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“Aprende, canta y sé feliz”

Autor: Tomás Contell

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ÍNDICE

PRÓLOGO AGRADECIMIENTOS PRESENTACIÓN EL ESTADO DE LA CUESTIÓN BASES PARA UNA VERDADERA FELICIDAD 1.- Qué es y qué no es la felicidad 2.- Cómo medir la felicidad 3.- Qué determina la felicidad: el R.R.M. 4- Cómo desarrollar nuestros Talentos 5.- Cómo tomar autocoaching

las

riendas

de

nuestro

propio

destino:

el

LOS DIEZ PRINCIPIOS FUNDAMENTALES 1. La felicidad está dentro de nosotros 2. La felicidad sólo se logra con AMOR 3. Nada pasa por casualidad. Todo obedece a la ley universal de causa y efecto. No existe la casualidad, sino la causalidad 4. La felicidad viene del progreso 5. Atraemos lo que somos, más que lo que deseamos 6. Aquello en lo que creemos firmemente se convierte en nuestra realidad. 7. La Salud y la Energía son los mejores activos para generar Felicidad 8. Equilibremos las áreas fundamentales sobre las que se asienta la felicidad

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9. Vivamos cada día como si fuese el último día de nuestra vida 10. Persistamos en los principios de la felicidad como la única forma de alcanzarla y permanecer en ella para siempre. EPÍLOGO ANEXO A.- RELACIÓN DE TEMAS MUSICALES B.- RELACIÓN DE CITAS FAMOSAS SOBRE LA FELICIDAD C.- SOBRE EL AUTOR

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PRÓLOGO

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AGRADECIMIENTOS

Había pensado dejar esta parte para cuando hubiera terminado el libro. Pero hoy, uno de tantos días en los que me he puesto a escribir, he decidido que no quiero dejarlo para el final, porque pensar en las personas a las que debo agradecerles el estar haciendo lo que hago me da fuerzas para seguir en los momentos en que mi energía flaquea. De esta forma, puedo empezar algunos días a escribir sintiendo más de cerca su presencia y reiterando mi compromiso hacia ellos de no defraudarles. Ahora sabrán por quién y de qué me siento agradecido. Y aunque seguramente muchos harán como yo cuando leo otros libros, que esta parte la suelen leer con rapidez o apenas la ojean, para quien escribe por primera vez un libro, y éste es mi caso, es muy importante saber a quién y por qué se agradece lo que se escribe, porque como dice el refrán, “es de bien nacidos ser agradecidos”. Yo me siento agradecido por la vida y la educación que me dieron mis padres, Arcadio y Amparo, que tardé en comprenderles, perdonarles por sus errores y amarles por encima de todo. Agradezco a mis hijos, Cristina, Francesc y Filipp, por haberme dado las fuerzas para seguir cuando todo lo veía perdido. Ellos han sido la luz que Dios ha puesto en mi vida para no perder mi rumbo, quienes me han dado la inspiración para encontrar nuevas formas de manifestarme y poder ofrecerles un ejemplo de optimismo, superación y esfuerzo. Les agradezco que me quieran y me hayan perdonado pese a no haber podido darles una estabilidad familiar como hubiera deseado. Y quiero agradecer a sus madres todo cuanto han hecho y siguen haciendo por ellos y pedirles perdón también por no haber sabido darles a ellas todo el amor que se merecían. Me siento agradecido por lo que mi hermano Enric, que nos dejó a causa del cáncer a sus 50 años, me enseñó con su vida dedicada a la enseñanza, su búsqueda de la verdad, su compromiso social, su deseo de hacer las cosas de la manera más honesta posible y su sentido del humor.

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Me siento agradecido por lo que mi hermano mayor Arcadi me ha mostrado a lo largo de su vida a través de la rectitud en su comportamiento, su capacidad de organización y el compromiso con sus valores y su familia. Me siento agradecido por todo cuanto mi hermano Juan me ha mostrado con su trabajo y dedicación, por saber crear y mantener una empresa, ganar dinero y, lo que es más importante, ser generoso con las personas que han necesitado su ayuda. Yo he sido una de ellas. Él me ha apoyado en varios de mis proyectos, a pesar de haber fracasado, y ha seguido teniendo fe en mí. A él le debo mucho y, en concreto, que este libro se haya ido materializando con la confianza de que él me ayudaría a editarlo. Quiero dar las gracias a Gema Marcos por haberme hecho correcciones, sugerencias y aportaciones, que valoro muy especialmente, al documento original. Quiero agradecer a las personas y entidades que al final nombro por su contribución económica a la edición de este libro y CD. Gracias a su ayuda he podido hacer realidad un sueño que por mis actuales circunstancias económicas no me hubiera sido posible. Quiero agradecer a todos los que a lo largo de la historia de la humanidad nos han ido legando su sabiduría para que podamos beber en ella y hacer que nuestras vidas no partan de cero en el camino que deben emprender para dejar este mundo un poco mejor de lo que lo hemos recibido. Sabemos que su herencia está en nuestro ADN y que nos compromete a seguir haciendo las cosas mejor cada día. Quiero dar las gracias a todas esas personas anónimas que día a día se esfuerzan, con los recursos que Dios o el Universo ha puesto a su alcance, por mantener su compromiso diario de hacer su realidad cada día un poco más buena. Quiero mostrarles mi respeto y agradecimiento por descubrir el lado maravilloso que esta vida tiene y lograr de esta forma sentir la felicidad compartiéndola con sus seres más queridos.

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Y, por último, pero no menos importante, quiero darle las gracias a ese Espíritu que hay en Tomás Contell, por darle las fuerzas necesarias para seguir adelante en los momentos más difíciles, por haberle acompañado cuando nadie más estaba a su lado, por creer en él cuando ni él creía en sí mismo, por señalarle el camino cuando estaba perdido y sin rumbo, por amarle por encima de todas las cosas y mostrarle que el Amor incondicional es su camino. A ese Espíritu se lo debo todo y quiero que al final de mi vida todo vuelva a él y pueda sentirse orgulloso de mí.

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PRESENTACIÓN

Escribir un libro por primera vez requiere de una motivación muy fuerte para empezar con lo que es sin duda una ardua tarea. Siempre había pensado que en algún momento de mi vida escribiría algo en relación con temas de autoayuda y desarrollo personal -temas en los que siempre me he visto envuelto- y para los que había desarrollado materiales formativos a lo largo de los cursos, seminarios y conferencias que había dado en ciertas etapas de mi vida. Pero si bien pensé que algún día llegaría a hacerlo diciéndome a mí mismo “¿Y por qué no? Ya he plantado árboles, tenido hijos, ahora me toca… ¡escribir un libro!”, la verdad nunca pensé que cuando lo hiciese sería motivado por lo que ahora me impulsa. Porque la razón que me ha llevado a hacerlo no es otra que el deseo de ayudar a otros a alcanzar la felicidad para mostrar así mi agradecimiento por estar lográndola. Esto no sería nada especial si no fuera porque esto me ocurre cuando atravieso un momento muy complicado en mi vida, donde casi todo se ha juntado en mi contra, ya que mi segunda quiebra económica y mi segundo divorcio parecían llevarme a una situación de victimismo como en algún otro momento de mi vida me había ocurrido. Pero ahí está el Universo para demostrarme, una vez más, que todo llega para el que persevera y no pierde su FE, aunque sea de la manera que menos te puedas imaginar. Y en mi caso llegó en forma de motivación para escribir lo que les voy a contar. Cuando las cosas se presentaban realmente complicadas, mi perseverancia en la búsqueda de la felicidad por encima de mis “circunstancias” me llevó a observar que empezaban a ocurrir una serie de “causalidades” que no entendía muy bien qué querían decirme. Pero en una de esas reflexiones que todos nos hacemos en determinados momentos, llegué a plantearme seriamente tomar la decisión de hacer lo que finalmente he hecho: un libro sobre la felicidad, con canciones que surgieron desde el fondo de mi corazón

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en momentos en que la felicidad no estaba presente en mi vida o en aquellos otros donde sentía con fuerza su presencia. Y ¿cómo surgió la idea? Pues me vino cuando me planteé qué cosas realmente no había hecho bien en mi vida y en cuáles había llegado a manifestar un cierto grado de excelencia. Mi respuesta vino, por una parte, al considerar que había sido bastante bueno en mi etapa como Profesor de Escuela Primaria y luego Secundaria, así como cuando me dediqué a dar clases en Escuelas de Negocios, Asociaciones Empresariales, Universidades, etc. Esta valoración no ha sido hecha tanto por mí como por mis propios alumnos, los cuales en su momento, y pasados los años, así han considerado mi trabajo. Y, por otra, cuando recordé mi etapa de cantautor y mis actuaciones musicales, las cuales también tuvieron una valoración muy notable en su momento. Y si bien mi autoexigencia nunca me permitió valorar como muy positivas estas habilidades, con el paso del tiempo he sabido reconocer mi propia valía en ese sentido. Por eso me dije que debía hacer algo en esas dos direcciones, y qué mejor que dar conferencias sobre el tema de la Felicidad y cantar canciones que hablaran de ella. Y si se preguntan que por qué si tenía estas habilidades no las exploté en su momento, lean más adelante y entenderán las razones. Y ahí empezó todo. Al plantearme esta nueva dirección en mi vida empecé por escribir lo que debería ser el guión de la conferencia en la que hablaría sobre la felicidad y la forma de alcanzarla y cantaría canciones a lo largo de la conferencia para entretener, por una parte, y dar una mayor “viveza” a la conferencia, por otra. La cuestión es que al empezar con el guión me vi, sin darme cuenta, escribiendo muchas cosas que venían a mi mente e historias que quería contar, de forma que fue “surgiendo” el libro. Pero también, al mismo tiempo, empezaba a componer temas musicales donde sentía la necesidad de cantar a Dios, al amor, a la felicidad, a la causalidad, a la autoestima, a la Energía Pura o a lo que mi inspiración me indicaba en cada momento. Lo que presento pues, en este libro, es un material basado en cómo ayudar a las personas a mejorar su vida personal y profesional, surgido desde la inspiración que muchos autores me han dado a lo

