CARTAS DE UN SUICIDA

CARTA Nº 1

¿Qué queda cuando ya no queda nada? Un vacío enorme, ese lugar en donde el dolor hace eco eternamente, una habitación tan grande queda que un corazón destrozado no puede llenar. Roperos vacíos, cajones vacíos. Las perchas desordenadas y solitarias. El silencio aterrador. Dicen que cuando todo está perdido siempre hay una luz de esperanza. La verdad es otra, distinta a lo que te dicen, “el tiempo lo cura todo”. Eso no es verdad, el tiempo solo sirve para recordar una y otra vez los errores que uno cometió en el pasado y en el presente. Y siempre está la palmadita en la espalda con el consabido “todo va a pasar”, fórmula expresada por los que nunca sufrieron. Los que alguna vez han sufrido de verdad, jamás dicen eso, solo te acompañan en silencio, porque saben que cualquier palabra está demás. Cuando en el silencio de la soledad sentado ante el televisor te preguntas, ¿Por qué hice esto, por qué hice aquello? La respuesta es la misma, porque no sos perfecto. Porque a cada paso que das es una equivocación, lamentablemente llega un punto del no retorno, cuando ya es imposible solucionar el problema, cuando el problema ya es más grande que uno. Por eso Sr. juez, me sería imposible explicarle la causa de la decisión que he tomado, está en ud. intentar comprenderme en esta situación, no quise ponerlo en tal brete, solamente exponerle una idea pequeña de mi sufrimiento. Lo que me asombra es la tranquilidad con la que le escribo, antes de escribirle esta carta, me encontraba desolado, el pensar que iba a escribir hizo que me replantee todo lo vivido y sufrido, incluido lo que hice sufrir a los demás. La tristeza que tengo va mucho más allá de las medidas, sinceramente le digo esto sr. Juez, no quiero que me tome por un pesimista de la vida, ni tampoco por un depresivo. Creo firmemente que llegue al punto del no retorno, yo se que ud. pensará que hay muchas otras formas de solucionar los problemas. Si estuviéramos hablando café de por medio, quizá le daría la razón. Pero también continuaría con lo que tengo pensado, no entrare en detalles morbosos, ud. mismo podrá comprobar como lo he hecho. En mis manos tuve lo más hermoso que podría haber imaginado, claro que al perderlo me quedé con un vacío y una necesidad de no vivir por mucho tiempo. Igualmente hubiera muerto de tristeza en pocos días, pero como siempre intenté ser práctico, digamos que acelero el proceso como para no perder tiempo. A veces he escrito con el dolor de los demás en mi corazón, la tristeza de otros. Hoy escribo por mí mismo, mi propia mano escribe mi propio dolor. Tal vez vuelva a renacer y ojala fuera así, para poder tener la familia que siempre quise y soñé tener. No quiero

abrumarlo más con mi charla, ud. debe ser un hombre muy ocupado, le pido disculpas por quitarle de su tiempo tan valioso. Atentamente, PD: sr. Juez, luego de releer la carta, me olvide de decirle que amo mi familia y que sin ella no puedo vivir, pero ya es tarde. Siento como se escurre la vida entre los dedos, ya no hay dolor, hubiera querido contarle más, pero la visión me está fallando y tengo mucho sueño. Quizá si duermo un poco todo se arregle cuando me despierte. No puedo escribirle más, me invade el sueño.

CARTA Nº 2

Luego de que me encontraran en coma por las pastillas que había tomado, recapacité mucho sobre mi actuar, la terapia con el psicólogo no me ayudó. Sigo pensando firmemente que no tiene sentido continuar viviendo. Otra vez lo vuelvo a molestar con mis decisiones, pero es inapelable e indiscutible lo que haré. Hace varios días pude conseguir un arma en el mercado negro, ya que por la vía legal habría salido a la luz mi fallido intento de suicidio. Esta vez no habrá retorno posible, mientras fumo un cigarrillo procedo a contarle que paso en este tiempo para que entienda mi situación. Luego de salir del hospital me he encontrado que la gente me tiene miedo, mis compañeros de trabajo huyen ante mi presencia como si tuvieran miedo de contagiarse algo. Esto me lleva a un total ostracismo como nunca antes tuve, siempre esquivé a la gente, no me gustaba compartir el tiempo con las personas, debe ser por el miedo de conocer gente que luego me lastimará y sufriera por esto. Pero ahora se que es parte de la vida. Los pocos amigos que tenía se han ido también, supongo porque no saben que decirme ni como tratarme. Siempre viví en una burbuja y eso es muy difícil para quien quiera estar conmigo. Son condenados al absoluto retraimiento a mi lado. No he podido manejar esta situación a través de los años. Y cada día es peor, no salgo de mi casa más que para ir a terapia, lo cual no me ayuda. Porque debo repetir una y otra vez mis errores a un completo extraño. Ojala esta carta sirva para que usted vea y se imagine mi vida cotidiana, viviendo en soledad rodeado de gente. Es difícil vivir así y ya no tiene más remedio. La solución más rápida y fácil es terminar con mi vida de una vez por todas. Se que mi familia me llorará un

tiempo, pero mejor darles el último disgusto y que yo solo sea un recuerdo de lo que nunca fui para ellos, un buen hijo y un buen marido, creo que como padre no me he equivocado, pero he estado tan poco tiempo con mis hijos que no podría asegurarle si hubiera sido buen padre en el futuro. De más está decirle que me apena quitarle de su tiempo precioso y esta es la última carta que le escribo, me gustaría que pudiera explicarle a mis padres la decisión que tomé, no quisiera dejarles una carta para que no sea más dura la partida. Sin más que contarle le agradezco el tiempo que me dedicó y mis sinceras disculpas por volverlo a molestar por el mismo tema.

