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PLAN PASTORAL CURSO 2016

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EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN El plan pastoral de este año quiere fijar su atención en el misterio de la Creación, el mundo creado por Dios que quizá por estar tan cerca de nosotros y envolvernos en su presencia, tan accesible a nuestros sentidos no siempre ocupa un lugar importante y significativo para nuestra fe. La aparición de la encíclica del Papa Francisco Laudato Si’ nos puede servir para abrir los ojos a la realidad que nos rodea y reconocer en ella la primera palabra que Dios ha pronunciado y sigue pronunciando al hombre, antes incluso de darnos a conocer su mensaje revelado en las Escrituras. En efecto el papa nos invita como San Francisco a “reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad” (LS 11). Con razón se ha afirmado que se trata del primer documento magisterial dedicado de modo específico a la hermana madre tierra, “nuestra casa común” (LS 1), que en líneas generales ha venido ocupando un lugar secundario en la teología y la espiritualidad. No debemos olvidar, sin embargo, la importancia que ha tenido el misterio de la Creación en muchos de los Padres de Oriente y Occidente o en santos como Juan de la Cruz o en el propio Francisco de Asís. Lo cierto es que en una cultura como la nuestra tan marcada por lo racional o lo pragmático, no es fácil redescubrir la contemplación o la admiración de la belleza creada como un camino tan válido para llegar a Dios como puedan serlo el conocimiento de la verdad o la práctica del bien. Por otra parte, en nuestra sociedad y en la cultura en la que vivimos no es ni mucho la preocupación por la naturaleza una cuestión marginal. Al contrario, uno de los temas que conecta más con la sensibilidad del mundo actual y especialmente en los jóvenes es lo que podemos llamar la “cuestión ecológica”. Por eso, y siguiendo la consigna evangélica recordada por el Santo Papa Juan XXIII es preciso leer los signos de los tiempos dado que a la Iglesia, nada de este mundo debe resultarle indiferente sino que está llamada a compartir la suerte de la humanidad a la que sirve y a iluminar desde la fe todo los desafíos y preocupaciones del hombre (cf. GS 1). Siguiendo la senda del concilio, en este tema como en todos, la actitud primordial de la Iglesia ante el mundo ha de ser de diálogo, “un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta” (LS 14). De hecho, el papa se encarga de recordar en la encíclica que son muchos los retos y luchas en los que la Iglesia puede y debe colaborar con otros hombres de buena voluntad aunque no sean del todo coincidentes ni los fines ni los medios para conseguirlo. No obstante, para que este diálogo sea fecundo debe partir de una propuesta específica de la Iglesia al mundo, esto es desde una ecología que por ser cristiana, tiene una serie de características propias: 

Una ecología centrada en el ser humano, que es además del culmen, la razón de la Creación divina. A diferencia de otras propuestas ecológicas, desde la fe cristiana, el hombre no es visto como una pieza más del conjunto de los seres naturales, sino que se reconoce en él un “alguien distinto”, dotado de un plus de dignidad de modo que podemos decir que Dios creó al mundo para el hombre. 1



Una ecología abierta a la trascendencia, esto es, no cerrada en sí misma a modo de un ciclo sin origen ni fin como la propia de la New Age u otras semejantes. Para la visión cristiana, ni la naturaleza se ha creado a sí misma, ni la materia es eterna sino que Dios creó el mundo al principio y, de manera, en el tiempo providente, la va conduciendo a un fin que solamente Él conoce en plenitud.



Una ecología integral o global, no centrada o limitada exclusivamente a lo biológico u orgánico sino cuyo orden se corresponde con otras dimensiones de la realidad y por eso puede hablarse de ecología ambiental, económica, social, familiar. Se trata de reconocer la realidad no como cuarteada o compartimentada sino como un todo constituido y regido por un orden querido por el mismo Dios que armoniza todo lo que existe, lo material y lo espiritual.

Esta introducción puede ayudar a comprender la distribución de los temas en este plan pastoral que por razones prácticas estará dividido en tres partes de modo que pueda ser trabajado por trimestres. Por otra parte su duración anual nos permite recoger y atender a las iniciativas y actividades que se proponen a la Iglesia universal y que se han de concretar en las diferentes Iglesias particulares. En este caso la distribución será de la siguiente manera: 1. Primer Trimestre: El hombre meta y razón de la creación. Se tratará de fijar la atención en el ser humano desde su condición paradójica de imagen de Dios y a la vez cauce de entrada del pecado del mundo. Al poner nuestros ojos en el hombre, destinatario, de la gracia de Dios pero también objeto de su misericordia nos permite no descuidar este último tramo del Año de la Misericordia que coincide con el primer trimestre de curso (hasta la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo). Para ello nos valdremos del hermoso icono de Rupnik sobre la parábola del Buen Samaritano que ha servido de logos en este Año Santo extrayendo del texto evangélico en forma de lectio divina distintos elementos que puedan servir a la reflexión pastoral. 2. Segundo Trimestre: La familia como hábitat propio del hombre. El hábitat es el ámbito natural en el que una especie puede vivir y desarrollarse y en este sentido sabemos que hay seres vivos que habitan lugares helados, desiertos, junglas, humedales, lugares templados, etc. fuera de los cuales no pueden sobrevivir. En el caso del hombre no hay ningún hábitat natural que le esté vedado pero sí que existe un lugar que es propio e imprescindible para que exista la vida humana y que es la familia. Ésta, por tanto, se presenta como un elemento insustituible de mediación entre cada ser humano y el mundo en el que vive. Nos serviremos, en este caso del documento Amoris Laetitia desde esta perspectiva que bien podemos calificar de “ecología familiar”. 3. Tercer Trimestre: El cuidado de lo más frágil. No se pretende aquí elaborar toda una ecología cristiana, sino más bien, siguiendo una de las líneas maestras de Laudato Si’, recordar, desde una perspectiva pastoral, como “a 2

través de la grandeza y belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor” (Sab 13,5). Pero además tomar conciencia de los peligros y desafíos a los que se halla sometida esta casa común en la que vivimos y que no puede ser el precio a pagar por el desarrollo humano. De hecho, “el auténtico desarrollo humano –citando el papa Francisco a san Juan Pablo II– posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana pero también debe prestar atención al mundo natural y tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado” (SRS, 34) La idea por tanto es presentar el misterio de la Creación por Dios desde tres perspectivas en cierto modo concéntricas. El hombre como centro del proyecto divino y por eso mismo como criatura predilecta de Dios, la familia como el lugar—hogar provisto por Dios para que el hombre pueda llevar a cabo su vocación sobrenatural y el mundo natural, “nuestra casa común” que por ser también obra de las manos de Dios ha de ser respetada y cuidada como un don recibido para ser disfrutado pero no para ser expoliado.

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EL HOMBRE, META Y RAZÓN DE LA CREACIÓN Los últimos papas en distintos momentos y documentos han venido recomendando el uso de métodos que procedentes de la gran Tradición, tanto oriental como occidental, han enriquecido el pensamiento teológico más allá de la lectura literal de los textos o del mero discurso racional. Concretamente Benedicto XVI nos recordaba en Verbum Domini la mistagogia muy propia sobre todo de las catequesis sacramentales así como la Lectio Divina como aproximación sapiencial a la Palabra de Dios. Aunque su origen y materia sean distintas, ambos métodos parten del mismo principio: partir de lo visible para alcanzar lo invisible. Desde los signos sacramentales alcanzar los misterios de gracia que allí se ocultan (catequesis mistagógicas). Desde la literalidad del texto sagrado sumergirse en la sabiduría y verdad divinas que dicho texto encierra, su sentido pleno y verdadero (lectio divina). Esto es justo lo que vamos a intentar a partir de la parábola del Buen Samaritano, un texto que nos habla del ser humano como absolutamente necesitado de la misericordia divina y a su vez llamado a practicar esta misericordia con su semejante –prójimo–. No se trata de agotar la riqueza del texto bíblico que siempre permite ir más allá pero sí de extraer al menos algunos elementos más prácticos que nos puedan servir para nuestra reflexión pastoral. Encontramos la perícopa en el Evangelio de San Lucas (10,25-37): Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Él le dijo: « ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás». Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva." ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo».

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1. ¿Quién es mi prójimo? Se trata de la pregunta que el escriba del evangelio dirige a Jesús una vez que el mismo ha enunciado los dos preceptos que conducen al hombre a la vida eterna: el amor íntegro y total a Dios (con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas, con todo el ser) y un amor semejante al prójimo. El escriba repregunta ¿Quién es ese misterioso prójimo cuyo amor es tan importante que es semejante al debido a Dios y sin el cual no hay salvación? Seguramente el escriba sabe que el prójimo se refiere a otros hombres pero ¿Quiénes? ¿La familia? ¿Los conocidos? ¿Los paisanos? ¿Los de la misma raza? Es la pregunta por los límites del amor que nos recuerda aquella otra formulada por san Pedro a Jesús en otra ocasión ¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿Siete veces? La respuesta de Jesús no ofrece lugar a dudas al referirse al sujeto de la parábola: “un hombre”. La novedad del mensaje de Cristo es que no establece diferencia alguna entre los seres humanos de ningún tipo. Ya no se distingue entre puros o impuros, entre fieles o infieles, circuncisos o incircuncisos, judíos o gentiles, hombres o mujeres, nobles o siervos, jóvenes o viejos, etc. Es bueno recordar en este momento esta dimensión universalista de la salvación propia de la comprensión cristiana en un mundo donde la diversidad de culturas o la irrupción de poblaciones ajenas o lejanas de nosotros, está haciendo emerger en muchas actitudes de desconfianza o de franca hostilidad. El ser humano, incluso si ha sido redimido por el Bautismo, nunca está a salvo de volver a su vieja condición pecadora que tiende a dividir y a disgregar y por eso la discriminación o marginación, en sus distintas formas, se ha hecho presente en las sociedades llamadas cristianas y, por desgracia, en la propia Iglesia. Por otra parte, el pensamiento actual es especialmente sensible y contrario a cualquier modo de distinción o de discriminación. Por fidelidad al evangelio y por atención a los signos de los tiempos, la Iglesia ha de ser cuidadosa de evitar cualquier acepción de personas también las más sutiles. 2. “Bajaba un hombre” Merece la pena llamar la atención en lo que se dice de este hombre en la Sagrada Escritura, ya que nada se nos desvela ni de su nombre ni de ningún detalle de su vida o circunstancias. Únicamente se afirma que viajaba en solitario lo cual le hará vulnerable frente a sus asaltantes que le superan en número. “No es bueno que el hombre esté solo” (Gen 2,18) asevera el Señor a la hora de otorgar al varón una compañera de su misma carne, asumiendo que el hombre no ha sido pensado por Dios para la soledad o la autosuficiencia sino para la comunión y la solidaridad. En definitiva, el plan de Dios es que todo el género humano constituya una sola familia de salvación, “No quiso Dios salvar a los hombres individualmente o por separado, sino constituyendo un solo pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente” (LG 9). De hecho, es el pueblo de Israel en el Antiguo 5