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largo de todos estos años. No quiero hacer mención destacada a ninguno de ellos, si bien observarán un especial agradecimiento a alguno por cuanto me ha influido en estos últimos momentos de mi vida. Quiero aclarar que la selección de los autores a los que haré referencia es mi propia selección, con lo que ya pueden y deben empezar a dudar de si ha sido la adecuada o no. Con esto les digo que pueden dedicarse a investigar, como muchos han hecho por su cuenta, y dedicar tiempo y esfuerzo a su propio autodescubrimiento. Esto sería lo ideal, lo reconozco, así como valoro muy especialmente a quienes lo hacen o pueden hacerlo. Pero dejo esa tarea a los grandes psicólogos e investigadores de nuestro tiempo que están explorando y desarrollando excelentes materiales sobre los temas que más preocupan al ser humano. Pero en este libro mis pretensiones son más bien otras. Y, en este sentido, les ofrezco la posibilidad, no exenta de cierto riesgo, de creer a los que con su vida y su ejemplo nos han mostrado el verdadero camino para alcanzar la felicidad y aprender de ellos. El riesgo es por cuanto supone elegir en quién depositar la confianza y poder verse traicionado. Pero no se preocupen demasiado en este sentido, porque mi selección ha sido sobradamente testada a lo largo de los años por muchos otros autores y, les aseguro, es una forma de aprender buena y rápida. No inventemos la rueda, sino que aprovechémonos de ella y mejorémosla. Eso es lo que he tratado de hacer. Aprender de quienes me han enseñado de forma congruente una mejor forma de vivir y ser feliz y tratar de transmitir el resultado de mis reflexiones y vivencias. Me gustaría que todas las personas, sin distinción de edad, cultura, educación, sexo, nacionalidad, religión, creencias, etc., pudieran sacar provecho de las bases para la felicidad verdadera que aquí explico y de los principios que han de seguirse para alcanzarla. Pues todo ser humano, por el mero hecho de serlo, tiene derecho a acceder a ella y a que nada ni nadie le prive de poder caminar en su dirección, sabiendo que la felicidad no es una meta, sino un estado mental que podemos y debemos generar siempre y en todo momento a lo largo del camino de nuestra vida.

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No quiero que me consideren pretencioso al decirles que la manera de ser feliz y mantenerse en un permanente estado de felicidad es seguir los consejos que aquí les voy a dar. Porque no son mis consejos, sino los de muchos que me precedieron y dejaron su sabiduría para que la podamos aprovechar. Mi labor ha sido principalmente recoger lo que a mi criterio han sido sus principales enseñanzas e incluir mis experiencias personales al respecto. Espero que la lectura les sea fácil y les aporte enseñanzas importantes para aplicar. Y, en este sentido, es donde tendrán que poner un especial esfuerzo si quieren obtener los resultados que, imagino, no serán otros que alcanzar o mejorar su felicidad. Y esto seguro que les va a suponer esfuerzo. Porque lo que vale, siempre cuesta. Porque si la felicidad tiene un alto valor para ustedes, deben estar dispuestos a “pagar” el precio que la misma les va a exigir. Todo tiene un precio. Y alcanzar la felicidad también tiene el suyo. Pero no se equivoquen pensando que el precio se va a pagar con moneda de curso legal. Por supuesto que no. El precio, que será mayor o menor en la medida de lo que hayan hecho con anterioridad hasta este preciso momento o por lo que ya hayan pagado por llegar hasta donde están ahora, vendrá calculado en términos de esfuerzo, sacrifico, renuncias, privaciones, etc. ¡Qué le vamos a hacer, así son las cosas! Pero eso no quiere decir que quien no ha hecho nada en la dirección correcta no pueda hacerlo. Sólo es cuestión de proponérselo y estar dispuesto a hacer todo lo necesario para conseguirlo. Eso sí, les aseguro que el precio que paguen por alcanzar el estado mental de felicidad bien vale la pena. Y no lo digo yo, lo han dicho y vienen diciéndolo miles de personas que en la humanidad nos han precedido y nos han dejado sus enseñanzas y mensajes. Una cosa les pido para cuando empiecen a disfrutarla. Comprométanse a seguir uno de los consejos que doy para disfrutar de la felicidad, que no es otro que contribuir a mejorar la humanidad -que empieza por uno mismo y sigue por los que más cerca están de nosotros-, de la manera que el Universo les dé a entender. De esa forma contribuirán a devolver al Universo lo que de él han obtenido, pagando en ese momento de otra forma por haberla alcanzado. Y si

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todos lo hacemos así, la fuerza del efecto multiplicador será tan grande que habremos contribuido entre todos a dejar este mundo un poco mejor de lo que nos lo hemos encontrado. Es como hacer una gran cadena donde todo empieza con el gesto de recibir gratis, con amor y agradecimiento, para dar gratis a su vez con amor y gratitud. Porque dar y recibir es lo mismo. Se preguntarán ¿cómo es posible? Muy sencillo. Les pongo el ejemplo de la acción de respirar. Respirar se hace con dos acciones que se complementan, como son el inspirar y el expirar. Nadie puede respirar haciendo una sola de ellas. Como nadie puede recibir sin dar, ni dar sin recibir. Todo el contenido de este libro, canciones incluidas, lo encontrarán también disponible en la web www.metafelicidad.com. Recuerdo que el nombre me vino cuando recordaba el origen de la palabra metafísica. El primer libro en llevar ese nombre fue el tratado de Aristóteles que posee ese título. Sin embargo el filósofo griego nunca utilizó esta palabra para identificar el tema que era objeto de su estudio ¿Cómo surgió entonces? Durante el primer siglo después de Cristo, un editor que contaba con varios textos de Aristóteles estaba dedicándose a darles un orden. Ya tenía en su biblioteca un trabajo del filósofo griego llamado Física, pero aún restaba darle nombre a una agrupación de varios tratados sueltos. Como este conjunto de obras no tenía título, decidió describirlo como 'lo que está después de Física', haciendo alusión al lugar que estos tratados ocuparían en su plan de estudio. “Meta” significa después, y es así como surgió la palabra metafísica. Más allá del origen del nombre, la metafísica es una de las ramas más importantes de la filosofía, ya que estudia la naturaleza última de la realidad. Si buscamos una definición rigurosa de esta área de estudio de la filosofía, nada mejor que acudir a la dada por Aristóteles: se trata del estudio del ser en tanto ser. Pues lo de “metafelicidad” está buscado por dos razones. Porque quiere ser un espacio web para tratar todo lo que tenga que ver con la felicidad como meta, y porque también busca ir más allá de lo que la felicidad representa. Espero que sea un espacio donde todos podamos aportar nuestras experiencias de cómo vamos

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logrando la felicidad y de qué forma estamos pagando el precio por lograrla. Espero que este libro y sus canciones contribuyan a su bienestar y a su felicidad. Si así es, me sentiré feliz por haber contribuido a ello y, además, tendré también la recompensa de recibir seguro mucho más de lo que he aportado. Porque tengo la creencia y la fe de que mi recompensa llegará por añadidura y será muy superior a lo que yo haya invertido, aunque no sepa cómo ni de qué forma me llegará. Como siempre, lo dejo en manos del Universo.

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EL ESTADO DE LA CUESTIÓN Hoy en día existe, como en tantas otras facetas humanas, una contradicción que no deja de ser curiosa. Por una parte todo el mundo quiere tener gratis, o por muy poco dinero, cualquier cosa que considera de necesidad o que cree tener el derecho natural de poseerla o disfrutarla. La lista podría ser bastante exhaustiva e interesante, pero no voy a detenerme a relacionarla porque a poco que se paren a pensar, les surgen infinidad de ideas al respecto. Por otra parte, parece que cuando algo nos lo dan gratis o por muy poco precio, no lo consideramos valioso, porque todo el mundo puede acceder a ello y no significa motivo de distinción o diferenciación del resto de seres humanos. Los de esta segunda opinión, están dispuestos a pagar sumas importantes por cosas que les resultarían mucho más baratas e incluso podrían resultarles gratis a poco que se molestasen en asumir su responsabilidad personal de buscar soluciones por sí mismos. En los de esta última lista sí que voy a ponerles ejemplos, pues hoy en día son muchos los que pagan a médicos, psiquiatras, psicólogos, videntes, astrólogos, adivinos, vaticinadores, tiradores de cartas y una retahíla de “solucionadores” de problemas con el único propósito de que les ayuden en algo que únicamente ustedes pueden y deben hacer por sí mismos, que no es otra cosa que aprender a cuidar de su salud física y mental y aprender la forma de ser felices. Por supuesto que no hablo de aquellos casos en los que la enfermedad se ha presentado y exige la intervención de los especialistas, sino en aquellos otros donde todavía no se ha presentado y estamos a tiempo de evitarla. Aunque también habría que analizar cuáles podrían ser las causas de la aparición de la enfermedad y cómo podríamos tratarla con nuestros propios medios. Pero eso es otra cuestión que en parte abordaremos más adelante cuando de salud y energía hablemos. La cuestión es que mucha gente paga una importante cantidad de dinero por ganar una salud que sólo ellos pueden obtener con el ejercicio de su responsabilidad. Porque como muchos de ustedes sabrán, existen alteraciones psicosomáticas provocadas casi siempre por unos hábitos alimenticios o de salud que pueden y deben ser

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claramente mejorables, de la misma forma que la falta de recursos mentales con los que hacer frente a situaciones personales o profesionales provoca en no pocas ocasiones respuestas que se traducen en enfermedades que podrían evitarse si aprendiéramos a conocernos mejor a nosotros mismos y al cuerpo en el que nos ha tocado vivir. Es esta última dirección en la que me gustaría ayudar a romper la inercia de muchos años en esta contradicción humana -que tristemente sigue creciendo aun en pleno siglo XXI- y contribuir a que las personas no tengan que gastar mucho en aprender aquello que les pueda ayudar a ser felices. Porque creo que aprender lo que es útil y necesario para ser mejores personas en este planeta debería ser casi gratis. Y me dirán ¿cómo se paga a quien ha estado trabajando en esa línea y ha invertido tiempo y dinero para conseguirlo y luego mostrarlo a los demás? Pues con la generosidad y la solidaridad de quienes luego reciben sus enseñanzas y consejos, que seguro sería adecuada y proporcional al esfuerzo y la contribución realizada. ¿Utopía, pensarán ustedes? Pues yo me he preguntado muchas veces cuánto y de qué forma habrán cobrado por sus enseñanzas personas que han contribuido en gran medida a la mejora de la condición humana desde Sócrates y Buda hasta Jesucristo, Mahoma y tantos otros profetas, filósofos y pensadores que han existido. La verdad, no tengo la respuesta, pero no creo que ninguno de ellos se haya enriquecido con sus enseñanzas y, sin embargo, han contribuido y siguen haciéndolo a la mejora de la condición humana. Hoy en día nos encontramos también con la gran proliferación de “formadores” que venden sus “enseñanzas”, como lo hicieran en la etapa de Sócrates los sofistas, por un puñado de dinero al que mejor les pague, sin más pretensión que vivir de sus trucos o secretos, pero sin ser congruentes con lo que enseñan, pues no han hecho que su vida sea el ejemplo a transmitir, más que sus conocimientos y habilidades. Y digo formadores y no maestros, porque el formador enseña lo que “sabe”, pero el maestro enseña lo que “es”. Al principio puede resultar un poco difícil reconocer a un formador de un maestro, pero les aseguro que a poco que pongan en