PD: la pistola que compré no tenía balas, maldito destino que me impide una vez más suicidarme. Pero encontré una soga que sirve para mi cometido. Adiós.

CARTA Nº 3

Maldita se a mi suerte, este destino que me sigue devorando por dentro y por fuera y no me deja cumplir mi cometido. Muchas veces intenté terminar con mi vida y si digo intenté es porque eso fue lo único que pude lograr. Pastillas, con armas y hasta un cuchillo desafilado fueron los instrumentos usados en mi contra. Pero ninguno me sirvió para tal caso, ahora que pude encontrar una soga que me lleve al sueño prometido, fue una vez más que me humillé en pos de alejar el dolor y el sufrimiento del corazón y de mi alma. Paso a narrarles lo que pasó: vanas ataduras en mi desconocimiento de nudos me llevaron horas de preparación del hecho. Consabidas cartas de despedidas a mis familiares y amigos (algunos quedan aún y quise explicarles lo inexplicable). Buscando en Internet encontré la forma justa y necesaria para darle forma a través de una soga lo que tanto esperé, poner fin a mi vida triste y patética. No voy a explicarles lo que ya hice en las cartas anteriores, sería redundar nuevamente en lo mismo y nada ha cambiado como para agregar unas pocas líneas más a lo que ya saben de mi vida. Hurgando en viejos archivos policiales pude encontrar fotos de las escenas de suicidios por otros desesperados en mi misma

situación. Practicando tanto que puedo decir que me convertí en un experto en ataduras. Casi siempre se usaba un banquito, una mesa o hasta el propio peso para lograr que el nudo corredizo fuera mortal. Pero quedaba una duda, y era el tiempo que llevaría la sofocación provocar la muerte, aquí es donde el miedo y al cobardía metían sus garras y no me dejaban pensar ni adivinar cual sería el tiempo una vez que la soga se cerrara sobre mi garganta. Cavilando mucho imaginé que de una altura bastante elevada conseguiría lo que los verdugos veían como la mejor solución, la fractura de las vértebras cervicales de tal modo que la muerte era casi instantánea. Pensando todo esto supuse que sería lo más rápido y preciso sin lugar a fallas ridículas. De tal modo que me fui al bosque y subiéndome a un árbol bastante alto prepare todo para dar el salto final, con tal mala suerte que un observador de aves estaba un par de metros más arriba que la posición en la que yo estaba. Maldiciendo para mis adentros le sonrío admirando un zorzal que por casualidad tenía nido en la rama que había elegido para tirarme. Luego de bajar dificultosamente y llenarme la ropa de sabia del pino, partí hacia mi casa, más frustrado que nunca. Temiendo que se dieran cuenta de mis intenciones no volví más por aquel lugar y nuevamente me encontré encerrado en mi casa con el silencio atroz e interminable. Mirando el techo de mi departamento no encontré un lugar en donde pasar la cuerda salvadora de mis tormentos, pero se me ocurrió la genial idea de utilizar la puerta de baño para tal fin. Sin pensarlo dos veces antes de arrepentirme. Até bien fuerte la punta de la soga en el picaporte y pase por arriba de la puerta el resto y el nudo corredizo quedo colgando a una altura razonable. Riendo para mis adentros me dije que sería la despedida del mundo tal y como yo la quise vivir, a tropezones y dudas. Al sentir el apretón dulce y áspero sobre mi garganta un único pensamiento vino a mi mente. Sacudiendo la cabeza varias veces para borrarme esa imagen tan añorable de mi pasado me dejé caer para que con mi propio peso pudiera despedirme de una vez por todas, del mundo insulso al cual pertenecí. La soga comenzó a ahogarme y la desesperación, último estertor de la muerte hizo que intentara zafarme inconscientemente de mi atadura. Luchando por morir y vivir al mismo tiempo, me encontré en un dilema, esos segundos fueron eternos, así lo creí en ese momento. La mirada se hacía borrosa y se dificultaba el pensamiento, pero siempre era la misma imagen que no podía borrar de mi mente la que acudía a mí. Varios manotazos di para que se fuera, no necesitaba más cariño ni amor, eso lo había perdido hace mucho. Nunca serví para rogar y siempre pensé lo inútil de este acto, lo que deba ser será.

Al despertarme me encontré sentado en el suelo con la garganta inflamada y adolorida, la soga serpenteaba por el piso, restos de mi mente aletargada por la falta de oxígeno me distraía con estos desvaríos. Intento incorporarme y darme cuenta que fue lo que sucedió. Pero solo pude dilucidar que tantos movimientos de muerte y vida habían aflojado las vueltas que el di al picaporte. Llorando enloquecido por la culpa y la bronca de no poder partir hacia lo desconocido, me dejaron temblando de furia y desconcierto. Me ayudo con la bañera a levantarme y el goteo persistente de la ducha me abrió los ojos a una nueva posibilidad, el agua sería una buena amiga para partir. Pero esa es otra historia y algún día quizá se las cuente.