Testamento el destinatario de la salvación, no como una élite o privilegio sino como el instrumento o medio para que dicha salvación llegue a todos los hombres (cf. LG 48). Sin embargo la tentación del individualismo, el aislamiento, o la insolidaridad están presentes siempre en la vida de los hombres. Nuestro mundo tiene como una de sus características propias la de la globalización que hace que el intercambio cultural y humano sea cada vez mayor por la facilidad y velocidad de los medios de comunicación y de información. Sin embargo, todo esto en ningún modo ha significado la superación del individualismo que es, unos de los rasgos de la sociedad contemporánea. Tampoco en la vida de fe es bueno que el hombre esté sólo, de hecho la misma existencia de la Iglesia es la que hace posible que en el camino de la fe no vayamos por separado sino que en ella como “la nube de testigos que nos envuelve” tengamos fijos los ojos en quien inició y completa nuestra fe. En otras palabras, Cristo es el fundamento de nuestra fe y nuestra salvación, pero esta nos llega a través del testimonio colectivo de la Iglesia. Si esta verdad es permanente, hoy es especialmente oportuno recordarla: ya no vivimos en los tiempos en los que la visión cristiana es la que marcaba el sistema de valores y de creencias. En una sociedad que en nada favorece la perseverancia en la fe o la comprensión cristiana de la vida, es preciso que los creyentes puedan vivir y enriquecerse en el testimonio compartido de la Iglesia. Quizá en otro tiempo la parroquia pudo entenderse como mera dispensadora de los sacramentos y los colegios religiosos el lugar donde se garantizaba la educación cristiana. Hoy es imprescindible que la parroquia se presente como comunidad de fe y célula de evangelización a través no sólo de las catequesis sino de la iniciación en la palabra, de la formación de adultos, de la fe compartida y testimoniada y de la oración común. En este campo las nuevas realidades eclesiales que surgen como respuesta a esta necesidad, respetando su propio dinamismo, no deberían entenderse como paralelas e independientes a la vida parroquial sino en colaboración con ella. El san Juan Pablo II nos hablaba en Tertio Millenio Ineunte de la Iglesia como de casa y escuela de comunión, de crecer en una verdadera espiritualidad de comunión sin la cual todos los instrumentos externos se pueden “convertir en medios sin alma, máscaras” (n.43) 3. De Jerusalén a Jericó El camino de Jerusalén a Jericó es, según algunos santos Padres que comentan la parábola, signo del camino de la vida del hombre. Parte de Jerusalén, en la altura del monte Sión, la morada de Dios y camina hacia el valle de Jericó, símbolo de la ciudad profana, lugar de la actividad humana secular. De esta forma se expresa la condición histórica del ser humano quien para conocer su verdad no puede mirar exclusivamente a su presente, a su hoy actual sino que debe atender además a su origen y a su destino. Perder de vista ambas perspectivas su pasado (de donde) y su futuro (hacia donde) es tanto como perder de vista en su integridad la identidad del ser humano. Esto es importante recordarlo en el 6

mundo actual tan atento al presente, al hoy pero tan poco interesado en la causalidad – el por qué– y la finalidad –el para qué– de la vida del hombre. Lo primero tiene que ver con su dimensión religiosa, lo segundo con su perspectiva vocacional. De hecho es importante insistir por parte de la Iglesia en el origen trascedente del hombre porque se da en nuestros días un intento de deconstrucción de la naturaleza humana en distintos ámbitos. Se trata de un ejercicio de ingeniería social en torno a cuestiones tan nucleares para el ser humano como el respeto a la vida humana desde su principio a su final, la singularidad del hombre respecto de los animales, la identidad y complementariedad de los géneros sexuales entre otras. No se trata de un tema sencillo porque en una sociedad plural como la nuestra se ha de respetar la diversidad cultural pero eso ha de hacerse sin renunciar a proclamar la verdad sobre el hombre y sobre aquello que lo define como tal en su identidad personal, familiar, tal como Dios lo ha creado. Desde esta perspectiva histórica del ser humano, es misión primordial de la Iglesia ayudar a cada bautizado a descubrir su vocación específica. Desde la comprensión cristiana, ningún ser humano es un mero número sino que ha sido creado por Dios para cumplir una misión en la Iglesia y en el mundo. Por eso es importante que tanto en las parroquias como en las distintas realidades de la Iglesia ocupe un lugar central la dimensión vocacional de la pastoral. De este modo cada bautizado debe descubrir su vocación en la Iglesia, en la familia, en la sociedad. En este sentido conviene recordar que ni el amor conyugal o la creación de una familia, ni la realización de una determinada tarea laboral, ni la participación en la vida social deberían reducirse al impulso instintivo, a la mera supervivencia, al interés o a la rutina. La vida familiar, laboral o social tan propias del laico son expresión de una vocación específica que Dios otorga. Por otra parte, es un signo de salud eclesial de cualquier comunidad eclesial el que surja de su seno, que se fomente y se apoye la aparición de vocaciones de especial consagración a la vida sacerdotal y religiosa. Tal como recuerda el Vaticano II, ambas vocaciones, matrimonial y consagrada se necesitan mutuamente y se complementan en la tarea común de encomendada por Cristo a la Iglesia, de anunciar y construir ya en este mundo el reino de Dios. 4. Y cayó en manos de unos bandidos que lo despojaron hasta de sus ropas, lo golpearon y se marcharon de allí dejándolo medio muerto El centro de la parábola nos habla de la realidad del mal, de su existencia desgraciada en la vida de los hombres. Es interesante detenerse en este aspecto del misterio del pecado especialmente en este Año de la Misericordia. Dios que todo lo hizo bueno (cf. Gen 1,31), no quiso el sufrimiento ni la muerte para el hombre, pero éste, por mal uso de su libertad dejó entrar el pecado en el mundo y este es el origen de todo desorden en el plan divino (división, violencia, miedo, egoísmo, desconfianza) y fuente de todo sufrimiento y de la misma muerte. 7

El texto bíblico, sitúa al hombre, creado bueno por Dios, como víctima del mal y del pecado, asaltado por ellos, víctima de su propio error o del pecado de sus semejantes. Por eso, tal como recuerda la parábola del Hijo Pródigo (cf. Lc 15) nunca el pecador ha de considerarse el enemigo de Dios sino más bien el objeto de su misericordia. Es interesante notar como la parábola del Buen Samaritano utiliza tres imágenes para referirse al daño que el pecado produce en su primera víctima, el propio pecador y que, significativamente nos recuerdan a las tres parábolas de la misericordia del Evangelio de San Lucas. o “Lo despojaron hasta de sus ropas” expresión que evoca la desnudez y la vergüenza del pecado original (cf. Gen 3,7) y tiene que ver con ese sentimiento de culpa y de vergüenza por la pérdida de la dignidad que encontramos en la parábola del Hijo Pródigo “ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como uno de tus jornaleros” (Lc 15,21) o “Lo golpearon” una imagen que recuerda la parábola de la oveja perdida que alude a la herida del pecado que daña la integridad del ser humano y lo pone en peligro de muerte (cf. Lc 15,5). El pecado es presentado como la más seria amenaza para la salvación arrebatando al hombre de la vida que Dios quiere otorgarle. o “y se marcharon dejándolo medio muerto” porque el pecado deja al propio pecador en estado de abandono, de tristeza, de pérdida de sentido tal y como aparece en la parábola de la moneda perdida (cf. Lc 15,9). 5. Un sacerdote lo vio, tomó el otro lado y siguió y lo mismo hizo un levita que llegó a ese lugar: lo vio tomó el otro lado y pasó de largo. El sacerdote y el levita personifican en la parábola los dos caminos que el pueblo de Israel conocía para corresponder a la elección amorosa de Dios: la escucha de la Palabra divina para conocer la Ley del Señor y la ofrenda de los sacrificios en los que se expresan, se realizan y se hacen presentes las bendiciones y promesas de Dios recibidas de la Alianza establecida con Israel. De alguna manera, estos dos caminos siguen siendo los que Cristo propone a la Iglesia: la escucha de la Palabra y la participación de los sacramentos. Pero, como recuerda Benedicto XVI en Deus Caritas Est (cf. 20-21), falta un elemento para que la Iglesia sea verdadera continuadora de Cristo: el amor fraterno. Este precepto del amor a todos y especialmente a los débiles, es el segundo porque depende y deriva del amor de Dios que es el principio de todo. Pero es semejante a éste porque, desde que Dios se hizo hombre, lo humano es camino para llegar a lo divino y particularmente para conocer el misterio de su misericordia y su bondad. El “pasar de largo” o “cerrarse a la propia carne” es presentado por la Escritura como una actitud aborrecible para Dios. “Al extranjero no maltratarás ni oprimirás porque recuerda que tú también fuiste forastero en Egipto” (Ex 22,21), que si hoy puedes disfrutar de bienes y de paz es por la acción benevolente de 8

Dios que no puede cerrarse en ti. Dios bendice para que su bendición alcance a todos y ninguno puede apropiarse de ella sino que ha de abrirse generosamente a los otros en el modo en que Dios lo hace. Esto quiere decir desde la amabilidad y el profundo respeto hacia el que se favorece, de modo que no pueda sentirse humillado ni en deuda, haciéndose su igual ya que el amor iguala a los distintos. 6. Un samaritano también pasó por aquel camino y lo vio pero éste se compadeció de él. Un hombre extranjero, que viene de lejos pasa por el camino mira al hombre desnudo, herido y abandonado y se compadece de él. Es figura de Cristo, que viniendo de lejos, del cielo, se hace presente a la vida del hombre y abre de esta forma la puerta de la salvación. El mismo Dios que vio el dolor y la injusticia de Israel en Egipto y escuchó sus gritos (cf. Ex 3,7), manifiesta su cercanía y misericordia enviando a su Hijo al mundo (cf. Jn 3,16). Este es el corazón de la fe y la esperanza de la Iglesia y esto es importante porque nos recuerda que la misión fundamental de la Iglesia no es enseñar verdades ni inculcar preceptos, sino llevar a los hombres al encuentro con el amor de Jesucristo. Esto fue lo que, desde los primeros albores de la Iglesia hizo el apóstol Andrés con su hermano Simón, “lo llevó a Jesús” (Jn 1,42). Así también en la Iglesia primera por boca del propio Pedro “no tengo oro ni plata, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesús Nazareno, levántate y anda” (Hch 3,6). La Iglesia está llamada a presentar al mundo a Jesucristo con su propio testimonio de modo que la evangelización es inseparable de la historia concreta de salvación de cada creyente. De este modo Cristo muestra el verdadero rostro visible de Dios (cf. Col 1,15) pero también la verdad del misterio del hombre (cf. Jn 19,5). “El hombre no puede conocer su misterio sino a la luz del misterio del Verbo encarnado”. Al fin y al cabo es la doble pregunta que Cristo hace al mundo y a la Iglesia: “¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre? […] ¿Y vosotros quien decís que soy yo?” (cf. Mt 16,13.15). 7. Se acercó, curó sus heridas con aceite y vino y se las vendó; después lo montó en su cabalgadura, lo condujo a una posada y se encargó de cuidarlo. Llegamos aquí al corazón del misterio de la misericordia divina que aparece en esta parábola a través de los distintos verbos que aparecen en el texto. En el fondo, lo que hace Buen Samaritano es justamente contrarrestar el efecto dañino del pecado en el hombre: si decíamos que el pecado golpea al hombre hiriéndolo, el Señor viene a curar sus heridas, si deja al hombre aislado y abandonado, el Señor se acerca a Él, si ha quedado desnudo y avergonzado, el Señor lo cubre con las vendas. En definitiva, es tanto como afirmar que sólo Jesucristo es capaz de rescatar al hombre del poder del pecado único que tiene poder para salvarlo, sea este hombre su autor o su víctima. La alusión al aceite y al vino puede interpretarse desde una clave sacramental como símbolo del Bautismo (óleo) y la Eucaristía (vino) que nos recordaría al 9

agua y la sangre que brotan del costado de Cristo. Pero hay toda una tradición que distingue en la acción misericordiosa de Cristo, como se dice en el prefacio eucarístico del Buen Samaritano “el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”. El aceite, como ungüento o bálsamo, proporciona el consuelo, para aliviar el dolor inmediato mientras el vino, que apunta siempre a lo definitivo, tendría un efecto curativo purificando de raíz la herida del pecado. Esto nos recuerda que Cristo viene a salvar al hombre en su totalidad en su condición histórica pero también trascendente, en lo que afecta a su vida presente pero también a su destino definitivo. La misericordia de Dios se refiere a la enfermedad corporal y a la espiritual, a la pobreza material y a la interior, porque es todo el ser humano el que sufre la consecuencia del pecado y todo él debe ser rescatado por la misericordia divina. El Samaritano carga sobre sí, o sobre su cabalgadura, con el herido que es la imagen que refleja el logos del Año de la Misericordia e incluso en éste último se hace coincidir los ojos de cada uno en uno sólo. En el fondo se alude a la absoluta identificación de uno con otro, de la total proximidad de modo que el samaritano asume por compasión la suerte del herido y éste a su vez es incorporado al destino del primero porque es llevado por él. Se trataría de la superación de toda forma de paternalismo por una verdadera fraternidad, la diferencia entre la concesión desde arriba a la solidaridad desde abajo que permite compartir y hacer propia la suerte del otro, asumiendo su vida de tal modo que comprometa la propia. La última acción atribuida al Buen Samaritano es la de conducirlo a una posada para cuidarlo allí, lugar en el que tenemos que reconocer el misterio de la Iglesia. La Iglesia es el pueblo, el medio o el sacramento pero en ella es Cristo el que sigue cuidando y salvando a los hombres. Recuerda esta alusión a la llamada del papa de que la Iglesia no debe aparecer o presentarse como aduana sino como hospital de campaña donde el ser humano, encuentra en cualquier caso y atendiendo a cada circunstancia, acogida, solidaridad pero también salud y esperanza. 8. Al día siguiente sacó dos monedas y se las dio al posadero y le dijo “Cuídalo y si gastas de más yo te lo pagaré a mi vuelta”. La referencia a las monedas que pagan el precio de la curación del herido nos recuerda el misterio de la gracia por la que el samaritano aporta lo que el herido asaltado y despojado no puede asumir. La salvación por tanto es don gratuito de Cristo que a precio de su sangre cubre la deuda del pecado y la Iglesia es quien administra lo que ha recibido del propio Cristo. No somos merecedores de la salvación ni esta puede depender exclusivamente de nuestros méritos o ser exigida. Esta primacía de la gracia de Cristo es una llamada a superar toda tentación de rigorismo o de moralismo que tanto daño ha hecho y oscurecido el verdadero rostro de la Iglesia y del mismo Dios. Como recuerda el papa, nada

