ALGUNOS ERRORES FRECUENTES EN EL LENGUAJE PERIODÍSTICO VENEZOLANO

ALGUNOS ERRORES FRECUENTES EN EL LENGUAJE PERIODÍSTICO VENEZOLANO Alexis Márquez Rodríguez El lenguaje que emplean todos los usuarios de un idioma es...
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ALGUNOS ERRORES FRECUENTES EN EL LENGUAJE PERIODÍSTICO VENEZOLANO Alexis Márquez Rodríguez

El lenguaje que emplean todos los usuarios de un idioma es el mismo. Sin embargo, cada idioma tiene sus modalidades y variantes, determinadas por diversos factores. Uno, quizás el principal, es la nacionalidad. Esto es particularmente notorio en una lengua como la nuestra, muy extendida en el mundo, compartida por una gran cantidad de pueblos dispersos en diversos continentes. El Castellano o Español es, en efecto, el idioma común de cerca de una treintena de pueblos, y en cada uno

dicho

idioma

adopta

formas

particulares,

rasgos

definitorios, de tipo lexical, fonético y sintáctico. En la Península Ibérica conviven, entre otros, castellanos, andaluces, aragoneses,

leoneses,

asturianos,

extremeños,

catalanes,

gallegos, vascos…, a los que hay que agregar, fuera de la Península pero dentro del Estado español, a los canarios y algunos enclaves hispánicos en el norte de África. En todas estas provincias o comunidades se habla el mismo idioma, pero con importantes diferencias de las señaladas, lexicales, fonéticas y sintácticas. Los tipos humanos correspondientes a cada una de estas regiones son diferenciables por el idioma que hablan, o mejor, por cómo lo hablan, especialmente por el acento (elemento fonético), en segundo lugar por ciertas

2 palabras que son propias de una región determinada (elemento lexical)

y

en

menor

medida

por

algunas

modalidades

sintácticas diferenciadoras. La mención a catalanes, gallegos y vascos se refiere al empleo del Castellano por sus naturales, y no a cuando hablan su propio idioma, Catalán, Gallego y Vascuence. A los pueblos de la Península Ibérica y las Canarias hay que agregar los diecinueve países hispanoamericanos, en cada uno de los cuales el idioma común se emplea con modalidades y rasgos típicos, capaces de hacer que la nacionalidad de sus naturales sea identificable por su manera de emplear el Castellano. Es lo que los lingüistas llaman “habla”, es decir, el “Sistema lingüístico de una comarca, localidad o colectividad, con rasgos propios dentro de otro sistema más extenso” (DRAE). A este concepto se añade el de “idiolecto”, definido como el “Conjunto de rasgos propios de la forma de expresarse de

un individuo” (Ibídem). O sea, que además de las diferencias lingüísticas determinadas por el habla de un pueblo, hay que tomar en cuenta también las diferencias o modalidades personales de cada individuo, es decir, el idiolecto. Además de los pueblos hispanohablantes que habitan la Península Ibérica, las Islas Canarias e Hispanoamérica, hay también millones de personas que hablan Castellano en otras partes del mundo, en especial los Estados Unidos. El Castellano no es hoy la lengua moderna con mayor cantidad de hablantes, pero sí la utilizada por mayor diversidad de pueblos y naciones. Otro

de

los

factores

que

determinan

diferencias

y

modalidades en la manera de emplear la lengua castellana es el desigual nivel de educación de los hablantes. El Castellano,