CARTA Nº 4

Mi primer encuentro con la psicóloga me dejo exhausto. Varias personas que me vieron mal me aconsejaron que asistiera a un psicólogo, que me ayudara a reordenar mis pensamientos y quizá de esa forma me pudiera ayudar a mi mismo. Tarea casi imposible lo veo desde aquí. Con muchos nervios esperé en al salita a que me llamara, las dudas golpearon fuertemente mi mente y mis ojos, inevitable fue que unas lágrimas comenzaran a rodar por mi rostro. Una habitación pequeña con 2 sillas y una mesita en donde se podían ver variedad de papeles. Una ventana que daba a otra casa invitaba a escaparse de la situación y saltar por aquella abertura que se iba haciendo cada vez más chica cuanto más la miraba, no podía huir, ya era tarde. La mirada de ella silenciosa y sin restos de emociones me hizo sentir incómodo a tal punto que comencé a retorcer mis dedos en claro signo de nerviosismo. Para romper el hielo y salir de esa situación por demás inexpresiva, le relate quien era o creía que era yo, y los acontecimientos de los últimos meses y días pasados en soledad. A todo esto la psicóloga escuchaba y acotaba algunas palabras cortando mis frases que durante varios minutos había pensado en como decirlas. A cada palabra que el decía ella contestaba o retrucaba de alguna forma en que me hacía pensar bastante, pasaban algunos minutos en los cuales me perdía mirando por la ventana, intentando recordar algunos detalles de mi vida. Mientras hacía esto, las lágrimas afluían con mayor velocidad a mis ojos. Sintiendo vergüenza por mi actitud débil ante esa mujer desconocida, pero que podía aportar un poco de luz en mis

pensamientos tan obscuros. Soy una persona muy observadora y es costumbre analizar todo lo que veo, claro que en los demás, siempre fui incapaz de reconocer mis fallas o mis defectos y menos observarme a mi mismo. Tal y cual soy. Esta mujer analizaba todos mis gestos corporales cuando yo no la miraba a los ojos. Intentando leer en mi cuerpo lo que expresaba con mi voz y ver si esto concordaba. Yo también lo hice muchas veces con las personas, para saber o conocer más aún con quien estaba hablando. Esto me dejó tranquilo, evidentemente no era un paciente más en su listado del día, se tomaba su tiempo para escucharme. Se que no somos perfectos y reconocer esto me hace mejor persona, pero los errores que cometí y le he relatado a mi psicóloga no hará que desaparezcan. Solo aceptarlos. Mi interés en consultarla era saber realmente como seguiría mi vida a partir de ese momento y aceptar todo lo que vendrá. Quizá ella me haga dar cuenta que la vida sigue y solos somos capaces de salir adelante, pero también tengo en mente morir, solo quiero irme con la mente en paz. Y esto es lo que llena mi mente día y noche, mi propia incapacidad para vivir, como para morir. Sé que solo lo podré lograr cuando encuentre el equilibrio entre mi mente y el pasado, porque futuro no quiero ni lo deseo. Estando en estos pensamientos me doy cuenta que la psicóloga me miraba fijamente y con una sonrisa me dice ¿seguimos el otro jueves?

CARTA Nº 5

La profundidad del lago lo atraía enormemente, sabía que la temperatura de la misma lo llevaría al pronto estado de hipotermia. Inconsciencia y ahogamiento. Dos horas llevaba juntando coraje para realizar el salto que lo llevaría a su destino. Pensaba mucho en lo que haría y si alguna vez encontraría su cuerpo o sería una estadística más entre los desaparecidos. Le agradaba la idea que se tejieran muchas conjeturas sobre su desaparición. La roca en la que estoy sentado es enorme y la vista que daba del bosque y su reflejo que dejaba en el lago era maravillosa. Intento pararme para tomar impulso y saltar lejos de las piedras sumergidas para caer directamente en la profundidad azul, cuando resbalo y quedo colgando en el vacío solo agarrado de una planta espinosa. La adrenalina que corrió por mi cuerpo hizo que me erizara los pelos de la nuca y corriera un sudor frío por la espalda. En al

desesperación traté en vano de tomar mejor posición para trepar nuevamente. Pero todo fue inútil, caí y fue eterno el viaje por el aire. Las pequeñas rocas afiladas que sobresalían del agua me recibieron deseosas de causarme dolor. El grito fue sofocado por el golpe del agua helada. Era octubre y aunque los primeros días de sol calentaban el cuerpo, no lo hacía con el lago. Me aferré a un tronco semi enterrado en la arenisca y que se trababa entre las rocas enormes mas abajo. No era necesario mirar la pierna para darme cuenta de la fractura, el dolor y el calor junto con la sangre que sentía se escapaba y flotaba alrededor mío me indicaban lo que pasó al caer. Casi inconsciente escucho un motor a lo lejos, el ruido se fue haciendo cada vez mayor. Unos brazos me levantaron y el moviendo oscilante me despertó. Ante mí un hombre me entablillaba la pierna y paraba el sangrado con gasas y un torniquete con dos varas. Los hombres de Prefectura hacían su trabajo muy bien. Escucho que el timonel le dice al Prefecto, -otro turista que no conoce los peligros de la montaña. Maldita sea mi suerte.