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está cerrado del todo en la Iglesia porque para Dios nada es imposible, su misericordia incluye su paciencia y ésta es la garantía de nuestra esperanza. Es lo que quiere afirmar el papa con una expresión que repite frecuentemente: “el tiempo es más grande que el espacio”, esto es la salvación es un proceso, es historia y es en ella donde misteriosamente adecuándose a cada ritmo actúa Dios en la vida de cada persona. “Yo te lo pagaré a mi vuelta” está hablando de que la gracia de Dios es prenda que promete el cumplimiento y que pide la confianza. Lo propio de la Iglesia no es cerrar situaciones sino abrirlas, no es acotar tiempos sino esperar con paciencia y confianza en las promesas de Dios y en las posibilidades de las personas hasta el final de los tiempos. Por otra parte, la primacía de la gracia de Cristo es una llamada frente a la fascinación y la idolatría de lo material, del dinero y esto es especialmente trascendente cuando se refiere a la administración de la gracia confiada a la Iglesia. Es cierto que viviendo en este mundo hemos de valernos de los bienes materiales pero siempre como un medio relativo y evitando en cualquier caso lo que pueda oscurecer la absoluta gratuidad del don de Dios en la Iglesia. Nada más dañino y contrario a lo que la Iglesia significa y debe realizar que oscurecer su verdadera riqueza (la palabra, los sacramentos, la caridad, la comunión) bajo intereses o condiciones económicas. 9. ¿Cuál de estos tres fue el prójimo del hombre que cayó en manos de los bandidos? […] El que practicó la misericordia con él […] Vete y haz tú lo mismo” Esta última parte de la parábola es la más directamente imperativa y una vez más es interesante atender a los verbos utilizados en el evangelio: Vete que nos recuerda la misión y evoca el envío que hacía el Señor de los discípulos para que continuaran la misión. Una palabra de envío es la última que dirige Jesús a sus discípulos el día de su Ascensión (cf. Hch 1,8) y es también con la que termina cada celebración de la Eucaristía: “id”. Es la Iglesia en salida de la que nos habla el papa y que está llamada a superar el esquema clásico como una institución socialmente relevante a la que se acercan los que quieren acceder a los sacramentos o ser educados en valores cristianos. La nueva evangelización nos invita a cambiar y a salir en busca de quien nunca estuvo o de quien un día se fue del seno de la Iglesia, con creatividad y audacia. Es preferible equivocarse que estancarse, es preferible mancharse en el camino de la búsqueda del hombre que permanecer impolutos pero cada vez más alejados y extraños –lo contrario de prójimos – de la humanidad. El mandato “Haz tú lo mismo” nos impulsa a reproducir con los demás la actitud misericordiosa que el Señor ha tenido con nosotros, siendo conscientes de que siempre el perdón de Dios será infinitamente mayor que el nuestro. Ahí se resume el que ha sido el lema de este año de la misericordia: “Misericordes sicut pater”, así como Dios Padre se ha manifestado rico en misericordia con 11

nosotros, los que somos sus hijos hemos de tener misericordia entre nosotros: “¿No debías tú también tener misericordia de tu compañero, como yo tuve misericordia de ti?” (Mt 18,30) como rezamos cada día en el Padrenuestro y constituye la vida maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Nada más contrario a la fe cristiana que el resentimiento, la venganza, la indiferencia ante el sufrimiento o la dureza de corazón.

PREGUNTAS  ¿Crees que la acogida como expresión de la misericordia es posible y real en todos los momentos y situaciones de la vida de la Iglesia?  ¿Existe en nuestras parroquias ámbitos de encuentro, de iniciación o participación común a la palabra o a la oración, elementos que hagan de ellas casa y escuela de comunión?  ¿Se favorece en nuestras comunidades la vocación laical de sus miembros? ¿Cómo favorecer la pastoral vocacional de especial consagración?  ¿Cómo presentar hoy en la comunidad cristiana el misterio del pecado como el mayor daño y peligro para cada ser humano?  ¿Qué papel juega en nuestras comunidades eclesiales el amor a los débiles, la atención a los pobres y los que sufren y también a los alejados?

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LA FAMILIA, EL HÁBITAT PROPIO DEL HOMBRE Esta segunda parte del Plan Pastoral la dedicaremos a profundizar el lugar propio que Dios designó desde el principio para el hombre en su designio creador. La familia, el hogar es, en efecto, el lugar donde el ser humano nace y se hace, recibe la vida, crece en ella y la comunica, es acogido en el amor y aprende a amar. Para ello nos valdremos de la reciente Exhortación Amoris Laetitiae de modo que pueda servir este apartado como de guía de lectura que de por sí es largo y denso por eso. Se ofrece un esquema general, una aproximación a los contenidos desde una perspectiva pastoral y una selección de textos que puedan ser especialmente significativos y prácticos. Tres aproximaciones a la realidad del matrimonio y la familia (Capítulos 1 al 3) Desde la Sagrada Escritura Cap. I: A la luz de tu Palabra [nn. 1, 11, 14-15] El primer capítulo parte de la Palabra de Dios para mostrar como toda la salvación que Dios revela y ofrece a los hombres tiene como dos ejes de referencia: la fidelidad y la fraternidad. Todo el proyecto de Dios se funda en la alianza fiel e inquebrantable de Dios que se extiende no individualmente sino a través de su pueblo que se constituye a partir de lazos familiares. Así, cada uno de los hijos de Israel por la Alianza esponsal sellada con Dios es heredero de la promesas del Señor, de modo que puede afirmarse que en el plan de Dios la esponsalidad y la fraternidad son el camino escogido para comunicar la salvación a la humanidad. Los banquetes nupciales, en la Sagrada Escritura son siempre la expresión máxima de la alegría y la fecundidad el signo de la bendición de Dios. Nunca es presentado el matrimonio como un mero instinto biológico o una convención cultural ni la llegada de los hijos como una carga o una fatalidad. Nunca es presentado como algo bueno la soledad o la infecundidad, la infidelidad o el divorcio sino como un castigo, una situación a superar o un mal menor sea para el hombre o para el pueblo. De este modo, el “ser una sola carne” (Gen 2,24) en relación a los esposos o el “creced y multiplicaos” (Gen 1,28) como expresión de la familia, no sólo pertenecen al plan creador de Dios, sino también a su designio de salvación universal. No podría concebirse el pueblo de Israel sin referencia a su ligamen familiar y tampoco el nuevo Israel, la Iglesia, subsistiría sin la función de la familia en ella. Esto es importante recordarlo cuando muchos parecen querer reducir ambas realidades, el matrimonio entre hombre y mujer y la familia que de ahí procede, a una mera estructura cultural y no constitutiva del hombre. Así, se habla hoy de distintos “modelos de familia” que podrían sustituir o ser alternativas a la llamada familia “patriarcal” o “tradicional”. Matrimonio y familia nos hablan y nos revelan quien es Dios y quien es el hombre, cual es la relación que Dios quiere establecer con el hombre y en qué salvación y a donde conducen las promesas. No es casual que cuando se desdibuja la idea de Dios y del hombre los conceptos de paternidad o maternidad, de filiación, fraternidad, de fidelidad o fecundidad pierdan su verdadero sentido. Todas las grandes fiestas judías, que recuerdan los acontecimientos de la historia de la salvación, empezando por la más 13

importante, la Pascua, se celebran en un contexto familiar y la misma Iglesia, desde el principio entendió que los grandes signos de la salvación, el Bautismo (que se abría a toda la familia) o la Eucaristía (que se celebraba en las casas) deberían mantener esta misma forma familiar. En el reverso de la moneda los primeros pecados tienen como consecuencia inmediata la ruptura de la Alianza con Dios y asimismo la ruptura de las relaciones familiares (Adán–Eva, Caín–Abel). Por eso cuando le preguntan a Jesús por la licitud del repudio, él responde atribuyendo al pecado, a la cerrazón del corazón del hombre la aparición de toda herida esponsal o familiar, porque “al principio no era así” (Mt 19,8), esto es el designio original de Dios no estaba. Por el contrario, el amor de los esposos y el que se da en las familias entre padres e hijos son elegidos por el mismo Dios para expresar el misterio de su amor en la riqueza de sus manifestaciones (ternura, fidelidad, fecundidad, entrega, comunión perdón, reconciliación, misericordia, alegría y plenitud, perennidad). La expresión máxima de este designio amoroso de Dios, plan creador y salvador, que pasa de modo necesario por el matrimonio y la familia es, sin duda, la Sagrada Familia de Nazaret que reúne en sí toda la verdad, bondad y belleza que sobre ellos se dice en el Antiguo Testamento. Desde la experiencia de vida Cap. II: Realidad y desafíos de las familias [nn. 31, 39-42] Es interesante este capítulo por cuanto usa la metodología que invitaba a seguir el Concilio Vaticano II: partir de la Palabra de Dios (y no sólo de la filosofía) y de la realidad presente en el mundo (y no sólo de la Tradición recibida). En definitiva es la llamada evangélica de “Leer los signos de los tiempos” en lo que tanto existía el Santo Padre Juan XXIII. Para que se pueda establecer un verdadero diálogo entre Iglesia y mundo, para que la Iglesia pueda decir una palabra comprensible y eficaz a este mundo, antes ha de escuchar la voz del mundo que se expresa en los pensamientos, los planteamientos y los acontecimientos de cada época. Es habitual a la hora de analizar la situación del matrimonio y la familia en el mundo de hoy partir de una visión pesimista y negativa que este documento trata de evitar desde el principio. En primer lugar porque en cualquier época de la historia se dan luces y sombras y también en este y en segundo lugar porque la memoria colectiva y también la individual tiende a idealizar el pasado, a analizar con severidad el presente y a desconfiar del futuro. Pero no ha de ser esa la actitud en una comprensión como la cristiana que tiene como seña de identidad reconocer la historia como lugar de salvación y de confiar en las promesas del Señor con firmeza. Por eso el papa Francisco a la hora de mirar el momento presente del matrimonio y la familia en nuestra sociedad prefiere hablar de desafíos que de problemas o dificultades. Lo primero que afirma el papa es un dato en el que se da un consenso casi unánime entre quienes hacen análisis y aproximaciones a la sociedad actual y es la existencia de un cambio antropológico–cultural cuya influencia es determinante. Lo interesante es que, siguiendo el análisis que hace ya algunos años hizo la Conferencia Episcopal Española en el documento Matrimonio y Familia (1979), no todos los efectos de este cambio han sido malo sino que algunos han de ser valorados como muy positivos 14

(mayor libertad, mejor reparto de tareas y roles, mayor comunicación entre generaciones, más autenticidad y menos hipocresías). A lo que habría que añadir la valoración y defensa del papel de la mujer, la recta paternidad responsable, la cultura de la solidaridad, etc. Dicho esto ¿Cuáles son los desafíos a los que alude el papa en la sociedad actual en relación con la familia?: -

El individualismo y la competitividad que dificulta la comunicación y la disponibilidad de tiempo para compartir entre los esposos y con los hijos.

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La huida de lo institucional a favor de la espontaneidad que explica la deserción del compromiso matrimonial definitivo a favor de las uniones de hecho.

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Una idea falsa de libertad entendida como cúmulo de derechos y donde conceptos como donación, renuncia, pertenencia o responsabilidad suenan cada vez más extraños o superados

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Una cultura de lo provisional que tiende a mirar con recelo todo lo permanente y prefiere tener siempre abierto el camino para “rehacer la propia vida”

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Una sociedad que tiende a generar fenómenos de adicción (consumismo, narcisismo y culto al cuerpo, internet y nuevas tecnologías, drogadicción, etc.) que perturban y a veces destruyen la paz y armonía de los hogares.

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Una juventud con muy pocas perspectivas de conseguir un trabajo pronto y con un mínimo de estabilidad y calidad que permita crear un hogar

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La falta de verdadero interés de las instituciones públicas a la hora de facilitar la vida de las familias en el ámbito laboral, educativo, tributario, vivienda, etc.

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La primacía de la afectividad, de lo sensible sobre las convicciones, valores o compromisos por lo que ante la realidad del dolor, la desilusión o las dificultades la estabilidad se volatiliza.

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Una cultura antinatalista propiciada tanto por el modo de vida de la sociedad posindustrial como por organismos internacionales que responden a oscuros intereses económicos.

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El secularismo que vacía de contenido trascendente realidades que, siendo de orden natural no pueden reducirse al mero impulso humano (afecto) o a la convención social (contrato) sino que apuntan más allá de éstos (entrega).

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Problemas de orden socioeconómico como el paro, la falta de vivienda, la atención a los dependientes, etc.

