Carlo Collodi

Las aventuras de Pinocho Traducción y notas de Guillermo Piro

XV Los asesinos persiguen a Pinocho y cuando lo alcanzan lo ahorcan en una rama de la Gran Encina. Entonces el muñeco, desanimado, estaba a punto de arrojarse al suelo y darse por vencido, cuando al mirar alrededor, entre el verde oscuro de los árboles, vio, en la lejanía, una casita blanca como la nieve. —Si me quedara aliento para llegar a aquella casa, quizás estaría a salvo —se dijo. Y sin dudar un minuto volvió a correr por el bosque a la carrera. Y los asesinos siempre detrás. Y después de una desesperada carrera de casi dos horas, finalmente, jadeante, llegó a la puerta de la casita y llamó. Nadie respondió. Volvió a llamar con más violencia, porque oía el rumor de los pasos y la respiración profunda y agitada de los perseguidores acercándose. El mismo silencio. Viendo que llamar no servía para nada, desesperado, comenzó a dar patadas y cabezazos a la puerta. Entonces se asomó a la ventana una hermosa niña de cabellos azules y el rostro blanco como una imagen de cera, los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, la cual, sin mover los labios, le dijo con una voz que parecía venir del otro mundo: —En esta casa no hay nadie. Están todos muertos. —¡Ábreme tú, al menos! —gritó Pinocho, llorando y suplicando. —Yo también estoy muerta. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria: http://www.imaginaria.com.ar

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—¿Muerta? ¿Y entonces qué haces en la ventana? —Espero el ataúd que vendrá a llevarme.

Ilustración de Enrico Mazzanti (1883) Apenas dijo esto, la niña desapareció, y la ventana volvió a cerrarse sin hacer ruido. —¡Oh, bella niña de cabellos azules —gritaba Pinocho—, ábreme, por favor! Ten compasión de un pobre niños perseguido por asesi... Pero no pudo terminar la palabra, porque sintió que lo agarraban del cuello, y oyó las conocidas voces que le gruñeron amenazadoramente: —¡Ahora ya no volverás a escaparte! El muñeco, viendo relampaguear la muerte delante de sus ojos, fue acometido por un temblor tan fuerte que, al temblar, le sonaban las junturas de sus piernas de madera y las cuatro monedas que tenía escondidas debajo de la lengua. —¿Entonces? —le preguntaron los asesinos—: ¿Vas a abrir la boca, sí o no? ¡Ah! ¿No respondes?... ¡Déjanos a nosotros, que esta vez te la haremos abrir!... Y sacando dos grandes cuchillos, largos y afilados como navajas de afeitar, ¡zas!... le encajaron dos cuchilladas entre los riñones. Pero el muñeco, para su suerte, estaba hecho de una madera durísima, - 61 -

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motivo por el cual las dos hojas, partiéndose, saltaron en mil pedazos, y los asesinos se quedaron con los mangos de los cuchillos en la mano mirándose las caras. —Ya entendí —dijo entonces uno de ellos—, ¡hay que colgarlo! ¡Colguémoslo! —¡Colguémoslo! —repitió el otro. Dicho y hecho, le ataron las manos detrás de la espalda y pasándole un nudo corredizo alrededor del cuello lo colgaron de la rama de un gran árbol llamado la Gran Encina. Luego se quedaron allí, sentados en la hierba, esperando que el muñeco estirase la pata; pero el muñeco, tres horas después, seguía teniendo los ojos abiertos, la boca cerrada, y pataleaba más que nunca.

Ilustración de Carlo Chiostri (1901) Finalmente, aburridos de esperar, se volvieron hacia Pinocho y riendo le dijeron: - 62 -

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—Adiós, hasta mañana. Cuando volvamos mañana esperamos que tengas la amabilidad de hallarte bien muerto y con la boca abierta. Y se fueron. Entretanto se había levantado un viento impetuoso, del norte, que soplando y rugiendo con rabia, golpeaba de aquí para allá al pobre ahorcado, haciéndolo oscilar violentamente como el badajo de una campana que tocara a fiesta. Y aquel bamboleo le ocasionaba agudísimos espasmos, y el nudo corredizo, apretándose cada vez más a su garganta, le quitaba la respiración. Poco a poco los ojos se le iban nublando; y aunque sentía que se acercaba la muerte, seguía esperando que de un momento a otro pasara un alma caritativa y lo ayudara. Pero cuando, espera que te espera, vio que no aparecía nadie, le vino a la mente su pobre padre... y balbuceó, casi moribundo: —¡Oh, padre mío! ¡Si estuvieras aquí!... Y no tuvo aliento para decir más. Cerró los ojos, abrió la boca, estiró las piernas y, dando una gran sacudida, se quedó allí, tieso. (1)

XVI La hermosa Niña de los cabellos azules hace recoger al muñeco, lo mete en la cama y llama a tres médicos para saber si está vivo o muerto. Mientras el pobre Pinocho, colgado por los asesinos a una rama de la Gran Encina, parecía ya más muerto que vivo, la hermosa Niña de los cabellos azules se asomó a la ventana y, apiadándose ante la visión de aquel infeliz que, suspendido por el cuello, bailaba el rigodón con el viento del norte, dio tres palmaditas. A esta señal se oyó un gran ruido de alas que volaban impetuosamente, y un gran halcón vino a posarse en el alféizar de la ventana. —¿Qué se le ofrece, mi graciosa Hada? —dijo el Halcón bajando el pico en acto de reverencia (porque hay que saber que la Niña de los cabellos azules - 63 -

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no era otra que una buenísima Hada que desde hacía más de mil años vivía en las cercanías de aquel bosque).