CARTA Nº 6

Caminando ayudado con mi muleta iba por la calle disfrutando el aire fresco de la mañana. Fueron varias semanas de reposo luego del “accidente” que tuve en las rocas. Por suerte eso quedó muy lejos y ahora tenía mucho tiempo para pensar y organizarme mejor. La terapia aunque no me ayudaba mucho me hacía despejarme un poco del encierro que sobrellevaba voluntariamente. La gente comenzaba a murmurar en cuanto me veía, podía darme cuenta de eso, me sentía perseguido a veces. Pero nada haría que desistiera de mis intenciones, cuanto más tiempo pasaba recuperándome de la pierna fracturada, más se despejaba mi mente para pensar fríamente como lo haría. Pensé una y otra vez miles de situaciones y las posibles consecuencias desastrosas. En todas siempre encontraba un motivo para descartarlas y nuevamente volvía a retomar otras ideas. Conseguir otra arma sería difícil, ni hablar del ahorcamiento (eso fue descartado al instante), el dolor de la pierna era tan evidente que no volvería al lago otra vez. Algo simple y para nada violento, suave y duradero, tomar pastillas no era la solución, eso quedó demostrado en un día y medio de coma que pasé en el

hospital. De todas las ideas rondando en mi cabeza quedaba una última y penosa experiencia, el veneno. Podía ser con el gas, veneno para ratas o cualquier otra sustancia ponzoñosa. El tema era decidirme por cual. Decidí optar luego de pensar mucho tiempo por el gas. Las cartas de despedida las volví a escribir con la nueva fecha y también la carta para el juez describiendo detalladamente mi último acto en vida. Concienzudamente concurro al médico para que me quite el yeso por demás molesto y despidiéndome de él, parto raudamente a mi cita con la muerte. En el camino de regreso de la clínica paso por una tienda a comprar varios rollos de cinta de embalar. Mientras esperaba que hirviera el agua para tomar un té, comienzo a tapar las aberturas de la puerta y las ventanas con la cinta, cubrir todo tipo de agujero por la cual ingresara aire. Hasta la puerta del baño tapé, no fuera cosa que entrara aire por el extractor. Una vez terminado saco la pava con el agua hirviendo de la hornalla de la cocina y preparo un té con mucha azúcar, como para sentir un poco de dulzura antes de irme de mi vida amarga y patética. Abro el gas del horno y el esto de las hornallas, apago los caloramas y me siento a disfrutar de los últimos momentos de mi vida. Al terminar lavo la taza y compruebo que todo esté en orden, para que no piensen que mi departamento es un desorden. Pongo un almohadón en el piso y me siento en el para estar cómodo, un suspiro y meto la cabeza en el horno. Mientras espero los efectos del gas, recuerdo lo que leí en Internet sobre los casos de asfixia por gas, supuestamente uno se termina desmayando y luego muere. Algo muy rápido y no te dabas cuenta lo que sucedía. El gas hacía arder los ojos, unas lágrimas comenzaron a rodar por mi cara, no sabía si era por el gas o por otra cosa más sentimental. Luego todo se hizo negro y ya no hubo más que pensar. Un dolor de cabeza atroz sentí al despertarme, mire a mi alrededor y solo vi el piso de mi departamento, lo reconocí enseguida por las uniones de los cerámicos sin rasquetear. Si esto es el infierno, se parece mucho a mi casa pensé en ese momento. Instintivamente abrí la puerta para respirar un poco de aire fresco que atenuara el insoportable dolor en la nuca y la frente que me hacía ver doble. Al terminar de abrir la puerta cae un papel al suelo, al tomarlo y leer pude comprender que había pasado. Era un aviso de corte de suministro del gas por falta de pago. Maldita sea mi suerte.