3 como todos los idiomas maternos, se aprende desde la más temprana infancia y dentro del hogar y la familia. Es obvio que el idioma que se aprende de esa manera está condicionado por el grado de educación del entorno familiar. Ese idioma primario en muchos casos no será mejorado, porque miles de niños no tendrán acceso a la escuela, y en consecuencia el bajo nivel de calidad del idioma así aprendido no sólo se irá afianzando a medida que el niño crezca y se desarrolle culturalmente, sino que incluso podrá ir desmejorando. En cambio, los niños que sí ingresen al sistema escolar podrán recibir importantes mejoras en su uso del lenguaje, condicionadas a su vez por la calidad del lenguaje que empleen sus maestros, por el tipo de enseñanza lingüística que se imparta en las escuelas y por los avances que se produzcan, grado a grado, dentro del sistema. Un tercer factor, estrechamente vinculado al anterior, que influye poderosamente en que el empleo de la lengua materna no sea uniforme y tenga modalidades y variantes de uso, reside en las relaciones sociales, incluidas las de clase, que generalmente se reflejan sobre todo en el idiolecto de cada persona. El lenguaje que hablan un campesino o un obrero de un país o nación es, por supuesto, el mismo que hablan los demás nativos de ese lugar, pero entre el habla del obrero o el campesino y la de su patrón y demás personas que estén por encima de su escala social es natural que haya diferencias de diversos tipos. En este punto me limito a señalar un hecho objetivo, pero sin soslayar que en el mismo hay implicaciones sociales, políticas y aun económicas que en esta ocasión no puedo comentar, porque irían mucho más allá del propósito de esta charla y nos consumirían mucho del tiempo destinado a ella.

4 Un cuarto factor determinante de los modos como las personas emplean el lenguaje común está dado por la actividad que cada quien realiza en forma cotidiana y de manera más o menos permanente. Es comprensible que entre el lenguaje de un médico y el de un abogado, un ingeniero, un sacerdote, un comerciante, un político, un periodista, etc. haya algunas diferencias, a veces profundas e importantes, sin que por ello el idioma que emplean deje de ser el mismo. Una simple palabra puede cambiar sustancialmente de significado, según la persona que la emplee y las circunstancias en que se haga. El sustantivo “operación”, por ejemplo, puede significar diferentes cosas dicha por un médico u oída en un hospital, pronunciada por un militar o escrita en un parte de guerra, empleada por un banquero o leída en un informe financiero, utilizada por un matemático o hallada en un texto de aritmética. Hay

muchos

otros

factores

que

determinan

las

modalidades de una lengua. Los cuatro señalados son apenas una muestra, destinada sólo a ilustrar el hecho de que un idioma pueda ser empleado por sus usuarios de diferentes maneras sin dejar de ser siempre el mismo. El lenguaje periodístico es el que emplean cotidianamente los periodistas dentro de su labor propia. Ahora bien, esa labor es a su vez muy variada, lo cual determina que en el lenguaje con que se realiza haya también diferencias y modalidades. Son igualmente muchos los factores que las determinan. Una primera diferencia la hallamos entre el lenguaje de la noticia, y en general entre el lenguaje reporteril, y el que se emplea en un artículo de opinión. Información y opinión son elementos periodísticos fundamentales, pero ambos tienen requerimientos

5 distintos en cuanto al lenguaje con que se ofrecen al lector. A esta diferencia básica se unen otras, como, por ejemplo, las que derivan de la materia de que se trate. No se escriben de igual manera una noticia, un reportaje o un artículo de opinión sobre

un

suceso

criminal,

un

hecho

económico,

un

acontecimiento cultural, una actividad deportiva o un problema político. Estas diferencias se perciben claramente

en la

tendencia, dentro del moderno periodismo, a distribuir las diversas materias temáticas en secciones, páginas y hasta cuerpos enteros especializados. Y los periodistas versátiles, que habitual o eventualmente cubren varias de esas áreas temáticas, saben por experiencia propia cómo deben adaptar su lenguaje a cada una de esas especialidades. En este punto es viable hablar del estilo, porque, efectivamente, dentro del concepto

general

de

estilo

periodístico

hay

un

estilo

informativo, un estilo político, un estilo deportivo, etc. Es de advertir, sin embargo, que la mayoría de las veces esas diferencias de lenguaje o de estilo, y la adaptación a ellas que a veces hay que hacer, no siempre son conscientes, y muchas veces se dan de manera automática e intuitiva. Hay también factores de otro tipo determinantes de diferencias

sustanciales

en

el

lenguaje

periodístico.

