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AdVersuS, VI, 14-15, abril-agosto 2009: 115-127 ISSN:1669-7588 DOSSIER [Pasado y presente de una ilusión] Metamorfosis de las ideas comunistas mod...
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ISSN:1669-7588

DOSSIER

[Pasado y presente de una ilusión]

Metamorfosis de las ideas comunistas modernas. El futuro de una ilusión JULIO GODIO Instituto del Mundo del Trabajo R. Argentina

La redacción de este texto se inspira en un libro que leí hace algunos años escrito por el historiador francés Francois Furet, titulado El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX (1995). Ese excelente libro tuvo como propósito ejercer la crítica a la historia del comunismo francés. Pero, a partir de ella extiende la crítica al comunismo mundial. Según Furet el comunismo logra instalar su centralidad política mundial a partir de una ilusión. De ese libro extraje dos palabras que me permitieron organizar este texto: ilusión e idea. En mi tesis, el pasado comunista —aunque importantísimo— fue una ilusión corregida por la historia. Me interesaba un tercer concepto que sirviera para explicar el futuro de esa desilusión, si es que la tiene, y por eso me introduje en el tema de un posible resurgimiento de la idea comunista. Esto es en su posible futuro. Por último organicé, para reflexionar sobre ese posible futuro, una nueva dimensión que denomino la “metamorfosis de la idea comunista”. Es decir cómo la idea comunista da lugar a otra idea sociopolítica ya despojada de la ilusión, tomando como casos el pasaje en Rusia del nepismo al estalinismo y, seguidamente, el comunismo chino actual. El comunismo fue una gran ilusión que movilizó a millones de personas durante el siglo XX. Esas personas “creían” que el triunfo del comunismo era inevitable. La idea comunista se forma en la conciencia como una ilusión coherente. Era el producto de la alegría que producía fundar un sistema igualitario “por-venir”. El motor adrenalínico era la posibilidad de hacer real la esperanza ancestral de erradicar la explotación del hombre por el hombre y establecer la igualdad. Pero, en tanto ilusión, encarna un deseo que no se

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correspondía con lo que reclamaba la realidad en el siglo XX en Rusia y China. Veamos en esta introducción-resumen, cómo esas palabras se transforman en categorías teórico-políticas y van estableciendo el formato de la idea comunista en el siglo XX, y, finalmente, cómo la capacidad de metamorfosis de la idea comunista podría permitirle seguir estando presente en la historia. Esta introducción ha sido redactada sobre la base de presentar primero el contenido de la categoría “metamorfosis”. Luego se concentra en plantear —muy resumidamente— como la “metamorfosis” se desarrolla y adopta formas “nacionales”, tomando como casos testigos a Rusia y China. En estos países las metamorfosis son las respuestas elaboradas “sobre el terreno” para resolver cuestiones teóricas mal resueltas por el marxismo y que por eso tomaron inicialmente por sorpresa a los actores comunistas. Ahora, habiendo planteado el asunto, intentaremos resumirlas y presentarlas en sus formas histórico-concretas. Son casos paradigmáticos de metamorfosis que se registraron en la corta historia del primer comunismo. La primera metamorfosis se produce cuando el marxismo —que será pronto marxismo-leninismo— debe abandonar abruptamente la utopía socialista que se pretendió construir en Rusia borrando al mercado capitalista. La parálisis económica interior, la resistencia campesina, la miseria y la imposible revolución proletaria en Alemania se conjugaron para que Lenin y su partido en el poder, el Partido Comunista resuelvan dar inicio en 1921 a la NEP (Nueva Política Económica). Lenin creía que la NEP permitiría preservar la lógica interna de la teoría socialista e impedir la restauración capitalista. Se trata de una metamorfosis necesaria para poder retomar el camino del progreso en el socialismo. La segunda metamorfosis se produce con el triunfo del estalinismo a fines de los años veinte. Aquí ya estamos frente a otro tipo de metamorfosis, porque si bien es justificada como “continuidad del leninismo”, en realidad es una metamorfosis destinada a barrer del mapa el intento de la NEP. Su finalidad objetiva es establecer por la violencia estatal un nuevo equilibrio entre el socialismo real y las estructuras sociales del eslavismo. El estalinismo remodela formas de gobernar “despóticas” y ancestrales, presentes ya desde los tiempos