Ilustración de Carlo Chiostri (1901) —¿Ves aquel muñeco que cuelga de una rama de la Gran Encina? —Lo veo. —Pues bien, vuela hacia allí de inmediato, rompe con tu fuerte pico el nudo que lo tiene suspendido en el aire y pósalo delicadamente acostado en la hierba, al pie de la Encina. El Halcón voló y dos minutos después volvió, diciendo: —Lo que ordenaste, ya fue hecho. —¿Y cómo lo has encontrado? ¿Vivo o muerto? —Al verlo parecía muerto, pero no debe de estar muerto todavía, porque apenas desaté el nudo corredizo que le apretaba el cuello dejó escapar un suspiro, balbuceando a media voz: “¡Ahora me siento mejor!”. Entonces el Hada batió las palmas dos veces y apareció un magnífico Perro lanudo, que caminaba erguido sobre sus patas traseras, como si fuese un hombre. El Perro lanudo estaba vestido de cochero, con librea de gala. Tenía en la cabeza un sombrero de tres picos con galones de oro, una peluca blanca con rizos que le caían por el cuello, una levita color chocolate con botones brillantes y dos grandes bolsillos para guardar los huesos que a la hora de comer le - 64 -

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regalaba su ama, con un par de calzones cortos de terciopelo carmesí, medias de seda y zapatos escotados, y detrás una especie de funda de paraguas, toda de raso azul, para meter dentro la cola cuando empezaba a llover. —¡Rápido Medoro! —dijo el Hada al Perro lanudo—. Haz que de inmediato enganchen la más hermosa carroza de mi cuadra y toma el camino del bosque. Cuando hayas llegado a la Gran Encina, encontrarás recostado en la hierba a un pobre muñeco medio muerto. Cárgalo con cuidado, pósalo delicadamente sobre los almohadones de la carroza y tráemelo aquí. ¿Has entendido? El Perro lanudo, para dar a entender que había entendido, meneó tres o cuatro veces la funda de raso azul, que tenía detrás, y partió veloz como un rayo. Poco después se vio salir de la cuadra una hermosa carroza del color del aire, toda acolchada con plumas de canario y forrada en su interior con crema chantillí y bizcochuelo. Tiraban de la carroza cien pares de ratones blancos y el Perro lanudo, sentado en el pescante, hacía restallar el látigo a diestra y siniestra, como un cochero cuando teme llegar con retraso. Todavía no había pasado un cuarto de hora cuando la carroza volvió, y el Hada, que estaba esperando en la puerta de la casa, tomó en sus brazos al pobre muñeco y, llevándolo a una habitación que tenía las paredes de nácar, mandó llamar inmediatamente a los médicos más famosos de la vecindad.

Ilustración de Charles Copeland (1904) - 65 -

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Los médicos, uno tras otro, llegaron enseguida. Llegó un Cuervo, una Lechuza y un Grillo parlante.

Ilustración de Charles Copeland (1904) —Señores, quisiera saber por boca de ustedes —dijo el Hada, dirigiéndose a los tres médicos reunidos alrededor del lecho de Pinocho—, quisiera saber por boca de ustedes si este desgraciado muñeco está vivo o muerto... Ante esta invitación, el Cuervo, adelantándose primero, tomó el pulso de Pinocho; después le tocó la nariz, después los dedos meñiques de los pies; y después de haber palpado todo bien, pronunció solemnemente estas palabras: —A mi entender, el muñeco está bien muerto; pero si por desgracia no estuviese muerto, entonces sería un indicio seguro de que está vivo. —Lamento tener que contradecir al Cuervo, mi ilustre amigo y colega —dijo la Lechuza—; para mí, en cambio, el muñeco está vivo; pero si por desgracia no estuviese vivo, entonces sería un signo seguro de que está muerto. —¿Y usted no dice nada? —preguntó el Hada al Grillo parlante. —Yo digo que un médico prudente, cuando no sabe algo, lo mejor que puede hacer es callarse. En cuanto al resto, la fisonomía de ese muñeco no es nueva para mí. ¡Lo conozco desde hace mucho!... - 66 -

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Ilustración de Enrico Mazzanti (1883) Pinocho, que hasta ahora había permanecido inmóvil como un verdadero trozo de madera, sufrió una especie de temblor convulsivo que hizo sacudir todo el lecho. —Ese muñeco que ven allí —siguió diciendo el Grillo parlante— es un bribón de profesión... Pinocho abrió los ojos y los cerró de inmediato. —Es un travieso, un perezoso, un vagabundo... Pinocho escondió la cara entre las sábanas. —¡Ese muñeco que ven allí es un hijo desobediente, que hace morir de disgustos a su pobre padre!... En ese momento se oyó en la habitación un sonido ahogado de llantos y sollozos. Figúrense cómo se quedaron todos cuando, levantando un poco las sábanas, advirtieron que quien lloraba y sollozaba era Pinocho. —Cuando un muerto llora, es signo de que está en vías de curación —dijo solemnemente el Cuervo. —Me duele contradecir a mi ilustre amigo y colega —agregó la - 67 -

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Lechuza—, pero para mí, cuando un muerto llora, es señal de que ha muerto y la cosa no le agrada.

Ilustración de Luigi E. Maria Augusta Cavalieri (1924)

Nota del traductor: (1) Con este capítulo terminaba la Storia di un burattino, aparecida en el Giornale per i Bambini entre el 7 de julio y el 27 de octubre de 1881. La publicación se retoma el 16 de febrero de 1882, con el título definitivo de Las aventuras de Pinocho.

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