Por

ejemplo, el formato del periódico. No se escribe del mismo modo en un periódico de tamaño estándar y en un tabloide. Por una parte hay entre ellos una importante diferencia de espacio, lo cual genera una diferencia en la extensión de los textos que se publiquen. Como es obvio, hay un lenguaje y un estilo para escribir largo, y otros para escribir cuando tenemos un espacio sumamente restringido. Pero, al margen de ello, hay

asimismo

en

este

caso

un

problema

conceptual

6 sumamente importante. Entre un periódico estándar y un tabloide la diferencia no es sólo, ni tanto, de tamaño, sino también y fundamentalmente, de concepto, y ello influye en el leguaje que a cada uno corresponde. Visto desde otro ángulo, el lenguaje periodístico plantea al profesional del periodismo, y en general al profesional de la comunicación, un problema de carácter ético, que, no obstante y desafortunadamente suele dejarse de lado cuando se trata sobre la ética del periodista o del comunicador, tanto en la enseñanza de esta como asignatura en las escuelas de comunicación social, como en el trajín diario de la profesión. El lenguaje es, sin duda, el primero y principal instrumento de trabajo del profesional de la comunicación, y de todo aquel que,

aun

sin

ser

propiamente

un

profesional,

emplea

habitualmente los medios de comunicación para dirigirse al público. Esto genera una gran responsabilidad en ellos, relativa a las consecuencias que derivan de ese uso de semejante instrumento de trabajo. Por una parte, el mal uso del lenguaje puede producir daños, a veces irreversibles, en el propio instrumento, es decir, en el lenguaje. Los errores en este pueden dañarlo, muchas veces en condiciones tales que el daño trasciende y se arraiga hasta perpetuarse. No me refiero, por supuesto, a los cambios que de manera natural, y aun inevitable y necesaria, el lenguaje experimenta en su uso diario. La evolución y desarrollo normal de la vida humana produce cambios importantes en el comportamiento de las personas y de las sociedades, a los cuales el lenguaje debe irse adaptando. Esos cambios en la vida de la gente, que se producen de manera constante, provocan a su vez nuevas necesidades expresivas, que sólo pueden satisfacerse mediante

7 cambios también en el lenguaje, pues si no fuese así no podríamos ni expresarnos, ni comunicarnos con otras personas en relación con los nuevos hechos que de modo constante ocurren en la vida cotidiana. Imaginemos por un instante si los retos que a cada momento nos plantean los avances de la tecnología comunicacional tuviésemos que enfrentarlos con un lenguaje obsoleto, petrificado, ajeno a esos cambios. Ni siquiera podríamos hacer uso de las nuevas tecnologías, pues la aplicación de estas es, antes que todo, una operación, o mejor, una serie de operaciones lingüísticas. Lo que sí es importante es que aquellos cambios en el lenguaje, naturales y necesarios, no dañen lo que sabiamente don Andrés Bello definió como el espíritu o la índole del idioma, que, desde luego, no es sino el espíritu o índole del pueblo que lo habla. No me refiero, pues, a los cambios que experimenta el lenguaje común en presencia de esas nuevas necesidades expresivas. Me refiero a los cambios y alteraciones que el lenguaje sufre por el empleo equivocado o errado, vicioso o no, de palabras y demás formas expresivas, no con sentido creador como puede darse en el leguaje poético, sino por ignorancia de la propia lengua. Pero además del daño que se inflige al lenguaje con su mal uso, ese daño es tanto más grave cuanto que afecta al principal elemento constitutivo de la cultura, que es patrimonio común de todo el pueblo. De modo que aquella responsabilidad del

comunicador

al

hacer

uso

del

lenguaje

como

su

herramienta de trabajo, se extiende también al daño que puede causarse a aquellos a quienes está destinado el producto de su labor, es decir, a los lectores. No olvidemos que