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marcha sus “antenas”, lo percibirán y lo diferenciarán. Y también sabrán que hay maestros en determinados aspectos y otros en otros, con lo que lo importante es reconocerles y aprender de ellos lo mejor que tienen. Yo mismo he leído a bastantes autores y he asistido a numerosos seminarios, y no podría hacer mis reflexiones personales sobre la felicidad si no hubiese “bebido” en esas fuentes. Yo les agradezco profundamente todo cuanto han escrito y, con el mayor de mis respetos, quiero hacer mi humilde reconocimiento a todos ellos mencionándoles en cuantas ocasiones pueda e invitando a quienes me lean a que acudan a las fuentes del conocimiento. Pero eso sí, tómense la molestia de analizar si existe en la vida de esas personas la congruencia y el compromiso que se debe pedir a quienes han de predicar con el ejemplo. Porque cuando es así, aprendes mucho más y mejor. Y, como luego explicaré, sientes que su fuerza y energía te llega de una manera más limpia y profunda, produciendo en ti mismo los cambios que necesitas para empezar a ser más excelente en todo cuanto te propongas. Así me pasó con Anthony Robbins, al que considero un gran maestro. Ahora entiendo por qué. Aunque siempre he podido y sabido enseñar, ha habido algo en mí que no me impulsaba a seguir mucho más adelante en este campo porque existían frenos, de los que ahora soy consciente, como mi temor de mostrarme como era realmente, con mis incongruencias y contradicciones, sabiendo que, siendo así, no podía dar lo mejor de mí porque “yo no me veía con la mejor imagen de mí mismo que podía y debía tener”. Pero ahora, sin ser en absoluto quien deseo ser todavía, siento que me encuentro por el buen camino y por eso he decidido dar un paso más allá en la dirección de mi maestría. Dejo en manos del lector la consideración a la que llegue cuando lea y “escuche” este libro sobre cómo voy yendo por el camino que me he marcado. Tan sólo les pido que sean comprensivos con los errores que haya podido tener en mis explicaciones o comentarios, y que vean más allá de lo que escribo y canto, porque seguro que de esa forma podrán sacar mucho más provecho de todo. Como dijo Jesucristo, “por sus frutos les conoceréis”.

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Espero que este “fruto” mío, que realmente lo es sólo en parte (porque más bien soy un canalizador de cuanto he recibido y vivido), pueda ser útil para ayudarles a ser felices y que puedan ayudar a hacer felices a los demás. Con un poco que hagamos todos en este sentido haremos de este Planeta un nuevo Paraíso. Y si consigo este objetivo en alguna medida y con algunos de ustedes, queridos lectores, sólo espero que encuentren la manera de devolver lo que han recibido, porque así podrán contribuir a la mejora de la condición humana y hacer frente con mayores y mejores recursos psicológicos a los momentos tan complicados, difíciles, negativos, abrumadores, decepcionantes, irritantes y tantos otros adjetivos que nos faltarían para describir el actual estado mundial económico, político, social y moral. Pero no nos pongamos serios, porque lo único que conseguimos es amargarnos más la vida. Sonrían, relájense y traten de disfrutar. Así fue cómo lo hice en un momento de mi vida en el que vi claro que todo cuanto había aprendido debía ponerlo en práctica de alguna forma para tratar de ser feliz. Recuerdo que estaba explicándole a una persona, a la que conocí en su día por “causalidad”, que estaba viviendo unos momentos especialmente difíciles en cuanto a lo económico (en este preciso momento que escribo estas palabras acabo de recibir una llamada avisándome de otra inminente ejecución de avales que tenía firmados en una compañía de la que era socio fundador y que ha sido, como tantas otras, arrastrada por este tsunami económico del siglo XXI). Y, sin embargo, a pesar de la negativa situación económica por la que atravesaba mi vida, precisamente en lo que a felicidad y paz interior se refería, me encontraba mucho mejor que en los últimos años. ¿Por qué? Pues se lo debía, en gran medida, a la apertura de mi mente y de mi corazón que se produjo al asistir a un seminario de Anthony Robbins, “Unless the Power Within” (Libera tu Poder Interior), donde no sólo tuve el placer de escucharle personalmente en mayo del 2012 en Londres, sino de poner en marcha muchos de sus consejos, principalmente en el tema de la salud. Cuando asistí a este seminario venía arrastrando unos problemas en mi espalda que se habían convertido en crónicos, y algunas cefaleas para cuyo remedio se me remitía al neurólogo, al

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que evidentemente ya no he tenido que asistir. Venía arrastrando desde mi juventud (donde siempre se hacen esfuerzos físicos innecesarios con el único objetivo de mostrar la fuerza que uno posee sin saber los riesgos que ello conlleva) un pinzamiento entre la 5ª vértebra lumbar y la 1ª sacra. Me había creado no pocas crisis serias a lo largo de mi vida, por las que llegué incluso a ser hospitalizado en una ocasión hacia los 30 años en la que me dijeron que debía dejar de hacer deportes que comportaran problemas para mi espalda (tenis y correr entre otros, que eran los que practicaba) y cuidarme más, de lo contrario podría derivar en una hernia discal y tener que recurrir a una operación quirúrgica. Como siempre he hecho caso a los médicos (¿?), al poco tiempo de recuperarme me inscribí en un gimnasio para hacer Taekwondo, consiguiendo mejorar mi rendimiento y fortalecer mi espalda con el entrenamiento. ¿Por qué será que nos gusta poner a prueba los consejos que nos dan los “expertos” en determinadas materias? ¿Será porque en nuestro interior más oscuro hay una voz que nos dice que nadie nos conoce mejor que nosotros mismos o que nos impulsa a descubrir si esa “regla” también se da en nuestro caso a pesar de que ya se haya demostrado hasta la saciedad? En fin, logré mejorar, como dije, mi forma física, pero poco a poco, con el paso del tiempo y de tener una vida un poco más sedentaria, los problemas regresaron y fueron en aumento conforme los malos hábitos de sedentarismo y falta de ejercicio específico se apoderaron de nuevo de mí. De nada me sirvió entonces acudir a especialistas que todo lo más que me recomendaron era que, si las molestias y en ocasiones dolores de espalda no remitían (pese a la medicación, masajes o ejercicios de rehabilitación) y no me permitían hacer una vida normal, tendría que recurrir, como ya me advirtieron, a la cirugía para corregir los efectos. Recuerdo que, después de mi último año pasado en Moldavia (2011) por tener que atender mis inversiones realizadas en este país desde el 2005, a pesar de hacer ciertos ejercicios de yoga con periodicidad por las mañanas, no conseguía tener mi espalda en condiciones y siempre tenía que andar con cuidado para no terminar con un ataque de lumbago y tener que guardar reposo durante días

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hasta recuperarme, eso sí, después de un tratamiento con medicamentos específicos que siempre presentaban efectos secundarios. Cuando asistí al seminario de Robbins, recuerdo que había momentos que me costaba levantarme con energía de la silla para hacer los ejercicios que proponía, pues tenía que hacerlo con cuidado y tardaba en tener la postura corporal erguida. ¿Pueden imaginarse lo que supone que Robbins diga con energía a más de 6.000 personas que se levanten de la silla y empiecen a saltar o bailar al son de la música y que vean a uno que se levanta por fases y va poco a poco consiguiendo erguirse hasta poder moverse con cierta facilidad? Pues ése era yo. Pero no se crean que era el único que tenía problemas, porque allí vi a personas en silla de ruedas, a invidentes y a muchos otros con sus dificultades a cuestas, que dejaban atrás sus situaciones personales para entrar de lleno en un nuevo mundo de sorpresas, como el de caminar por encima de brasas encendidas. En cuanto a mis cefaleas, que no habían sido un problema en mi vida, se presentaron a raíz de un resfriado que me dejó sus secuelas. Acudí a un especialista pensando que eran provocadas por una sinusitis, y tras realizarme las pruebas pertinentes me diagnosticó que no tenía sinusitis y que debía acudir a un neurólogo para que estudiara con más profundidad las posibles causas. Evidentemente no lo hice, porque mientras lo pensaba y la administración sanitaria me buscaba la fecha para iniciar mi exploración (no sería la primera vez que te curas antes de que te visiten o… te mueres, claro), acudía al seminario de Robbins y, ¡qué causalidad! (lo he escrito bien, no es un error), dejé de tener cefaleas esos días. Desde entonces, no sé en qué consisten esas molestias. Claro que allí hice, y ahora hago, cosas que antes no hacía. ¿Será por eso? Juzguen ustedes mismos. Yo sabía, por mi formación como psicólogo, que estaba atravesando por circunstancias personales difíciles, como luego comentaré, tales como mi segunda quiebra económica y mi segundo divorcio que se estaba materializando, con lo que ello implica de desequilibrio y preocupación cuando tienes un tercer hijo de este matrimonio de apenas 8 años, más los dos del anterior de 24 y 19, a

