ANTONIO MACHADO Y LA MIRADA DE LEONOR 1. INTRODUCCIÓN Este año, mediados de abril de 2012, se cumple el centenario de la publicación del poemario ‘Campos de Castilla’ de Antonio Machado, que puso por vez primera a Soria en el mapa cultural de España. Además, toca recordar los 100 años del fallecimiento de Leonor Izquierdo Cuevas. Será el 1º de agosto, pues ‘fue a las diez de la noche / en la calle Estudios, 7 / con dieciocho años cumplidos / ¡maldita la mala muerte! / cuando Leonor expiró’. Se cerraba así el negro paréntesis abierto el 13 de julio de 1911 en París, al evidenciar la joven esposa, mediante un vómito de sangre, los síntomas de la letal tuberculosis, el llamado mal del siglo. Sucedió en París, sí; ‘cuando la enfermedad de Leonor nos hirió como un rayo en plena felicidad’, diría Machado. Creo que ya saben los lectores los detalles de esta tristísima historia de amor. Desde que Antonio, viudo en Baeza, pidiera a su buen amigo José María Palacio que subiera al alto Espino ‘donde está su tierra’ y le llevara flores a su difunta esposa, generaciones sucesivas de sorianos continúan ese ritual, en respuesta a tan piadosa petición. En especial, los alumnos de su Instituto que, todos los años, el día 22 de febrero, aniversario de la muerte de Machado en Collioure, ascienden al cementerio y recitan poemas en su honor. Y depositan sobre la tumba de Leonor aquellas flores frescas prometidas.

CXXVI- A JOSÉ MARÍA PALACIO Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos?.. (…) Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra.

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2. LEONOR Es un hecho que la figura de Leonor Izquierdo Cuevas, hija de Ceferino Izquierdo Caballero y de Isabel Cuevas Acebes, sigue siendo un pequeño misterio; un personaje real y literario todavía por descubrir y describir. Se ha hablado y escrito de lo joven que era – 15 años - cuando se casó con Antonio Machado; de la fecha de su nacimiento, el 12 de junio de 1894; del lugar en donde nació, en el Castillo de Almenar, a 25 kilómetro de Soria; de la casa en donde murió, calle de los Estudios 7; que llega a Soria en enero de 1908 con 13 años; que era la hija mayor(13 años) de los dueños de la pensión en la que estaba hospedado Antonio; pero, salvo las dos fotografías de su boda, muy pocos documentos más han venido a completar su corta biografía. Leonor, como hemos mencionado, nace un 12 de junio de 1894, en el Castillo de Almenar de Soria. La causa de este curioso hecho, no es más que el padre, Ceferino Izquierdo, es sargento de la Guardia Civil en el cuartel situado dentro del Castillo, que es también hospedaje para los familiares. Se jubilará 13 años después, en 1907, y todavía el cuartel conservará su emplazamiento hasta 1940. El Castillo, que se conserva hoy en día en muy buenas condiciones, tiene en su entrada una placa en recuerdo del nacimiento de su hija predilecta, Leonor Izquierdo. Leonor fue bautizada en la Iglesia de San Pedro Apóstol del siglo XVIII, situada en la misma localidad. Era, según la descripción que hizo José Tudela en 1958, en una conferencia que dio en París: “baja, menuda, enfermiza, nerviosa, viva, de familia humilde, de tíos barberos y practicantes, bella, austera, sencilla, ingenua, tímida”. Tuñón de Lara, Gervasio Manrique, Pedro Chico y Rello, Mariano Granados Aguirre, José Posada, y otros amigos y estudiosos machadianos se han acercado a su perfil en los mismos o parecidos términos. Leonor era una chica morena pero pálida, con unos ojos profundos y oscuros y una mirada “como la de una gacela sorprendida”, según palabras de Mariano Granados, que en aquella época fue alumno de Machado y compañero de juegos de Leonor, y observaba cómo la niña soñaba desde el balcón con los versos del poeta, tal vez para huir de la realidad autoritaria del padre, que según relata Mariano Granados Aguirre era “hombre autoritario, de mal genio, que se embriagaba con frecuencia”. José Posada, otro amigo de la familia, la recordaba “menuda y trigueña, de alta frente y de ojos oscuros”, y que, según se decía, el poeta la seguía desde lejos por la ribera del Duero cuando salía de paseo con sus tías y hermanos, “o tras de su ventana la miraba en el balcón frontero, o escuchaba embelesado sus paliques”. Según Pedro Chico y Rello, que llegó a Soria en 1917 para tomar posesión de la cátedra de Geografía en la Escuela Normal, y que paró en la misma pensión, Isabel Cuevas, la madre de Leonor, era una persona no solo hermosa sino muy buena, “personificación de la auténtica dama soriana y castellana, con todas sus cualidades de dignidad, de religiosidad y de bondad; de valor heroico y una gran simpatía”. “De talla mediana; el cabello, castaño, un poco ondulado; no se ponía afeites: una niña; los ojos, morenos oscuros; la tez, más bien sonrosada; la voz un poco