8 los medios de comunicación gozan, justificadamente o no, de un gran prestigio, de modo que la mayoría de los lectores y demás receptores de mensajes de los medios de comunicación tienden a creer que lo que a través de ellos se les trasmite es válido, incluyendo el lenguaje con que se les ofrece. Lo cual determina que los errores que se cometen en ese lenguaje, además de tener una rápida y muy amplia difusión, tienden a arraigarse, produciendo así un deterioro creciente del habla común y corriente. Este hecho se agrava si se toma en cuenta que, por regla general, los periódicos son el único material de lectura para miles de personas en toda su vida, lo mismo que los

programas

de

radio

y

televisión

son

sus

únicos

entretenimientos. Por todo lo dicho, quienes trabajan en los medios de comunicación deben adquirir conciencia de su responsabilidad en el uso del lenguaje, con el fin de sacar de él el mayor provecho posible en su labor de expresarse y comunicarse con los demás, y en su misión de informar y de opinar, sin causarle daños. Esto abarca no sólo a los periodistas y demás profesionales

de

la

comunicación,

sino

también

a

los

empresarios de los medios, que están en la obligación de velar porque estos cumplan cabalmente sus propósitos sin estropear el principal instrumento de trabajo, que, según ya vimos, no sólo es eso, sino también patrimonio colectivo de todo el pueblo. Los trabajadores de la comunicación deben procurar permanentemente

mejorar

su

uso

de

la

lengua,

y

los

empresarios que los contratan deben facilitar y proteger esa labor de reciclaje y perfeccionamiento en el uso de tan importante y dinámico instrumento de trabajo. En el lenguaje periodístico existen ciertos rasgos que

9 hacen posible que, con demasiada frecuencia, se cometan errores, algunos hasta cierto punto insignificantes, pero otros de mayor importancia, hasta haberlos, igualmente, de mucha gravedad. Uno de los motivos de que con alta frecuencia en el lenguaje periodístico se cuelen errores de diversos calibres reside en el hecho de ser un lenguaje de prisa. La dinámica, cada vez mayor, de la información en el mundo actual obliga a la rapidez en el ejercicio del periodismo, lo cual, como es natural, redunda en el poco tiempo disponible para cuidar que el lenguaje utilizado sea el más correcto y conveniente. Ello a su vez obliga a que ese poco tiempo de que se dispone sea utilizado con la mayor eficacia, para lo cual se requiere una destreza

que

hay

que

mantener

al

día,

mediante

un

entrenamiento constante y eficaz. Si no siempre es posible dedicar suficiente tiempo a la revisión crítica de lo escrito antes de su publicación, es particularmente útil y conveniente la revisión a posteriori, con criterio autocrítico, a fin de detectar errores que en lo sucesivo no deberán cometerse. Tal revisión a posteriori no debe ser esporádica, sino permanente y sistemática, preferiblemente en forma dinámica y colectiva. Es fundamental que el profesional de la comunicación, y también

los

lectores

y

demás

receptores

del

mensaje

trasmitido a través de los medios, estén conscientes de los errores que con más frecuencia se cometen en el ejercicio de su trabajo, y que se familiaricen con ellos, lo cual es un medio eficaz de no volver a cometerlos. Por ello voy a concluir estas observaciones dándoles una especie de muestrario de unos pocos de esos errores, que aparecen frecuentemente en el lenguaje periodístico, y en general en el de los medios venezolanos. No será, por supuesto, una muestra exhaustiva,

