A la Memoria de Jacques Derrida, cogito de l adieu, hospitalidad Incondicional

A la Memoria de Jacques Derrida, cogito de l’adieu, hospitalidad Incondicional. A Mi Padre, terrenal, grandeza de obras que tomó forma en sus palabras...
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A la Memoria de Jacques Derrida, cogito de l’adieu, hospitalidad Incondicional. A Mi Padre, terrenal, grandeza de obras que tomó forma en sus palabras; Hombre cuanta sabiduría no podía revertir en sí mismo, sino en el Linaje masculino de su magnificencia. A la Memoria de Mi Madre, quien su vida no podía traducirse en Hospitalidad, evangelismo, crueldad, suicidio; es que no dejaba Traducirse. A Mi Esposa, María Soledad Mañas, mi sustento, mi equilibrio, la Paciencia inigualable y refleja de un tiempo y un espacio únicos; Quien hubo sido creada y engendrada para Mí, Catarsis ella de mi insolencia. A Javier Medina, signo real de la Amistad Incondicional y altruista; tan clásica, tan moderna: eterna. A Veronika Justyna Hope Wheeler, De antemano, primogénita en sangre y carne Trae e instiga la azulada profecía de un hombre Quien sólo sabe trastocar la historia de un espíritu, Cansado espíritu, no más que embellecer lo secreto, De atesorar el aquende indomable y distraído espacio Que reclama la alborada de su simiente, tan gastada de pulidez, Tan corroída de ceremonias Que abrigan al ayer en su espera como verbo de lágrima Sobre piel falta de tersidad juvenil. A ti, quien das oídos a Mis palabras tuyas Que tienen aquel eco de siesta delicado, frágil, enfermizo y ¡Detente solemne vida mía que llegarás a puerto! …no Me proclames tus culpas que en el principio fueron mías.

Jonathan L. Alvarez D.

Profetas Suicidas Un Monólogo del Residuo

ÍNDICE

EXORDIO Exergos de una Epistemología Presenil CAPÍTULO PRIMERO Mercados Intelectuales CAPÍTULO SEGUNDO Insolencias Relativistas CAPÍTULO TERCERO Cambo de Hospicianos EPÍLOGO Latinoamérica Intempestiva

No que los amigos tengan que callarse entre ellos o a propósito de sus amigos. Haría falta que en su palabra respire quizá el sobreentendido de un silencio. Este no es otra cosa que una cierta forma de hablar: secreta, discreta, discontinua, aforística, elíptica, justo el tiempo desunido de confesar la verdad que hay que ocultar, ocultándola para salvar la vida, pues es mortal. JACQUES DERRIDA

EXORDIO Exergos de una Epistemología Presenil

1 Innecesario o necesidad de volverle inútil o exagerado, el amigo de la resistencia, insolencia de una demora, ese callar sincero que no dejase escapar jamás y siempre, pulcro desde los ojos hasta su enfermedad; la amistad saludable que palpa para no punzar y susurra por no escupir, esa libre soberanía de lo cercano con su clamor de protección y sagrado ropaje exhibido y cada vez más en lo más de su infinitud. Seducción de eternidad ¡Aquí está mi renuncia! Pulsión de evadirme entre la mano y la palabra, entre tres pasos y una carnada, me asquea tu ingenuidad de ser negligente, la espera de crecer y al ineluctable ritmo sincopado del arrebato; es la herida precio de ser por la amistad. Un «imperio actual de las masas» que se transcribe con la misma tinta causante de esta epistaxis de melancolía, de esta soledad que me ata al vocablo de la amistad; repugnancia de un silencio colectivo retardatriz que estataliza la fuerza en simbiosis en un largo momento musical tan teatral, ahogarse muy repentinamente bajo las intimidades más placenteras de una hermosa mujer, de una amistad familiar que hubiere podido ser arrogante en lo alto, muy en lo alto de sus talones. 2 Aquel antepasado de una historia que sigue caminando en cada boca política, ese amanecer que no termina de aclararse, esa segunda venida que no finaliza de llegar, una amistad que frívolamente cede entusiasmada ante la mudez que agite la cortadura tantas veces necesaria como deje de sanar; no me importan tus deidades, no me embelesan tus poesías de la nada, no me interesa tu perdón. Sólo sé traicionar mi pasado hasta verle desfallecer y perderse en el porvenir de su anhelado olvido. No estoy en las filas de quienes beben del veneno de la resignación, no soy de quienes callan para conservar la amistad, de quienes resisten para no atacar, quienes ríen por no berrear el dolor hasta el sordo oído de sus dioses, tan vulgar, tan alcahuete, tan huérfana, tan mestiza. No estoy en las filas de quienes rescatan su folclore; soy de estas fuerzas vivas que se claman

multinacionales, que ruegan por tierra ajena, suenan su obra en el exilio, gritan la apátrida. 3 Es esa amistad de la ética que tanto revolotea entre los amigos, muchedumbre de amigos que se deja sufrir con los ojos abiertos, que se depaupera y arrastra para no morir en manos de su propia redención, para evitar ser moderno, sufrir en lugar de comenzar a burlarse; pisar y rehollar ese masoquismo femenino, aquellos «labios abiertos sobre el abismo desconocido, borde del agujero cuya ausencia de fondo es ese algo que la madre debe transmitir a su hija», el sufrir no para sentirse ya vivo, un sufrir placentero, una epistemología del sufrir, la ética del sufrir; la amistad del sufrimiento que vive para nacer nuevamente, una y otras tantas veces como fuere posible, un continuo renacer siempre marchito, la misma génesis, el mismo ingenio, el mismo evangelio de la amistad; glorificados luego de morir. 4 Una confesión sería aquel vocablo de la esperanza de excentricidad, anhelo del terapeuta, sacar a golpes lo inconsciente o lo callado, diezmar la resistencia mediante la estratagema; ese dominio del hombre al hacerle hablar en cualquiera forma del lenguaje para juzgar y sanar su hacerse sufrir, para atacarle después —y siempre después— que un primer movimiento «respirar libremente al ver a su adversario morder el anzuelo», al esperar el inicio del juego; responsabilidad del incidir persuasivamente en l’autre con un ataque presencial de cierto infrasonido que tiemble la oscuridad más íntima de su yo, un preguntar sin-respuesta anterior a cualquiera factualidad, a cualquier punto logocéntrico de soberanía, la sola presencia que intimida y declara la guerra como un preacuerdo de la génesis, como un contrato de antemano, de prehistoria, un antepasado que se supone axioma, un antes que todo de la primacía del yo.

5 El yo que aún no se sabe narciso, que todavía no se es autobiografía; es la genealogía del yo donde un psicoanalista se quejaría, protestaría frente al culto árabe-islámico, el no saber qué hacer sin la figura

de un Moisés homogéneo que tendría eco forzosamente en el judeocristianismo, en el monoteísmo mayoritario de un Yahweh que sólo evolucionó en un único curso filogenético. Así se erige desde la filosofía del «como si», desde la relatividad y la normalización de una historia que deba ocultar sus residuos; el espacio ismaelino que aún respira como si el tiempo no le afectase, como si a-temporal, de múltiples dimensiones pero sin temporalidad, una evolución residual, un desarrollo del suicidio marginal, del sacrificio infantil, el crecimiento del regreso, del eterno regreso; es esa atmósfera de un hábitat que no se deja descubrir, una colonia bajo los suburbios de la globalización, una especie endémica en la aquella voz que sólo se hace escuchar hiriendo gravemente. 6 Es justo allí, sin tiempo alguno, donde el psicoanálisis le es imposible mudar el mismo estandarte de Moisés para asediar al culto del Doble Discurso abrahámico, donde la eticidad pierde su precio antropocéntrico, donde civilización no permite ser sinonimia del perdón, donde globalización no se deja traducir en seguridad internacional; es justo allí donde el terapeuta tan «parregicida y homosexual» pasa a ser un paciente en toda su acepción reveladora de intimidades, ese analista quien publicita más de sí, de su privacidad, quien habla mil entre cada una palabra de su paciente, quien muere siendo objeto de su propia trivialidad clínica, enclaustrado en su consultorio que le excentra, homicida de sí mismo; ese hablar demasiado de sí que termina en el dominio del paciente, la paciencia del paciente, el teatro de su propia resistencia: la escena del suicidio. 7 Se Me pide introducir, Se Me pide prologar, Se Me pide hacer el juego antes que el juego; ese juego que invente, ese que prometa una seria realidad paralela a sí misma, el juego que signifique un cambio abrupto de «una regla que se haya vuelto un afecto» y convierta al paciente en un jugador, intempestivo jugador. Se trata de una «rebelión de las masas» o «rebelión de esclavos» que terminan por reducirse a sólo jugadores que inventan sus verdades y las invocan para hacer su privada historia, su propia generalización de palpaciones y acato de pasiones del ánimo hospedadas y desarrolladas desde su propio espejo menos teatral y más sincero conservacionista. Un infante, un hombre cobarde y desagradecido

con su pasado, quien ama en su obscena y sangrienta memoria; quien se habla a sí en un soliloquio, en el monolingüismo de sus juegos, quien se dice que es un cobarde, un cobarde en el silencio, en el pesar de su propio discurso; es la fuerza a la que recurre para no consentir separar su identidad. 8 Una culpa de valor para suicidarse y ceder ante sus murmuradoras ideas, ese prolegómeno ceder que también es ser cobarde, esa aporía de lo cobarde y lo no-cobarde que distancia al yo de su yo. El sinlamento del pasado, el sin-perdón para lo que descansa en la privacidad de la memoria, lo pronto para olvidar el dolor que se causa, el juego que sólo sabe herir, que sólo sabe dañar, el juego serio que juega, el inmenso dolor que no se recuerda pues es lícito de un juego del juego; sólo construyo Imperios en el sigilo de Mi Cobardía, maravillas que viven y perduran por Mi Cobardía. Son estas moralidades y reglas signos de una infancia placentera, hacedora de realidades y conspicuos estados de beligerancia completamente enmarcados en sus estatutos tan crudos en el juego, tan inadvertidos en lo cotidiano, tan naturales y tan extraños: una guerra entre dioses creados quienes juegan a ser dioses, una guerra entre reglas quienes juegan a ser reglas, una guerra entre suicidas quienes juegan a ser suicidas, juegos entre jugadores, infantiles entre infantes; el exvoto y la mayoría que se adapta a la mayoría, el ataque gastrointestinal.

Jonathan L. Alvarez D. Mayo, 2007

Esto hizo que le rindiera mi corazón. Soy, lo confieso, de una audacia extrema, al osar haceros la ofrenda de este mi corazón, mas todo lo espero de vuestra bondad y nada de los vanos afanes de mis flaquezas. En vos tengo puestos mi esperanza, mi bien, mi sosiego. De vos depende mi aflicción o mi ventura, que por vuestra sola decisión seré por siempre dichoso si vos queréis o desdichado si así lo decidís. MOLIÈRE

CAPÍTULO PRIMERO Mercados Intelectuales

I

No soy el primer psicoanalista que escribe sobre la técnica. Ya el mercadeo se respiraba en la antigüedad en formas muy complejas y más notorias, incluso, que en la franqueza propia de este siglo. Con un ingenio constativo mediano, ha podido históricamente, irruirse en la técnica más evolutiva conocida y practicada por las masas. El grueso social se hubo colmado de la técnica necesaria para comercializar el intelecto; logrando adaptar la promesa propia del lenguaje, al dinamismo interno de las políticas cada vez más humanas. Sí, hay antropocentrismo en todo esto, el mismo lenguaje aspira, a diario, descubrir e inventar una coartada para sustentar este comercio. El crimen encuentra su derecho universal en la coartada. Un argumento más colectivo, que gana más adeptos en un entorno cada vez más globalizado y equilibradamente desorganizado. Invento el recurso, Invento el cálculo, Invento la técnica. Entre tanto exista un discurso comprometedor —y siempre lo habrá— se resucitarán las antiguas ideas de la garantía y el perdón. Este concepto enorme es repasado en las mentes infantiles, mediante un espacio educativo pacíficamente violento, donde se tiene derecho a ser instruido pagando el precio del secreto público. El crimen aparece justo cuando las viejas pulsiones de vida y muerte encuentran, un tanto más asible, la técnica que los haga más universal; más social. Pero con una mediana genialidad, dije al principio, es posible introducir la técnica para sustentar una forma de crimen —cualquier crimen— grupal; es necesaria la coerción que logre maltratar sin que sea evidente, o al menos resistible. Aquí entra en el juego de una historia cruel, la piel más joven. Se hace crueldad en una mente infantil que no puede

resistir, mientras a la más senil no le sea tan claro el proceso, cuando se usa aquélla como símbolo de futuro. Es el mercado abierto, desde el público más mitológico hasta el más inteligente. Quizás sea difícil acceder a un espíritu maduro, pero no a su descendencia. Posiblemente, no causa tanto dolor derrochar la sangre bélica, pues se es capaz de argüir que nació y fue formada para ello —para luchar por las libertades, la soberanía, etc., —; pero los infantes muertos causarían mayor malestar. Acaso no es horrible saber hombres ancianos sufrir cruelmente en su soledad; pero es grotesco observar padecer a un niño e involucrar a su entorno pueril. Empero, aún no está el comercio presente en cualesquiera entre estos ejemplos; todavía no excede a la publicidad. El mercado aparece en una autoridad corrupta —cualquier institución familiar o no— que sólo distribuye para sus discípulos un discurso que sea aprehendido, aunque no comprendido, y que espere su fruto, en un futuro que, para tal entonces, no podrá ser resistido sino por algunas mentes contestatarias. El resto —y es importante siempre el resto—, caminará bajo la promesa de un aquí y ahora en el que cree poder tomar decisiones propias y disfrutar de sus derechos universales. En ese momento, el psicoanálisis —freudiano o no— debería pensar en que el mentirse a sí mismo, es ahora posible si la figura del yo es transformada en un colectivo. Me miento entre tanto yo sea otro. Un otro bajo la forma de un discurso interno. Esto es comerciar con el alma colectiva criminal. No soy el primer psicoanalista que escribe sobre la técnica. Después de todo, parece tenerse un derecho forzoso a ser libremente criminal. Ciertamente, es demasiado ambicioso hablar de Mercados Intelectuales para un político. Aunque mi idea de lo político se separe sorpresivamente del culto, pretendo sólo discutir si el intelecto le pertenece al psicoanálisis, o si es necesario preguntarse lo político de las mentes y sus mercados. YO, como político, no encuentro al psicoanálisis hurgando en el sentido de las guerras; y todo Intelecto supone guerras; y todo Mercado supone guerras. Pero ¿qué antecede y excede a las guerras? Son dos formas de la misma pregunta que no puede responder el psicoanálisis sin una mirada política. El teatro de guerra no explica la resistencia en el terreno de juego. Un acto revolucionario es, estrictamente político, puesto que me precede como individuo, y soy revolucionario por el germen social, no por un estado de consciencia individual. En ese corto instante, soy libre de hacer lo que aprendí a hacer, soy ese hombre con Libertad Condicional. Soy ese hombre que crecí para el teatro y no para la guerra: sé publicitar pero no resistir, sé agitar, pero no contrarrestar. Y es que todo hombre

revolucionario, hace una escisión, pero no sabe pelear por ella fuera del teatro: aunque es justo no pedírselo. Asumo que el mejor terreno para preguntar lo ético-político es el culto, por muchas razones. Se trata del punto de inflexión: el subdesarrollo social arrastrado por la globalización aún infantil. Hablo de llevar un mensaje grande, a una multitud grande, de una manera grande. Ahora no importa que el hombre medio lo entienda, no importa el hombre medio. Lo único que necesito como hombre medio, es un mensaje. Para persuadir a muchos, necesito un mensaje publicitario. Para arrastrarlos, necesito un mensaje universal. Aquí es donde el psicoanálisis debe preguntarme por lo indecidible de la libertad democrática. Es que pretender dar una respuesta democrática a una pregunta totalitaria es, o ser un perfecto imbécil, o quizá jugar al teatro democrático. Decir la verdad, toma otras formas y hablar de totalitarismos, es hablar de democracias. Justo cuando juzgar interrogando a la historia, es jugar con estratagema. Ahora no importa que el hombre medio entienda el mensaje; no importa el hombre medio. A esto me refiero, a interpelar al psicoanálisis por el hombre que estudia. Simplemente, se le ha escapado, y debe, lo quiera o no, volver la vista hacia un hombre político, no social ni individual, sino político. Tengo el deber, como Hombre PolíticoDemocrático, de garantizar tus derechos universales, pero tus derechos son universales; mi Deber no. Tu derecho es ideal y mesiánico, una promesa. Mi deber está condicionado por la fuerza constrictiva y la violencia, es la ley, la manera de hacer cumplirla. Pero, ¡por favor! Se puede renunciar a un derecho universal, pero siempre estará ahí; puedo renunciar al Deber de garantizarlo, pero nunca hubo tal deber.