CARTA Nº 7

Mucho rato pasó mirando la ruta, profundos suspiros escapaban de su garganta. No podía decidirse en tirase debajo de un camión y con ello involucrar a una persona completamente inocente en su muerte, ni hablar que provocaría un accidente con la mala suerte que alguien saliera lastimado. Tomó su bicicleta y retomó el camino hacia la ciudad, en sus pensamientos iba cuando no se dio cuenta de la curva cerrada y peligrosa que lo esperaba mas adelante. Al ver el cartel de curva se acordó en donde estaba y comenzó a aplicar los frenos, la velocidad que llevaba era mucha. Los frenos gastados y viejos por el uso no aguantaron la frenada brusca y saltaron en pedazos bajo las ruedas. Hubo un momento de incredulidad que se reflejaron en sus ojos y luego la aceptación de cómo sería su muerte, lenta y dolorosa. Al terminar de doblar comenzó la tortura. Empecé a pedalear con todas mis fuerzas para dar más velocidad en la recta final. Al pasar por el puesto policial, un agente me ve pasar con una mirada de asombro por la velocidad y me doy cuenta que al incorporarse ve los restos de los frenos colgando de la bicicleta. Casi puedo sentir la reacción del hombre, seguro que tomó el teléfono y pide ayuda. Este es el momento en donde debo apurarme, tan cerca de la ciudad estoy que alguna ambulancia podría llegar en diez minutos y eso no podía permitirlo. Siento como la rueda comienza a vibrar de una forma para nada agradable, sonrío sabiendo que iba a suceder en poco tiempo, hasta me imagino la cara del juez, caratulando mi caso como “accidente”. Estaba todo saliendo como nunca imaginé y menos aún sin prepararlo. Mi destino estaba sellado junto al de mi bicicleta todo terreno. Escucho un ruido metálico y veo en la rueda trasera como se deshace el bolillero como si fuera de papel. Me sorprende mi propia risa, jamás antes escuchada, profunda y casi diabólica. Una risa de triunfo. El viento azota fuerte mi cara, suelto el manillar y extiendo los brazos en una entrega total al camino. Unos bocinazos insistentes me devuelven de mi locura suicida. Un patrullero que esperaba unos metros al costado del camino se adelanta a toda velocidad y se pone delante de mí. El estupor en mi cara debe haber sido muy grande, porque los dos policías se miran un momento. Comienzan a frenar hasta quedar a mi par, un tercer hombre que no había visto abre la puerta trasera y me toma de la cintura con lo cual el auto empieza a frenar, en ese preciso instante mi bici se desarma en varias partes. Me tira adentro del vehículo y con una frenada digna de una película quedamos atravesados en al ruta. El conductor se

baja raudamente y coloca balizas al costado del auto para que los que venían detrás nos vieran y esquivaran. Me bajo y miro los pedazos de mi todo terreno desparramados en la ruta. El acompañante se baja y prende un cigarrillo, me lo ofrece y le doy una pitada larga y profunda. -Que cagazo te pegaste compañero, me dice con una sonrisa de satisfacción por el deber cumplido. Maldita sea mi suerte.

CARTA Nº 8

Balanceándose en el vacío sopesaba el golpe mortal que tenía que calcular al caer. Cansado ya de ser casi inmortal, había dejado de lado su cobardía ante el dolor y decidió que de una vez por todas terminaría hoy con su vida. Las rocas debajo de él, afiladas y enormes, darían cuenta enseguida de su cuerpo. Comprobó durante días acampando en el lugar, que no hubiera personas cerca que impidieran o lo socorrieran luego de saltar. Pero después de observar las rocas atentamente ni veinte médicos ni cincuenta ambulancias lograrían salvarlo. Solo la mano divina podría impedirlo, algo en lo que él no creía, ni necesitaba creer. Cuando decide que con un par de balanceos más podría tomar bastante impulso para caer en donde le pareció el mejor punto, la rama de la que estaba agarrado se rompe, cayendo con todo su peso al suelo. El ruido de la fractura sonó de la misma forma que la rama que ahora estaba junto a él, en el piso. El grito no fue de dolor, fue de rabia pura y absoluta, su insultos resonaron por todo el lugar y por un momento se hizo el silencio. Ningún pájaro se atrevió a retomar sus trinos y los ciervos interrumpieron sus estocadas para mirar en dirección del alarido, luego escaparon en dirección contraria, no sea cosa que ese animal que gritaba endemoniado fuera a buscarlos. La oleada de dolor tardó unos momentos en llegar a su cerebro. Eso sí, cuando llegó fue un shock a sus sentidos, por momentos quedaba ciego del dolor, por partes mudo, no podía articular sonido, hasta que salían todos juntos y volví el silencio al bosque. La fractura era expuesta, podía sentir los huesos sobresaliendo del pantalón, pero no se atrevía a mirar. La sangre que salía caliente y pegajosa se transformaba en un baldazo de agua helada que congelaba la pierna y así durante minutos.