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aniñada. Le parecía en todo a la madre”. Así recordaba a Leonor su tía, Concha Cuevas. De todos los adjetivos que se le han atribuido, yo destacaría el que le dedicó José María Palacio en un artículo publicado, tres días después de su muerte, en El Porvenir Castellano: “Doña Leonor Izquierdo de Machado, tan joven, tan buena, tan bella, tan digna del hombre en cuyo corazón es todo generosidad y en cuyo cerebro dominan potentes destellos de inteligencia, ha muerto, y ¡parece mentira! ¡Pobre Leonor!”. Una de las pocas novedades de la llegada a Soria de Antonio Machado ha sido precisamente la hipótesis del lugar exacto de su primer encuentro. En un artículo publicado en el Heraldo de Soria, el 25 de abril, Julio Santamaría Calvo, en base a una revisión del padrón de 1905, afirmaba que la familia de Leonor Izquierdo habría estado empadronada, desde finales del mes de septiembre de 1907, en la pensión –Calle del Collado 50- de su tía, Concha Cuevas Acebes, cuya fotografía y la de su marido es portada en la revista IDIOMAS, de la EOI de Soria. La hipótesis parece verosímil si tenemos en cuenta que, según se desprende del expediente militar, entregado por la Sección Guardia Civil del Archivo General del Ministerio del Interior a Ramón Fernández Palmeral, con fecha 7 de noviembre de 2006, al padre de Leonor, Ceferino Izquierdo Caballero, le concedieron licencia absoluta de Guardia Civil el 31 de agosto de 1907. Tenía entonces 37 años: 5 menos que Machado. Así que es muy probable que Antonio Machado y Leonor Izquierdo hubieran convivido en la misma pensión desde la llegada de ambos a Soria. De su educación, costumbres, aficiones, creencias, pocas cosas se saben. Recordando una de las visitas que hiciera a Leonor mientras tomaba el sol y el aire en El Mirón, José María Palacio destaca lo que podría ser un pequeño y significativo rasgo de su personalidad: “Cuando yo llevé las rosas estaba sola Leonor. ¡Y cuánto la alegraron nuestras flores!” En aquella época la mujer ejercía, oficialmente, “las labores propias de su sexo”. Se podía leer en algún diario como el “Porvenir Castellano” que “La sociedad española no ha despertado más ideal en la mujer que el matrimonio”. Soria era una provincia en la que, en 1900, el 67% de las mujeres eran analfabetas, frente al 33% de hombres, y se debatía la posibilidad de que la mujer pudiera ser ella misma, instruirse, y no solo “esposa, madre e hija”. Antes de abordar el influjo de Leonor en la obra poética de Antonio Machado, es importante saber que su presencia en dicha obra coincide con su muerte. Y será después, instalado Antonio Machado en Baeza, cuando el poeta sevillano la incorporará en su mundo poético, componiendo en torno a su figura desaparecida versos verdaderamente hermosos.

3. LEONOR: NIÑA O MUJER Como muchos sabrán, Leonor Izquierdo tenía, cuando se casó, 15 años, frente a los 34 recién cumplidos de Antonio Machado. También es conocido el hecho de que

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Leonor tenía 13 años cuando conoció a Antonio y tuvieron que esperar a que Leonor cumpliera los 15 para que se pudieran casar, ya que era la edad legal para ello y con permiso paterno. “Apenas sabemos nada acerca del desarrollo de la relación que, de entrada, desconcierta por la poca edad de Leonor”, insiste Ian Gibson en su “Ligero de equipaje”. En efecto, poco se sabe de esa relación, pues, aunque no se ha destacado apenas este hecho, la discreción fue una de las virtudes que más cultivó Antonio Machado a su paso por Soria. También conocían aquella relación, José María Palacio, casado con una prima de Leonor, D. Gregorio Martínez Martínez, Director del Instituto General y Técnico, y el catedrático del Instituto, D. Federico Zunón, que fue el encargado de hacer la petición de mano, en nombre de la madre de Antonio Machado. Y conocían asimismo a Leonor muchos de los habitantes de Soria: vecinos, amigas, amigos, familia, etc. Es decir, que la niña, la amiga que juega con sus amigas, la soriana, la hija de sorianos, Leonor Izquierdo, fue siempre para ellos, y para nosotros, por supuesto, la mujer que decidió compartir con Antonio Machado —uno de los intelectuales más importantes de la historia contemporánea española— los últimos tres años de su vida. Heliodoro Carpintero, que dedicó muchas horas de su vida a investigar los años sorianos de Machado, estableció una interesante hipótesis: el poeta, al principio, vería en Leonor a “una niña de 13 años que, sin duda, tuvo que evocarle a la hermana muerta”. Es posible. Como sabemos, el fallecimiento de Cipriana en 1900, a los 14 años, había sido un golpe muy duro para la familia. Pero ¿cómo, para un hombre tan tímido con las mujeres, quizás temeroso de ser rechazado, tratar de iniciar el noviazgo? Según Carpintero, acudió a un “curioso procedimiento” para cerciorarse de los sentimientos de Leonor, que era declarar los suyos en unos versos y dejarlos “con cuidadoso descuido” para que ella los leyera. Se trataba del poema, originalmente titulado “Soledades”, que terminaba, después de la evocación de una monjita espiada por el poeta, con tres versos, de divertida rima, acerca de cuya significación la pretendida no podía albergar ninguna duda: “Y la niña que yo quiero, ¡ay! preferirá casarse con un mocito barbero”. Leonor decidió que lo que ella prefería era casarse con el poeta —parece ser que hubo realmente un joven barbero—, y de alguna manera se lo hizo saber así. Machado luego pidió su mano a través de Federico Zunón Díaz, su colega de instituto y compañero de pensión. Antonio Machado y Leonor se casaron el 30 de julio de 1909, a las 10 de la mañana, en la iglesia de Santa María la Mayor. En el recorrido que hacen desde la calle de los Estudios hasta la plaza de San Blas y el Rosel, girando al llegar a la izquierda para acceder ya desde la calle Collado hasta la Plaza Mayor, se acercan multitud de curiosos, algunos de intenciones dudosas. La madrina es la madre de don