II

Hablo de un mensaje grande, ideal, universal, que esté por doquier, que siempre piense en ese mensaje para mí, hecho para mí, a mi medida. No importa a quién va dirigido, no importa el hombre medio. Está ahí, el mensaje está ahí, en un ahí subjuntivo, en un futuro subjuntivo. Si llegare yo a necesitar tal mensaje hecho para mí, lo tomaría y lo reclamarían pues es mío. No tengo sólo un derecho. Tengo el mayor de los derechos, tengo un derecho grande, tengo un derecho universal. Tengo un derecho democrático. Y también, es importante que todos lo sepan, siempre tendré a alguien que defienda mis derechos. No los alcanzo yo, pero si los pido, alguien promete garantizarlos para mí. Estoy en democracia. Al menos, así lo creo. Si el psicoanálisis puede ofrecer una respuesta como ésta, entonces pisa terreno político. Estoy hablando de democracias parciales que se crecen en mitologías humanas. Tengo sólo nociones democráticas, clamo por el más allá del Teatro. Ese aquí y ahora se sigue retirando hacia un futuro por razones comerciales. Las autoridades continúan dilatando la ley en un presente sin aquí y ahora, convirtiendo en un mercado, un discurso que fue agotado. Se siguen creando pecados donde no existen, perdones donde no aplican, amores donde no hubo odio. Pero si no existen, se inventan: pero es importante el mercado intelectual. Se habla para el otro, se miente y se confiesa para el otro; nunca recae en el yo. Se trata de consciencia, de una consciencia que supera el concepto apocalíptico, de recuperar la figura de un Prójimo asesinado con un discurso conservador, para unas sociedades que se resignan al malestar en espera de una Libertad retenida, de una regresión infantil, de una deuda sufragada, de una responsabilidad confiada que tenga acciones en un presente cada vez más inhóspito. Sólo se ven símbolos, ropajes,

pronunciamientos, himnos de guerra, salmos de conflictos entre la carne y el Espíritu, más y más ejércitos santos. Pero no hay medallas, no hay cantos de triunfo, no aparecen realidades de instituciones que cambien su entorno; es un eterno conflicto sin muestras de iniciativas. El comercio excedió a Edipo, y el otro se avista aún muy distante. Permítanme abarcar e interrogar el pasado en una sola visión, en una única pregunta. No me apartaré de los políticos y psicoanalistas que definen Mercados Intelectuales deconstructivamente, como han hecho con latencia, en esta ocasión. Considero que es necesario alargar las argumentaciones, y hacerlas luchar contra otros entornos que no parecen incidir con el campo origen. Cualquier historiador que tenga los ojos en la historia —como relativamente ninguno—, notaría que hasta la historia más cruel y vergonzosa es bien narrada y llevada a buen fin. Se suele hacer historia, contándola, a maneras muy distintas, llegando a ser un verdadero arte lleno de hermosas fábulas y legendas con grandes títulos comerciales. De modo que, los Mercados Intelectuales, residen siempre en el poder. Las cosas cambian cuando se cuentan distintas, aunque se hable acerca de las mismas cosas. Sólo se han dañado a los oídos de la muchedumbre —así debía ser por combinatoria—, con historias festivas de crueldades excelsas, y luego profesar que la historia se repite. Son sólo grandes performativos de lo mismo; no ha existido la historia repetitiva, han existido historias monótonas de una historia cambiante bajo el poder de quienes la cuenten. Se trata de mantener el subdesarrollo, crear revoluciones y globalizarlas: crear historias convenientes. Cualquier medio-inteligente profetiza en entornos narrados. La naturaleza conserva sus líderes mejores adaptados a cambios. La pregunta inevitable ¿Por qué han sobrevivido sociedades atrasadas y que, por naturaleza, debieron ser desplazadas? Siempre han existido causas sociales, económicas, políticas que movilizaron cambios históricos; pero también razones sexuales, psiconeuróticas y combinatorias que rigen campos eidéticos caóticos. Éstas últimas son irreductibles y residuales. La política subdesarrollada crea soluciones residuales grandes, para no prestar atención a problemas que no puede patentemente resolver. La inteligencia histórica trabaja el mesianismo de la firma, sella acuerdos con conceptos evolutivos de memoria colectiva, y termina conservando el subdesarrollo para custodiar el poder. Se logra, transformando e intercambiando posturas de izquierda y derecha. Así, aparecen revoluciones conservadoras, mensajes globalizados, historias

maravillosas que sustenten el nacionalismo y sean capaces de retener la consciencia en un presente insatisfecho, hasta jurar un más allá del porvenir deseado. ¿No logra verse? Se camina de lo temido a lo amado. No necesito, como líder o símbolo, que me temas; te convenzo con historias narcisistas u homosexuales subsidiadas, historias opulentas, historias comerciales, que te motiven a no resistir al subdesarrollo pues, se trata de un breve espacio-tiempo para un futuro mejor. Se habla entonces, de lo determinado y cíclico de la historia, del no es necesario luchar porque todo igualmente mejorará. Se globalizan las sangres, se unifican los dioses, se santifican las guerras, se aman a los líderes despreciables. No es decente exterminar el subdesarrollo, la naturaleza no sabe aprovechar a los débiles, la inteligencia media trae a sus seguidores endebles consigo como muestra de poder y firma, el centro no es lo bélico sino lo civil. Si eres grande, lo eres en lo civil; si te hiero, lo haré en lo civil, a cualquier costo —ahora extremista—, incluso con sus seguidores suicidas, no tiene importancia la naturaleza, el hombre, el animal, el universo: habrá, en algún momento, un futuro mejor. Parece terrorismo.

III

La política no vive sola. Siempre va de la mano de los historiadores, de los profetas, de los informantes del presente. Hay historias que contar a cada momento, historias repetidas de una historia cambiante. Aquí es donde veo estos Mercados Intelectuales. Es el poder y sus voceros. Sólo discursos comerciales. Cualquier forma social presenta sus debilidades, siempre residuales, justo al convivir con otra especie muy consigo y reflejada, a quien asalta y de quien es depauperada. Es que toda sociedad, es un cuerpo de mundos y civilizaciones, que resulta más cómodo definirlos por sus demarcaciones territoriales, que por sus maneras de hostilizar. Una clínica compleja, demuestra que la herencia social en el fondo, nunca es heredada. La herencia, si existe tal cosa, es entre tanto el padre viva. La muerte, da vida al testamento, de antemano preparado o no, que anuncia la herencia: la transferencia de la Obra del padre, tan celada, tan custodiada, glorificada por él, al recordar que es, ahora, el resultado de tantas conquistas y frustraciones. Y siempre será eso. La herencia supone el reclamo de la Obra, más allá de la muerte, la figura de un padre heredípeta y un heredero agitado y deseoso — aunque violentamente escogido— del legado que aquel otrora, le hubo dispuesto o no. Pero en la medida en que las sociedades adjuntas, comienzan a clasificarse y sedentarizarse, surgen formas de herencia. También aparecen maneras de hacerla sobrevivir y de elegir sucesores. Son vistos así, episodios de mujeres que salvan sus amores a cualquier costo, quitándose el título de madre, asesinando a su progenie, pero también respetando su derecho a la vida; modos para delinquir, para acometer crímenes y legar la técnica: una forma de herencia antigua, sacrificar infantes a favor de algún designio. O también, emprender renuncias y

abnegaciones para salvaguardar la descendencia, a quien será entregada la herencia, como el más allá del padre, el orgullo de seguir siendo reconocido y tomar la estirpe en manos un tanto más jóvenes pero con buen futuro. Al final, siempre hay huellas, algunas indelebles. Huellas inmunes y discursos perturbados. Al final, siempre hay violencia e indecisiones. Al final, siempre hay familias y familiares; en el peor de los casos, se las inventa. Entre padres desplazados y mujeres enfermas, se organizan grupos sociales de mayor alcance. Es que cada vez, se tiende a un feminismo mórbido, se tiende a transvalorar al padre, se camina hacia al parricidio, hacia la homosexualidad femenina tan apetecida y universal, que resucita del residuo más silencioso y furtivo de cualquier forma evolutiva. Lo femenino, toma la historia y la convierte en ineficiente a corta vista, en un aparente lento desarrollo psíquico, en una maraña política de vergonzoso acceso viril. Lo femenino, trae la promesa del lenguaje consigo y la frota hasta lustrar el rostro que la implora: ese aspecto de alguno que va siempre un paso antes que las mujeres. Huellas inmunes y discursos perturbados. Es que el más allá de la muerte lo vive una mujer a diario, lo post mortem no sólo es exhumado por una mujer, incluso es su hogar. Pues una huella para que no tenga contrario, debe ser capaz de, no sólo evolucionar, sino de resucitar, de perturbar un discurso que permita ser rescatado luego de morir por designios naturales. Es una soberanía cansada que logra la eversión más anhelada en la infancia, ese albor pleno de semblante severo que juega a la muerte antes de la pubertad de sus conceptos. Se trata de una mujer de negocios que trabaja sola —y únicamente puede hacerlo sola—, y ha sabido satisfacerse sola en medio de tantas eyaculación precoz e impotencia sexual. Ha sido necesaria pues, la homosexualidad femenina tan universal, tan comprensiva de los verdaderos deseos humanos. El fracaso, aquí sospechado, de la escuela, es esa insulsa pretensión de crear hombres no requeridos por sus sociedades, esos hombres que retardan la historia y regresan a los juegos de guerra, entretanto las niñas juegan al hogar y a la administración de sus amores a cualquier costo; juegan al sacrificio, mientras los hombres sólo saben ser la carnada —cuando el hombre llega al acto concreto heterosexual, vivió toda la motivación erógena en sí mismo, en su consciencia antes que el acercamiento real que le resuelva en éxtasis u orgasmo. Esto es homosexualidad pura, natural, pues la hembra en el reino animal está biológicamente adelantada. El onanismo es primero

en el hombre, es la expresión homosexual, de su acercamiento con la hombría, de su aproximación consigo mismo—. Seguirán siendo madres silenciosas, con o sin acompañantes incompetentes. Sea entonces bienvenida la fortuna que enmiende la muerte. Son éstas las voces que claman por el duelo agotador entre la frustración y el fracaso. Sin embargo, todas se heredan. La prefiguración del duelo, la evolución del concepto de demanda, los arrastrados. Es que sólo la fortuna compensa cuando la idea de necesidad es mutada, cuando se aguarda demasiado y se decide que ha llegado la hora de poner en juego todo por la demanda. Se trata de lo eternizable, extensible, heredable, y forzosamente histórico y finito. El problema de lo heredable, no se halla en el punto de herencia mismo, sino en el punto de muerte, en el punto de inflexión que permite el declive de una historia hasta la perturbación de la genealogía, es la pasividad y la malversación muy de la mano que dan territorio a herencias tan complejas y disímiles entre tanto una nueva plaza es instaurada resultado del residuo legado por tal inflexión. Hablo, por tanto, de dos herencias, del antepasado común, de lo oponible sin-contrario, de la amistad entre enemigos en cuanto que son herederos de un mismo patriarca. No evito decir, que todo patriarca posee la autoridad autorizada por historia senil, por la huella indeleble de un otrora que ganó adeptos y rivales muy contiguamente. Distante del padre, en cual historia es filogenia estricta.

IV

La otra herencia es, entonces, el otro discurso, la apología indirecta que brota de la misma raíz, la polución tan útil y fructífera que recae siempre en buenas manos, en buen término, en el buen gusto del esfuerzo propio y cansado de lograr cuanto todo aquel hermano heredero le fue en dádiva, la preferencia por solicitud, y no por designio, el aquel quien visiona el paraje y lo objetiva en sacrificio. Dos Profecías, Dos Profetas, el uno por gracia, el otro por sangre. Dos burocracias que dependen del concepto de lo propio y de la idea de lo ajeno. No me separaré aún de los mercados y la publicidad que refleje la demanda. Pero antes que pisar el terreno del sacrificio en cualesquiera formas, se requieren los mayores principios que logren asegurar la eficacia de la abnegación. Se trata de saber calcular, pensar el futuro preciso y deseado, transitando todos los caminos en sentido inverso hasta su etiología. Es, pues, absoluto diseñar una hipótesis-tesis del sacrificio, desarrollar una hipótesis-tesis de las huellas, elaborar una necropsia del residuo de una historia no-transcurrida aún, descifrarla, invocarla, interpelarla, predecirla, hacerla pretérita regresándola al presente, atemporizarla. Una demanda, en su concepto subdesarrollado no prefigura, todavía, al sacrificio como discurso; lo esencial del sacrificio descansa en la marca de un parasitismo como germen. No se crea que el sacrificio implique la devaluación del significado. Es justamente al contrario: donde se conoce el significado, es el espacio mismo donde se sobrevalora y se vende devaluado. El mercado intelectual aparece, textualmente allí, donde se estima que no hay comercio digno. La interrogante no surge en por qué se deprecia, sino en por qué se

vende lo oneroso. Ciertamente, al deculturizar el significado, se percibe el culto que lo erige; y no antes. Entonces se parasita, en un modo literal e injusto —si se quiere—, se vende para ganar clientes, es el escenario de una geometría curva no-elíptica, es una política topológica fiel al espacio, discontinua al tiempo, es un entorno promiscuo y económico que requiere el bajo precio, la mutilación de las ideas, el compromiso hipócrita de los profetas y el más allá de la muerte. Pero la hipocresía, ese continuo y nómada fingir, es el mejor perfil de supervivencia posible, es la más pura y sincera manera de hacer frente de guerra. Ese parásito que usa a su enemigo y lo extingue por cansancio, lo explota inocuamente hasta no serle hostil, tal parásito enseña al otro a convivir consigo sin considerarle molesto y mortal. Es una forma muy técnica de hacer guerra: no declarándola, no mostrándola, no haciendo guerra de facto. No es económica la guerra y su contrato, no es logístico hacer consciente la guerra pues, habría preparación, estrategia, planificación y despliegue. El parásito precede al sacrificio, exponiéndose al desnudo anticipando el cambio abrupto justo donde el otro se vea desarmado, en ese espacio donde se esperaba un acto hipócrita, pero envuelto bajo el símbolo de la honestidad. Al final, el veredicto se realiza en juzgados distintos. El enemigo sufre, lo hace saber, pero es ya demasiado tarde, hay sobrado camino. El hecho es que se conoce poco del sacrificio, porque se frecuenta poco acerca del punto de suicidio. No soy el primer pianista quien haya podido establecer la delicada fractura entre sensibilidad y sentimiento. Sé qué es tener manos, ahí donde es necesario hablar sin tocar; y tocar, sólo tocar hasta hacer rendir sin hablar. Es el espacio atemporal que clama por una secesión más penetrante; es un hombre visionario que no duda en traer su sueño por la fuerza, sin voz ni ley, sin éticas, sin compasiones, sin sentimientos. Es la herencia que escoge —el único capaz de tomarla—, la búsqueda y adopción de otros antepasados, el mercado de padres, la guerra por otro porvenir, cueste demasiado o no, sea o no justo. ¿A quién le es conocido el mercado y sus parásitos? Sólo un análisis del suicidio, podría responder la pregunta, tendría la facultad, la soberanía para exhumar al suicida, para traerlo de vuelta a la vida, para forzarle a contar la historia del viviente y sus quejas, del dolor sufrido por vivir siendo siempre el espectador de la escena de un parásito y sus mercados intelectuales. Si es tan agotador, que aquel entonces duerma, pues para mis sueños y visiones hay más camino que

tiempo. Largo pasaje que el tiempo es mediocre. Esa es la verdadera historicidad, sin las manos temporales de un novelero. Un parásito evitará temporizar tanto, como pueda saber ajustarse al espacio del que se reserva por escenario. Aquel que sufre, lo hace luego de cicatrizar, no estuvo cuando fue herido; siempre un paso tarde, siempre un paso detrás del punto de suceso. Este hombre de negocios, se satisface de lo que ha recibido y, lo convierte en útil, lo clama al provecho, lo llama espacio-tiempo y lo envuelve en teorías plenas de admiración. Este hombre evoluciona su técnica y subordina su ciencia a ésta, si algo no es respondido por su ciencia más moderna, lo somete a experimentos hasta ser reflexionado y, posiblemente galardonado. Es un aquel atado al tiempo, encadenado a los logros de sus parientes, viajero pero sedentario, celoso de lo recibido, no siente el dolor de su propiedad pero ha heredado el recuerdo de algún sufrimiento anterior que surgió por la causa de una promesa. Todo se marca con el exergo del nacionalismo.

V

Hasta aquí, es una historia con un claro nombre, muy narrada, muy investigada y se transitará demasiado para seguir siendo la historia del subdesarrollo. Ese estado medio-inteligente, ese hombre tibio y poco evolutivo, inadaptable y despreciable por siempre ir de retraso, aquel quejicoso que hace el lento marchar de su ejército social; puede encajar en el molde de un occidental nacido por designios nobles y virtuosos, pero se ajusta un tanto más al latinoamericano sin restarle gloria al otro. No importa cuánto se hubo dicho y continúa diciéndose sobre el inteligente-medio; este espera que sus voceros mueran para poder escucharles; así, no tendría que contender contra ellos como en vida y, además, estando en el pasado, se unen a sus predecesores y son elevados como insignes de su prosperidad: son glorificados luego de morir; no son desenterrados y traídos de vuelta con toda su sapiencia, sólo son enaltecidos, permanecen en el símbolo. Sobra el discurso inteligentemedio. Lo más reciente de tal hombre, es su descripción latinoamericana del hombre oriental, ajusta el oriente al occidente. Semejante barbaridad no sorprende, pero tiene su afán por destacar a sus fatuos entre sus alelados. Permítanme manosear el contenido de este tratado, definamos al hombre oriental sin el ojo del científico que experimenta con sus propias teorías, sin el espacio-tiempo tan de mal gusto y contrario a la verdadera esencia del universo, de espaldas a la autosupresión, mantengamos al inteligente-medio como desea él estar: resguardado en un cofre. Hablaré del suicidio, su demanda evolutiva y toda la dinámica de cultura que se instaura sobre su naturaleza. La diferencia reside en que un hombre espaciotiempo supone el tener, entre manos, un eslabón; aprende de éste mientras lo maneja y, al final, si no logra lo esperado, tendrá algo útil por accidente; así, cultiva el espacio usando la temporalidad sobre éste.

Hay inteligencia-media en todo esto, pero también hay facticidad en demasía, excesos contingentes, desperdicios, residuos que otro hombre menos técnico, muy cercano, sí advierte y crece con tales sobras pues es su constitución y su regla, su único territorio, su demanda del más allá de lo propio, su concepto de sobrevivir es hacerlo con otra especie. Este otro hombre, es el parasitismo y la virosis eidéticos, tiene toda la naturaleza patológica en su sangre y su historia. No le interesan las dádivas, las caricias maternas, los designios paternales, los accidentes; todo debe ser calculado antes de transitar el camino. No se detiene a contemplar el espacio-tiempo y las hermosas consecuencias que podrían extraerse con arduo trabajo. El hombre-reservorio, este otro hombre, sólo enfoca su inteligencia a la topología y su política, tiene el poder del cronicismo pues no lo altera para reflexionarlo, lo estima y lo repasa una y otra vez precediendo cualquier acción. No le es económico transitar un pasaje para aprenderlo, no puede jugar sin antes pensar; más allá de lo no-cooperativo, más allá del presente, recuerda —y siempre mejor que cualquiera— su historia; y la hará evolucionar y patentar al costo más bajo, a cualquier costo. Aunque es justo suponer en todo este antropocentrismo, que los conceptos de verdad y mentira sufren una exagerada transformación hasta que se torna innecesario citarlos, y se sospecha una idea de propiedad y una consciencia de dolor sobreviviente de raíces distintas y antepasado común, con sinceridad —por vez primera en un político— hablo de dos hombres desemejantes. O se hace guerra única en un cierto campo de batalla, o cualquiera expresión que relacione a un sujeto con otro, es manifestación de guerra. Este último hombre asume, mejor ante todos, que no existe sino formas de hacer guerras, muy apacibles como una mirada y su verbo, muy brutal como una detallada mutilación y un consciente sufrimiento: la determinación en forzar al otro a ver su realidad, su propia y actual experiencia. El hombre reservorio, residual e irrespirable para el inteligente-medio, trasciende la idea de ser amado o temido, ya no importa el deseo impropio y la voluntad ajena, sólo el dominio de la topología y su curvatura política: trae tu soberanía, pues tengo la traición y la herencia. El hombre de mercados, siempre es inadvertido al lento contemplar de un historiador-militar, quien tiene su nariz en los basureros rebosados de cadáveres que, por su sangre, indicie el futuro de las guerras y lo unten como profeta. El husmeador de muertos, desea la respuesta

simple y trascendental de la historia compleja y larga, trae entre sus manos, evidencias de crímenes para restaurar la lógica de un nómada a quien suelen dar por nombre: autor intelectual. El crimen demuestra un asesinato, jamás la lógica de su etiología. Pretender tecnificar la reelaboración de una escena criminal para predecir la integridad de las escenas, es digno de un imbécil. Un enorme asesinato múltiple es dispuesto en un espacio con demasía de variables que lo motiven y lo mantengan con vida; la etiología de un crimen, excede la escena y su escenario hasta ubicarse en la supervivencia y la propiedad: los mercados intelectuales. Un historiador-militar, concluye que es contraproducente el asesinato a civiles en un estado de beligerancia.