10 que nos llevaría muy lejos, sino una selección para motivar la atención sobre el tema. Muchos de esos errores se cometen por ignorancia de la propia lengua, por una deficiente formación lingüística del comunicador. En este caso la mayor responsabilidad cae en las escuelas de periodismo o de comunicación social, que no han sabido preparar a sus egresados en esta importante materia, esto dicho sin olvidar que las escuelas universitarias reciben del bachillerato un alumno pésimamente entrenado en el uso del idioma. Se trata, además, de un problema que viene desde la escuela primaria o básica, lo cual eleva el asunto al sistema educativo en general, que en esta materia, como en muchas otras, no está cumpliendo su delicada misión. Pero las escuelas universitarias no pueden utilizar esta realidad como coartada para no cumplir su obligación de formar profesionales de alto nivel. Lo cual supone, en este caso específico, suplir las deficiencias arrastradas desde el bachillerato, lo que complica aún más su tarea. Pero hay asimismo errores muy frecuentes que son consecuencia del descuido y la negligencia al hablar o escribir, hecho muy grave en el profesional de la comunicación, aun considerando la prisa con que casi siempre este deba realizar su trabajo a que antes me referí. Lo errores más frecuentes en el lenguaje periodístico y en el de los demás medios de comunicación residen en el mal uso de las preposiciones, quizás debido a que en nuestro idioma hay demasiadas preposiciones, muchas de las cuales tienen, además, numerosos y muy variados usos. Algunos errores de este tipo, por mal uso de las preposiciones, son sumamente conocidos, y hasta famosos.

11 Uno de ellos es el llamado dequeísmo. Consiste en emplear la fórmula “de que” cuando la sintaxis exige que sólo se emplee la partícula “que”, sin la preposición “de”. El problema se presenta con ciertos verbos, por lo que para evitar el error hay que observar el verbo de que se trate, y saber si la frase admite la preposición “de” o no. El error generalmente se comete con verbos transitivos. Recordemos que los verbos transitivos son los que llevan complemento directo, y su identificación es fácil si sabemos cómo conocer si está presente este complemento y cuál es. Supongamos que se trata del verbo “decir”. La conjugación de este verbo generalmente supone que hay “una cosa dicha”, que es precisamente el complemento directo. Si construimos la frase “Yo digo que eso está mal hecho” observamos que hay “una cosa dicha”, la frase “que eso está mal hecho”; ese es el complemento directo. Esta frase no lleva preposición “de”, en consecuencia, será un error decir “Yo digo de que eso está mal hecho”. La norma básica es que los verbos transitivos no admiten la preposición “de” antes de la partícula “que” con la cual se introduce el complemento directo. Distinto es el caso de los verbos pronominales, que son los que se conjugan con ciertas formas del pronombre, como “me”, “te”, “se”, “nos”, “os” y “se”: “Yo me llamo”, “Tú te equivocas”, “Él se alaba”, etc. Es frecuente que al conjugar estos verbos no sólo admitan, sino que exijan la fórmula “de que”: “Yo me alegro de que vengan a mi casa”; “Tú te complaces de que ellos se vayan”; “Ella se acuerda de que tú la dejaste esperando”. En los tres casos es obligatoria la preposición “de” seguida de la partícula “que”. Sin embargo, por temor a cometer el vicio del dequeísmo es frecuente que

12 se suprima la preposición, con lo cual se cae en un nuevo error, tan grave como el dequeísmo. Este nuevo error se comete por lo que los gramáticos llaman “ultracorrección”, y no hay duda de que se procede así por ignorancia. Pero poniendo un poquito de atención al hablar o escribir, ambos errores

pueden

evitarse.

El

error

se

evita

fácilmente

observando que, en los ejemplos citados, “Yo me alegro de algo…”, “Tú te complaces de algo…”, “Ella se acuerda de algo…”, y en todos esos casos ese “algo” comienza con “que”: “que vengan a

