Arquitectura de la Edad Moderna

5 Arquitectura de la Edad Moderna ERNESTO ARCE OLIVA Los destrozos materiales ocasionados durante la guerra civil española de 1936-1939 en el solar ...
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Arquitectura de la Edad Moderna ERNESTO ARCE OLIVA

Los destrozos materiales ocasionados durante la guerra civil española de 1936-1939 en el solar de la actual comarca de Campo de Belchite fueron tan cuantiosos como indiscriminados, todo en un grado sin parangón con el alcanzado en conflictos bélicos anteriores. No en vano trajo consigo importantísimos daños en toda suerte de inmuebles, religiosos, civiles y militares, y todavía mayores en sus respectivas dotaciones artísticas, dando lugar a la pérdida o menoscabo de lo que en su momento integró un legado insustituible. Y, desde luego, afectó sin distinción al patrimonio acumulado de todas las épocas, incluido el heredado de la Edad Moderna que aquí nos ocupa y que, en términos generales y apelando a la tradicional periodización histórico-artística, se corresponde con el desarrollo de los estilos renacentista y barroco. Así, pues, las siguientes páginas tratan preferentemente de cuestiones edilicias, por ser casi en exclusiva arquitectónicos los testimonios conservados, mientras que las referencias a otras manifestaciones artísticas se describen en otro artículo.

Arquitectura civil Durante la Edad Moderna, las poblaciones que salpican la comarca de Campo de Belchite fueron mudando su fisonomía, merced a nuevas edificaciones que relevaban a las antiguas, pero sin que esto alterara sustancialmente su primitiva estructura, configurada en lo fundamental en los primeros siglos de dominio cristiano tras la reconquista. De hecho, todavía perduran las huellas de aquel remoto pasado en la textura urbana de algunas localidades. Y para comprobarlo basta adentrarse en ciertos entramados de calles en aquellos núcleos que estuvieron habitados por numerosos vecinos mudéjares, primero, y moriscos, después, como Codo, Lagata, Letux o el propio Belchite, en los que todavía pueden respirarse ambientes de inequívoca tradición islámica.

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Sí se sucedieron, por descontado, pequeños cambios en plazas, calles y demás espacios públicos, mediante regularizaciones impuestas por la presencia de edificios relevantes y hasta donde lo permitían las condiciones del terreno. E incluso algunas novedades mayores como acontece en Almochuel, localidad repoblada en 1788, por iniciativa del arzobispo zaragozaAzuara. Casa solariega coronada con alero de no Andrés de Lezo y después de tres madera (s. XVI) siglos de abandono, para cuyos colonos se construyeron viviendas que siguen las pautas de la arquitectura vernácula pero que componen un notable ejemplo de urbanismo barroco tardío. También son estas edificaciones domésticas las que en mayor medida contribuyen en aquellos siglos a la puesta al día de los caseríos. Y en este panorama domina por doquier una suerte de arquitectura popular hecha en ladrillo, mampostería y tapial, integrada por viviendas entre medianeras, con estrechas fachadas de tres alturas, perforadas con pocos huecos y enlucidas con yeso, sin olvidar el habitual uso de encalados de color añil en jambas, suelos y cielos de los vanos. Una arquitectura, en suma, que mantiene indemnes sus características materiales y formales hasta el siglo pasado, lo que la convierte en la más representativa de estas localidades como de tantas otras de la Depresión del Ebro. Existen, no obstante, casas solariegas de mayor prestancia, no pocas veces blasonadas, como puede verse en Lécera, Moyuela, Fuendetodos o Valmadrid, entre varios otros lugares. Y por lo común obedecen al tipo de casa principal aragonesa consolidado en el quinientos, cuyo componente formal más llamativo es la consabida galería de arcos dispuesta en lo alto de la fachada por debajo del alero. Ejemplo representativo de este género de vivienda solariega es la restaurada casa Muniesa en Lécera, ubicada en la plaza mayor, que reproduce fielmente la versión más característica de la arquitectura civil aragonesa del siglo XVI. De composición simétrica y dividida en tres alturas, la fachada presenta sencilla portada en arco de medio punto en el nivel inferior, tres huecos de formato vertical en el piso noble, ostentando las armas familiares sobre el central, y la característica galería de arquillos semicirculares en el superior, en esta ocasión doblados, todo unificado por un robusto alero de ladrillo aplantillado. Lécera. Casa Muniesa, ejemplarmente restaurada

