buena literatura sepultar en un sótano maloliente a mi hermanastro de seis meses de nacido para que mi madre no se dé cuenta que se ahogó mientras ella, urgida, salía a la Cruz Verde a identificar el cadáver de mi eneavo padrastro y presunto padre de ese niño? ¿Por qué se ahogó?; implicaste pendejismo o negligencia de mi parte, o peor, ¡que lo pude haber ahogado o dejado ahogar por celos de un niño inocente o de un padrote vividor, su padre! —¿Es que no adviertes lo bellamente ambigua que resulta la angustia de un muchacho pobre, casi indigente de doce años que, en el fondo, puede ser tan cándido?; ¿que pudo haber faltado a su buena formación moral, religiosa y social, ¡buena a pesar de su miseria!, aunque sin proponérselo en lo más mínimo?; y, más que nada, ¿lo impactante que resulta, en la ética del lector común que, un adolescente, a pesar de estar resentido con su madre por tanta promiscuidad, busque evitarle un... ? —¿Y para qué hacerla pensar que ese hijo le fue robado, cabrón?, ¿para qué darle falsas esperanzas de que alguna vez podría reaparecer? ¿Por qué no explicitaste que en su irresponsable desesperación lo abandonó en una pileta y, mientras me llamaba y explicaba la situación del infeliz viejo ese, el niño se ahogaba? ¿Por qué me hiciste cavar un hoyito superficial y arrojarlo ahí, encuerado, polvearlo de cal para que no compitiera por pestífero con el sótano donde vivíamos, y luego mal disimular el ilegítimo entierro? —¿De qué te quejas? Eso fue audaz e inesperado, no puedes negarlo; gracias a ello comenzaste a ser conocido, a ser alguien en el cuento mexicano; y, sobre todo, a disfrutar la 3

notoriedad que... —¡Eres un enfermo hijo de puta! No era necesario que pusieras a Sacha, mi hermanastra, a ver, oculta entre tanto trebejo sotanero, cómo me deshacía del niño ahogado. ¿Para qué hacerla cómplice involuntaria durante cuatro años de tan terrible secreto? ¡Claro!, para exacerbar el gratuito terror que me tenía, para afirmarla en la creencia de que yo odiaba mi mundo, siendo ella parte de él. Para preparar tu segundo premio nacional y avanzar en tu éxito económ... —¿Qué esperabas?, ¿qué desperdiciara el filón de oro que ¡al fin! había encontrado? ¿Sabes cuántos escritores serios hay que, habiendo vendido un Algo, abandonen estilo, tema, complot o personaje, para buscarse una nueva mina así de productiva? Ninguno. Puede que abandonen parte, mas no todo. Además, una vez consagrado ya puedes escribir mucho, llenar página tras página y decir poco o muy poco, siempre y cuando lo narres retórica, culta, intelectual, poética y literariamente correcto; entonces hasta puedes soñar que te premian incluso con el Nobel, la venta más jugosa jamás soñada por escritor alguno. Puede faltarte imaginación narrativa pero, si abundan tus recursos literarios, han de materializarse en premios porque de no recibir un premio o mención no eres literato. Sí, estaba preparando En boca cerrada, nuestro segundo... —Tu segunda mierda, mierda. Escoger a una niña de diez años para que, después de cuatro años de zozobra le revele a un presunto asesino que ella vio cómo mató a su hermano, lo enterró, y le implore: «¿Verdá que a mí no me vas a matar, manito?», mientras éste se la está cogiendo por enésima vez, porque, además, a mí me hiciste incestuoso y a ella puta activa y cariñosa a pesar de su tierna edad y terror original. Porque cómo la hacías buscarme, provocarme, no sólo cuando estábamos solos, sino por las noches, cuando bajaba de la cama donde ella dormía con nuestra aletargada madre para tenderse junto a mí, en el petate, a jugar con mi pito y pararlo hasta casi reventar, antes de despertarme para que se lo metiera, eufórica, donde le daba la gana: ano, vulva, boca. Mejor me hubieras hecho huir de ese lugar, incluso con ella, tal vez haciendo pareja donde nadie sospechara nada, donde no supieran que éramos medios hermanos. Yo la quería, para que lo sepas. —Habría sido un buen final, lo reconozco, pero no tan de cuento. El incesto, y no nada más el fraternal, es tan frecuente que su abundancia sorprendería a muy pocos hipócritas sociales; así es que no tienes por qué sentirte tan singularizado. Por lo demás, los cuentos deben contar con ciertos elementos de sorpre... —Mierda, eso es mierda, no sorpresa. Dime: ¿dónde está la sorpresa en matar «por accidente» a la persona que, para aligerar su conciencia y habiendo concluido que presenció un acto criminal, anuncia al autor del crimen que va a delatarlo? –«Si tú no lo mataste, manito, ¿por qué no se lo dices a Valina?; ¡yo se lo puedo decir!»–. El único camino, nada sorpresivo, era desaparecerla, y qué mejor desaparición que sepultarla; ¿dónde?, en el mismo lugar. Mas no sabiendo cómo sepultarla viva, cómo instruirme para hacerlo, me forzaste a matarla en otro accidente, para que no hablara –«... la primera paletada se la arrojó a la boca, semiabierta cual si pronunciara adiós pero incapaz de hablar... »–. ¿Fue ese el significado de tu En boca cerrada, cabrón?, o ponerla a mamarme la verga cuand... —Ambos, bien lo sabes; siendo mi creación no puedes ignorar mis motivaciones. —¡Creación! Soy tu catarsis, hijo de mil!; soy lo que nunca te has atrevido ni a pensar, excepto como literato. El resultado de la autopsia no pudo ser más blanco; salvo LSD, a la concentración esperada después de una dosis normal y una noche de metabolismo, no había restos de marihuana, coca o, en fin, estimulante o depresor alguno. Era infame lo que decían las malas 4