mi casa”, “que ellos se vayan”, “que tú la

dejaste esperando”. No se trata, por cierto, de convertir el acto de hablar o escribir en un fastidioso ejercicio de retórica, con lo que perderían todo su encanto. La atención y el cuidado que a veces debamos poner al hablar o escribir, en poco tiempo se convierten en rutina, y la propiedad en la aplicación del lenguaje se produce de manera automática e intuitiva. Otro error frecuente por mal uso de las preposiciones es la frase “en base a”. Aquí se trata de usar la preposición “a” en lugar de otras que son las adecuadas: “en base de…”; “con base en…”; “sobre la base de…”. En este caso una simple aplicación del sentido común pondrá en evidencia el error. Con la preposición “hasta” son muy comunes algunos errores. Por ejemplo, en la frase “Estaremos en huelga hasta que no nos paguen lo que nos deben” se dice lo contrario de lo que se quiere decir: “Estaremos en huelga hasta que nos paguen...”. En este caso se trata de señalar un plazo para que cese una acción: la huelga durará un tiempo determinado, como lo señala la preposición ”hasta”. ¿Cuándo concluye ese plazo?. Cuando les paguen lo que se les debe, no cuando “no”

13 les paguen. Este error, muy frecuente, se debe a un cruce con la expresión equivalente “Estaremos en huelga mientras no nos paguen…”. En este caso sí va el adverbio de negación, “no”, pues el adverbio “mientras” se refiere al tiempo que durará la acción de estar en huelga; en el otro caso, la preposición “hasta” señala el momento en que terminará la acción y la condición para que termine. Con “hasta” se comete a menudo otro error, bastante peculiar, un error que se origina en México, donde lo cometen incluso los más notables periodistas y escritores. En la frase “hasta ayer fue que lo supe” un oyente o lector no mexicano entiende

que

la

persona

que

habla

sabía

algo,

pero

curiosamente dejó de saberlo el día anterior, lo cual carece de sentido.

Lo

que

se

quiere

decir

se

puede

decir

más

sencillamente y sin ambigüedad: “ayer fue que (o cuando) lo supe”. Lo más lamentable es que este grave y feo error los mexicanos lo han exportado a otros países, y ya es corriente en algunos centroamericanos. En Venezuela ya es posible hallarlo, cada vez más frecuentemente, en periódicos y otros medios de comunicación. A este tipo de error por mal uso de las preposiciones corresponde

también

uno

muy

frecuente,

en

frases

construidas con el verbo “motivar” definido como “1. Dar causa o motivo para algo. 2. Dar o explicar la razón o motivo que se ha tenido para hacer algo” (DRAE). Se dice, por ejemplo, equivocadamente “El asesino actuó motivado a los celos”. Una atenta observación permite definir que allí la preposición “a” está mal empleada, y que lo propio es usar la preposición “por”: “El asesino actuó motivado por los celos”·

14 Es posible también que frases con este verbo sean incorrectas por mal uso del propio verbo: “La profesora no viene motivado a enfermedad”. Aquí no es sólo la preposición “a” lo que está mal empleado, sino también el mismo verbo, en cuyo lugar debe emplearse otros: “La profesora no viene debido a enfermedad”. O utilizar otro giro: “La profesora no viene porque está enferma”. A veces se cometen errores consistentes en el mal empleo del significado de ciertas palabras. Ocurre, por ejemplo, con el adjetivo “sendos”, que significa “Uno o una para cada cual de dos o más personas o cosas”: “Traje sendos regalos para mis tres hijos”. Su significado determina que se use sólo en plural. Pero en Venezuela, sobre todo los jóvenes lo han convertido en un adjetivo ponderativo, para exaltar las virtudes de algo o alguien: “Senda nave la que se gasta Fulano”; “¡Hola, Fulana! Sendo novio te conseguiste”. Un caso peculiar es el del adjetivo “palurdo”, que en el habla popular ha sido convertido en “balurdo”. De “palurdo” dice el DRAE: “Dicho por lo común de la gente del campo y de las aldeas: Tosca, grosera (…)”, que es, más o menos, el significado con que también sobre todo los jóvenes aplican el vocablo “balurdo”. El cambio de “palurdo” en “balurdo” parece ser por influencia del Francés, pues en esta lengua nuestro “palurdo” equivale a “balourd”. Últimamente se viene usando indebidamente la palabra “experticia”, empleándola como equivalente a “experiencia”, lo cual es un disparate: “Los médicos venezolanos poseen una gran experticia”; “Se busca personal con experticia”. La palabra “experticia” se define en el DRAE como una “Prueba pericial”, y se registra, por cierto, como un venezolanismo. En