VI

La causa extremista, podría añadir este observador, sería para desprestigio de sus autores y la repugnancia de sus seguidores, incluso que al responder la guerra con la guerra, es una estupidez. Demasiados conceptos en juego, eficiencia casi nula. A esto responderé sin digresiones, con esa verdad que se intenta no decir para no entorpecer amistades. La guerra entre dos Estados, es una entre tantas formas de hacer guerras: la guerra no es un espacio excepcional, es una constitución del lenguaje de la naturaleza para la resistencia. Revestir con un único color a la guerra entre los Estados, es mirar a los cielos teniendo al enemigo frente. O es falta de ciencia histórica-militar, o es carencia de conocimiento topológico. En las guerras más simples entre dos individuos no existen reglas, sólo objetivos y medios para lograrlos. Vence el poder o el intelecto; el derecho es posterior, las reglas son un punto de modernidad, responder a la guerra, es hacer guerra; no responder a la guerra es un germen de guerra o una estratagema: siempre se conduce hacia las guerras, cualesquiera sean las guerras. Las guerras entre Estados, son grupos de guerras entre el adentro y el afuera, tienen una historia, una herida, un antepasado que seguirá escribiendo en el mito de un hablante. No hay espacio para el perdón, pues el otro no lo reclama, no le apetece, no hay culpables, son herencias burladas, signos mutados, huellas indelebles: no importa ya el culpable, el interés es hacer guerra, no es evaluada la mortandad, parece que la herida nunca sana, este hombre sufre y lo hace saber, los hombres de guerra no limpian el dolor continuo, los civiles causan más dolor, los niños duelen en el enemigo, lo he dicho al principio, no es horrible saber hombres ancianos —mílites, maestros, doctores, sacerdotes, etc.— sufrir cruelmente en su soledad, pero es grotesco observar padecer a un niño e involucrar a su entorno pueril, es

necesario contagiar el dolor, sacrificar para epidemizar ¿acaso no se entiende? El sacrificio es una forma de suicidio, cuando no puedo morir sin ver mi dolor en otros, creo la epidemia, mi epidemia en la piel ajena, verles morir como lo haría yo mismo. Así piensa el hombre-reservorio, piensa con la historia ¿repugnancia ha dicho aquel historiador-militar? Un hombre nómada, crea ciudades donde transita, deja desechos y el miasma tomará vida, tendrá adeptos por doquier. Un político-militar que no tenga semejante asesoría, la del filósofo que descubre al hombre-reservorio, está destinado a insurrecciones en su contra: siquiera no puede aprovecharlas —no siempre es buen camino exterminar al enemigo, pero tampoco mantenerlos demasiado— para su propio beneficio. Lo que está en juego, en el escenario del historiador-militar, el desconocimiento y la valentía. Es la especie poderosa por herencia, es el poder sin inteligencia, el poder heredado. Un historiador-militar que concluya aquella primaria escena «por el bien de la estabilidad mundial», debe continuar escribiendo novelas para entretención y ocio. Después de todo, un historiador sólo sabe contar historias, las mejores historias, fábulas, las más ricas líricas fábulas, las metáforas más apasionadas y plenas de misticismo. No entiende el mundo cargado de colores en miles de millares, la curvatura de un espacio que fuerza la imposibilidad inercial, la lógica del caos siempre complejo e indeterminado para los seres débiles, ese enorme desorden equilibrado e injusto para los ojos religiosos que desean «el bien de la estabilidad mundial y el avance de la civilización» como el bien necesario y último del mejor porvenir, del mañana será mejor, que no separa la autoridad de la moral pues no la comprende como independiente, que no vislumbra los mejores cambios, los beneficiosos, los que resisten al conflicto de interés mutuo, que no acepta los logros, los únicos logros conseguidos a la fuerza, en el campo de batallas, que la fuerza se vence con la unión de fuerzas, el poder y la inteligencia, que los males viven mil años y más, mientras la resistencia asoleándose al mediodía, espera el futuro mesiánico. Este hombre no conoce de negocios. Este científico-medio sólo sabe observar alterando el objeto que estudia: no entiende cómo intervenir en su objeto sin inquietarlo, no aprecia cómo ver en lejanía. No satisface ninguna de las dos maneras para estudiar, deconstruir el culto que lo envuelve, romper la anatomía con sólo mirarlo: coloca sus impertinentes

manos sobre lo que no entiende, lo humaniza cuando transpira hasta empañarlo de agitación y nerviosismo propios de un incapaz e insolente que ensucia cuando abraza. Demasiada torpeza, demasiada pertinacia, demasiada ineficacia, demasiado desperdicio, demasiado residuo que otro, siempre sabe qué hacer con todo ello. Desnuda consecuencia de impericia político-sexual en el instante de elaborar una arquitectura histórica colectiva —siempre pública— que, con audacia, se enorgullezca de definir los juegos menos serios y poco reservados del animal adulto. La respuesta heteroplástica de un historiador, puede ser traducida a una obra artística plena en supremacía cristiana. El incesante trasplante infundado que delega al organismo noenfermo para asentar a otro en su lugar, la transferencia que sugestiona al lector fabular, el tratamiento del nómada como un voluntario determinado socialmente; es una respuesta medicinal para un dilema biológico, el historiador lo vuelca hacia la heteroplastia mutada, convierte la heterosexualidad en heteroplastia.

VII

El culto de lo biológico como negación cristiana es, en el mismo término, una afirmación cristiana. Toda negación afirma su inicio, siempre evita prescindir de lo que intenta, con todos sus recursos, negar. Un paso cristiano, una réplica no-cristiana que culmina sublimando más su antitesis. El Cristianismo es tierra hollada, mutilada con tesis monumentales sobre sus orígenes, dinámica interna, consecuencias que no acometo en este tratado aunque es propio del culto heredado en la Emancipación latinoamericana expuesta. En los parágrafos de un análisis teorético acerca del suicidio profético, profecías del suicidio, suicidio de profecías y todas sus variantes, no es de mi interés lo erógeno del Cristianismo pues no descifra a las mentes más ermadoras. El psicoanálisis encuentra su límite en el mismo margen donde la Cristiandad termina. La mortalidad de cualquier forma psicoanalítica aparece cuando es hurgado un cristiano, su dogma, su evolución, su sociología y la psicología histórica que lo fundamenta. Como fuere, el psicoanálisis —más aún el neo-psicoanálisis—, padece de imposibilidad para conmover terrenos musulmanes: no fue creado para ello. El psicoanálisis, en su totalidad, tiene su reflejo en la Relatividad que sólo hace de mal gusto a las Matemáticas, que en su esencia lingüística están deseosas de lo no-lineal, de la voluntad trascendente para separarse de esa simetría que simplifica el espacio multidimensional y lo fuerza a pisar lo predecible para luego jactarse de tal logro, esa relatividad que en manos de lo cuántico, rehuye de lo errático y lo desordenado, lo caótico y discontinuo para las mentes medianas, hasta apoderarse de su propio terreno. Tendré espacio para dedicar, Relatividad y Teoría Cuántica en este mismo epítome. Explícitamente, me es necesario desbordar el psicoanálisis. Un individuo atentatorio y mercenario, pasa por la visión y el juicio de un

psicoanalista y el resto de las psicologías, como si fuere tan normal y común similar a uno cualquiera de estos clínicos. Se han tornado tan inservibles las formas médicas para tratar a hombres que se advierten pacientes, el objeto de análisis hubo superado al conocimiento de quien le evalúa: consultar a su psicólogo, se decodifica como desperdiciar el dinero en juegos nada graves. De modo que, afirmar o negar el Cristianismo es la misma sandez. Evitaremos pues al tal, como objeto entre tanto no resuelve la política del asunto en esta obra y, menos como sujeto —la lógica interna del psicoanálisis es cristiana y separable del examen nietzscheano—. El psicoanálisis fracasa porque depende de la voluntad veraz del paciente. El verbalismo es ajustado —según el psiquiatra— a la ingenuidad de la teoría que le estudia. No existe forma psiquiátrica capaz de predecir conductas o discursos fingidos, cuando sus conceptos de «verdad» y «mentira» son agustinos. Aparecen en la argumentación de Jacques Derrida, quien se reclinó ante las elipsis de Lévinas que también afirman a la «mentira» como la intención de engaño al Otro. No es extraño o sospechoso que, un revolucionario hable pasando por conservador o al contrario. En primer lugar, la mentira —y las invenciones— tiene su etiología en las relaciones; no en el lenguaje, que es siempre posterior. No existe la intención de engañar sino en los conceptos clásicos y en la filosofía moderna. Lo que realmente hubo estado ocurriendo, es sin duda —al menos sin la mía—, unas pseudo-intenciones de decir la verdad. La mentira es natural y nace en las relaciones para adaptarse, un individuo de cualquier especie camufla su entidad para supervivir, no para engañar; las verdades son performativos erigidos desde una mentira, la política de las relaciones dictan cuándo mentir a cada instante, pues no se goza de la intención de mentir: es involuntario y natural, no aparece el punto de decisión o elección de herencia. Decir la verdad, puede introducir un punto de trascendencia, una ruptura del legado, una posibilidad de decisión. Siempre se habla amedias luego que se connota lo denotativo de un significado, se releva hasta las alturas lo que se expresa, es imposible dialogar el universo, la finitud natural no permite hablar sin término o sin frontera, cualquier forma de habla es parcial en tanto se habla acerca de algo. Por tanto, no existe el disimulo intencional o el hablar sin reservas. Es aquí donde puede hablarse de la mentira y lo finito; otra cosa es metafísica obsoleta. Sin destruir «el axioma mismo del vínculo social» no es factible evolucionar las políticas y

los medios para descifrarlas. ¿Qué importa lo social si no es predecible? ¿Qué importa la humanidad si no es humanizable? La pregunta por el suicidio y su profecía es la pregunta por lo infantil. ¿Cómo? El juego —siempre no-cooperativo— infantil es más adusto, celoso e impersonal de lo manifestado en lo moderno. No cargo todo el peso sobre lo instintivo. Existen comportamientos resultados de condiciones iniciales extrínsecas nunca atribuibles a los instintos; siquiera tampoco a las pulsiones, que no son traídos en la herencia pero forman parte constitutiva de un mercado natural, de una economía compleja y desordenada que definen al caos y su equilibrio. La respuesta aparece en las guerras, en cualquiera de sus formas, las guerras naturales, sus fracasos y la experiencia en ellos si se permanece con vida junto al horror adjudicado como herencia. Aunque no se consideró jamás, el perdón o la amnistía no es posible transmitirse como las guerras históricas y el patriotismo; intentar desembocar en algo como una democracia, no es sólo parcial, sino imposible. No existe una idea tan irracional como la esencia demócrata. Cuando se dilata al exceso el conjunto de principios democráticos, se abarca el terreno del liberalismo y profundiza en esbozos totalitarios. No se trata de una aporía, simplemente que el equilibrio en las ideas lineales es insuficiente para describir los comportamientos sociales, la inútil pretensión de llevar a la democracia las catástrofes de la parcial diplomacia, es ensayar sintetizando la política a la historia de las sociedades y sus cultos; cuando la realidad es justamente al contrario. Para controlar las guerras —asunto que no está en los objetivos mundiales— y sus consecuencias, se reclina en conocer su genealogía dentro de la topología política que las sustenta. En lo moderno, persisten las guerras porque aún viven los dioses en el lenguaje interno; el mero culto es —en el ahora—, la necesidad de transmitir las guerras pasadas que justifiquen el fracaso de nuestros ancestros, el más elemental logicismo a que se concurre para dejar vivas las guerras en lo que se traduce como amenazar. El desarrollo biológico vuelve el peso de la memoria hacia la abstracción enorme, ese reducir a símbolos lo demasiado grande para hacerlo manipulable, luego divinizarlo para regresarle el peso sustraído mientras se sintetizaba. Eso es álgebra elemental; recordar que lo apartado para mejor control, debe ser restituido para no ser alterado durante el proceso.

Lo que sucede es que el trato es con lo muerto, con la vida irrespirable, con lo inservible. La enfermedad es entonces, intentar hacerlo vivir, o mantenerle vegetativo; no importa que no funcione, pero al menos respira. Este es el espíritu de las guerras adultas. Mientras el infante hace la guerra con seriedad, el adulto la juega para tratar de creerla hasta notar que, quizás, se sobrepasó un tanto. Igualmente siempre se cree haber un espacio para el perdón, para sustraerse a las reglas, para justificar el excedente. Así funciona el mundo de los cultos, el mundo divino, el mundo adulto, la cultura en su completitud.

Bien, lo primero que nos demuestra es que, aunque la vida es dura para todos los que vivimos in hac lacrimarum valle, según la expresión de San Anselmo, es mucho más dura para las mujeres que para los hombres, así que necesitan las bromas aún más que nosotros. Cuando se realizan encuestas sobre lo que quieren las mujeres en un hombre, el sentido del humor siempre encabeza la lista. Los hombres, en cambio, no desean mujeres con humor, pues temen que se rían de ellos. PAUL JOHNSON

CAPÍTULO SEGUNDO Insolencias Relativistas

I

Cuando se camina más allá del psicoanálisis y sus limitaciones, se evita tutear al evolucionismo y se formaliza el tratamiento de las guerras adultas, con fines distintos a la obtención de poder o reclamo de soberanía; de hecho es insuficiente para concluir sobre terrenos fundamentalistas y, antes acerca del suicidio como estadio de inflexión. Las guerras colectivas, como se definen comúnmente, no son un resultado directo de la naturaleza: aquí hay también intervención humana. Es muy delicado —y toda una inexactitud— académicamente, afirmar que las guerras en todas sus formas, son un aspecto de la pulsión de muerte —o de vida—, hasta infringir gravemente en la lógica psíquica que la determina: el inconveniente actual para publicar semejante barbaridad, es la debilidad acerca de intimar sistemas no-lineales con esencia aparentemente errática. La diferencia con el análisis que manifiesto, resulta en que la sexualidad prefigura la muerte y el acto sexual es la muerte misma legada desde la condición anatómica y fisiológica, donde se entrelaza con la noción de realidad. El abordaje es topológico y no psicoanalítico. La guerra sorda, la sinergia, el asesinato múltiple, el ataque a los flancos nobeligerantes son todos características naturales; la conservación del statu quo, la superpoblación, la inmortalidad y el desentierro son manifestaciones de intervenciones humanas. Parece notorio, pero se conglomera reiteradamente en las tesis de corte metodológico. Todos los protocolos tienen deficiencia cuando se plantea la escalabilidad, sobretodo cuando se desea agregar el lucro. La etiología de la inestabilidad global no se encuentra en la teoría de las pulsiones o en el faire le mal pour le plaisir de le faire; es la intervención humana en la topología política de abaratar los gastos y hacer que todo se vea lineal. Dedicaré un espacio completo a demostrar la inflexión desde lo natural

hacia lo silvestre, y desde allí hacia lo antinatural. La causa primera es el culto teorizado, la creación y constatación de dioses como aligeramiento del dolor de muerte propia. Con la evolución sexual-política de esta teoría —aún no es cultura—, brota la causa segunda, en tanto que los dioses referenciados tengan mayor fuerza absoluta, la idea de exhumación y rescate de la memoria de alteridad —suficiente para sustentar las especies débiles, que naturalmente habrían muerto— en términos de economía de escala social. La superpoblación y el statu quo, son consecuencias de éstas que, al combinarse no-linealmente, transfieren la guerra sorda a un estado de consciencia, a la noción de realidad. Aquí es donde se encuentra la etiología de la inestabilidad global, la recurrencia en estados de beligerancia innecesarios, el malestar hacia el entorno y sus huéspedes. Para quienes hubieren comprendido la verdad de esta explicación, se encuentran a un paso de divisar mi siguiente visión contra los estudiosos de la historia: la necesidad de las guerras y su cualidad funcional para el desarrollo. Las obras científicas y la experiencia política, no han descrito algún modo de orientación descifrado para directrices suicidas, homicidas, psicópatas, mercenarias, terroristas que, olviden servir excesivamente de la revelación voluntaria o no, de la confesión, de la exteriorización, de la justificación al marco común, de la adaptación a la arquitectura universal que continúan desarrollando para filtrar todas las culturas en un patrón conductual lineal excluyente, relegando el margen de error a lo errático, descartando toda desviación no-predecible. Es decir, un psiquiatra —más aún el moderno— estudia el cristianismo usando el cristianismo; depender de la confesión, de la declaración espontánea o interrogada de un paciente, se parece a un interrogador-sacerdote en su confesonario o clínica. Cualquier forma de psicopatía pasa inadvertida ante el sacerdocio de un psiquiatra; basta con recitar todo cuanto se espera escuchar en su discurso. No sólo es factible ingresar a instituciones de alta seguridad, sino en el contenido argumentativo, mostrar aquiescencia con el culto colectivo dominante; cuando se hereda la sangre olvidada de un pasado común, se reduce la imposibilidad de ser examinado con los mismos ojos del hermano, con el mismo poder que ha sido contrapuesto a una promesa; cuando el contrario, el verdadero otro de la justicia relacional, l’autre, es insignificante porque no limitadamente excede la justicia, la vuelve intrascendente; ciertamente la misma Temimut en Lévinas pero sin

ética, sin «la divinidad de lo divino», sin el judaísmo católico; un Lévinas sin él, evitando el «acortamiento» de su propia obra: prescindiendo del «raccourcissement judicieux contribuerait à assurer la pérennité de l´œuvre» que hizo por sí mismo para adaptar su brillantez elíptica a la linealidad religiosa, ese caer vencido a los pies lavados del culto. Ciertamente maravilloso lo que se ha logrado con la lógica helenista tan desarrollada en nuestra modernidad, concluyendo en sitiar y asediar el problema de la enfermedad que la destruye en su propio terreno domesticado. No se piense que lo obsceno de los cultos abrahámicos monoteístas distintos del judaísmo y su evolución intervenida hacia el Cristianismo, es la expansión geográfica del terrorismo: recae precisamente en el otro, el contrario, ese ahora occidental que persiste en culturizar los cultos con igual patrón, que espera la confesión y el perdón en quienes no han sido influenciados por tal culto divino, por tal divinidad de lo divino, por tal ética.