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El peso creciente de la llamada ideología de género que pretende un ejercicio de ingeniería social, cultural y antropológica rediseñando la vida del hombre y atentando contra la identidad de los géneros, la verdad de las relaciones, etc.

Pero el documento no se limita a retratar la realidad y los desafíos de la sociedad actual sino que señala asimismo cual debe ser nuestra actitud en el diálogo con el mundo a la hora de presentar al matrimonio y la familia no de modo defensivo, sino sacando a luz y 15

de una manera nueva todo lo que de bueno y verdadero encierran para el hombre de nuestro tiempo. Esto se invita a hacerlo con valentía y humildad: Valentía porque no se trata ni de ocultar la verdad del matrimonio cristiano en un mundo que no siempre lo acepta y valora ni tampoco de tratar de imponerlo de modo polémico o autoritario. Siguiendo el ejemplo de los primeros cristianos que vivieron en una sociedad enteramente pagana, se trata de proponerlo desde el propio testimonio. Humildad y realismo evitando toda forma de condena ni de superioridad, sin ocultar las dificultades pero conscientes de la verdad que comunicamos. Asimismo se insiste en que se haga presentación equilibrada y ajustada donde los fines unitivos (amor de los esposos) y procreativos (generación de los hijos) encuentren su lugar adecuado. Es importante no descuidar el acompañamiento ya que normalmente se suele aducir como causa de los problemas actuales del matrimonio y la familia el influjo de causas externas olvidando quizá el descuido que se ha producido en la preparación, acompañamiento y formación pensando que la inercia de una sociedad culturalmente católica lo haría todo de por sí. Se ha de insistir en el aspecto existencial y dinámico del matrimonio como una realidad viva que ha de cultivarse, reconstruirse y hacerla crecer cada día desde la implicación de los esposos y en el caso de la familia de los hijos y no solamente atender a las cuestiones doctrinales, morales o canónicas. No se debe olvidar que aún con toda la confusión creada y la irrupción de los llamados “nuevos modelos de familia”, ésta sigue siendo la institución más valorada en todos los estratos y edades incluidos los jóvenes por lo que es claro que el ser humano, más allá de ideologías o modas, intuye la importancia que tiene la familia para su propia vida. Desde la enseñanza de la Iglesia recibida de Cristo: Cap. III: La mirada puesta en Jesús: vocación de la familia [nn. 58-63, 68-72, 86-87] Este es quizá el capítulo más doctrinal del documento y quizá el tema clave que se quiera destacar es el de la naturaleza vocacional del matrimonio que más allá de su perspectiva puramente biológica, psicológica, cultural o social ha de ser visto como una llamada que Dios hace de cara a la misión. Por esta razón pone en relación el misterio del matrimonio y la familia con el testimonio y es que ya desde el principio de la Iglesia el que existieran hombres y mujeres que se unieran para siempre, respetaran a sus hijos, se fuesen fieles y pidieran la bendición de Dios antes de cohabitar era un signo, un anuncio de la nueva vida de la gracia que trae Cristo con su misterio pascual y otorgada a su Iglesia. Se trata, por tanto, de profundizar en un aspecto fundamental que distingue al matrimonio cristiano a la familia que de él procede de otras formas matrimoniales o familiares como es su condición de sacramento. Cristo no crea el matrimonio pero sí instituye el sacramento matrimonial, elevando esta realidad creada por Dios y redimiéndola del pecado para que recuperase el designio original de Dios y asimismo comunicándole la gracia sobrenatural 16

El documento recorre todos los momentos en los que Jesús aparece en forma implícita o explícita en relación con el matrimonio (Belén, Nazaret, Templo de Jerusalén, Caná) pero sobre todo se fija en los dos misterios fundamentales entre los cuales se lleva a cabo su misión salvífica para fundamentar ahí la nueva interpretación de la realidad del matrimonio y la familia desde Cristo: Misterio de la Encarnación: Cristo al asumir una carne como la nuestra afianza la alianza indisoluble entre Dios y los hombres. Antes los hombres, por su infidelidad habían roto las distintas alianzas del Antiguo Testamento. Ahora en Cristo, que es Dios como el Padre y hombre como nosotros se establece una Nueva y Eterna Alianza en un desposorio que ya ninguna infidelidad humana podrá quebrar. Misterio Pascual: la consumación de dicho desposorio entre Cristo y su Iglesia (que contiene en sí el germen de toda la Humanidad) se da por la entrega total de Cristo, donando su Cuerpo como Esposo, purificando a su esposa con su sangre para que pueda presentarse sin mancha ni arruga ni nada semejante sino santa e inmaculada. De este misterio nupcial que asumiendo su sentido original, adquiere en Cristo un sentido nuevo, un valor sacramental, se deriva todo la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. Por desgracia es bastante extendido el desconocimiento de este misterio que rodea el sacramento del matrimonio y por extensión de la familia y esto explica el porqué muchos no descubran el sentido que tiene que la unión conyugal sea precedida por una celebración que bendiga dicha unión que ha de ser redimida (remedio concupiscientiae) o qué sentido tiene el sacrificio, la donación total de cuerpo y alma más allá de los apetitos, el perdón de las ofensas e incluso de las traiciones, el sobrellevar la cruz propia y la del cónyuge, la apertura a la vida a costa de la renuncia El amor matrimonial y familiar (Capítulos 4 y 5) La segunda parte del documento se recomienda especialmente para ser leído por los propios esposos y trata fundamentalmente de las dos dimensiones en las que se funda el amor en el matrimonio y la familia: la esponsalidad o el amor recíproco, fiel y permanente de los esposos y la fecundidad o apertura a la vida del amor que acoge y recibe a los hijos como don de Dios. La esponsalidad Cap. IV: Amor matrimonial [nn. 90-120, 153, 157-63] A la hora de presentar el amor cotidiano de los esposos el texto hace una preciosa y detenida exégesis del himno de la caridad (1 Cor 13,4-7) tantas veces elegida y leída por los novios para la celebración del matrimonio. A partir de ahí el papa habla de características del amor verdadero, que “no pasa nunca” (13,8) y que merece la pena que sea laido con detenimiento especialmente por los matrimonios: (1) Paciencia (aceptación del otro con realismo y esperando en su crecimiento) (2) Servicialidad (espíritu de servicio que se expresa más en obras que en palabras) (3) Generosidad (sin celos ni envidia más allá de la desconfianza o la amenaza) (4) Humildad (sin vanagloria ni arrogancia evitando el desprecio y la humillación) 17

(5) Amabilidad (delicadeza y cuidado en los detalles respetando la libertad del otro) (6) Desprendimiento (donación y olvido de sí buscando amar más que ser amado) (7) Serenidad (sin agresividad ni la violencia interior que hacen al amor destructivo) (8) Perdón y reconciliación (superando el mal recibido y evitando todo resentimiento) (9) Alegría verdadera, compartida y celebrada (no superficial, ni falsa, ni egoísta) (10) Comprensión (capacidad de ponerse en el lugar del otro para disculparlo) (11) Confianza (creer en el otro más allá de la apariencia, de sus errores y límites) (12) Esperanza (creer en que el otro puede llegar a ser, en que puede cambiar) (13) Aceptación (sobrellevar juntos por amor el dolor: enfermedad, pobreza, tristeza) Se trata de un capítulo lleno de sabiduría humana y cristiana que desde una perspectiva de la experiencia cotidiana y eminentemente práctica se refiere al fin unitivo del matrimonio. Sobre todo teniendo en cuenta que es justamente esta realidad de la caridad conyugal el cimiento sobre el que se asienta todo el edificio de la familia y por ello ha de ser cuidado como un tesoro y alimentado de día en día. La amistad, la exclusividad y la entrega total determinan la singularidad de esto modo de amor en el que se alcanza la máxima intimidad y donación. Un amor que, para que siga vivo, ha de madurar y evolucionar y el papa indica algunas direcciones hacia las que ha de crecer: 

La comunión, aprendiendo a compartirlo todo, hasta lo más íntimo de cada uno de modo que no queden áreas “privadas” desconocidas y ocultas para el otro.



La belleza fundando la alegría en el descubrimiento de la riqueza y belleza del otro, del don del propio matrimonio, de la bendición de los propios hijos



El respeto, síntoma infalible de la salud del amor más allá de dependencias u obsesiones aprendiendo a pedir permiso, a dar las gracias y a pedir perdón



El realismo que evita perder de vista la verdad del otro para amarlo y aceptarlo superando perfeccionismos inmaduros o romanticismos de primera hora



El diálogo, conscientes de que difícilmente se está en posesión de la verdad absoluta y aceptando la diversidad en la forma de ser o la historia personal



La pasión, ya que el ser humano además de cabeza (razón) y corazón (voluntad) es sentimiento y emoción integrando armónicamente lo afectivo y lo sexual



La castidad matrimonial que salvaguarda la integridad de la persona en el uso de su cuerpo y que se ha de entender en relación a la castidad virginal de los consagrados como expresiones complementarias del misterio de amor divino.



La madurez o transformación del amor que es purificado de todo aquello que limita la libertad, es residuo del egoísmo y así amar del todo y para siempre.

La fecundidad Cap. V: Amor que se hace fecundo [nn 165, 181, 186, 196] En este capítulo se invita a reflexionar sobre la otra dimensión del amor en este caso familiar, el de la procreación, por la cual el amor del hombre y la mujer son el terreno elegido por Dios para que allí germine la vida en la persona de los hijos. Con toda 18

razón, los esposos que prestan su propio ser (su cuerpo y su alma) así como el amor que se tienen deben ser llamados con–creadores en la aparición de nuevos hijos de Dios. Por lo mismo, los hijos han de ser considerados antes que ninguna otra cosa un don de Dios de quien toda vida dimana, y a la vez un signo de la bendición divina sobre esos esposos y por otra parte, constituyen una vocación y una tarea para esos padres. Como Humanae Vitae recuerda, olvidar uno de los dos fines desvirtúa el sentido del matrimonio: la unidad en el amor de los esposos no puede cerrarse en sí misma sino que para ser verdadera tiene que ser fecunda, estar abierta a la vida. A su vez la nueva vida no puede proceder de otro lugar que no sea ese amor entre padre y madre del que el hijo, de alguna manera, se constituye como una síntesis. Esto explica la necesidad que los hijos tienen de sus padres –de conocerlos y de ser amarlos por ellos– para descubrir su propia identidad. La acogida en relación directa con el término hogar alude al calor de lumbre en la que se reúne una familia. Cada vida y en especial la del ser humano en su comienzo es especialmente débil y vulnerable tanto en el ámbito biológico, como el psicológico, social o espiritual. Es absolutamente dependiente de otros para permanecer en esa vida apenas incipiente y precisa tanto como de los cuidados físicos (alimentación, protección, calor) de ser acogidos en el amor. El papa advierte de lo doloroso y nocivo que es el hecho de que esa nueva vida no sea deseada y por lo mismo insuficientemente acogida, de modo que lo sitúa al mismo nivel que los derechos humanos y los derechos del niño. Esa entrañable expresión “a su casa viene” expresa como una vez más la cultura popular intuye una verdad permanente: antes de darse a conocer la nueva vida se merece en cualquier circunstancia ser recibido en un hogar. Muy interesante el número dedicado al embarazo donde se llama la atención de su singularidad como tiempo de espera y promesa y en el que se señala que el hecho de que pueda preverse mucho más que antes las condiciones de la nueva criatura (sexo, tamaño, enfermedades o dificultades que pueda presentar) no puede ser motivo ni para no abrirse a la sorpresa ni, desde luego, para decidir sobre su dignidad o viabilidad aun cuando se prevea que pueda traer consigo dificultades de algún tipo. También merece la pena leer la reflexión sobre la diferencia y complementariedad que se ha de dar entre paternidad y maternidad en la acogida del nuevo hijo. Alude el papa al desgraciado fenómeno de la orfandad formal que se da en muchos niños no por muerte sino por ausencia o negligencia de sus padres con consecuencias que pueden ser gravísimas en su equilibrio psíquico y especialmente afectivo. Una palabra llena de comprensión se dirige a aquellos matrimonios que no han podido concebir hijos valorando por una parte el servicio extraordinariamente generoso y benéfico que es la adopción y a la vez invitando a vivir la fecundidad ampliada esto es, la apertura del propio hogar a los otros y especialmente a los débiles y pequeños de este mundo. Esta reflexión da pie al papa para advertir a la familia de la tentación de cerrarse en sí mismas, en sus intereses y preocupaciones indiferentes a las suertes de otras familias o de los otros hombres en general. En esta cuestión se vale del conocido texto paulino en el que denuncia el uso privado e insolidario de la Eucaristía como una 19