15 efecto, en nuestro país una “experticia” es un medio de prueba en un proceso judicial o administrativo. Consiste en un informe de uno o más peritos o personas con amplios conocimientos en alguna materia, después de examinar algo que se ha sometido a su observación. Es común, por ejemplo, cuando ocurre un accidente de tránsito, que el o los vehículos accidentados se sometan a una experticia o examen por uno o varios peritos, para determinar y evaluar los daños sufridos y así determinar el monto del siniestro que deberá cubrir el seguro. En un juicio se pueden someter a “experticia” determinados lugares, libros de contabilidad, documentos, etc. Este error se origina, sin duda, en que en Inglés “spertise” significa “habilidad, pericia” (VOX Chambers: English Learners’ Dictionary; Barcelona; 1990), lo que en Español equivale a “experiencia”. Pero en nuestra lengua “experticia” no es, definitivamente, “experiencia”. También por influencia del Inglés se usa mal el verbo “aplicar”, atribuyéndole valor de “aspirar” o “solicitar”: “Yo apliqué para un cargo en la CANTV”: “Ella está aplicando a una beca de postgrado”. En Inglés “to aplly” significa “aplicar”, y también “solicitar”, pero en Castellano “aplicar” es sólo “aplicar”. Peor aún es el uso de “aplicar” que se oye mucho en estos días, en una cuña de televisión que termina diciendo: “Ciertas condiciones aplican”, expresión absolutamente disparatada y sin sentido. Quizás se quiere decir “Ciertas condiciones son aplicables”. Muy frecuente es también el error de usar mal el vocablo “nivel”, en la frase “a nivel de…”. Esta se ha convertido en una especie de latiguillo, tanto en el lenguaje oral como en el

16 escrito. Abundan las frases absurdas, y aun estúpidas, de este tipo: “a nivel de libro...”, “a nivel de religión…”, “a nivel de sanciones…”, “a nivel de obstáculos…”, “a nivel de lo dicho…”, “a nivel mundial…”… Todas son frases leídas u oídas a través de los medios. Quizás la más extravagante sea “a nivel de perfume…”. La expresión “a nivel de…” generalmente se refiere a un plano horizontal con respecto a una escala vertical, es decir, un plano horizontal que se halla situado a determinada altura dentro de una escala vertical. En un edificio, por ejemplo, un apartamento puede estar “a nivel del 4º piso”. En una montaña puede hallarse algo “a nivel de la cumbre…”. La escala vertical puede referirse a planos no espaciales, sino de tipo ideal: en la organización del Estado puede haber hechos “a nivel municipal”, “a nivel estadal” y “a nivel nacional”, referidos a las jerarquías de los órganos del poder público. Pero no es válido decir “a nivel nacional” con el significado de “todo el territorio nacional”, ni tampoco “a nivel

mundial” queriendo

decir “en todo el mundo”. Tampoco sería válido decir que una decisión esté “a nivel de sentencia”, pero sí que un asunto está “a nivel del Tribunal Supremo de Justicia”. Es casi general la expresión impropia “veintiún por ciento” en lugar de “veintiuno por ciento”. Igualmente se lee o se oye mucho “mal práctica médica”, en lugar de “mala práctica…”. También se ha generalizado mucho la expresión “a las 12 del mediodía”. No se trata realmente de un error, sino de una redundancia innecesaria, pues basta decir “a las 12 del día”. En cambio, sí es un feo error decir “la una pasado el meridiano” en lugar de “la una de la tarde”. Aquí el error se origina en creer que la palabra latina “meridiem”, en la expresión “post meridiem”, significa “meridiano”, cuando lo que significa es