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quienes no quieres dejar desatendidos, pues en todas las edades nuestros hijos tienen necesidades que nuestra responsabilidad como padres nos impulsa a satisfacer. Y, aunque estas situaciones las pudiese “controlar” más o menos, lo bien cierto es que no hacían sino acrecentar mi malestar físico y mental, pues en el caso de mis hijos, ni podía atenderles en lo personal ni tampoco en lo económico como yo quería, siendo consciente del nivel de estrés que todo esto genera. Imagino que muchos de quienes me leen en estos momentos comprenderán lo que esto significa, cuando no puedes pasar la pensión de tus hijos y no puedes ofrecerles algunos de los pequeños placeres que venías dándoles. Pero esto también viene bien si lo sabemos utilizar como lección de vida. No debemos avergonzarnos por tener que decir “ahora no puedo, porque no tengo dinero. Antes podía, pero ahora no. Lo siento, pero con lo que tenemos debemos aprender a vivir hasta que las cosas mejoren”. Y nuestros hijos, si bien se pueden sentir en un primer momento, dolidos o contrariados, si ven que lo decimos con amor y nuestra vida es coherente con el nuevo planteamiento de sacrificios y renuncias, lo acaban entendiendo y terminamos por descubrir que esa nueva experiencia también encierra buenas oportunidades para crecer y evolucionar como personas hacia la excelencia. ¡Por supuesto que no hablo de sentirse satisfecho en esta situación! Pero tampoco de hacer un drama de ello y convertirnos en víctimas que enseñan a las personas que más quieren a ser víctimas también. Por el contrario, si ven en nosotros espíritu de lucha, esfuerzo, superación, búsqueda de nuevas formas de ganarse y administrar la vida, están recibiendo un ejemplo de vida maravilloso para aplicarse a ellos mismos en un futuro próximo. La cuestión es que, pese a tener un cierto control sobre lo que me pasaba, no lo estaba haciendo tan bien como yo creía. Porque, en lugar de hacer lo que en situaciones de este tipo ahora sé que se debe hacer, como es el cuidar mucho más mi cuerpo, mi mente y mi espíritu, no era precisamente lo que venía haciendo (si bien pensaba que no lo estaba haciendo tan mal, como creo que le suele pasar a la mayoría de las personas cuando analizan cómo están llevando su vida). Si me pongo a analizar, me había sumergido en la fácil comodidad de hacer lo que siempre venía haciendo en cuanto a la

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forma de alimentarme y de cuidar mi mente. Y si bien acudía a la lectura de libros de autoayuda y superación, como había hecho siempre, o hacía ejercicios físicos de yoga, o practicaba deportes, o leía la Biblia en determinados momentos buscando ayuda e inspiración, mis resultados no llegaban en forma de más y mejor energía y salud para hacer frente a cuanto se me presentaba. Y ésa era la necesidad más apremiante que tenía, pues a mis 58 años empezaba a sentirme cansado y a ver cómo la energía que siempre había tenido, e incluso el buen humor, me desaparecían por momentos llegando a faltarme cuando más los necesitaba, teniendo que hacer frente a situaciones que requerían de mí todo lo mejor, sin sentirme lleno de recursos. Y ahí llegó Tony Robbins. ¿Será por eso que se dice que “el maestro llega cuando el alumno está preparado”? Fui a verle gracias a una invitación de mi hija y de su madre (siempre les estaré agradecido). Y al vivir esos 4 días con la intensidad que lo hice, comprobando lo que él y su gran amigo Josep Macklendon dicen y hacen (su vida es congruente y ejemplar), decidí intentar seguir sus huellas de una vez por todas. No es fácil explicar con palabras lo que se vive en un seminario de este tipo, porque mejor que describirlo, hay que vivirlo. Por mucho que digas que 6.000 personas de más de 40 países diferentes pueden estar vibrando al mismo tiempo con las ideas que transmiten, logrando que rían, salten, bailen o lloren con los ejercicios que se les proponen, o que atraviesen caminando descalzos unos metros de brasas encendidas en el suelo, no se puede creer si no se ve y se vive. Pero esto no es suficiente, porque la energía que se moviliza en estos eventos suele arrastrarte y te contagia y te empuja a hacer algo de lo que luego te sientes sorprendido. Esto lo conocemos y lo hemos visto también en innumerables eventos religiosos y políticos. Los líderes saben muy bien cómo mover la fe de las personas y sus recursos personales. Lo importante es que puedas observar y comprobar que esas personas están viviendo lo que dicen, están creyendo en lo que hacen y hacen que sus vidas sean mejores, ayudando también a mejorar las vidas de los demás. Porque en el caso de Robbins, que se formó en su día con los creadores de la PNL

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(Programación Neurolingüística), aprendió -y sigue haciéndolo- de quienes son los mejores en cualquier ámbito de la vida, modelando de ellos sus estrategias para alcanzar la excelencia y mostrando a los demás cómo pueden llegar a ser excelentes también, después de aplicarse dichas estrategias a sus propias vidas. Por eso muestran, enseñan y practican modelos de excelencia no sólo en la manera de pensar, sino en cómo alimentarse y cuidar el cuerpo para tener mayor y mejor energía y salud. Recuerdo que, consciente de la dificultad que para muchas personas supone iniciar cambios en sus vidas por los hábitos adquiridos y la influencia de la sociedad en la que vivimos, nos proponían iniciar un período de 10 días como mínimo en los que pusiéramos en marcha su Plan de Energía Pura. Y mejor si lo hacíamos durante 1 mes, para notar efectos considerables. En mi caso, adquirí el compromiso en ese mismo momento de iniciarlo, porque no tenía sentido que viese y escuchase cuál era la solución para mejorar mi energía y salud y que no probase a ponerlo en práctica. ¿Qué podía perder? Nada. ¿Qué podía ganar? Mucho. Primero, demostrarme a mí mismo que realmente sigo teniendo el control de mi vida, que elijo lo que quiero y que puedo hacerlo. Y, segundo, ganar todos los beneficios que se me aseguraban a la vista de las muchas experiencias de otros. Y así lo hice. Lo primero que decidí hacer fue cambiar mis hábitos alimenticios y dejar de comer carnes, embutidos y derivados, de beber café, cervezas, vinos, alcohol, de tomar mis famosos cocidos, caldos y pucheros (¡Dios mío, lo hice!) Y regresé a mis hábitos vegetarianos que ya había adoptado cuando era mucho más joven. Recuerdo que por aquel entonces, recién casado con mi primera mujer, de 19 años ella y yo 24, tuvimos que recurrir al vegetarianismo para que ella pudiese recuperarse de una gastritis generada por el estrés de la finalización de sus estudios de magisterio y problemas familiares, entre otros. La cuestión es que decidí acompañarla por solidaridad en los nuevos hábitos alimenticios y me vino bien, porque perdí peso que me sobraba y conseguí una forma física inmejorable. Aquellos buenos hábitos han permanecido en mi inconsciente siempre y me han permitido tener un dispositivo de alerta que me avisaba cuando por alguna razón me excedía en el comer o el beber. Pero esos buenos hábitos fueron desapareciendo

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cuando, por motivos de comodidad, placer momentáneo, vida social e influencias negativas, entre otras cosas, me fui apartando del camino correcto. Pero siempre en mi vida ha habido mensajeros enviados por el Universo que me han ido recordando que no debía descuidarme ni apartarme del camino que debía llevarme hacia el bienestar y la felicidad. Quiero agradecer en este sentido la larga amistad que mantengo desde hace años con “Ximo & Jude” y el apoyo recibido por ellos en consejos y oraciones. Son un matrimonio dedicado al apostolado evangélico que colaboraron conmigo cuando grabé dos CD de canciones de los Boy-Scouts en los años 80. Antes Ximo cantó y grabó conmigo mi primer disco como cantautor en valenciano. Su vida ha estado marcada por la llamada de Dios en momentos clave, cuando más perdido se encontraba. Cuando habla de sus experiencias de encuentro con Dios, siempre se me ponen los pelos de punta e incluso me emociono hasta llorar, sobre todo cuando narra sus dos curaciones milagrosas con el cáncer, porque este tema me ha tocado de cerca con la muerte de mi hermano Enric. Ellos fueron los que me introdujeron en el vegetarianismo, como también los que me han ido recordando que Dios tiene un Plan para mí aunque yo no lo sepa- , y que debo tratar de descubrirlo. También quiero reconocer en este proceso de cambio progresivo la contribución de mi amiga Inma Capó, que me ayudó también a despertar de un cierto letargo y a empezar a ver las cosas de manera diferente. La conocí cuando di una conferencia sobre introducción a la Programación Neurolingüística (PNL) y ella hablaba luego sobre su libro “Retorno al Paraíso: el Despertar”. Recuerdo que, después de presentarla en aquel medio de difusión (una televisión privada que difundía la formación en circuitos cerrados para los asistentes que luego interactuaban en tiempo real a través de internet con los ponentes; hablo del año 2000, si mal no recuerdo), mientras ella hablaba me leí algunos fragmentos de su libro. Curiosamente me dirigí hacia el final, donde escribía una parte de su historia personal cuando, recién separada, tuvo que aceptar una decisión judicial por la que sus hijos pequeños de 4 y 6 años debían pasar un fin de semana con su padre. Éste no hizo otra cosa que llevárselos y no devolvérselos a su madre, con lo que Inma Capó dejó

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de ver a sus hijos durante casi 20 años. Aquella historia me conmovió. Pero más lo hizo cuando explicaba que, ante aquel hecho, ella podía haber tomado muy diferentes direcciones. No obstante, se propuso dos objetivos claros: primero, buscar a sus hijos con determinación (aunque no fue ella quien les encontró, sino ellos, que regresaron cuando cumplieron su mayoría de edad desde Venezuela donde se los había llevado su padre). Y, segundo, llevar una vida ejemplar y digna para que cuando se reencontrase con sus hijos éstos pudieran sentirse orgullosos de su madre. Y así fue también como ella inició su proceso personal de búsqueda de la excelencia hasta estos momentos en los que escribo. Esto me hizo pensar que si tenía que empezar a mejorar, podía empezar asistiendo a sus cursos. Y así lo hice, formándome con ella en Programación Neurolingüística (o Poder Neurológico, como dice ella), permitiéndome aprender muchas cosas, así como vivir experiencias que me fueron muy útiles. Pero, sobre todo, aprender de ella su congruencia entre lo que dice y hace. La cuestión es que, al regresar del seminario con Tony Robbins, empecé a cambiar mis hábitos pensando en hacer al menos 10 días o más de cambio alimenticio. Luego me planteé continuar más tiempo y, “causalmente”, empecé a notar ciertos cambios en mí pasados los dos meses, como sentirme más ligero, con menos molestias en mi espalda -de las cefaleas ya ni hablar- y con más y mejor energía. Fue en alguno de esos momentos en los que me dije a mí mismo que si me sentía agradecido por los cambios que ahora experimentaba, debía mostrarlo aportando algo a los demás y “pagar” ahora el precio por estar logrando mi felicidad. De la misma forma que les propongo que hagan si la han alcanzado o cuando lo consigan. Y, ¿por qué es la FELICIDAD el tema central de este libro? Porque ya lo decía el filósofo Aristóteles al declarar ante el mundo: “La felicidad constituye el significado y el propósito de la vida, el único objetivo y fin de la existencia humana”. Pues, es una razón más que importante para ocuparnos de ella, ¿no les parece? Y, aun siendo así de importante la felicidad, es más difícil atraparla que, como dijo alguien, coger una mariposa al vuelo, que ya es difícil.