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del modo de producción asiático. El nuevo despotismo asiático se apoya ahora en la doctrina socialista y aspira constituir un sistema económico de planificación central que modele la URSS como una “gran fabrica”, sustentada en el campo por koljoses y sovjoses, y en la ciudad por la industria pesada estatal. Se construye una economía autárquica y un estado totalitario. Esta segunda metamorfosis tiene como objetivo construir un Estado que garantice la unidad territorial del viejo imperio zarista. Reniega de la tesis de Lenin de que lo fundamental para sostener la centralidad de la URSS era el modo de producción y no el territorio. La metamorfosis estalinista permitió a la URSS sobrevivir durante 60 años, hasta su implosión pacifica en 1991. La tercera gran metamorfosis, es la que se inicia en China en 1979, liderada por el Partido Comunista de China (PCCh). Significa pasar del modelo socialista de planificación central autárquico a un modo de desarrollo llamado de economía socialista de mercado. Este nuevo modelo es abierto y fuertemente vinculado a la economía mundial capitalista. Esta metamorfosis del comunismo chino respondió a la necesidad de dar un gran viraje para refundar con nuevas bases a la civilización china. Es una metamorfosis planificada por el propio PCCh. Este se resiste a refundar el sistema político y se mantiene el régimen de partido único. Pero, en sintonía con el confucionismo, el partido acepta y promueve que la nueva burguesía también este representada en el partido y el Estado en igualdad de derechos. La experiencia china nos recuerda el boceto de economía de mercado socialista que se esbozó con la NEP. Después de caída la URSS y frente a la incertidumbre sobre futuro de China la pregunta es: ¿existe un futuro comunista? Aquí se reafirma esa posibilidad, pero bajo la forma de nuevas metamorfosis. La idea comunista se enfrentó con dos problemas. El problema de que el nuevo sistema socialista solo se podía estabilizar si resolvía acertadamente la relación entre socialismo y mercado; y el problema de si esa solución sería apta para garantizar la permanencia de grandes civilizaciones sobre las cuales operaba el comunismo. El marxismo tuvo que experimentar una metamorfosis profunda para resolver esos dos grandes problemas. Al intentar resolverlos simultáneamente dentro de la categoría de economía socialista de mercado primero en la versión- esbozo leninista nepista (1921-1929) y luego en la versión china actual, el marxismo se embarcaría en una original experimentación política para adueñarse de dos realidades a

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las que había prestado poca o nula atención en su propio pasado fundacional: el mercado y su relación con los sistemas civilizatorios. Veremos entonces cómo funcionaron las tres palabras escogidas – ilusión, idea, metamorfosis– durante el proceso de construcción y deconstrucción de la idea comunista, proceso que no ha terminado dado que amenaza, inesperadamente, un resurgimiento en China bajo la idea de construir la mencionada “economía socialista de mercado”, tesis no prevista en la teoría marxista clásica, y con previsibles implicancias políticas y socioeconómicas para todo el siglo XXI. La Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) fundada en 1922, superpotencia que a comienzos de los años ’60 había proclamado que en veinte años constituiría el comunismo, desapareció como entidad estatal, desgajándose sus repúblicas federadas. Junto con ella se terminó de desplomar el sistema de “democracias populares” y el Pacto de Varsovia. La idea comunista fue desterrada del imaginario colectivo en las sociedades que había vivido durante décadas en el “socialismo real” Fue un caso misterioso de disolución, porque salvo episodios menores no se produjeron hechos de resistencia armada por parte de los gobiernos comunistas. Entregaron pacíficamente el poder, porque carecían de sustento sociopolítico, en sociedades agotadas en su larga paciencia para esperar el advenimiento profético de regímenes socialistas basados en altos estándares de productividad del trabajo y distribución de ingresos según las necesidades de los colectivos sociales. El reclamo popular en los países “socialistas” era pasar a una genérica y confusa economía de mercado. El descreimiento había atacado al corazón del sistema: el partido y las Fuerzas Armadas. La nomenklatura había perdido en su competencia global contra el capitalismo desarrollado y se rindió pacíficamente. La confrontación entre sistemas duró casi medio siglo, los años de la “Guerra Fría”. ¿Cuándo comenzó el proceso de descomposición de los sistemas estalinistas, llamados de “socialismo real”, pero que eran en la práctica “estadocracias”? Se podrían fijar dos fechas: 1968 en Europa central (Checoslovaquia), 1978-79 en China.