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Antonio, doña Ana Ruiz, mientras que el padrino será un tío de Leonor, don Gregorio Cuevas Acebes, de profesión cirujano-dentista. Cuando termina la ceremonia y salen los novios ya casados, un grupo de personas escondidas bajo los soportales, increpan a la pareja con burlas y gritos. La diferencia de edad es la causa de este incidente. Antonio Machado sólo se quejó de la ceremonia, que calificó años más tarde como “un verdadero suplicio”. Las muestras de intolerancia que, al parecer, tuvo que soportar el matrimonio, no empañaron en absoluto su absoluta admiración por la ciudad y por sus gentes: “Soria —proclamaría, junto a la ermita de San Saturio, en 1932— es una escuela admirable de humanismo, de democracia y de dignidad.” Un periódico local, Tierra Soriana, escribió: "A la boda asistió el Claustro de profesores del Instituto y un buen número de amigos y familiares de los contrayentes. Los invitados fueron espléndidamente obsequiados en casa de los padres de la novia con pastas, dulces y licores exquisitos… A propósito de la ceremonia de ayer no nos explicamos todavía la insana curiosidad que en actos semejantes se suele despertar en gentes desocupadas. Tampoco nos explicamos lo ocurrido anoche en la estación, donde unos cuantos jóvenes inmaduros faltaron el respeto que se debe a todo el mundo, y que desdicen mucho de la indudable cultura de nuestro pueblo."

4. MACHADO: DUELO POR LA MUERTE DE SU ESPOSA Tras la ceremonia, los recién casados pensaban llegar a Barcelona en viajes de bodas, pero no se pudo por los sucesos de la Semana Trágica. En Zaragoza se enteran de que, debido a la huelga general que se ha declarado en Barcelona como protesta por el envío de reservistas a África, se ha cortado la comunicación ferroviaria con la misma. Pasaron entonces el verano en Fuenterrabía. Vueltos a Soria, tras un período de trabajo escolar, se le concede a Machado una beca para seguir cursos de Filología Francesa en París y perfeccionar sus conocimientos de lengua francesa, situación que aprovecharía para asistir a algunas clases de filosofía dictadas por Henry Bergson. Los años que transcurrieron hasta la muerte de Leonor (el 1 de agosto de 1912) fueron, seguramente, los únicos verdaderamente dichosos en la vida del poeta. En una carta dirigida muchos años después desde Segovia a don Pedro Chico, que habitó en la misma casa soriana, escribe: «Si la felicidad es algo posible y real —lo que a veces pienso— yo la identificaría mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer, cuyo recuerdo constituye el fondo más sólido de mi espíritu». Partió con su mujer a París a comienzos de 1911. La enfermedad de Leonor se manifestó de súbito en París, en la víspera del 14 de julio, en medio de la alegría general y el alboroto de los festejos de la fiesta nacional. De modo inesperado se presenta la hemoptisis "como si cien cuchillos hubieran desgarrado por dentro a la delicada mujer". Tras un mes y medio de internación, el médico recomienda la vuelta a España. Machado, escribirá una carta a su amigo Rubén Darío contándole lo sucedido y la necesidad de prestarle algún dinero para volver a Soria con su enferma esposa. Un período de alivio en Soria, pero hacia finales de año, sufre una recaída que acelera la dolencia. El fin está cada vez más cerca.