negación de la verdad que se celebra (cf. 1Cor 11,17-22). En efecto, la familia debe vencer la tentación de aislarse, alejarse o sentirse indiferente al mundo como si fuera un recinto o refugio extraño o inaccesible. Después de la paternidad y la maternidad que son el fundamento de la vida familiar se hace referencia a las otras relaciones en las que se entreteje el amor entre sus miembros: la filiación (ser hijos) de la que se destaca el respeto en forma de obediencia en la infancia u juventud y de cuidado en la vejez; la ancianidad (ser abuelos) en los que la vulnerabilidad y la dependencia vuelve a reaparecer por lo que han de ocupar un lugar de privilegio pero en este caso también por la gratitud a su entrega y la escucha a su palabra llena de experiencia y sabiduría; la fraternidad (ser hermanos) que ayuda a descubrir la igualdad en el amor, la gratuidad, la convivencia y la posibilidad de la comunión en la diversidad por lo cual es figura de la Iglesia. En definitiva se invita a conservar y en su caso a recuperar la conciencia de la familia grande que incluye a la familia nuclear (padre—madre—hijos) pero que la enriquece por la multitud de vínculos y personas. Pastoral del matrimonio y de la familia (Capítulos VI y VII) La tercera parte es la más pastoral en cuanto a su contenido y método y por eso el mismo documento recomienda su lectura a los agentes de pastoral y especialmente a quienes a nivel parroquial y diocesano están en directa relación con la pastoral matrimonial y familiar (catequistas que imparten cursillos prematrimoniales, grupos de orientación familiar, escuelas de padres, equipos de matrimonios, delegados de pastoral familiar, etc.). Desde esta perspectiva pastoral cada uno de los dos capítulos se dedicado a los dos fines primordiales del matrimonio: la vocación esponsal (aprender a ser esposos) y la vocación parental (aprender ser padres). La preparación al matrimonio Cap. VI: Algunas perspectivas pastorales (nn. 220,235, 241, 253) Como el propio documento señala, la pretensión de este capítulo no es la de establecer un directorio de pastoral familiar que deja en manos de cada conferencia episcopal y de cada diócesis, pero sí de ofrecer unos criterios generales que puedan orientar y unificar este tema. 1. Anunciar el Evangelio de la familia hoy volviendo a destacar dos objetivos que no se han de perder de vista: presentar a la familia no meramente como una institución tradicional y obligatoria sino como una fuente de alegría, de libertad, de paz y de amor gratuitos. En segunda lugar hacerlo con un lenguaje comprensible y adaptado a nuestro tiempo evitando de esta forma que sea vista como una especie de estructura trasnochada y pendiente de ser sustituida. 2. Profundizar en la relación entre Iglesia y familia y más concretamente entre parroquia y familia. Cada vez se observa como más urgente el que, como ya sucedía en la Iglesia primitiva, el objeto de la evangelización no sean solamente los individuos sino las familias que, en cuanto se abren a la fe constituyen un poderoso instrumento que a la

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vez custodia y hacer crecer la fe de sus miembros. Por eso habla el papa de la parroquia como de “familia de familias”. 3. Posibilitar una adecuada formación sobre el misterio, la misión, la pastoral y la espiritualidad del matrimonio y la familia. En este campo pueden colaborar mucho los movimientos dedicados específicamente a este carisma (Equipos de Nuestra Señora, Hogares de Don Bosco), para divulgar y darla a conocer en parroquias, nuevas realidades eclesiales, colegios, seminaristas, sacerdotes y religiosos. 4. Cuidar especialmente la preparación de los que quieren dirigir sus vidas a la formación de una familia por la celebración de un matrimonio cristiano. Hay que revisar lo que se ofrece a los novios y que suele ser muy poco (preparación remota), a los que ya tienen formalizada su decisión (preparación próxima) así como los escrutinios (dichos) y la misma celebración litúrgica (preparación inmediata). En este sentido quizá sería una propuesta interesante ofrecer una doble posibilidad: por una parte mantener los cursillos breves tal y como ahora se hacen (aproximadamente de una semana) para garantizar el mínimum de conocimiento y voluntariedad que asegure la validez del sacramento. Por otra, posibilitar una catequesis más prologada y completa a la que se invite a participar a quienes, por su vinculación a la Iglesia o por cualquier otra razón, quieran ahondar en el misterio del matrimonio y la familia. 5. Acompañar a los nuevos cónyuges en los primeros años de la vida matrimonial teniendo en cuento que éstos, como sucede también en la vida sacerdotal, son decisivos a la hora de consolidar la propia vocación y en el caso de los esposos de asentar el amor entre ellos. Como se indica en el texto, el matrimonio, por ser un sacramento llamado in fieri, nunca está acabado del todo y en cada época exige un cuidado particular de determinados aspectos. También es cierto que esos primeros años, más en una sociedad en la que el respeto y la reserva de los ya casados va en declive, pueden ser decisivos. 6. Iluminar crisis, angustias y dificultades desde esa perspectiva que tiene el papa de la Iglesia como hospital de campaña, para que los matrimonios que están pasando por momentos de dificultad no se sientan solos. Es imprescindible la existencia de centros de orientación familiar, con la colaboración de matrimonios probados y con experiencia, con la participación de expertos pero también de ayuda espiritual. Las crisis, como en todos los ámbitos de la vida del hombre habrán de llegar al matrimonio pero según como sean afrontadas pueden resolverse como una oportunidad de crecimiento, maduración o reafirmación o como una peligrosa grieta que amenace con derribar el conjunto del edificio. 7. Caminar también junto a quienes han experimentado el fracaso de su matrimonio sea a través de una separación, nulidad o divorcio. Se trata de un servicio cada vez más urgente dado el número creciente de personas en esta situación que en muchos casos salen malheridas de la ruptura, desconcertadas y con una sensación de frustración, decepción e incluso depresión. Son principalmente ellos los que han de percibir la acogida de la Iglesia que, como madre no los juzga sino que en ella, como en la parábola del samaritano, encuentren posada donde descansar y curar sus heridas. Incluso aquellos que se encuentren en situaciones irregulares han de ser acogidos sin 21

matices y, en la medida en que puedan, participar de la vida de la Iglesia a través de la escucha palabra, de la comunidad fraterna o del servicio a los necesitados. 8. Atender con respeto y delicadeza las situaciones cada más diversas que se nos presentan en una sociedad pos cristiana como la nuestra: matrimonios con diversidad de culto, entre no bautizados, con una ignorancia total del sacramento, después de una larga convivencia y con hijos ya a su cargo, familias mono parentales, etc. El punto de partida ha de ser siempre dar por supuesta la buena voluntad de las personas evitando actitudes defensivas, de sospecha o de condena. No siempre será posible atender a sus peticiones pero sí lo será hacerlo con caridad y respeto cristianos incluso a quienes carecen de ellos. 9. Particular cercanía y compasión ante la irrupción de la muerte en el seno de una familia. Uno de los peligros y rémoras de la sociedad actual es la de haber arrinconado el acontecimiento de la muerte de modo tal que no aparece ya en la vida cotidiana. En lo que se refiere a la vida pastoral corremos el riesgo de que sea vista como una realidad existencial para el individuo, familiar para los allegados pero no social y lo que es peor tampoco eclesial. Si hay un momento en el que una familia es puesta a prueba en sus sentimientos y convicciones más profundas es sin duda ante el acontecimiento de la muerte y en particular si esta llega en la juventud o de modo inesperado. Tanto por parte del sacerdote como de la comunidad parroquial tienen ahí un lugar propio para iluminar con una palabra y mostrar la misericordia en el dolor de la familia. La responsabilidad de ser padres Cap. VII: Fortalecer la educación de los hijos [nn. 266, 274,282, 288] La educación de los hijos constituye sin duda una de las tareas primordiales de la familia y se deriva del fin procreativo del matrimonio. A diferencia de los otros seres vivos, el ser humano cuando nace no está concluido en sí mismo sino que como algún autor señala al útero biológico ha de suceder el útero social, cultural y espiritual donde ha de continuar su formación. En efecto, un animal viene al mundo con su estructura biológica e instintiva completa y el “aprendizaje” que recibe de sus progenitores supone simplemente la puesta en marcha de dicha estructura. En el hombre esto no es así sino que por tratarse de un ser abierto ha de continuar haciéndose, formándose como tal durante toda su vida en un proceso complejo que se inicia con la educación y que es mucho más que un mero aprendizaje. Aunque es verdad que esta acción educativa incluye a la sociedad y a la cultura en la que se inserta es cierto que el papel de la familia es primordial y determinante. Por eso se puede afirmar que la misión con—creadora procreativa de los padres no se limita en exclusiva a la generación de los hijos ni siquiera a su cuidado y sustento sino que incluye la importantísima tarea educativa que, como el documento recuerda dada su gran importancia merece una particular atención. El texto pone en guardia para evitar dos extremos indeseables por una concepción errónea de la libertad: la negligencia conduciría a los padres a una especie de educación neutra en el que ellos no saben donde están sus hijos y quienes están formando su mente 22

y su corazón y la sobreprotección que no deja espacio a la autonomía del hijo y pretende dominar todos sus espacios en lugar de conducir sabiamente el proceso de su educación para que en un futuro sea él quien pueda afrontar los distintos desafíos de la vida que los padres no le pueden evitar. ¿Cuáles son entonces los criterios en los que debe asentarse la educación de los hijos desde la perspectiva de la familia cristiana? 1. Una formación ética que sobre todo eduque la voluntad y consolide los hábitos aprendiendo a distinguir y discernir entre los propios deseos o impulsos interiores y los estímulos o llamadas exteriores cuales son buenos y verdaderos, le permiten crecer y madurar. En la antropología bíblica el hombre se presenta como cabeza (mente), corazón (voluntad) y entrañas (sentimientos): una educación integral ha de saber de forma armónica atender a cada una de estas dimensiones. 2. Dar la primacía a la estima de lo bueno, la valoración de lo positivo que hay en cada hijo que es único e irrepetible, alimentando lo mejor pero también advirtiendo y corrigiendo lo peor. En este sentido el papa recuerda el valor de la sanción o el castigo como estímulo para hacer ver las consecuencias y la responsabilidad del uso de la libertad. Eso sí, advirtiendo de que se trate de correcciones pedagógicas, medicinales y proporcionadas que no recurran a lo más fácil, esto es el castigo físico ni por su dureza o crueldad dejen como resultado lo contrario de lo que se busca. 3. Tratándose de un cultivo, en este caso de la personalidad de cada hijo siempre ha de estar presente la paciencia. Como el labrador, los padres han de hacer lo que les corresponde pero también saber esperar en un doble sentido. En primer lugar, esperar por su propio hijo sabiendo que cada cual tiene su propio ritmo y proceso y esperar en Dios confiando en la acción misteriosa de su gracia. Se trata de una “paciencia realista” que como le gusta decir al papa sabe que el tiempo es mayor que el espacio y que lo sembrado oportunamente, oportunamente germinará evitando ansiedades cuando no se ve de manera inmediata el fruto de lo realizado. 4. La familia no es sólo el agente sino el contexto de la educación de modo que esta última no puede reducirse a una mera instrucción (inculcar ideas o valores) sino de una transmisión. En otras palabras lo que educa a los hijos no es sólo los que se les enseña sino lo que ven y lo que viven en su familia. El respeto entre los padres, la capacidad de sacrificio, la honradez en las relaciones, la generosidad y la sensibilidad ante los demás, el equilibrio afectivo entre los miembros, el deseo de ser fieles en la fe y el reconocimiento de los propios errores en la vida cotidiana edifica mucho más que los mejores métodos, instrumentos o expertos en educación. 5. La educación afectivo-sexual ha de de ocupar una parte importante en la tarea educativa que se lleva a cabo por parte de la familia. En primer lugar es de suma importancia el cultivo de la identidad sexual sobre todo ante el impacto de la ideología de género que tiende a relativizarla y desdibujarla. Junto a ello ha de cultivarse una relación sana con el sexo opuesto basada en el respeto y la valoración nunca en la obsesión ni en el miedo. Asimismo es importante lograr un equilibrio a la hora de afrontar estas cuestiones entre la apertura confiada pero también de un cierto pudor que haga ver a los niños que nos hallamos ante el misterio de la propia intimidad. 23