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La fecha europea corresponde a la invasión por parte de las tropas del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia, que estaba intentando establecer un “socialismo de rostro humano” y recuperar su independencia nacional. La URSS, que en ese año se encontraba en una situación geopolítica favorable, por el empantanamiento militar y político de EE.UU. en Vietnam, priorizó su decisión de conservar su predominio en Europa central y oriental. Con su aventura militar perdió en pocos meses el prestigio logrado en Indochina. La fecha de 1978-79 registra el inicio del abandono de China del sistema del “socialismo real”, luego del final de la Revolución Cultural Proletaria. Se inicia entonces el pasaje a una inédita economía socialista de mercado, bajo la hegemonía del propio Partido Comunista Chino (PCCh), liderado por Deng Xiao Ping que, para liderar el proceso de reformas, se va autorreformando a sí mismo. Hemos elegido estas dos fechas porque son “fundacionales” dentro de la perspectiva de la caída o el abandono programático del socialismo real tal como fue concebido y ejecutado por el estalinismo en escala mundial desde principios de la década del ’30. Ahora bien: ¿cuál es la primera explicación que surge fenoménicamente para tratar de entender este doble proceso de caída-abandono de los modelos de socialismo real? Existe la explicación corriente de que el fracaso del comunismo tiene que ver con el fracaso del marxismo. Esta explicación, aunque atractiva, es muy parcial, porque Marx siempre hizo hincapié en que el comunismo sólo podía implantarse en los países capitalistas desarrollados por incapacidad del sistema para expandir continua y progresivamente las fuerzas productivas. O dicho de otro modo, el socialismo era política e ideológicamente “inevitable” cuando las relaciones de producción en los países capitalistas avanzados no permitieran el avance de las fuerzas productivas. Pero creo que esta explicación es insuficiente. Se necesita ensayar otro tipo de respuesta más profunda. Rusia (en 1917) y China (en 1937, durante la ocupación japonesa) eran Estados al borde de la disolución. Es en esos momentos que hacen su irrupción los “marxismos” en esos países. La rígida propuesta marxista para frenar los procesos de disolución –la organización de estados altamente centralizados y autoritarios, realizar reformas agrarias profundas, lograr el pleno empleo de baja calidad pero seguro, establecer rígidos sistemas de planificación económica “central” y refundar a las FF.AA. como garantes del

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proceso– fue funcional en ambos países. La disolución estatal fue impedida. Este quizás fue el principal rol que la astucia de la historia (en el sentido de Hegel) le había destinado al denominado “marxismo-leninismo” tanto en Rusia como en China. La “metamorfosis” de los comunistas se concreta al tener que pasar de querer implantar infructuosamente utopías, a tener que enfrentarse con la cruda realidad de aceptar que su función real es dotar a esas civilizaciones de sustentos en mercados. Esta es, planteada esquemáticamente, mi hipótesis central. Ese desafío no se planteará igualmente en Rusia o China. Las funciones manifiestas de las operaciones revolucionarias lideradas por los partidos comunistas en la “etapa de la conquista del poder” no tenían mucho que ver con la resolución positiva de la relación interdependiente entre socialismo y mercado. Este tema no esta planteado. Sin embargo, esta sería una condición esencial para edificar no sólo un nuevo tipo de economía sino, para edificar las bases de una “civilización socialista”, superior a la “civilización del capital”. Fundar una civilización socialista era el objetivo del Manifiesto Comunista de 1848. La astucia de la historia es la “madre” de la metamorfosis. Lo es, en el sentido que –tanto en el caso ruso como chino- la conmoción moral e intelectual catastrófica que esos pueblos experimentaron en 1917 y 1937 respectivamente, deviene la percepción política que lo que estaba en juego no era solo el régimen sino que las crisis amenazaban con destruir las bases de ambas civilizaciones. Las revoluciones en curso entonces, son legítimas porque se proponen defender modos de vida y espirituales de ambas comunidades que están mas allá de los caducos regímenes políticos existentes para esas fechas. Esas comunidades –rusa y china– son sistemas de tramas y tejidos sociales y productivas, que se sitúan mas allá del agotamiento de los regímenes “feudales”. Los comunismos –sea bajo la modalidad del “populismo leninista” o el marxismo confuciano maoísta– fueron las únicas fuerzas políticas y militares capaces de captar y traducir en programas y tácticas las heterogéneas expectativas sociales que confluían dentro los torrentes revolucionarios en ambos países. Para cumplir con sus tareas de renovar y fortalecer a las antiguas civilizaciones, los comunistas inician en 1917 y 1937 largos recorridos, dentro de los cuales, la metamorfosis se concreta y se consolida.