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Antonio no quiere saber nada ni hacer otra cosa que no sea vivir prendido del curso de la enfermedad de su esposa. Más enamorado que nunca, se olvida de su poesía, de su cátedra, de cuanto le atañe o le rodea. Pérez Ferrero describe los cuidados de Antonio, su heroísmo al luchar por su vida, su desesperación cuando sabe que va a perderla, al punto de hacer todo lo posible por provocarse el contagio del mal y no sobrevivirle. Ráfagas de obseso le cruzan la mente. A escondidas posa los labios donde la enferma acaba de beber, respira avariciosamente su aliento, se recrea en el tacto de todo lo que ella toca; aunque en momentos de calma comprende la necesidad de su fortaleza para atender su cuidado. A ella, la exquisita solicitud de su marido la colma de consuelo. Se diría que es completamente feliz, por lo animosa que está y por su claro optimismo, que no decae. Como necesita tomar aire, Antonio ha hecho fabricar un cochecito que él mismo empuja. Su paso es un espectáculo que la ciudad contempla llena de emoción y respeto. Cada día sube con Leonor hasta la ermita del Mirón y la deja en la tapia para que le dé el sol. Mientras, Antonio, se asoma con la excusa de ver el paisaje. Llora sin consuelo, ante la injusticia de su vida y de su mujer. Pero de un hilo depende la felicidad del hombre. Sin embargo, pese a los atentos cuidados de su esposo, el 1 de agosto de 1912, “a las diez de la noche, en la calle Estudios nº 7, a los 18 años de edad, casada con don Antonio Machado Ruiz, de cuyo matrimonio no ha quedado sucesión” muere Leonor, según recoge el Acta de defunción. Los periódicos locales recogen la noticia: “Los funerales se celebrarán al día siguiente en la iglesia de La Mayor donde, casi exactamente tres años antes, se habían casado. Sus restos reposarán en el Cementerio de El Espino. Había nacido en Almenar de Soria el día 12 de junio de 1894. Descanse en paz”. Ocho días más tarde, Antonio Machado, abatido por la tragedia, abandonará Soria. Su etapa soriana quedaría físicamente cerrada para siempre, aunque el recuerdo de estas tierras y de su joven amor permanecerían en la memoria del poeta hasta su muerte. Volvería veinte años después (el 5 de octubre de 1932) para recibir el homenaje de la ciudad, otorgándole el título de Hijo adoptivo de Soria, en la Plazoleta de San Saturio, llamada “Rincón del poeta”. Tenía 57 años. En la ficha facilitada a Miguel Moreno Moreno por el Capellán del Cementerio, Félix Losada, en Soria, el 31 de agosto de 1854, se hace constar que el día 13 de mayo de 1938 se exhumaron los restos, que se hallaban en la sepultura nº 432 grado 2º, 1º Norte, trasladándose a la sepultura nº 810 grado 1º, 2º Norte de este mismo cementerio, con su lápida primitiva, donde actualmente reposan. El homenaje y el cariño que recibe el poeta por parte de todos los sorianos es grande. La noticia de su fallecimiento fue recogida en todos los periódicos sorianos. El diario El Porvenir Castellano publicaría el 5 de agosto la esquela en la primera página: “Doña Leonor Izquierdo Cuevas de Machado, falleció en Soria el 1 de agosto de 1912, a los 18 años de edad. La redacción de El Porvenir Castellano: su desconsolado esposo, D. Antonio Machado; padres D. Ceferino Izquierdo y D.ª Isabel Cuevas; madre política, D.ª Ana Ruiz; hermanos. Sinforiano y Antonia; hermanos políticos, D. Manuel, D. José, D. Joaquín, D.ª Eulalia y D. Francisco y demás familia, SUPLICAN A LOS LECTORES UNA ORACIÓN POR EL ALMA DE LA FINADA. D.E.P.”.

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José María Palacio, amigo del poeta y director del periódico local El Porvenir Castellano, escribiría el mismo día 5 de agosto en un artículo: “Pocas veces con más razón que en la presente podremos decir que el dolor embarga nuestro ánimo y que es muy difícil que el entendimiento tenga la lucidez necesaria para reflejar sobre unas cuartillas la verdad y la intensidad de aquel. Ha muerto la esposa amantísima de nuestro entrañable, del amigo del alma don Antonio Machado. Doña Leonor Izquierdo de Machado, tan joven, tan buena, tan bella, tan digna del hombre en cuyo corazón es todo generosidad y en cuyo cerebro dominan potentes destellos de inteligencia, ha muerto, y ¡parece mentira! ¡Pobre Leonor!... Yo añadiría: “¡Y pobre Antonio!

El poeta dialoga con la muerte. Una noche de verano estaba abierto el balcón y la puerta de mi casala muerte en mi casa entró. Se fue acercando a su lecho —ni siquiera me miró— con los dedos muy finos algo muy tenue rompió. Silenciosa y sin mirarme, la muerte otra vez pasó delante de mí. ¿Qué has hecho? La muerte no respondió. Mi niña quedó tranquila, dolido mi corazón. Ay, que lo que la muerte ha roto era un hilo entre los dos.