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crucería estrellada cuya complejidad de trazado, junto con el hecho de hallarse las capillas comunicadas entre sí, permiten datar la edificación en el último tercio del quinientos. Así las cosas, en las dos centurias siguientes será objeto de la antedicha reforma barroca a la que corresponden la modificación de una de las capillas del Evangelio, cerrada mediante cúpula sobre pechinas con linterna, la incorporación a sus muros de un nuevo orden de pilastras y un entablamento de yeso, aquéllas apoyadas en molduras dispuestas a la altura del arranque de los arcos de acceso a las capillas y éste interrumpido en los paños del ábside, y la construcción de un coro alto a los pies, iluminado por un óculo practicado en la fachada donde se abre una sencillísima puerta, con hueco en arco semicircular entre pilastras que sostienen un entablamento en el que apoya un frontón recto. Y en la misma reforma se añade a la torre su actual remate, de planta octogonal y con pilastras angulares, que completa los dos cuerpos cuadrados de la quinientista ya considerada por Carlos Lasierra a propósito de la fábrica mudéjar del segundo de ellos. Más humilde es la parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Valmadrid, asimismo quinientista y construida en lo alto de la población al lado del castillo medieval, destruido recientemente, sin que sepamos si algo de lo que conserva es fruto de la intervención del maestro moro zaragozano Mahoma Arrami, quien en 1508, según ha documentado Carmen Gómez Urdáñez, figura como receptor de gastos y pagos por la obra de esta iglesia en una relación encargada por los jurados de la localidad a los maestros Gabriel Gombau y Juan de Sariñena.

Templos, santuarios y ermitas barrocos Mayor relevancia tiene la arquitectura religiosa del periodo barroco, no tanto por el ritmo más intenso proporcionado a la edificación o renovación de los inmuebles, en todo caso creciente desde finales del siglo XVII, cuanto porque trae consigo una auténtica renovación tipológica que no se había dado en la arquitectura aragonesa del quinientos y que incorpora a la cubierta de los templos un elemento de tanta trascendencia formal, estructural y significativa como es la cúpula. Y a la vez se produce una transformación lingüística cuyo desarrollo, igual que en el resto de Aragón, discurre entre el manierismo tardío, aún en vigor durante una buena porción del seiscientos, y ese barroco último que hace suya la manera clasicista impuesta por el prestigioso arquitecto Ventura Rodríguez a partir de 1750 con su intervención en la obra del Pilar de Zaragoza. Novedades, en fin, a las que contribuyen templos de toda índole a la sazón levantados en estas tierras, desde los más ambiciosos conventuales y parroquiales hasta las más modestas ermitas. Partícipes de los cambios tipológicos y lingüísticos mencionados son las arruinadas iglesias conventuales de San Agustín y de San Rafael, ambas en Belchite Viejo. Aunque la llegada de los agustinos a la localidad tuvo lugar en las postrimerías del siglo XVI, por iniciativa de la viuda del duque de Híjar y conde de Belchite, la actual y maltrecha iglesia del antiguo convento de San Agustín corresponde a

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la centuria siguiente, sin que podamos precisar el momento de inicio de las obras. Sí sabemos, en cambio, que ya estaba parcialmente edificada en 1687 y que no se remata hasta después de 1711, pues, según información aportada por Julio Martín, de esas fechas datan otros tantos acuerdos suscritos con el maestro de obras Juan Faure, natural de Belchite, para la terminación del templo y la construcción de la torre respectivamente. Belchite Viejo. El convento de San Agustín desde el aire