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La Revolución Rusa de Octubre de 1917 se produjo en gran medida por la certeza leninista de que el final de la Primera Guerra Mundial sería el inicio de una situación global revolucionaria en Europa occidental, con epicentro en Alemania. Para 1920 era perceptible que no existía tal situación global revolucionaria y mucho menos la perspectiva de instalar regímenes políticos soviéticos en países con sociedades civiles estructuradas, como diría Antonio Gramsci. Comenzó en Rusia en los años ’20 un debate dentro del comunismo, que recorrerá toda la década: la controversia entre la revolución permanente internacional o la elección de construir el socialismo en un solo país. Como demostró la experiencia política, ninguna de estas tesis antagónicas era acertada. Era cierto que el socialismo –como había escrito Marx– sólo sería asegurado por el triunfo de los partidos de izquierda y sus programas socialistas en varios países altamente industrializados. Pero también era cierto que el capitalismo –como había escrito Gramsci– no se derrumbaría, y que podría enfrentar graves crisis mundiales, como efectivamente sucedió entre 1929 y 1937 con epicentro en Europa y EEUU. La Gran Crisis incluiría la opción fascista en Alemania, Italia y otros países europeos. Se podía construir el socialismo en un solo país, pero a condición de entender que ese socialismo tendría que correr el riesgo de ser constituido en la tensión entre el Estado socialista y la conformación de un sistema de capitalismo de Estado que diese sustento a una vigorosa economía de mercado industrializada y competitiva en el mercado mundial. En aquel largo debate en el interior del Partido Comunista ruso y en la Internacional Comunista, el trotskismo fue derrotado por el estalinismo. León Trotsky se despreocupó de la cuestión del mercado socialista y sus implicancias, y se embrolló en un debate abstracto sobre la revolución permanente y fue derrotado por Stalin (con el apoyo de Nicolás Bujarin), que ofrecía el camino mas seguro de construir una sociedad socialista “en un solo país”, articulada por un Estado multinacional hipercentralizado y autoritario. El impulso histórico de la revolución residía no sólo en su programa económico sino, sobre todo, en la “aspiración de la libertad”. Lenin había caracterizado al Imperio Zarista como “cárcel de los pueblos”, categoría que incluía liberar por la vía revolucionaria las energías productivas y culturales de los pueblos “encarcelados”, incluido el ruso. Los campesinos rusos aspiraban a ser productores individuales sin romper con las estructuras comunales; las clases medias urbanas

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aspiraban a ser reconocidas por sus méritos profesionales y la libertad necesaria para participar en las instituciones de las ciencias y las artes; y la clase obrera aspiraba no sólo a salir de la vida miserable en los tugurios, sino también a ser reconocida como sujeto político colectivo con derecho a la participación sindical en las empresas. Reconocer esas diversas formas de expresar los “deseos” del pueblo ruso era condición para dar los primeros pasos en la dirección de constituir una civilización socialista con capacidad para influir en la cultura obrera de los países avanzados y para diseñar las bases de la batalla cultural y material contra el poder del capital a escala mundial. La fórmula de la “dictadura del proletariado” era totalmente inadecuada para constituir una sociedad de hombres “lo más libres posible”, dentro de una larga fase histórica de confrontación y competencia entre civilizaciones que podía durar siglos. El “hombre nuevo” del socialismo sólo podía formarse si daba cuenta institucionalmente de la diversidad de “deseos” que la nueva sociedad socialista pluralista exigía a la “razón socialista”. El “hombre nuevo” no podía construirse como un acápite de recetas dentro del plan quinquenal. Sólo podría desarrollarse, en el largo plazo, si la ideología y las prácticas sociopolíticas socialistas –como escribe Sergio Rodríguez– daban cuenta y respondían a los deseos reales de grupos e individuos con intereses sociales e intelectuales diversos. La revolución soviética reconocía sólo tres grupos sociales revolucionarios homogéneos: los campesinos y semiproletarios del campo pobres, los soldados-campesinos y los proletarios. Estos constituían el “bloque histórico” revolucionario. Pero no eran socialmente tan homogéneos. Además de que procedían de culturas nacionales y lenguas diferentes, sus prácticas sociales y laborales incluían rasgos psicológicos distintos. Por ejemplo, el deseo de los campesinos –ahora convertidos, luego de la reforma agraria, en campesinos medianos– era ser productores independientes y establecer relaciones directas con los mercados de consumo urbanos. La clase obrera incluía también rasgos psicológicos particulares, según el tipo de trabajo concreto, ya sea en la gran industria fordista o en las fábricas manufactureras. Por último, las clases medias antiguas o emergentes aspiraban a conservar sus privilegios sociales y su capacidad para consumir bienes materiales y culturales más sofisticados.