17 “mediodía”. De modo que “postmeridiem” significa “pasado el mediodía”, y no “pasado el meridiano”. Otra redundancia del mismo tipo, también muy frecuente, la hallamos en expresiones como “pero sin embargo” o “en donde”. “Pero” y “sin embargo” son conjunciones adversativas exactamente equivalentes. Entonces ¿para qué repetirlas”. Asimismo la preposición “en” y el adverbio “donde” indican la misma noción de lugar, por lo que su repetición es innecesaria, y a veces chocante. Cada día se hace más frecuente un error, que ya luce difícil de desarraigar. Me refiero a la frase “se trata de…”, que es una oración de tipo impersonal, por lo que no lleva sujeto. El

error

consiste en

transformarla

en

oración

personal,

atribuyéndole indebidamente un sujeto: “¿De qué se trata la reunión de hoy”?; ¿”De qué se trata el libro que estás leyendo?”; “¿De qué se trata la película que viste anoche?”. El sentido común –que de vez en cuando valdría la pena aplicar a las cosas del lenguaje– indica que en todas estas frases debe suprimirse el pronombre “se”, y decir simplemente “¿de qué trata…?”. A propósito de oraciones impersonales, no puedo dejar de referirme, ya para terminar, al uso del verbo “haber”, una verdadera calamidad para mucha gente cuando se trata de hablar o de escribir. El verbo “haber” tiene en nuestro idioma varias formas o modalidades. La más empleada es la de verbo impersonal,

con

diversos

significados:

suceder,

acaecer,

acontecer, celebrarse, efectuarse, ser necesario o conveniente, estar en alguna parte o lugar, hallarse o existir, etc. Cuando el verbo “haber” se emplea como impersonal, en oraciones que no tienen sujeto, se usa sólo en la 3ª persona del singular, sin

18 sujeto, e independientemente de que su complemento directo sea singular o plural: “Ayer hubo una fiesta”, “Ayer hubo varias fiestas”; “Mañana habrá una sola función”, “Mañana habrá varias funciones”; “En la puerta había un guardia mal encarado”, “En la puerta había varios guardias malencarados”; “Si hubiera una persona que pudiera ayudarnos…”, “Si hubiera algunas personas que pudieran ayudarnos…”; “Lo haremos así, aunque haya alguien que se oponga”, “Lo haremos así, aunque haya muchos que se opongan”; “Hay uno solo que no está de acuerdo”; “Hay varios que no estamos de acuerdo…”. Según

lo

dicho

son

errores

las

siguientes

expresiones:

“hubieron fiestas”, “habrán varias funciones”, “habían varios guardias”, “si hubieran varias personas”, “aunque hayan muchos”, “habemos varios”… Cuando el verbo “haber” se usa en la formación de los tiempos compuestos de todos los verbos sí se conjuga en todas sus formas, y no sólo en tercera persona del singular: “Después que ellos hubieron comido salieron a pasear”; “Ya ellos habrán llegado”; “Los periódicos no habían salido”; “Si ellos lo hubieran sabido…”; “Los que hayan venido…”… Una reflexión final. Pese a lo que aquí hemos visto, y a lo que parece ser una opinión general, no creo que el periodismo venezolano sea el peor del mundo. Es más, me atrevo a decir que hoy día en Venezuela hacemos un buen periodismo. Dicho sea sin ánimo de ocultar los vicios y defectos que lo dañan, en especial los relativos al frecuente mal uso del lenguaje. Pero es encomiable y alentador que entre los profesionales de la comunicación, lo mismo que entre los empresarios de los medios, se percibe una conciencia de aquellos vicios y defectos, y una preocupación cada vez mayor por corregirlos, y

19 por

mejorar

constantemente

el

uso

de

ese

precioso

y

fundamental instrumento de trabajo que es el lenguaje. Este acto es un buen testimonio de lo que digo. (Conferencia dictada en la sede del diario El Impulso, de Barquisimeto, el lunes 23 de junio de 2008, en el inicio de la Semana del Periodista).