No sabía que hacer, por más que hiciera fuerza no podía mover mi cuerpo. No me respondía, o no me hacía caso por castigarlo tantas veces tratando de matarlo. Quise tomar el resto de la rama y usarlo de muleta, pero era grueso y pesado, solo pude quitar una parte de la corteza llena de savia que chorreaba por mis manos para entablillar precariamente mi pierna dolorida. La sangre seca se transformó en costras endureciendo mis dedos a tal punto de dejarlas como garras. La muerte vendría a mí, tarde y dolorosa. Quizá era el castigo que el universo me enviaba por tratar de escapar a sus designios, este era mi Karma. Me sentía inmortal a veces, luego me veía patético, pero siempre terminaba insultándome por mi estupidez en tantos intentos de lograr mi muerte. Arrastrándome como pude, luego de media hora logré tomar unas ramas secas que utilicé como apoyo. A tropezones y después de muchas horas pude llegar hasta mi carpa, donde pude mirar bien de cerca la herida, no era tan grave como parecía pero el dolor del hueso rompiendo músculos y piel hacía por demás difícil la situación. Pensando bien que haría, decido hacer un fuego para calentarme, podía sentir toda la frustración mientras curaba mi pierna rota. No lo quería así, sufriendo hasta que llegara la muerte dentro de unos días. Cualquiera que lea esto podría decir que si esperara paciente me llegaría el sueño eterno en poco tiempo. Pero yo no quería esperar ni sufrir, cobardía tal vez. Tómenlo como quieran. Comí unas salchichas tostadas al fuego que reconfortaron y me renovaron las fuerzas. Ya era de noche y aunque no pude dormir, me acosté para descansar y poder al otro día volver a la civilización en donde encontraría ayuda. Otro día volvería por la revancha. El amanecer no llegaba más. Se hacía esperar y me hacía pensar una vez más en mi vida obscura y patética. Al aclarar un poco y escuchar ruidos de pájaros me dijeron que era la hora de partir. Aunque no era de día partí igual en busca de mi destino, o sea un hospital. Tres horas después según mi reloj escucho el rugir de un puma, un sudor frío comenzó a correr por mi espalda y no era producto del dolor o el esfuerzo al caminar a saltos con mi apoyo rústico. El solo hecho de pensar devorado por al fauna autóctona de lugar me convertiría en el ser más patético y estúpido del mundo. Apurando el paso siento como la sangre comienza a correr por mi pierna dejando un reguero por demás visible para cualquiera que me siga. El ruido en unas matas detrás de mí marcó en mi mente que era el momento de luchar o de morir. Al darme vuelta me encuentro cara a cara con el animal, grande y pesado, adulto. Nuestras miradas fueron de medición. Él medía la distancia para saltar y a tacarme al cuello y yo medía la distancia para apartarme y

asestarle el palo en la cabeza. Uno de los dos perdería. Me encontré luchando por mi vida, algo que no pensé días atrás que me sucedería cuando armaba la carpa y buscaba le mejor lugar para matarme. Justicia poética quizá. No podía darle la espalda, la mirada en sus ojos denotaba la furia por haber sido descubierto en el momento justo que iba a atacarme. Y sus colmillos prometían el daño que causarían en mi tierna carne. Me saco lentamente la mochila que llevaba en la espalda para usarla de escudo, y aprieto con fuerza en la mano derecha el bastón-palo que tenía. Se movía en círculos buscando la oportunidad, como animal predador sabía de mi desventaja y el olor de carne fresca lo atraía. Pero esto jugaba en su contra. El olor lo volvía loco, evidentemente hacía días que no comía. Ya teniendo en mente que haría, decido tenderle la trampa mortal. Amago que voy a correr y le doy la espalda un segundo, hecho esto el puma corre los cuatro metros que nos separaban al escuchar sus patas mullidas sobre las hojas secas me doy vuelta y me dejo caer al suelo, el dolor tan intenso que sentí en la pierna casi no me dejó hacer el resto. Pero aguanté bien el golpe y con un grito de triunfo extiendo mi mochila en la cual él clavó sus colmillos, su enorme vientre quedo arriba mío en el cual clave hasta el fondo la punta afilada de mi muleta, de tanto raspar el palo contra el suelo había quedado como una lanza. Esquivando los arañazos que daba ciegamente por el dolor y el estupor del animal, volví a clavar varias veces en su panza mi lanza hasta quedar bañado en su sangre. El felino pesaría casi cien kilos o más. Me fue imposible moverlo de encima mío, mientras su mirada opaca y sin vida parecía mirarme de más allá. Y así quedé imposibilitado de moverme. Esto si que era tragicómico. El sol del mediodía caía fuertemente en mi cara, quemado por el sol y sediento a morir, comencé a tomar la sangre del puma que aún goteaba en mí. Y pasándomela por al cara para evitar las quemaduras extremas que le sol prometía sobre mi piel. En algún momento me habré dormido, es algo que no pude darme cuenta que sucedió. Pero de pronto siento un alivio en el pecho y brazos que me levantan, en un estado febril por el dolor y la sed veo que dos hombres comienzan a revisarme, un tercero sacaba fotos. Luego de beber agua, entablillarme mejor la pierna y ponerme crema para el sol en la cara me hablan. Eran cazadores que hacía dos días seguían al puma. Y siguieron sus huellas y la sangre que había dejado mi caminar sangriento. Mientras preparan una camilla improvisada con ramas y sogas, se sacan fotos al lado del puma ya que decían que nadie les creería esta historia. Maldita sea mi suerte.