Fundamental es el cultivo de la castidad, tan denostada en la sociedad hoy incluyendo el autocontrol de los impulsos y el respeto a las etapas. 6. La educación en la fe es indudablemente la responsabilidad más grave que recae sobre los padres respecto de sus hijos tal y como se expresa en el sacramento del Bautismo. En este sentido, vale lo dicho en sentido genérico más arriba, sino recordando lo que afirmaba Benedicto XVI en Deus Caritas Est no se trata únicamente de enseñar verdades o de inculcar normas, aunque haya también que hacerlo. Se trata de llevar a sus hijos a tomar conciencia de su condición de hijos de Dios, de darles a conocer a su Padre y Creador, de enseñarles a hablar con Él en la oración y de llevarlos a Jesucristo, de mostrarles su presencia en la Eucaristía, de enseñarles a escuchar su Palabra, de mostrarles a la Virgen María como Madre. En la educación en la fe también es importante que lo que se diga vaya acompañado de lo que se vive en la propia familia por lo que la inserción de ésta en la vida sacramental, apostólica o caritativa de la parroquia es también un elemento determinante. Dos conclusiones de índole espiritual (Capítulos VIII y IX) Esta última parte del documento, la más breve, afronta dos temas que aunque sean distintos están en relación directa entre sí en torno a aquella realidad que da título al documento: la alegría del amor Acogida ante las situaciones difíciles Cap. VIII: Acompañar, discernir e integrar la fragilidad [nn. 299, 303, 307] El capítulo VIII quiere afrontar un tema que no debe obviarse ni por la misma trascendencia que tiene ni por la importancia que reviste en el momento presente. Se trata de las situaciones difíciles o irregulares y el modo de abordarlas y de integrarlas en la Iglesia. Se trata de una exhortación que no pretende definir ninguna verdad, ni incluir o modificar norma canónica alguna, sino, como su nombre indica, exhortar, reflexionar, replantear, estudiar cuestiones hoy presentes estableciendo criterios o principios de orden moral o pastoral que ayuden a su aplicación. Lo interesante en la aproximación a este capítulo más que la exégesis de un texto concreto es descubrir cuáles son estos criterios o principios que el papa invita a aplicar pastoralmente: 1. Principio de gradualidad pastoral: aunque como el papa afirma muchos desearían que la realidad se distinguiera entre lo blanco y lo negro, lo bueno y lo malo, el trigo y la cizaña, la verdad de las cosas no es así. Por buena que sea una persona, o una institución o una iniciativa siempre hallaremos en ella elementos negativos o mejorables y por alejada o desviada de la verdad que se halle otra persona, permanece de una u otra forma en ella algún elemento de bondad. Incluso en situaciones pecaminosas queda algo de la bondad del Dios creador aunque sea de modo oscurecido y difícil de reconocer. Este principio general es también aplicable a la multitud de circunstancias que puedan rodear al matrimonio y la familia: no existe la familia perfecta pero tampoco se deben condenar como si fuesen la maldad absoluta cualquier otra forma de unión. 2. Principio y criterios de discernimiento: el papa propone el discernimiento atento a cada caso para saber distinguir las circunstancias que lo rodean y que se han de 24

considerar a la hora de tomar una decisión pastoral. No es lo mismo un matrimonio que sea nulo de facto que otro que no lo sea, ni la culpabilidad de quien rompe una unión sacramental de quien es víctima de ello, ni la responsabilidad de quien actuó con plena deliberación y conocimiento es la misma de quien lo hizo por ignorancia o coacción. Según cuales sean las circunstancias habrá que decidir una u otra acción pastoral. 3. Principio de discriminación positiva: en relación con lo anterior, se refiere a casos donde no existe ninguna responsabilidad o culpabilidad siguiendo las palabras que se recogen en el Catecismo de la Iglesia Católica: «La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales» (n. 1735). 4. Principio de normatividad: La norma es un instrumento valioso para alcanzar la verdad y establecer la justicia pero no puede aplicarse de modo absoluto sin tener en cuenta la prioridad de la persona. “El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Es evidente que el papa no está estableciendo nada en contra de la norma canónica que excluye de la vida sacramental a quien se encuentra en situación objetiva y permanente de pecado pero sí está abriendo camino a otras posibilidades de incorporación a la vida de la Iglesia y descartando que se trate de una excomunión canónica. 5. Lógica de la misericordia pastoral en consonancia con lo dicho en distintas ocasiones en el contexto de este Año Jubilar, recordando que en la Iglesia ni ha habido ni habrá situaciones definitivamente cerradas a la salvación. Negar esto sería tanto como ir contra la lógica de la misericordia divina y la voluntad salvífica universal. No propone el papa rebajar la grandeza del matrimonio, ni homologarlo a otras formas de unión ni establecer dos caminos distintos de llevar a cabo la vocación matrimonial. Más bien recuerda la primacía de la misericordia que consiente lo imperfecto con el fin de lograr lo perfecto siempre que haya una disposición humilde y dócil. Un corazón contrito y humillado tiene siempre la garantía de la benevolencia divina aún cuando desde el punto de vista canónico o sacramental esto no pueda tener una traducción visible. En dicha misericordia confiamos. Amor divino y amor humano: Cap. IX: Espiritualidad matrimonial y familiar (nn. 317, 322) Este último capítulo incluye un contenido en realidad bastante reciente y como es la especificidad de la espiritualidad matrimonial. Es el Concilio Vaticano II el que en el decreto sobre el apostolado de los laicos alude a “la espiritualidad que brota de la vida familiar” (n. 4). Lo que el papa pretende con este capítulo no es desarrollar una reflexión de espiritualidad matrimonial y familiar sino como el mismo dice “describir algunas notas fundamentales de esta espiritualidad específica que se desarrolla en el dinamismo de las relaciones de la vida familiar” (n.313). 1. Espiritualidad de la comunión sobrenatural que recuerda al comienzo del texto que se refería al misterio trinitario como fuente del amor familiar. En este sentido la familia 25

es lugar concreto donde se realiza la comunión, donde los que son distintos: padre y madre, padres e hijos, hermanos entre sí están enlazados en un misterio indisoluble de unidad. Este misterio de comunión se visibiliza y a la vez se alimenta de la multitud de gestos, de circunstancias, de situaciones, de acontecimientos que construyen la vida familiar a lo largo de la vida. 2. A la luz de la Pascua, por la que Cristo ha recuperado el designio original de Dios para el hombre y la mujer y lo ha redimido y elevado sobre el pecado y la muerte. Como en aquella boda de Caná, todo un símbolo teológico, Cristo es el invitado principal del sacramento del matrimonio sin el cual éste queda estéril sin la gracia. De esta forma el acontecimiento de la muerte y la resurrección de Cristo se actualiza permanentemente en la vida de cada matrimonio y familia cristianos: las alegrías y las penas, la salud y la enfermedad, la riqueza y la pobreza, el dolor y el placer, todo lo que constituye la riqueza de la vida matrimonial y familiar encuentra su fuente y sentido en el misterio del amor más grande, la donación total de Cristo por la humanidad. 3. Espiritualidad del amor exclusivo y libre que es lo propio de la relación conyugal: la entrega completa, recíproca, absolutamente libre y exclusiva para el otro que se convierte en único. Un amor humano que como todo amor verdadero procede del amor de Dios verdadero garante de la unión de los esposos que con su bendición está siempre en lo más íntimo de cada matrimonio y de cada familia. 4. Espiritualidad del cuidado, del consuelo y del estímulo dado que el hogar es el lugar más entrañable, seguro e íntimo de cada ser humano, allí donde la puerta está siempre abierta y la acogida es siempre segura. El lugar donde con certeza se curan las heridas y se restablecen las debilidades, el refugio frente a lo inhóspito de la vida pero también el lugar en el que cada uno es capaz de descubrir de sacar lo mejor de sí. Termina el texto con una oración a la Sagrada Familia prototipo del amor esponsal y familiar intercediendo por todas las familias del mundo y particularmente por las que pasan por el dolor, la pobreza o la ruptura. PREGUNTAS 

¿En qué aspectos te parece que es importante profundizar para que el conocimiento del misterio del matrimonio por parte de los propios casados sea más completo?



¿Cómo se puede mejorar la preparación al matrimonio en cada una de sus fases (remota, próxima e inmediata)?



¿Crees necesaria una preparación específica para los padres de cara a la educación de los hijos en todas sus dimensiones incluida la religiosa?



¿Cómo afrontar las situaciones difíciles o irregulares en la Iglesia siendo a la vez fieles a la verdad y desde la lógica de la misericordia?

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EL CUIDADO DE LO MÁS FRÁGIL En esta reflexión que hemos llevado a cabo del misterio de la Creación, hemos querido partir del ser humano, razón, centro y culmen de la acción creadora de Dios, para tomar conciencia de su dignidad y de la predilección que Dios le tiene. A continuación, como si fuesen ondas concéntricas hemos prestado atención a la familia, hábitat sagrado creado por el mismo Dios indispensable para garantizar la supervivencia de la humanidad así como la maduración personal de cada uno de sus miembros. Conviene, ahora sí corresponde mirar al conjunto de las cosas creadas a la casa común, ese hogar universal que pese a su grandeza e inmensidad es, paradójicamente, extremadamente frágil y vulnerable y hoy más que nunca. Era importante partir de lo humano ya que de entre todas las cosas creadas por Dios conviene distinguir al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, poseedor de un alma espiritual e inmortal en la que residen su capacidad racional y su voluntad libre. Creado con una vocación sobrenatural capaz de conocer a Dios y obedecer su voluntad, el hombre no es una criatura más, no siquiera la de mayor complejidad. Esto es importante recordarlo dado que en nuestro mundo donde cada vez Dios está más ausente en el pensamiento dominante y el hombre tiende a perder su dimensión trascendente y a ser equiparado en dignidad y por parte de algunos en derechos a las demás criaturas (posturas animalistas, ecologistas radicales, etc.) Ahora bien, es cierto que, a diferencia de otras culturas, la civilización occidental a la que pertenecemos no ha prestado particular atención a la Creación como lugar de reflexión o como exigencia moral. Es más, no faltan autores que culpan al pensamiento judeocristiano de inspiración bíblica del descuido o incluso del expolio sufrido por nuestro planeta hasta el día de hoy. Para ello se basan en la palabra que Dios dirige a Adán (al hombre): “Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra” (Gen 1,28). Dios omnipotente habría dado un poder absoluto e ilimitado al hombre para utilizar en su propio provecho del resto de las criaturas como si fuese propiedad suya. El resultado se traduciría en dos consecuencias que hoy atraen la atención y preocupación de muchos en nuestro mundo: la superpoblación humana (multiplicaos) y la degradación del medio natural (dominad). Como el papa se encarga de recordar en su encíclica el mal que aqueja a nuestro planeta, “nuestra casa común” como le gusta llamarlo a Francisco no procede de un poder tiránico que Dios haya otorgado al hombre. Como en todos los órdenes de la realidad, el origen de este daño, es del pecado que ha ofuscado su mente y ha confundido su misión de administrador con la de dueño que sólo corresponde a Dios. Desde ahí la tarea de “dominar” en lugar de entenderse en el sentido de “cuidar y cultivar” como aclara el otro relato de la Creación (Gen 2,15) en muchas ocasiones se ha equiparado con la de explotar y consumir. “La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de la enfermedad que advertimos en el suelo, en el aire, en los seres vivientes” (LS 2). El papa invita, 27

como es una constante en sus mensajes, a no quedarnos indiferentes ante tal situación y nos hace una llamada a tomar conciencia de esta realidad: 13. El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos. 14. Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva.[…], «se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios». Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades Al final de este “llamado” que de alguna forma viene a explicar el sentido general del documento aparecen “una serie de ejes que atraviesan toda la encíclica” (LS 15): 1. “La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta” 2. “La convicción de que en el mundo todo está conectado” 3. “La crítica al nuevo paradigma y formas de poder que derivan de la tecnología” 4. “La invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso” 5. “El valor propio de cada criatura” 6. “El sentido humano de la ecología” 7. “La necesidad de debates sinceros y honestos” 8. “La grave responsabilidad de la política internacional y local” 9. “La cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida” 28