Dos años después de que Machado compusiera este poema, Sigmund Freud, refiriéndose a otro poeta taciturno, joven y célebre, escribía tres páginas hermosas bajo el título de "Lo perecedero". El poeta en cuestión había expresado una encendida reflexión sobre las consecuencias anímicas de perder lo que amamos o de comprender de pronto la caducidad de lo que creíamos estable. Afirmaba que de ello pueden derivarse dos tendencias psíquicas. Una conduciría al hastío del mundo, a la incapacidad de solazarse frente al esplendor de la belleza condenada a perecer; la otra, a la rebeldía contra esta pretendida fatalidad. En la obra de Machado encontramos testimonios de esta última reacción: Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

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Pareciera cotejarse, en actitud prometeica, con la fuerza de Dios, elevando el clamor de su rebeldía. Con Machado comprendemos que en el duelo vive también la esperanza: el creer firmemente que uno recobrará el objeto perdido. Soñé que tú me llevabas por una blanca vereda, en medio del campo verde, hacia el azul de las sierras, hacia los montes azules, una mañana serena. Sentí tu mano en la mía, tu mano de compañera, tu voz de niña en mi oído como una campana nueva, como una campana virgen de un alba de primavera. ¡Eran tu voz y tu mano, en sueños, tan verdaderas!... Vive esperanza: ¡quién sabe lo que se traga la tierra! Y en otra Dice la esperanza: un día la verás, si bien esperas. Dice la desesperanza: sólo tu amargura es ella. Late corazón...no todo se lo ha tragado la tierra.

5. LEONOR: MUJER REAL Y PERSONAJE LITERARIO Leonor aparece en la obra poética de Antonio Machado muy poco antes de su muerte, en un poema descubierto, en 1989, por la profesora María Luisa Lobato, y que no forma parte de ninguna antología aprobada por el poeta. El poema se titula: Yo buscaba a Dios un día. En él, Antonio Machado habla de ella como: La muerte ronda mi calle. Llamará. ¡Ay, lo que yo más adoro

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se lo tiene que llevar! Su muerte parece inminente: La muerte llama a mi puerta. Quiere entrar.

Y, entonces, el poeta no puede contenerse y reta y suplica a quien él considera autor de la injusticia:

¡Ay! Señor, si me la llevas ya no te vuelvo a rezar.

¡Ay!, mi corazón se rompe de dolor. ¿Es verdad que me la quitas? No la quites, Señor.

Muerta, el poeta vuelve a repetir la misma idea en un poema publicado, éste sí, en Campos de Castilla, en la edición de 1917: “Señor, ya me arrancaste lo que más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.” (CXIX)

Machado parece fundir en esas expresiones, separadas únicamente por el tiempo (presente-pasado) todos sus sentimientos, todos sus años de convivencia, discreta e íntima, respetable y real, con su mujer. “Lo que más adoro”, “Lo que más quería” es el testimonio de la presencia real de Leonor en la vida de Machado, cuya “voluntad humana” de continuar con esa relación se enfrenta en combate perdedor con la “voluntad divina” de que eso no ocurra así.

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Leonor se ve representada, en otros poemas, por el pronombre ella: su compañera, el sueño frustrado, la ausencia añorada que le produce dolor y esperanza a la vez: “¡Ay, ya no puedo caminar con ella!”, “esta amargura que me ahoga fluye en esperanza de Ella”.

Leonor es también el tú (pronombre) o el tu (adjetivo posesivo), evocación soñada de un pasado vivido, verdadero, poseedor de su amor: “Soñé que tú me llevabas por una blanca vereda, en medio del campo verde, hacia el azul de las sierras, hacia los montes azules, una mañana serena. Sentí tu mano en la mía, tu mano de compañera, tu voz de niña en mi oído como una campana nueva, como una campana virgen de un alba de primavera. ¡Eran tu voz y tu mano, en sueños, tan verdaderas!... Vive, esperanza, ¡quien sabe lo que se traga la tierra! (CXXII)

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La voz de niña —real— le acerca al tú, a ella, al ser cercano, próximo, compañero. La mano se convierte en el símbolo nostálgico del apoyo, del respeto, de la generosidad. Curiosamente, cuando tanto se sigue insistiendo en la condición de niña de Leonor, Antonio Machado destaca el hecho de que fuera ella, Leonor, su mujer: “quien asentó mis pasos en la tierra”, dirá en Campos de Castilla (poema CXLI).