lenguas respecto a sus supuestos vicios pues ni siquiera fumaba. En cuanto al alcohol, acaso un vino o cóctel, muy de vez en cuando. —Es raro, Jefe, las llantas, frenos y acelerador estaban nuevos e intactos, ni seña de desperfecto, sabotaje o explosivo alguno. A petición de la misma empresa, el vocho fue revisado por la VW alemana, por la brasileña y los peritos de la Procuraduría, que se vio obligada a atraer el caso por reclamo de los intelectuales. No fue accidente. Yo no tengo dudas. —Y por qué no me reclamas las relaciones incestuosas que tanto disfrutaste con Valina, tu madre, ¿eh? —´te hagas pendejo, está claro que fueron tus relaciones con tu propia madre. Aunque Valina, a raíz de la desaparición de Sacha, me propuso dormir en su cama –«Ya no llores, mijo, un día de estos aparece esa puta por aquí; ven, súbete»–; y aunque todas las noches ponía un rollo de trapos y cobijas entre nosotros, yo, profundamente dormido, asechaba el momento en que mi madre, también dormida, se pegara a la barrera, era la señal. Entonces me empujabas hacia ella, pasabas mi brazo derecho sobre su cuerpo y lo posabas, al principio, en lugares inocentes, después en sus maduras y aún firmes piernas y muslos, hasta que comenzaste a meter mi mano temblorosa en sus chichis y monte de venus; y, al igual que hiciste con Sacha y conmigo, la llevabas al borde del orgasmo cuando mi mano estaba embebida en sus jugos, y en el cuartucho no se respiraba otra cosa que no fuera el olor de su sexo. Nada más que Valina, convenientemente dormida, alzaba la barrera, acomodaba el descomunal culo contra mí, se hacía de lado la pantaleta, al principio, porque después dormía sólo con una camisa vieja y... Pero que conste; así como digo «nada más que Valina», pude haber dicho: «nada más que Evangelina», porque no era yo fornicando con mi madre, cabrón, eras tú siendo seducido por la tuya a través mío o yo con ella, aunque en tu lugar. En ninguna de las porquerías que antes escribiste hubo tanto detalle y recreación pornográfica; ¿por qué?, porque decidiste que fuera la más ardiente y descriptiva proyección edípica de un autor respecto a su propia madre; mas resultó tan sucia y obscena que ningún jurado se atrevió a premiar tu: En tiempos de guerra... Es más: ¿dónde se vende?... ¡en porno–shops, hipócrita! Después que pintaste ese cuadro que tanto disfruté porque me di cuenta que poseía a tu madre, me desterraste a vivir con «mi tía Azuleste» en otro cuento sucio. En esto estoy algo confuso: ¿me separaste de Valina porque descubriste cuánto gocé con nuestra madre?, es decir, ¿por celos?; o por limpiar en algo la imagen de tu madre, de la mía, o de la Madre Universal; sin embargo da lo mismo, mis confusiones son la tuyas. Sí, me llevaste a una tía que vivía la obsesión de que algún día sería asesinada mientras se bañaba y, ¡claro!, que la mato y me la cojo en el baño, ¿o fue al revés? ¿Sabes qué?, cuando terminó esa tu obra consagratoria –y cómo no, si la loaron Rufo y Arolia–, sentí un asomo de alivio porque me percibí víctima absuelta; incestuoso pecador, sí, pero por insania, por la más patológica y solapada de las esquizofrenias: me percibí Tú. Supe así que estamos perturbados, locos; y que, como tales, no somos responsables de nuestros actos: alguien los escribe y nos los asigna con determinismo irrenunciable. Fue cuando concluí que en cualquier momento ese alguien nos conduciría a cometer una estupidez inexplicable. Inexplicable para los demás; porque tú y yo nos conocemos bien ¿o no? Anda, pues; este es el momento, maestro... purifícanos.

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