Apuntes para una historia de las comillas, primera parte

Apuntes para una historia de las comillas, primera parte © Jorge de Buen U., 2015 El 53.º congreso de la Association Typographique International se c...
3 downloads 1 Views 4MB Size
Apuntes para una historia de las comillas, primera parte © Jorge de Buen U., 2015

El 53.º congreso de la Association Typographique International se celebró en México en el 2009, y para esa ocasión preparé una breve conferencia sobre el tema de que trata el presente artículo. Además, en el marco de esa misma convención, participé en una mesa redonda junto a mis colegas Marina Garone, Albert Corbeto, Horacio Gorodischer y José Scaglione. El tema eran los libros de tipografía en español, pero en un momento dado la charla giró hacia la investigación y la experimentación tipográficas en los países de habla hispana. Aquello remató con una participación del tipógrafo argentino Miguel Catapodis, quien desde el patio de butacas manifestó que faltaba una metodología de investigación en nuestro campo. Fue un corolario de lo que yo había vivido en los meses anteriores al tratar de escribir una historia de las comillas: dificultades para investigar, pobreza de la información —a pesar de los poderosos recursos informáticos con que contamos ahora— y falta de controles para presentar conclusiones. El resultado de estos defectos ha estado grabado por siglos en las crónicas de los signos tipográficos: es una historia pobremente documentada y llena de explicaciones fantásticas. La investigación sistemática exige protocolos y métodos que no solo desconozco, sino que difícilmente podría aprender y, sobre todo, seguir a estas alturas de mi solitaria carrera. Debo limitarme a hacer revisiones un tanto informales con los escasos recursos de que dispongo y mediante mis propias reglas, buenas o malas. Desde luego, las investigaciones informales —y también muchas de las formales— se toman con reservas, pero no conviene renunciar a ellas ni tacharlas de improductivas. Mientras el investigador deje en claro los alcances y limitaciones de su trabajo, este traerá algún beneficio o, por lo menos, servirá para espolear a quienes sí tienen la capacidad de hacer investigaciones formales. Tal es el panorama de la primera parte de este estudio: una somera revisión —informal desde un punto de vista estrictamente científico— de la historia de las comillas. Los huecos e imprecisiones habrán de salvarlos

Jorge de Buen: Apuntes para una historia de las comillas

2

quienes tengan más facilidades y talento que yo para hacer una investigación protocolaria y a fondo.

Etimología ficción Como dije antes, el estudio historiográfico de los signos tiene lagunas e imprecisiones. Por ejemplo, en su famosa obra A History of Mathematical Notations, Florian Cajori nos cuenta que del signo de dólares «se han sacado a la luz alrededor de una docena de historias diferentes desarrolladas por hombres de mentes imaginativas, pero ninguno de estos pretendidos historiadores se ha permitido someterse a los frenos de los hechos fundamentales» (1993, págs. 11-15). Cajori publicó esto en 1929 junto con una convincente disquisición acerca del origen del signo de dólares; sin embargo, las explicaciones populares siguen adelantándose hoy a cualquier reconstrucción sesuda de lo verdaderamente comprobable. Pregunte usted por ahí de dónde viene el signo de dólares, y si alguien tiene una idea para dársela como respuesta —y estoy pensando en una persona bien preparada, como un catedrático o algo así—, seguramente le contará una de las versiones reprobadas severamente por Cajori. De las comillas (« ») 1 se cuenta una historia aclamada popularmente. Se dice que estos caracteres angulares fueron inventados por un impresor francés llamado Guillaume Le Bé (o Lebé o Le Bret), quien vivió entre 1525 y 1598. Otros datan la aparición del signo en 1527 e inclusive lo atribuyen al célebre impresor ascensiano Josse Bade o Josse Badius o Jodocus Badius. En su Chronologie de l’histoire de L’Imprimerie (1853), Paul Dupont fecha la invención de las comillas en 1546, pero no da más datos: «El signo tipográfico llamado guillemets, por el nombre de su inventor, y que servirá para indicar las citas, comienza [en 1546] a ser usado por los impresores». Se dice que el primer autor en usar el nombre guillemets fue el abad M. de Marolles, en 1677, en Considérations en faveur de la langue Françoise. Lamentablemente, no he tenido la suerte de encontrarme con un ejemplar de esta obra. Eso sí, a los pocos años de su aparición, la palabra guillemets ya poblaba los libros franceses. El artículo más moderno y bien documentado que he leído hasta la fecha se debe a Pedro Uribe Echeverría. Fue publicado en L’Express.fr

1 Muchos dan a estas comillas apellidos como latinas, francesas o angulares para distinguirlas de las inglesas (“ ”), que solo se usan como signos primarios de citar en los Estados Unidos, México y algunas otras regiones de la órbita estadounidense. El nombre correcto es comillas, sin más.