II

La esencia que manifiesto en este primer espacio, es el mercado que hace presencia en la evolución más antigua. La función sociopsicológica de las guerras en cada etapa de la infancia política, con su propia geometría curva, su propia sexualidad, su propio Le Quatrième Concerto en sol mineur, sin sentimentalismos, con la real rigurosidad, robustez y pasión que definen a un compositor en el exilio: su armonía avanzada, muy lúgubre e histórica. ¡Ah, las guerras! ¡Esa necesidad de crecer por la fuerza siendo tan sólo un infante! Sólo un pisoteado en esta turista y presumida modernidad, pudiere espirar desde su despoblado hoyo lo más recóndito del pesar, de la vida que significa morir en silencio, sin un pérfido grito de libertad, sin serle posible tan sólo tocar muy lejanamente, tocar con corto respiro sufriente el crecimiento apartado bruscamente de su aire, perecer con un anhelo, expirar a lo último de su estómago, llorar lo inefable de pensar que jamás hubo visto ni comido con tanta ansia fatigada, con sumo correr quebrado y gris; ¡Ah, este hombre de nadie! ¡Ah, este ser rescatado para verse fallecer! ¿A quién sostienes? ¿A quién entre tus brazos sostienes? Vuelve tu mirada hacia tus propias manos, verás no más que lágrimas hundidas bajo la piel, aquesas cuales dejan sólo su amarga humedad, dolorosamente emanadas desde el no sonoro vacío, tomando tu lacerado espíritu aquella lid, entre la nada y la ausencia; sin poder arribar las huestes súplicas clamando lo eterno; no entendiendo el ahogo, cual logra solapar tus huesos hasta el cansancio amarillo mediodía, cuando tus años se han desviado, así perdiendo ellos, la continuidad del sendero, largo sendero han olvidado cuanto han gran tiempo caminado, dejando escapar del oído su edad; aquí la sombra no dejado rastro de tus vestigios y ropajes que al detenerte caes sobre rodillas desanimadas, sin el aliento de un fugaz suspiro; ese que te seduce sólo al llanto, nubosos ojos te invitan y

levantan tu rostro doquier por eslabones a tu esclavitud bailarina, huyendo de ti misma, desabrigada en oscuridad; creíste en ser y te has defraudado. Ha nacido la sed en lo invidente, viendo sólo tus brazos sostenerte sin músculos… únicamente huesos, porque crees aún pueden recibirte en sus climas estos brazos desprovistos que te mostraron muy cercano el sepulcro en inoportunidad. No puedes morir, siquiera no hubiste nacido, no antes has visto la luz; ¿Por qué, Oh, tú desprecias la elocuencia de esta voz imperecedera? ¿Por qué no asen tus manos la verdad de lo mortal? ¡Termina de vivir! ¡Consuma de morir para la muerte, para los muertos! ¡Regresa a la sobrevida! Te es imposible sentir desahucio, sin vivir en espera; todo se ha vuelto nocturno caminando, dejado todo atrás llevando contigo lo último que comiste y bebiste, ¿Acaso no soslayarás el ayuno? ¡Regresa, Oh, madre a tus miles huérfanos! Extensa la travesía es; no puedes ir al sueño eterno, dormir no aún, gira al vientre, al nuevo nacer donde verás el longevo sol, oirás la afiliada voz de tus dioses y, respirarás, colorearás el olfato al solo céfiro inmortal, ¡Cuán apartada fuiste! Antedía dada a luz tú e infancia inodora. Si alguna ocasión apareció esta madre en el Doble Discurso heredado, si alguien logró avistarla ¡dispóngase a escandalizar! YO veo un padre que le asesinó junto a un hijo que le exhumó hasta vivir la memoria. La guerra natural se ha traducido en lucha entre dioses, la batalla entre cultos deseosos de absorberse y mutilar a l’autre, su voluntad de reducir al prójimo a sí mismo; tiene suficiente espacio para lo colectivo en su espíritu, el más grande deseo de apropiarse de lo social, el no ser suficiente con publicitar sus dioses sin venderlo al más alto lucro. No importa el precio unitario. La etiología de la economía de escala se muestra aquí en lo humano del lenguaje, la entrada en escena del ojo viril que conquiste lo que él mismo ha universalizado. Este hombre-dios crea el discurso divino y lo cita a sí mismo para hacerlo lícito. La historia es contada por los hombres proyectados en su líder vencedor, los seguidores son la monarquía que alza al líder y lo viste del poder necesario, lo deifica para que sea asequible y perdurable en las mentes ajenas; se trata de levantar con el pincel, de un recuperar para emancipar, de un parricidio para su resurrección, de un genocidio para la regresión. Las dos muertes de un Doble Discurso y toda la geometría que lo sustenta definen la inteligencia del mercado, el mercadeo intelectual; la única mente que puede ir un paso delante que las mujeres, el punto de inflexión, el punto crítico inestable, el problema de la frontera: el bisexual,

ese lugar geométrico donde coinciden las políticas de derecha e izquierda hasta demostrar que son inútiles como inclinación única, ese exclusivo ser que usa la homosexualidad y la heterosexualidad comerciales cuando fuere así necesario, ese quien logra devaluar los precios públicos, singular capaz de ser leal e inconstante simultáneamente; ese modelo que justamente al parecer ser linealmente predecible, se torna un verdadero enigma ¿Quién pudiere con tanta supremacía pensar que el patrón bisexual, es la premisa que les falta a los psiquiatras y psicoanalistas para definir cualquier paciente climático sin importar sus reservas? Sólo un hombre-magnánimo, sólo un hombre-reservorio puede saberlo, aquel quien dejó de ser hombre-dios y hombre-medio para ser hombre. Ese tal quien dejó de jugar contra la naturaleza para aceptar que ésta tiene formas de conservarse. Sin religiosos, sin escépticos; sin dioses, sin débiles; en lo estrictamente mayor, en lo estrictamente menor; allí donde el fin legitima cualquier medio para conseguirlo, sin las molestas partidas de ajedrez que tienen las mismas quince jugadas de apertura, ese tonto deseo de universalizar por no saber cohabitar con diferencias, hacer relativas las transformaciones físicas para inyectar la linealidad cambiando el origen de visión; todo se ha traducido al mal gusto de la igualdad, al todo es igual ante cualquier par de ojos, al todo es igual frente a los ojos del Padre: padres lineales, dioses lineales ¡Por favor! ¡Nada encaja en la misma línea recta! ¡Nada concurre en una línea recta! Las cosas están hechas para agotarse rápidamente. Un intelectual se apresura a pensar antes que llegue su hora, si hasta al fin lograrlo cuando es ya demasiado tarde; no importa pues siempre estarán los hombres agradecidos quienes le rescaten desde la muerte para hacerle triunfar entre los sobrevivientes, bautizarle con el triunfo en la mejor de las vidas, asegurarle el más grande triunfo, el triunfo post-mortem; esa cualidad de gran hombre por cuanto hizo guerra filosófica, hasta premiarse al fin con el reconocimiento público, universal. Sabemos que los cultos últimos se reducen al mismo pasado crecidos en el dolor, en el residuo del dolor. Existen palabras completas y sobradas acerca de esta historia del espíritu. Daré unos pasos aventajados y plantearé, en esta cadena, la hipótesis que inmediatamente surge al deshacerse completamente del discurso relativista y sus ilaciones. El desarrollo consciente es conseguido en una más amplia universalización de necropsias. Entre tanto se examinan más cadáveres, se comprende la correspondencia entre el dolor anterior y el progreso; viendo

muy de cerca el resultado de las guerras modernas, el nuevo equilibrio que se establece imposible de ser controlado, el desperdicio de precios, el gasto de vidas, la ostentación orgásmica, el estadio máximo que logra abrir la realidad a la consciencia, en el punto donde impresiona lo desagradable del resultado que se ha conquistado al elevar un discurso hasta la investidura de los dioses.

III

No hubo sido suficiente ser natural, supervivir; el lenguaje debe ser llevado hasta el infinito y con algún extraño acuse de recibo, una nostalgia de ser más fuerte, darse la solución a la solución: cuando no había alternativa a la guerra, al teatro real solvente de la guerra, se llega a que la mejor decisión es pacificar su presencia. La causa ha sido expuesta por Mí hace pocas líneas: el clímax de la producción es la sobreproducción, el mejor orgasmo es el múltiple, el supremo asesinato es el perpetrado en escala, la preferible satisfacción del hambre es la saciedad, la mayor entre las esperas es el desahucio; la mejor de las fuerzas es la sinergética. Un hombre fuerte contra otro tan casi par, aprende del culto masivo que la más grave herida es en el lomo: cargar sobre sí el peso de la plebe; no sólo me fortalece aniquilar sus ejércitos y seguidores próximos, sino más aún a los civiles que deliberadamente se retienen en un estrato intermedio, que deben forzosamente cancelar el precio de la debilidad rescatada de morir en manos de lo natural, el obsequiar un cúmulo de derechos, derechos para todos, derechos universales a cambio de crecer las fuerzas. Si existe algo como el contrato social es entonces, este mismo. El momento maduro no es más que el conjunto de espacios conquistados, ese primer punto de inflexión donde el pasado queda en las bibliotecas; el perdón no es posible en su imposibilidad, es que por definición y esencia, por realidad directa es inexistente. La posibilidad del perdón aparece como indulgencia, en el mismo culto que le origine y le sustente, en una creencia sexual-política que justifique el no importa mi falta pues seré perdonado; en la forma universal toma la figura de una amnistía que contradice la función del perdón cultural, pues lo formaliza legalmente para depreciar el valor erótico en un individuo que apuesta su fe en la presencia del perdón, que supone —siempre por hipótesis, por definición de perdón, para aquellos quienes crean en la lógica— la emergencia y el riesgo de poder exceder el

perdón hasta manipularlo en términos deflacionarios, cuando la realidad fuera del culto demuestra que es una economía de escala y no una deflación: que es una virtud lucrativa y no una depresión económica, pues no hay síntomas de trastornos neurovegetativos o desempleo en masa. La razón de no poder domesticar un fenómeno no se reduce a una perturbación de su expresión, sino a la incapacidad de controlar lo inesperado. No saber en lo absoluto de las hembras, no justifica desestimarlas, condenarlas a un entorno o enfermo o recesivo. Ese modo viril de jugar cooperativamente, ingresa indiscutiblemente el rudimento o embrión homosexual al terreno como residuo político en una geometría donde queda casi descartado el macho. Si antes la mujer se suicidaba con el feminismo, el hombre lo hace en lo moderno con el narcisismo irresoluto hasta ceder la cátedra al varón homosexual quien realmente, hubo rescatado a la mujer del tonto dominio masculino que no entendía qué hacer con ella; de modo que la homosexualidad humana no tiene los rasgos de la natural o la esencialmente animal, el deseo de exceder su virilidad se traduce en el anhelo reprimido de postergarse, procrearse, resucitarse, superpoblarse en sí mismo sin la mediación femenina — distinta de la necesidad femenina de evitar al macho para postergarse, procrearse, resucitarse, superpoblarse en sí misma—. Esto altera la política sexual y la función de las guerras: la lucha por vencer no se hace entre hombres, sino entre dioses, entre ideales y deseos contenidos en sí mismos, en el único narcisismo eidético de las culturas siempre excluyentes y reaccionarias hasta la posibilidad de ser sucedidas en la absorción; el crecer aún más para devaluar la cultura más débil y tornarse en parte de una más colectiva, masiva, plural, fuerte, bisexual. Esa es la herencia divina. Hablo de las herencias de la sangre olvidada, de la parestesia sexual que experimenta la política de las masas ante su propio pasado falto de tantas guerras, carente de sumo dolor suficiente para asegurar la detención de numerosos excesos. Si no se comprende todo esto, sería más difícil para la inteligencia-media razonar la presencia dominante de los homosexuales: estos varones invertidos dominan el comercio mundial, controlan la prostitución, el narcotráfico y la milicia. Rufianes o proxenetas homosexuales, una clase de hombre que hubo sabido surgir y estimar la feminidad; dilatar aún más la pulcritud de las deseadas hembras hasta la extravagancia, hasta saber qué hacer con lo masculino y lo femenino: cuando un producto pierde actualidad, es necesario financiar una

publicidad y una administración que, con cierta reingeniería, pueda ser rescatado y situado en lo pionero. El juramento de preservar a los individuos menos afortunados es, la forma homosexual de conseguir mayor fuerza no dejando perecer naturalmente a las masas, sino auxiliarlas hasta responsabilizarles de su porvenir permitiéndoles elegir su líder, optar por quién se hará cargo de ellos. Esto es democracia, el deseo impertinente y necio de sobrellevar con los restos de la naturaleza, maximizar el poder contra los competidores equivalentemente adaptados usando el grosor de los menos favorecidos a la supervivencia. No se crea que esta sea una idea deliberada de la especie más fuerte; de cierto es al contrario, siquiera no hubo sido originada sino en el culto litúrgico de una incipiente y rupestre consciencia de lo débil que ha estado confiando en su inmortalidad, viviendo su más allá en lo breviario, intentando por generaciones y linajes lastimosos y retrógrados, al negocio, al trueque con la soberanía. La doble resistencia al cambio y al presente, se revela como una necesidad de romper la excepcional paz y el miedo a enfrentarse, la urgencia de supervivir y la determinación del costo de hacer guerra; el discurso de los dioses que son erigidos para asignar mayor poder al lenguaje superficial social, expulsa a quienes no participaren en el tal hasta hacer guerra santa contra opositores a la instauración del nuevo régimen divino: si es de creencia popular que las guerras religioso-políticas son de femenina matriz sectaria y dominante, mal-usando el santo dogma fuera de sus límites e involucrando luego a los pacíficos devotos que no participan en lo moral de la beligerancia, no sólo se colapsa el cerebro de tanta estupidez colectiva, incluso no se piensa que los mismos seguidores de deidades desean con colosal ardor, ver cumplir con todos los excesos y barbaries, la ley que les define tan religiosamente, tan animalmente, tan vulgarmente sus rezos constantes. Planteadas así las cuestiones con mis hipótesis, se verifica la imposibilidad del inteligente-medio de desarrollarse rápidamente sin acogerse a las guerras. Quien origina las guerras, no es quien las hace, ni quien las torna legendas, menos quien las publicita; son cuatro espacios distintos y cuatro personajes diversos en escala, la firma de cada mano humana que se distingue por el modo de usar los recursos: es imposible para un solo espíritu marcar cada punto de inflexión por sí mismo pues exige adaptación e inadaptación simultáneamente en una geometría crítica, quien no se sobrepone por naturaleza a la muerte mendigaría aquí por

algún salvador, por algún Mesías que introduzca la ruptura para poder escaparse de la muerte. Las débiles multitudes anuncian su sólida fe en lo inmortal mediante la promesa del dogma, pero todas rehúsan morir olvidando tempranamente lo jurado.

IV

Se necesitan condiciones y dogmas más soberbios, menos comprometedores de lo terrenal y fuertemente arraigados en el más allá de lo mortal sin responder tantas cuestiones vitales, no aceptando el raciocinio incisivo de lo factiblemente reparable. Se hace necesario un sirope oriental que sepa darle forma a este ambiguo desorden de discursos. El intento de comprender el suicidio y la autosupresión, solicita de ingenios brillantes y desagradecidos, de espíritus cobardes, de mentes que callen en la seriedad. Ese poder abrazar desde lo infantil hasta lo senil con un mismo gargajo sin perder la contextura, es propiedad de una casta que no tenga contrario, capaz de enmudecer cualquier intento de inteligencia, de aplastar cualquier pobre insolencia de mal gusto. Permítanme ir justo al lugar donde se levanta la Casa de la Guerra y sus nociones. De hecho, resalto que la participación psiquiátrica es tan respetada en la amplitud de escenarios públicos, donde es posible optar por el alegato de demencia plenamente certificado por un psiquiatra, el exitoso ingreso de un terrorista potencial a Servicios Secretos o un Departamento de Defensa hasta redes de Espionaje con la aprobación analítica integradora de un psiquiatra especializado. De modo que hacer guerra santa es, en primer término, contra la población civil; el primer individuo a enfrentar es un psicólogo o un psiquiatra susceptible de ser burlado con mediana inteligencia. No tiene demasiado sentido, contrariamente a la conclusión casi conjunta de los teóricos, hacer guerra entre soldados, entre los beligerantes: todas —si para algo sirven en la lógica los cuantificadores— las guerras tienen la firma de trascender hasta apoderarse de los no-combatientes y convencerles de los ideales de fondo propulsores de una necesidad de cambio exigida por sus dioses y su mediador.

El fracaso es posible si el dogma interno es transmitido a quienes cumplen funciones muralla. Los mejores espacios para sustentar la obsesión de situar a un civil en estados de defensa aparecen, por motivos éticos y disparidad de cultos; el germen de las formas monoteístas es la expropiación del yo, la alteridad sexual, la posibilidad del perdón, el dolor como punto común de memoria y olvido. Aparecidos, figurados, representados… la presencia de un civil académico en el frente de defensa es, explícitamente, asegurar la validez de olvido de crímenes anteriores, suponer el estado de paz, desviar un espacio hacia el perdón colectivo, universalizar la amnistía, asumir que las nuevas generaciones no rescatarán de la muerte su pasado enfermo para ser vengado y reverenciado como gloria del porvenir deificado. Las interpretaciones teóricas acerca del sacrificio, pueden ser pisoteadas unas cuantas veces hasta lograr observar si al menos tienen intestino. Mi hipótesis la he expuesto al principio: el sacrificio como forma de suicidio. De nada sirven mis dioses si no hago intromisión masiva, si carezco de voluntad epidemiológica, si no publicito su grandeza; es necesaria la técnica que produzca a gran escala un sostén de ejército internacional, lo más distante del yo posible, experimentar el influjo ajeno de mis dioses, hacer rendir a mis pies al otro —esto es, al enemigo— recordándole la gran fuerza de mis dioses, el temor simbólico que se me demuestre por ser mediador entre mis dioses y l’autre. Si hago guerra, no será natural, no será para supervivir; será para verme crecer, para verme reproducir como hombre-dios: el ser consciente de la supervivencia hasta alterarla. Se introduce la homosexualidad como forma de adoración, la mucosa anal del enemigo simboliza su feminidad frente al hombre-dios soberbio y magnánimo; todos los inferiores deben postrarse de espalda para pagar el costo de su masificación, de ser parte de los dioses respetando al mediador: al hombre-dios. Esta es la lógica interna del monoteísmo paterno que aprisiona latente al origen del suicidio en su forma sacrificial. Hay un soy capaz de morir por mis dioses y un eres capaz de morir por mí, tan fuerte que tiene eco en seguidores y no-seguidores, en enemigos y no-enemigos; es el Doble Discurso del mismo fondo, el doble verbo de la misma profecía, en un término más loable que suponga un profeta entregado en vida a la causa de sus dioses, pero con súbditos que desviven a su razón. Así que es posible generar un giro social promoviendo una inversión sexual; las guerras humanas difieren de las naturales en su etiología y conservación,

quienes no desistan o aborten, deberán ser diezmados por honor a los dioses supremos, a cualquier precio —preferiblemente al mínimo— y a cualquier medio, como fuere imperioso. Asesinar a un ejército contrario a la fuerza de mis dioses, presume que sus civiles deban sufrir una especie de OPA empresarial; asesinar a civiles —idealmente por completo— se traduce en la pérdida de los dioses más débiles; un culto caduca cuando perecen sus devotos, de lo contrario los dioses son absorbidos y fortalecidos, unificados y universalizados. Incluso es posible que un culto sobreviva a ser subyugado, manteniéndose ambas formas litúrgicas perfectamente diferenciales.