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Y tan importante es la felicidad que por eso hoy en día en nuestra sociedad, nos encontramos con que continuamente nos aconsejan acerca de dónde y de qué forma podemos encontrarla. Basta oír la radio, ver la televisión, leer revistas, internet, etc. para encontrar infinidad de consejos que nos van a aportar, según ellos, si los seguimos, la felicidad que tanto anhelamos. Ante esto podemos seguir dos caminos. El primero, sumirnos en una vorágine de aplicación de las medidas que nos dicen, hasta el agotamiento físico, económico o la total enajenación mental. O, el segundo, escuchar a los que realmente han alcanzado la felicidad y aprender de ellos. Y esto último es lo que les propongo, claro. Porque si siguen el primer paso, les aseguro que les pasará como a muchos que han llegado a volverse casi locos o sin ahorros comprando lo que les dicen en la “teletienda” para sentirse mejor físicamente poniéndose no se qué pulsera en la mano o comprando no se qué clase de piedras mágicas, o dormir mejor con unos colchones que te aseguran el sueño reparador, o tener mejor aspecto comprando unas máquinas para tener un cuerpo maravilloso pero que luego no tenemos el valor de utilizarlas metódicamente, o preparar mejor las comidas con no se qué clase de aparatos, o tantas y tantas otras cosas que nos ofrecen diaria y masivamente para fomentar nuestro consumismo y que realmente ni las necesitamos ni nos van a hacer más felices por mucho que nos lo quieran meter en nuestras cabezas. En mi vida me he sentido siempre un buscador, es decir, una persona preocupada por encontrar respuestas a las preguntas clave que todo ser humano se hace alguna vez: ¿quién soy realmente? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy?, ¿a qué hemos venido a este mundo? etc. Pero he de reconocer que lo he sido de una manera un tanto cómoda. Nunca he hecho grandes esfuerzos en mi búsqueda, aunque haya leído no pocos libros y asistido a seminarios y charlas de personas que me han aportado siempre cosas interesantes. Pero no soy como muchos de los que considero modelos a imitar por sus esfuerzos y compromisos en el proceso de búsqueda, así como por sus logros. Porque en mi caso, ni he leído tantos libros sobre desarrollo personal, ni he tenido tan grandes experiencias en mi vida que me hayan marcado de forma determinante. Aunque leer, he

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leído, y tener experiencias, como todos ustedes, las he tenido. Pero soy, simplemente, uno más como tantos otros de ustedes y como los que en este momento hay repartidos por el mundo luchando para que sus vidas sean mejores y ayudando a otros a que mejoren también sus vidas. Como decía mi poeta valenciano preferido, Vicent Andrés Estellés, “Jo soc un entre tants” (Yo soy uno entre tantos). Pero en mi caso, siempre que pensaba en hacer algo importante, en destacar en algo como lo hacían mis modelos, me veía tan pequeño, tan pobre en muchos sentidos, que después de soñar, llorar con sus hazañas, sentirme grande con ellos haciendo míos sus logros, volvía a sumirme en un estado de comodidad y complacencia por el que apenas daba algunos pasos que me permitiesen sentir que algo mejoraba en mi vida. Pero siempre eran pasos pequeños, con retrocesos muchas veces, y sin llegar a sentir la fuerza necesaria para hacer algo más de lo que estaba haciendo. Así han ido pasando los años. Años en los que te vas abandonando a la comodidad y vas permitiendo que la influencia de todo cuanto te rodea (televisión, radio, prensa, economía, política, ocio, diversión, etc.) te vaya impulsando a creer lo que realmente no deberías creer. Y, lo que es peor, que esas creencias no son buenas para ti. Hablo del modelo de persona que la sociedad promueve, de los valores que pretende ensalzar y que, al final de la vida, te das cuenta de que estaban equivocados. Lo peor es que cuando eso ocurre, empiezas a sentirte incapaz de cambiarlo y acabas aceptándolo de manera resignada o, peor aun, con la rabia y la indignación de quien se siente engañado y ya no puede hacer nada. Y cuando llegamos a ese estado, cuando vemos que las fuerzas nos flaquean, que la energía de la juventud nos abandona, que nuestra salud se quiebra a cada paso y no sabemos qué hacer, pueden ocurrir dos cosas. O bien lo aceptamos y seguimos por el mismo camino precipitándonos hacia el final de nuestra existencia o bien decimos ¡basta! y buscamos otra forma de vivir lo que nos queda y de encontrar otro camino distinto al que nos han dicho para ver si descubrimos el tesoro de la felicidad que se nos ha estado escapando tanto tiempo.

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Pero lo curioso de todo este proceso es que no es secuencial. No empieza en un momento de nuestra vida y sigue de manera continua hasta que alcanzamos o no la felicidad. Este proceso es cíclico y se está renovando continuamente. Podemos ser jóvenes y sentirnos dichosos o desgraciados. Y podemos llegar a ser ancianos y seguir sintiendo que la vida ha sido un “valle de lágrimas”, que todo ha sido “sufrimiento y penas”, que hemos tenido que “llevar nuestra propia cruz” y cosas así. Aunque la madurez trae consigo una cantidad de experiencias que permiten entender muchas cosas y aprender de ellas, sigue habiendo muchas personas que no aprenden el verdadero significado de la vida, que no es otro que el autodescubrimiento de quiénes somos realmente y a qué hemos venido a este mundo. Porque la experiencia no es lo que nos ocurre, sino lo que aprendemos acerca de lo que nos ocurre. Y en esta búsqueda de la razón de nuestra vida, siempre el Universo pone en nuestro camino experiencias que, seguro mejor no hubiéramos querido tener. Pero las cosas pasan y sólo nos queda el preguntarnos ¿por qué nos ha pasado a nosotros precisamente esto que nos ha ocurrido? Puede ser un accidente, donde nos vemos privados de una parte importante de nuestras funciones corporales vitales, o la pérdida de seres queridos, o de un trabajo seguro y motivador, o de un divorcio, o de una grave enfermedad acompañada de sufrimiento y dolor. ¡Pueden ser tantas cosas! Pero nos queda algo más que preguntarnos continuamente “¿por qué a mí?” Y es el preguntarnos “¿y ahora qué? ¿ahora qué hago con esto? ¿cuál es la mejor forma de hacer frente a esta nueva situación? ¿qué puedo aprender de esto?” Está claro que cuando uno está sumido en el pleno proceso de tomar conciencia de la nueva situación, nada es fácil y las ideas no acuden con claridad a nuestra mente. En esos momentos poco podemos hacer salvo decirnos a nosotros mismos: “ha ocurrido y debo empezar a aceptar esta nueva situación. Cuanto antes lo acepte, antes empezaré a ver qué puedo aprender de todo cuanto me ha ocurrido”. Esto cuesta y lleva un tiempo. Os lo digo por experiencia propia. Mi sufrimiento más grande en esta vida fue mi primera separación. Recuerdo todavía la escena en la que teníamos que decirles a nuestros hijos de 10 y 5 años que íbamos a estar un

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tiempo separados (que luego fue definitivo, aun a mi pesar en aquel entonces). Nunca olvidaré las palabras de mi hija Cristina cuando dijo “vosotros me prometisteis un día, cuando hablábamos de otros niños del Colegio cuyos padres se habían separado, que nunca os separaríais”. Y recuerdo cuando todos los días regresaba a mi hogar hacia las 9 de la noche para darles las buenas noches y leerles un poco la Biblia antes de acostarse. Llegaba llorando y me marchaba llorando, preguntándome por qué si amaba tanto a mis hijos y a mi mujer tenía que pasar por todo eso. ¿Había sido tan grave mi “error” como para no recibir mi perdón y tener otra oportunidad? Evidentemente no era yo quien debía responder a esa pregunta, porque había otra persona, mi mujer, que había tomado sus propias decisiones y no me quedaba otra alternativa que respetarlas. Dicho así suena sencillo de hacer, pero no lo fue. El trabajo más grande que he tenido que hacer en mi vida, hasta la fecha, fue tener que aceptar lo que consideraba era una injusticia de la vida para conmigo. Pues todo lo que hasta entonces tenía sentido para mí, como era el sueño de una familia unida, una casa estupenda en una urbanización bonita, con terreno para plantas, árboles y animales, desapareció bruscamente de mi vida, dejando paso a un vacío tan grande que estuvo a punto de destruirme. Pero no fue así. El Universo tenía sus planes para mí (y, por supuesto, para mis seres queridos). Recuerdo cuando en una ocasión, de las muchas que tuve que verme con el sacerdote y amigo que ofició la misa en mi matrimonio, le preguntaba entre lágrimas y desesperadamente “¿pero qué quiere Dios que haga, si ya no puedo resistir más esta situación?” y me contestó: “Dios quiere que vivas. Y así no lo estás haciendo. Vive y aprenderás lo que Dios tiene reservado para ti”. Por aquel entonces había recurrido a la Biblia, como tantas otras veces, e incluso a un Breviario Eclesiástico para seguirlo diariamente. Estuve a un paso de volver a estudiar la carrera sacerdotal, como lo había hecho cuando era un niño, pues empecé mis estudios a los 9 años con verdadera vocación, dejándolo a los 15 años cuando “causalmente” me sentí fuertemente conmovido y atraído por la belleza de una chica que me hizo plantearme la carrera sacerdotal. Dejé mis estudios para sacerdote porque ya no podía