La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta Esta es sin duda una de las claves para entender el pensamiento del papa Francisco en torno al mandato del cuidado del medio ambiente siguiendo la intuición que orientó toda la vida de san Francisco de Asís. En una época donde la aspiración máxima era pertenecer a la nobleza y vencer en las batallas, el gran descubrimiento del santo de Asís fue que Dios había preferido lo insignificante y lo pobre para revelarse a los hombres. De ahí la importancia que él reconoce al misterio de la encarnación y al de la cruz y el modo de vida que propone fundado en la pobreza pero entendida no sólo como austeridad o sencillez como se hacía en la vida monástica, sino en la humillación y la precariedad propias de la vida mendicante. Dios se inclina y se ocupa principalmente del pobre y del que sufre y quien quiera seguir el Evangelio “sin glosa” ha de vivir como Cristo, Dios hecho hombre, vivió y actuar como el actuó. Para San Francisco la palabra clave para entenderlo todo es la fraternidad: Dios, Sumo Bien, es Padre de todos y Cristo nos enseña a reconocernos como hermanos y, como en una familia, atender a los miembros más débiles. ¿Cuáles son estos? Para San Francisco fundamentalmente dos: los pobres y enfermos por una parte y las criaturas de la naturaleza, por otra. Siguiendo esta misma lógica el documento no es una reflexión “ambientalista” sino que propugna una ecología integral que busca restablecer el orden querido por Dios tanto para la sociedad humana como para la naturaleza creada, orden desequilibrado por el pecado en forma de injusticia, abuso, expoliación, violencia, etc. En este sentido se nos señala el desgraciado vínculo que se da entre las agresiones al medio ambiente y las consecuencias sobre los pueblos, familias e individuos más pobres. El cambio climático, entre otros efectos, está detrás de muchas anomalías en el propio clima tales como el calentamiento global, las sequías, lluvias torrenciales, etc. Sea por los efectos directos de la catástrofe, sea por las consecuencias económicas, los grandes perjudicados suelen ser los más débiles y vulnerables. Desde el punto de vista pastoral, esta reflexión nos recuerda el lema que nos ha venido acompañando durante todo este año de la misericordia: Misericordes sicut Pater. Dios se ha dado a conocer como compasivo y misericordioso, esto es, cercano especialmente con los que sufren y padecen de algún modo (com-passio) y con los pequeños y los que no cuentan (miseris-cordis). Si su obra creadora nos ha manifestado su grandeza y poder infinitos, su acción providente revela su amor y misericordia. Él no sólo es el Padre Creador el que ha dado la existencia a todos los seres, sino también el Criador el que la cuida y sostiene. Nosotros, cada uno de sus hijos, estamos llamados a asemejarnos a Él en el cuidado de todos pero especialmente de los más vulnerables, los pobres y los que sufren. Un cuidado que incluye asimismo a todos los seres de la creación que por no tener capacidad racional ni libre son especialmente frágiles y susceptibles a ser dañados o expoliados por el descuido o el egoísmo de muchos. “El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén para que lo guardara y lo cultivara” (Gen 2,15). El hombre está llamado, por tanto, a cuidar y guardar la creación y a cultivarla consciente de que de sus frutos está llamada a alimentarse toda la humanidad. En definitiva, Dios ha provisto de recursos suficientes para que encuentre 29

sustento toda la población humana y es el egoísmo, la acumulación de riquezas de algunos y las enormes diferencias entre países y regiones lo que ocasiona que lo que Dios ha pensado para todos sea disfrutado sólo por una parte. Para acabar con el hambre, pues no es preciso ni recortar la población ni expoliar el planeta, sino caminar hacia una mayor justicia y racionalidad en la producción y distribución de la riqueza. En este sentido, invita el papa ante todo a una tarea de sensibilización, de atención de quienes son objeto de la preferencia de Dios, de los más débiles. No es posible un verdadero amor a Dios nuestro Padre olvidando la suerte de los hombres, nuestros hermanos u ofendiendo la casa que el mismo Dios ha construido para todos sus hijos. Pero si uno tiene bienes de la tierra y, viendo a su hermano en necesidad le cierra las entrañas ¿Cómo va a estar en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17). La convicción de que en el mundo todo está conectado Esta es otra observación muy importante de Laudato Si’ y que viene a recordar una realidad que hoy es muy difícil de reconocer en nuestra sociedad. En una época marcada por la globalización, el ser humano se encuentra hoy quizá más fragmentado que nunca, de modo que le cuesta integrar cada una de sus dimensiones. Esto es especialmente verdad en lo que se refiere a la relación entre fe y vida ya que en una sociedad tan secularizada como la nuestra es casi inexistente referencia alguna al ámbito espiritual. Cualquier símbolo o alusión pública a la fe parece una intromisión en el ámbito de la información, de la cultura y no digamos de la economía o la política. Considerada como un mero sentimiento íntimo o una tradición religiosa, la fe cada vez tiende a estar más arrinconada en la subjetividad de cada conciencia o en el mundo de las emociones o proyecciones individuales. Esto explicaría tanto la ausencia de lo cristiano en la esfera de lo público (cultura, política, economía), como las dificultades de tantos para integrar a ambos elementos en la existencia cotidiana de modo que la fe ilumine todos los aspectos de su vida. Ya el Vaticano II advertía del peligro que se daba en la ruptura entre fe y vida y, pasado el tiempo, lejos de resolverse ha ido yendo a más. Nos cuesta tener una visión armónica de todo, de lo particular y personal con lo universal y general, de lo pasado, presente y futuro, de las necesidades más básicas y los ideales más elevados. Como nos recuerda el papa la solución a esta dificultad no es una técnica o metodología de orden práctico sino poner nuestros ojos en aquel que es modelo y ejemplo de todo ser humano y en quien encontramos las respuestas a nuestros interrogantes. En efecto Jesús, hombre verdadero como nosotros, participó de todo lo humano (el pecado no lo es) sin por ello perder de vista la referencia al Padre, ni a su misión sobrenatural. Nunca fue engullido por el mundo pero tampoco quiso evadirse de él. ¿De qué modo podríamos participar de este modo de vivir de Jesús? La respuesta no única pero sí más clara es participando de su vida: vivir de él para de este modo vivir como Él. Hoy más que nunca es imprescindible insistir en la vida espiritual, que se nutre principalmente de la oración y los sacramentos, de su Palabra. Son muchísimos los momentos en los que la Iglesia ha recordado recientemente la importancia tanto de 30

la Palabra de Dios (Verbum Domini, Evangelii Gaudium) como de la Eucaristía (Ecclesia de Eucharistia, Sacramentum Caritatis) en la vida de fe. Quizá sería bueno decir algo de la importancia de la oración no sólo comunitaria, sino también personal en la vida de los cristianos, dado que son muchos los que aún después de muchos años de experiencia eclesial no saben cómo orar. Participan en la Eucaristía cada domingo, aprenden de la Palabra por la predicación y la catequesis, saber recitar oraciones pero les cuesta el encuentro personal con Dios en la oración. En este sentido, las comunidades cristianas no deben descuidar esta dimensión y convertirse en escuelas de oración, tanto en la catequesis como facilitando momentos de silencio así como formas de iniciación a la oración. No ha de olvidarse que son estos momentos de oración, de silencio y encuentro los que permiten reconocer la realidad desde una perspectiva sobrenatural y descubrir el sentido profundo de la propia vida superando esa fragmentariedad que tanto sufrimiento ocasiona en la vida de muchos creyentes. Ver la vida desde Dios y reconocer su presencia en lo cotidiano e iluminando incluso los momentos oscuros de la existencia. No debemos pasar por alto al respecto que, precisamente por el déficit espiritual que se da en una sociedad tan laicista y materialista como la nuestra se da hoy una cierta proliferación de ofertas o caminos espirituales muy distintos entre sí y muy ajenos a la tradición cristiana. La New Age, las terapias llamadas de Reiki, una cierta vuelta a lo esotérico, a lo gnóstico o a corrientes espiritualistas orientales que tienden a la evasión de la realidad son signos de que hay una laguna que ha de ser llenada en la existencia de muchos hombres y mujeres. Si la Iglesia no atiende a esta carencia del hombre de hoy, como se está viendo, otros se encargarán de hacerlo pero por caminos que no conducen a la verdad de Jesucristo. La crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología Se trata de una reflexión que tiene mucho que ver con la anterior: si se descuida la vida espiritual, es el materialismo el que domina toda la realidad, Dios no es el referente sino que lo son la obra de las manos del hombre. Esta tentación, de la que tantas veces se advierte en la Sagrada Escritura como idolatría está hoy más presente que nunca. Simplificando mucho las palabras del papa podríamos decir que el nuevo paradigma consiste en que el hombre cada vez es menos capaz de levantar los ojos para contemplar la obra de Dios sino más bien de agachar su mirada fascinado por la obra de sus manos, esto es de la técnica. Saturados de imágenes, reales y virtuales, más allá de toda selección o pudor, la contemplación de las criaturas para llegar al Creador ha dado paso a la mirada ensimismada de los objetos técnicos para no salir de ahí. Debe quedar claro, no obstante que esta crítica no lo es a la capacidad práctica o técnica que el hombre tiene porque Dios se lo ha otorgado y que por lo mismo es buena. Si olvidáramos cuantos avances a favor del bien común de los hombres se han obtenido por medio de la técnica seríamos ingratos e injustos con Dios y con la propia técnica: avances en la medicina, en las condiciones de vida laboral o familiar, en la mejora de producción de alimentos, en la posibilidad del conocimiento del mundo, etc. No hay que mirar sólo a los grandes logros, sino que en la sencilla vida cotidiana los avances 31

técnicos permiten resolver problemas o agilizar cuestiones antes casi o del todo insolubles. Una añoranza primitivista de la vida de otras épocas sería tanto como negar que la historia o la razón son también medios por los que Dios bendice al hombre. Por eso proponer, como hacen algunas confesiones cristianas, la vuelta a la vida agrícola y la exclusión de toda tecnología, es una salida falsa que nada tiene que ver con la visión católica de la ecología ni de la vida humana en el mundo. No obstante, conviene no olvidar estas actitudes que han acompañado a la vida consagrada desde el principio de la Iglesia que relativizan lo que no es imprescindible para que no se conviertan en ídolos para el ser humano. Y no ha de olvidarse que toda idolatría esconde una forma de esclavitud de modo que lo que ha sido prescindible se nos logra imponer como imprescindible. Por eso para muchos puede parecer imposible la vida sin la posesión de algunos artículos que se presentan como si fuesen de primera necesidad. Por la misma lógica hoy parece impensable que, pudiendo permitírselo económicamente alguien renuncie a un objeto técnico que le ofrezca mayor confort o mejores prestaciones. La austeridad no se debe olvidar es un principio cristiano, no absoluto, pero si útil y deseable para salvaguardar la libertad interior del ser humano. Como en tantos otros aspectos, también en este el Evangelio es absolutamente contracultural y es importante que los cristianos estemos en esta actitud de vigilancia para evitar que se introduzcan en nuestras vidas y en las de nuestras comunidades valores que son propios de este mundo. Lo que está claro es que estos aspectos de la vida cotidiana no pueden quedar al margen de las opciones de fe como si no tuvieran que ver con ella. La invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso Hablar hoy de economía es casi hablar de una ciencia exacta, que se impone de forma suprema sobre los individuos y los pueblos sin que estos puedan hacer otra cosa que adaptarse a ella y aceptar sus normas que, por otra parte se presentan como indiscutibles. ¿Quién osaría hoy poner en duda la ley de la oferta y la demanda, las leyes del mercado, la lógica de la competencia, de la productividad, de las inversiones, de los capitales y sus intereses? Es como un mecanismo inexorable cuyas piezas estuvieran prácticamente encajadas entre sí de modo que lo que se llama la macroeconomía está fuera de las decisiones o control de las personas y el progreso consistiría en dejar a ese mecanismo funcionar de modo autosuficiente. Sin embargo este planteamiento que tiene parte de verdad y es demostración de una primacía de lo económico sobre cualquier otra cuestión en la sociedad actual puede ser también un sutil autoengaño. Ya que podemos hacer poco por cambiar o mejorar este mundo desde este aspecto mejor no hagamos nada y dediquemos nuestra atención a otras cosas. Sin embargo, la Iglesia nos invita desde esta perspectiva de la ecología integral a no dejar fuera de nuestra reflexión ningún aspecto y a sacar de ahí las consecuencias prácticas pastorales. ¿Cuáles pueden ser estas? Citemos algunas:

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La primacía para la Iglesia, siguiendo el Evangelio, es el ser humano por encima de cualquier otra consideración y eso lo saben bien especialmente quienes habitualmente participan y llevan a cabo la tarea social y caritativa de la Iglesia.

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La pobreza es una llamada permanente en el Evangelio para quienes constituyen la comunidad de seguidores del Señor y por ello, hoy más que nunca hemos de estar atentos a no caer en la seducción de las riquezas, sino más bien como el papa nos invita “ser una Iglesia pobre para los pobres”.

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La claridad y transparencia en lo económico o el cuidado en el cumplimiento de las normas laborales o fiscales es además de una exigencia moral, un signo de los tiempos ante una sociedad escandalizada y hastiada de la corrupción.

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La fraternidad se traduce en la solidaridad concreta, tal como san Pablo insistía en la colecta de Jerusalén. Por eso, en la Iglesia hemos de marchar hacia la con división de los bienes en las parroquias, entre los sacerdotes, en la acción caritativa-social.

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La idolatría que hoy ejerce sobre todo entre la juventud el confort, el dinero, la fama o la imagen es un obstáculo para la acogida del Evangelio y por eso es importante que también en la catequesis se presente la alternativa de la fe basada en “dar más que en recibir” (Hch 20,35), ser más que tener.

El valor propio de cada criatura El papa habla insistentemente de la “cultura del descarte” por la cual en nuestra sociedad con frecuencia se ofrece una realización y bienestar que, siendo teóricamente para todos, en realidad se consigue descartando a los prescindibles que son vistos como un estorbo. ¿Quiénes son estos que porque no tienen voz para defenderse tienden a ser descartados en nuestra sociedad? -

Aquellos a los que se les niega su propia dignidad humana y los derechos que se derivan de ella. En esto se da una clara paradoja en una sociedad muy sensible a toda forma de marginación o discriminación así como al respeto a las minorías. Así el aborto en el comienzo de la vida y la eutanasia en su tramo final (sea por edad o por enfermedad) son un ejercicio de descarte social contra quienes se encuentran en la mayor vulnerabilidad siendo excluidos de forma inhumana de todos sus derechos por considerarse un obstáculo al bienestar de otros.