“Mas hoy… ¿será porque el enigma grave me tentó en la desierta galería, y abrí con una diminuta llave el ventanal del fondo que da a la mar sombría? ¿Será porque se ha ido quien asentó mis pasos en la tierra, y en este nuevo ejido sin rubia mies, la soledad me aterra? No sé, Valcarce, mas cantar no puedo; se ha dormido la voz en mi garganta, y tiene el corazón un salmo quedo. Ya sólo reza el corazón, no canta.” (A Xavier Valcarce)

Leonor aparece una única vez en la obra de Machado con su nombre propio, LEONOR: “¿No ves, Leonor,…?” En ese momento, y para siempre ya, Leonor adquiere la talla de una personalidad perfectamente definida, autónoma, independiente de la del poeta, a quien éste evoca, desde la distancia, desde el sueño —más fuerte y más puro, muchas veces, que la realidad—, con absoluto respeto y devoción: “Allá, en las tierras altas, por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, entre plomizos cerros

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y manchas de raídos encinares, mi corazón está vagando, en sueños… ¿No ves, Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos? Mira el Moncayo azul y blanco; dame tu mano y paseemos. Por estos campos de la tierra mía, bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo.” (CXXI)

Leonor, esa niña de la que tanto se habla, personaje anónimo, secundario para los demás, no lo fue nunca para Antonio Machado. Solo es niña para él cuando muere, porque en ese momento, el tú, el ella, la mano, la voz, la evocación de su nombre, pierden todo su significado anterior, sustituido por la presencia real del cuerpo inmóvil, derrotado, muerto. El sentimiento del amor conyugal se transforma entonces, solo entonces, con toda la fuerza que ocasiona el dolor por la pérdida de un ser querido, en sentimiento de piedad. El poeta ya no canta, reza, conmovido, ante el cadáver del ser humano, joven además, de la niña, a la que la muerte, cruel, inmisericorde, ha arrebatado la vida. Sentimiento humano que todos nosotros hemos expresado alguna vez en nuestra vida ante una situación parecida. De ahí que el poema nos parezca tan cercano, tan claro, tan sencillo, tan plegaria amorosamente humana: “Una noche de verano —estaba abierto el balcón y la puerta de mi casa— la muerte en mi casa entró. Se fue acercando a su lecho —ni siquiera me miró— con unos dedos muy finos,

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algo muy tenue rompió. Silenciosa y sin mirarme, la muerte otra vez pasó delante de mí. ¿Qué has hecho? La muerte no respondió. Mi niña quedó tranquila, dolido mi corazón. ¡Ay, lo que la muerte ha roto era un hilo entre los dos! (Lora del Río, 1913, CXXIII)

El concepto “niña” en la poesía de Antonio Machado no tiene nada que ver con la edad. Para él, el niño, la niña, lo infantil, es lo más noble de lo humano: “Una mujer para un hombre, —escribe a Guiomar— como yo al menos, es siempre una niña.” “Yo también, a pesar de mis impurezas, y de mi larga experiencia de la vida, me siento a veces niño, sobre todo cuando estoy a tu lado. Y lo más grande del amor consiste en esto; que hace revivir en nosotros lo infantil, que es lo más noble de lo humano.” Antes de morir, Leonor, para Machado, fue siempre la mujer, su mujer, su igualdiferente. Y así lo deja escrito en las cartas —correspondencia privada— que escribe a Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Unamuno, Pedro Chico y Rello. Citaré, entre otros algunos ejemplos: “Una enfermedad de mi mujer, que me ha tenido muy preocupado y convertido en enfermero”, escribía a Ruben Darío en julio de 1911. “Voy camino de Soria en busca de la salud de mi mujer”, escribe al mismo Ruben Darío, dos meses más tarde. “Hace dos años me casé y una larga enfermedad de mi mujer a quien adoro, me tiene muy entristecido.”, escribe a Juan Ramón Jiménez. “Cuando perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro.” “La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor está la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya.

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No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por esto viniera Dios al mundo. Pensando en esto, me consuelo algo. Tengo a veces esperanza. Una fe negativa es también absurda. Sin embargo, el golpe fue terrible y no creo haberme repuesto. Mientras luché a su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dolorosa. En fin, hoy vive en mí más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de recobrar. Paciencia y humildad.” (Carta a Unamuno, abril de 1913). “Cinco años en la tierra de Soria, hoy para mí sagrada —allí me casé; allí perdí a mi esposa, a quien adoraba—, orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano.” (Prólogo a “Campos de Castilla”, 1917). “Vive usted en un pueblo al que profeso un cariño entrañable. Si la felicidad es algo posible y real – lo que a veces pienso – yo la identificaría mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer, a quien como V. sabe, no me he resignado a perder pues su recuerdo constituye el fondo más sólido de mi espíritu…. No puedo hacerlo porque mi vida —con harto dolor de corazón— me ha alejado de Soria.” (Carta a Pedro Chico y Rello, 1919). La mujer para Machado es lo diferente, lo otro del hombre, a su mismo nivel en todos los órdenes. Tan convencido está de no ser más que Leonor, ni más que las mujeres sorianas con las que compartió todo durante cinco años de su vida, que no duda en expresar su opinión, en 1913, sobre el papel de la mujer y del hombre en la España de su época: “No he sido nunca mujeriego y me repugna toda pornografía. Tuve adoración a mi mujer y no quiero volver a casarme. Creo que la mujer española alcanza una virtud insuperable y que la decadencia de España depende del predomino de la mujer y de su enorme superioridad sobre el varón.” Y esa mujer, la mujer española, no era una mujer desconocida. En absoluto. Se llamaba Leonor Izquierdo Cuevas, y se llamaba como aquellas mujeres que en aquel año de 1907 pedían limosna, en Soria, en los actos organizados con motivo del natalicio, aquel año, del hijo del Rey Alfonso XIII, Alfonso Pío Cristino Eduardo: “Por eso el reparto de limosnas —escribe Benito Artigas Arpón en Tierra Soriana—, se vio extraordinariamente concurrido. Quinientas madres o hermanas, pálidas, anémicas, consumidas por las privaciones, víctimas de la miseria, acudieron a donde la Caridad se ejercía. Iban con los ojos enmatecidos por el llanto. ¡Quinientas madres o hermanas en éxodo trágico! ¡La tercera parte de la población indigente! Y se pretendía que en el arca del llanto se colgaran vistosas telas.”