V

Este último es tema de otros tratados anteriores que no es necesario rehollar. No aparece en alguna parte, la idea de supervivencia, menos aún de poder. Eso que se ha comúnmente denominado poder es tan frágil y caótico exentamente a enormes cantidades de obras escritas acerca del término y su presencia. El bulto de discursos suele caer sobre el poder como una entidad fuerte y absoluta. Deben ser dichas otras palabras que sean trascendentales —dignas de un hombre-reservorio sin contrario— acerca de este asunto y su relación con el suicidio y sus formas. Un concepto demasiado alto para ser aprehendido y batuqueado hasta verlo desarmar y ceder su monarquía. Después de todo la brutalidad y la barbarie han mostrado resultados históricos que, casi la totalidad de estudiosos, niegan su impulso. Con un brazo un tanto largo, se alcanza y echa al pavimento para su posterior análisis forense: pocos términos se dejan leer. La aparición fiel del poder se revela en sus puntos de inflexión política, en sus puntos críticos inestables difíciles de determinar en su definición tradicional; lo más cercano que se tiene es la jurisdicción y una cierta autoridad, se eleva a una forma pública entre tanto que la fuerza es idealizada a la aceptación conjunta, traduciéndose en poder. Un ojo más acústico y afinado, podría ver que el poder tiene la firma de un débil, delicado, quebradizo e invertido que deifica el reclamo de la soberanía por medios naturales. Evitemos, pues, el culto que envuelve al poder y llevémoslo a su naturaleza simple y creadora; sin tonterías de un «sujeto de poder» o una «historia de la folie» tan arquitectónicas y pinceladas, defino directamente tal concepto —y no es jamás un fenómeno— como la exigencia de una soberanía individual reclinada en la universalización de una sumisión pública por medio de un culto publicitado. Es más económico decir poder y arriesgar la ambigüedad.

En el espacio donde se reclama, a voluntad, una autoridad haciendo publicidad de un dogma cuyo referente es una deidad, capaz de ser aceptada colectivamente, reverenciada en sometimiento público, es posible hablar acerca de poder en su esencia: de esta forma, tener autoridad no supone tener poder, entre tanto no exista un ritual latente que una al líder con sus subordinados; la autoridad queda como fenómeno aún natural, el poder firma como el más allá de la autoridad, no se trata del más fuerte, sino del fortalecido. Mantener el poder se traduce a revivir constantemente, el discurso que fortalece y consolida una autoridad por vías sobrehumanas: soy fuerte porque los dioses me protegen, soy poderoso porque represento su deidad. De modo que revelarse ante un tal confirmado por los dioses, significa desconocer su poder; pudiere continuar siendo el más fuerte, pero al perder el culto que le eleva a la grandeza de un hombre-dios, estaría extraviando su poder. Así que Michel Foucault, puede evadir este término intentando establecer su definición a partir de su contrario —la resistencia, según este filósofo— pero no lograría algún propósito que no fuere hablar demasiado y causar cierta risa conmiserativa, sin que deba confundirse con las ideas de Blanchot. No sólo soy capaz de discernir y criticar el biopoder, sino de burlarlo hasta hacerlo perecer en la propia carcajada que produce. Un Alexander Alekhine, un Mihail Tal o un Adolf Anderssen simularían casi claramente la esencia del sacrificio como un modo superior de hacer guerra. La diferencia entre un modelo de conducta suicida o sacrificial y otro más cercano a la idea occidental de normalidad, es la endemia; la aspiración de estudiar las jugadas de los individuos desde la línea normal es un error en centro de gravedad. El problema aparece porque existe una obstinación en ver con igualdad todo lo que está frente a la propia nariz; la misma noción que se tiene acerca de un tonto, se tiene en cuanto a un intelectual; unir los puntos relevantes en las conductas colectivas resulta una hermosa línea recta, una alineación, un patrón que aligera las diferencias y encuentra las similitudes para facilitar su estudio; se traduce en normalizar e incluso renormalizar. De modo que una cercanía con planteamientos relativistas no tiene sentido; un individuo con pleno señorío en las formas conocidas de respuestas colectivas, capaz de predecir comportamientos que tienden a un mismo final, es fácilmente derrotado por una singularidad que sepa introducir puntos críticos inestables, que formule puntos de inflexión y residuos en el espacio que complique y desordene gravemente el patrón

interno del enemigo: l’autre. Un hombre que afirme el suicidio, comprende la estructura y la forma de lo natural; no se limita a llevar un entorno complejo hasta un estrato más simple que pueda manipularse como equivalencia lineal. La magnificencia de un hombre-reservorio se demuestra en su adaptación al desarrollo evolucionario y no al contrario: el entendimiento del suicidio y sus formas, supone lo que un formalista no puede comprender; aceptar que se abarata cada recurso cuando se vuelca el todo hacia el beneficio común. El inteligente-medio en su conducta más simple, deja la firma de una línea recta; esa creencia de atribuir a los fines funcionales una equivalencia lineal con el fin último, es la huella que evidencia el paso de un tonto frente a su enemigo soberbio. La fuerza conjunta se introduce en la endemia-epidemia; digno espíritu de un nómada que asienta el dominio de un territorio poblándolo como germen patógeno, donde el fin máximo es establecer la colonia entera determinando la soberanía; esa es la aparición del sacrificio como forma suicida, se obtiene el mejor beneficio pues no existen metas singulares: para quienes no logran acrecentar su cerebro a falta de ejercicio, es posible un acercamiento a mis ideas planteándolo más detalladamente; un grupo termina cuando se consuma su plan de acción, no existe una manera de converger a los grupos sin un discurso universal que les relacione, los colectivos no se satisfacen con el beneficio de sus líderes mientras no se produzca intersección de intereses, los equipos degeneran en residuos y crean motines que inflexionan el curso conductual.

VI

Así que un individuo pudiere no suicidarse estando en la indigencia, aunque sí acometería el crimen propio estimándolo como una inmolación. La diferencia sucede en el culto; un discurso interno heredado con simiente protestante —en su amplitud semántica— induce, en un punto crítico inestable, al suicidio como marca radical de un hombre-dios; un discurso interno heredado con germen ortodoxo —en su amplitud semántica— persuade, en un punto crítico inestable, al sacrificio como mutilación —siempre parcial— frente a la divinidad. El sacrificio se muestra como una forma suicida donde el conocimiento del sistema es incompleto, asegurando que la participación singular genera una definición a escala. Explícitamente, el sacrificio es posible cuando un sujeto se considera a sí mismo como fin de su estrato, al que supone ser parte de una totalidad que desconoce pero afirma por hipótesis. Esta clase de sistemas caja negra, son comunes en sociedades del narcotráfico donde las clases más bajas, los consumidores en microeconomía, aceptan su cualidad de monopolizados reconociendo que algún magnate se enriquece y fortalece, resultado del sacrificio parcial de los débiles: quienes aseveren que tales consumidores no se percatan de su estupidez suicida, deberían meter sus hocicos en otros asuntos más asequibles a su entendimiento. La maduración colectiva es lenta pues de nada sirve asesinar sin examinar al cadáver. Una idea más superior de hacer guerra y herir sustancialmente al enemigo, es aniquilar sus pueblos y sus cultos con ellos; no se trata del anticulto, de mostrar una réplica opuesta a cada paso del culto, eso es protestantismo: la mejor respuesta a lo humano y sus dioses, es la solución natural; el dejar perecer por sí mismo, prescindir de su presencia, aceptar que por esfuerzo propio no puede supervivir, reconocer que su destino es

morir sin reproducirse; la mejor forma de aniquilar su culto es aislándolo, detener su abastecimiento, verle enflaquecer por sed y hambre, oírle suplicar y gemir atención, dejarle ahogarse con su propia lástima, permitir que su propia ética le rescate de la soledad; sugerir sin fuerza su suicidio o la cruel muerte natural, sin intervención ajena. Entender el suicidio es lograr depreciar lo que, en el culto, posee valor unitario. Las cosas vistas desde arriba, vistas a escala, pierden su precio individual para cederle la soberanía al conjunto; aquí no hay movimientos o valores relativos: no existe a esta altura, lo valioso. La naturaleza suicida carece de relatividad; en su lugar se alza el caos. En toda esta dilucidación que he propuesto, no se sustenta la oportunidad de decisión o instante. Queda excluida toda decisión y toda culpa. Obviamente, ¿quién pudiere sustraerse a los cultos e introducir el factor decisión sino un sujeto trascendente, un hombre-reservorio y caótico? ¿Acaso la historia no muestra que sus intelectuales se han dejado arrastrar por esta casta suprema de hombres? La historia nunca ha sido de los intelectuales, jamás hubo sido de los normalizados.

El sacrificio no puede tener sentido en un orden dividido entre lo auténtico y lo inauténtico. La relación con otro mediante el sacrificio, en la que la muerte de otro preocupa al estar-ahí humano antes que su propia muerte, ¿no indica justamente un más allá de la ontología -o un antes de la ontología- que determina o revela una responsabilidad respecto de otro y, por ende, un “yo” humano…? EMMANUEL LÉVINAS

CAPÍTULO TERCERO Cambo de Hospicianos

I

¡Derechos Humanos! ¡Ah, la promesa de los derechos universales! La inscripción dolorosa en la experiencia haciendo memoria en las generaciones deseosas de sus roots, crean el nuevo brote endémico que rescata los cadáveres infectados de su silenciada muerte por la insatisfacción inmediata, demostrando cultos más humanos, más naturales sin ortodoxia o protestantismo siempre enclaustrados en la reflexión del yo, sin la debilidad especular de un heterosexual u homosexual tan atentos a lo terrenal; las mejores generaciones: las regresivas, las que arrastran hasta el presente el dolor antiguo que les sigue marcando, las que escriben acerca de lo inhumado por carencia otrora de solución. Estas generaciones escépticas del perdón, la expiación, la caridad, la gloria —chabod— y sus estratos, el olvido; sólo importa hacer guerra, hacer rendir aquí a la historia de sus antepasados. La mejor pelea es entre hermanos, la mejor guerra es la santa. El hijo predilecto-pródigo no le es posible interpretar al hijo abandonado: al huérfano que ve a su padre negarle pero prometerle. La psicología de masas o la dinámica de grupos, se tornan tan inútiles frente al huérfano de padre y madre vivos. Las religiones no se reducen al teatro grupal, su fuerza aparece en el rescate de marginales que, sin la intervención política morirían a manos de la naturaleza; ofrece el auxilio pseudopolítico para no dejarles perecer. Esto contradice la lógica interna de las ciencias humanas y su idea de lo social. Las religiones funcionan como epidemias colectivas que llevan a los individuos a formas de guerra en espacios pacíficos; las religiones crean los cultos y sus liturgias dentro de un discurso comprometedor, ocultándose sobre puntos de inflexión, tomando curso en la geometría política tanto como en la

social; intriga en lo político para tener parte en lo social y al contrario, un perfecto servicio de inteligencia: el espionaje y el contraespionaje. El Doble Discurso de cualquier religión es la creación de nuevas formas de guerra y la posibilidad de culpabilidad sobre la misma sociedad. Las sociedades no crean religiones como afirmaría un estudioso de las ciencias sociales, es justamente al contrario; no existen réplicas del Islamismo, del Judaísmo, Budismo o Cristianismo en regiones distintas del planeta sino ciertamente expresiones sociales del mismo discurso: un mismo brote religioso en territorios distantes, aseguran un desplazamiento nómada que promueve un discurso —junto a su culto y liturgia— en organizaciones colectivas distintas; un grupo pudiere lograr proyectar intenciones reservadas sobre una divinidad, usando economía de escala. Las religiones son absorbidas en el espacio donde se tornan ineficaces, debiendo ceder su soberanía a otras que demuestren soluciones allí donde son requeridas las anteriores. De modo que existen discordes vertientes de una misma religión, pues un propio discurso no es interpretado en igual manera por colectividades con condiciones iniciales distintas: la geometría natural de un hábitat que aceptare el discurso es disimilar a cualquier otro espacio que también se adhiriere. Surgen entonces nuevas formas sociales y no nuevos discursos, nuevas formas de hacer frente a l’autre y no nuevas religiones, nuevas maneras de exclusióninclusión y no nuevas formas de culpabilidad-amnistía. Cualquier religión es excluyente en el fondo; si un individuo cualquiera —nunca aislado— resultase inadaptado a una colectividad, se asocia a fortiori —siempre involuntariamente— a nuevas vertientes de un discurso conocido, hasta por inducción matemática, a alguna otra que lograse satisfacer su demanda adopcionista: su necesidad biológica de adaptación. Las religiones excluyen para luego incluir; generan un problema grave del cual sólo éstas ofrecen la solución: introducen el conflicto en lo social y en lo político, allí donde son mediadores, donde se publicitan como árbitros. No se piense que las religiones son la génesis del suicidio: son el medio para instaurar el culto y su liturgia, la moral y su ética. Existe el sujeto de lo religioso, el discurso, el Doble Discurso. Hube desarrollado mi hipótesis del individuo que engrandece su fuerza creando la divinidad que, al compartirla con su enemigo, al publicarla para el otro, se colectiviza y fortalece, se publicita; así —más allá de Politiques de l’amitié— la amistad excede lo virilmente homosexual.

Se trata del fracaso masculino heterosexual que permite el ascenso varonil-homosexual al dominio público; es el sujeto que violenta al enemigo en su estado de paz, atándolo al discurso que le masifica, que le destina a despedir su punto privado: su intimidad. Los grupos se apegan a la divinidad de un individuo medianamente fuerte que se hace mediador diezmando al colectivo, haciendo converger a los más débiles y a los más fuertes, con una pseudopolítica que exacerba la fuerza ante el prójimo, que supera l’homosexualité virile, se hace entonces y justo aquí, la sociedad. La amistad no surge entre lo social, es ciertamente su etiología; se hace sociedad cuando se arrastra a un colectivo hacia el exergo, cuando se fuerza a la rendición con la proclamación de una altivez superior al hombre que la publica, publicita y firma: su divinidad acrecienta la fuerza que él no posee por naturaleza, pero se muestra poderoso por la protección supernatural que se hizo sobre sí, se muestra enorme por la apelación a su deidad; este hombre dice a sus imponentes, terribles e invencibles enemigos: no vine a luchar contra Ustedes, pues reconozco y respeto su fuerza; vine a comunicarles acerca de alguien superior a todos nosotros.

II

De modo que toda guerra humana es santa, en la medida que asegura la supervivencia de la divinidad que se representa, y no de lo natural, pues no se hace guerra «contra sangre ni carne, sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes», una al-yihad alakbar o una al-yihad al-asgar que se traduce en asuntos que no competen a lo humano. Así la Guerra del Miztón no asumió síntomas de guerra santa: se trata de una guerra entre divinidades que manifestó señales de guerra natural; toda guerra santa se materializa en guerra natural, pues es la expresión fiel de la necesidad de hacer guerra sin morir contra los más fuertes. Hablo de una forma diurética para desfavorecer la cualidad superior del enemigo, del l’autre, haciéndose magnánimo mediante la invención de la verdad. No existe algo más sospechoso que la humildad, ese caminar inclinado para mostrar reverencia, ese fingir natural para adaptarse y supervivir en entornos amenazantes; ese acepto que eres más fuerte que yo, pero ante esta divinidad somos iguales, sé humilde como yo porque es una deidad y no un hombre-mortal como nosotros. ¡Ah, la igualdad! Ese derecho universal, esa linealidad, ese principio de guerra santa que encaja el poder para subordinar homosexualmente a una autoridad que, por naturaleza, hubiese aniquilado a este inteligente-medio creador de dioses; toda un dismenorrea artificial resultado de los hombres políticos que crean sociedades allí donde los fuertes, no saben qué hacer con lo femenino. Es resguardar la fuerza-media en el poder: es el hombre que inventa la igualdad para sobreponerse al colectivo, convivir con el enemigo, con ese prójimo tan valioso que debe postrarse ante el homosexual.

Las cosas no parecen ahora tan agradables pues un individuo no queda en manos de lo social, sino precisamente al contrario. Hube apartado la noción relativista de la historicidad, para dejar surgir la geometría no-lineal que determina a un individuo y su colectivo. Se trata de observar sin tocar, de abandonar los métodos que simplifican una realidad, de contemplar la sobria complejidad de las relaciones humanas. En todo esto aparece la idea de la adopción de huérfanos. Durmiendo, quizá, sea más acogedor rendirse la presencia a la muerte en un niño contestatario. No son escasos los parientes que observan a sus hijos como huérfanos; la exclusión infantil se hace progresivamente más notoria, cediendo al linaje un planeta enormemente degradado junto a una deuda universal imposible de ser indemnizada; mientras unos cultos reclaman el perdón continuo, los más solitarios y antiguos seguirán exigiendo el resarcimiento de un brutal pasado. Es perfectamente normal — cosmológicamente— que se tienda al occidente, una población que desee absolverse a sí misma el perjuicio emprendido ante otros grupos; se trata de herir mi espíritu en la carne de l’autre, así que me es posible igualmente perdonarme narciso. Es bien sabido que se ha excedido el maltrato un tanto, por ello es conveniente nuevamente iniciar la vida como un mejor momento, más pacífico, más libre, más cercano a los dioses. Ese es el discurso alentador de un grupo heterogéneo que intenta surgir de una depresión entre lo protestante-ortodoxo y su relación con la divinidad. He dedicado un detallado espacio a la economía que condiciona el suicidio; ciertamente hube cambiado el escenario que sustente el clímax de las relaciones y el desarrollo sexual-político en términos históricos: la guerra y sus formas se merecen un terreno de gloria, pues lo moderno le debe a nuestros antepasados, todo el progreso con la firma cruda de la barbarie y su estupidez. No hay otra especie que tenga un compromiso similar para lo senil. Pensar en la guerra, supone un paso adelante en la supremacía técnica; no parece mostrar importancia lo vergonzoso de encarar los dioses para deleite homosexual. Suena un tanto hermoso —aunque algo barroco— afirmar que un individuo aspira la aceptación colectiva hasta el extraño punto depresivo producto —entre otros factores— de ser aislado o controlado socialmente.