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Aquellos a los que se les niega el acceso a una vida digna, segura y a un mínimo de prosperidad por razón de su no pertenencia a nuestra sociedad del bienestar occidental. Esta actitud elitista y egoísta que tiende a cerrar fronteras para evitar la participación de otros en la riqueza de algunos, tiende a acentuarse por circunstancias tales como la crisis de refugiados o la amenaza del terrorismo islámico. La actitud de la Iglesia no puede ser nunca cerrar puertas a quienes huyen de la guerra o del hambre sino la de, según las posibilidades de cada caso, la acogida y la integración.

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Aquellos que, viviendo entre nosotros, por diversas circunstancias no tienen posibilidad de participar del modo de vida. Bien porque proceden de familias desestructuradas, por haber carecido de una instrucción adecuada, porque padecen algún tipo de discapacidad, por haber caído en alguna forma de adicción, por haber perdido la salud o el trabajo, porque han quedado solas, incluso como consecuencia de sus propios errores o de su forma de ser, hay muchas personas que no tienen forma de insertarse en la sociedad y son, de hecho, también descartadas da la casa común que ésta debería ser.

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Aquellas realidades creadas que, por carecer de voz alguna son amenazadas de desaparecer del planeta, arrinconadas o eliminadas por la presión de la actividad humana o por intereses económicos. Sin caer en el exceso de ciertas posturas animalistas radicales que parecen preocuparse más por la suerte de estas especies que de los propios seres humanos, el papa habla por vez primera de la importancia del cuidado y respeto por la biodiversidad. Cada ser creado, es expresión de la belleza de su Creador y por ello su desaparición empobrece y desequilibra la bondad del plan divino.

Más allá de estos casos, los más evidentes y visibles, es importante estar muy atentos para que en la Iglesia, no aparezca nunca expresión alguna de marginación (por raza, condición, riqueza, cultura) sino que al contrario en muchos casos sean los más vulnerables los que tengan prioridad como sucede con el lugar privilegiado que han de ocupar los discapacitados, la asistencia a los enfermos, la atención a los excluidos, inadaptados, etc. El sentido humano de la ecología Una de las dificultades que presentan las diferentes propuestas ecológicas para la Iglesia es la cuestión en torno al papel del ser humano y el lugar que ocupa en el conjunto de las realidades naturales. En relación a esto nos encontramos con dos extremos que, siendo en apariencia contradictorios normalmente se conjugan entre sí y ofrecen una visión distorsionada que es necesario conocer: -

Endiosamiento del hombre: normalmente las distintas formas de ecología que se dan en nuestra sociedad, surgidas en ámbitos externos a la fe, suelen presentar una visión más bien materialista y no trascendente de la realidad. No se considera la existencia de un ser Creador ni de un proyecto misterioso que daría razón a cada cosa sino que la verdad máxima sería la que el hombre determinase por el conocimiento científico. Se le concede incluso al hombre el poder de modificar por razones de índole política o económica elementos que tocan a la vida, la dignidad y la identidad del propio ser humano. Esto explica lo que hoy denominamos “ingeniería social” en la que se cumple aquella frase de Dostoievsky “si Dios no existe, todo está permitido”.

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Animalización del hombre: prescindiendo de toda referencia trascendente, se explica la exaltación del instinto que se da en el pensamiento de nuestros días así como el tratamiento que en muchas ocasiones se da a los individuos o a los 34

pueblos e impropio de lo humano. Me refiero por ejemplo a determinadas estrategias de educación afectivo-sexual puramente instintiva o a campañas que desde organismos internacionales pretenden controlar la población de modo casi inhumano incluyendo además de la contracepción inducida, el aborto o la esterilización. La Iglesia, que es “maestra en humanidad”, y para quien “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren” (GS, 1) sean también los propios ha de poner al ser humano siempre en el lugar que le corresponde. Nada en el pensamiento ecológico se entiende sin referencia al ser humano que es quien habita esa casa común como tampoco se puede perder de vista el misterio trascendente de su origen en el proyecto de Dios de quien el hombre lo ha recibido como don. Hoy más que nunca es tarea de la Iglesia la defensa de la vida, la dignidad y los derechos inalienables de cada ser humano independientemente de su procedencia o condición. La necesidad de debates sinceros y honestos Dado que las características de la visión cristiana sobre la ecología son su referencia trascendente y su centralidad en el ser humano, la pregunta que se nos plantea es ¿Cómo es posible un diálogo entre ecologías laicas y materialistas con la comprensión cristiana? Lo que está claro es que no podemos renunciar al diálogo con el mundo como la propia Iglesia, en especial desde el concilio Vaticano II nos recuerda. Ni el repliegue a la “fe del carbonero” inmadura e inconsistente ni la tentación de imponer la perspectiva cristiana son en ningún caso el modo en que la Iglesia ha de hacer presente la verdad recibida al mundo. Se trata de cumplir aquella máxima de la Escritura “Estad siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza” (1Pe 3,15), esto es presentarla, proponerla al mundo de una manera racional y creíble. Es este un campo, por otra parte, en el que se da una presencia casi imperceptible de la visión cristiana en los foros científicos o políticos así como un desconocimiento casi total por parte del pueblo de Dios. Pues bien, el papa insiste en que esta laguna desaparezca mediante dos instrumentos: la formación dentro de la Iglesia y el diálogo con el mundo. Volviendo a la pregunta anterior ¿es posible un diálogo entre dos visiones que pueden parecer incompatibles como las de los ecologismos laico y cristiano? Veremos que eso no es así: -

La importancia dada al respeto, conservación y preservación del planeta, de sus ecosistemas y especies es común a ambas posturas. Puede que las motivaciones en que se fundan sean distintas pero como en tantas ocasiones la Iglesia puede y debe colaborar con fines que son buenos en sí aunque las motivaciones de los otros no coincidan. La sensibilidad ecológica que se da hoy bien podemos considerarlo un “signo de los tiempos”, una llamada de Dios a colaborar por el bien común con hombres e instituciones de buena voluntad aunque no sean confesionalmente cristianos.

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Las diferencias en relación a la visión del hombre no son coincidentes pero tampoco incompatibles entre las posturas más laicistas y la cristiana. Junto a divergencias a las que ya se ha aludido (derecho a la vida de los más débiles, respeto al designio natural) hay grandes coincidencias como la sensibilidad ante la pobreza, ante las injusticias, ante la desigualdad, el rechazo de la violencia o de los egoísmos de parte como elementos amenazadores para la existencia del hombre en la tierra.

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En relación con la visión trascendente, es interesante desmontar determinados prejuicios sobre el tema clave de la Creación del mundo por parte de Dios. En primer lugar, las teorías científicas (no las ideológicas) no abordan el tema del origen absoluto pero sí que coinciden en que hubo un comienzo. Cómo fuese ese origen es una cuestión metafísica que escapa al campo de la ciencia. Por otra parte no es cierto que la fe cristiana sea incompatible con la teoría de la evolución hoy universalmente admitida. Es más, para muchos teólogos es una explicación más concorde a la Escritura que las que propone el creacionismo que defiende que Dios de modo inmediato ha formado cada criatura como actualmente se presenta descartando todo dinamismo o evolución posterior.

Así pues, aún conscientes de que en muchas ocasiones lo científico aparece teñido de lo ideológico, es posible un diálogo fecundo, o como dice el papa honesto y sincero que ayude a superar prejuicios y a encontrar lugares de encuentro y colaboración. La grave responsabilidad de la política internacional y local Justamente de colaboración activa nos habla este penúltimo aspecto sobre el que nos propone reflexionar el papa. Claro, cuando se habla de “política internacional” como cuando antes nos referíamos a “economía” la pregunta que nos surge es: ¿Qué podemos hacer en este ámbito tratándose este de un plan pastoral diocesano? Parece tratarse de algo que nos supera y está fuera de nuestras posibilidades de acción. Conviene recordar las palabras recogidas en la Exhortación Christifideles Laici sobre la vocación de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo en relación a su compromiso en la vida política. Cómo allí se afirma “los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la vida política” (ChL 42) para luego referirse a la diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades. En relación con esto, lo primero que conviene destacar es la profunda carencia que se da hoy en la vida de la Iglesia del compromiso político cristiano. Por una parte, son muy pocos los que dan el paso de incorporarse a las distintas formas de actividad política desde su fe y en este, entre otras razones sin duda se halla el descrédito o desprestigio que hoy recae sobre el ejercicio público de la vida política. Por otra parte, quienes siendo creyentes llevan a cabo una tarea o actividad política, en no pocas ocasiones se inhiben o no hacen valer los principios cristianos cuando estos están en juego en la toma de decisiones. En tal sentido es importante que las comunidades cristianas favorezcan y despierten entre sus miembros esta llamada a servir desde la verdad y la justicia al bien común 36

según las exigencias del Evangelio. Pero también a que ésta sea descubierta desde una perspectiva martirial, esto es, testimonial y no meramente pragmática o técnica. En otras palabras, estar dispuestos a mantener la identidad cristiana también cuando los temas o las circunstancias lo demanden. No obstante, es evidente que en su mayoría el compromiso político no pasa por una vinculación concreta en la vida pública. Pero sí que es importante recordar lo dicho en el texto antes citado de que no cabe abdicación en la participación de la vida política. La ignorancia, la desidia, la indiferencia, la abstención por el hecho de que desliguen de la lucha política no por eso son actitudes cristianas. El cristiano tiene que tener formado juicio, tiene que estar informado de las problemáticas de su tiempo más allá de que le afecten más o menos personalmente por cuanto sí que pueden afectar a otros que no me pueden ser ajenos. La cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida Como el papa afirma, “la cultura del descarte afecta tanto a los seres humanos como a las cosas que se convierten rápidamente en basura” (LS 22). Es muy interesante la comparación que se hace entre el ecosistema natural cuyo funcionamiento es ejemplar de modo que en el ciclo natural, en la llamada pirámide ecológica nada se desperdicia con el sistema industrial que, al final de su ciclo productivo, es incapaz de absorber o reutilizar sus desechos. Las enormes cantidades de basura, los residuos contaminantes y en especial los que agreden al agua o a la atmósfera son un signo preocupante de esta deficiencia. Por otra parte, conviene destacar que en nuestros días se da una cada vez mayor sensibilidad social en cuanto a la gestión de estos residuos como la separación y reciclaje de basuras, el evitar desperdicios en lugares públicos, el mejor uso del agua, la contaminación del aire y del agua. Por esa razón, es importante la educación y formación en estos gestos sencillos que tienen una gran importancia en cuanto que se asumen como algo cotidiano. Es importante esta tarea de educación de hábitos que expresen en los gestos más sencillos la opción determinada por el cuidado y el respeto a la naturaleza creada por Dios. En este sentido se habla casi al final del documento de una real conversión ecológica, “como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material […] Se trata del reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar” (LS 221)... Esta alusión a la conversión es una clave de interpretación esencial de este documento. . Su intención, es no tanto la de hablar de hechos concretos cuanto de actitudes, de una verdadera metanoia, esto es, de un cambio de mentalidad que es lo que significa el término conversión. Ser conscientes de quien es el hombre y del lugar en el que vive, el más particular –la familia– y el más global –el universo–. Desde ahí invitar a los cristianos a ser “sal de la tierra” (Mt 5,13) a un nuevo estilo de vida, no extraño o excéntrico pero sí diferente y alternativo al propio de este mundo en el que no domine ni el egoísmo de lo propio, ni la idolatría de lo material, ni la dictadura de lo técnico. Más bien, siguiendo el camino de San Francisco volver a la sencillez de vida y aprender a 37

admirar y a la vez cuidar el misterio del universo que algún día “participará con nosotros de la plenitud sin fin […] en la casa común del cielo” (LS 243).

PREGUNTAS  ¿Crees que está presente esta sensibilidad por lo más frágil en la vida ordinaria de los cristianos individual o comunitariamente?  ¿Qué importancia crees que se da a la oración no sólo como culto a Dios sino como eje vertebrador de la unidad interior y espiritual de la persona?  ¿Qué consecuencias pastorales en relación con la economía crees que puede ser aplicada de modo práctico en la vida de la Iglesia?  ¿Qué iniciativas se podrían tener en cuenta en las familias o las parroquias que hiciesen frente a esta cultura del descarte de la que el papa habla?  ¿Cómo favorecer un nuevo estilo de vida que brota de la conversión ecológica, de mirar al mundo como misterio del amor providente de Dios?

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