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Eran, todas, mujeres de Soria, mujeres de España, como Leonor, dignas y sabias.

6. LEONOR: UN PERSONAJE DE LITERATURA Leonor, en la obra de Machado, es uno más de los personajes literarios con los que completa su universo poético. Leonor, ser real, con una biografía perfectamente delimitada, aunque desconocida, se convierte, en la poesía de Antonio Machado, en un personaje que responde a una cierta concepción de su discurso poético. Pero, para evitar equívocos sobre la presencia de sus personajes en su obra, puntualiza: “No es la lógica lo que el poema canta, sino la vida, aunque no es la vida lo que da estructura al poema, sino la lógica.” Es decir que, admitiendo que Leonor pueda ser considerada como un personaje literario, todo lo que sobre ella escribe tiene su origen en la experiencia de la vida compartida. La figura de Leonor admite, en ese sentido, como no cesan de repetir los especialistas, una doble lectura: “de frente” y “al sesgo”; ser real, ser imaginado; Leonor y Leonor. Antonio Machado, por lo tanto, no entiende la lírica al margen de la vida, al margen del “pensar generico”, contexto histórico de todos y cada uno de sus personajes: “Se ignoraba, o se aparentaba ignorar, que un poema es —como un cuadro, una estatua o una catedral—, antes que nada, un objeto propuesto a la contemplación del prójimo, y que no sería tal objeto, que carecería en absoluto de existencia, si no estuviese construido sobre el esquema del pensar genérico, si careciese de lógica, si no respondiese, de algún modo, a la común estructura espiritual del múltiple sujeto que ha de contemplarlo.” (Reflexiones sobre la lírica). “El poema sería ininteligible, inexistente para su propio autor, sin esas mismas leyes del pensar genérico, pues sólo merced a ellas puede el poeta captar el íntimo fluir de su conciencia, para convertirlo en objeto de su propio recreo.” (Reflexiones sobre la lírica). Todo producto del arte, por humilde que sea, estará siempre dentro de la ideología y de la sentimentalidad de una época.” (Reflexiones sobre la lírica). Pero, además, como terminaba Marina Durañona, profesora de la Universidad de Buenos Aires, la conferencia que dio aquí, en Soria, en 1994: “Leonor y la verosimilitud del sueño creador”:

“Pero además, si Leonor es ella (el personaje de literatura, por decirlo de alguna manera), Soria es mucho más que el telón de fondo de los años de una vida compartida; es “el paisaje soñado” desde la quimera de un todavía jamás cerrado. Es la tierra del misterio que al no dejar saber “lo que se traga la tierra“abre el vaso comunicante de los complementos machadianos: yo - tú; presencia - ausencia;

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esperanza - desesperanza. Es el piso que dibuja inmortalmente la huella de una pisada memorable. Como La Mancha dibuja aún la de Quijote o como la lejana pampa argentina reproduce la de Martín Fierro. Soria soñada es tierra de milagro siempre vigente; de caminos mágicamente recuperados para quien se lleve en el daguerrotipo de la retina y de las galerías del alma la imagen inalterable de las rudas moles de piedra estampadas en palabras entre las que resuena con eco inacabable el nombre de Leonor.” Porque las imágenes poéticas no son sino una parte de las imágenes que el escritor, Antonio Machado, quiere proyectar, intenta enviar a sus lectores, de su experiencia vivida en Soria. Es esa experiencia de la vida que tan bien ha explicado Julián Marías en su artículo, “Antonio Machado y la Experiencia de la vida”: “Y surge la experiencia de su propia vida en un lugar definido: Yo en este viejo pueblo paseando solo, como un fantasma.