III

Se trata de una inmensa cantidad de teorías psicopatológicas, de masas, psicoanalíticas que incluyen una variedad de explicaciones como la existencia del inconsciente colectivo, los arquetipos, la represión social y un compendio de obras que colman las bibliotecas de ciencias sociales. Para desbordar la vulgaridad nauseabunda y argumentar un discurso demostrativo resuelto, es inútil posar para una filosofía. No tengo intenciones de simplificar las grandes cosas, ni renormalizar el desorden de los sistemas más enormes. He asegurado desde el principio, una unidad social básica distinta a la familia, una unidad colectiva primaria anterior a cualquiera forma de mostrarse, de patentarse, de hacerse público. La justicia, ciertamente es en su acepción elíptica, la relación con el otro; sin embargo, su sinéresis contradice lo levínico de la argumentación que intenta domesticar la conclusión: lo impropio, lo ajeno; en parte es herencia, en parte es invención. La noción de l’autre es irreductible a la familia pues ésta es siempre posterior. No están o el principio de identidad reflexiva o la dialéctica nuclear en la relación con el no-yo, la etiología de esta justicia la he recargado a la supervivencia, la genealogía de lo social es una geometría muy evolucionada dependiente de la inducción. El otro, el enemigo, el amigo; son conceptos de sobrevida, son nociones resultado de lo residual, de la latencia; son el exceso del yo. De cierto que intentar comprender al individuo-prójimo como una entidad siempre ajena y voluntaria es, justamente, una completa tontería: un individuo para el otro, se reduce a cómo es visto y cómo se muestra; un juego no-cooperativo elemental, un sujeto es exactamente igual a cuantos espectadores le presencien, junto a la forma como es capaz de jugar para hacer frente a su contorno. Aquí es donde existe al menos un punto de

equilibrio; mi prójimo no es como es, sino como le veo y como contemplo que juega. Se trata de la imposibilidad y su indecidible eidetismo para conocer en cuanto tal a l’autre. De modo que es un problema de predecir lo errático, no de conocer lo ajeno como si fuere el yo. No dispongo de otro espacio finito que no sea mi propia realidad; puedo emular otro sistema, simular otra red, pero es imposible dejar de ser yo. Ni siquiera en la forma más radical de alteridad se abandonan los límites de la propia política individual; la condición de ser otro, es un estadio más evolucionado que lo social, pero nunca supone conocer lo ajeno como si fuere el yo, aunque un diferencial margen de error permita imitarlo y predecirlo. La aporía que manifiesto no muestra alguna inútil dialéctica; sólo contradice que un colectivo social influencie a un individuo hasta llevarle a un entorno ajeno: la máxima expresión de alteridad es la imitación; el arrastrado es una condición ulterior manifestante de una alteridad concurrente a un discurso universal. Se inventan los discursos universales, se crean puntos de alteridad, se arrastran sujetos. No existe espacio de elección, no existe espacio de decisión. He definido con rigurosidad, el poder como concepto; fuera de esta deificación de la fuerza, no hay espacio para la voluntad. Explícitamente, la fuerza divina es una práctica de supervivencia para acrecentar una debilidad media, su finalidad de dominio es posterior y exclusiva para hombres-reservorios que excedan el discurso universal, para hombres trascendentales, para sujetos que decidan; es aquí cuando cabe hablar de poder y voluntad. Nunca hubo terreno para la intención, es un asunto de las cosas enormes de la naturaleza. El psicoanálisis, todas las formas de la psicología, padecen la misma implosión a manos de su débil espíritu: la familia como unidad social elemental. Asumiendo un análisis post-psicoanalítico, se torna indefectible la comprensión de las colectividades pues no se marca su origen en las familias como unidad. Explícitamente, se ve a la familia como unidad social cuando es ya demasiado tarde; cuando ha estado obrando un discurso latente de antemano a la unidad. No se trata que no exista esta forma colectiva; sino que no está aquí figurando como fundamento social. El psicoanálisis es antirreligioso en su condición anticristiana; en el fondo es cristiano. Ningún hombre halla «en las doctrinas religiosas su consuelo»; eso puede ser traducido a la invención de una verdad que

engañe a su propio autor, a mentirse a sí mismo. Las religiones no funcionan como consuelo o lenitivo de pesares, sino como exaltación de guerra para supervivencia media. Las formas religiosas son un sistema todavía moderno de culto-liturgia que formaliza el Doble Discurso: el temor y la pena como el adentro, el sobreprecio y la esperanza como el afuera; parece provocativo situar la etiología de lo religioso en la relación infante-pariente pues como publicidad teórica es eficaz, pero es una completa tontería y un desperdicio de intelecto. Acaso el inteligente-medio es el hombre que genera mayor desecho.

IV

La mejor manera que dispone este hombre de atacar, es haciendo frente al enemigo; es la pretensión de ganar haciendo guerra limitada y progresista teniendo la hipótesis de no atacar a civiles, pensando que lo legítimo y eficaz está en el uso del terror contra militares y jefes de Estado sin involucrar a civiles. ¡Qué importa lo legítimo en la guerra! Si se hace guerra alimentando al enemigo, consolando el hambre, entonces la intención hubo sido dejarle vivir, no aniquilarle. La guerra santa ataca a los civiles desde su seducción discursiva hasta su exterminio; cualquiera ofensiva que evadiere este principio, no sólo es un ataque moral: es un asalto destinado a fracasar. Así logra esclarecerse que los escritos paulinos, promueven la destrucción del Judaísmo aniquilando la torah en el justo punto de muerte evidenciado por su alabado hombre-Dios; este tejedor de tiendas, mostró una curva que se inflexiona abruptamente hasta la aporía más cruda: es la geometría del «como expiación por la fe en su sangre» pues «por las obras de la ley nadie será justificado» desmantelando al Judaísmo en la muerte de su mejor judío; pero suele escucharse al Cristianismo —una extraña extensión paulina— hablar aún de la vigencia del decálogo, la vida y obra de Jesús en lugar de su muerte. Esta manera de enfrentar la historia y su tratamiento teorético, no ocurre sólo en el Cristianismo; en el mismo Judaísmo como «y de cuantos eran capaces por su edad de poder entenderla [la Ley]» —el subrayado es mío—, en el Islamismo como «lo mismo que adviertas o no a los infieles: no creen» pero luego «dar al-harb» que incluye en el al-yihad alasgar la tierra de los no-musulmanes; en todo el grosor de los cultos formalizados, se demuestra la misma firma: rescatar un episodio y revivirlo tantas veces como fuere necesario. Obviamente, se exhuma el episodio con

mayor significante pues genera un compromiso en equilibrio perfecto; la fuerza de un episodio se reclina en los hechos y el escenario con sobria connotación frente a la línea de tiempo: se hace abstracción del relativismo para favorecer la diglosia en entornos controlados, reproduciendo casuístico-legalmente el mismo evento en cualquier espacio sin importancia del tiempo. Las decisiones se tornan trascendentes al culto, pero rígidas e indecidibles a los individuos y sus posteriores colectividades o familias. La familia funciona como la unidad que conserva el discurso interno, pero nunca lo inventa. Aquel quien deseare escudriñar la conducta de un asesino múltiple, un terrorista, un violador de infantes, un suicida; debe recostar su hocico en el culto dentro de su topología política y no en la familia o grupos relacionados con aquellos sujetos. No hay forma de predecir que no involucre el conocimiento pleno del discurso subyacente; es una completa inutilidad hablar del perfil de un terrorista, pues cualquier fisiología conductual es siempre el último nodo de la red donde es imposible estimar el enmascaramiento y procesamiento de tramas; escuchar en boca de un psicólogo que «cualquiera puede ser terrorista aunque parezca un individuo común» no sorprende pero es nauseabundo a la hora de volver el rostro para ver a semejantes especialistas en dinámicas de grupo. Escuchar que «cualquiera puede ser terrorista aunque parezca un individuo común» puede ser lícitamente traducido a que la psicología moderna, teniendo los mejores recursos tecno-científicos en sus propias manos, no tiene respuesta concluyente pues «cualquiera puede ser terrorista», salir de entre nosotros o descender con gloria desde las nubes, alegando resultados de una investigación de campo fuera de lugar donde los familiares, amigos o allegados hubieron manifestado que un tal sujeto tenía cualidades introvertidas, etc. De hecho pudiere haber ocurrido que el padre de este individuo objeto de estudio, hubiere ultrajado carnalmente o no, en momentos de infancia al tal. ¡La vergüenza de las soluciones triviales! Permítanme hablar del Doble Discurso Abrahámico. Muchas maneras de crear huérfanos, muchas maneras de conservarles —cercano a Petrou Kavafis—, muchas maneras de exhibirles; todas pueden ser tratadas sobre la misma episiotomía. No es la complacencia por el progreso dependiente de otros Cultos Enormes, sino el obsesivo hacer rendir a lo noincluyente: un merece la muerte lo que no se abniega.

La naturaleza aniquila con indiferencia a los inadaptados. Las sociedades conservan a sus débiles arrastrando sus ansias de sobrevivir. La unión también crea debilidades, pues demasiadas manos sujetas terminan sólo por manosearse cuando no pueden combatir juntas; no importa que sean demasiados, mientras no puedan contener su propio peso, no serán más que presas en un conglomerado. No dejan de sobrar psicoanalistas que afirmen a la religión monoteísta a favor de los débiles. He hablado acerca de esta genealogía al demostrar que la intención hubo modificado su centro; habría así evolucionado hasta el beneficio que lograría extraerse del residuo.

V

Se aprende a vivir con los más frágiles y moribundos de la especie, se aprende a vivir de aquellos y es necesario alimentarles y conservarles en su debilidad. El hombre fuerte se hace parásito de los infortunados hasta vivir con el costo de llevarles consigo, colgados en su hombro sin cuidar del tiempo; sólo se reviven a diario, se rescatan de la muerte natural, se alimentan y se engordan para dejarles ser débiles: ser libres, tener derecho a vivir, un «no» a la naturaleza que sentencia su muerte de antemano. Siempre llegaba el miasma, se veía putrefacto, pero los hombresmedios han resucitado la cena de los carroñeros. De modo que, se tiene más natalidad que mortalidad, más conservación del estado de las cosas; más contaminación por muertos revividos, más combustibles fósiles. Las sociedades tienen largas historias, que deben ser vistas antes que ser contadas. Son las autoridades que deben ser toleradas al precio de reclamar el derecho a vivir. Un dragón que le dio poder a una bestia y una divinidad que le concedió autoridad a ambos. Una falsa autoridad destinada —en el más allá— a la revelación de su sensualidad, a la condenación y destrucción al final de los tiempos —pero no ahora—; un Salomón con la autoridad — conferida divinamente— que hizo rendir obediencia a todo Israel. El «no tienes autoridad sobre los tales» pero el Altísimo sí dará el castigo mayor. El «obedeced al Enviado y a aquéllos de vosotros que tengan autoridad», el «porque no hay autoridad que no provenga de Dios», el Padre del todo, «el Padre del Mal».

Lo único que se le exige al débil a cambio de ser rescatado de la crueldad natural, es someterse, conservar el statu quo y reproducirse erráticamente. Existe una razón en establecer el corte histórico al nacimiento de Jesús pero no a la muerte: la posibilidad de renovar la muerte. Se trata de hacer crecer la multitud de desechos tanto como fuere posible, a gran escala, hasta verificarse que el precio per cápita es el mínimo: el más barato. Un allah anterior a todos los tiempos, predecesor de toda geometría, es un estandarte; es la fuerza hecha poder, es el triunfo de la invención de la verdad citada, constatada. Se cita a sí mismo y vuelve a su propia eternidad creada y patentada de antemano. La hembra puede naturalmente sanar el equilibrio general aniquilando las especies débiles; allí donde el machismo y sus ofertas de relaciones precoces poco gratificantes para las hembras se muestran como rezago, y el feminismo como una completa estupidez. El Doble Discurso significa-no que se hable en términos distintos sino en lenguajes norelacionales. El Primer Discurso masifica su posesión; el Segundo Discurso promiscua el nomadismo; una apuesta por el sacrificio frente a una inversión por el suicidio: un adentro y un afuera del mismo Geist. El terrorismo se forma de manera aislada e independiente, nunca voluntaria; la etiología reside no en la amistad ni en el vínculo con la hermandad humana, sino en el discurso que desvalora el precio de la vida colectiva para prometer la vida real. Así, el antiguo Oriente Próximo mostraba el Doble Discurso sin estratagemas: o en el monte Moriah o en el monte Arafat, o la verdadera esposa o la esclava, el relato que relaciona Ismael con Isaac es justamente el mismo; el vínculo entre el suicidio y el sacrificio tiene un antepasado común. La Promesa se restringe o se resiste a sí misma. La misma curva elíptica donde el mentir es un infantil juego serio, es una función de supervivencia: el más acá de la promesa a quo del porvenir. La firma del varón que traduce por naturaleza lo femenino de la verdad hacia la coseidad. Asumir a las hembras y a cualquier vestigio de su feminidad como el ser de roca; cosificar lo errático hasta masificarlo, normalizar ambos estratos del mismo espíritu.

El subdesarrollo es no un fenómeno, sino una verdadera técnica del artificio, una metafísica logocéntrica que no «se confundiría con la historia» de la aventura breve. El desperdicio permanece en la atmósfera viviente, lo fermentado es inhalado a cada paso, a cada latido; unos muertos que continúan junto al individuo fuerte y adaptado, por obra del inteligentemedio, por la firma de ese ser tibio y gris, del punto de muerte, del punto de inflexión que atestigua por los débiles y por los fuertes, una sodomía que media entre las hembras incomprendidas y los hombres embriagados, ese desagradable aroma putrescente que resucita y exhuma la génesis para eternizarla y Me es posible escribir y firmar con olor ajeno, suena arrogante pero, no controlo dañarme; pues «no se puede convencer a un muerto de la vida» estando ahí con un ser que, sin la intervención humana-media, habría de cierto muerto en manos de lo natural, desaparecido él y su linaje de escombros, habría sido distribuida la riqueza en condiciones disconformes con su par verdadero; esa es la «vuelta nefasta del muerto», Mi espíritu a la vista fuerza advertir que ¿Quién? Hieres y desapareces, un pensar y olvidar fugaz, un tan aprisa, un tan torpe; teme mirarse u ocultarse en esa retórica nauseabunda y es que la responsabilidad compartida es la más enorme injusticia. Pero ¡Qué importa la justicia cuando se habla de negocios! ¡Qué importa maximizar beneficios pudiendo sólo monopolizarlos, conservarlos, estatalizarlos! Desde la justicia de la elipsis de Lévinas hasta el universo de los derechos humanos no existe más que un homicidio global, una premisa de Sodoma, una equivalencia lineal, un «a causa de cincuenta perdonaré a todos», la mejor solución para conservar el statu quo, perdonar mil homicidas a causa de compartir su hábitat con cincuenta justos; esa es la justicia de la responsabilidad compartida: la justicia de Lévinas, la relación con l’autre, la justicia de la relatividad general —filtrarse en la cosmología cuántica semejante letargo—, la justicia del subdesarrollo, la justicia de la huella de un hombre quien sigue la sombra de su Dios. De modo que todos caen rendidos ante las pisadas y el exergo de un hombre-mediador; de un hombre quien cree ir tras el rastro de una posible —el mejor de los mundos, el mejor de los negocios— deidad

psíquica, siempre un después del después, la función de una función, la historia de los fieles quienes creen seguir a un hombre quien cree seguir; la sombra de la sombra, el residuo del residuo. Huérfanos de un cambo de hospicianos, primer Discurso que acentúa el sacrificio del como si, el «primer hilo conductor» de un solo hilo, conservar y multiplicar, pero siempre conservar; constatándose y profetizándose a sí mismo, fractal de recursividad, primer Discurso «homosexualmente viril», adámico, de la vertiente de Isaac, sedentario y edípico frente a un segundo Discurso femenino, evánico, ismaelino, nómada. Eso hago, «confesar la verdad que hay que ocultar», o se aniquila o no se deja nacer.

VI

Son las miradas frente a un cadáver, asquean el retraído drama de la súbita despedida que no alcanzó a tocar, en su público, el punto de realidad abrigado en el recuerdo, protegido en el equilibrio; se reclina el concepto en un dinamismo enorme capaz de elogiarse a sí mismo e irruir con un vigor tan excesivo como el sufrido en su propio escenario. La noción del punto de muerte es tan alarmante como hacerse sufrir permanentemente sin descanso y olvido. El rango de insolubilidad o indeterminación en cualquier cuerpo de hipótesis, puede hallarse en un espacio que contiene el residuo de variaciones posibles y predecibles, para delimitar el propio cuerpo. Dicho en otros límites; todo cuerpo, genera su exceso que lo complementa y lo equilibra. La autosupresión es el punto de muerte que fuerza al sistema a ceder ante sí mismo, a sintetizarse, a juzgarse y suicidarse. Se trata del eidetismo en su concepto bruto quien se aparta para conferirse un espacio sin dictar su propio tiempo, es el ambiente engendrado por un número tremendo —y siempre finito— de auto-divisiones hasta el cruel término en el que su propio residuo le iguala. Todo encuentra un punto de muerte. Al menos tal idea aparenta tener hondo refugio en una consciencia tan prematura y distorsionada como aquella que se logra ver a sí misma. Pero la idea de muerte, al llegar a la consciencia, o es demasiado tarde para advertirla, o se torna impura al conceptualizarse; dicho en otros términos, o se es demasiado joven para comprender una irrupción general tan brutal, o la consciencia se embriaga con el tiempo, entre tanto el punto de realidad no logre coercer lo suficiente para alertar mucho más que sólo

un par de ojos. Continúa siendo encontrar rasgos del punto de muerte en fenómenos tan equilibrados como alguna manifestación de los fluidos, en algún intercambio de energía, en un sistema económico, o incluso en la definición de un cuerpo numérico. Evidentemente, como en una aguda comprensión histórica, al vislumbrarse el punto de muerte en un fenómeno, se tiene el auxilio único para describirlo en su completud. Pero iniciar una Teoría semejante, con el riesgo adjunto que trae consigo tan de cerca ¿sería digno de una firma? ¿Laudable o meritorio? Siempre presente el individuo de las nubes, el idealista, aquel quien clama por el temperamento, que aún prescinde del «viraje sobre sí mismo y convierte su moralidad» en restauración, que erige la ética y la glorifica sobre todas las ciencias, la estupidez de lo ético, la religión de las ciencias; la ética económica, la ética social, la biológica, matemática, semántica de un aburrimiento, rectitud litúrgica, melancolía de los nuevamente nacidos, pues así «vivificamos la tierra después de muerta», construimos en la muerte para la eternidad. El principio de alimentación es siempre inadvertido allí donde la guerra de la amistad, la guerra progresiva-cristiana no le es posible solventar los infortunios del teatro. Cualquier temporalidad ineluctablemente cede ante el dominio del hambre; al introducir un punto de muerte, se vuelve inutilidad una invariante en una geometría política pues el equilibrio es otro. Un ceteris paribus que firma en la inteligencia-mediana hasta desgastar los más coloreados vestigios de la realidad tan polisémica y selecta; el subdesarrollo es incurable con la terapéutica educativa que convierta las influencias en constantes, que normalice con independencia de la transformación natural, que evite el residuo con una palabra relativista, con el ser-ahí, la elaboración de la amplificación, desarrollar la complejidad y publicitarse evolución; esa ecuación Einstein-Heidegger que pretende figurar como un último reducto. La estupidez de dilatar los extremos sin alargar su centro es el signo que identifica la presencia de la amistad, esa conjetura del todo crece

conservando su punto de equilibrio es la atrocidad que causa las independencias de colectividades no firmes a su liturgia; es el culto quien garantiza la legitimidad o no de las guerras, es la guerra productiva quien asegura el desarrollo masivo; asumir factores constantes se traduce en permitir que se alimenten en la pasividad de su hábitat. Se calma el hambre del enemigo dejándole vivir esclavizado, se deja sufrir despierto, en vigilia, se silencia el apetito de los amigos haciendo crecer sus fuerzas, pero no hay su hambre ni su apetito cuando no existen enemigos o amigos.

VII

Explícitamente, darles de comer les fortalece pues se evita lo errático del espacio a favor de la relatividad: así el retraso del ser-ahí es el déficit de fuerza de quien se posterga; el dejar que el tiempo sane, creer que una entidad no varía en una transformación topológica, es evitar prever el residuo, es trazar una línea recta que relacione todo un grueso de curvas irrespetuosas a las reglas del detentador de medidas. Los puntos de equilibrio jamás se conservan, de cierto que cambian en tanto en cuanto lo haga el espacio que les sea contexto; siempre se introduce una modificación que fuerza a adaptar los puntos de equilibrio. De modo que, no existe espacio para el perdón pues el dolor antiguo es residual y hará presencia del presente cuando no pueda contenerse en el aquí: los derechos universales y la amnistía se reducen al principio individual de conservación. La historia no va de la mano con la temporalidad, no existe tal cruce de líneas que determinen un hecho, ese tiempo es la línea paralela que desea ser trazada en cada curva para citarse en el espacio, parasitarse con el espacio. Un mundo relativista, aún tan religioso, todavía tan metafísico «inmaduro para poder sacudir sus estrellas» y reclamar el universo libre de tiempo, deshacerse de la línea media. Es que sé leer con el ojo diestro y escribir con la mano zurda, el suicidio responde naturalmente a la eterna resurrección, al eterno retorno; se trata de atacar al pensamiento y al pensador, ambos, en el mismo lugar, donde se le cite a una voz, a una vez, no demasiado para evitar corromper su privacidad haciéndole público, alabándole en el terror, sacrificando su exergo en el suicidio de quien le

cita; un aniquilar al otro, destruyéndose a sí mismo, la justicia de la relación, la responsabilidad compartida, el honor, la apología, la glorificación, la exaltación del nombre tan alto, muy en lo alto, hasta dejarle caer en su propio peso.