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Por lo tanto, la única institución social que podía unificar y cementar esa diversidad de intereses sociales —de los cuales sólo hemos registrado algunos— era la existencia de un “mercado organizado” capaz de cumplir con la función de canalizar la diversidad de deseos y necesidades dentro de una única voluntad política consensuada. Ese mercado debería asegurar la acumulación constante del capital. La búsqueda de este camino fue la Nueva Política Económica (NEP), establecida en 1921 como respuesta a la peligrosa disgregación social que se había producido a partir del agotamiento del “comunismo de guerra” primero y de la guerra civil después, y por ende finalmente de la necesidad de encontrar motivos para que el bloque social pudiera refundar la economía del nuevo estado multinacional: la URSS, creada en 1922. Lenin creía, con razón, que era necesaria una “revolución cultural” para cambiar la psicología popular y fundar una nueva concepción del mundo en el interior de las clases sociales que sustentaban al régimen soviético. Pero sabía que esa revolución cultural no tendría ninguna chance de ser exitosa si no formaba parte de una estrategia de desarrollo movilizadora de las energías productivas potenciales que anidaban en el mundo de los deseos concretos de los grupos humanos involucrados. También entendió rápidamente que el viraje de la NEP inevitablemente se traduciría en la formación de nuevas corrientes dentro del PC y un resurgimiento aggiornado de tendencias liberales, social revolucionarias y mencheviques. Aunque Lenin seguía identificándose con la solución “jacobina” (que en Rusia se expresaba en el monopolio del poder por parte del Partido Comunista), sabía que el desarrollo de la NEP incluía la necesidad de readaptar la estructura del Estado para permitirle representar las nuevas diferenciaciones generadas por el mercado organizado. Una de esas diferenciaciones se expresó muy pronto en la formación de una “burguesía nepista” que Stalin se ocupó de reprimir violentamente en 1931. Otra preocupación de Lenin era cómo diseñar una revolución cultural que integrase el sistema educación de masas con la variedad de escuelas científicas y artísticas que habían nacido bajo el impulso “futurista” de la Revolución de Octubre. Todas estas novedades que incluía la NEP dan sentido a una frase pronunciada por Lenin en la VII Conferencia del PC, en 1921, cuando, luego de fundamentar extensamente las razones para iniciarla, dijo,

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lacónicamente: “Por haber sido revolucionarios pudimos tomar el poder. Ahora debemos aprender a ser reformistas”. Es la enorme dificultad que se plantea a los comunistas rusos para entender el esbozo leninista de capitalismo de estado que gobierna a los mercados (lo que hoy llamaríamos economía socialista de mercado), sumadas a las resistencias campesinas de 1928 –es lo que empuja al PC– ya muerto prematuramente Lenin en 1924 a percibir que se necesita implantar un sistema de planificación central para hacer de Rusia una “gran fábrica socialista”, agrícola e industrial, en el menor plazo de tiempo. Como planteara Stalin en 1930: “o industrializamos el país en diez años o pereceremos”. En realidad Lenin –que percibe que la metamorfosis despóticoasiática será inevitable si se quiere montar el socialismo sobre la vieja entidad geopolítica de imperio ruso– trata de desarrollar al marxismo a través de la NEP. Pero ni su propio partido entiende el viraje nepista y solo lo acepta como un retroceso táctico. La NEP es abolida en 1929. Pero, ¿sería posible que la inevitable metamorfosis se pudiese corresponder en punto de inflexión de la historia del comunismo con la aspiración de hacer compatible el socialismo con el mercado? Parecería que tal originalidad esta en desarrollo en China desde fines del siglo XX. Luego de treinta años de régimen de “socialismo real” el Partido Comunista de China (PCCh) ha realizado su metamorfosis, que denomina economía socialista de mercado. Es una metamorfosis que aspira a da continuidad al socialismo, ahora concentrado en la modernización. Como en 1937, en 1979, estaba al borde de una catástrofe luego del desastroso final de la Revolución Cultural Proletaria. En 1937 el PCCh elaboró una línea política cuya primera fase consistió en unir fuerzas con el Kuomintang para derrotar al ocupante japonés. Logrado este objetivo en 1945 comenzara una segunda fase de una revolución democrática que terminará –luego de una cruenta guerra civil– desalojando del poder al Kuomintang, lo que permitirá al PCCH fundar la actual Republica Popular China. El partido comunista ha impedido la “balcanización” de China. El modelo económico social y político durante 1949-1979 (incluyendo el interregno de la Revolución