De planta de cruz latina, consta de una nave cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos, capillas laterales comunicadas entre sí, presbiterio recto y crucero con cúpula sobre pechinas que ostentan las efigies en relieve de los santos Alipio de Tagaste, Fulgencio de Ruspe y Simpliciano, discípulos de San Agustín, amén de la de San Patricio. Presenta, además, huecos encima de los arcos de acceso a las capillas laterales que debieron pertenecer a una tribuna erigida sobre ellas, por lo que obedece a la tipología de templo jesuítico plenamente desarrollada con anterioridad en la iglesia del convento de dominicos de San Ildefonso (hoy parroquia de Santiago) de Zaragoza. Grandes pilastras corintias sobre las que discurre un entablamento articulan el interior que, pese a su deterioro, todavía conserva en parte los estucos y agramilados que ayuaban a configurar su imagen barroca. Y le sirve de acceso una monumental portada, obrada en ladrillo y de dos cuerpos ensamblados por pilastras, con la puerta en arco de medio punto en el inferior y un hueco rectangular en el superior, todo enriquecido con una decoración geométrica de círculos y rombos, que se continúa con los cuadrados del cuerpo inferior del contiguo campanario, muy parecida a la del citado templo zaragozano de San Ildefonso. Por lo demás, el convento, abandonado a raíz de la Desamortización, fue incendiado en 1869 y demolido en 1875, mientras que la iglesia fue restaurada a finales del decenio siguiente y, pese a su deterioro, aún hizo las veces de parroquia después de la Guerra Civil.

Belchite Viejo. Vista aérea de las ruinas del convento de San Rafael

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Más modernos son los restos de la vecina iglesia del convento de San Rafael, de religiosas dominicas, construido tras su fundación en 1749. Calificada de “graciosa” por Ponz, quien la considera obrada por el maestro belchitano Nicolás Bielsa, la iglesia presenta cúpula sobre pechinas como la

anterior, aunque en este caso responda al tipo de templo de tres naves de igual altura, separadas por grandes pilares y cubiertas con bóvedas de medio cañón con lunetos, todo engalanado con esgrafiados barrocos. La sobria portada, sostenida por pilastras que enmarcan el acceso en arco semicircular, en el cuerpo inferior, y una hornacina entre estribos, en el superior, albergaba las armas de su fundador don Gregorio Galindo, obispo de Lérida (1736-1756) y antes párroco de Belchite (1711-1736), escudo que hoy figura en la fachada de la iglesia del nuevo convento. Idéntica transformación tipológica se observa en el grupo de los templos parroquiales, no pocas veces materializada mediante la renovación y ampliación de otros anteriores ya tratadas por Gonzalo Borrás y Carlos Lasierra a propósito de las reformas barrocas de varias fábricas mudéjares, lo que nos exime de considerarlas en este lugar. Son las efectuadas en la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad de Azuara, acometida a finales del siglo XVII, en la de igual advocación de Moyuela, debida al mecenazgo del arzobispo de Zaragoza don Pedro de Apaolaza (fallecido en 1643), o en la de Santa María Magdalena de Lécera, asimismo seiscentista, sin olvidar la reforma dieciochesca de la iglesia de San Martín de Tours en Belchite Viejo, que sólo comportó la modificación de las capillas laterales y la adición de un tramo a los pies junto con la monumental portada de gusto clasicista. Sí cabe, no obstante, insistir en el propósito de estas intervenciones barrocas: son obras que convierten viejos templos de planta longitudinal en iglesias de cruz latina, en las que la cúpula actúa como poderosa fuerza centralizadora con su sola presencia y con la iluminación que proyecta en la zona próxima a la cabecera, a ruego de los cambios litúrgicos y simbólicos requeridos por la arquitectura religiosa posterior a Trento. También seiscentistas son las reformas barrocas de las iglesias parroquiales de Santa Águeda de Lagata, que mantuvo la nave única de su predecesora añadiéndosele las bóvedas de lunetos y la cúpula sobre pechinas que cierran la nave y el crucero respectivamente, la de San Bernardo de Codo, de tres naves, testero recto y cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos salvo el tramo que precede a la cabecera sobre el que se voltea una cúpula sobre pechinas, y la de Santa Eulalia de Moneva, también con ábside recto y de tres naves, cerrado con cúpula sobre pechinas el primer tramo de la central, mientras que para los dos restantes se emplean bóvedas de lunetos, y con cúpulas elípticas muy rebajadas los tramos de las laterales, todo decorado con interesantes yeserías a base de motivos vegetales y geométricos. Y del tránsito entre los siglos XVII y XVIII, aunque sucesivamente restaurada tras los daños sufridos en las guerras decimonónicas y en la Guerra Civil, es la actual fábrica de Santa María de