No se sabe ni se osa lo otro, lo que en el futuro será lo uno, porque ya esencia, aunque no fundado, en el primer inicio de nuestra historia: la verdad del ser, la insistencia en ella, sólo a partir de la cual mundo y tierra conquistan en la disputa su esencia para el hombre, mientras que éste, en esa disputa, experimenta el enfrentamiento de su esencia al dios del ser. Los dioses habidos hasta ahora son los dioses ya sidos. MARTIN HEIDEGGER

EPÍLOGO Latinoamérica Intempestiva

Demasiadas palabras, demasiado poder desperdiciado. No hay quien se pregunte por el orden del espacio y su lógica interna; la limitación para contestar es, publicitaria, traducida fácilmente a apostar precisamente por lo que se cuestiona en público: se trata, con plena exactitud, de hacer colectiva esa postura que sea aceptada sin ser perturbada, que sea comprendida hasta el punto de no ser resistida. Los grandes hombres, con cierta «autoridad autorizada», manifiestan el apego necesario a las multitudes vulgares y atemporales, evitando ser descifrado el fondo de sus acciones imparciales: son una clase de especie que, intentando adaptarse al dinamismo político, recurren al mercado smithano, sucedido y propio — ahora— del subdesarrollo, para presentar un Doble Discurso. La mentira, sobriamente manipulada, es de dominio superior, para hombres magnánimos y trascendentales. El Doble Discurso, ha sido deconstruído, hurgado secularmente hasta debilitarlo y destinarlo a morir «en sus propias manos». Los grandes hombres con quienes suele compartirse la atmósfera de un Tercer Mundo son, pisados unas tantas veces como sea necesario para hacerse descubrir bajo las largas faldas morales que le cubren la desnudez que representan. Es imposible malmentirles a los otros grandes hombres-reservorios que viven, como nómadas, entre la fetidez que brotan los poros de aquellos inteligentesmedios populares y públicos. Siempre diré que el otro, sabe qué hacer con el poder residual de quienes poseen una autonomía mortal y heredada. Los hombres tibios pueden escupir dos veces y agotarse en su gris semblante pues, los tales no hubieron evolucionado lo suficiente —y no lo harán— para ver demasiados colores y degradados. Pero un Estado tiene, excesos, personajes tan variados y políticamente distintos que, simplemente, pueden encerrarse en un mismo corral. Es imposible caminar con tantos cerdos sin control de algunos habitáculos. Pero, por suerte, no hay cerdos

como grandes hombres: una apresurada historia, cobrando seres más aptos que irrumpan la estabilidad tan delicada y artificial digna de una irreverencia instaurada por nuestros antepasados de algo más que siglo y medio de tartamudez. Demasiados ilustres, analfabetas en cantidades casi innumerables; el mismo fondo, la mitología heredada. Demasiados próceres en quienes se reclina toda la historicidad subdesarrollada. La soberanía es tan inmensa y profunda como los espíritus que visionaron la Emancipación Latinoamericana. Esta es la apología que se hace redundar por venopunción. Pero aquellos loables insignes combatientes de la actual libertad nacional, no creían en su presente de tal manera como una clase de hombres suntuosa y soberbia —y únicamente ésta— de nuestra generación, no se abandona a los actuales valerosos hombres representantes de la autonomía y la democracia. Una clase al margen de las escuelas siempre conservadoras —no es justo exigirles otra postura a las nobles instituciones: se enseña a ser imbécil, se enseña a ser juicioso, pero se enseña—, una clase de hombres trascendental irrespeta no sólo a los palpitantes próceres, sino a nuestros antepasados: la verdadera magnificencia de los hombres, de los hombresreservorios, se traduce en suceder el trono y saberlo ocupar, en desmembrar la historia en un antes destinado a la memoria frágil y un después que sepa recordar el dolor de la mutación. Una carencia de relativismo. Una a-temporalidad. Un verdadero hombre es desagradecido con su pasado. He dicho «actuales próceres» con toda la acepción de su latinidad. Puedo recordar, sin recelo absoluto, que cualquier prócer, se auto-nomina o es autorizado por un rey: en estos últimos años, seguimos teniendo muchos líderes, algo mórbidos por genética, pero aún equilibrados e inteligentes; siempre a-medias. Precisamente, lo desagradable del subdesarrollo, es lo inconcluso de su espíritu. Inteligencias que no resuelven en sabidurías, batallas verdes, discursos truncados, golpes de estado imperfectos, gobiernos irresueltos, oposiciones inacabadas, monarquías a-medias: es esa regresión de mal gusto a lo anciano, a lo que no se deja morir, a lo que es intervenido por residentes en vigilia para resucitar por la fuerza, ese pretérito siempre digno: traerlo a la vida vegetal, a la vida que no se desea, a esa vida postmineral que sólo ocupa espacio; hacerle vivir a-medias.

Permítanme decir la historia corta de este Nuevo Mundo: sólo sepultaré, por un breve momento, a los célebres, magistrales y brillantes historiadores que cuentan grandes historias paradójicas, a la altura de un Lewis Carroll de esta época. Los rescataré lo antes posible, para que puedan seguir respirando y transmitiendo su doctitud a las siguientes generaciones, siempre deseosas de las mejores novelas que le reflejen su presente y le prometan su mejor pro-venir. La regresión exagerada al discurso, contraria a como es pensada, crea el mal gusto a publicar una personalidad. Ese fenómeno de hacer colectivo el nombre hasta re-apropiarlo con las conformes manos de quien le cita, es precisamente, la forma más directa de darle una muerte intempestiva, de burlar y engrandecer el pronombre personal al tanto que se sotierra el sustantivo del otro. Enferma obcecación ésta de estatalizar el nombre propio, de a-responsabilizarse por la esencia figurativa que es invocada, tiene una etiología mítica que hubo lastrado la herencia que, hoy, las almas más hermosas y plenas en la mayor estupidez de su eidética estirpe, se satisfacen y echan como en revolcadero llenos de viles e inadaptados hombres de lo público. Demasiadas palabras, demasiado poder desperdiciado. Los tan re-nombrados próceres de la historia subdesarrollada han infligido en los jóvenes espíritus y aterrado en la forma de erotizar el pasado con lo moderno, escribiéndose historias homosexuales de batallas heroicas que instituirían los contenidos de la instrucción básica hasta tornarse en patriotismo didáctico. La totalidad —es decir, ninguna— de las oberturas que preceden la historia política, transmiten la fidelidad de los próceres en su cotidianidad. Precisamente lo que no dicen los historiadores reverenciados es lo ocurrido. Una historia tan corta no ha tenido la suficiente cobardía para ser narrada en su naturalidad evolucionaria. Esa falta de valor necesaria para enfrentar con la mayor crueldad a nuestros antepasados, antónima de toda la moralidad crecida en la idea de patriotismo, de nacionalismo, de estatalismo, de hacer público lo nopúblico, de colmar de valentía las ansias infantiles de jugar con seriedad: que no se juegue por el porvenir de su Estado, que siempre se apueste por el pasado que les trajo y sustrajo a lo que poseen, a lo que [no] es suyo, a lo heredado, aquello que les emancipó debe ser idolatrado hasta el cansancio, hasta repetirse con sólo apelar a la memoria, rezar el himno, entonar sus estrofas, instilarse del orgullo de haber tenido semejantes líderes

ensangrentados por la libertad nuestra, por nuestras propiedades, por nuestra soberanía; nada nuestro sino de quienes lucharon estoicamente por nosotros. Esta doctrina de los historiadores, calza en las cumbres de las mentes más sagradas, más celestiales, más divinas y míticas, menos humanas. Ese continuo clamar por el Mesías Libertador y sus seguidores, es actualmente el protestantismo que reclama la figura del Padre frente a la Madre Latinoamérica, que con sus pechos donantes de alimento y amnistía no es, sino después del ensalzable triunfo conseguido por aquellos para el presente regocijante que nos envuelve. De modo que para un historiador del subdesarrollo, la memoria nacional no sólo es predecible y recurrente, es incluso una deuda que se traduce en términos de alteridad. Una gran coartada que convalece la identificación con su enemigo soberano. Estos sabios en los negocios, conocedores de la política latente en las multitudes, indulgentes de los mayores daños, carentes de la sexualidad viril característica de los hombres-reservorios, les restó sólo un objetivo fabulario: convencernos. Olvidaron apreciar que la historicidad siempre tiene el leal germen retrógrado de su espacio anterior. Relegaron la fuerza originaria de los cambios siempre quebrados, hacia la tierra de la aceptación virtuosa, transfirieron los ánimos tibios propios de los organismos intermedios hasta coronarlos como izquierdas glorificables. No sólo sean vistos por sus autores, sino conocidos por el público espectador para compartir de una colectividad que también estimase a los próceres, con el mismo desprecio con que estos escritores les citaban hasta el agotado desenlace de sus textos: un final halagador de sus victorias libertadoras. Hablaré de las factualidades pesadas de errores y accidentes que empalagan las figuras de latinos personajes destacados de la historia política, que ha hollado el intelecto infantil hasta hacerles apátridas. Explícitamente, construiré la historia subdesarrollada desde la mitología política del lenguaje sexual-masivo que ha determinado las distintas sociedades establecidas desde la formación como república independiente. Toda la tristeza que se torna amarillenta y vacilante, revoloteando en la consciencia de un latinoamericano, esa modernidad invoca lágrimas en una tierra que heredó el olvido y lo sustrajo hasta nuevas atmósferas plenas del espíritu más lúgubre filtrado en las voces, siempre reposadas, del indígena actual.

Entender a un subdesarrollo sin sospechas es, corretear infantilmente entre la maternidad desmesurada y la penosa conservación del statu quo connotado de un culto promiscuo y siempre con barbarismo lingüístico. La historia de este Nuevo Mundo, se ha retardado hasta regresar a las peores estupideces; el subdesarrollo conocido por las nuevas generaciones: una bahía que ha recibido a sus inmigrantes con tanta desproporción política, llegando a ser un burdel de sustantivo valor para saciar los apetitos fisiológicos de las especies inadaptadas a sus entornos, rescatadas de morir en las tierras donde se originaron los tales. Como el impertinente zoólogo que redime a un sujeto para ofrecerle condiciones de supervivencia, el subdesarrollo se ha resignado a soportar a las clases más despreciadas de individuos que son desechados de su gentilicio, brindar albergue a inservibles objetos, para ocupar el espacio que en otras autonomías es largado. También ha importado, claro está, a su seno, personajes beneficiosos… El principio de resucitar lo que está destinado a morir, antes que morir, un no dejarlo morir, la perfecta expresión de conmiseración. Todo este grupo enorme de reglas, son irreductibles y manifiestas en la dinámica de la historicidad latinoamericana. Ocurre el mismo precepto cuando es legitimada por inercia, la exacerbada procreación en los estratos subdesarrollados que el linchamiento de un criminal en su propia provincia. La equivalencia entre excluir a un torpe indeseado y sustentar su indigencia con limosnas. Todo se sintetiza a cargar con el estorbo; no es originado ni aniquilado: es financiado. No existen tantas mentes que sean lúcidas para razonar la lógica humana. Es una violencia de empresa perfecta que casi podría describirse con el equilibrio de Nash. El panorama que veo en el subdesarrollo es, lo que denomino, el juego político perfecto. La fuerza motriz se traduce en capitalizarlo para que sobreviva, invertir en estatalizar una esencia universalizada, suspender el flujo evolutivo con fines lucrativos, estancar el curso histórico, promover el acrecimiento de la casta baja y su suicidio. Es costoso financiar a una enorme población para que continúe pobre. No es una aporía ni una vulgar-desagradable dialéctica. Esta historia como la planteo; más natural, más sexual, más política, más histórica, se diferencia de la aún publicitada por los historiadores. Caminaré entonces lejos hasta profundizar en el discurso interno que produce la veracidad histórica. Algún psicoanalista quien deseare acompañar mi travesía, en breves pasos, deberá esperar mi regreso para contar qué logran ver mis ojos cansados, muy en contra de su oftalmia educativa.

Primero Me sitúo en el ante-democracia y el germen mesiánico íntimo. En cuanto que me es imposible olvidar que no existen líderes sin seguidores tumultuosos. No aparece nunca el liderazgo natural al margen del vulgo. En cualquier subdesarrollo político-sexual, es sobreestimado un individuo con ciertas características que le posicione aventajado ante el colectivo, capaz de solventar momentáneamente un litigio con el sólo uso del pleonasmo y la superfetación. No han respirado seres más inhábiles sobre la tierra subdesarrollada, que sus propios líderes; todo ese derivado de cultos rupestres aún sostenidos y dilatados facilita la ascensión de un visionario de entre las filas del rebaño cada vez más inútil y desmedido, con ese receptáculo anatómico para lo gregario, el de mal gusto cargar de altruismo a cualquiera quien profese la satisfacción ajena, mejor si viste con agrado y vagar el habla hueca y siempre revolucionaria; vistos así, a este grueso subdesarrollado no le es de cierto interés el contenido, sino el aspecto, el cómo, el color que adorne la frontera de un matiz hasta que lo desvirtúe: no es importante lo dicho por este aspirante, es más valiosa la forma que asume su discurso y lo expresa con aquella sensualidad para ser escuchado, las madres que le miran con fijeza y directo a los ojos, comienzan a transmitir la ansiedad y el deseo sexual hacia el líder a sus hijas, junto a la estrategia atractriz de sus encantos para conseguir al hombre apetecido y, si lo decidiere él, compartirle con su linaje de hembras. No importa ya si el líder dice tonterías, es la hermosura con la que cubre todos sus disparates. Estas tres razones eróticas han movido al subdesarrollo hasta la modernidad; uno entre esos mundos que hacen la guerra con música, consignas y banderas; que pelean los totalitarismos con principios democráticos, que resuelven sus problemas confiando en el tiempo, en el todo es cuestión de esperar, en el gendarme que les recuerde poder, algunas veces, actuar como civiles. Un hacer frente a la guerra total con guerra progresiva. De modo que la figura opositora al líder, de hecho es, históricamente imposible en el subdesarrollo: no hubo existido nunca — como también actualmente— una oposición a un líder o gobernante del subdesarrollo. Esto contradice a los historiadores, académicos, religiosos, politólogos, diplomáticos, activistas y periodistas, este oligopolio

universitario que despreció su tiempo estudiando y enseñando a contiguas generaciones al uso escolástico del ocio. Aunque en el espacio actual apesta el apellido de próceres, no se está tan desvirtuado de lo ocurrido en el vientre político hace más que una centuria. Un prócer, como cualquier líder, fue un simple objeto de uso oligárquico; no gobiernan los líderes, sino quienes usan al tal como símbolo representativo de poder masivo. Los líderes se publicitan, luego son popularizados por un grupo dominante —siempre existen las clases soberbias por razones naturales— hasta que sólo son valiosos para firmar. El armatoste o mamotreto es la definición más cruda de un líder, se agranda demasiado a estos seres revolucionarios hasta que se tornen inútiles pero lucrativos y, como es de esperarse, los un tanto más inteligentes pero aún medianos, usan a otros líderes como recursividad. Este es el fundamento del subdesarrollo democrático: el folclore, la demosofía, la oligarquía y el discurso evangélico en todo su sentido luterano. Esa enfermedad por agradecer lo tenido y soñar la dádiva es la característica del culto nacional, abrazando la independencia con el germen mesiánico y la noción más cercana y ambigua de democracia. Una Europa que, por largos centenos de años padeció dolores de parto para tener algo parecido a un ideal democrático, debía evitarse —por un discurso interno pero público de los próceres— en el espacio posterior a la Emancipación Latinoamericana. La necesidad de hacer guerra para evolucionar, de sufrir para desarrollarse, de sangrar para memorizar, de llorar para legar, de morir para replegarse, de ceder la soberanía para lograr una rara paz democrática; debía omitirse con gran ponderación e introducir la democracia estatutaria en algo como la Gran Colombia. Por alguna razón, se desconoce lo incluido en este tratado: lo indispensable de las guerras — cualquiera que fuere en su forma— para desarrollarse. El ensalzable, prócer, el plausible, inyecta una fuerte noción democrática con enorme anacronismo. No sólo aprendió en vano el maquiavelismo —como muchos gobernantes subdesarrollados—, también desconocía la psicología más elemental del desarrollo colectivo. Todo lo aprendido por él en guerra, quería transmitirlo sin ella, como el hombre ansioso que descubre a una hermosa mujer y, con semejante prisa, quiere hacerle disfrutar de un orgasmo sin caricias erógenas, de obligarle a leer

una historia de exaltación sexual que se cuenta a sí mismo para motivarse mientras le ve desnuda. Este hombre heterosexual, se excita homosexualmente, se inventa una historia y la cuenta para sí: él con él. Este prócer no enfrentó a sus de adentro enemigos a favor de su ideal —si existió por ocasión— y la razón es obvia. Cualquiera alegaría apresuradamente que no existe una aplicación directa de esta sexualidad histórica; un psicoanalista freudiano no lo vería siquiera de esta manera, incluso no lo apreciaría como forma sexual en este terreno. Sin embargo, homosexualidad ha habido mucho antes que se pensara en la libertad. Persiste, todavía, en el subdesarrollo un síntoma de esta herencia que lo vincula a una forma de infanticidio: la maternidad desmesurada. La lógica que domestica esta enfermedad, es explícita. Existe amnistía en lo absoluto hacia el responsable por el infante derrostrado, el hijo bastardo, el niño que sujeta el mundo bajo sus propios medios e insuficientes recursos, sin familia; convertido ulteriormente en un delincuente, aparecen muy repentinamente sus derechos universales. Así, en el subdesarrollo, un ciudadano medio, asesina por defensa a un criminal y éste, es convertido en un perfecto libre de toda culpa, mientras el ciudadano común es acusado de homicida; en términos inversos, simplemente no se halla el rastro de la generalidad de delincuentes huidizos e inadvertidos a la política y la psiquiatría de estas naciones. Es ya desagradable un bandido con nueve años de edad, como sobran en el subdesarrollo. El subdesarrollo se ha ocupado de otros asesinatos, con ciertos status y nivel; no del asqueroso individuo de barrio hijo de la nada, no del violador de chicas, no de rateros o bandas armadas: la política directriz subdesarrollada se esmera, claramente, en un narcotráfico, contrabando, crímenes organizados al amparo de las propias instituciones, guerrillas legitimadas, terrorismo, todo con orígenes en la Emancipación —aunque varias formas tienen su genealogía en tiempos abrahámicos—. De modo que se ha transmitido desde aquel tiempo legendario, en el vientre sociopsicológico de estos pueblos parientes de tales próceres independentistas, las costumbres equilibradas de la economía enferma a quienes se les concede el culto patriótico.