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Cultural Proletaria) fue el socialismo real de tipo soviético. Experimentado por su largo ejercicio en el poder, habiendo logrado “chinizar” al marxismo, y consciente de que se avecinaba una gigantesca “autorrevolución del capital” en escala planetaria (“globalización”) que arrasaría con el modelo estalinista, el partido optará por retomar las ideas esbozadas por el leninismo bajo la NEP. La metamorfosis del comunismo chino no se realiza como negación consciente del marxismo, sino como la búsqueda de su continuidad. Era cierto que la NEP en Rusia incluía el peligro de la “restauración capitalista”. También es ahora cierto que esa posibilidad se reproduce con la gran transformación de China en una economía socialista de mercado. Pero, visto hoy, con una nueva perspectiva histórica, los riesgos acecharían siempre a cualquier modalidad de socialismo. La NEP cumplía con el requisito planteado por Lenin de que lo decisivo no era controlar el territorio del viejo Imperio –herencia zarista– sino establecer una nueva centralidad estatal cementada en la vitalidad centralizadora del nuevo modo de producción socialista. Lenin creía que los antecedentes socioculturales estaban en el modelo de desarrollo del capitalismo norteamericano (como piensan hoy los comunistas chinos). La NEP empujaba a la flamante URSS a tratar de competir en los mercados mundiales, intentando coexistir con los países capitalistas desarrollados sin atemorizarlos inútilmente con la amenaza de la inviable “revolución mundial”, y creando un clima favorable para el encuentro traumático y al mismo tiempo progresivo de civilizaciones. En tanto línea de fuerza histórica y en tanto modelo real para hacer viable la “idea comunista”, la NEP logró regresar con honor a la escena socialista con los cambios iniciados en China en 1978-79. China, aunque nunca lo reconozca oficialmente, por la combinación entre etnocentrismo cultural y resistencia lógica al hegemonismo estalinista, ha elegido una vía experimental que ya se prefiguraba con la NEP en Rusia. La “NEP china” aplicada a los comunista chinos, y más allá de su resultado final nos remite a aquella tesis hegeliana según la cual “los hombres creen que escriben su propia historia, pero en realidad escriben la historia del espíritu absoluto”.El viraje comunista en China implica su metamorfosis para funcionar como lo hizo en el pasado al asegurar en 1949 la cohesión de la civilización china. Lógicamente, la experimentación china” puede terminar en la constitución de un imperio “mas” moderno, o también fracasar.

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Los comunistas rusos “históricos” terminaron realizando su metamorfosis garantizando lo que Rusia reclamaba en 1917, que era impedir su disgregación e iniciar la modernización. A fines del siglo pasado, emerge un nuevo liderazgo (quizás con un nuevo Stalin, aggiornado que acepta la economía de mercado), pero que reafirma que el “Rus” es una entidad histórica irreductible frente a la balcanización, y que por ello pudo sobrevivir a la caída del comunismo. Como hemos adelantado en esta introducción, a fines del siglo XX surge en China un modo de desarrollo, la llamada economía socialista de mercado, que aspira a realizar el sueño imperial chino, ahora tratando de instalarse en el seno del poder económico y financiero del capitalismo, ante el desconcierto de las élites conservadora norteamericana y europeas. Samuel Huntington escribió que el siglo XXI sería el siglo de la “guerra de las civilizaciones” (1996) De la supervivencia de Rusia liderada por Putin y el audaz experimento chino se podría concluir que a los comunistas se los pudo derrotar, pero si bien ya no están ni volverán como fueron, siguen haciendo su trabajo en las civilizaciones que astutamente recurrieron a ellos para sobrevivir. En este nivel de análisis, el nivel de las metamorfosis del comunismo, la obra de Huntington tiene poco para decirnos. La escasez de estudios específicos sobre la metamorfosis del comunismo es lo que justificaría la publicación de ese ensayo. Ha sido escrito para estimular el debate. Las hipótesis planteadas son solo medios para arribar a nuevas certezas. Un diálogo inédito entre el socialismo y el mercado ha comenzado a desplegarse en el mundo. La actual crisis financiera-económica mundial podría estimularlo.

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Referencias bibliográficas: FURET, Francois 1995 Le Passé d'une illusion, essai sur l'idée communiste au XXe siècle, París: Laffont/Calmann-Lévy. HUNTINGTON, Samuel P. 1996 The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, New York: Simon & Schuster

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