Vista aérea de la iglesia de San Bernardo de Codo

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las Nieves de Letux, contigua al palacio de los Bardají, luego de los marqueses de Lazán, que la sufragaron. De ahí que ambos edificios comunicaran mediante una tribuna con dos huecos abiertos al templo, erigida sobre la nave del Evangelio y reservada para uso de los inquilinos del palacio. Por lo demás, es probable El conjunto señorial de Letux: castillo, palacio e iglesia que en su construcción interviniera parroquial Martín Lozano, quien se hizo cargo de la conclusión de la parroquial de Valdealgorfa (Teruel) en 1706 cuando, según ha documentado Teresa Thomson Llisterri, todavía figura como residente en Letux. Se trata de una obra de tres naves de altura desigual, cubiertas con bóveda de medio cañón con lunetos, crucero no acusado en planta, con cúpula sobre pechinas erigida en su centro, y ábside recto, amén de un coro alto a los pies. Muy sobrio es el interior, probablemente por haber perdido su ornato con motivo de las citadas restauraciones, y se articula mediante pilastras sobre las que discurre un robusto entablamento que proporciona unidad al conjunto. E igualmente sobria es la portada, con hueco en arco semicircular entre pilastras que, a su vez, sostienen un entablamento sobre el que apoya el remate con hornacina flanqueada por estribos. Ya en el transcurso del XVIII, aunque con arreglo a parecidos planteamientos, se construye de nueva planta la parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Fuendetodos, aprovechando las ruinas del castillo palacio de los condes de Fuentes e inaugurada en 1728 según datos facilitados por José Luis Ona, y se reforma la vieja fábrica de San Gervasio y San Protasio de Almochuel, de tres y una naves respectivamente y las dos reconstruidas tras la Guerra Civil. Carece, en cambio, de la consabida cúpula la más moderna de San Pedro de Samper del Salz, de tres naves separadas por pilares cruciformes de orden toscano y levantada hacia 1800. Pero el componente más llamativo de la estampa barroca que ofrecen estas iglesias son las esbeltas torres-campanario que en ocasiones las enriquecen, auténticos hitos en el seno de las poblaciones y magníficas atalayas que dominan el espacio circundante. Fuera de alguna levantada en fechas avanzadas del siglo XVII, como el cuerpo y el remate octogonales de la parroquial de Lagata, se trata de obras dieciochescas aunque a veces completen fábricas renovadas en la centuria precedente. Así sucede con la ya referida torre de la iglesia de San Agustín de Belchite Viejo, cuya obra se contrata en 1711 transcurrido casi un cuarto de siglo desde que se hiciera lo propio para la terminación del templo. Y no pocas de ellas siguen el nuevo modelo aragonés de torre-campanario definido a partir del prototipo de la Seo de Zaragoza, diseñado por el romano

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La antigua parroquia de Nª Sra. de los Villares, en Fuendetodos JOSÉ LUIS ONA GONZÁLEZ