Y la experiencia de la vida de los demás, con los cuales se siente en comunión fraterna. Y la historia entera: la vida que pasa aquí y ahora: en Soria, en Castilla, en la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio, junto a los álamos del amor. La vida de que Antonio Machado tiene experiencia, la de cada cual, circunstancial y única, destino libremente aceptado, porque “nadie elige su amor”. Todo eso que nos legó “en esa magia, ese encanto o hechizo de comunicación que es el carmen, el poema, esa forma viviente que es capaz de transmigrar sin alterarse, sin perder su temblor, de un alma a otra alma.” El poema es el milagro que dignifica absolutamente la experiencia de la vida, de la vida en Soria, de Leonor Izquierdo Cuevas, hija de Ceferino Izquierdo Caballero y de Isabel Cuevas Acebes. Ese es el milagro poético y humano al que contribuyó, con su presencia real e imaginada, Leonor Izquierdo Cuevas. Es indudable que Leonor Izquierdo ejerció un influjo en la obra de Antonio Machado. Fue ella quien, como escribe él, “asentó mis pasos sobre la tierra”. Sobre la tierra de Soria. Y le hizo comprender mejor la tierra y las gentes que la habitaban. Porque, contra lo que parece algunas veces, Antonio Machado no vivió, entre 1907 y 1912, en una ciudad vacía.

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7. CONCLUSIÓN A pesar de la insistencia de Antonio Machado en asociar a su mujer con Soria; a pesar de que fue aquí, en Soria, en donde se produjo el milagro del amor (Nadie elige su amor), Leonor sigue siendo un personaje casi marginal. Leonor no es ni siquiera una musa al uso; no forma parte, por falta de datos, por falta de interés, de las grandes musas, con biografía propia, de los grandes hombres de todos los tiempos: Elsa Triolet, escritora rusa, la mujer de Louis Aragon; Gala (Helena Dmitrievna Diakonova), de Paul Eluard; Jacqueline Roque, de Pablo Picasso, etc. Y, sin embargo, Leonor es un actor fundamental —real— en la vida de uno de los escritores españoles más importantes de la literatura universal: es la representación más natural del otro, de lo otro, de la mujer junto al hombre, de lo otro junto al yo, de la diferencia, de la complementariedad. Fue la mujer, la voz, la mano, amigas, con las que Antonio Machado compartió la vida, lo más íntimo, lo más natural, aquí, en Soria. Murió, es verdad, demasiado joven; pero queda en el recuerdo, humano y literario, como la mujer de Don Antonio Machado, la mujer soriana, que le ayuda a comprender mejor la vida en Soria, la vida en Castilla, la vida en España, la vida de todos los días en una parte concreta del planeta. Leonor es, en definitiva, la representante, el símbolo permanente, de esos habitantes “sabios y dignos”; de esa Soria “maestra de castellanía, que siempre nos invita a ser lo que somos y nada más. ¿No es esto bastante?” Si es bastante para el poeta, para uno de los intelectuales más importantes de la España Contemporánea, ¿por qué no lo es para muchos intelectuales de hoy en día, que siguen sin convencerse de que Soria, Leonor Izquierdo, Antonio Machado, esa comunión perfecta entre los dos, poeta y pueblo de Soria, de la que habla Julián Marías, sea bastante? Por eso, yo diría, con toda humildad, pero con toda la fuerza que me da el convencimiento intelectual, que Leonor no solo tuvo un influjo decisivo en la obra poética de su marido, Don Antonio Machado, sino que además ella es el símbolo más claro de la Soria sabia y digna, de la España sabia y digna, del pueblo soriano y español, sabio y digno, al que el poeta alude siempre con respeto y admiración: “Mi amor a Soria es grande; y el tiempo, lejos de amenguarlo, lo depura y acrecienta. Pero en ello no hay nada que Soria tenga que agradecerme. ¿Quién en mi caso no llevaría a esa tierra en el alma?” (Carta a José Tudela, 1924).

8. BIBLIOGRAFÍA Ángeles, José. (1977). Estudios sobre Antonio Machado. Barcelona: Ariel. Baltanas, Enrique R. (2001). Antonio Machado. Sevilla: Diputación de Sevilla, Área de Cultura y Deportes Junta de Andalucía, Consejería de Cultura.

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Cano, José Luis. (1976). Antonio Machado: su vida, su obra: homenaje en el centenario de su nacimiento. Madrid: Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia. Carpintero, Heliodoro (1989). Antonio Machado en su vivir. Soria: Centro de Estudios Sorianos. Garijo Tarancón, Ramiro. (2008). Antonio Machado en Soria. Valladolid: Junta de Castilla y León. Gibson, Ian, Ligero de equipaje. (2006). La vida de Antonio Machado. Madrid: Aguilar. Gil Novales, Alberto. (1992). Antonio Machado. Barcelona: Fontanella. González, Ángel, Antonio Machado. Madrid, Ediciones Júcar, 1986. Gullón, Ricardo y Allen W. Phillips. (1973). Antonio Machado. Madrid: Taurus. López, Francisco. (1989). En torno a Machado. Madrid: Júcar. Martínez Laseca, José María. (2007). Antonio Machado, casi unas memorias. Soria: El Mundo, Diario de Soria. Valverde, José María. (1975). Antonio Machado. Madrid: Siglo XXI.

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