CARTA Nº 9

Me hice tan famoso en mi ciudad por la historia del puma, que no podía salir a la calle sin que alguien me pidiera que le contara como fue. Ya un poco harto de la situación, decidí alquilar una cabaña unos días en donde poder descansar y sanar mi pierna maltrecha, me sirvió para pensar nuevamente todo lo que transcurrió estos meses en que decidí terminar con mi vida opaca. Los días fueron pasando, de un fin de semana pasó a ser una semana completa, el dueño del complejo de cabañas al enterarse que yo era el hombre del puma, me regaló más tiempo, siempre y cuando cenara con su familia y contara mi historia. La comida muy rica de verdad y los chicos se reían y asustaban cuando les relataba como escapé del “monstruo” colmilludo. Luego de la cena compartí un vinito con el dueño de la casa en el portal de su casa, la noche apacible y la luna iluminaba suavemente, casi tímida. Un momento de silencio me dio a entender que las próximas palabras que me diría, habían sido pensadas hace rato. El hombre me dijo muy concienzudamente que la vida a veces nos pone a prueba para salir victoriosos o morir en el intento. Cuando uno se pone en contra del destino, el destino mismo se ocupa de encaminarnos poniendo delante de nosotros la solución esperada. Solo quedaba aprender lo que nos toca vivir, bueno o malo. Pero eso es lo que hacia distintas nuestras vidas y apreciar mucho más un atardecer luego de haber sufrido, ese es el encanto de vivir. Dicho esto me dejó solo y se retiró con su familia a dormir, los abrazos que les daba a sus hijos aún brillaban en mis ojos. El amanecer llegó antes que el sueño me encontrara. Les dejé una nota agradeciendo el cariño que me brindaron en los días que pasé junto a ellos, al hijo mayor de la pareja le dejé de regalo un collar del cual colgaba uno de los colmillos de puma. Sin más que hacer, tomé la mochila y partí hacia la montaña fiel compañera de mis desventuras, sabiendo que al internarme en ella mi vida volvería a cambiar nuevamente, para bien o para mal.

CARTA Nº 10

A veces miro al cielo y me pregunto el porque de mi vida, que me ha llevado a esta situación tan extrema. Años y años de desamores y desencuentros, revividos una y otra vez como fracasos absolutos. Por supuesto que no me llega ningún tipo de respuesta, en realidad no necesito respuestas. El destino y yo no nos llevamos bien. El se empecina en poner piedras en mi camino y yo en correr de un manotazo sus vanos intentos de mantenerme con vida, cuando ya no quiero vivir. Es una lucha a muerte y uno de los dos, ganará finalmente. Es cuestión de tiempo nomás. Horas pasé caminando al costado de la ruta haciendo dedo, un camino del redescubrimiento. Mucho tiempo para pensar mientras el asfalto y el ripio carcome mis pies cansados. La noche se venía encima así que prefería armar mi carpa a un costado entre los árboles para protegerme un poco del frío y el rocío matutino. Un sándwich frío fue la cena y un par de manzanas el postre. Lejos quedaron los días en los que cocinaba alegremente en mi departamento. Los diez kilos que bajé hablan de mi tormento gastronómico, imposibilitado de comer, no podía tragar la comida. No tenía sentido comer cuando uno busca la muerte a toda costa. Atiborrarme de comida sería una incongruencia de la cual no quería ser partícipe. Pero sigo pensando que la muerte es una prostituta a la cual todos le rendimos pleitesía. Pero a mí me costaba encontrarme cara a cara con ella. Me esquivaba como si quisiera ser ella sola dueña del momento justo en cual llevarme a su mundo. Pero yo seguiría luchando para elegir cuando sería el día y el momento final. Pensando esto me dormí. Soñé con un puma que jugaba conmigo en una playa, alguna playa que habrá quedado grabada en mi mente. A lo lejos podía ver un faro viejo y abandonado.

CARTA FINAL

El traqueteo del camión me estaba poniendo nervioso, cuando ya estaba por avisar al chofer que me bajaba, disminuye la velocidad hasta parar al lado del camino y golpea la caja del camión para que me baje. Hasta aquí me había prometido que me alcanzaba. Luego de darle las gracias agarro mi mochila y comienzo a caminar hasta el pie de la montaña. Maravillado por la vista miraba absorto todo lo que me rodeaba. Siempre quise y tuve la loca fantasía de construir una cabaña aquí en el bosque. Solo rodeado de naturaleza y ríos. Me senté un momento para descansar mientras sacaba de la mochila mi cuaderno de notas y un sándwich, un buen trago de agua del arroyo cercano calmo mi sed inmediatamente. Era tan hermoso el lugar que casi no me daban ganas de empañarlo con mi muerte. Pero tal así lo quise y así sería el destino que hacía mucho tiempo me esquivaba. Retomando la caminata, miré hacia arriba buscando el mejor lugar para subir, sin senderos y que no se notara el paso del hombre por ese lugar. Un par de horas me tomó llegar a destino, tenía a mis pies un hermoso valle en donde se veía el humo de las chimeneas de pocas casas que llenaban el ambiente con el olor a leña quemada. Aspirando el aire cálido que llenó mis pulmones de paz y tristeza. Tristeza porque el camino de la vida me llevó a este punto de donde ya no podía retornar. Y la paz que tanto busqué me llegó en este único y hermoso momento. En donde podía darme cuenta que estaba bien conmigo y con el mundo. Ya no había culpas ni odios, la melancolía y la soledad quedaron atrás en cuanto comencé a subir la montaña azul. El aroma de unas empanadas que compre a una señora que tenía un puesto de comidas en el camino, me llamaban desde la mochila. Saboreando mi última comida casi no podía resistir la tentación de pasar a la vuelta por otra docena de esas exquisitas empanadas casera de carne fritas en grasa. Sacando este pensamiento de mi cabeza me como media docena de un tirón, cosa de quedar satisfecho y no pensar más glotonamente. Al terminar me lavo las manos en una cascada que caía placidamente, casi en cámara lenta por la ladera de la montaña. El agua cristalina y helada me recordó las veces que me sumergí y nadé en las profundas y verdes aguas del lago Puelo. Añoranza le puse de nombre a esa cascada nunca antes vista por el ser humano y la hice mía. Al pie de las rocas húmedas por el golpeteo constante del agua al caer, saqué mi cuaderno y comencé a escribir. La consabida carta al juez y varias cartas a mis familiares cercanos. Una sola nota le dejé a mi amor, ese amor que siempre tuve y me carcome el corazón destrozado que tengo hoy. Le expliqué los motivos de lo que iba a hacer y también le recordé