Durante siglos, posiblemente desde la conquista cristiana a comienzos del siglo XII, la parroquia de Fuendetodos se alzó en el extremo nororiental del casco urbano, en el arranque del camino de Zaragoza. Su advocación, Nuestra Señora de los Villares, denota relación con yacimiento arqueológico o restos de cierta antigüedad. Su mal estado y la relativa lejanía del centro urbano movió a los vecinos, el 15 de agosto de 1722, a solicitar la construcción de una nueva parroquia. Atendiendo su petición, Felipe V concedía licencia para aprovechar el viejo castillo-palacio de los condes de Fuentes, en el Barrio Alto, cuyos bienes se hallaban confiscados por su actitud anti-borbónica durante la pasada Guerra de Sucesión. Inaugurada la nueva iglesia en 1728, donde está ahora, la antigua quedaría relegada para funciones religiosas secundarias. Por la visita pastoral efectuada el 3 de noviembre de 1583 se sabe que el altar mayor, bajo la invocación de Nuestra Señora, era un retablo “de pincel”, mientras que el sagrario estaba trabajado en madera. En el lado del Evangelio había altar dedicado a Santa Águeda y en el de la Epístola estaba el de San Blas, ambos de pincel. Por entonces el campanario se hallaba en mal estado y las campanas por el suelo, rotas. Había peligro de que la torre se desplomara sobre el coro, por lo que se vio la “grandísima necesidad” de levantar nuevo campanario. Para guardar los ornamentos (casullas, dalmáticas, albas y objetos de plata), carecía de sacristía, que se construiría tiempo después. Tras la edificación de la nueva parroquia la antigua mantuvo el culto, si bien convertida en ermita dedicada a Nuestro Señor del Santo Sepulcro. Desde entonces esta parte del Barrio Bajo se denominaría “Barrio del Sepulcro”. Hacia 1780, en tiempos de Goya, presentaba un deficiente estado de conservación, obligando a efectuar diversas obras

Planta de los restos conservados (cabecera hipotética)

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Fachada hacia la calle del Sepulcro, libre de la actual vegetación (9-V-1990)

de mantenimiento, ejecutadas por el Ayuntamiento a instancias del párroco. Los apaños, sin embargo, no consiguieron atajar la ruina progresiva que afectaba al templo donde fueron bautizados, se casaron y fueron enterrados los feligreses fuendetodinos antes de 1728. Gracia Lucientes, la madre de Francisco de Goya, fue bautizada aquí hacia el año 1715. El histórico edificio, falto de los debidos cuidados, sufrió el desplome de sus bóvedas en algún momento del siglo XIX, y tras su ruina, el despojo de sus mejores materiales. Pasó a llamarse popularmente “la iglesia hundida”, como se le conoce hoy. Solamente queda en pie su fachada meridional, donde abría la puerta principal, más la base de la torre de campanas. De su interior, afectado por el derrumbe, restan los arranques de las bóvedas y parte del arco que sustentaba el coro. Cuando se efectúan obras en sus alrededores suelen aparecer enterramientos, pues aquí se ubicaba el antiguo cementerio parroquial. Pese a su aparente modestia, es edificio merecedor de un tratamiento acorde con la carga histórica que atesora. Una cuidadosa excavación arqueológica acompañada de la debida consolidación de sus restos devolvería al pueblo natal de Goya un monumento hoy perfectamente olvidado. Aspecto actual de exterior de la torre