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concentrarme como antes en Dios al tener en mi mente continuamente unas vivencias e imágenes que me apartaban de él y que no me permitían, como antes, poder pensar y concentrarme en Dios. Y quería explorar qué significaba todo aquello que tanto me distraía. Pasado un largo período de tiempo, sentía una vez más que tenía la oportunidad ahora de recuperar mi sacerdocio, perdido en sus inicios por una mujer, siendo ahora otra mujer la que me lo podía devolver. Pero no era ese, al parecer, mi destino. Porque, si bien recuperé mi encuentro con Dios, tenían que ocurrirme todavía muchas otras cosas y no era el sacerdocio lo que estaba destinado para mí. Entonces vino a mí, causalmente, el libro que ya había leído en otros momentos de mi vida: “El vendedor más grande del mundo”, de Ogg Mandino. Si bien cuando lo leí por primera vez me gustó y me fue útil para aplicarlo y recomendarlo también en mis seminarios como un libro de mejora personal y de gran utilidad para quienes quieran dedicarse a tareas comerciales, esta segunda vez lo empleé de manera diferente. Me dije a mí mismo ¿por qué no hago como el protagonista del libro y leo al principio de cada mes un pergamino por la mañana, al mediodía y por la noche, esforzándome en aplicar en mi vida lo leído? Y así lo hice. Durante 10 largos meses fui aplicando y adaptando a mi realidad los 10 pergaminos de “El vendedor más grande del mundo”, dándole un enfoque no comercial, sino más vivencial, adaptándolo a mis necesidades y siguiendo todos sus consejos. Cada primer día de cada mes, leía con gratitud el mensaje que, si bien no era nuevo para mí, sí se adaptaba perfectamente a las necesidades de mi alma y mi corazón en aquellos momentos de mi vida. Y con esta ayuda y otras muchas más, conseguí pasar los momentos más difíciles de mi vida. Y lo que fue todavía mejor, empezar a aprender a vivir, como me había dicho mi amigo sacerdote, y estar abierto a lo que Dios tenía reservado para mí. Recuerdo las palabras de Ogg Mandino en su libro “El vendedor más grande del mundo” cuando dice: “… en realidad la experiencia enseña sistemáticamente, y sin embargo su curso de instrucción devora los años del hombre de manera que el valor de sus lecciones disminuye con el tiempo necesario para adquirir su sabiduría especial. Y al final se ha malgastado en hombres que han muerto. Además, la

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experiencia se compara con la moda. Una acción o medida que tuvo éxito hoy será irresoluble e impráctica mañana. Solamente los PRINCIPIOS perduran…”

Y por eso quiero hablar de “PRINCIPIOS”, que pese a las modas, a la economía, la política o lo que queramos decir, están y estarán siempre a nuestro alcance para ayudarnos a ser felices. Porque los PRINCIPIOS suelen ser inalterables, van más allá de los tiempos y las modas, están y siguen estando a prueba y mostrando su permanente validez más allá del tiempo y del espacio. Nos los han ido mostrando infinidad de profetas a lo largo de los tiempos, más allá de las religiones que luego se han creado con sus mensajes. Buda, Jesucristo, Mahoma, Gandhi, Marting Luther King, La Madre Teresa y tantos otros grandes hombres y mujeres, nos han aportado y siguen aportando a la humanidad PRINCIPIOS en los que apoyarnos para ser felices. Pero estoy seguro de que, cuando hablemos de esos PRINCIPIOS, nada les va a resultar extraño. Seguro que les resulta hasta familiar escuchar cuáles son y llegarán a pensar que “para ese viaje no hacen falta estas alforjas”. Bien, eso es correcto, es así. Nada hay de nuevo bajo la tierra, todo se podría decir que está ya dicho e inventado (bueno, si no inventado, sí las bases para que se produzcan los descubrimientos que se van a producir). Pero si es así, si todo ya se sabe y está ya dicho, la pregunta es ¿y por qué no lo hacemos de una puñetera vez? ¿Qué nos impide hacer aquello que tenemos claro que es lo mejor para nosotros y que nos permitirá alcanzar la felicidad? ¿A qué estamos esperando? ¿No tenemos suficiente motivación para hacer lo que hay que hacer? ¿Nos parece poca motivación encontrar la fórmula para regresar al “paraíso terrenal” del que fuimos expulsados? En ocasiones, y no pocas, pensamos que si tuviéramos más salud, o un buen trabajo, o mejores amigos o nos sintiéramos enamorados, seríamos más felices. O, simplemente, que la felicidad es más fácil tenerla cuando tenemos dinero. Y nos excusamos en ello para no sentirnos felices con lo poco o mucho que podamos tener. Como dice Ogg Mandino en su libro “Una mejor manera de vivir”:

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“es bueno tener dinero y las cosas que el dinero puede comprar, pero también es bueno ponerse una que otra vez a reflexionar para estar seguro de no haber perdido las cosas que el dinero no puede comprar. Hay que comunicarse con los demás. La felicidad no es sino el producto secundario de la manera en que uno trata a sus semejantes. Ahora es el momento de ser feliz. Aquí es el lugar para ser feliz. Hay que aprender y comenzar a vivir según las reglas que se le han entregado a usted, reglas que se le presentaron con mucho amor, y compartir su mensaje con otros que piden su apoyo”.

Llegados a este punto, antes de conocer esos principios o reglas en las que basar nuestra vida para ser felices, me parece estar oyéndoles decir que ya han oído hablar mucho, hasta demasiado, de reglas, principios, leyes, consejos, advertencias, mensajes, etc. Que lo que se necesita son menos “palabras” y más acción. Más resultados. Cierto. Así es. Necesitamos pasar a la acción. Porque nadie aprende a nadar si sólo se lee un manual y no se lanza al agua. Nadie juega al tenis o al pádel si no coge su raqueta y practica. Nadie pesca si no tiene la caña y los instrumentos necesarios y no se va al mar o a un río. Por lo tanto, vamos a dar un paso más y a tratar de que, además de enseñarle cómo hacerlo, le motivemos suficientemente como para lanzarse a la práctica de una vez por todas y le apoyemos para seguir el proceso que le llevará a ser un Maestro en la aplicación de los principios. Pero que quede bien claro que, si la acción es lo único que nos hará progresar y realmente hacer nuestras las habilidades que buscamos, una acción sin fundamento, sin objetivos claros, sin la focalización necesaria, sin la técnica correcta a aplicar en cada caso, nos llevará de nuevo a la insatisfacción por no alcanzar lo que buscamos, y al abandono de nuestra misión. No soy experto en ningún deporte, pero he practicado bastantes: fútbol, baloncesto, voleibol, natación, tenis, beisbol, pádel, ciclismo, footting, Tae-KwonDo, ping-pong, piragüismo, rappel, ruffting, senderismo, montañismo… Pero en todos ellos siempre me he fijado en cómo lo hacían los mejores que tenía a mi lado y he comprobado la técnica que poseían y el esfuerzo y entrenamiento que había detrás de aquella aparente facilidad con que practicaban su deporte. Sus

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acciones venían precedidas de un buen conocimiento de las mejores técnicas y de un esfuerzo permanente para lograr sus objetivos. Pues bien, primero aprenderemos algunas de las mejores técnicas mentales (pues son las que realmente condicionan la aparición del estado de la felicidad) y luego hablaremos sobre los principios que debemos seguir para que nuestra acción dirigida a la obtención de ese estado deseado sea permanente y sostenible en nuestra vida. Al final del libro podrán encontrar la relación de temas musicales que se proponen como audición para los diferentes principios, con sus respectivas letras. De esta forma podrán escuchar las canciones cuando estén leyendo alguno de los principios que se exponen, si bien pueden hacer las audiciones de las canciones cuándo y cómo mejor les parezca. ¿Se animan a adentrarse en el mundo conocido, pero seguramente no tan experimentado como quisieran de la felicidad? Pues empecemos por conocer las bases en las que apoyarnos para entender cómo funciona nuestra mente, para pasar después a conocer los 10 principios que nos ayudarán a alcanzar la felicidad y mantenernos en ella para siempre.

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BASES PARA UNA VERDADERA FELICIDAD

Cuando me planteo por qué la gente no suele sentirse feliz, por qué no tiene una vida llena de felicidad, bienestar, dicha, paz, amor y tantas cosas buenas que se supone que hemos venido a buscar en este mundo, a pesar de las cosas que le ocurran o de los impedimentos que se le puedan estar presentando, siempre acabo respondiéndome de la misma forma: no se nos ha enseñado cómo hacerlo. Y, si en el mejor de los casos no ha sido así y se nos han dado las instrucciones pertinentes, la explicación que me doy es porque no hemos asimilado esas enseñanzas suficientemente y hemos puesto de nuestra parte todo cuanto había que poner: trabajo, esfuerzo, dedicación, perseverancia, en definitiva, acción constante, coherente y dirigida hacia nuestro objetivo. Es fácil decir esto y quedarse tan tranquilos sin explicar nada más, dejando que cada uno se rompa los sesos tratando de averiguar cuáles pueden haber sido las causas de no lograrlo cuando te lo habían explicado realmente hasta la saciedad, o cómo hacerlo si nunca nadie nos ha dicho cómo podíamos hacerlo, o cómo lograrlo después de haber sufrido pérdidas económicas, desgracias personales o familiares, enfermedades acompañadas de sufrimiento y dolor, pérdidas de seres queridos, etc. La verdad, no es fácil encontrar respuestas para ello. Y reconozco que depende de cómo enfoquemos las situaciones que la vida nos presenta para que podamos ver o no una salida más acorde con nuestros deseos de paz, bienestar, tranquilidad y felicidad en definitiva. Porque lo que nos ocurra no vamos a poder cambiarlo, pero sí podremos cambiar nuestra manera de ver lo que nos ha ocurrido y, por tanto, elegir cómo interpretar y sentirnos una vez los hechos hayan sucedido. Y en esta segunda vía, sí necesitamos de conocimientos y entrenamiento para poder lograr enfocar las cosas de la manera más adecuada para nuestros objetivos. Y cuando hablamos de conocimientos que debemos asimilar o de trabajo que debemos realizar para la adquisición de las técnicas necesarias o para el desarrollo de las habilidades requeridas,