Jorge de Buen: Apuntes para una historia de las comillas

3

Culture el 7 de agosto del 2009 (revisado el 21 de diciembre). Con comedimiento, Uribe aclara que sus pesquisas son hasta cierto punto informales («investigación aleatoria», dice). Las primeras comillas impresas en Francia que encontró datan de 1529. Esto quiere decir que el signo ya se usaba al menos en una imprenta francesa cuando el Le Bé más famoso tenía apenas dos añitos, con lo que la teoría popular se va automáticamente a la gaveta de la etimología ficción. Y, por si eso fuera poco, también da cuenta de que «un artículo del investigador Giordano Castellani ha hecho retroceder la fecha de las primeras comillas impresas: a 1483 (o 1484) en Orationes et opuscula del humanista Francesco Filelfo (1398-1481). Prueba suplementaria —añade Uribe— de la creatividad de la imprenta renacentista italiana» (Uribe Echeverría, 2009).

La vieja diple Dada la antigüedad del signo, es lógico buscar sus orígenes en los manuscritos medievales. En México, y sin más recursos que las bibliotecas digitales —donde buscar cualquier cosa que no sea una cadena de palabras se vuelve atrozmente difícil— no he podido encontrar nada parecido a unas comillas, pero Uribe Echeverría incluye en su artículo un par de imágenes muy reveladoras: en una de ellas aparecen unas evidentes comillas de seguir en un manuscrito de los siglos v y vi. Esto nos conecta con el sabio san Isidoro (c. 560-636), arzobispo en la Sevilla visigótica. En el primer libro de sus famosas Etimologías (también conocidas como Los orígenes), obra enorme y casi enciclopédica, Isidoro de Sevilla incluye una discusión sobre veintitantos signos —o combinaciones de signos— convencionales para citar. Entre ellos menciona la diple (>),2 que para algunos historiadores de la tipografía es el auténtico germen de las comillas. Dice Isidoro de la diple: «Esta figura la ponen nuestros escribanos en los libros de los hombres eclesiásticos para departir o demostrar los testimonios de las Santas Escrituras». De modo que la diple parece trabajar desde muy antiguo en el honorable oficio de citar, pero no olvidemos que, según Isidoro, lo hace como uno de tantos signos entre una enorme corte. Sin embargo, la diple ya era una señal venerable en tiempos de san Isidoro y, por lo visto, tenía otro oficio de más raigambre. Aparece, por ejemplo, en papiros griegos del Nuevo Testamento, como el 48, del siglo iii, que se conserva en la Biblioteca Laurenziana. Sin embargo, su función no

2 Fuera del mundo de la ecdótica y la paleografía, el nombre moderno de este signo es antilambda.

Jorge de Buen: Apuntes para una historia de las comillas

4

era precisamente la de citar. Esto es lo que el experto Philip Comfort dice al respecto: «Otra señal de que un manuscrito ha sido hecho profesionalmente es el uso de la diple () y lleven a cualquiera de los signos que se usaron siglos después, mientras que eso es algo que se puede hacer prácticamente con todos los demás signos. d)  Las letras que abundan y tienen un trazo complejo son también las que sufrieron más transformaciones gráficas desde, digamos, los modelos romanos del siglo ii hasta la estandarización carolingia en el siglo ix. Véanse, por ejemplo, los casos de A => a, D => d, E => e, G => g, N => n, M => m, a diferencia de letras como K => k, Y => y, Z => z, que prácticamente no cambiaron. ¿Cómo es posible, entonces, que siendo la diple un signo tan poco usado haya sufrido modificaciones tan radicales?

Jorge de Buen: Apuntes para una historia de las comillas

15

e)  Las primeras comillas en la imprenta no tenían forma de comas ni de diples ni de nada parecido. Eran vírgulas suspensivas o diástoles recicladas. Por lo tanto, es mucho más justo decir que las comillas modernas derivan de la vírgula suspensiva —que era una especie de coma, dicho sea de paso— que de la diple. Como se puede ver, es muy aventurado afirmar de manera categórica que nuestras comillas modernas tienen su origen en la diple. Bien harían los entusiastas de esa teoría en ser prudentes e incluir un «probablemente» en sus aseveraciones.