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Juan Bautista Contini y erigido, tras la colocación simbólica de la primera piedra en 1681, entre los años 1686 y 1704 por los maestros aragoneses Pedro Cuyes, Gaspar Serrano y Jaime Borbón. Hablamos, por lo tanto, de torres compuestas por varios cuerpos de diferente planta, cuadrada en los inferiores, de igual forma pero con los cantos redondeados en los intermedios y octogonales en los superiores, y levantados mediante un lenguaje arquitectónico de cuño clasicista, a base de columnas, pilastras, zócalos y entablamentos, todo ello coronado por chapiteles apiramidados. Ahora bien, como no podía ser de otro modo, las hay que engalanan su fábrica clasicista con adornos en ladrillo resaltado de tradición mudéjar, haciendo audibles, junto con la nueva volumetría de sabor italiano de La Seo, los ecos de los campanarios mudéjares aragoneses. Esto ocurre en la torre de la parroquial de Lécera, integrada por cuatro cuerpos de planta ochavada y de altura decreciente, más el cuadrado inferior, en la que se incorporan paños de rombos y de esquinillas con arreglo a una disposición muy similar a la de la torre de la parroquia turolense de Valdealgorfa realizada por Valero Catalán entre 1743 y 1745. Análoga fisonomía, aunque algo simplificada, muestra la torre de la iglesia de Santa María de las Nieves de Letux, en la que los motivos mudéjares también quedan reducidos a algunos paños de esquinillas al tresbolillo, mientras que en las levantadas en Plenas y junto a las ruinas de un antiguo monasterio de Samper del Salz, esta última de porte espectacular, los motivos de tradición mudéjar pasan casi desapercibidos. E igualmente la torre de la parroquial de Codo presenta motivos en ladrillo resaltado, si bien esta vez volumetría, a base de cuerpos octogonales con contrafuertes angulares, recuerda más a los campanarios mudéjares tardíos de inspiración bilbilitana. En cambio, el ornato de tradición mudéjar desaparece en los cuerpos barrocos añadidos a las torres quinientistas de Moneva y de Almonacid de la Cuba, ya analizadas por Carlos Lasierra. Y otro tanto sucede en el también octogonal de la torre del antiguo santuario de Nuestra Señora del Pueyo, sito en las afueras de Belchite, o en las que flanquean la fachada de la parroquia de Azuara, comentadas por Gonzalo Borrás. Finalmente, más humildes, en consonancia con las fábricas de sus respectivas iglesias, y carentes de motivos mudéjares son la torres de La Puebla de Albortón y Valmadrid, las dos culminadas por un cuerpo y un remate ochavados. La nómina de iglesias barrocas hasta aquí nombradas acredita la notable importancia que en estas latitudes adquiere arquitectura religiosa de los siglos XVII y XVIII, especialmente desde que logra remontarse el fuerte retroceso demográfico y económico causado por la expulsión de los moriscos en 1610. Pero con mayor razón lo hará si le añadimos el buen número de ermitas y santuarios edificados en las mismas fechas en honor de la Virgen, de Cristo o de santos de arraigada veneración comarcal o local. Sitios de devoción nacida al amparo de una suerte de religiosidad eminentemente popular a la que, hablando de estos territorios, se refería Ponz a finales del siglo XVIII con estas palabras: “Cosa es bien extraña lo que aquí se complacen, como en otras mil partes, de ermitas santuarios y cofradías, prefiriendo todo esto

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en su devoción a las iglesias matriz y parroquiales”. Santuarios y ermitas, por cierto, que también contribuyen por aquel entonces a la implantación de novedades tipológicas al incorporar la cúpula como elemento de cubrición. Ejemplo de ello es el mencionado santuario de Nuestra Señora del Pueyo, en las cercanías de Belchite, sin duda el de mayor prestancia de la comarca y cuyo nombre proviene del altozano donde se ubica, antaño ocupado por la Belia romana. Edificada junto a la primitiva, la iglesia es de planta de cruz griega inscrita en un cuadrado, con brazos cubiertos con bóvedas vaídas y crucero cerrado con cúpula sobre pechinas, sostenida Planta del Santuario de Nª Sra. del Pueyo, en por cuatro pilares octogonales y rodeaBelchite da por otras cuatro más pequeñas que cubren los espacios angulares. Tal disposición subraya el aspecto de templo centralizado que ofrece su exterior, cuyos muros articulan doce robustos contrafuertes, mientras que un zócalo de azulejos polícromos contribuye a conformar la imagen barroca en el interior. Según datos publicados por Jesús M. Franco Angusto, las obras se iniciaron en las postrimerías del siglo XVII y fueron impulsadas por el citado párroco de Belchite y obispo de Lérida don Gregorio Galindo, siendo inaugurado el nuevo templo el 25 de mayo de 1725 por el arzobispo de Zaragoza don Manuel Pérez de Araciel. Y en cuanto a su artífice, fue levantada por el maestro de obras belchitano Juan Faure y rematada por su hijo de igual nombre, ocupándose de la visura los maestros Miguel de Belasco, de Zaragoza, y Antonio Nadal, de Belchite.