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entonces es cuando nos enfrentamos a la realidad de nuestra manera de ser o, mejor dicho, de nuestra personalidad forjada a través de nuestras experiencias, que nos facilitará o nos impedirá el mencionado conocimiento o el trabajo que debemos realizar. Lo explicaré de otro modo utilizando una de las parábolas, la del Sembrador, que empleó Jesucristo para explicar el porqué unas semillas crecen y otras no cuando el sembrador lanza su semilla por todo el campo. Sabemos que unas caen en el camino, otras entre los zarzales, otras en las rocas y otras en el terreno que el sembrador había preparado con anterioridad. Por supuesto que las semillas que crecieron lo hicieron solamente en el terreno que el sembrador había preparado adecuadamente. Las otras, aun siendo semillas buenas y que en un principio llegaron a germinar y crecer (salvo las que rápidamente se comieron los pájaros porque cayeron en las rocas o aquellas que fueron pisoteadas al parar en el camino, o las que, aunque crecieron, pronto murieron sofocadas por los zarzales que no las dejaron crecer), no se desarrollaron porque no habían caído en el lugar que estaba preparado para ello. Claro que, en el caso del ser humano, todos venimos a este mundo a ser felices (no quiero entrar en el tema de si nuestro karma nos lo va a permitir o no) y, como semilla que debe germinar y dar frutos en esta vida, depende de dónde caemos, vamos a conseguirlo o no. Y el dónde caemos se refiere a la familia, al entorno socioeconómico, político, cultural, de un país, de una época, de la educación que recibimos, etc. Pero pensar esto nos llevaría a responsabilizar a todas estas circunstancias del porqué logramos o no la felicidad y a sentirnos totalmente predestinados en un sentido u otro, sin opción a realizar acción alguna pensando que no sirve de nada lo que hagamos. Y nada más lejos de la realidad. Porque la experiencia de la vida nos demuestra en muchos casos que nada de esto tiene que ver, ya que la felicidad está al margen de todas esas circunstancias. No debemos pensar así porque nos empujaría a no trabajar para alcanzar la felicidad al considerar que lo que hagamos no va a determinar nuestros resultados, cosa que va en contra de una de las leyes naturales del Universo que es la de causa y efecto, por la que todo cuanto hacemos tiene sus consecuencias, y si

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hacemos algo para alcanzar la felicidad en la dirección correcta, los efectos tienen que llegar por la aplicación misma de esta ley. Así que, lo que nos queda es saber, si somos semilla que ha venido a este mundo, en qué consiste eso de preparar el terreno para que esta semilla fructifique y dé sus mejores frutos. No me queda otra opción que pensar que somos nosotros mismos los que debemos preparar nuestro propio terreno para que esto ocurra. Y ahí es donde tiene sentido lo de venir a este mundo y descubrir qué clase de terreno es éste que pisamos y cómo podemos prepararlo para que fructifiquemos mejor. Dicho de otro modo, el sembrador (Dios o como queramos nombrarle) nos ha lanzado a este mundo. Pero la buena noticia es que no lo ha hecho de forma que unos caigamos en el camino, otros en las rocas, otros entre las zarzas y sólo unos pocos en un terreno bien preparado para crecer y dar fruto. No, esa no ha sido su intención. Él nos ha lanzado y ha puesto como patas a las semillas para que éstas puedan ir libremente a buscar el lugar adecuado para fructificar. ¡Qué divertido! ¿Se imaginan a un montón de semillas con patas buscando cada una dónde ir para encontrar el mejor sitio para crecer? Pues eso somos, un montón de semillas con nuestro “libre albedrío”, tratando de descubrir a dónde ir, qué hacer y dónde encontrar el lugar más adecuado para desarrollarnos como personas. El secreto (que no el truco, pues no se trata de trampa alguna) es que somos nosotros los que debemos crear las condiciones necesarias para que, lo que queramos, ocurra. Y parece ser que todavía no nos hemos enterado de qué va esto de la vida y no sabemos cómo hacer para crear esas condiciones. Recuerdo un libro muy interesante, de fácil lectura y gran moraleja, titulado “La Buena Suerte” de Alex Rovira y Fernando Trias de Bes. En él se plantea la comparación entre dos vidas que se cruzan donde una lamenta su “mala suerte” y la otra bendice su “buena suerte”. Cuando cada uno cuenta la historia que hay detrás de su mala o buena suerte, aparece lo que llamamos sus patrones mentales subyacentes que fueron los que les llevaron en sus respectivos casos a los resultados que obtuvieron. Lo interesante del libro es la historia que narra el de la buena suerte que le había contado su abuelo y que se le quedó grabada como patrón mental de estilo de vida que debería seguir. En esa historia, situada también

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hacia la Edad Media, se cuenta que va a nacer en breve un trébol de 4 hojas y que quien lo encuentre y lo posea, tendrá toda la suerte del mundo a su favor. Todos cuantos oyeron esta noticia se pusieron en marcha para encontrarlo, pero al cabo de algún tiempo muy pocos continuaron en su empeño de buscar “ese sueño” que creyeron era pura fantasía. Sólo dos quedaron para seguir en su búsqueda, mas sólo uno de ellos hizo lo correcto para encontrarlo, porque cuanta más información recibían ambos de cuáles podían ser las condiciones necesarias para que ese trébol apareciese y dónde se podía encontrar, uno buscaba el lugar que reuniese esas condiciones y el otro se dedicaba a crear esas condiciones. La moraleja de la historia es que el lugar “adecuado” para que el trébol naciese no existía, sino que había que crearlo, cosa que hizo uno de los dos. Pues esta historia me gusta para resumir lo que considero que debe ser la manera de encontrar la felicidad. Y no es otra que la de conocer cuáles deben ser las condiciones que debemos crear para que el terreno esté adecuadamente preparado y pueda germinar su semilla que llevamos con nosotros mismos. Y eso es lo que pretendo hacer a lo largo de este libro, explicar que el terreno que debemos preparar no está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros mismos que es donde está la semilla. Que debemos conocer bien ese terreno, es decir, cómo es nuestro cuerpo, nuestro cerebro, nuestra mente y nuestra energía espiritual (o alma o como queramos llamar a esa parte de nosotros que, como la energía, no se destruye sino que se transforma). Y conocer cómo funcionan y cómo podemos hacer para que estén en perfectas condiciones, adecuadamente preparados para que fructifique nuestra semilla. Vivimos ya en el siglo XXI y, por suerte para todos nosotros, pese a los muchos males que todavía están presentes, tenemos a nuestro alcance también infinidad de cosas buenas que debemos saber aprovechar. Y una de ellas es lo que internet nos facilita, que no es otra cosa que acceso ilimitado a toda la información que se mueve en este planeta. Y esto, como digo, es para bien y para mal también. Cuántas veces hemos oído que los instrumentos y herramientas al alcance del ser humano no son buenos o malos en sí mismos, sino que lo son en función del uso que hacemos de ellos.

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Así pues, con toda la información que está a nuestro alcance, el reto para todos nosotros es tener criterio para seleccionar lo que nos interesa y adquirir la información y la formación de aquello que está en línea con lo que queremos ser. Y, en lo que a felicidad se refiere, hay tanta información, hay tantos autores que han escrito sobre ella, tantos expertos que han mostrado su punto de vista, que, sinceramente, estuve a punto de abandonar la tarea de escribir algo sobre lo que tanto se había escrito ya. Pero intervino una parte de mí, la del profesor de escuela y pedagogo que fui durante años, la que me impulsó a poner mi propio “orden” en este tema y a contribuir humildemente a que otros puedan aprovechar mi trabajo para tener las cosas un poquito más fáciles a la hora de aprender a ser felices. Por esta razón he empezado a hablar de lo que considero que es previo a todo, es decir, aclarar las bases en las que la felicidad se sustenta, bases que son fundamentalmente psicológicas, porque somos seres mentales, para luego abordar los principios que debemos seguir para alcanzarla y mantenerla. Y, ¿por qué digo que hablaremos de las bases para una “verdadera” felicidad? ¿Es que acaso existe alguna felicidad que no sea verdadera? Buena pregunta. Pues yo diría que sí, que en no pocas ocasiones las personas se sienten o dicen que son felices porque tienen por momentos sensaciones placenteras, perciben aspectos de la felicidad, pueden incluso llegar a decir que su vida es completamente feliz. Pero (siempre hay un pero…) se les escapa por momentos esa sensación, ese estado momentáneo cuando ocurre algo imprevisto, una quiebra, un fracaso, una desgracia… y todo se desmorona como si hubiéramos vivido un “sueño”, como si esa felicidad que teníamos no fuera tan “verdadera”, pareciendo que el destino en la vida de todo ser humano fuese el encontrar la felicidad sólo en momentos concretos para luego verla desaparecer de nuevo hasta que “algo” o “alguien” nos las vuelve a poner a nuestro alcance. También nos ocurre que no todos estamos de acuerdo acerca de lo que consideramos que es la Felicidad. Porque seguramente existen tantas maneras de verla o definirla como personas somos.

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Seguro que todo el mundo pone matices que la hacen diferente según la edad, cultura, educación, religión, país, posición económica, etc. Pero si nos ponemos a analizar los aspectos con los que la definiríamos, veremos que podemos ponernos de acuerdo, al menos, en aquellos que forman parte integral de ella y aquellos otros que no van unidos inexorablemente o cuya presencia no es requisito “sine qua non” para tenerla. ¡Y, aun así, nos encontraríamos con sorpresas! Pero veámoslo. 1.- QUÉ ES Y QUÉ NO ES LA FELICIDAD Se ha hecho un ejercicio sencillo en repetidas ocasiones ante un numeroso público, pidiendo que escribieran en una hoja aquellas cosas que consideran que son la felicidad, poniendo en primer lugar la que consideran la más importante, así hasta la menor en importancia. La sorpresa al finalizar el ejercicio viene al comprobar que existen muy pocas coincidencias en el orden de preferencia, si bien existen más en los aspectos que la definen. ¿Cuándo decimos que una persona es FELIZ? ¿Cuando tiene una gran casa, dinero, muchos amigos, un buen puesto de trabajo, un matrimonio feliz, unos hijos maravillosos, es simpático, tiene estudios...? Si tuviéramos que ponernos de acuerdo en lo que consideramos que NO es la Felicidad, y aun a riesgo de equivocarme (seguro que lo hago para muchos, pues no son pocos los que hasta ahora han basado su felicidad en algunos de los aspectos que a continuación señalo), la felicidad NO es: -Ser inteligente: Porque todas las personas con un cociente intelectual elevado no alcanzan la felicidad, ni todos los que la alcanzan son especialmente inteligentes. Pero a pesar de esta observación, la gente sigue pensando que existe una elevada correspondencia entre este aspecto y la felicidad. -Tener dinero: Porque si así fuera, podríamos optar por jugar a la lotería, la quiniela, la bonoloto o lo que fuera y, si nos tocara, cosa que sabemos ocurre poco, seríamos felices sin necesidad de hacer nada más. Por una parte sabemos que las estadísticas de los