tantos momentos hermosos que pasamos juntos. No había capricho en mis palabras, solo el sosiego de saber que hago lo correcto. Escribí unas poesías, esto era inevitable luego de observar la maravilla que me rodeaba. Hasta un pequeño zorro se acercó para olisquear los restos del almuerzo que le dejé a su alcance al verlo merodear cerca de mí. Su osadía me indicó que nunca había visto al hombre y de ahí su curiosidad. Me miraba de costado como midiéndome sin atreverse aún a tomar media empanada que sobresalía de una bandeja de plástico. El hambre ganó, dio un mordisco y salió disparado como alma que se lleva el diablo hasta la sombra de un viejo ciprés en donde dio cuenta en pequeñas mordidas de la comida. Satisfecho del sabor, partió rumbo quien sabe dónde. Quizá a contarle a su familia el encuentro que tuvo con un ser extraño que le ofreció comida. Calculaba que sería casi el atardecer, el cruel reloj lo dejé en mi departamento, para que no me atormentara mirándolo a cada rato para saber a que hora sería lo pensado. El cuaderno lo puse en una bolsa impermeable para que no se perdiera lo escrito con la humedad o las lluvias venideras, seguro que pasaría mucho tiempo antes de encontrarme, quizá años. El resto de las cosas también las guarde en bolsas ziploc, no quería que algo contaminara el ambiente. Me despojé de toda ropa que llevaba encima, quedando completamente desnudo me sumerjo en el pozo creado por al caída de la cascada, el frío del agua me hacía tiritar a pesar de ser verano. Varias horas pase en el agua hasta que se hizo de noche. Las estrellas aparecieron tímidamente en el cielo obscuro. Jamás en mi vida había visto tantas estrellas fugaces, sería casi una locura pedir un deseo. Pero no aguanté, cuando pasaron tres estrellas fugaces juntas, cerré los ojos y pedí tres deseos. El primero era que las personas que me amaron, comprendieran y no sufrieran al saberme muerto. El segundo fue que se cumpliera de una vez mi muerte tan deseada y la tercera, bueno, parece tonto lo que les diré, pero pedí ser feliz una vez más, aunque sea solo un momento fugaz. Entrada la noche me acosté en el suelo para morir de hipotermia mientras miraba el cielo estrellado. La luna llena me acompañaba iluminando todo a mí alrededor, no podía pedir más, era casi perfecto. Dejar este mundo rodeado de belleza era lo que siempre quise. Y así entre en el sueño de cual ya jamás despertaría, o eso creí. El ruido de una fogata y su resplandor marcando las sombras de los árboles a mí alrededor me dejaron estupefacto. Una mujer sentada unos metros delante de mí leía atentamente mi cuaderno, su pelo largo castaño y enrulado caía graciosamente sobe su frente, a lo

cual una mano blanca, casi nacarada lo corría sutilmente de su cara. Al escuchar que me incorporaba, cierra el cuaderno rápidamente y en dos saltos llega hasta mí, me arropa suavemente, casi maternal. Mientras la miro como si fuera un sueño comienza a relatarme como me encontró, vive en su cabaña alejada del mundo a un par de kilómetros en donde yo estaba, a su puerta un zorro se apareció. Con un trozo de empanada en la boca que le dejó en el umbral de la puerta. Tal fue su incredulidad, porque el animal la miraba a ella atentamente y retrocedía en la dirección que vino y volvía nuevamente hasta la cabaña. Como invitándola a que lo siga. Ella vivió tantas cosas raras en su vida y en los bosques y mares que anduvo, que no le resultó tan rara la situación luego de pensarlo un momento. Tomó su mochila que siempre estaba lista con las cosas indispensables si quería hacer una caminata nocturna, brújula, yesca para encender un fuego, linterna, comida y una manta abrigada. Después de caminar una hora escucha el ruido de la cascada, que ella conocía bien, muchas tardes había disfrutado bañándose en las aguas cristalinas que lloraba la montaña. A todo esto yo no salía de mi asombro, la miraba y no podía dejar de ver sus ojos grises, por momentos verdes. Quizá fuera el reflejo del fuego que me hacían ver sus ojos de esa forma. Mientras la joven preparaba un té en una jarrita de aluminio me pregunta cuanto de azúcar quería con mi té. Y comienzo a reír, esa risa nerviosa incontrolable, que sale entre dientes y termina en grandes carcajadas lacrimosas. Le digo que lo tomo sin azúcar, para recordar la amargura de la vida. Ella me mira largo rato mientras revuelve con una cucharita en la taza que me ofrece. Tengo la sensación que mi último deseo de la estrella fugaz se cumplirá. -Mi nombre es Marina, me dice ella con una sonrisa. La sombra de un zorro se recortaba entre los árboles, quizá buscaba algo que comer.

Fin