La ermita de San Clemente de Moyuela, desde el aire

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Análoga solución ofrece la ermita de San Clemente de Moyuela, de planta de cruz griega inscrita en un cuadrado, con cúpula central rodeada por otras cuatro volteadas en los ángulos, aunque con la particularidad de que tres de sus brazos terminan de forma semicircular mientras que el cuarto, donde se abre el acceso, presenta una fachada de sillería, en contraste con el resto obrado en mampostería y ladrillo, con portada en arco de medio punto entre columnas y remate con hornacina. Ya

iniciada en 1733 y bendecida en 1758, José María Carreras Asensio atribuye su traza al carmelita Fr. José Alberto Pina, natural de Moyuela y experto arquitecto, y su construcción a Miguel Borgas, maestro de obras que vivió en la localidad, y a su hijo Miguel Borgas Blesa. Más sencillas son las ermitas de la Virgen de los Dolores de Letux, de la misma advocación de Almonacid de la Cuba y de Santo Domingo de Guzmán de Lécera, ésta encomendada en 1732 por el ayuntamiento al maestro de obras Joseph Bielsa, natural de Belchite, a cambio de 525 libras jaquesas. Estrechamente emparentadas con algunas de la vecina área de la provincia de Teruel (la del Santo Sepulcro en Lagueruela, la de Santa Ana en Cucalón, la de San Bartolomé en Santa Cruz de Nogueras y la de San Roque en Loscos), están formadas por una nave de desigual longitud que desemboca en un espacio cuadrado cubierto con cúpula y al que se abren otros tres espacios de perfil semicircular o poligonal, uno que hace las veces de presbiterio y los dos restantes de crucero, que definen los brazos de la cruz y que proporcionan al edificio un aspecto centralizado. Y otro tanto puede decirse del santuario de la Virgen del Carrascal de Plenas o de la ermita de Nuestra Señora de los Dolores de La Puebla de Albortón, si bien en éstas los ensanchamientos alrededor de la cúpula adoptan formato rectangular. Finalmente, aunque menos abundantes que en otros territorios limítrofes, especialmente en el cuadrante nororiental de la provincia de Teruel, todavía cabe incluir en este apartado las llamadas capillas abiertas: capillas que tienen la particularidad de estar construidas en alto, por lo común sobre los accesos a los recintos amurallados que, con la mengua o pérdida de su congénita misión militar, pasaron a convertirse en lugares de uso religioso como resultado de la promoción de hábitos devocionales de carácter popular.

Almonacid de la Cuba. Ermita de la Virgen de los Dolores

Sobre un cuerpo inferior, que deja paso a la calle a través del hueco del portal, muestran un segundo cuerpo que constituye la capilla propiamente dicha, de planta cuadrada, cubierta con un casquete esférico y abierta intramuros mediante uno o varios vanos. Pues bien, a esta tipología básica obedecen varias levantadas en Belchite Viejo, como el arco de la Villa, recientemente restaurado, el de San Roque, ya mencionado a propósito de las yeserías mudéjares que ostenta y en curso de restauración, y el perdido de San Miguel, todos emplazados en las entradas de la cerca que protegía la villa. En cambio, el destruido arco de San Ramón, de volumetría más espectacular, con capilla abierta por los dos frentes de la calle y culminado por una espadaña, se alzaba en el interior de la población.

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