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estudios realizados a quienes les tocó la lotería hablan de que en muchos de los casos el dinero no les reportó a estas personas la felicidad que esperaban, sino que volvieron en su inmensa mayoría a niveles económicos anteriores apenas pasados unos pocos años e incluso bastantes de ellos terminaron peor de lo que estaban no sólo a nivel económico sino personal. Porque como dice Harv Eker en su libro “Los Secretos de la Mente Millonaria” (nos referiremos en más ocasiones a este autor por la forma en que aborda esta y otras cuestiones), sus patrones de dinero no eran los adecuados. Por otra parte, hay personas que son felices sin necesitar o tener dinero, y otras que, teniendo mucho, no consiguen ser felices. - Tener suerte: Si recordamos las palabras del libro “La buena suerte”, sabremos que no existe la suerte como tal, y la buena suerte es la única que existe, siendo el resultado de las circunstancias que nosotros creamos para que se produzcan las cosas que queremos. Y lo mismo nos dirá la Ley de causa y efecto, como veremos más adelante. Si la felicidad fuera cuestión de suerte, viviríamos totalmente al albur de lo que nos ocurriese, como veletas que lleva el viento según éste nos es favorable o no. Y hay personas que pese a que otros consideran que han tenido mala suerte, se han sobrepuesto a las “negativas” circunstancias y han alcanzado la felicidad. -Tener educación: Ni todas las personas con educación son felices, ni son infelices quienes tienen un nivel educativo bajo. Encontramos personas que en su “ignorancia” son felices (habría que discutir mucho lo de la ignorancia, porque en nuestra cultura solemos considerar ignorantes a personas indígenas, de culturas más atrasadas, y sin embargo son suficientemente cultas para el entorno en el que viven y pueden ser felices perfectamente). Y personas que son muy cultas y se sienten desdichadas. -Tener un aspecto físico inmejorable. Probablemente tenemos conocidos que tienen una imagen deficiente y han logrado la felicidad. Si el aspecto físico inmejorable fuera la única causa de la felicidad o la más importante, casi todos seríamos felices puesto que el aspecto físico hoy en día es mejorable siempre. Las modelos tienen un aspecto físico inmejorable, los artistas, los deportistas, etc. Cuando su carrera profesional se acaba ¿siguen sintiéndose felices?

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Este es, sin embargo, uno de los “cliches” que en nuestra civilización actual más se usa para hacernos creer que alcanzaremos la felicidad poseyendo belleza, un cuerpo extraordinario y bien moldeado. Y asociado a ello nos “venden” infinidad de remedios o soluciones para alcanzarlo. Obviamente todos esos remedios cuestan dinero, que no esfuerzo, y muchas personas siguen pensando que con el dinero podrán comprar esos “remedios” que les permitirán alcanzar la felicidad prometida sin tener que esforzarse lo más mínimo. Y, por supuesto, siguen pensando que buscando fuera de ellos mismos encontrarán la felicidad. - Tener muchos amigos y contactos: Cada uno de nosotros probablemente conozca a alguien con muchos amigos y contactos y sin embargo no lo definiríamos como persona feliz. Muchas personas confunden a los “conocidos” con los “amigos”. No voy a describir las muchas diferencias que existen. Pero hoy en día la mayoría cree que la “fama”, que da muchos “conocidos” y “admiradores”, nos va a reportar la felicidad. ¿Cuántos actores, cantantes, modelos, presentadores de televisión, periodistas, políticos, empresarios, toreros, etc. no consiguen que la fama y sus admiradores les reporten la felicidad deseada? Todos estos aspectos pueden ayudar a la felicidad, pero no la determinan. Ninguno de ellos por sí solo puede asegurarnos tener la felicidad y mantenerla para siempre. Entonces, ¿Qué aspectos se consideran que nos ayudarán a ser felices? Veamos a continuación qué aspectos se han observado en aquellas personas que manifiestan un elevado y permanente estado de felicidad. Para esas personas, la felicidad sí es: - Estar satisfecho con uno mismo. Estar en paz interior, estar libre de miedos, estrés, ansiedad, necesidad, carencia, emociones negativas, sentimientos de culpabilidad... Es uno de los componentes fundamentales de la felicidad puesto que si tenemos los demás pero no hay serenidad, no podremos disfrutarlos. Prueba de ello es la imagen tan difundida por los medios de comunicación del rico empresario con problemas de estrés. Tiene dinero, amistades,

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relaciones sexuales variadas y satisfactorias, una gran casa, viajes, lujo, placer... Sin embargo, se queja de que no tiene tiempo suficiente para disfrutarlo o que, pese a tener todo eso, sigue sintiendo un vacío en su interior que no le hace sentirse plenamente dichoso y feliz. Para estar satisfechos de nosotros mismos, debemos conocernos lo mejor posible, reconocer nuestros puntos fuertes y débiles con sinceridad y comprender por qué hacemos lo que hacemos y cómo podemos mejorar aquello que no nos gusta de nosotros; aceptarnos y amarnos a nosotros mismos para poder aceptar y amar a los demás; mejorar nuestra autoestima, las actitudes de nosotros hacia nuestra persona (atributos físicos, inteligencia, rendimiento, salud, valores personales...) Una alta autoestima es indicadora de una persona feliz; por el contrario, una baja autoestima provoca en la persona sentimientos de ansiedad, autorrechazo y desconfianza personal que podría conducir a alteraciones psicosomáticas. La autoestima se relaciona también con el autoconcepto, con las evaluaciones que el sujeto hace de sí mismo y que incluye la imagen que él cree que otros tienen de él y la imagen de la persona que le gustaría ser: “¿Cómo soy?, ¿cómo pienso que me ven? y ¿cómo me gustaría ser?”. El punto de partida para el autoconocimiento es admitir que cada uno de nosotros somos seres únicos. No hay dos personas iguales. La persona satisfecha de sí misma se siente autorrealizada. El hombre nace con unas capacidades y potencialidades latentes cuya actualización conduce a la plenitud personal. La persona autorrealizada percibe de modo más eficiente la realidad, se acepta a sí misma y a los demás, es espontánea, autónoma, capaz de apreciar los bienes básicos de la vida, es creativa, tiene serenidad, salud y energía. La mayoría de personas no llega a autorrealizarse por razones muy diversas, como veremos. - Estar Sano. Entendemos por salud no sólo el concepto biológico de "ausencia de enfermedad", sino un estado de bienestar físico y psíquico. Estamos observando hoy en día la existencia de un modelo pluricausal de enfermedad en el que los factores psicosociales

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se conectan con los puramente físicos. Esta visión nos lleva a afirmar la estrecha relación entre salud, energía y satisfacción personal: a mayor satisfacción personal, mayor nivel de salud y energía. La serenidad que da el sentirse a gusto con uno mismo disminuye la vulnerabilidad del organismo al desarrollo de la enfermedad y viceversa. Acontecimientos o estados psicológicos estresantes pueden ser suficientes para influir en el proceso del "enfermar” humano. Relacionarse bien con los demás. El ser humano está originalmente inclinado a interesarse por los estímulos sociales y a vincularse de forma especialmente fuerte a ciertas personas, y esa necesidad está presente a lo largo de toda nuestra vida. La carencia emocional origina fuertes trastornos en la personalidad de los sujetos. Durante la infancia, los lazos se establecen con los padres a los que se recurre en busca de protección, consuelo y apoyo. Durante la adolescencia y vida adulta, estos lazos persisten, pero son complementados por nuevos lazos. Tengamos presente que el ser humano es por naturaleza un ser social, por lo tanto la calidad y cantidad de relaciones afectivas será una medida de cómo nos va en tanto que seres humanos. La mayor parte de nuestra felicidad en la vida vendrá determinada por lo bien que nos llevemos con los demás puesto que esto elevará nuestra serenidad, salud y energía. Podemos medir las relaciones afectivas a través de la risa. Si pensamos en nosotros mismos: cuando establecemos relaciones placenteras, seguro que nos reímos y utilizamos la sonrisa como nuestra mejor carta de presentación. Pero si la relación va mal o no nos complace o no tenemos ningún interés en ella, la risa desaparece. - Tener cierta libertad económica. No nos equivoquemos pensando en el dinero como fin, o en vivir para ganar dinero en lugar de tener dinero para vivir, es decir, tener la necesaria libertad económica para vivir sin las preocupaciones que nos da el no tener una economía suficiente. Considerar el dinero como fin es negar la felicidad porque al hacer del dinero nuestro único objetivo perdemos serenidad, salud y energía. No vamos a negar que el dinero ayuda a la felicidad, pues es un gran medio para alcanzar y disfrutar nuestras metas. Sin embargo, al hablar de libertad económica nos referimos a

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tener el dinero suficiente para cubrir nuestras necesidades y no tener que preocuparnos por él. Y, en este sentido, muchos somos los que tenemos una relación con el dinero un tanto negativa y debemos averiguar cuáles pueden ser las razones, que no son otras que patrones mentales negativos respecto del dinero, que nos han condicionado para no ganarlo sobradamente. Porque lo bien cierto es que si no lo tenemos, nuestras dificultades para sentirnos felices van a ser mayores. - Saber hacia dónde nos dirigimos. Se trata de diseñar anticipadamente nuestro proyecto de vida, saber hacia dónde nos queremos dirigir. Para ello, es importante marcarnos metas, porque nos impulsarán a la acción, nos darán objetivos concretos por los que esforzarnos y superarnos, cosas concretas en las que apoyarnos y por las que luchar, objetivos con los que comprometernos y que nos entusiasmarán. Es evidente que las metas deben ser descritas con claridad y realismo y de forma consecuente a los propios valores. Es importante focalizar nuestra atención en aquello que queremos, porque de esta forma toda nuestra potencialidad se activa para estar a nuestro servicio. Cuando el capitán de un barco pone rumbo a una dirección concreta, toda la energía que se emplea es aprovechada mejor desde el momento en que el timón está correctamente orientado y tan sólo se emplea una pequeña energía para corregir pequeñas desviaciones que inevitablemente hay que hacer.