Evidentemente, muestro un esbozo de la superpoblación, pues el objetivo último, es traducido a financiar todas las formas de delincuencia posibles que ameriten el gasto público. Es un trabajo complicado y confuso pues compromete bastantes sectores, pero a un ojo reservorio le es posible ver el caos, toda maraña que intentase pasar a oscuras de un oído musical virtuosamente afinado. Lo que empaña el asunto en palabras publicitarias, es la procesión de ancianos —militares y civiles— aún con vida, divulgadores de principios de Economía Dirigida. En las universidades del subdesarrollo se patentiza la enseñanza de formas estatalizadas que han visto su fracaso en todo el vasto territorio planetario. No es posible escolarizar por oferta algo contrario a la demanda social, pues todavía persiste este discurso interno en tales familias derivado en las relaciones político-sexuales, resultado —como en la historia universal— de problemas totalitarios a ultranza. No significa que se originó la democracia como se ha escrito hasta la saciedad. Cualquier Estado pudiese tener una Constitución, pero no resuelve en democracia por necesidad; la Ley Fundamental no supone un tipo de política, sino una política. En términos estrictos, una Constitución no siempre representa el sistema de Gobierno —de hecho, es injusto desear que lo represente— pues permitir el sufragio significa masificar el poder: permitir la participación electoral de las masas, compromete mantener el subdesarrollo, luego que una colectividad instruida —fenómeno que requiere una cruel historicidad— pudiere desplazar a gusto, líderes y sus grupos de apoyo. En otras palabras, no ha sido conveniente para estos líderes, financiar el progreso del rebaño por dos principios sustantivos: por la imposibilidad del inteligente-medio para desarrollarse con rapidez y por la adversidad futura para asentarse el oligopolio que sostenga a tal líder. Aquí, naturalmente, es cuando se debe sufragar los gastos para ralentizar el desarrollo. La modificación hacia lo participativo, es una manera franca de manifestar lo que ha ocurrido y continuará sucediendo: la confabulación y la intriga. No se crea que ahora sea cuando el pueblo participa, contrario a otrora que hubo sido representado. Siempre las masas son representadas especularmente y con fidelidad, pero la participación referida, alude a que contribuye y concurre abiertamente la oposición.

Las oposiciones se han visto con relativa robustez y apariencia en espacios anteriores, pero una oposición excesivamente marcada por las publicidades propia y ajena, es una coartada. En toda la historia subdesarrollada, no hubo oposiciones siquiera —no importan ya los historiadores—, pero su publicidad era moderada aunque frágil; ahora se acrecienta la popularidad y participación de la oposición de tal manera que endurece la idea de un Estado democrático. Se arguye entonces, que ahora no sólo hay democracia, sino la mejor de las democracias. Si se asume que no es acompañada esta doctrina por los intelectuales del subdesarrollo, se pisa el error con deliberación. El dogma se traduce en reflejar el discurso interno; el rebaño no ha creído en un Mesías, más aún en su propio discurso sexual en boca de aquel. El grueso social ha deseado sólo escucharse a sí mismo, y la mayor expresión de resentimiento contra las autoridades era satisfecha con un líder que hablase como pueblo. Es el mismo trance que, aunque se difunde como revolucionario del statu quo, es conservador. La confabulación aparece entre los dueños del poder y los líderes que ellos mismos determinan. El último no reemplaza al penúltimo, este último le cede voluntariamente el poder. El penúltimo no reemplaza al antepenúltimo, le es cedida la tribuna. Directamente, el oligopolio dominante cambia a sus representantes casi plácidamente, casi sensualmente. La economía no-smithana es notoria. No se trata del bien individual para obtener el bien común, es justamente lo contrario. La noción del bien común, nunca ha incluido a las masas —tampoco es criticable—. La intriga, ha sido introducida con conceptos modernos, un partido quien se mostró sólido por sus intelectuales y estratagemas. La misma que, con apoyo militar, derrocó una transición cuando no fue favorecida al poder; la misma que coloca al intelectual como representante de su oligarquía, la misma que reemplaza a una dictadura. En toda esta historia se revuelve e insiste en un mismo flanco militar, se observó la misma estrategia bélica, el mismo espectáculo: la firma del mismo individuo fue evidente. Parecía haber estado organizándose con un intelectual subcontratista de su generación para instaurar su modelo de gobierno algo antiguo pero eficaz. Promueve pues, como símbolo de poder. Así, no hay algo nuevo en la historia subdesarrollada. Siempre han aparecido confabulaciones — ahora participativas— que permiten intrigas al estilo romano antiguo. Las

oposiciones se caracterizan por el apoyo intelectual y estudiantil con líderes espontáneos. Entonces, de facto, no ha habido oposición, sólo estratagemas. Pueden ofrecerse demasiadas definiciones de democracia, siempre recordando el simbolismo de la separación de poderes, el sufragio, la libertad y sus derechos universales. La mejor forma de hacerse la venganza de las masas, es promoviendo a un antagonista que fuere un único opositor real: el enemigo como oportunidad para hacer tragar su designio de dominar el Estado, lanza entonces un líder revolucionario que litigue con ciertas ambigüedades, hasta rendir la plebe subdesarrollada a los pies de un partido con el rostro de un luchador popular, pero con un gabinete similar, con un andar análogo, con un discurso afín ubicado en su temporalidad, con un poder compartido y participativo. Todo esto es un resultado muy moderno y, sin duda tiene un cimiento. El problema principal reposa en la maternidad desmesurada y la conservación del statu quo, como dije. Hacer que la descendencia haga un esfuerzo por sobrevivir similar o superior al del progenitor, es una acción subdesarrollada, cuando no se asegura el porvenir del linaje, cuando se vuelca hacia la superpoblación incontenible con sus excesos y círculos bandidos, cuando se desentierra el prócer de la emancipación y se entona el himno izando la tan cambiada bandera, de cierto que no se piensa en todo el juego político sino como un acto sexual individual: una masturbación. Las masas parecen estar a favor —de hecho lo están—, basta comprender que los líderes pancistas habrían movido de antemano las colectividades para derrotar el nuevo orden. Si lo que desean los líderes en espera, es publicidad, poder, fortuna, entonces se cuenta una historia que les involucre sin esperar el relevo, pues no es ya necesario. Para aquellas mentes que no les es posible vislumbrar esta explicación inusual, se trata de la falta de fuentes disponibles para ello: es decir, ninguna. Los fundamentos de la política de relaciones que sustentan los estratos sociales y sus instituciones, parecen no ser tan agradables cuando se tienen justo al frente y muy de cerca a la mirada indiferente del subdesarrollo. Explicar cómo funcionan las policías, las iglesias, los gobiernos y sus instituciones en toda su esencia y bajo sus faldas, resulta para los subdesarrollados del patriotismo, no un trabajo académico para descifrar, como nunca antes, las condiciones mínimas iniciales que originan el caos causado por nuestros antepasados; sino algo que no debería ser mencionado para impedir alterar el orden sereno que sustenta la sociedad

subdesarrollada. Ese moderno debate contra el imperialismo, tiene su origen en la colectividad y no en sus gobernantes. Era, de hecho evidente, la atmósfera contra imperial desde su notoriedad pública con sus antepasados. Cuando se promueve un discurso anacrónico en un espacio político más moderno, se hacen aparecer nuevas formas de lo antiguo, nuevas maneras de ser primitivo, nuevas ideas para estacionar el lento dinamismo. No es difícil ver la sexualidad en este contra-imperialismo: es la infancia en etapa anal —es posible observarse en la inversión analítica interpretativa de la actividad onírica o recordar la función sexual de la mucosa anal junto a la repugnancia-placer del marketing corporal— que combate abiertamente a quien se contrapone a su objeto sexual, con respecto de otro revolucionario muy masculino para el paladín que enfrente verbalmente un Imperio posesivo, una forma prematura de complejo edípico, un preferir asesinar al amante de su infiel esposa que atacarle a ella, como las ratas que aseguran que la mejor manera de entrar a la casa es mediante el retrete. Un grito antiimperialista que se disuelve rápidamente cuando se lucha contra buques de última generación, aviones con tecnología de sigilo antirradar, asediando a estos guerrilleros de tercera; no sólo son los primeros en huir rápidamente y esconderse, acaso sólo quedan los tontos seguidores que son influenciados por un discurso fatuo, redundante y rancio. Es decir, que este subdesarrollo está aún pleno de facciosos que desean un puesto de reconocimiento para olvidar tantos años desperdiciados recostados a todas las sandeces que se siguen enseñando en las universidades asistidas por noveleros. Se trata de la regresión; y este no es un tema siquiera rozado por los intelectuales no-políticos. En toda la historia subdesarrollada, se ha solido ataviar el interés privado con el afecto público —aunque esto no es de su dominio exclusivo— para arrastrar a las clases hasta el escenario conveniente, formando grupos delictivos que sustenten al sistema de gobierno desde flancos distintos. Tales obras no son ideadas por el líder, pero son fraguadas por los intelectuales que le acompañan y publicitan. Suponer que no existen letrados en cualquier Estado subdesarrollado, es pisar la estupidez con los pies descalzos; se hace válido para los totalitarismos que, cuanto más se muestren posturas de aborrecimiento públicas, en tanto más es punto de sospechas para la presencia reservada de una economía de

escala que afirme la coartada para un conjunto amplio de crímenes organizados. Siempre concurren intelectuales que se dejen comprar a buen precio para prestar apoyo político. Aparecieron en todos los partidos conocidos actualmente, en regímenes simples hasta el espacio donde se produjo el caudillismo americano; así, aunque en estos formatos de Estado han sido evidenciados los sabios temporales, también han esculpido su apariencia en los esbozos democráticos con mayor rapidez y acogida que en los expresamente tiránicos. De esta forma, perennemente imposible que el Gabinete — modelo intemporal para el subdesarrollo que también es nuestra deuda para los próceres y sus ideas fuera de lugar— de Estado sea del divorcio ante el premier —o un presidente—, es enormemente insostenible pensar un Estado subdesarrollado con un líder y su investidura, aislado de sus consejeros directos. Los intelectuales participan en los Gabinetes facultando, ingeniando, planificando la profundización de un liderazgo en la que se encuentran comprometidos. Los Estados subdesarrollados crean, financian y escalan las organizaciones delictuosas que inciden en los consecutivos cambios de jefatura, a través del comercio internacional fingido o no, y en la medida posible, controlables. Hablar de bandas, es dialogar acerca de los Gabinetes de Estado subdesarrollados que las subsidian; la confabulación entre personeros públicos y las mafias aristocráticas, dejan reposar sus inversiones en las clases bajas como obreros al estilo del taylorismo. Parecen áreas amplias bien configuradas peer-to-peer. Todos conocen únicamente a su directo cercano, todo lo demás es caja negra; quien corriere con suerte y algo de mediana inteligencia, podría tener acceso policial mediante algún funcionario, aunque es propio a estos dos factores pues, o provienen los funcionarios policiales desde los barrios — perfectamente permitidos y costeados por los Gabinetes, abiertamente recibidos por grupos sociales ajenos al gentilicio nacional— o consuman su pulsión de muerte al pertenecer y desarrollarse dentro de la institución. Con este escenario, no se muestra ya tan alentadora alguna forma de patriotismo. Parece ser que no tiene tanto sentido popular, el abanderado, la música, las consignas, las marchas, para exigir justicia social. Para todo esto, las palabras de un desagradecido con sus antepasados, son impares e insuperables. Permítanme definir la genealogía

de las protestas simbólicas libres de violencia y el concepto de justicia social publicitado en un entorno subdesarrollado. Cualquier revolución —como tantas ha habido en la historia subdesarrollada— sin sangre esparcida sobre los rostros de los sobrevivientes, sin violencia que desate en guerras civiles, sin asesinatos de líderes públicos, no es una revolución. Una protesta por asuntos humanos de vida o muerte, hechas con lindas jornadas y caminatas musicales, suntuosos eslóganes por la paz, la libertad, la democracia, no es una protesta por asuntos humanos de vida o muerte. Siquiera su origen no está en las filas de las multitudes como se publicita. Lo he manifestado antes: la raza subdesarrollada se transcribe en muchas razas —ahora sobretodo menos europea—, es un linaje público, desproporcionado. Equivale a decir que el nacionalismo es en suma, menos factible, pues la inmigración no supone comprar la nueva cultura; al contrario justamente, imponer la originaria en el momento del nuevo asentamiento. Si al principio se filtró el culto en el campesinado, habría que incorporarle fronterizos para mostrar un espléndido total grumoso. Cada grupo trae consigo, en lo interno, lo productivo y lo inservible. Quienes lograsen prosperar en la nueva tierra-hospicio, sentirán compromiso con la nación que le generó riquezas; quienes se mantuvieren indigentes e infortunados, recaerán en su culto original. El individuo subdesarrollado, describe entonces una raza muy variada, una especie de raza-promedio, terminando en un conjunto homogéneo pero con cultos más profundos. Podría generarse un respetocompromiso simbólico a la patria, frente a una compensación casi proporcional a la aversión-desinterés nacional. Explícitamente, la mayor cantidad de inmigrantes retarda la convergencia patriótica. No es necesaria demasiada inteligencia para observar esto; es injusto exigirse a un inmigrante desventurado, fracasado, necesitado, infeliz, una batalla por la soberanía o una pugna por rescatar el valor del Estado. Así se construye políticamente una nación negligente. Se entiende ahora —asumo un lector calculador— que la política subdesarrollada, fabrica e importa, elabora y mantiene sus condiciones iniciales, asegurando una economía interna escalable que forzosamente, redunde y resuelva en constreñir e impeler la miseria. Esto es denominado gasto público e inversión —económica-sexual— hacia la productividad. Para aquellos enfermos dudosos —es válido pensar en que existen—, la inversión sexual se produce cuando se reprime la promiscuidad, la

heterosexualidad hasta volver homosexual un culto colectivo en su evolución social. El culto público se hace narciso para que no sea protestado, sólo resignado. Para erigir una nación subdesarrollada que muestre una historia hacia la evolución, se requiere un mismo discurso constitucional, pero se promueve la maternidad inmoderada y la conservación del statu quo. El subdesarrollo es la incontinencia del estado de cosas temporales. Aceptar mil mujeres con recursos insuficientes semanalmente en un hospital de parturientas, es el mejor camino, la ruta más corta hacia el desequilibrio del consumidor y organizaciones delictivas de baja clase. En menos que un decenio, se tendría mágicamente una nueva generación subdesarrollada. Son condiciones iniciales: es imposible una política lineal para solventar el problema errático de la superpoblación. No fue pensada para ser corregida. Es una reacción contigua, una proliferación incontrolada al estilo neoplasia. No lo subsana el conjunto de instituciones de un Estado, ni las iglesias, escuelas, milicias, partidos, algo natural que pueda ser inyectado asesinando el descontrol sin aniquilar el sujeto. La segunda consecuencia a corto plazo, es el malestar en la carencia de solución que se muta en resignación —propia del culto invertido— y conservación del statu quo. No poder contrarrestarlo es, económicamente, aceptarlo. Estos eventos simples, evolucionan en la catástrofe y afirman un nuevo orden de cosas, un equilibrio excesivamente complejo que reclama una política curva, inconstante y discontinua. De modo que las guerras en el subdesarrollo, no han sido en las clases débiles, sino en las aristocráticas. Así que sólo los barrios le temen a los barrios, aquellos quienes creen en la presencia de las clases bajas en las calles, como suficiencia absoluta para temer, son simples individuos de barrios. Es común en el subdesarrollo asegurar que la tierra tiembla con los delincuentes e indigentes en una revuelta civil para protestar injusticias: de cierto que las clases superiores tienen mucho que perder para no optar por aplastar insolencias plebeyas; no termina la pobreza de estos luchadores de barrios al transcurrir los períodos, se multiplica por alguna razón que el grueso no comprende, cada Gabinete deja constante el problema de la marginalidad social, sus muertes diarias no son noticias relevantes, si exageran la turbación pública son aplacados con motines policiales o gendarmes, hasta el punto de notar que no sólo carecen de infligir terror en las altas clases, son objetos de desdén y escarnios. Sólo los barrios le temen a los barrios.

Explicadas estas materias sencillas, se verifica que la política les puede ser más eficaz si, conjuntamente, se promulga el homicidio entre miembros de barrios que, recuerde la autoridad delictiva y la necesidad policial. No debería sorprender porque la misión de los Gobiernos con política del subdesarrollo, como he explicado con saturación, es producir en demasía un grueso de organizaciones criminales hasta abaratar el coste por unidad punible. Esa es la idea de estatalizar las actividades empresariales, saber tomar la macroeconomía a favor de la política del subdesarrollo. Unas palabras deben ser pronunciadas acerca de lo educativo subdesarrollado. Para quienes continúan asegurando que las escuelas revolucionan sus sociedades, basta con decir que no existe un discurso que universalice un grupo tan heterogéneo enclaustrado en salas de aprendizaje masivo; no existe una normalización para un próximo en potencia asesino en serie, un terrorista, un violador de jóvenes, un delincuente común, un individuo sano —asumido psicológicamente en lo actual como socialmente adaptado—; todos en un mismo espacio de recepción formativa. Las historias aquí son distintas, sus intereses son contrarios, sus conductas son discontinuas; es imposible un discurso que les haga comunes, que les haga lineal hasta forzarles a caminar ante la misma dirección. El deseo de crear lo común, de pensar la comunidad, se traduce en trazar una línea recta que falsee una curva despreciando su residuo. En un entorno educativo subdesarrollado, el residuo intentará supervivir como mayoría y conservará el estado de las cosas con cambios infinitésimos; si se entendiese el enorme vigor significativo que hubiere de realizar un estudiante entre los residuos, se aseguraría que tales escuelas no funcionan para crear seres que revolucionen sus sociedades hacia un progreso de bienestar colectivo; es justamente al contrario, no se pretende modificar la cantidad producida por esta extraña fábrica de cerebros, pues la importancia reside en la elaboración de un grosor popular marginal y retrógrado en su lógica interna. Aquí es cuando aparece la idea formal de establecer el sufragio como derecho universal democrático, permitiendo el plebiscito —puede ahora ser secreto con suma confianza— para analfabetos tanto como los noignorantes; el grueso mayoritario profundizará el subdesarrollo en los espacios electorales. Esto es suficiente para asegurar que existe democracia con una especie de empoderamiento. Te doy el poder pues no sabes qué hacer con este. No sólo juego bien, sino hago que juegues mal.

De modo que las escuelas del subdesarrollo —si tiene sentido concreto un cuantificador universal— tienen una seria misión: lícitamente no se dirige a generar progreso. No es cuestionable que funcionen como dilaciones; es ciertamente justo. Siempre más allá del parricidio y la Madonna expiatoria, el maquiavelismo hubo sido mutilado desde los próceres; las oposiciones modernas subdesarrolladas muestran la tonta eticidad de la distócica democracia. Ese es el devenir de la insolencia, de la insolencia marginal, de la ética marginal.